The prize of life. (Arturo Lizarraga y libre.) 25/2/2019

Un anciano bajó del avión recién llegado de Berlín con paso ligeramente vacilante. Apoyado en su bastón, con el viejo sombrero inclinado con elegancia y ese aire distinguido de aristócrata, parecía uno de esos anticuarios cuya ropa vale casi tanto como las piezas que están expuestas en su tienda. Andaría por los cincuenta y tantos años, con un pelo ralo y plateado como único adorno de su rostro, más allá de unos curiosos ojos azules intensos rodeados de arrugas y ensombrecidos por el sombrero Fedora color crema, a juego con el traje. Corbata de seda de Cachemira, camisa blanca impoluta y gemelos dorados completaban el aspecto de quien habría hecho morir de envidia a un gentleman británico. Pero sus rasgos eran más bien nórdicos, y esto quedó más patente aún cuando detuvo un taxi y pidió al conductor que lo llevara a una determinada zona del Bronx con acento alemán. Después de pagar y salir del vehículo, le dio tiempo a ver cómo el taxista miraba alrededor y pisaba a fondo, deseoso de salir rápidamente de ese barrio. Las calles parecían aún más miserables y vacías a su alrededor, por puro contraste. Sacó su reloj de bolsillo, y comprobó que no fuera demasiado tarde. Las siete y unos minutos, una hora más que aceptable para alguien de su edad, se dijo con una sonrisa. No era conveniente que una jovencita como ella anduviera sola por un barrio tan peligroso. Como si estuviera dando un paseo por el campo, caminó perezosamente por las calles, ignorando la nube de contaminación que manchaba el cielo o el hecho de que nadie le miraba raro a pesar de ser la zona más pobre de la Gran Manzana. Él sabía por qué. Esas casas y calles, esas personas, pertenecían al mundo de lo oculto. Y nadie se extrañaba de que un anciano adinerado caminara por allí, teniendo en cuenta que por la acera de enfrente podía haber un grupillo de demonios charlando. Aunque no mostraran su aspecto real en público por si algún humano no mago los veía, bastaba fijarse un poco en cada viandante para saber que pocos de ellos eran midgardianos.

No tardó en llegar a su destino: Un hotel situado en la margen izquierda de la calle. A simple vista, el edificio estaba abandonado, con las ventanas rotas y las paredes llenas de graffitis para nada agradables. La única parte que aún conservaba algo de vida era un local de pésima reputación. El letrero de luces de neón indicaba el nombre del establecimiento en letras rojas: "Red Velvet Club". El anciano pasó junto a una pintada, la silueta en negro de un hombre y una mujer fundidos en un beso, e iluminó con algo de energía mágica su mano antes de tomar el pomo oxidado de la puerta para tirar de ella. A través del umbral, el hombre no vió ningún club de mala muerte, sino una explanada  bañada por un sol rojizo que brillaba en un cielo color plomo. Sobre el suelo de tierra se alzaba lo que podría parecer un gigantesco mercado persa: Tenderetes de madera y tela mejor o peor construidos, carpas que podían contener un par de circos en su interior, e incluso tiendas de campaña de seda bordada pertenecientes a los grandes señores del comercio. Pero estas enormes construcciones de limitaban a unas pocas, juntas entre sí formando un círculo, como si quisieran protegerse entre ellas se la multitud de pequeños "negocios". Por llamarlos de alguna manera. Aunque el contacto que había hablado de aquel lugar a la asgardiana la había avisado de que era un lugar como para volverse loco, ella no estaba preparada para semejante explosión de colores, olores y sonidos. Había tomado sus precauciones, sin embargo. Tomar el aspecto de un venerable anciano era solo una de ellas. Otra era la colección de armas blancas distribuidas a lo largo de su cuerpo bajo la ilusión. No esperaba luchar, pero no sería la primera ni la última vez que se desataba una pelea en el Mercado de Nueva York. Cosas tan banales como el precio de cualquier cosa podían convertirse en excusa para declararse la guerra, especialmente cuando ambos enemigos tenían demasiado poder y ganas de hacer uso de él.

Quizás ella misma tuviera que recurrir a la violencia para conseguir   lo que buscaba, aunque la idea era ser lo más legal posible. Una serie de pajaritos le habían comentado que una gema de color azul muy brillante había levantado bastante interés en aquella zona del mundo, porque nadie sabía lo que era. El viejo Rajhid la había puesto a la venta, y de momento no había conseguido un comprador, aunque varios seres se habían interesado. Podían tener sus motivos, pero ninguno sería tan bueno como los de Dalae: Quizás la gema fuera el Teseracto, y si era así, tenía que hacerse con él antes que nadie cayera en esa posibilidad. Nadie la había tocado directamente al no saber de qué se trataba, así que era posible que sí que lo fuera.

Moviéndose como pez en el agua entre el gentío, el anciano alcanzó la tienda de Rajhid. Era una maltrecha tienda de campaña de color púrpura algo desteñida por el paso del tiempo, y el interior apestaba a incienso. El dueño estaba sentado en una silla tras una mesa que hacía las veces de mostrador, y dedicó una sonrisa desdentada al recién llegado. Su piel era cobriza y curtida, y tenía los cabellos negros largos y aceitosos. Nada en él sería demasiado extraño si no fuera por que miraba al anciano con tres ojos rojos. En una oreja llevaba un aro dorado, y en la cabeza un turbante celeste mal combinado con la ropa árabe verde, marrón y lila. Dió golpecitos en la mesa con garras que tenía en lugar de manos, y preguntó con voz melosa.

-¿Puedo ayudarle, caballero?

-Creo que sí. He oído que usted tiene objetos muy interesantes en venta, Herr Rajhid. He venido a comprobarlo por mí mismo. Mi nombre es Albert Scheider, a su servicio.-La ilusión sonrió cortésmente al comerciante, haciendo una breve inclinación de cabeza.

-Y yo al vuestro, señor. Dígame, ¿le interesa algo en especial?¿Algún libro, algún amuleto?¿O simplemente viene usted a ver qué puede ofrecer este pobre vendedor?-Su voz sonó complaciente, estaba acostumbrado a medir a sus clientes para adaptar su modo de venta al cliente. Desde luego, no era lo mismo vender armas encantadas a un cazador de demonios rudo y brutal que ensalzar un antiguo códice para que un hechicero lo comprara. La voz, los gestos... No eran los mismos, pero le habían dicho que ese taimado comerciante siempre había preferido ser alguien sutil y elegante, por lo que ahora se sentiría en su salsa.

-Me han contado unos amigos que hace un tiempo os hicisteis con una bella gema de color azul. ¿Podría verla? Me gustaría investigar su naturaleza.

Rajhid se pasó la lengua por los labios, bífida como la de una serpiente venenosa. Dalae desconocía qué clase de criatura era esa, pero podía adivinar que no era una precisamente decente. Desde sus cansados ojos de anciano, pudo ver cómo el ser hacía ademán de levantarse para ir en busca de la gema, antes de ser interrumpido por el susurro de una pesada cortina al moverse. Tras ella, entró en la tienda un hombre joven, tuerto y albino. Arturo, el piromante con el que Dalae se había encontrado varias veces bajo diversas formas. Pero no bajo esa, así que fingió no conocerlo, por supuesto.

-Por supuesto, señor. La tengo aquí guardada... Bienvenido, caballero. En un momento le atiendo.-Finalmente se incorporó del cálido cojín de terciopelo donde había estado sentado. Se dirigío a un estante sin hacer ruido con sus babuchas de tela sobre las antiguas alfombras persas, y tomó un cofre de madera con cierres de hierro. Volviendo hacia sus clientes, hizo un gesto con la mano hacia el centro de la tienda. Allí apareció una mesita baja de madera junto con tres sillones muy lujosos y anticuados, aunque en buen estado.

-Por favor, tomen asiento. ¿Les apetece beber algo?- Con otro gesto, hizo aparecer unas tazas de té ante los sillones. Esperó a que el albino y el alemán se sentaran para hacerlo él, y colocó el cofre en el centro de la mesa. "-¿Notas algo, Raden?"-Dalae preguntó mentalmente a su detector de energía mágica particular, por si acaso. "-No sé si es una gema, no he estado cerca de una nunca. Sólo puedo decirte que emite mucha energía... Pero es como si fueran interferencias, me cuesta detectar la magia de los otros objetos encantados de la habitación... Esto no es bueno."-Ni siquiera lo habían abierto, cuando otra persona más hizo su aparición."-Por todos los dioses... Creo que hoy es el día del viejo conocido. Como ahora entre Constantine por esa puerta, pensaré que es una broma."-Porque el recién llegado no era otro que Arión. No hacía ni una semana, Dalae había puesto en marcha su plan con él, escondida tras la máscara llamada Rydia. Y ahora lo tenía ahí, por una extraña casualidad del destino. Volvió a repetir el mismo proceso: Le saludó y se presentó como si no lo conociera de nada.

-Este debe de ser su día de suerte, Herr Rajhid. Tres clientes en apenas un rato no es algo habitual.-Entrelazó los dedos sobre el regazo tranquilamente, y dejó que sus ojos pasearan por los alrededores un poco. Ese lugar estaba atestado de quemadores de incienso encendidos, libros, pergaminos, bolas de cristal, y alguna que otra calavera pulida. -Ni se lo imagina, señor.-Rajhid se las arregló para abrir el cofre, a pesar de tener garras como de gárgola en lugar de manos humanas. Una luz muy blanca iluminó por un segundo la habitación, y la asgradiana pudo oír a Raden gruñir en el fondo de su cabeza. No confiaba en absoluto en Rajhid, y ella tampoco. Sabía de él que era un hombre con pocos escrúpulos relacionado con asuntos más bien turbios, pero poco más.

Parpadeó un par de veces, hasta que pudo ver con algo de claridad lo que había en el cofre. Una gema de color azul intenso, pero de forma irregular en vez de cúbica. ¿La caída desde el Bifrost había logrado romper el Teseracto? No parecía probable, pero la joven no era especialista en Gemas del Infinito precisamente.

-¿Dónde la consiguió?

Parecía que también Razor estaba interesado en comprar la gema. No como Dalae: No sólo no era el Teseracto, sino que además la perjudicaba. quizás alguien pudiera usarlo como arma contra seres mágicos, pero a la asgardiana no le merecía la pena en absoluto. Pero Rajhid no pareció advertir el desinterés del primer cliente que había entrado en su local, puesto que su cara deforme mostraba una expresión radiante, sólo rota por las sospechas de Arturo.

-Claro que es mágica, señor. ¿Por quién me toma?¿Por un farsante? La duda ofende, no sé si usted lo sabe.-Hizo un teatral aspaviento, y continuó hablando sobre cómo había encontrado la joya en el nido de una gigantesca criatura marina. No se lo creía ni él.

Razor intentó trabar conversación con Arión, y se llevó una sorpresa al escuchar la airada contestación, que confirmó lo que Dalae ya sospechaba: El atlante empeoraba con el tiempo, y a una velocidad de vértigo. Encima, tampoco estaba interesado en comprar nada, y ya se había levantado de su asiento para marcharse. Su rostro revelaba la tristeza más profunda, y quizás sería conveniente vigilarlo, por si acaso. No estaría de más observar qué negocios lo traían a ese lugar del mundo.

-Lo siento, Herr Rajhid, pero no me interesa algo que perjudica mi esencia de este modo. Le deseo suerte a la hora de encontrar un comprador.-Scheider se incorporó con cierta parsimonia de su sillón. Cambiaría de forma y así podría seguir tranquilamente a Arión por las calles, o quizás podría tomar la forma de Rydia... La pulsera comenzó a iluminarse levemente en su muñeca, preparada para transformarla en la  joven maga pelicastaña."-Raden, también necesitaré que vigiles un poco esta tienda. Quiero saber qué pasa aquí exactamente."

El sumo Mago estaba a un paso de la salida, cuando algo en el ambiente cambió drásticamente. Los quemadores de incienso empezaron a emanar un humo de color azulado, espeso y opaco, que en pocos segundos inundó la tienda."-¿Y ahora qué?"-Al anciano se le empezaron a entrecerrar los ojos, presa de un sueño pesado y repentino. La habían pillado por sorpresa. Y no tenía modo de salir de allí porque ahora, las paredes de tela del local más bien parecían muros de cemento. Se mareó, y cayó sobre la alfombra en un destello plateado.Con los ojos ya cerrados, escuchó otros dos golpes, uno tras otro: Dos cuerpos más derribados en el suelo. No fue consciente de ello, pero había completado la transformación sin querer. Rajhid esperó un par de minutos más para que los dos hombres y la ahora mujer se durmieran totalmente. Él era inmune a la Bruma del Sueño, y esa habilidad natural resultaba tremendamente útil. Haciendo alarde de una fuerza que no parecía posible en él, empujó su escritorio a un lado, y levantó la trampilla de madera remachada en hierro que había debajo. Se dió una palmada en la frente, como recordando algo, y agarró una tablilla de madera con un cordel. Caminó rápidamente hacia la puerta, y lo colgó por fuera, antes de arrastrar a los magos inconscientes al interior de la trampilla.

Dalae despertó un buen rato después. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero de lo que sí estaba segura era de que iba a arrancarle los ojos a Rajhid. Menudo dolor de cabeza, dioses. Abrió los ojos despacio, y parpadeó varias veces para acostumbrarse a la oscuridad reinante. Tras el brillo cegador de la gema, el cambio no era agradable en absoluto. ¿Dónde estaba? Trató de moverse, para darse cuenta de que estaba atada de pies y manos a un muro de piedra. Los grilletes de metal oxidado le hacían daño, y el aire apestaba. Movió la cabeza para ver mas allá, y un mechón de pelo castaño, casi pelirrojo le cayó sobre el hombro desnudo. Se había transformado en Rydia, y alguien la había dejado en ropa interior, además de atarla. Ese timador de tres al cuarto lo iba a lamentar, nadie la tocaba impunemente. Al final pudo ver lo que la rodeaba: Arturo y Arión estaban en un estado bastante parecido al suyo propio a su lado, y tanto sus ropas como sus objetos de valor y armas estaban cuidadosamente apilados, ordenados y clasificados en una mesa enorme y desvencijada. Entre ellas, el báculo aún transormado en daga. No lo oía, pero Raden estaría todavía más enfadado que ella. Debían estar en un sótano, pues no había ventanas, y la escasa luz procedía de una antorcha solitaria y alguna vela.


En el centro había una especie de altar de piedra, manchado en su superficie de sangre seca de algún sacrificio. En el extremo opuesto a donde estaban puestas sus pertenencias, había un pequeño laboratorio de alquimia. De ahí debía proceder esa peste, pensó Dalae al verlo.

-Ay... ¿Estáis bien?-Tenía la boca seca, y le costaba un poco hablar. Ninguno de los tres estaba herido, no al menos de manera visible. Rajhid entró entonces en su reducido campo de visión, mostrando la misma sonrisa mellada de antes.-¿Cómo se encuentran, dama y caballeros?¿Han descansado? Espero que así sea, puesto que los magos descansados son magos sanos, y la comida sana es mejor para mi amo... Por cierto, tengo que agradecerles su aportación: Pocos clientes van tan equipados como ustedes. Desde luego, venderé a buen precio todos esos amuletos.-Hizo un pequeño gesto con la cabeza hacia un lado.-¿Algún voluntario, o directamente las damas primero?

En un rincón de la mazmorra, una forma oscura pareció removerse, y el ruido de su estómago al rugir de hambre fue claramente audible.

Rajhid sonrió complacido al oír que el albino se ofrecía, y tomó un athame de la mesa. El cuchillo grabado de runas comenzó a centellear en su mano izquierda, sediento de sangre mágica. Pero en ese preciso momento, las cosas se torcieron para el humanoide, que vio su fea cara consumida por las llamas. Profirió un grito agudo y distorsionado, y retrocedió tambaleante para caer en las manos de Arión. La verdad, Dalae no había esperado que el atlante peleara así cuerpo a cuerpo, pero en escasos momentos se había deshecho del comerciante limpiamente. Ahora que podía observarlo mejor, Dalae reparó en las cicatrices que lo cubrían. No recordaba haberlo visto malherido, como sugerían esas marcas.

La bestia se removió en su escondite, y Dalae pudo apreciar una garra huesuda, del color de los cadáveres, arrastrándose por el suelo. ¿Qué era eso? Seguro que nada bueno. El atlante alcanzó la mesa, y aprovechó el lento tiempo de reacción de la fiera para recoger sus cosas. Con sus poderes de nuevo activos, transformó las cadenas que ataban los miembros de Rydia a la pared en agua, y le lanzó la daga que contenía a Raden. Ignoró los furibundos comentarios del lobo, y transformó el cuchillo en un bonito báculo de madera, lleno de energía luminosa en un extremo. Por el rabillo del ojo vió cómo Arión se lanzaba con una espada hacia la criatura en la sombra, y le habría dado de pleno... Si no fuera por que ya no había nada allí. El ser debía de haberse teletransportado, ya que apareció tras el mago atlante. Una antorcha iluminó su figura, de más de tres metros de alto.

-¡Cuidado!-Dalae fue más rápida que el ser, y levantó un escudo para parar el zarpazo que de otro modo habría rasgado la espalda de Arión. La criatura volvió sus ojos vacíos hacia los magos con un siseo amenazador, y giró sobre sí misma a toda velocidad, lanzando hacia todas direcciones algo que la asgardiana esquivó agachándose en el suelo. Volvió la cabeza justo a tiempo para ver que el proyectil se clavaba profundamente en la pared. Parecía una especie de hueso carcomido, y destilaba un líquido negro muy espeso que probablemente fuera venenoso o corrosivo. De hecho, un poco de ese líquido había salpicado el techo, derritiéndolo hasta el punto de permitir el paso a unos finos rayos de luz solar.

-¿Sabeís qué es esto o algo?-El monstruo se teleportó cerca de Arturo, quien le hizo frente, y Dalae aprovechó la ocasión para echar mano de su espada. Esa cosa tenía que tener alguna debilidad... Y sería mejor encontrarla rápido, puesto que ese ser había derribado de un golpe una de las columnas, tratando de hacerla caer sobre Arturo. Si no lo detenían, era capaz de hacer que el techo les cayera encima. Dalae hizo surgir unos tentáculos de hielo para aferrarlo, que tomaron la apariencia de cadenas, pero el demonio las rompió a tirones, y se aseguró de que los fragmentos de "metal" cayeran sobre Arión.

CCO:

"-Un demonio... Se llama Abbadon. Si quereís salir enteros de aquí, lo mejor será que le de la luz del sol. " Dalae tenía una desventaja, jamás se las había visto con demonios. Pero por suerte, tanto Raden como sus dos acompañantes sí lo habían hecho. Maldita inexperiencia... Arión derrumbó parcialmente el techo para intentar que el ser fuera alcanzado por la luz, mientras Arturo trataba de acorralarlo usando una columna de fuego. Pero Abbadon se teleportó a un rincón aún sumido en la sombra para recomponerse. Habitualmente sólo tenía como presas seres mágicos demasiado jóvenes, heridos o dormidos como para suponer un problema. Pero ese trío de hechiceros se lo ponían más difícil, y el hambre lo aguijoneaba, haciéndolo más atrevido. No tardó en disparar más dardos de hueso, que Dalae paró con un escudo de hielo. En un momento de inspiración, se dió cuenta de que la luz solar se reflejaba en la superficie helada y pulida como si de un espejo se tratara. Inclinándolo con cuidado, dirigió un rayo de luz hacia el cuerpo de la criatura, que chilló de dolor mientras su carne humeaba. Con un último esfuerzo, Arión acabó de derribar todo el techo con magia. Los escombros golpearon al aturdido demonio, y el sol perpetuo que iluminaba el Mercado Troll lo redujo a cenizas grises.

-¿Estaís bien?-El último derrumbamiento había levantado una nube de polvo. La asgardiana tosió un poco, y se dirigió al lugar donde Rajhid había dejado su ropa. Ahora, fuera de peligro y sin la tensión que le permitía centrarse únicamente en sobrevivir, se dio cuenta de que enseñaba bastante más de lo debido, y muchísimo más de lo normal. Quizás la mayoría de las hechiceras asgardianas usaran sus "encantos" como un arma más, pero en su caso no era así. Vamos a ver, que siempre que tenía que salir a algún asunto lo hacía con una armadura, no con un vestido que dejara ver bien su cuerpo. Y ahora mismo moriría por tener aunque fuera un vestido. Sabía de sobras que lo que los chicos veían era a Rydia, pero le daba igual: Ella también estaba en ropa interior de verdad bajo esa ilusión. Enrojeció, y se apresuró a vestirse. Reparó entonces, ya tapada por una camiseta bastante sencilla y poco llamativa, que esas marcas en el cuerpo de Arión eran de verdad cicatrices. Cortes rectos, poco profundos. ¿Serían... Latigazos?¿Cómo se los habría hecho? Acabó de ponerse el pantalón, muerta de vergüenza. Tampoco creía que fuera buena idea preguntar así como así. Es decir... Eran heridas, alguien le había hecho daño, y muchas personas no solían querer hablar de esas cosas. La asgardiana se había criado entre guerreros, y le había ocurrido más de una vez que alguien se enfadara al preguntar sobre una cicatriz en particular. Volvió a armarse en silencio: La espada en el cinturón, los cuchillos en la bota, el cinturón y bajo la camiseta... Y el báculo metido en su funda, sujeto con una correa en su espalda. No muy lejos, Arturo y Arión se vestían igualmente, ajenos en apariencia a todo esto.-Tendremos que ir buscando la salida... Creo que estábamos bajo la tienda de Rajhid. No debe ser ser difícil volver a la superficie.

La hechicera se mantuvo apartada de la bola de fuego desde que fue creada. No es que produjera un calor insoportable ni mucho menos, pero esa reacción fue más bien instintiva. Ninguno de los dos hombres pareció notarlo, y de este modo se pusieron en marcha. A Arión le costó apenas unos instantes abrir la puerta, dejando vía libre para entrar a una galería de piedra. El techo abovedado les devolvía el eco de sus pasos en la oscuridad absoluta. Seguramente Rajhid tuviera una especie de visión nocturna, puesto que se notaba que ahí nadie había encendido una mísera luz en siglos. Los braseros desvencijados se agazapaban en los rincones, llenos únicamente de cenizas viejas. Algunas telarañas pendían como ruinosos estandartes del muro, cargadas de polvo. En un momento dado, llegaron a una encrucijada. Al frente, el camino seguía totalmente recto y sin obstáculos, pero también se abrían dos corredores algo más estrechos a los lados. Como un autómata, Arión enfiló por el camino de la izquierda sin decir una palabra. El nuevo Arión resultaba ciertamente siniestro, tan sumido en sus pensamientos. ¿Sería todo culpa de la maldición, o había algo más? Porque aquello era culpa de Cráneo Rojo, y aunque Dalae participaba en sus planes de acuerdo a un pacto entre su maestro y el líder de HYDRA, rara vez conocía todos los detalles o las partes que no le concernían. Aunque últimamente hubiera ganado puntos gracias a su actuación en la operación Luthor, no dejaba de ser una agente externa a la organización. Y encima HYDRA no simpatizaba especialmente con todo aquello que no fuera humano.

Un ser repulsivo apareció de una grieta, albino y del tamaño de un ratón pequeño. Alzó la deforme cabeza llena de tentáculos y colmillos, listo para clavárselos a Dalae. Pero ella estaba tan concentrada en lo que pudiera haberle ocurrido a su presa que lo pisó sin darse cuenta siquiera. Como resultaba imposible entablar conversación con el Sumo Mago en estos momentos, ella ni lo intentó. Lo peor que podía suceder era que uno de los magos más poderosos del mundo entrara en un ataque de furia destructiva. Pero el silencio se hacía muy incómodo, así que Dalae optó por conversar un poco con Arturo. Dentro de no demasiado, le haría una visita de negocios que cambiaría el curso de los acontecimientos. Pero no debía adelantarse. Lo primero era salir de aquel antro, y hacerlo a ser posible con una buena relación con sus dos acompañantes.

"-Ya casi estáis."-Tras muchos otros cruces de caminos, galerías inundadas o rotas por grietas tan profundas que su fondo se perdía en la oscuridad, llegaron a una puerta cerrada con un sello mágico. Un brillo amarillento surgió de la palma de la mano de Rydia, y ella la apoyó en el portalón de madera. Quizás su magia no fuera tan impresionante a ese nivel, pero sabía algunos trucos útiles, y el sello de Rajhid era bastante flojo. No pensaba que realmente alguien llegara hasta ahí con vida.

-Bien, veamos lo que guardaba esa cosa.-Al otro lado había una especie de almacén lleno de estanterías. El caos reinaba por doquier, entre los pergaminos apilados entre las mandíbulas de la calavera de una serpiente marina o las gemas descascarilladas en un saco. Sólo sería cuestión de rebuscar, y en el caso de Dalae, observar lo que ocurría.

Al fin, una puerta con seguridad magica se hacia notar, yo creyendo que Arion romperia el sello pero resulta que Rydia fue la que nos permitio el paso, el atlante debio sentirse algo cansado como para no hacerlo por si mismo. Ahora la tienda nos da la bienvenida con el incienso aun rodeando el local, las estanterias llenas de una diversa variedad de artefactos magicos, pergaminos, algunas joyas, mascaras que te siguen con la mirada  entre otros fetiches magicos, me pongo a buscar mi principal interes, si la gema que interfiere la magia, veo varias cajitas y me tardo un par de minutos hasta encontrarlo--ahi estas «Quien se va a Sevilla perdio su silla»--lo digo en español mientras abria la caja--«y quien fue a Aragón se la encontró»--la contemplo unos segundos para confirmar su capacidad y en efecto mis tatuajes empiezan a enloquecer, la cierro para que no moleste a mis acompañantes en este hurto de botin al que ya estoy acostumbrado a hacer de vez en cuando. Muy bien, solo queda por revisar las demas cosas, me agarro un par de pergaminos con bestiarios, hechizos y circulos magicos, esto ultimo es casi lo unico que puedo hacer en lo que respecta a la magia, lo demas servira para orientarme mas en como funciona el mundo secreto de Omega, que mas puedo llevarme.....¿una varita de Sauco? naahhh soy mas muggle que otra cosa, de todos modos no sabria a quien venderselo y no arrepentirme, ni Arion o Rydia parecen necesitarlo. Uhhh una brujula, ¿what? no funciona, de seguro es para estafar por ahi lo dejo, ay algunas pociones pero como no estan etiquetadas mejor ni las toco, mmm ¿que mas? ¿que mas? ya se, dejame buscar.....¡ja! ya te encontre, una lista de clientes y contactos, esto podria ser muy util a futuro.

Muy bien, creo que no hay nada mas de valor, ¿creen que debamos quemar la casa?--lo pregunto, la mayor parte de los articulos o son magicas de baja calidad o son para estafar y cualquiera de las 2 cosas podria ser malo para los demas que quisieran hurtar (que de seguro lo haran cuando noten que la lagartija no ha salido en mucho tiempo)--en cualquier caso, creo que ya tuve mi dosis diaria de locuras y atentados de asesinato por hoy, me voy, nos vemos en otra ocasion...--doy un vistazo a Arion--mas agradable--si nadie tiene nada mas que decir, no veo conveniente seguir aqui.

La asgardiana no tardó mucho en inclinarse sobre un cofre de aspecto antiguo y devencijado. Si escuchabas con atención, podías oírlo: Susurros, gritos ahogados y llantos. Sonrió de manera casi imperceptible, y se arrodilló junto al arcón. Con un roce de sus dedos, el pesado candado cayo al suelo, levantando un poco de polvo. Una vez retiró la tapa, pudo contemplar el preciado tesoro que contenía: Una docena de botellas de vidrio de variadas formas, colores y tamaños, pero todas con un contenido similar. Almas. Se arremolinaban como niebla empujada por la brisa dentro de sus prisiiones de cristal, dejando entrever los rostros de lo que alguna vez fueron. Los ojos vacíos de un joven silfo la miraron, llorando sin lágrimas, cuando alargó la mano y tomó el recipiente entre los dedos. Le dió vueltas, contemplándolo entre fascinada y asqueada. No era partidaria de la nigromancia, pero conocía a alguien que apreciaría sinceramente un presente como aquel. Introdujo los frascos uno a uno en la bolsa que pendía de su cadera, repartiendo su atención entre lo que estaba haciendo y la disimulada observación de sus compañeros de aventuras. Arión examinaba concienzudamente cada rincón de ese alijo mágico, exactamente igual que arturo, quien había tomado consigo la gema. Esa cosa podía ser peligrosa tanto para el atlante como para ella, lo sabían bien. Pero había algo que los diferenciaba en ese aspecto: A pesar de estar en manos del albino, Dalae tenía control sobre su uso. O quizás sería más correcto decir que lo iba a tener. Había trazado grandes planes para Arturo, y esa piedrecita sería la que descompensara la balanza a favor de su causa.

Con cuidado de que arión no se percatara de lo que había hecho con esas pobres almas (Dalae ya sabía de sobras que detestaba todo lo relacionado con la magia negra y no quería enfadarlo, después de todo), se incorporó, echando un vistazo alrededor. Tomó entre las manos algunos frascos de pociones, cuyas etiquetas estaban escritas en diversos idiomas midgardianos. Gracias a los dioses, ella podía leerlos. La mayoría eran venenos letales, aunque también pudo encontrar diversos ingredientes valiosos que podían resultarle útiles. Completó la recolección con algunos manuscritos, y se volvió hacia sus acompalñantes.

Lo primero que le saltó a la vista fue que algo le ocurría al Sumo Mago. Parecía no sólo incómodo, sino también... Como si algo lo reconcomiera por dentro. No podía ser la piedra, a ella también le afectaba y se encontraba bien... Arturo pareció no darse cuenta, así que Dalae intervino en nombre de los dos.

-Eso llamaría demasiado la atención, Razor. Y estamos en el subsuelo del Mercado: Si demolemos esto, se hundirá, y con él parte de la superficie. No, si alguien entra aquí que lo haga por su cuenta, no es nuestro problema.- Entonces Arión se fué usando un pentagrama, como si tuviera prisa por alejarse de allí, o de ellos, dejando a rydia algo perpleja. Tenía que investigarlo, era muy importante para ella saber todo lo posible acerca de cómo evolucionaba el atlante. Cualquier detalle podía echarlo todo a perder sin remedio.

-Si me disculpas... Es hora de que yo también me marche, antes de que alguien se de cuenta de lo que ha pasado aquí y surjan más problemas.-Escuchó también una voz en su cabeza:"-O antes de que anochezca. Niflheim de noche asustaría hasta al más valiente, y no es buena idea quedarnos mucho tiempo estas almas. Cuanto antes se las demos a Hela, mejor."-Rydia salió por el pasillo, y llegó hasta la cámara donde había estado el demonio. Aprovechó el agujero del techo para salir volando, y planeó sobre el Mercado hasta llegar a una de las salidas."-Y también habrá que hacerle una visita a nuestro amigo Arión, cuando esté más calmado. Y una más a Arturo, ya es la hora."-Aterrizó con cuidado, y retomó la forma del distinguido caballero alemán para volver a ese sucio y decadente barrio de Nueva York. Ese paseo había valido la pena.