Un plan inesperado (7/5/18, Rebecca Logan-Penguin)

El pobre Oswald estaba pasando verdaderamente un mal rato. Que triste tener que andar vestido de traje cuando podría llevar una cómoda camisa de algodon de tirantes, igual que la suya. Era fresca, ventilada, y combinada con el Whisky no le hacía pasar ningún calor, salvo, claro está, el que le daba el licor. El Pingüino repasó el plan, desabrochándose los botones de la camisa. Dibujó una media sonrisa divertida, y volvió a darle un tiento a su vaso, haciendo entrechocar los hielos y el cristal al menearlo, con cierta sorna.

- Tendrán que encargarse un par de chicas, me temo. Porque a esas horas tu y yo estaremos disfrutando de un maravilloso cóctel de gambas en el convite. - dijo, para luego añadir una risa. Aunque el plan no era malo. Si su prolongado contacto con Poison Ivy le había enseñado algo, era que con un estímulo suficiente se podía conseguir cualquier cosa de un macho. Aunque le Sheriff ni se planteaba ese modo de hacer las cosas. No. Lo suyo era ejercer la lay. SU ley, y hasta el momento le había funcionado. No hay motivos para arreglar lo que está roto.  - Dejame eso a mi, Oswald. Yo me encargo.- añadió, quitandole importancia a esa parte del plan.

Lo difícil sería conseguir interceptar el furgón, y sobretodo, robar la pieza de arte y mantenerla en lugar seguro hasta que pudiera hacerse con ella. Aunque por el momento tampoco convenía pensar mas de la cuenta. Llevaba ya un par de Whiskys encima, y sabía a ciencia cierta que continuar ultimando mas allá de eso, sin haber permitido que Oswald hiciese su parte y hablando de yesca mojada, no acabaría en ningún sitio. Lo que si hizo él muy acertadamente fue sacar el tema del cuándo y el cómo, algo que ella estaba a punto de pasar por alto en el paseo hacia el fondo de su vaso.

- La ceremonia es a las doce de la mañana, pero tendremos que estar a las once para la recepción de invitados. Luego nos tomaremos las fotos de la boda, y después el convite. Mi padre enviará una limusina a recogernos al rancho a las diez y media. Te dejaré abierta la verja para que puedas pasar con el coche. No te quedes fuera, llama. - seguro que para él era un mal trago vestir tan elegante y tener que esperarla sintiendo como el carísimo traje se le llenaba de polvo.

Lo normal en cualquier mujer hubiera sido tener una consecuente crisis te histeria sobre qué iba a ponerse, cómo y cuándo. Ella no tenía ese problema. Tenía toda una buena colección de ponchos, vaqueros, botas, camisas y chalecos. Seguro que encontraría algo que ponerse, y lo que llevara pingüino, sinceramente le importaba poco. Sólo había que mirarlo para saber que iría bien vestido.

- Lo que me recuerda...- dijo, tras acabar su copa. Se metió un hielo en la boca y los masticó con un crujido, notando los nervios de sus dientes. Era una sensación muy placentera, con un punto de dolor. - Si el Whisky no te ha dado flojera en las rodillas, levanta el culo del sofa. Tenemos que practicar.- insistió la vaquera, levantándose con rapidez. El alcohol le hizo sonreír, y tener los miembros sueltos, pero estaba aún en plenas facultades. Se plantó frente el hombre de negocios refinado y dió un par de golpes impacientes con el pie. - ¡Vamos, levanta! ¿Sabes bailar, o no?- le urgió la vaquera, animada.

Su abuela estaba muerta, así que le tocaba a ella iniciar el baile inaugural. La novia bailaría con su padre, y la Sheriff con el suyo. Luego, ambas parejas serían "arrebatadas" en un tópico horrendo de todas las bodas, dejando libres a los novios para bailar entre ellos. Oswald era su acompañante, así que llegado el momento, tendría que interrumpir su baile con su padre. Por no decir, además, que se vería obligado a bailar al menos una de las numerosas piezas tejanas que interpretaría la dichosa orquesta. No era algo opcional. Menos mal que en eso, la vaquera era toda una maestra. Le enseñaría rápido. Tampoco le hacía falta que fuera Cotton Eyed Joe.

(Si algo no te parece bien dímelo y lo cambio, que tal vez me he pasado un poco ^^UUU)

Al parecer había metido la pata al organizar el plan de robo. No había tenido en cuenta los horarios de la ceremonia, aunque tampoco había sido informado de ellos previamente. A pesar de todo, sabía que había hecho el ridículo ante su socia, y no dudó en presentar sus disculpas.

-Vaya... Mis disculpas querida, debí haber supuesto lo de las gambas... -¿En serio? Sí... en su estado no era capaz de pensar en una respuesta más elegante. Ahora mismo sólo podía tratar de no pasarse de "natural" con la muchacha, quién de repente se levantó. Aún apoyado sobre su mano, atormentado por la migraña y el calor, Oswald la siguió con la mirada hasta que dijo:

-Si el Whisky no te ha dado flojera en las rodillas, levanta el culo del sofa. Tenemos que practicar. ¡Vamos, levanta! ¿Sabes bailar, o no?

Cobblepot se quedó paralizado. Su ebriedad desapareció casi al instante, dando paso a una palidez poco habitual en su rostro. Bailar... Claro que sabía. Era la experiencia más odiosa que había tenido en toda su vida. En su mente se agolparon de pronto los recuerdos, los miles de desgradables recuerdos relacionados con el baile... En su infancia cuando ninguna compañera de clases de baile quería ser su pareja en los ensayos, teniendo que bailar con la profesora acompañados por las risas burlonas de sus compañeros, en el instituto, cuando en el baile de fin de curso se quedaba solo, o en el de graduación, cuando creyó que Allison, la chica más popular de su clase, le había dejado una nota para ser su acompañante y resultó que sus amigas le habían gastado una broma para humillarlo, en la facultad, cuando toda su promoción le invitó a una fiesta salvaje y le hicieron creer que era el rey de la pista, sólo para descubrir que en realidad todos comentaban lo ridículo que se veía dándolo todo... Sólo recordarlo le hervía la sangre, ¿Y ahora la ranchera le pedía que lo hiciera? No podía ser verdad... Podía imaginar a toda esa tropa de paletos tratando de aparentar elegancia riéndose a su alrededor, acompañados por ella...

Un destello de ira intensa iluminó sus ojos, clavándolos en la despreocupada mirada de la vaquera. Se levantó con una sonrisa en los labios y se acercó a ella con los brazos abiertos, en actitud amistosa. Un instante después, en un rápido gesto, tumbó a la chica en la butaca y la inmovilizó con una llave de judo. En otras circunstancias jamás hubiera hecho algo así a una dama, pero ahora mismo el elcohol y el rencor nublaban su razón. Con esa terrible faz que el Pingüino solo mostraba a sus víctimas, comenzó a hablar en un tono tan frío que apenas tenía vida, y acabó mostrando su espantosa dentadura serrada casi gritando:

-Lo siento de veras vaquera... siento muchísimo tener que hacerte esto, pero no puedo... no puedo, ¡NI QUIERO BAILAR! Si tú y tus amiguitos queréis un bufón, por mí podéis colgar a tu padre como una piñata y freírlo a tiros al estilo tejano, o largaros a quemarle la casa a algún moreno disfrazados del Ku klux clan, pero Oswald Cobblepot no será vuestra diversión, ¡¿LO HAS ENTENDIDO?!

La contempló unos instantes. Tan cerca, tan perfecta... tan rastrera.

-¿Por qué me haces esto, eh? De veras te creía una persona diferente, alguien digno de confianza, y vienes a mi casa a pedirme... que baile.

La furia había hecho que su migraña aumentase, y llevó de nuevo una de sus garras a la frente aquejado por la misma, sin reparar, debido a la embriaguez, en que acababa de liberar uno de los brazos de la vaquera.

Oswald se levantó, con los brazos abiertos, pero la vaquera tuvo una extraña sensación, quizá un presentimiento. Puede que fuera algo que leyó en sus ojos antes de ir hacia ella, pero eso no impidió que la pillara un tanto desprevenida lo que sucedió a continuación. Con una estudiada llave, barrió sus piernas empujándola contra el sillón, y la inmovilizó allí, tirándosele encima. Su sombrero cayó al suelo con un “pat” de lo más liviano, mientras la sujetaba contra la butaca, con la cara muy cerca y una expresión maníaca, chillándola.

Mal hecho, Rebecca. Muy mal hecho. A veces viene bien que la vida te de ese tipo de recordatorios, de la misma manera que pasaba su día a día en guardia de cualquier cosa que pudiera pasar, no siempre podía actuar para prevenirlas. Sobre todo cuando la situación no presentaba un potencial peligro. Aquella salida de tono por parte del pingüino le recordó la frase que ella misma solía decir: “Hasta un caballo entrenado puede pisotearte, si la ocasión es la adecuada”. Aunque si debía ser sincera, tampoco esperaba que un pomposo del calibre de Oswald tuviera idea de defensa personal, o de lo que fuera que le había hecho para abatirla. Tenía más fuerza de lo que parecía, pero era más importante el hecho de que no había contemplado la posibilidad de que un hombre como él pudiera hacer algo así, y eso era un descuido inexcusable que la Sheriff tomaría muy en cuenta para el futuro.  De eso podía estar segura. No volvería a pasar.

Clavó sus ojos en él, contestando hielo con más hielo. Sus ojos entrecerrados, mientras esa boca de dientes de sierra escupía todo un registro de insultos. Trató de recibir aire en sus pulmones, le llegaba el olor a whisky de su aliento, sin dejar de mirarle directamente a los ojos. Entonces, él levantó la mano para ceñirla a su rostro y ella encontró su oportunidad. El dorso de la mano impactó en la rolliza mejilla de él, con una fuerza que daba la impresión de poder frenar el topetazo de un toro. El sonido rebotó por la habitación, durante un segundo de silencio. La expresión de la Sheriff era, si cabe, aún más severa de la que él había adoptado.

- ¿A esto te reduces con un par de Whiskys encima?- preguntó. No pudo evitar que cierto desprecio despegado entonara esas palabras
- No se te ocurra levantarme la mano, Oswald. El último borracho que se atrevió a hacerme eso se levantó de la cama con una puñalada en la pierna. - su tono se volvió duro, como el acero de sus pistolas. - No te comportes como el ganado, o me obligarás a tratarte como tal.- murmuró, acercándose esta vez ella a él, agarrándole por el pecho de la camisa, hasta que se pinchó con su nariz. Sus ojos eran más mortales que cualquier bala. - ¿A qué tienes miedo? ¿A qué te humillen? ¿No lo haces ya bastante con este comportamiento?- al decir eso apretó los dientes, y luego, con un ademán, apartó al pingüino de su camino, levantándose de la butaca.

Se aproximó con su paso cadencioso hasta el lugar en el que reposaba su sombrero en el suelo. Se agachó a cogerlo, y lo sacudió, como si al caer se hubiera ensuciado. Un lado de su labio se había arrugado en señal de desdén.

- Me has insultado. A mí y a mi inteligencia, con lo que has insinuado. - hizo una pausa - Creí que éramos espíritus afines.  Tu participas de todo el circo de trajes, lujo y champán, pero te consideraba un hombre que, como yo, no se deja llevar por lo que otros han establecido. Un pionero. - dijo, antes de mirar el sombrero durante unos segundos, para desviar sus ojos a la estrella de Sheriff. - Es obvio que debí ver más en ti de lo que hay. - añadió, ladeando la cabeza, y mirándolo por encima del hombro, aún de espaldas a él.

Con un ademán firme, volvió a colocarse el sombrero. Se dio la vuelta, haciendo resonar las espuelas en el proceso, y se plantó frente a él con una pose propia de los contendientes que han acudido a un duelo a muerte. Aquello podía salirle caro a la vaquera, pero nunca había dejado que nadie sobrepasara los límites, y Oswald no sería el primero.

- Si tú no quieres bailar conmigo en la ceremonia, no tienes que hacerlo…- consiguió darle una extraña entonación a la palabra, responsabilizando al pingüino por sus decisiones - Seguro que habrá algún HOMBRE que quiera. - igual que con la anterior palabra, esta vez “hombre” sonó tan grande, tan amplio en su boca, que parecía una aspiración difícil de alcanzar. Al menos, hizo que conseguir dicho rango a ojos de la Sheriff sonase prácticamente imposible.

Era una persona estricta, rígida en su ley. Pero aquellos que se habían ganado sus favores también tenían la opción de equivocarse. Oswald lo había hecho, y la vaquera, tras el correctivo adecuado, podría perdonárselo. Eso sí, no más de una vez.

- ¿A qué tienes miedo? ¿A qué te humillen? ¿No lo haces ya bastante con este comportamiento?

Aún sentía la picazón de la bofetada de la vaquera en la mejilla. El dolor del golpe había hecho que olvidase por completo la migraña producida por la borrachera, pero había cosas que dolían mucho más que el simple dolor físico...

- Me has insultado. A mí y a mi inteligencia, con lo que has insinuado. Creí que éramos espíritus afines.  Tu participas de todo el circo de trajes, lujo y champán, pero te consideraba un hombre que, como yo, no se deja llevar por lo que otros han establecido. Un pionero. Es obvio que debí ver más en ti de lo que hay...

La verdad. La verdad siempre era el instrumento de tortura más salvaje y despiadado, y aquéllas palabras estaban plagadas de ella... ¿Qué demonios había hecho? ¿Cómo podía haberse dejado llevar por la furia de esa manera por una simple invitación a bailar? "Qué inmaduro Oswald..." Y todo por esas malditas personas... Esa escoria que le había mirado con asco toda su vida... Nadie iba a volver a humillarle sin pagar un precio, ¡NADIE! Sin embargo... ella no le había mirado así nunca. Ni siquiera asomaba una mínima mueca de disgusto cuando se le acercaba, cuando bebían o comían juntos, jamás había puesto esos ojos que con disimulo buscan distraerse en otra parte mientras su garra sostenía alguna de sus manos para besarla. La cabeza iba a estallarle de dolor mientras veía a la vaquera abandonar el sillón y recoger su sombrero con el más digno de los aires. Era un completo imbécil, un idiota de lo peor... Ella era una de sus socias más rentables, la única mujer en kilómetros que utilizaba sus neuronas para algo más que contar dinero, y acababa de tomarla por esa misma basura hipócrita que deseaba limpiar a golpe de lanzallamas de su vida. Se medio incorporó en el asinto viendo a la ranchera aún de espaldas. En otras circunstancias habría sido una vista más que excelente, pero ahora mismo suponía un panorama desalentador, que empeoraría si no hacía algo pronto.

- Si tú no quieres bailar conmigo en la ceremonia, no tienes que hacerlo… Seguro que habrá algún HOMBRE que quiera.

No había arma en el mundo más afilada que aquélla palabra en labios de la sheriff. Ese tono de voz helado y culpabilizador estaba lacerando el ánimo de Oswald como un látigo experto, y se lo merecía... Pero no estaba dispuesto a que nadie pusiese en duda su hombría. Se había topado con muchos ejemplos de cómo no ser un hombre en esta vida, entre ellos Tucker Cobblepot, su propio padre, y sabía de sobra qué debía hacer para no parecerse a tales cretinos. Se levantó pesadamente y caminó hasta estar delante de la furiosa vaquera, a la que sostuvo la mirada unos minutos antes de echarse a reír.

- ¡GWAH GWAH GWAH GWAH! Te deseo suerte encontrando a ese hombre entre vuestros invitados querida, porque estoy seguro de que muchos lo parecerán por fuera, pero no encontrarás ni uno que sea suficientemente hombre para hacer esto... -Intentando no perder el equilibrio, se apoyó sobre una de sus rodillas y cogió la mano de la vaquera. Postrado frente a ella, ligeramente cabizbajo y sin dejar de mirarla, cosa que desde ese ángulo, daba un matiz intenso a su expresion, prosiguió con voz pausada- Yo, Oswald Chesterfield Cobblepot, admito mi culpa al haber acusado injustamente de los mismos pecados de la escoria de ciudad, a la brillante dama que tengo enfrente, asumiendo por tanto el papel del pésimo anfitrión que he demostrado ser, además de un maldito idiota desconsiderado que no sabe tratar a una mujer tan espléndida como se merece, y por todo ello, miss Logan, le ruego me disculpe. Como usted dijo, merezco ser tratado como el ganado.

Cerró los ojos permaneciendo a la espera de la reacción de la vaquera, bajando la mirada al suelo. Para muchos tal vez ese acto no era nada extraordinario, otros incluso lo tildarían de ridículo, pero precisamente de una dama, su madre, aprendió que nada es más difícil que aceptar nuestros errores, pedir perdón y tener valor para no ser disculpado.

Sus ojos azules siguieron todo el recorrido del pingüino desde el momento en que entró dentro de su campo de visión periférico. Antes de eso, quienes se habían encargado de ubicarlo eran su sentido del oído, y más sutilmente, el olfato. El fino empresario se plantó delante de ella con paso decidido, pero el el rostro de la vaquera apenas se podía leer nada, pues se había encasquetado el sombrero de manera que su mirada quedaba oculta por una sombra fría que otorgaba a su rostro aún más dureza de la que había mostrado hasta ese momento. Su cuerpo se mantenía firmemente afianzado sobre la moqueta, en una posición que no era defensiva. Mostraba una postura claramente dominante, que la hacía ver indómita y decidida.

Esperó con sus cinco sentidos puestos en no volver a dejarse sorprender en cualquier reacción que Oswald pudiese tener en su contra, por haberse atrevido a responder el fuego, con fuego. Cuando se rió, ella entrecerró los ojos adoptando una expresión mortífera, que él no fue capaz de apreciar, y entonces, con una peculiar arrodillada, le pidió disculpas desde el suelo, mientras sostenía con una de sus manos la de ella.

Durante unos segundos interminables se mantuvo impertérrita. Luego, arrebató la mano de la del pingüino, con un rápido gesto, se agachó inclinándose hacia delante y le sujetó por la nuca, volviendo a separarles tan solo la distancia de sus narices al chocar. En aquella incómoda postura permanecieron los dos un lapso de tiempo mínimo, que habría permitido entrever la brillante mirada azul de la vaquera bajo la penumbra del ala del sombrero.

- ¿Y cuanto lo lamentas, Oswald?- preguntó la Sheriff, como si no creyera del todo lo que había llegado a sus oídos. Sus ojos pasearon durante un instante por el rostro del hombre, contemplando esa boca plagada de dientes de sierra, para volver a clavarse inquisidora en sus ojos - ¿Lo suficiente como para transformar toda esa palabrería en hechos?- preguntó entonces. Soltó a Oswald y se incorporó, dando un paso atrás, y extendiendo una mano hacia él, palma arriba. - Si lo estás, déjame hacer lo que mejor sé hacer con el ganado...- añadio, esperando que le estrechara la mano para ayudarle a levantarse del suelo.

Si finalmente aceptaba esa mano, el tirón que recibiría sorprendería a cualquiera por su fuerza. El trabajo del rancho no sólo la mantenía en plena forma, si no que además le había proporcionado un excelente tono muscular que era apreciable bajo la bronceada piel dorada, en cuanto hacía fuerza o tensión en cualquier tipo de trabajo físico. Al hacerlo, aprovechó el impulso para quedar pegada a escasos centímetros de él. Una mano reposó sobre su hombro, firme, pero mucho más delicada de lo que cabría esperar de una mujer de su calibre. Intercambió una segura mirada con Oswald, antes de dedicarle una media sonrisa.

- Mandar. - finalizó, antes de obligarle con un movimiento avasallador a dar un paso atrás, y calculando con ese primer paso errático la distancia de sus piernas. Era muy cómoda para ella, puesto que él era bastante bajo. No suponían mas que pasos cortos, pero tenían que pillar el ritmo ambos, y suplir los problemas que podían derivar de la altura de su pareja de baile. Con poca práctica podría solucionarlo. Aún recordaba todos esos bailes de granero que había celebrado con las juventudes cristianas. No es que el Vals fuese de su agrado, pero estaba dispuesta a bailarlo si eso le proporcionaba unos segundos de ver en primer plano la desencajada cara de su padre, tras saber que su fantástico regalo había desaparecido.

La espera finalizó con un gesto brusco, sacando su mano de la grotesca garra que la sostenía. tal vez ahora todo intento de resarcirse fuese en vano, pero no pensaba hundirse por ello. Mientras andaba sumido en tales pensamientos, una fuerza inesperada le empujó por la nuca haciendo que casi cayese de bruces perdiendo el equilibrio sobre la rodilla apoyada en el suelo, pero al alzar la vista se topó con la peligrosa proximidad de aquél azul intenso. Ahora mismo maldecía la extrema longitud de su nariz...

- ¿Y cuanto lo lamentas, Oswald? ¿Lo suficiente como para transformar toda esa palabrería en hechos? Si lo estás, déjame hacer lo que mejor sé hacer con el ganado...

Era normal que dudase, por supuesto. Al fin y al cabo, de no ser por el tremendo bofetón que se había llevado su embriaguez al instante, Oswald seguiría siendo un borracho decadente. Vio que la sheriff le ofrecía su mano para levantarse, y aunque receló, pensó que fuese lo que fuese a hacer, seguramente era lo que el ganado merecía. Estiró la mano para aferrarse a la suya, y la muchacha le sorprendió con un estirón que le dejó prácticamente pegado a su sensual, y hasta ese momento, inalcanzable cuerpo... Sus ojos se pasearon por aquélla formidable vista hasta toparse con la socarrona sonrisa de la joven. Bueno, tal vez los consejos de lady Cobblepot habían servido de algo después de todo. La sheriff posó una mano en su hombro, y dejó escapar su sentencia:

-Mandar.

Echándose hacia atrás y arrastrándole con ella, la joven empezó a marcar unos sencillos pasos de baile, imponiendo su ley. Un baile sin música, menudo sacrilegio, pero si era lo que ella deseaba... Aunque no le iba a permitir campar a sus anchas en su local... Por muchas disculpas que le debiese, él seguía teniendo que defender su territorio. Sincronizándose con ella, colocó una de sus garras en la cintura de la vaquera, y se aferró con fuerza a su mano con la otra, haciendo suyo el baile. Poco podía imaginar la muchacha que se encontraba ante un amante de la danza clásica, cuya gracilidad y fluidez poco o nada tenía que ver con su físico. En un paso más típico del tango, la inclinó quedando cerca de su rostro, y le dedicó una seductora sonrisa.

- Pues a mandar.

Hacía siglos que no se sentía tan suelto. Bendito whisky... o quién sabe, tal vez le gustaba eso de ser ganado.

En un gesto automático, la mano de Oswald se apoyó en su cintura, y después de unos breves pasos de calentamiento, que utilizó para habituarse a la desacostumbrada distancia de movimiento que imponían las piernas de su compañero de baile, pingüino comenzó a mandar, tomando las riendas de la dirección y los pasos. Ella había aprendido a bailar durante su adolescencia, cuando su madre le había impuesto que lo hiciera para poder socializar durante los diferentes bailes de las juventudes cristianas, cenas y otros eventos a los que la obligaban a ir. Era una de esas cosas que había odiado con todas sus fuerzas cuando era joven, pero tenía que reconocer que había aprendido a disfrutar de él con el tiempo.

Le sorprendió gratamente descubrir en Oswald un diestro compañero, que era muy capaz de seguir sus pasos, aunque su ritmo fuese distinto al habitual por la corta distancia de sus piernas, lo compensaba con un porte firme, distendido, y muy capaz de mandar. Eso le gustó a la vaquera, de manera que cuando quiso inclinarla, se dejó hacer. Con una risilla quizá provocada por la emoción, o por el Whisky, se dejó caer hasta que la trenza casi rozó el suelo, y luego con otro movimiento fluido, se levantó.

- Tienes buenos pies, Oswald. - dijo la vaquera, con una sonrisa.

Luego, le soltó. Se colocó de nuevo el sombrero y dió una palmada, cambiando de tercio por completo. Había comprobado que podría bailar sin problemas el vals, y aquello le quitaba parte de presión al asunto, pero aún tendría que bailar al menos una pieza tejana si querían irritar verdaderamente a su padre. No hacía falta que fuera de las complicadas, pero si que Oswald entendiera el modo de moverse que tenían las canciones mas rancheras.

- Vamos a ver si podemos utilizarlos para algo un poco más movido. No te preocupes, seré buena contigo. - dijo guiñándole un ojo, cómplice.

Entonces se colocó a su lado, indicándole que hiciera lo mismo. Colocó las manos sobre su cinturón, algo que caracterizaba al country desde siempre, y separó las piernas. Iba esperando que Oswald la imitara, con paciencia. El country es mucho mas difícil de lo que la gente ve a simple vista, pero no lo bastante para desquiciarte, si entiendes que es una mera cuestión de coordinar y repetir.

- El country es bien sencillo. Si es tradicional, limítate a seguir lo que te digan. La propia canción te lo dirá. Pero tu y yo vamos a hacer otra cosa. Todo lo que tienes que hacer, es concentrarte en estos tres pasos que voy a enseñarte: Taconeo, rodillas y lateral. Cuando domines esos tres, ya lo tendremos. - explicó la vaquera, con una sonrisa.

La noche fue al paso, poco a poco, mientras la boca de la vaquera tarareaba una cancioncilla que ayudara al pingüino a seguir el ritmo. Tras acabar, y despedirse con la cortesía propia de Oswald, abandonó el local con una sonrisa en los labios y una inmensa sensación de triunfo.

Al menos, hasta que llegó al rancho...