Un plan inesperado (7/5/18, Rebecca Logan-Penguin)

(7 de Mayo de 2018)

Era un día como otro cualquiera. Las cosas iban bien, y había una particular tranquilidad en el club. Era algo que Oswald había solicitado expresamente a todo el personal, dado que aquélla noche era especial. Muy especial. La famosa cantante de ópera madame Dovaro había actuado en el Ateneo Wayne de las artes musicales cosechando, cómo no, otro gran éxito a su larga carrera. Detestaba a Waye y todo lo que representaba, pero aún así, había valido la pena acudir al espectáculo; no solo era una un gran admirador de Carmine Dovaro, si no que además, había logrado convencerla de que celebrase el éxito de su actuación en el Iceberg después de agasajarla un poco en el trayecto de vuelta hacia su hotel, ya que muy amablemente ofreció su propia limusina para llevarla, puesto que la de la cantante había sido destruída por unos encapuchados sin identificar. Elegancia, buena música y al fin unos clientes decentes y dignos en el club. Se sirvió una copa de chapagne y la paladeó observando a la gran Carmine charlando amigablemente con unos altos empresarios de la ciudad, "Hipócritas bastardos... No habríais pisado mi salón si no hubiera sido por que veníais persiguiendo las faldas de la diva, y seguramente ahora estaréis comentándole las exquisiteces del servicio y la estancia, Bah..." El hombrecillo se movió pesadamente hacia la mesa de los canapés y se llevó a la boca un par de delicias de caviar. Iba a ser una buena noche, sin duda, aunque seguiría rodeado de buitres y serpientes de diferente especie a la habitual...

- ¿Monsieur Cobblepot? -Sorprendido ante la incursión, se dio la vuelta, quedando más asombrado aún al ver a carmine junto a él. La oronda señora, ya mayor, pero con una sonrisa radiante en el rostro, empezó a servirse canapés también. Si algo la hacía encantadora para Penguin, más allá de su hechizante voz, era que en el fondo era una mujer natural, a pesar de todo el glamour que la rodeaba. Estaba cogiendo los canapés a mano, sin usar las delicadas pinzas que había junto a la bandeja. Lanzó una mirada cómplice a la cantante.

-¿Todo a su gusto, madame Dovaro?

-¡Oui, monsieur! En esta ciudad todos son muy encantadores.

-Eso es porque hablan con usted madame, hay que estar a la altura de las circunstancias, ya sabe.

-Jajajajaja, ¡Es usted todo un galán, sabe cómo hacer sentir bien a una dama!

-Si la dama lo vale...-Hizo una teatral reverencia a la mujer, que arrancó más carcajadas a ambos. Dovaro parecía estar cómoda con su anfitrión, y en confianza, se aproximó a él y le susurró:

-No se exceda en halagos querido, ¿No querrá parecerse a esos flagorneurs, verdad? hace un buen rato que no paran de contarme sus fiestas en este sitio, pero ni uno se ha dignado a saludarle. Soy suficientemente vieja para entender lo que eso significa, por eso estoy aquí ahora... -Oswald, francamente sorprendido por la perspicacia de la cantante, la vio alzar una copa de Champagne invitándole a un brindis. Entrechocaron sus copas y bebieron. Era una gran mujer, sin duda, y sabía escoger sus compañías.

La noche esmpezó a alargarse, y la soprano abandonó el recinto, no sin antes despedirse amigablemente de Cobblepot con la promesa de volver en otra ocasión. Había valido la pena contratar a aquéllos encapuchados, desde luego. Preparar el salón para la fiesta mientras él contemplaba la actuación había sido cuestión de hacer algunas llamadas desde el palco del ateneo. Todo había salido perfectamente, y aprovechando que el Lounge cerraría antes, descansaría plácidamente en su hogar.

-Señor, tiene una llamada.

...o eso creía.

-¿Quién rayos es? El Lounge ha cerrado... No atiendo llamadas ya.

-Pero señor, se trata de uno de nuestros socios, dice que es importante.

-Maldita sea Bob, más te vale que no sea una pérdida de tiempo. De todos modos tenía que ir al despacho a por mi chaqueta- Se alejó refunfuñando y subió la escalerilla hasta el despacho de la planta superior, dónde estaba su elegante escritorio de roble y el teléfono descolgado sobre él. Lo miró con desprecio y cogió su chaquetón antes de atender la llamada.

-Seas quien seas, ahora mismo eres lo único que me retiene aquí, apartándome de una ducha relajante y el descanso tras un trabajo bien hecho, así que espero que tanto tú como tu asunto seáis realmente importantes...

No estaba segura de qué la ponía más furiosa. La entrega de la invitación había sido toda una sorpresa, pero la llamada de su padre había sido la gota que había colmado el vaso. Ni siquiera conocía a esa mujer. No había tenido la decencia de presentársela, antes de decidir que era lo suficientemente buena para compartir su casa, no su cama claro. No la habría tocado ni aunque hubiera piafado. Maldito desgraciado y retorcido bastardo. No sabía si sentía mas odio por su padre o mas lástima de la pobre desgraciada a la que había engañado. Su vida iba a convertirse en un jodido y maldito infierno, pero si había sido tan estúpida como para dejarse engañar por ese gordo cabronazo, la Sheriff no podía hacer más.

Pero era la ocasión perfecta para devolverle el golpe. Ambos se veían obligados a salvar las apariencias. Primero, porque él era una figura pública en Gotham, sitio donde iba, sitio en el que intentaba adquirir poder, y eso la convenía. Ella estaba enterada de cada trapicheo, de cada crimen, de cada farsa que había echo para llegar a donde estaba. Sin embargo, tenía un precio. De vez en cuando debía dejarse ver con él, porque si algo empezaba a mover el fango en el que se revolcaban las personas influyentes de la ciudad, algo que no les cuadraba, que les pareciese incorrecto en su papel de padre de la caridad con hija enferma, empezarían a investigarle, y si alguien encontraba algo, lo cual era poco probable aunque no imposible, su castillo de naipes se vendría abajo, y el seguro de Relinchos al Rojo, que se basaba en extorsionarle, desaparecería.

Únicamente por eso hacía lo que hacía.

Después de practicar tiro durante un par de horas, permitiendo así ordenar sus pensamientos con una labor meticulosa que le facilitaba la concentración, entró en su hogar, se enjugó la frente con un trapo de cocina, bebió leche directamente de la botella como tantas veces le habían recriminado que no hiciera, y luego se dio una ducha. Salió vestida únicamente con una camiseta de tirantes, la ropa interior, las pistoleras, la estrella y las botas de andar por casa. Seguramente se dejaría caer un rato en el porche, y tocaría la armónica. Pero no antes de hacer la llamada que tenía pendiente.

El teléfono dio señal, esperó durante un rato. Contestó una voz conocida que le pidió paciencia, mientras buscaban al único hombre con quien le interesaba hablar en ese momento. Su padre tenía la cualidad de aparecer en su vida para recordarle lo odioso que era el sexo masculino. Esperó, escuchando sonidos distorsionados por el teléfono, hasta que por fin escuchó un tono familiarmente gruñón, que la obligó a sonreír. Solía ser muy correcto, así que resultaba cómico verlo enfadado.

- Howdy, Oswald -- dijo alargando el saludo, haciendo que sonara provocador, sin quererlo. - Se que es tarde, ¿Prefieres que te llame en otro momento?- preguntó, alzando las cejas, dudando de que estuviese tan cansado como para que su caballerosidad de siglo dieciocho no le obligase a atenderla. - Hay algo de lo que me encantaría hablar contigo, pero no así. Preferiría no tratar ciertos asuntos por teléfono. ¿Te parece bien si me paso mañana a las ocho por el club? Prepárame un reservado y una botella de Whisky, y entraremos en detalle. - dijo, dejando que el misterio le dejase intrigado - Hasta mañana, Oswald. - añadió tras ultimar detalles, colgando el auricular con una media sonrisa.

-Howdy, Oswald...

Un breve escalofrío recorrió la espalda de Cobblepot al oír aquélla voz; La vaquera. Hacía algún tiempo que no sabía nada de ella, desde que resolvieron el malentendido con el viejo granjero que casi echa por los suelos los negocios equinos bajo su firma. Afortunadamente, no hay mal que por bien no venga, y una cosa llevó a la otra, haciendo que se asociase con la estrambótica mujer al otro lado del hilo. Lo cierto es que estaba contento con ella, era una criadora y entrenadora de campeones cuadrúpedos, y las ganancias se habían duplicado desde que manejaba aquélla rama de sus asuntos. Sonrió satisfecho como si ella pudiera verlo, pero recordó que acababa de ser bastante grosero, y decidió redimirse:

-Mil disculpas sheriff... Creía que se trataba de alguno de mis socios menos satisfactorios. Todo bien por el rancho supongo, a juzgar por la cantidad de apuestas que últimamente gano viendo la cara de imbéciles que se les quedan a los agentes antidopaje cuando tratan de pillar a mis animales drogados, jejeje... -Dijo aquéllo último con un placer inconmensurable. Realmente adoraba que los agentes de la ley se dieran de bruces contra su inocencia y le mirasen con desdén, frustrados por no poder devolverle a Blackgate. Se sentó en el cómodo sillón de su despacho mientras escuchaba la petición de Logan, ¿Whisky, un reservado y asuntos privados? La noche prometía, desde luego, y convenía mantener de buen humor a la ranchera; No sólo estaba aportando grandes beneficios a la organización, sino que además, era letal. Oswald había matado a hombres con sus propias manos, había visto y vivido horrores de toda clase, pero aún se estremecía al releer el recorte acerca de la muerte de McDonald que conservaba en el álbum de sucesos relacionados con sus propiedades. Definitivamente, no quería enfadar a esa mujer, podía mandarte al infierno con sólo una mirada...

...y qué mirada.

Oswald se sorprendió recordando los celestes ojos de la joven hasta el punto de no prestarle atención al teléfono. Despertando de su breve ensoñación, respondió abruptamente, pero sin perder la compostura:

-Será como desee, señorita Logan. Espero que un buen escocés del 68 sea de su agrado, es un single cask, una delicia para gargantas selectas, ideal para regar una reunión como ésta.-Hizo una breve pausa, y siguió- Espero de veras poder ayudarla con su asunto...

Cuando la joven colgó, Cobblepot quedó pensativo recostado sobre su sillón, ¿Habría tenido problemas con otros granjeros? No creía posible que eso sucediera, ¿Tal vez quería proponerle un negocio? Interesante, sin duda. Era una mujer inteligente, la escucharía, ¿Querría hablar sobre otra cosa tal vez? Lo cierto es que le agradaba su compañía, como si sólo quería comentarle cómo le iba la vida. Aún recordaba con agrado el viaje en coche de vuelta al rancho, hablando cada uno sobre sus cosas tranquilamente mientras atardecía.

Cogió su chaqueta y se encaminó a la puerta, cerrando las luces tras de sí. Ya tenía ganas de llegar al anochecer siguiente, pero le carcomía en parte sentir tal emoción.

"Te estás volviendo un sentimental, Oswald..."

No podía esperar que apareciera como la etiqueta exigida en el local de Pingüino. Los clientes de alta gama que allí se personaban pagaban meses de salario por ropa que habría hecho envidiar a la realeza de más de un país, cuanto más pomposa, mejor acogida entre ese grupo selecto que medía sus cualidades como ser humano en función de la apariencia que se era capaz de salvaguardar de cara el público. Ella lo sabía mejor que nadie. Su padre, aunque tratara de negarlo, era un habitual de esa prole hija del dinero, sin ningún tipo de inteligencia, ni tampoco escrúpulos. Sin embargo, no resultaba un verdadero problema. La vaquera tenía su propio modo de hacer las cosas, y de la misma manera en que en su primer encuentro la seguridad había sido incapaz de frustrar sus esfuerzos por ver a Oswald Cobblepot, en esta segunda ocasión no sería diferente.

De hecho, la seguridad se mostró mucho mas amable, y cuando la vieron aparecer en su caballo, se ofrecieron a guiarlo lejos de la carretera, hasta un lateral, donde le prepararon un cubo de agua del que pudiera beber, detalle que la Sheriff agradeció con un gesto de cabeza, antes de entrar por un lateral al reservado. No gustaba de compartir la misma entrada que el resto del ganado que acudía a cebarse con canapés de caviar y copas de champagne.

Una vez allí, se permitió relajarse. Se arrojó sin demasiada feminidad sobre uno de los asientos, cruzando las piernas, a la espera de que llegara el hombre a quien quería ver. El sombrero de piel marrón iba a juego con sus botas, su cinturón y el pequeño chaleco con correajes donde guardaba dos revólveres de pequeño tamaño. El clima y la contaminación de la ciudad habían propiciado buen tiempo, el suficiente como para que la vaquera hubiera podido empezar a ponerse camisas de tirantes, lo cual hacía que sus brazos pálidos disfrutaran ahora de un color dorado, como de pan de centeno, de las jornadas bajo el sol. Pero nunca se quemaba. Tomaba activas precauciones para ello. Apoyó los codos cada uno a un lado del respaldo, evidenciando sin quererlo los enormes atributos con que había sido femenina, y alzó la cabeza hacia el techo, reposando el cuello durante un segundo mientras reordenaba sus ideas. La estrella de Sheriff estaba claramente visible sobre su pecho, refulgente bajo la luz atemperada del reservado.

- El señor Cobblepot vendrá en un momento. Está atendiendo a sus invitados. - le dijo el de seguridad, antes de salir con un asentimiento a modo de saludo.

- Que disfrute, Héctor. No tengo prisa. - respondió la mujer, guiñándole un ojo con una suave sonrisa. Era un acierto que todos llevaran gafas de sol. Así nada hacía peligrar la libre dirección de sus miradas.

La noche empezaba animada en el Iceberg. Hoy cierto traficante de armas celebraba su cumpleaños allí, y había pagado un buen dinero por ello, "Por si se producen desperfectos" dijo. Bueno, en previsión, lo peor que podía ocurrir es que echasen a perder los licores baratos que Oswald había hecho sustituir en sus botellas por las verdaderas joyas de la corona. Los traficantes de armas eran gente con gusto por la violencia, y por ende, no sabían divertirse sin armar jaleo. Si venían cerdos a celebrar una fiesta, había que echarles comida para cerdos, las delicatessen esperarían a mejores paladares.

Una vez dejó a los hombres servidos y acompañados por sus amables señoritas, emprendió el camino hacia el pequeño salón donde solía tomar el té, lugar en que se había citado con la vaquera, no sin antes pasar por su despacho y librarse de la americana y el sombrero. Aquél estaba siendo un día particularmente cálido en comparación con el resto de la semana, se notaba que la primavera estaba dando paso al verano poco a poco.

"Seguro que en el rancho de miss Logan habrá cientos de flores ya" pensó, mientras contemplaba un ramo de rosas blancas que sobró de la celebración de lady Dovaro, y que había puesto en su mesa para darle un toque festivo. Con una mueca pensativa, tomó una de las flores, la puso en un bolsillo de su chaleco granate, y se remangó las mangas acalorado, antes de salir hacia el reservado. Por el camino, se cruzó con Héctor, que se alejaba de allí algo ruborizado. Era uno de sus hombres más duros, por ello tal actitud le extrañó, al menos hasta que entró apartando el cortinaje que hacía las veces de puerta y encontró Logan, tendida sensualmente sobre el butacón, de tal forma que sus hermosas curvas resaltaban haciéndose imposibles de ignorar. El Sol le sentaba de maravilla a su piel, y a su ropa, sin duda... Viendo que la dama seguía allí mirando al techo sin reparar en su presencia, decidió recrearse algo más la vista apoyado contra el marco de la entrada. Era como la fantasía de algún piloto de Harley o camionero hecha realidad, tan perfecta y a la vez tan peculiarmente vestida, enviando al mundo un mensaje cargado de salvajismo y peligro. Ya lo supo cuando la conoció; Era una fiera. Una letal y bella fiera...

Empezó a notar calor en sus mejillas y decidió terminar con el espectáculo antes de dar la lamentable imagen de Héctor, así que golpeó un par de veces el marco con los nudillos y se acercó realizando una leve reverencia:

- Buenas noches miss Logan, ¿Ha probado ya el Whisky? ¿Resulta de su agrado? - Se sentó en el butacón frente a ella y vio que la botella estaba sin abrir. Se encogió de hombros y la abrió él mismo- Gracias por esperar, ya serviré yo mismo. Bonito atuendo por cierto, fresco y cómodo, en su línea. Verá, no le negaré que me tiene realmente intrigado con tanto secretismo, así que... Dispare, la escucho. Oh, por cierto, tenga, un detalle. Seguramente no sea el tipo de flores que más le gusten, pero nunca está de más hacer un presente a una mujer de su valía...

Tomó la rosa que hasta ese momento decoraba su bolsillo y se la ofreció a la muchacha. No sabía si estaba haciendo bien o mal. Tal vez acabase con una cicatriz de espuela en la cara o quizás se sintiese halagada, pero era su manera de hacer las cosas, y ahora estaban en su territorio.

[FDP: Nate Logan es el padre de Rebecca]

No se había fijado en la mirada lasciva de Héctor, puesto que llevaba el sombrero puesto y al mirar hacia arriba se había deslizado cubriéndole la cara. Estuvo así hasta que escuchó la voz de Oswald dirigirse a ella, momento en el que alzó una mano, levantó el sombrero aprovechando para saludarle con un gesto, y luego volvió a ponérselo dirigiéndole una animada sonrisa.

- ¡Howdy, Howdy, Howdy!- saludó alegremente - No, prefiero esperar a estar en compañía. Es cuando mejor sabe el Whisky. - dijo, esperando que le sirviera una copa.

Esperó a que se sentara y entonces le observó detenidamente. Acababa de darse cuenta de que no le había visto nunca sin su chistera, y se le hacía bastante raro. Pero lo más sorprendente era que tenía una melena pelirroja bastante tremenda, que mantenía cogida a su espalda con una coleta. Le daba un toque un poco más moderno, como cuando uno de esos ricachones pasaba por su fase adolescente y quería cabrear a papá. Era o ponerse pendiente o dejarse el pelo largo. Agradecía que fuera lo primero. Y Hablando de cabrear a papa...

- Tengo una proposición que hacerte. - dijo la vaquera, directa como solía. Pero primero, adulador como siempre, pingüino le tendió una rosa blanca. No era mujer que usualmente recibiera ese tipo de detalles. Sus pretendientes se contentaban con hacer un buen trabajo. Pero cogió la flor y la miró detenidamente. - Verás, desde que Hiedra Venenosa y yo nos llevamos bien, me resulta difícil aceptar flores cortadas. Es tan insistente con "sus pequeñas" que al final acabas por creértelo. - añadió, cogiendo con delicadeza la flor y acercándola a su nariz. - Pero me encanta su olor. - dijo, dándole un toque juguetón sin darse cuenta.

Después, probó por fin su Whisky. Le gustaba extrarocas, porque le permitía paladearlo suave y frío, pero sin aguarlo. El sabor de este era robusto, concentrado, un poco como el anfitrión, y eso le hizo sonreír, al pensarlo.

- ¿Conoces a Nate Logan?- preguntó, distraída.

Claro que lo conocía. Todo el mundo lo conocía. Antiguo senador tejano, político, empresario. Ahora que estaba en Gotham, estaba introducido en la altas esferas, como una manzana podrida en un barril, que te daba la sorpresa después de haberla mordido. Había adquirido cierto poder, y estaba pendiente de volver a la política tarde o temprano. Dudaba que todo eso no fuera una maniobra para ganar popularidad de nuevo. Desgraciado imbécil.

Complacido (Y aliviado) al ver que la flor fue de su agrado, Oswald escuchó a la vaquera y quedó sorprendido al oír ese nombre, Nate Logan. Valiente bastardo... Estaba hundido en porquería hasta las cejas y aún se las daba de gran hombre. No le importaría si no fuese porque era la clase de persona que además, quería destacar, estar en todos los meollos, y para eso primero tenías que tener "clase". La gente solía infravalorar la importancia de saber hacer las cosas de tal modo que puedas presentarte en público siendo un verdadero cerdo a espaldas de los demás, y Nate no er aun buen ejemplo de ello. Siempre achacó que todo se debía a su origen tejano, pero tras conocer a Rebecca, su concepción acerca de los brutos de la región sureña había cambiado bastante. Por otra parte, tenían el mismo apellido... ¿Serían familia? sabía que Nate hacía años pasó por un par de tragedias familiares, pero no er aun tipo del que pudiese sacar mucho provecho, así que no indagó demasiado. A pesar d etodo, la dama esperaba una respuesta, y no era cortés hacerla esperar.

- Sí, hace tiempo pensé que podría sacar algún beneficio negociando con él, pero digamos que su habilidad para dirigirse a los demás es tan exquisita como sus dotes para los negocios... ¿Sabes?, nunca había dado con un ser humano más parecido a un cerdo en traje. Su manera de ser "agradable" consiste en gastar bromas constantemente acerca del físico de los demás, sin mirarse a un maldito espejo. Si no fuese por que sería demasiado llamativo y no quiero perder mi estatus yendo a prisión de nuevo, hubiera deseado aniquilarle. ¿Por qué lo preguntas, asuntos de familia? tenéis el mismo apellido...

Movió su copa de Whisky distraído, observando a contraluz el contenido. Tal vez había sido muy duro con nate, y desconocía qué relación tenía con la vaquera, pero detestaba a ese hombre, y sentía la necesidad de ser sincero con ella; Fuese cual fuese el asunto que se trajera entre manos, era necesario que supiese de su poca estima por el dichoso senador...

Nunca había entendido del todo que maldita manía tenía todo el mundo de usar a los animales en los insultos. Que si este tipo era un cerdo, o le trataban como a un perro, o tal tipa era una zorra, o estaba como una vaca. Resultaba sarcástico que un tipo como "el pingüino"ese describiendo a su padre como "un cerdo". Pero no iba a recalcar la ironía de una cosa así. Prefería dejar que se explayase, porque para ella, todo eso no era más que palabrería. Cuanto más subías en una ciudad, más te codeabas con gente que había pisado sus escrúpulos hace mucho tiempo. Le había dado una oportunidad a Oswald, porque a diferencia de ellos, aparentemente no juzgaba por los estándares a los que acostumbraban. Aunque solo fuera porque su físico no se lo permitía.

- Es mi padre.- contestó sin mas. Como si no acabaran de insultarle en su cara - Hace esas bromas para que parezca que no le importa lo de su pierna, pero créeme, le importa tanto como a cualquiera. - añadió, tomando un largo trago de whisky, paladeándolo.

La vaquera era inteligente. Incluso sólo con leer algunas de las noticias mas remarcables de "El pingüino" podía apreciarse de lejos el motivo de muchas de sus frustraciones. Meterse con su físico era como ponerse uno mismo la soga al cuello, pero por suerte para ambos, no era una mujer que diera demasiada importancia a eso. Como bien había dicho en otra ocasión, si el caballo es pura sangre, poco importa si es malteado, negro o castaño.

- Antiguo senador, empresario... Mucho estaba tardando en intentar sacar provecho de la gente de este pueblo. - comentó, haciendo que su tono de voz sonara tajante, con un toque tejano muy característico en el acento - Tiene contactos, Oswald. Muchos. Gente de las altas esferas a los que ha hecho favores, y que le deben una. Todos van a estar en el acontecimiento mediático mas grande que su retorcida cabeza haya podido idear. - añadió, permitiéndose unos segundos de silencio, para poner su mente en orden y realizar su proposición. - Vuelve a casarse, Oswald.- dijo, clavando esta vez su mirada en la de él, con una decisión que dejaba claro el tipo de espíritu indomable del que disponía la Sheriff - Y quiero que vengas conmigo. - propuso al fin, reclinándose de nuevo en el sofá, con su mirada azulada puesta en su reacción.

Un escalofrío recorrió la espalda de Oswald, que trató de mantenerse impertérrito mirando su copa, aunque tal vez un ligero entornar de ojos traicionero desvelase su verdadero terror.

Su padre. Era su padre. Y acababa de llamarle cerdo, mal negociante, maleducado...

...aunque por otra parte, era totalmente cierto. Pero quizás ella se hubiese sentido ofendida en parte. Debía arreglarlo lo antes posible. Desvió su mirada a la muchacha, que de nuevo estaba recostada en aquélla postura tan "peligrosa" para cualquier hombre en sus proximidades y sonrió ligeramente.

- Está claro que la genética se puso de su parte y no de la de él, querida... De todos modos, siento si mis palabras han resultado ofensivas. Sabe que la tengo en gran estima, y lo último que deseo es molestarla. Pardon. Respecto a lo otro... Me resulta extraño, no creí que fuese la clase de mujer que gusta de acudir a estos eventos, aunque claro, siendo su padre... Es todo un compromiso, aunque lo que sí me intriga de veras... -Terminó la copa de un trago antes de proseguir- Es ¿Por qué ha pensado en mí como compañía? Seguro que alguno de esos muchachos de su granja estaría encantado de hacerle el favor.

"Ese y otros muchos..." pensó mientras trataba de no imaginar los que le haría él mismo a la joven. Esperó pacientemente la respuesta mientras se servía y empezaba su segunda copa. Era un Whisky realmente bueno, la verdad. Sin duda no estaba hecho para traficantes de armas.

No se consideraba una persona a la que se pudiera ofender con facilidad. Nunca lo había sido, al menos por norma general. Estaba muy por encima de provocaciones, de las fanfarronerías y del tipo de manipulaciones absurdas que se utilizaban para sacar a la gente de quicio, porque un Sheriff debía mantenerse firme, fuese cual fuese la situación, y eso le mantenía la cabeza fría. Otra cosa era abusar de un inocente, o de un pobre animal que no había hecho nada, por diversión. Eso o faltarle al respeto en algún valor que verdaderamente fuera importante para ella. Sus principios eran sencillos, y muy fáciles de acatar. Pero también era cierto que ofenderla suponía ganarse un adversario que tenía medios, tiempo y sobretodo, una dignidad nada fácil de curar con halagos o disculpas. No, la Sheriff era más de acción, de hechos. Pero Oswald no tenía nada que temer por sus comentarios. Estaba a salvo.

- Tienes razón. No me gustan estos eventos. De hecho, si por mi fuera, sólo celebraría el cuatro de Julio. - admitió con una media sonrisa, haciendo bailar los hielos en el interior de su copa, antes de dar otro trago.

Barbacoas, juegos con niños, montar en el pony, y luego un enorme espectáculo de fuegos artificiales. Era era toda la fiesta que una mujer como ella necesitaba. Eso y el toro mecánico.

- Creí que te interesaría venir conmigo. Habrá gente de las altas esferas, pensé que te gustaría. Además, aunque no es por falta de especímenes, mi padre no me perdonaría presentarme con uno de esos chicos de granja, ahora que está hecho todo un Gothamita. - se rió de la idea. Su padre podría comprar trajes caros, llevar coches de lujo, y casarse con una urbanita estúpida, pero no olvidaría que su mundo eran los caballos. Al fin y al cabo era lo que mas le gustaba. - Tu eres un hombre refinado, seguro que le encantará ver que tengo amigos con clase, a pesar de que yo no combine muy bien con lo que pretende su boda. Además, hay algo que quiero hacer y he pensado que, si alguien de esta ciudad puede ayudarme, ese eres tú, Oswald. - Contempló la copa, dubitativa, un momento - Por otro lado, no quiero ponerte en un compromiso, no tienes porqué acompañarme. Es decisión tuya. Lo pasé bien contigo en el hipódromo, creí que si venías, sería más divertido. - dijo encogiéndose de hombros. Luego, apuró su copa. Ahora solo quedaba esperar.

"Lo pasó bien conmigo en el hipódromo..."

Trató de no obsesionarse con esa afirmación como un adolescente enamorado mientras analizaba con detenimiento el resto del mensaje. Sí, visto así no pintaba mal, le gustaban las reuniones de alta sociedad, y seguramente sería un buen momento para volver a tener trato con Nate, el cerdo parlante. Además, le gustaba la compañía de la vaquera, y no tenía muchas ocasiones para disfrutarla. Sonrió animado imaginando la extraña situación, ya que por mucho que ella dijera, dudaba que el señor Logan se alegrase de verle junto a su hija, por refinado que fuese.

Sí, indudablemente iba a ser divertido.

- Bien, dado que parece que en adelante habremos que compartir eventos familiares, ¿Qué le parece si la tuteo, señorita Logan? -Se acomodó y observó que ya no quedaba hielo en los vasos - Qué contrariedad... Este calor es horrendo. Debería ventilar mejor este lugar, pero ya sabes, los vecinos se quejan por el ruido, y antes que tener que someter y amenazar a todo un barrio, me resulta más barato y sencillo que mis clientes se ahoguen. Siento haberte convertido en víctima de tal circunstancia, aunque trabajando en un rancho a pleno Sol, no debe serte gran molestia... - Observó el tono dorado de la piel de Logan y cómo combinaba con su rubia melena, no pudo evitar emitir un leve gruñido por lo bajo mientras chasqueaba los dedos, haciendo que se acercase el hombre trajeado que guardaba la puerta- Más hielo, Bill.

-Enseguida señor - Penguin se quedó mirando al muchacho mientras se iba. Era joven comparado con los demás hombres que formaban su equipo habitual en el local.

-Bill es un buen chico, hace poco que está por aquí, por eso le tengo haciendo trabajitos poco arriesgados. Era pizzero, tuvo un accidente contra mi limusine, y eso le causó una lesión que lo dejó en la calle. Usé mis contactos para darle una oportunidad. Es discreto, y agradecido -Cuando el joven llegó de vuelta, dejó la cubitera en la mesa y se fue con una leve reverencia. Oswald se sirvió un par de cubitos y añadió uno más al vaso de su invitada- No soy ningún santo, pero no siempre utilizo mis recursos para mal. Y hablando de hacer el mal... Déjate de rodeos y cuéntame de una vez qué es lo que este pájaro puede hacer por tí en esa fiesta, madame. Te escucho.

Sonrió de nuevo con una mirada maliciosa en sus verdes ojos. Sabía a quién tenía delante, y de qué pasta estaba hecha. Si había venido a buscarle era por que tenía algo realmente tentador para él, más allá de su escultural figura.

No se lo pensó demasiado. Eso estaba bien. Prefería hombres decididos pero con cabeza, que supieran decidir dónde se metían, pero al hacerlo, tuviera la certeza de que la apoyarían hasta el final. Eso es lo que le había facilitado las cosas en el rancho, incluso si alguna de ellas se escapaba un poco de lo convencional, o se desviaba un poco de lo que se consideraba legal. Siempre podía contar con sus hombres, y eso la hacía sentirse orgullosa de su trabajo, y de la instrucción que les había dado como ayudantes. No todos tenían el derecho de sentirse como tal, sólo unos pocos elegidos que ella mantenía siempre cerca, por ser incondicionales. Esos pocos elegidos siempre contarían con su ayuda. De eso podían estar seguros.

- Claro, Hazlo. - dijo ella, echándose un segundo tiendo de la botella, dándose cuenta de que su vaso estaba más seco que el cañón del colorado en agosto. Oswald mencionó el calor del local, ciertamente estaba un poco cargado, pero para ella, que no conocía la temperatura habitual de esos sitios, pero sí la del trabajo del sol, ni siquiera lo había notado. - ¿Calor? Pingüino tenías que ser. Para mi esto es poco más que un paseo por la sombra. - dijo socarrona, alzando una ceja.

Mandó traer mas hielo, y mientras esperaban, Oswald le contó su historia. A medida que iba avanzando, la vaquera adoptaba una expresión algo mas severa. Poca gente comprendía verdaderamente el modo de ser de una persona hasta que se ha compartido tiempo con ella. Si se limitara a todas las crónicas, historiales y noticias que había leído acerca del hombre sentado enfrente, estaría delante de un hombre a quien tachaban de mafioso, corrupto y asesino. Eso sólo por una cara. Había portadas que continuaban hablando página tras página, pero pocas hacían hincapié en hechos como que protegía a su gente, o que era un amante incondicional de las aves, lo cual, en cierto modo, les hacía tener algo en común. Algo que ella consideraba importante y significativo.

Cuando le pidió detalles, la vaquera jugueteó con su vaso, se cambió con un gesto la trenza de lado, para apoyarla en el hombro contrario y miró a Oswald, a medida que volvía a dibujar una sonrisa.

- Verás, he descubierto hace relativamente poco que mi futura madrastra es Jeniffer Belant. Seguro que la conoces. Es una ornitóloga de bastante fama, tiene una ONG destinada a fondos para reservas naturales de aves por todo el mundo, y se ha esmerado mucho en hacer estudios etológicos sobre la crianza de muchas especies en cautividad. - pudo leer la sorpresa en su rostro. Con eso de que iba llena de polvos y en vaqueros, la gente tendía a subestimar con mucho su inteligencia. La investigación formaba parte del trabajo del Sheriff. Siempre había que tener eso en cuenta. - El caso es que mi padre pretende regalarle una preciosa pieza de arte como parte de su ajuar, valorada en una buena cuantía. Ha encargado a un escultor que la realice en Jade azul y mármol de Carrara, y es nada menos que un Halcón Peregrino. Su pájaro favorito. - explicó, dándole un segundo mientras ella paladeaba otro trago de buen Whisky - Quiero robarlo. - soltó sin más, dándole otro segundo y colocándose bien una tira del sujetador que se había resbalado por uno de sus hombros al cambiar de postura. - No es tan cruel como parece. Nadie salvo mi padre, los escultores y los que han trabajado en ella la han visto. No tengo nada contra Jenny, me parecería cruel arrebatarsela una vez la hubiera visto. - añadió, posando una mano sobre su pecho, con un gesto que pareció por un momento entre elegante y seductor, y luego hipo. Ese Whisky era de primera.

Oswald abrió los ojos asombrado, casi escupiendo el whisky de la sorpresa, ¿Jenny Belant, una de sus heroínas de juventud se casaba con ese bastardo superficial? Definitivamente algo espantoso le ocurría a las mujeres para elegir tan mal sus compañías. Decepcionado ante la noticia, recibió con mayor dulzura el encargo de la vaquera.

- ¿Así que una talla de una hermosa ave en materiales escasos, eh?, con lo poco que me conoces Logan, y sin embargo sabes bien lo que me gusta... -Había llegado un punto en que ya no distinguía si el calor era propio de la sala, o era por causa del Whisky, ya que solía consumir bebidas más finas, pero lo que era seguro era que esa tira del sujetador de la vaquera que asomó traviesa al moverse ella tenía MUCHA culpa de sus sofocos. Sonrió y apartó la mirada rápidamente para clavarla en los ojos de la mujer, dándole sin pretenderlo una expresión pícara e intensa- Y además protegiendo a la novia. Qué encantador... Un trabajo a mi medida, sí señor. Acepto ayudarte en tal empresa, no sólo te lo has ganado con tu trabajo para mí, sino que te lo mereces... Claro que conozco a Jenny Belant. Estudié ornitología en su misma facultad, y leí todos sus libros cuando era un crío, ¡la adoro! Será un placer conocerla. Y más yendo en tan agradable compañía... -Esas dos últimas palabras salieron de su boca con un tono más sensual de lo pretendido, pero era algo normal cuando la embriaguez confundía los pensamientos más obscenos con el deseo de ser un caballero. Pero un hipido súbito de la joven rompió esa tensión en su mente, y sintió cierta ternura. Al igual que Dovaro, ésta era también una mujer muy espontánea y natural. Rió por lo bajo y llenó un vaso más, alzándolo.

-¡Brindemos por esta asociación Rebecca Logan, y por el éxito de la misma!- Llevado por el entusiasmo, vació el vaso de un largo trago. En cuanto se dio cuenta, le invadió el arrepentimiento, y llenó un vaso más.- Ejem... Lo siento... Hacía mucho que no planeaba un golpe a nivel personal. Supongo que tras el brindis podrías explicarme cómo será, ¿no? Cómo localizaremos la estatua, nos la llevaremos, cómo vamos a la boda... Detalles. Los detalles, son importantes. Siempre.

Cogió la mano de la vaquera y la besó a modo de disculpa. Tal vez sería mejor dejar de llenar ese vaso por ahora...

[FDP:Si algo te parece mal, edito]

Alzó la copa por el comentario de pingüino. Era observadora, mucho en realidad. Lo bastante como para que no le costara nada seguir las pistas que iban dejando y en el caso de Oswald, su amor por los pájaros quedaba muy pero que muy patente en todo lo que hacía. Había estudiado ornitología, y se apodaba como un ave, igualmente solía tener esculturas de hielo de muchas especies en su local, según había podido averiguar. Ella era agradecida. Si sus chicos se portaban bien, le gustaba tenerlos contentos, y por el momento, Oswald no había echo nada para desmerecer ese trato.

Sonrió cuando la piropeó con ese tono adulador. Notó algo extraño en el, un poso que se escapaba de la galantería a la que tenía acostumbrada a la vaquera. Algo que distaba del mero halago cortés tan de siglo dieciocho que le gustaba decir a las mujeres, porque desde luego se había enterado de que, en cierta manera, las curvas le perdían. Eso la hizo entornar los ojos un instante, para luego abrir un poco más la sonrisa. ¿Estaba tonteando con ella, o era el Whisky? Decidió no darle mas importancia. Los hombres pueden llegar a ponerse realmente honestos con unas copas de alcohol. Quizá merecería la pena saber qué escondía el pingüino detrás de toda esa clase, poder y dinero. Pero ahora no era el momento. Acompañó su brindis y apuró su copa, al ver que él se disponía a hacerlo en, de nuevo, un alarde que parecía propio de los primeros delirios alcoholicos. La cosa se estaba poniendo realmente divertida. Cogió su mano y la besó para disculparse, y cuando la soltó, ella le pellizcó la mejilla, aceptándo su "disculpa".

- Está bien, Os.- añadió con una risa, mientras dejaba que le rellenara el vaso - La boda será dentro de tres días, pero me he encargado personalmente de recabar todos los datos. La estatua no llegará aquí hasta mañana, por motivos mercantiles y de papeleos tendrá que quedarse al menos ocho horas en el carguero de recogida, y luego la descargarán en los almacenes principales del puerto. Ese podría ser un buen momento, de no ser porque mi padre se personará allí para comprobar el estado de la estatua. Van a vigilarla diceiseis agentes de la agencia de seguridad privada Ergis, mas los dos conductores, repartido entre las salas, el trayecto y la carga, y la descarga. La ruta que seguirán la elaborará mi padre en el momento, de manera que nos conviene tener al menos a dos infiltrados para asegurarnos de que conseguirán la ruta. Deberíamos estudiar a los miembros de la operación, y seleccionar dos que podamos comprar, pero nos resultará difícil. Mi padre les habra pagado generosamente por el secretismo. Luego es cuestión de interceptar el furgón, inutilizar al conductor y llevárnoslo a algún sitio seguro. - resumió la vaquera, a términos generales.

Luego se inclinó levemente hacia delante, apoyando los codos sobre sus rodillas, sin percatarse de que aquello le estaba reportando al pingüino una vista muy generosa de su escote. Su rostro expresó veladamente una furia maníaca que se desvaneció, dejando la duda de si verdaderamente había estado allí.

- Recurre a lo que haga falta. Dinero, favores, llamadas, lo que sea, pero consígueme eso Oswald. Hazlo y te devolveré el favor. Sabes que puedo ser muy generosa con quien se porta bien conmigo.- susurró para que sólo ellos dos pudiesen oírlo, como si temiera los posibles oídos que pudiera haber en las paredes. Había en esa frase una carga de ansia y anhelo que era fácil de malinterpretar, pero ella no lo vió. Sólo vió la posibilidad de hacerle perder a su padre algo que realmente le importara... justo igual que le había hecho a ella años atrás.

"Por favor, qué tortura... ¿Lo haces a propósito, verdad preciosa?" Aunque la vista de ese cañón del colorado era capaz de dejar fuera de combate a cualquier hombre de corazón sensible, no era nada sin aquélla fugaz mirada de odio, de ira... Duró poco, pero ese cócktail de sensualidad y rabia era una delicia para quien sabía apreciarlo, y Oswald era hombre de gustos refinados. Necesitaba más Whisky, o mejor dicho, hielo.

-Recurre a lo que haga falta. Dinero, favores, llamadas, lo que sea, pero consígueme eso Oswald. Hazlo y te devolveré el favor. Sabes que puedo ser muy generosa con quien se porta bien conmigo...

"Si sigue así va a salir de aquí chillando, o me pegará un tiro, lo que pase antes" ¿Era necesario ese tono en ESA frase? Conocía a profesionales que no llegaban a las espuelas de Logan para generar tal erotismo. Era obvio que no lo hacía a propósito, pero incluso para un hombre convencido de que sólo podía acceder a mujeres de las que pasan factura literalmente, era difícil no creer que había posibilidades en aquéllas circunstancias. Sintió el ardiente frescor de la bebida por su garganta y se aflojó el cuello de la camisa para airearse, dándole un par de tirones. Luego, pasó a analizar el plan.

- Impresionante... muy... eh... Impresionante. Sí. Disculpa, este maldito calor... sienta mal a las aves glaciares, ¡gwah,gwah,gwah! Ejem! Esto... Quiero decir que es un plan muy elaborado, mi enhorabuena, sinceramente. Creo que esos chicos del puerto están implicados en algunos de mis trabajitos de contrabando,  así que no será difícil convencerles de que nos echen una mano,así que el dinero no será un problema; No hay oferta que supere a la amenaza de cantar los trapos sucios que pueden llevar a uno a Blackgate. Y sobre neutralizar el furgón... Es muy posible que lleve escolta, de eso pueden encargarse mis hombres, aunque en caso contrario, seguro que tú podrías ocuparte de eso... Quizá tu "generosidad" sirva para distraer al pobre pardillo que lo conduzca hasta que consigas dejarlo k.o. No debería resultarte complicado... -Miró con picardía a la muchacha y sonrió convencido de que entendería el mensaje- Luego podrías ocultar el vehículo en un callejón, donde te esperaría mi chófer en un coche más discreto. Abandonarías el furgón y de allí, él te llevaría a tu granja, sin levantar sospechas. Para cuando localizasen el vehículo ya estarías en casa con el premio decorando tu mesa del salón ¿Qué te parece?

Empezaba a dolerle la cabeza, y no se veía capacitado para preparar un plan mejor en ese momento. Esperaba que fuese del agrado de la vaquera. Se llevó una mano a la frente con gesto dolorido y permaneció así por unos momentos, hasta que recordó que había cierta parte del plan que seguía sin organizarse...

-Cielo... ¿Cómo iremos a la ceremonia? ¿Te paso a recoger? Si es así, necesitaría saber una hora, tengo una agenda que organizar...

"Mandaría al infierno la agenda por este evento..." Pensó. Conocer a lady Belant y poder pasar tiempo con la vaquera eran hechos que ningún negocio habitual podía desplazar en su escala de prioridades.

El pobre Oswald estaba pasando verdaderamente un mal rato. Que triste tener que andar vestido de traje cuando podría llevar una cómoda camisa de algodon de tirantes, igual que la suya. Era fresca, ventilada, y combinada con el Whisky no le hacía pasar ningún calor, salvo, claro está, el que le daba el licor. El Pingüino repasó el plan, desabrochándose los botones de la camisa. Dibujó una media sonrisa divertida, y volvió a darle un tiento a su vaso, haciendo entrechocar los hielos y el cristal al menearlo, con cierta sorna.

- Tendrán que encargarse un par de chicas, me temo. Porque a esas horas tu y yo estaremos disfrutando de un maravilloso cóctel de gambas en el convite. - dijo, para luego añadir una risa. Aunque el plan no era malo. Si su prolongado contacto con Poison Ivy le había enseñado algo, era que con un estímulo suficiente se podía conseguir cualquier cosa de un macho. Aunque le Sheriff ni se planteaba ese modo de hacer las cosas. No. Lo suyo era ejercer la lay. SU ley, y hasta el momento le había funcionado. No hay motivos para arreglar lo que está roto.  - Dejame eso a mi, Oswald. Yo me encargo.- añadió, quitandole importancia a esa parte del plan.

Lo difícil sería conseguir interceptar el furgón, y sobretodo, robar la pieza de arte y mantenerla en lugar seguro hasta que pudiera hacerse con ella. Aunque por el momento tampoco convenía pensar mas de la cuenta. Llevaba ya un par de Whiskys encima, y sabía a ciencia cierta que continuar ultimando mas allá de eso, sin haber permitido que Oswald hiciese su parte y hablando de yesca mojada, no acabaría en ningún sitio. Lo que si hizo él muy acertadamente fue sacar el tema del cuándo y el cómo, algo que ella estaba a punto de pasar por alto en el paseo hacia el fondo de su vaso.

- La ceremonia es a las doce de la mañana, pero tendremos que estar a las once para la recepción de invitados. Luego nos tomaremos las fotos de la boda, y después el convite. Mi padre enviará una limusina a recogernos al rancho a las diez y media. Te dejaré abierta la verja para que puedas pasar con el coche. No te quedes fuera, llama. - seguro que para él era un mal trago vestir tan elegante y tener que esperarla sintiendo como el carísimo traje se le llenaba de polvo.

Lo normal en cualquier mujer hubiera sido tener una consecuente crisis te histeria sobre qué iba a ponerse, cómo y cuándo. Ella no tenía ese problema. Tenía toda una buena colección de ponchos, vaqueros, botas, camisas y chalecos. Seguro que encontraría algo que ponerse, y lo que llevara pingüino, sinceramente le importaba poco. Sólo había que mirarlo para saber que iría bien vestido.

- Lo que me recuerda...- dijo, tras acabar su copa. Se metió un hielo en la boca y los masticó con un crujido, notando los nervios de sus dientes. Era una sensación muy placentera, con un punto de dolor. - Si el Whisky no te ha dado flojera en las rodillas, levanta el culo del sofa. Tenemos que practicar.- insistió la vaquera, levantándose con rapidez. El alcohol le hizo sonreír, y tener los miembros sueltos, pero estaba aún en plenas facultades. Se plantó frente el hombre de negocios refinado y dió un par de golpes impacientes con el pie. - ¡Vamos, levanta! ¿Sabes bailar, o no?- le urgió la vaquera, animada.

Su abuela estaba muerta, así que le tocaba a ella iniciar el baile inaugural. La novia bailaría con su padre, y la Sheriff con el suyo. Luego, ambas parejas serían "arrebatadas" en un tópico horrendo de todas las bodas, dejando libres a los novios para bailar entre ellos. Oswald era su acompañante, así que llegado el momento, tendría que interrumpir su baile con su padre. Por no decir, además, que se vería obligado a bailar al menos una de las numerosas piezas tejanas que interpretaría la dichosa orquesta. No era algo opcional. Menos mal que en eso, la vaquera era toda una maestra. Le enseñaría rápido. Tampoco le hacía falta que fuera Cotton Eyed Joe.

(Si algo no te parece bien dímelo y lo cambio, que tal vez me he pasado un poco ^^UUU)

Al parecer había metido la pata al organizar el plan de robo. No había tenido en cuenta los horarios de la ceremonia, aunque tampoco había sido informado de ellos previamente. A pesar de todo, sabía que había hecho el ridículo ante su socia, y no dudó en presentar sus disculpas.

-Vaya... Mis disculpas querida, debí haber supuesto lo de las gambas... -¿En serio? Sí... en su estado no era capaz de pensar en una respuesta más elegante. Ahora mismo sólo podía tratar de no pasarse de "natural" con la muchacha, quién de repente se levantó. Aún apoyado sobre su mano, atormentado por la migraña y el calor, Oswald la siguió con la mirada hasta que dijo:

-Si el Whisky no te ha dado flojera en las rodillas, levanta el culo del sofa. Tenemos que practicar. ¡Vamos, levanta! ¿Sabes bailar, o no?

Cobblepot se quedó paralizado. Su ebriedad desapareció casi al instante, dando paso a una palidez poco habitual en su rostro. Bailar... Claro que sabía. Era la experiencia más odiosa que había tenido en toda su vida. En su mente se agolparon de pronto los recuerdos, los miles de desgradables recuerdos relacionados con el baile... En su infancia cuando ninguna compañera de clases de baile quería ser su pareja en los ensayos, teniendo que bailar con la profesora acompañados por las risas burlonas de sus compañeros, en el instituto, cuando en el baile de fin de curso se quedaba solo, o en el de graduación, cuando creyó que Allison, la chica más popular de su clase, le había dejado una nota para ser su acompañante y resultó que sus amigas le habían gastado una broma para humillarlo, en la facultad, cuando toda su promoción le invitó a una fiesta salvaje y le hicieron creer que era el rey de la pista, sólo para descubrir que en realidad todos comentaban lo ridículo que se veía dándolo todo... Sólo recordarlo le hervía la sangre, ¿Y ahora la ranchera le pedía que lo hiciera? No podía ser verdad... Podía imaginar a toda esa tropa de paletos tratando de aparentar elegancia riéndose a su alrededor, acompañados por ella...

Un destello de ira intensa iluminó sus ojos, clavándolos en la despreocupada mirada de la vaquera. Se levantó con una sonrisa en los labios y se acercó a ella con los brazos abiertos, en actitud amistosa. Un instante después, en un rápido gesto, tumbó a la chica en la butaca y la inmovilizó con una llave de judo. En otras circunstancias jamás hubiera hecho algo así a una dama, pero ahora mismo el elcohol y el rencor nublaban su razón. Con esa terrible faz que el Pingüino solo mostraba a sus víctimas, comenzó a hablar en un tono tan frío que apenas tenía vida, y acabó mostrando su espantosa dentadura serrada casi gritando:

-Lo siento de veras vaquera... siento muchísimo tener que hacerte esto, pero no puedo... no puedo, ¡NI QUIERO BAILAR! Si tú y tus amiguitos queréis un bufón, por mí podéis colgar a tu padre como una piñata y freírlo a tiros al estilo tejano, o largaros a quemarle la casa a algún moreno disfrazados del Ku klux clan, pero Oswald Cobblepot no será vuestra diversión, ¡¿LO HAS ENTENDIDO?!

La contempló unos instantes. Tan cerca, tan perfecta... tan rastrera.

-¿Por qué me haces esto, eh? De veras te creía una persona diferente, alguien digno de confianza, y vienes a mi casa a pedirme... que baile.

La furia había hecho que su migraña aumentase, y llevó de nuevo una de sus garras a la frente aquejado por la misma, sin reparar, debido a la embriaguez, en que acababa de liberar uno de los brazos de la vaquera.

Oswald se levantó, con los brazos abiertos, pero la vaquera tuvo una extraña sensación, quizá un presentimiento. Puede que fuera algo que leyó en sus ojos antes de ir hacia ella, pero eso no impidió que la pillara un tanto desprevenida lo que sucedió a continuación. Con una estudiada llave, barrió sus piernas empujándola contra el sillón, y la inmovilizó allí, tirándosele encima. Su sombrero cayó al suelo con un “pat” de lo más liviano, mientras la sujetaba contra la butaca, con la cara muy cerca y una expresión maníaca, chillándola.

Mal hecho, Rebecca. Muy mal hecho. A veces viene bien que la vida te de ese tipo de recordatorios, de la misma manera que pasaba su día a día en guardia de cualquier cosa que pudiera pasar, no siempre podía actuar para prevenirlas. Sobre todo cuando la situación no presentaba un potencial peligro. Aquella salida de tono por parte del pingüino le recordó la frase que ella misma solía decir: “Hasta un caballo entrenado puede pisotearte, si la ocasión es la adecuada”. Aunque si debía ser sincera, tampoco esperaba que un pomposo del calibre de Oswald tuviera idea de defensa personal, o de lo que fuera que le había hecho para abatirla. Tenía más fuerza de lo que parecía, pero era más importante el hecho de que no había contemplado la posibilidad de que un hombre como él pudiera hacer algo así, y eso era un descuido inexcusable que la Sheriff tomaría muy en cuenta para el futuro.  De eso podía estar segura. No volvería a pasar.

Clavó sus ojos en él, contestando hielo con más hielo. Sus ojos entrecerrados, mientras esa boca de dientes de sierra escupía todo un registro de insultos. Trató de recibir aire en sus pulmones, le llegaba el olor a whisky de su aliento, sin dejar de mirarle directamente a los ojos. Entonces, él levantó la mano para ceñirla a su rostro y ella encontró su oportunidad. El dorso de la mano impactó en la rolliza mejilla de él, con una fuerza que daba la impresión de poder frenar el topetazo de un toro. El sonido rebotó por la habitación, durante un segundo de silencio. La expresión de la Sheriff era, si cabe, aún más severa de la que él había adoptado.

- ¿A esto te reduces con un par de Whiskys encima?- preguntó. No pudo evitar que cierto desprecio despegado entonara esas palabras
- No se te ocurra levantarme la mano, Oswald. El último borracho que se atrevió a hacerme eso se levantó de la cama con una puñalada en la pierna. - su tono se volvió duro, como el acero de sus pistolas. - No te comportes como el ganado, o me obligarás a tratarte como tal.- murmuró, acercándose esta vez ella a él, agarrándole por el pecho de la camisa, hasta que se pinchó con su nariz. Sus ojos eran más mortales que cualquier bala. - ¿A qué tienes miedo? ¿A qué te humillen? ¿No lo haces ya bastante con este comportamiento?- al decir eso apretó los dientes, y luego, con un ademán, apartó al pingüino de su camino, levantándose de la butaca.

Se aproximó con su paso cadencioso hasta el lugar en el que reposaba su sombrero en el suelo. Se agachó a cogerlo, y lo sacudió, como si al caer se hubiera ensuciado. Un lado de su labio se había arrugado en señal de desdén.

- Me has insultado. A mí y a mi inteligencia, con lo que has insinuado. - hizo una pausa - Creí que éramos espíritus afines.  Tu participas de todo el circo de trajes, lujo y champán, pero te consideraba un hombre que, como yo, no se deja llevar por lo que otros han establecido. Un pionero. - dijo, antes de mirar el sombrero durante unos segundos, para desviar sus ojos a la estrella de Sheriff. - Es obvio que debí ver más en ti de lo que hay. - añadió, ladeando la cabeza, y mirándolo por encima del hombro, aún de espaldas a él.

Con un ademán firme, volvió a colocarse el sombrero. Se dio la vuelta, haciendo resonar las espuelas en el proceso, y se plantó frente a él con una pose propia de los contendientes que han acudido a un duelo a muerte. Aquello podía salirle caro a la vaquera, pero nunca había dejado que nadie sobrepasara los límites, y Oswald no sería el primero.

- Si tú no quieres bailar conmigo en la ceremonia, no tienes que hacerlo…- consiguió darle una extraña entonación a la palabra, responsabilizando al pingüino por sus decisiones - Seguro que habrá algún HOMBRE que quiera. - igual que con la anterior palabra, esta vez “hombre” sonó tan grande, tan amplio en su boca, que parecía una aspiración difícil de alcanzar. Al menos, hizo que conseguir dicho rango a ojos de la Sheriff sonase prácticamente imposible.

Era una persona estricta, rígida en su ley. Pero aquellos que se habían ganado sus favores también tenían la opción de equivocarse. Oswald lo había hecho, y la vaquera, tras el correctivo adecuado, podría perdonárselo. Eso sí, no más de una vez.

- ¿A qué tienes miedo? ¿A qué te humillen? ¿No lo haces ya bastante con este comportamiento?

Aún sentía la picazón de la bofetada de la vaquera en la mejilla. El dolor del golpe había hecho que olvidase por completo la migraña producida por la borrachera, pero había cosas que dolían mucho más que el simple dolor físico...

- Me has insultado. A mí y a mi inteligencia, con lo que has insinuado. Creí que éramos espíritus afines.  Tu participas de todo el circo de trajes, lujo y champán, pero te consideraba un hombre que, como yo, no se deja llevar por lo que otros han establecido. Un pionero. Es obvio que debí ver más en ti de lo que hay...

La verdad. La verdad siempre era el instrumento de tortura más salvaje y despiadado, y aquéllas palabras estaban plagadas de ella... ¿Qué demonios había hecho? ¿Cómo podía haberse dejado llevar por la furia de esa manera por una simple invitación a bailar? "Qué inmaduro Oswald..." Y todo por esas malditas personas... Esa escoria que le había mirado con asco toda su vida... Nadie iba a volver a humillarle sin pagar un precio, ¡NADIE! Sin embargo... ella no le había mirado así nunca. Ni siquiera asomaba una mínima mueca de disgusto cuando se le acercaba, cuando bebían o comían juntos, jamás había puesto esos ojos que con disimulo buscan distraerse en otra parte mientras su garra sostenía alguna de sus manos para besarla. La cabeza iba a estallarle de dolor mientras veía a la vaquera abandonar el sillón y recoger su sombrero con el más digno de los aires. Era un completo imbécil, un idiota de lo peor... Ella era una de sus socias más rentables, la única mujer en kilómetros que utilizaba sus neuronas para algo más que contar dinero, y acababa de tomarla por esa misma basura hipócrita que deseaba limpiar a golpe de lanzallamas de su vida. Se medio incorporó en el asinto viendo a la ranchera aún de espaldas. En otras circunstancias habría sido una vista más que excelente, pero ahora mismo suponía un panorama desalentador, que empeoraría si no hacía algo pronto.

- Si tú no quieres bailar conmigo en la ceremonia, no tienes que hacerlo… Seguro que habrá algún HOMBRE que quiera.

No había arma en el mundo más afilada que aquélla palabra en labios de la sheriff. Ese tono de voz helado y culpabilizador estaba lacerando el ánimo de Oswald como un látigo experto, y se lo merecía... Pero no estaba dispuesto a que nadie pusiese en duda su hombría. Se había topado con muchos ejemplos de cómo no ser un hombre en esta vida, entre ellos Tucker Cobblepot, su propio padre, y sabía de sobra qué debía hacer para no parecerse a tales cretinos. Se levantó pesadamente y caminó hasta estar delante de la furiosa vaquera, a la que sostuvo la mirada unos minutos antes de echarse a reír.

- ¡GWAH GWAH GWAH GWAH! Te deseo suerte encontrando a ese hombre entre vuestros invitados querida, porque estoy seguro de que muchos lo parecerán por fuera, pero no encontrarás ni uno que sea suficientemente hombre para hacer esto... -Intentando no perder el equilibrio, se apoyó sobre una de sus rodillas y cogió la mano de la vaquera. Postrado frente a ella, ligeramente cabizbajo y sin dejar de mirarla, cosa que desde ese ángulo, daba un matiz intenso a su expresion, prosiguió con voz pausada- Yo, Oswald Chesterfield Cobblepot, admito mi culpa al haber acusado injustamente de los mismos pecados de la escoria de ciudad, a la brillante dama que tengo enfrente, asumiendo por tanto el papel del pésimo anfitrión que he demostrado ser, además de un maldito idiota desconsiderado que no sabe tratar a una mujer tan espléndida como se merece, y por todo ello, miss Logan, le ruego me disculpe. Como usted dijo, merezco ser tratado como el ganado.

Cerró los ojos permaneciendo a la espera de la reacción de la vaquera, bajando la mirada al suelo. Para muchos tal vez ese acto no era nada extraordinario, otros incluso lo tildarían de ridículo, pero precisamente de una dama, su madre, aprendió que nada es más difícil que aceptar nuestros errores, pedir perdón y tener valor para no ser disculpado.

Sus ojos azules siguieron todo el recorrido del pingüino desde el momento en que entró dentro de su campo de visión periférico. Antes de eso, quienes se habían encargado de ubicarlo eran su sentido del oído, y más sutilmente, el olfato. El fino empresario se plantó delante de ella con paso decidido, pero el el rostro de la vaquera apenas se podía leer nada, pues se había encasquetado el sombrero de manera que su mirada quedaba oculta por una sombra fría que otorgaba a su rostro aún más dureza de la que había mostrado hasta ese momento. Su cuerpo se mantenía firmemente afianzado sobre la moqueta, en una posición que no era defensiva. Mostraba una postura claramente dominante, que la hacía ver indómita y decidida.

Esperó con sus cinco sentidos puestos en no volver a dejarse sorprender en cualquier reacción que Oswald pudiese tener en su contra, por haberse atrevido a responder el fuego, con fuego. Cuando se rió, ella entrecerró los ojos adoptando una expresión mortífera, que él no fue capaz de apreciar, y entonces, con una peculiar arrodillada, le pidió disculpas desde el suelo, mientras sostenía con una de sus manos la de ella.

Durante unos segundos interminables se mantuvo impertérrita. Luego, arrebató la mano de la del pingüino, con un rápido gesto, se agachó inclinándose hacia delante y le sujetó por la nuca, volviendo a separarles tan solo la distancia de sus narices al chocar. En aquella incómoda postura permanecieron los dos un lapso de tiempo mínimo, que habría permitido entrever la brillante mirada azul de la vaquera bajo la penumbra del ala del sombrero.

- ¿Y cuanto lo lamentas, Oswald?- preguntó la Sheriff, como si no creyera del todo lo que había llegado a sus oídos. Sus ojos pasearon durante un instante por el rostro del hombre, contemplando esa boca plagada de dientes de sierra, para volver a clavarse inquisidora en sus ojos - ¿Lo suficiente como para transformar toda esa palabrería en hechos?- preguntó entonces. Soltó a Oswald y se incorporó, dando un paso atrás, y extendiendo una mano hacia él, palma arriba. - Si lo estás, déjame hacer lo que mejor sé hacer con el ganado...- añadio, esperando que le estrechara la mano para ayudarle a levantarse del suelo.

Si finalmente aceptaba esa mano, el tirón que recibiría sorprendería a cualquiera por su fuerza. El trabajo del rancho no sólo la mantenía en plena forma, si no que además le había proporcionado un excelente tono muscular que era apreciable bajo la bronceada piel dorada, en cuanto hacía fuerza o tensión en cualquier tipo de trabajo físico. Al hacerlo, aprovechó el impulso para quedar pegada a escasos centímetros de él. Una mano reposó sobre su hombro, firme, pero mucho más delicada de lo que cabría esperar de una mujer de su calibre. Intercambió una segura mirada con Oswald, antes de dedicarle una media sonrisa.

- Mandar. - finalizó, antes de obligarle con un movimiento avasallador a dar un paso atrás, y calculando con ese primer paso errático la distancia de sus piernas. Era muy cómoda para ella, puesto que él era bastante bajo. No suponían mas que pasos cortos, pero tenían que pillar el ritmo ambos, y suplir los problemas que podían derivar de la altura de su pareja de baile. Con poca práctica podría solucionarlo. Aún recordaba todos esos bailes de granero que había celebrado con las juventudes cristianas. No es que el Vals fuese de su agrado, pero estaba dispuesta a bailarlo si eso le proporcionaba unos segundos de ver en primer plano la desencajada cara de su padre, tras saber que su fantástico regalo había desaparecido.

La espera finalizó con un gesto brusco, sacando su mano de la grotesca garra que la sostenía. tal vez ahora todo intento de resarcirse fuese en vano, pero no pensaba hundirse por ello. Mientras andaba sumido en tales pensamientos, una fuerza inesperada le empujó por la nuca haciendo que casi cayese de bruces perdiendo el equilibrio sobre la rodilla apoyada en el suelo, pero al alzar la vista se topó con la peligrosa proximidad de aquél azul intenso. Ahora mismo maldecía la extrema longitud de su nariz...

- ¿Y cuanto lo lamentas, Oswald? ¿Lo suficiente como para transformar toda esa palabrería en hechos? Si lo estás, déjame hacer lo que mejor sé hacer con el ganado...

Era normal que dudase, por supuesto. Al fin y al cabo, de no ser por el tremendo bofetón que se había llevado su embriaguez al instante, Oswald seguiría siendo un borracho decadente. Vio que la sheriff le ofrecía su mano para levantarse, y aunque receló, pensó que fuese lo que fuese a hacer, seguramente era lo que el ganado merecía. Estiró la mano para aferrarse a la suya, y la muchacha le sorprendió con un estirón que le dejó prácticamente pegado a su sensual, y hasta ese momento, inalcanzable cuerpo... Sus ojos se pasearon por aquélla formidable vista hasta toparse con la socarrona sonrisa de la joven. Bueno, tal vez los consejos de lady Cobblepot habían servido de algo después de todo. La sheriff posó una mano en su hombro, y dejó escapar su sentencia:

-Mandar.

Echándose hacia atrás y arrastrándole con ella, la joven empezó a marcar unos sencillos pasos de baile, imponiendo su ley. Un baile sin música, menudo sacrilegio, pero si era lo que ella deseaba... Aunque no le iba a permitir campar a sus anchas en su local... Por muchas disculpas que le debiese, él seguía teniendo que defender su territorio. Sincronizándose con ella, colocó una de sus garras en la cintura de la vaquera, y se aferró con fuerza a su mano con la otra, haciendo suyo el baile. Poco podía imaginar la muchacha que se encontraba ante un amante de la danza clásica, cuya gracilidad y fluidez poco o nada tenía que ver con su físico. En un paso más típico del tango, la inclinó quedando cerca de su rostro, y le dedicó una seductora sonrisa.

- Pues a mandar.

Hacía siglos que no se sentía tan suelto. Bendito whisky... o quién sabe, tal vez le gustaba eso de ser ganado.

En un gesto automático, la mano de Oswald se apoyó en su cintura, y después de unos breves pasos de calentamiento, que utilizó para habituarse a la desacostumbrada distancia de movimiento que imponían las piernas de su compañero de baile, pingüino comenzó a mandar, tomando las riendas de la dirección y los pasos. Ella había aprendido a bailar durante su adolescencia, cuando su madre le había impuesto que lo hiciera para poder socializar durante los diferentes bailes de las juventudes cristianas, cenas y otros eventos a los que la obligaban a ir. Era una de esas cosas que había odiado con todas sus fuerzas cuando era joven, pero tenía que reconocer que había aprendido a disfrutar de él con el tiempo.

Le sorprendió gratamente descubrir en Oswald un diestro compañero, que era muy capaz de seguir sus pasos, aunque su ritmo fuese distinto al habitual por la corta distancia de sus piernas, lo compensaba con un porte firme, distendido, y muy capaz de mandar. Eso le gustó a la vaquera, de manera que cuando quiso inclinarla, se dejó hacer. Con una risilla quizá provocada por la emoción, o por el Whisky, se dejó caer hasta que la trenza casi rozó el suelo, y luego con otro movimiento fluido, se levantó.

- Tienes buenos pies, Oswald. - dijo la vaquera, con una sonrisa.

Luego, le soltó. Se colocó de nuevo el sombrero y dió una palmada, cambiando de tercio por completo. Había comprobado que podría bailar sin problemas el vals, y aquello le quitaba parte de presión al asunto, pero aún tendría que bailar al menos una pieza tejana si querían irritar verdaderamente a su padre. No hacía falta que fuera de las complicadas, pero si que Oswald entendiera el modo de moverse que tenían las canciones mas rancheras.

- Vamos a ver si podemos utilizarlos para algo un poco más movido. No te preocupes, seré buena contigo. - dijo guiñándole un ojo, cómplice.

Entonces se colocó a su lado, indicándole que hiciera lo mismo. Colocó las manos sobre su cinturón, algo que caracterizaba al country desde siempre, y separó las piernas. Iba esperando que Oswald la imitara, con paciencia. El country es mucho mas difícil de lo que la gente ve a simple vista, pero no lo bastante para desquiciarte, si entiendes que es una mera cuestión de coordinar y repetir.

- El country es bien sencillo. Si es tradicional, limítate a seguir lo que te digan. La propia canción te lo dirá. Pero tu y yo vamos a hacer otra cosa. Todo lo que tienes que hacer, es concentrarte en estos tres pasos que voy a enseñarte: Taconeo, rodillas y lateral. Cuando domines esos tres, ya lo tendremos. - explicó la vaquera, con una sonrisa.

La noche fue al paso, poco a poco, mientras la boca de la vaquera tarareaba una cancioncilla que ayudara al pingüino a seguir el ritmo. Tras acabar, y despedirse con la cortesía propia de Oswald, abandonó el local con una sonrisa en los labios y una inmensa sensación de triunfo.

Al menos, hasta que llegó al rancho...