Solo dame una oportunidad (Pepper) [23-06/2015]

Pepper colocó sus dedos pulgar e índice sobre la frente ante la nueva intervención de Edgar Gillie, un reputado contable en el mundo de las finanzas. –¡Es imposible!-protestó el hombre de mediana estatura y cabello cano. –El señor Gillie tiene razón, si Howard Stark levantara la cabeza…-apostilló el Director General de Gestión Económica y Financiera de Industrias Stark. –Señores, por favor-añadió la ejecutiva con su característico tono conciliador. Los miembros más antiguos de la junta, los accionistas mayoritarios, no parecían terminar de aceptar el cierre de la división armamentística de Industrias Stark. –Es que usted no lo entiende, Señorita Potts. Las cifras han caído en picado desde el cierre de la división armamentística-atestiguó el contable, a la vez que agitaba en el aire un amasijo de papeles arrugados. Aquello, ocasionó que todos los miembros de la junta comenzaran a intercambiar impresiones al unísono. Pepper incluso pudo escuchar en diversas bocas las palabras “mujer” y “secretaria”. -¡Basta ya!-exclamó dando un fuerte golpe sobre la mesa que más tarde le pasaría factura. -¿Qué quiere decir con que no lo entiendo?- aprovechando la posición que le brindaba la presidencia de la mesa, se aferró a los bordes levantándose con una actitud intimidante. En aquel momento, las expresiones de desconcierto de todos los presentes, le hicieron entender que no podría llegar a aquellos carcamales con una postura que no fuese coercitiva. -Le recuerdo, señor Gillie, que me formé como contable en una de las universidades más prestigiosas de este país-esclareció la pelirroja tratando de librarse de la silla presidencial con un exacerbado golpe de cadera. Por suerte, Theodore Hayes, su asistente, no tardó en apartar con diligencia la silla de su camino. Los imposibles tacones de la mujer guiaron sus pasos hasta una pantalla de gel situada bajo el retrato del gran Howard Stark. Sus uñas, perfectamente tratadas, repiquetearon sobre la interfaz azul hasta lograr reproducir un video titulado “El Reactor Arc: el futuro de Industrias Stark”. –Apaga las luces, Theodore-ordenó antes de que una espesa voz masculina comenzara a hablar de los múltiples beneficios y aplicaciones del reactor Arc. Virginia Potts sonrió triunfal ante la transformación de la junta, ya que se habían quedado sobrecogidos al escuchar al mismísimo Howard Stark hablar de los difíciles inicios del invento. El video concluía con un pequeño discurso en el que Tony, heredero del linaje de ingenieros Stark, explicaba su visión de una manera pasional y ambiciosa. Su aparición en pantalla, cubierto de grasa tras una larga jornada en el taller, ocasionó que la mirada de Pepper se iluminara de una manera delatadora. En su fuero interno, la ejecutiva deseó que el haber accedido a los archivos de video de Jarvis sin permiso no fuera un nuevo motivo de discusión entre ambos. Al fin y al cabo, ella jamás podría haber seleccionado mejor las palabras. Sólo esperaba que aquella presentación le facilitara las cosas a Tony, quien pronto tendría que prescindir de sus servicios. Una vez concluido el video, Pepper depositó su mirada turquesa sobre la esfera de su viejo reloj cerciorándose de que la reunión se había alargado algo más de lo debido. –Disculpadme, señores. Pero tengo un compromiso ineludible-anunció sonriente ante el estupor de la junta.
El eco de los tacones se apoderó del pasillo contiguo a la sala de reuniones. No prestó demasiada atención a su asistente, quien se deshacía en halagos como motivo de su intervención, pero tuvo la delicadeza de dedicarle una sonrisa final como agradecimiento. Una vez en su despacho, extrajo del interior de una bolsa de tintorería su traje blanco de Valentino, ya que quería estar lo más formal posible cuando le presentara su renuncia. No le tomó demasiado tiempo cambiarse de ropa, por lo que decidió que era el momento propicio para despedirse. Paseó por la sala en silencio, con los brazos cruzados sobre el pecho tratando de obtener en aquel abrazo las fuerzas necesarias para hacer lo que se había propuesto. Sólo ella sabía lo mucho que le asustaba la situación, al fin y al cabo, Tony la necesitaba, pero lo cierto, era que ella también lo necesitaba a él. Un estridente pitido puso un abrupto fin a sus pensamientos–señorita Potts, el señor Hogan la está esperando-anunció Claire, su actual recepcionista. –Enseguida bajo-confirmó Pepper tras oprimir uno de los botones con precisión.

Al llegar al exterior, Happy Hogan, el exguardaespaldas del señor Stark la saludó de manera entusiasta mientras abría cortésmente la puerta del vehículo. Poco después de que este estuviera en marcha, Happy se dedicó a criticar la conducción de los taxistas de Nueva York mientras Pepper ocultaba su sonrisa tras el opaco cristal de la ventanilla. –Happy-susurró la pelirroja con un leve retintín que obligó al conductor a depositar la mirada sobre el espejo retrovisor. –¿Recuerdas que te advertí que moderaras la velocidad y respetaras todas las señales de tráfico porque yo no era el señor Stark?-cuestionó de manera distraída obteniendo un tímido “sí”. –Pues ahora necesito que pises el acelerador-expresó con urgencia tras cerciorarse, al comprobar nuevamente su reloj, que se estaba retrasando de manera considerable. Happy respondió a su petición pisando el acelerador de tal manera que la espalda de Pepper colisionó contra el asiento trasero. La ejecutiva fue testigo de la conducción temeraria del chofer, al que incluso tuvo que advertir de la presencia de una camioneta de comida ambulante. Todo ello hizo que agradeciera haber llegado de una pieza al restaurante, donde se vio obligada a pasar sus manos reiteradamente por el cabello tras comunicarle al metre que buscaba al señor Stark.

Virginia se mordió levemente el labio inferior cuando el metre le indicó la mesa más íntima, la más apartada del resto de comensales. Mientras se dirigía a su encuentro sentía como le temblaban las piernas. –Tony…-logró decir tras un impertinente balbuceo. Sin embargo, al percatarse de su pulcra apariencia se arrepintió. –Señor Stark-rectificó esperando que él le aclarase la situación. La pelirroja no pudo evitar analizar exhaustivamente la estancia esperando encontrarse con alguna modelo de la revista Maxime. –Yo… ¿he olvidado algo?-preguntó Pepper con un tono de voz que delató inseguridad, lo que era irónico al provenir de una mujer que acababa de enfrentarse a una jauría de accionistas rabiosos.

La perturbación de Virginia se extendió hasta que Tony reparó al fin en su presencia. El estado de abstracción del ingeniero la incitó a contemplar de soslayo aquellos garabatos ajenos a su comprensión. Los símbolos y números estaban disgregados en una serie de papeles de diversa índole: servilletas yuxtapuestas, una vieja factura y hasta un recorte de periódico, lo que parecía constituir un nuevo nivel de extravagancia para el millonario. Sin embargo, lo más sorprendente, fueron las palabras que utilizó para dirigirse a ella. Al fin y al cabo, Tony Stark no solía justificar sus acciones, y mucho menos, pedir disculpas por ellas. –No te preocupes…-titubeó presa de su tendencia al perfeccionismo y a la meticulosidad. Por un momento, incluso, sopesó la idea de ofrecer el interior de su bolso al millonario, quien se debatió indeciso entre las escasas localizaciones.

Después de poner su trabajo a buen recaudo, Tony se aproximó a ella con la sola intención de ofrecerle un asiento de manera galante y caballerosa. La cercanía permitió que la sagaz pellirroja se percatara de su agradable aroma, ya que no sólo olía a champú, sino que además, había utilizado un par de gotas de aquel perfume que reservaba únicamente para ocasiones especiales, movido primordialmente bajo pretextos supersticiosos. ¿Por qué necesitaba tener a la suerte de su lado hoy?

–Gracias-susurró Pepper mientras tomaba asiento. Aunque la siguiente intervención del millonario estuvo marcada por el humor, sólo logró obtener un amago de sonrisa por su parte. Virginia conocía de primera mano los entresijos de la personalidad de Stark, por lo que no le costó reconocer que aquella táctica basada en el humor formaba parte de su armadura. Una armadura que no estaba constituida por una aleación de oro y titanio, ni coloreada por un excéntrico rojo relámpago. Por una vez, él pareció responder a sus necesidades al dirigirse a ella con propiedad, ahorrándole que le preguntara el porqué de aquel vaso de agua. –Bueno, por algo se empieza…-dijo con simpleza esbozando una leve sonrisa. La mayoría de los pensamientos de Pepper, aunque recelosos, reconocían el carácter loable de aquella declaración.

Minutos más tarde, el vistoso obsequio provocó que la conversación adoptara un matiz diferente. –En segundo lugar, quiero regalarte esto, no por lo que significa para mí, sino lo que creo que puede significar para ti-declaró Tony con vehemencia. Aquello sólo logró aumentar la curiosidad de Pepper que procedió a deshacerse de su atractiva cobertura. –-¡Mi Barnett Newman!-exclamó atrayendo la atención de algunos clientes.  –Sí, a partir de ahora es legalmente tuyo, se lo mucho que te gusta ese cuadro y que lo compraste sólo para poder verlo, para mí nunca ha sido más que otro cuadro más, salvo por que a ti te encantaba, eso hacía que me quedara mirándolo-las palabras de Tony hicieron que las mejillas de Pepper adoptaran un atractivo color rosáceo que se esforzó por ocultar sirviéndose de los límites del lienzo. –Espero que esto sirva para demostrarte que aunque no te lo parezca si te escucho y si…si me importas-sinceró colapsando cualquier elemento que interviniera en el sistema respiratorio de la ojiazul. –Si me importa lo que me dices-finalizó. Fue entonces cuando Virginia obsequió al universo con una sonrisa franca, veraz y auténtica. Una de esas sonrisas que deben ser conservadas en la mente de su hacedor por poseer un carácter único, claramente irrepetible. –Es un detalle…-tartamudeó emocionada al cerciorarse del buen trabajo realizado por el equipo de restauración, no había rastro alguno de la pegajosa salsa barbacoa.

Ella no acostumbraba a recibir regalos por parte de Stark, lo que era todo un alivio, dado que los suntuosos ramos de flores y los diamantes ordinarios sólo parecían responder a un fin. Pero aquello era algo completamente distinto.–No puedo aceptarlo-susurró apretándolo levemente contra su pecho. –Sé lo que cuesta…-musitó contemplando la relación que se producía entre el blanco y el negro en aquella representación pictórica: ¿inclusión  o exclusión mutuamente influyentes?. El Barnett Newman era especial para Pepper, porque de una manera u otra, parecía reflejar la simbiosis existente entre ambos. Razón por la que se cabreo tanto el día que Tony lo reemplazó por una serigrafía de Iron Man. –Además, mi piso es demasiado pequeño. No está bien iluminado-comenzó a enumerar las diversas circunstancias que podrían mermar la exposición de la obra, hasta que reparó conscientemente en lo que estaba diciendo. No tardó en arrepentirse de sus palabras, al fin y al cabo Tony jamás había mostrado interés por su lugar de residencia, por lo que no tenía por qué saber el tamaño no apto para claustrofóbicos del mismo.

El palpable desconcierto en la voz del millonario ocasionó que la mirada de Virginia Potts descendiera hasta su regazo, donde sus manos, levemente enrojecidas, se entrecruzaban con nerviosismo. Una tímida sonrisa iluminó el rostro de la pelirroja, incluso, la efímera risita que la precedió, fue indicador suficiente de que el característico tono humorístico de Tony había cumplido con su cometido, restarle hierro a la situación. Por lo que tras ser liberada de su habitual bagaje de escepticismo, Pepper optó por alzar la mirada. Los ojos castaños de él refulgieron presa del entusiasmo a la vez que hacía acopio de sus dedos para realizar el conteo, lo que motivó que Pepper decidiera sumarse a aquel juego sin aparente desenlace.

Con el primer dedo llegó la primera propuesta. Virginia se acarició la nunca mientras sus labios formaban una estrecha línea. –No sé, creo que me he acostumbrado a tener que sacar el codo por la ventana del baño cada vez que me cepillo el cabello-masculló entre dientes. Los dedos índice y pulgar de la pelirroja enmarcaron su mentón aguardando la segunda propuesta con una actitud retadora. -¿Una vitrina con iluminación?-preguntó de manera retórica alzando una ceja. -¡Conociéndote, la instalación podría servir como centro de bronceado!-le regañó tratando de contener la inminente carcajada que amenazaba con abandonar su garganta. Finalmente, cuando llegó la tercera propuesta, los ojos azules de Virginia se abrieron de manera perezosa, un gesto inconsciente marcado por un ligero aleteo de pestañas.

-¿Cómo podrás cumplir tu promesa?-inquirió. –La última vez que lo vi, tenía una mancha de salsa barbacoa por una fiesta que se te fue de las manos-continuó Pepper, y aunque se esforzó por conservar la distención de la conversación, no pudo evitar hacer hincapié en la segunda parte de la frase. –Además, técnicamente… ni si quiera tú tienes llaves, es Jarvis quien te abre la puerta-musitó arrugando exageradamente su nariz. Fue entonces, cuando Virginia reparó en que había aceptado aquel almuerzo con la sola intención de entregarle su dimisión.

-Tony, yo…-comenzó a decir Pepper con dificultad hasta que una mesa adyacente atrajo su atención. En ella, una mujer de cabello oscuro y curvas sinuosas parecía haber olvidado su plato de pasta. - Esa mujer no para de mirarte-declaró Virginia ante aquella falta de sutilidad.  -Es muy guapa... -puntualizó.  -Podríamos hablar en otra ocasión, al fin y al cabo, no hemos pedido nada...-añadió con una fragilidad reseñable tras suponer que después de su hospitalización, Tony desearía pasar la tarde en compañía de alguna mujer. Acto seguido, la pelirroja se levantó de la silla dispuesta a brindarle algo de intimidad y espacio.

La respuesta que ofreció el millonario ante la inminente retirada de Virginia motivó que los labios de esta, impregnados por un atractivo tono carmesí, se entreabrieran levemente victimas del asombro. Aquella pregunta retórica la invitó a reparar una vez más en la mesa adyacente, dónde la mujer de cabello oscuro abonaba en efectivo el contenido íntegro de su consumo. Lo que la llevó a sopesar, que tal vez, aquellas miradas indiscretas habían sido producto de su imaginación. Las manos de Pepper, ligeramente humedecidas, optaron por aferrarse a los reposabrazos de aquella silla de diseño.

Los ojos de la pelirroja se abrieron haciendo acopio de la expresividad que los caracterizaba, el grado de alarma que despertaron las palabras de Tony no fueron nada en comparación con la flamígera mirada que las acompañó. La situación atrajo la atención del personal, lo que provocó la intromisión de un camarero en la conversación. -¿Señorita, le ocurre algo?-pregunto con inseguridad ante la presencia del magnate de Industrias Stark. La interpelada contempló una vez más a su acompañante, esta vez con cierto recelo. –Quiero un Vodka Martini, por favor. Muy seco, con aceitunas, con muchas aceitunas… al menos tres aceitunas-ordenó con rigor haciendo uso de aquel tono de voz impersonal que utilizaba única y exclusivamente en las juntas con los accionistas mayoritarios, antes de volver a sentarse con una gracilidad que cualquiera que no la conociera tacharía de premeditada.

Pasados unos minutos, el camarero depositó una elegante copa delante de la línea visual de la ejecutiva sin mediar palabra alguna. Pepper asió el delicado tallo de la copa con el fin de dar un pequeño sorbo al líquido transparente. -¿Y ahora es cuando aparece Jimmy Fallon con un ramo de flores?-preguntó con un gesto cargado de dureza. Al fin y al cabo, era incapaz de creer en sus palabras. Las disculpas solían ser recurrentes, pero simplemente formaban parte de la espiral que conducía a una nueva debacle.

Aquel acto habría pasado inadvertido para cualquier otra persona, salvo para Virginia Potts, quien reparó en el delicado golpecito que el ingeniero infligió premeditadamente en el centro de su pecho. La tenue luz azul afloró a través del ligero tejido de su camisa, recordándole a Virginia los trozos de metralla que libraban una incansable batalla por alcanzar su corazón. La lóbrega visión sólo logró exponer los sentimientos de culpabilidad de la pelirroja tras obligarla a desviar la mirada con aflicción. Después de su regreso de Afganistán, jamás logró reunir el valor suficiente para preguntarle si aquel núcleo le causaba dolor. A pesar de conocer la respuesta, temía escucharlo a través de sus labios y aun así, ser incapaz de ofrecer un alivio a su dolencia

El encomiable trabajo como su asistente personal le había proporcionado cierto bagaje para poner nombre a cada mueca en su semblante, reconocer la incomodidad en su postura o la causa que precedía a un aspaviento de sus manos. Sin embargo, en aquella ocasión fue incapaz de desentrañar la causa subyacente a sus gestos, no en vano se había referido a la compañía que frecuentaba con asiduidad como “belleza estúpida”. Su antiguo jefe tomó una profunda bocanada de aire antes de proseguir con la conversación, acrecentando así la inquietud de Pepper que desconocía a que debía atenerse.

Las primeras palabras de Tony hicieron que Virginia adoptase una postura hierática. -¿Una mujer?-titubeó tras percatarse de la abrupta pérdida de valor tonal en la voz del millonario. -¿Quién?-preguntó con torpeza tratando de mantener un rictus estoico. Intentó ponerle nombre y rostro a aquella incógnita hasta que él volvió a intervenir. Era ella, estaba hablando de ella.

Una sensación reconfortante se apoderó del estómago de la interpelada, logrando sustituir el vacío existente que habían ocasionado sus múltiples decepciones y negligencias. Virginia no pudo evitar que sus labios temblaran anhelantes transmitiéndole al genio que por una vez, había llegado a sentirse correspondida en aquella relación asimétrica en la que ambos se hallaban inmersos. Las mejillas de la pelirroja adoptaron un tono rosáceo, vivaz y cándido. Sin embargo, al cabo de unos minutos, todos los sentimientos que la instaron a enseñar una fila de dientes perlados desaparecieron. Una tímida lágrima descendió por su mejilla, desembocando en la comisura derecha de sus labios.
-Tony…-susurró de manera comprensiva. Los años consagrados al apellido Stark ocasionaron que la mirada de Pepper hablara por sí sola: “eres muy amable por haberlo intentado”. Tony Stark había padecido el abandono desde una edad muy temprana debido a la trágica muerte de sus padres. Más tarde, la vida le obsequió con una nueva figura paterna (Obadiah Stane), un hombre que nunca se esforzó en ponerle límites o restricciones a un temperamental adolescente y por supuesto, mucho menos ofrecerle una muestra de afecto cuando este la necesitara. Aquellos múltiples eventos disgregados en el tiempo habían contribuido a la confección de un carácter marcado por la necesidad de combatir la soledad a base de acciones impulsivas y poco deliberadas como aquella declaración. Por lo que aceptarla, sólo constituiría una manera de aprovecharse de su desesperación, algo que Virginia Potts no estaba dispuesta a hacer aunque eso significara sacrificar su felicidad.

En un acto plagado de delicadeza, tomó la mano de Tony. Ella jamás se había tomado aquella clase de libertades, por lo que supuso que constituiría un gesto que jamás se volvería a repetir. –No tienes que hacer esto…-murmuró con tono conciliador mientras se percataba de la calidez que emanaba de su piel. Admiró la superficie, ligeramente callosa, antes de depositarla sobre su mejilla. –No voy a dejarte, no voy a irme a ninguna parte...-prometió cerrando parcialmente los ojos. Él nunca le había tocado el rostro, por lo que hizo evidente su agrado liberando un leve suspiro.

La rotunda respuesta del ingeniero acrecentó la expectación en el rostro de Virginia. Aunque sus argumentos la mantuvieron en silencio, aquella mirada turquesa habló por si sola en el momento que descendió de manera meditabunda.


La reiteración a su declaración supuso un nuevo latido cardiaco en el pecho de Virginia, un latido fuera de tiempo que podría desconfigurar la lectura de cualquier electrocardiograma. Esta vez, incluso renegó de su comportamiento al hacer alusión no sólo a su ego descontrolado, sino además a la predisposición a mantenerse al margen de cualquier tipo de sentimiento, lo que habría repercutido en el nivel de sufrimiento infligido a la pelirroja. -¿Quién sería capaz de mirarse al espejo después de eso Pepper?-preguntó Tony con un nivel de severidad tangible. Los aletargados labios de Virginia temblaron levemente dispuesta a apaciguarle, ofreciéndole el mismo consuelo que demandaría después de una misión conflictiva en Siria o en Los Balcanes. Sin embargo, él decidió poner fin al contacto físico tras liberar sus dedos entrelazados. En el momento que la calidez se desvaneció de su piel, dejando un recuerdo nostálgico similar al del “miembro fantasma”, Pepper decidió optar por el silencio.  

La nueva intervención del ingeniero la llevó a juzgar premeditadamente su inteligencia. Al fin y al cabo, él era capaz de hacer cosas increíbles: reducir un complejo problema matemático a su mínimo exponente, generar múltiples hipótesis que podrían estar mermando el desempeño de un motor antes de deshacerse de la carrocería, encontrar un elemento que pudiera sustituir los efectos adversos del Paladio, entre otras. Sin embargo, las relaciones humanas parecían constituir algo completamente ajeno a su comprensión. “Tenía la ilusión de que tal vez tu sintieras lo mismo por mí” repitió una y otra vez mentalmente mientras cedía a la capacidad anestésica que podría encontrar en lo que quedaba de su copa. ¿Cómo podía dudar de sus sentimientos?¿Cómo podría haberlos pasado por alto?

Después de su regreso, Tony realizó un gesto en dirección al camarero. A simple vista, el semblante del millonario había recuperado la sonrisa arrogante que reservaba para las portadas de la revista Vogue. –¿Es que acaso yo no tengo nada que decir?-exigió Virginia después de que él extrajera sus propias conclusiones. El tono de exasperación en los labios de la ejecutiva obligó al camarero a dar media vuelta sobre sus talones, reparando con sutiliza en una mesa cercana.

-Tony, yo…-titubeó clavando la mirada sobre el impoluto mantel. –Ni siquiera sé por dónde empezar-rectificó tragando saliva con dificultad. –Pero… si he de ser sincera…-murmuró seleccionando el comienzo que creyó más oportuno. –He estado enamorada de ti desde el día que nos conocimos-reconoció cerrando pesadamente los párpados. –Cuando reuní el valor suficiente para salir de aquel cubículo del departamento de contabilidad con el único fin de explicarle a mi jefe un error que podría ahorrarle millones, creí que me toparía con un lego en la materia. Pero no fue así, nos entendimos a la perfección-recordó con una sonrisa cargada de nostalgia. –En ese momento me enamoré de ti, de tu inteligencia…-reconoció sintiendo como el calor se apoderaba de sus mejillas. –Poco después me convertiste en tu Asistente Personal. Era fácil poner en orden tu agenda, sustituirte en alguna junta extraordinaria o realizar videoconferencias con alguna de las sedes internacionales. Pero, a la vez, tenía que comprar pulseras de diamantes sin dueña para cualquier evento o deshacerme de las mujeres con las que pasabas la noche-dijo conteniendo las lágrimas que amenazaban con abandonar sus ojos. –Podrás imaginarte lo difícil que era cuando era yo la que quería amanecer contigo-añadió con la voz quebrada. Virginia tardó unos segundos en recomponerse antes de proseguir. –A pesar de todo ese circo, siempre supe que eras un buen hombre. Y lo que hiciste después de Afganistán sólo me lo confirmó. Para el resto del mundo serás Iron Man pero para mí siempre serás Tony, mi Tony…-musitó con una cálida sonrisa.

-Y aunque ahora mismo sienta como mi corazón henchido de felicidad amenaza con abandonar mi pecho, tengo miedo…-susurró. –Tengo miedo de que todo esto sólo forme parte de alguna clase de acción impulsiva de la que te arrepientas mañana-sinceró con un ritmo respiratorio que cualquier médico calificaría de alarmante. –Y tengo miedo de que mis palabras me pasen factura, que me hagan parecer vulnerable-finalizó depositando sus manos temblorosas sobre la mesa.

Al contario que Virginia, el ingeniero no titubeó a la hora de reconocer su miedo. Hecho que no sólo afirmó con rotundidad, ya que además decidió retomar el contacto físico. La calidez que emanaba de su piel aplacó momentáneamente los nervios de la pelirroja, lo que se hizo visible en el momento que abandonó su hieratismo característico, adoptando una postura más desenfadada sobre aquella incómoda silla en consonancia con el resto del mobiliario.

Aunque él no lo supo, Tony hizo evidente el tiempo que había dedicado a sus cavilaciones cuando enumeró las múltiples causas de su miedo. Virginia no pudo evitar contemplarle atónita, ya que ninguna de ellas eran de índole personal. En contra de todo pronóstico y por primera vez, no estaba siendo egoísta.

A pesar de su edad, los ojos pardos del millonario refulgieron con jovialidad. Una pequeña muestra de su entusiasmo que hizo evidente con una radiante sonrisa. En base a su experiencia, Virginia reconoció que aquel gesto sólo podría preceder a una de sus “ideas geniales”, tal como a él le gustaba llamarlas. Sin embargo, en la mayoría de los casos, no eran tan geniales. Por decirlo de alguna manera, ya que el desenlace de la última le había postrado sobre una cama de hospital.

Aquella proposición, sumada a la espontaneidad de la misma, logró sobresaltar a Virginia. -¿Dos… dos semanas?- murmuró entre dientes haciendo más que evidente su estado de confusión. -¿Quieres dos semanas?- preguntó tratando de cerciorarse de haber entendido la premisa. Tomó una profunda bocanada de aire sabiendo de antemano cual era la respuesta que él le daría. Sí, quería dos semanas para demostrarle que aquella “desintoxicación” iba en serio. Tony Stark le proponía dejar el alcohol, el sexo fácil y todos sus múltiples vicios, con la única intención de demostrarle que una relación con él tendría futuro. Sin embargo, a Virginia Potts no le daban las cuentas: ¿Cuántas mañanas tuvo que poner fin a sus resacas con una aspirina? ¿Cuántas chicas había sacado de su dormitorio en lo que iba de año?  

La mirada turquesa de Virginia descendió hacia sus manos entrelazadas. Aunque era incapaz de ignorar el pasado de Tony, un pasado basado enteramente en los excesos, sentía la imperiosa necesidad de ir en contra de las probabilidades. De dejar aparcada la razón para empezar a hacerle caso a su extasiado corazón. Pepper Potts se limitó a asentir con cierta aflicción, ya que temía arrepentirse de su decisión.

Trató de dar el tema por zanjado al tomar distraídamente la carta del restaurante. En menos de un segundo, una sonrisa cándida reemplazó cualquier rastro de tristeza en su rostro. Desde el principio, las prisas la habían obligado a ignorar cualquier indicio sobre su localización. Sin embargo, estaban en aquel restaurante insultantemente caro del que ella le hablo en una ocasión. –Pensé que no me estabas escuchado…- dijo riendo de manera jocosa.  –Estabas debajo del coche ajeno a cualquier cosa que no fuera la atronadora música de Black Sabbath- añadió con fingida dureza admirando el interior del restaurante.

Después de dedicar un tiempo considerable a sus indescifrables elucubraciones, Anthony Stark alzó la mirada topándose tentativamente con la de Virginia. Azul contra marrón. Una batalla silenciosa, carente de ganador, que culminó cuando un poderoso escalofrió les recorrió la columna vertebral hasta desembocar en sus terminaciones nerviosas.

En el momento que sonrió, ella lo imitó por antonomasia. No había algo que le gustara más que esa sonrisa con cariz espontáneo, auténtico. Lejos del gesto fanfarrón e incitador que utilizaba para captar la atención de alguna modelo crédula u ocupar todas las portadas de la prensa matinal con alguna declaración incendiaria. Pese a la poca reiteración del gesto, Virginia solamente lo había advertido cuando el millonario se encontraba en presencia de su siempre amigo Happy Hogan, su aliado el Teniente Coronel James Rhodes o por supuesto, con ella.

-¿Así que privilegiada?-cuestionó de manera retórica alzando una ceja. Finalmente, dejo escapar una ínfima risita. El contenido de aquella verborrea le recordó a su relación laboral plagada de altibajos. Viéndolo en perspectiva, Virginia Potts no creyó ser capaz de controlar sus tendencias homicidas en infinidad de ocasiones. Sin duda, lo que más le crispaba los nervios era cuando Tony pretendía captar su atención mientras ella se hallaba inmersa en una cantidad ingente de papeleo. Ponía tan alto el volumen de la televisión que sus golpes de raqueta, en el juego de tenis virtual, simulaban un bombardeo en el exterior. A pesar de los múltiples ruegos de la pelirroja, el ingeniero no cesaba en su intento por apartarla de sus labores. La única condición para que él procediera a bajar el volumen de la televisión, era que aceptara librar un torneo. Aquello sólo lograba disparar la competitividad de Pepper con un rotundo “Te vas a enterar, Stark”.

La mano de Tony transgredió lo que constituiría la zona limítrofe de su mantel amenazando con tomar la anhelante mano de la ejecutiva. Ahora que conocía su tacto, sabía perfectamente lo que cabría esperar: una calidez repartida de manera homogénea sobre aquella superficie ligeramente callosa debida a las horas de arduo trabajo en el taller.  Sin embargo, Tony retiró premeditadamente su mano antes si quiera de llegar a alcanzar sus nudillos. “Dos semanas, dos semanas” repitió Virginia en su mente como si constituyera alguna clase de mantra confuso.

-Señor Stark, permítame decirle que estamos encantados de tenerle en nuestro local- los interrumpió el camarero. -El chef estaría encantado si se tomara un momento para estrechar su mano-pidió amablemente mirando alternamente a Tony y a Virginia. Suponía que el ojimarrón se limitaría a concatenar una serie de excusas, a cada cual menos creíble, para librarse de la situación, motivo por el cual decidió intervenir.  –Por supuesto, el señor Stark estará encantado- se adelantó con una sonrisa, interrumpiendo así el leve titubeo del millonario.  -Genial, ¿Qué será entonces?-preguntó una vez más el camarero después de extraer un pequeño dispositivo electrónico de una funda de cuero. –Una deconstrucción de sopa de tomate- se decidió el ingeniero, haciendo que Pepper y el camarero intercambiaran una mirada estupefacta. Aquel plato tan poco elaborado sólo constituiría un insulto para cualquier chef de renombre, tal como era Emiliano Benedetti. Además, Tony no parecía tener en cuenta que debido a su posición social y a la reputación que precedía a su apellido esperaban que fuera un exigente sibarita. -¡Es una broma!- exclamó Virginia tras soltar una melódica carcajada. Lo que el camarero no vio fue como Virginia clavó la impoluta punta de sus Manolo Blahnik en la canilla del ingeniero. –Por supuesto, tomaremos la recomendación del chef-finalizó el protocolo con una amplia sonrisa, no sin antes dedicarle una mirada con cierto brillo amenazante a su acompañante. -Excelente elección, señorita. Una cata entonces-musitó el camarero dando el pedido por concluido tras realizar un movimiento circular en su pantalla de gel.