Hora de cerrar (Libre) [Dc, Pre-Omega]

Fecha:

Tac, tac, tac, tac

El tamborileo del lápiz contra la mesa era lo único que podía oírse en todo el despacho. Afuera era noche cerrada, y no había nadie más en la alcaldía. Nadie, excepto la propia alcaldesa, que miraba unos documentos con la expresión propia de un cordero que observa el registro del matadero. A su lado había un paquete de comida tailandesa que hacía tiempo que se había quedado fría, al lado de un par de latas vacías de bebidas carbonatadas con ingentes cantidades de azúcar. Había sido un detalle de su asistente, y Joanna disfrutó de la cena aunque realmente no la necesitase en absoluto.

Suspiró, dejando escapar el lápiz de entre sus dedos, el cual rodó indolentemente por todo su escritorio hasta caer al suelo. La mujer se acarició el puente de la nariz, antes de negar con la cabeza, dejando los papeles sobre la mesa. Miró al techo, pensativa. Era uno de esos techos blancos, carentes de todo adorno aparte de la lámpara que colgaba de él, tan anodino como una conversación sobre el tiempo. No tenía nada interesante, sin duda, pero la alcaldesa siguió mirándolo unos segundos más antes de incorporarse con un nuevo suspiro

Te haces vieja, Joanna... ¿Tanto trajín por un estúpido formulario? murmuró, volviendo a incorporarse

Vale, ya está, esta estúpida solicitud me está volviendo majareta: Hora de volver a casa. finalizó, dando un leve golpe en la mesa de su despacho. Tras sobresaltarse por el ruido provocado por su acción, suspiró, comenzando a ponerse la chaqueta de su traje. Se recolocó un poco el pelo, recogió la comida y salió del ayuntamiento cerrando tras de sí.

Unos minutos después, con la bolsa de comida tailandesa reposando plácidamente en una papelera, Joanna introdujo las manos en los bolsillos de sus pantalones mientras miraba al cielo, pensativa. Las cosas habían cambiado mucho, pero si había algo que se le daba bien a la humanidad, era adaptarse. Ella se había adaptado a no dormir y brillar por las noches, y sus votantes se habían adaptado a aceptar a un zombi incorruptible como alcaldesa.

Ah, las ironías de la vida.

Así pues, comenzó a andar con tranquilidad, dirigiéndose con parsimonia al puerto con la intención de observar el mar. Después de todo, aún le quedaban unas seis horas antes de que el ayuntamiento volviese a abrirse de forma oficial, y el observar las olas siempre le había relajado bastante.

Artemis miró cómo su segunda piedra descendía en una parábola perfecta, hasta encontrarse con la superficie del mar y hundirse limpiamente en ella. Mientras se agachaba para hacerse con un tercer proyectil, la muchacha analizó inconscientemente el lanzamiento anterior; más limpio que el primero, había llegado más lejos, pero se le había escorado un poco hacia el final. Bueno, lo mejoraría con el siguiente.

Seguía vistiendo su uniforme de Tigress. Al abandonar el Monte Justicia, había decidido ir a Happy Harbor en lugar de tomar el teleportador hacia Gotham. La misión del día no había ido bien, y Artemis sabía que había sido por su causa. Aqualad evitaba culparla, pero Tigress no necesitaba que caminaran de puntillas a su alrededor. Era consciente de que su distracción podría haber salido muy cara al equipo. Sin la intervención de M'gann en el último instante, las cosas hubieran sido mucho peores.

Tenía que dejar de acordarse de Wally en los peores momentos, o se convertiría en una carga para los Titans.

La muchacha se dispuso a lanzar la tercera piedra, pero se detuvo al ver que alguien se acercaba, paseando en dirección al muelle. La silueta despedía un tenue brillo a pesar de lo oscuro de la noche. El brazo de Artemis descendió hasta situarse de nuevo junto a su tronco.

- Alcaldesa - saludó, reconociendo a la mujer que los Titans habían tratado de rescatar el año anterior.

Aquel tampoco había sido uno de los mejores días de Artemis, tenía que reconocerlo. Se había sentido completamente inútil, se había dejado arrastrar por la impotencia y la culpabilidad al ver morir a la mujer ante sus ojos, había vuelto a tropezarse con el fin de una vida sin poder hacer nada por cambiarlo. Sin embargo, Joanna Hardins había despertado tres días después, para sorpresa de todos, y se había convertido en algo... distinto a lo que había sido. Artemis no era mística; varios de sus compañeros habrían podido explicar el fenómeno mejor que ella. La cuestión era que la alcaldesa Hardins ya no era humana, pero había decidido seguir siendo política.

A Artemis, que había escogido la senda de la justicia por voluntad propia, la elección de la mujer de no coger el antifaz y la capa y, en lugar de eso, luchar desde las tribunas, resultaba difícil de comprender.

- ¿Qué está haciendo aquí tan tarde?

Por fin había llegado al muelle, y ahora se encontraba disfrutando de la paz que las olas producían siempre en su estado de ánimo. Incluso se permitió sacar el reloj de bolsillo de su padre, acariciándolo antes de abrirlo. Dentro había una foto de los tres: padre, madre e hija, sonriendo a la cámara sin saber que en apenas unos meses, el trío se convertiría en un dúo.

Sonrió nostálgica, acariciando con el pulgar la fotografía vieja, sin darse cuenta de que acababa de ser vista, demasiado ensimismada en sus recuerdos.

- Alcaldesa La política parpadeó unos segundos, volviendo de nuevo al aquí y ahora, levantando su mirada hacia aquella que acababa de llamarla. La miró de arriba a abajo y rápidamente la reconoció como una de las superheroínas que se alojaban en la ciudad, lo que hizo que una dulce y maternal sonrisa se perfilase en sus labios. Los chicos habían sufrido mucho para ser tan jóvenes, y aunque no les culpaba de su... situación, estaba convencida de que varios de ellos sí que se culpaban por ello.

- ¿Qué está haciendo aquí tan tarde?

No hay descanso para los malvados, cielo la alcaldesa habló, y aunque su voz era algo suave, quizás aterciopelada, siempre había algo antinatural en ella, algo que producía un desasosiego en los vivos o aquellos que no estaban acostumbrados a su presencia. La morena se acercó con tranquilidad hacia la heroína, volviendo a guardar con cuidado el reloj de bolsillo

añadió, parándose a la altura de la rubia, observándola con tranquilidad y detenimiento, con esa mirada verde brillante tan característica

Quizás debiera ser yo la que te preguntase qué haces tan tarde aquí, Tigress... añadió, antes de desviar la mirada hacia el mar.

No iba a insistir, pero reconocía que le resultaba curioso. Tenía entendido que los Titanes rara vez estaban solos, y mucho menos fuera de la torre. Al menos, sin asumir su identidad privada, claro

La mujer esbozó una tenue sonrisa, pero la punzada de culpabilidad ya se había instalado en el pecho de Artemis, como siempre que recordaba las ocasiones en que había llegado tarde.

- No hay descanso para los malvados, cielo - citó la alcaldesa, con aquella voz tan característica.

"Tampoco para los buenos", pensó amargamente Artemis, "Porque... somos los buenos, ¿verdad?"

Joanna guardó el objeto que había sostenido en sus manos (un reloj de bolsillo, notó Tigress) y se aproximó a la joven heroína.

- No podía dormir, simplemente. - continuó, deteniéndose a su lado y mirándola. Artemis soportó el escrutinio en silencio, sintiéndose agradecida por la máscara que ocultaba parcialmente su rostro. La sinceridad nunca había sido su fuerte - Quizás debiera ser yo la que te preguntase qué haces tan tarde aquí, Tigress... - dijo Joanna por fin, desviando su mirada hacia el mar.

Era una buena pregunta. Artemis buscó las palabras adecuadas para contestarla mientras la alcaldesa hacía una última observación:

- El mar está precioso hoy. Casi parece como si nada hubiera ocurrido.

Tigress no podía estar más de acuerdo. Todo, en realidad; el cielo, el agua, el paisaje de Happy Harbor... el mundo en general seguía siendo el mismo. No parecía haber estado a punto de destruirse tantas veces, ni parecía haberse detenido ni un solo momento a contemplar todas las vidas que se habían entregado por él. Wally, Ted, Tula, incluso la propia Joanna.

- No ha sido un buen día - empezó Artemis, encontrando al fin las palabras - He estado... distraída. Mi negligencia ha hecho que hirieran a un miembro de mi equipo y ha estado a punto de costarnos la misión. - explicó.

La Artemis Crock de hacía seis años nunca se hubiera atrevido a reconocer su fracaso en voz alta de aquella manera. Pero los Titans habían cambiado a la chica, la habían enseñado a aceptar sus debilidades, a trabajar en equipo, a sentirse orgullosa de quién era.

- Últimamente no... trabajo bien. - confesó - Esta semana hubiéramos cumplido seis años - su voz descendió hasta convertirse en un susurro - Normalmente no pienso en él, ¿sabe? - los ojos de Artemis regresaron al mar, al tiempo que un nudo se le cerraba en la garganta - Es más fácil así.

Joanna no conocía los detalles, pero las palabras de Tigress parecían hacer referencia a una relación, y era de dominio público que los Titans habían sufrido más de una baja a lo largo de los años. Probablemente, la rubia había perdido algo más que un compañero en nombre de la lucha por la justicia.

- Siento contarle todo esto - se disculpó Artemis, mientras el viento procedente del mar azotaba sus rostros.

Y, de nuevo, se hizo el silencio. Joanna no se sentía ni incómoda ni cohibida ante él, ya que de hecho lo agradecía después de un día de agotador trabajo. Sonrió de lado, pensativa, mientras acariciaba de nuevo el reloj de su padre dentro del bolsillo de la chaqueta, pensativa. Por unos instantes se permitió acariciar la idea de tomar la capa y el antifaz, de luchar por los pobres y los desamparados como una amazona, tal y como había soñado de niña.

Pero pronto se recordó a sí misma que eso no era así, que aunque hubiese cambiado físicamente, su lugar era al otro lado de la ley, trabajando dentro del sistema para asegurarse de que el mañana fuera un mundo mejor, de que hubiera un lugar para todos estos chicos cuando se quitasen las máscaras. Era gracias a ellos que había un mañana, pero era gracias al trabajo de la política que había parques donde reír y descansar, que había cafeterías donde disfrutar de un buen helado o que había risas saliendo de los colegios.

La voz de Tigress volvió a sacarla de su ensimismamiento de nuevo, lo que llevó a Joanna a maldecirse mentalmente por lo bajo. Últimamente andaba demasiado distraída, y no podía permitírselo si quería cumplir su ambicioso sueño de cambiar el mundo, ciudad a ciudad, miguita a miguita. Los ojos verdes de la mujer se volvieron de nuevo a su interlocutora, mirándola en silencio. No había juicio en su mirada, sólo preocupación.

Preocupación por su bienestar, preocupación por su compañero herido, y preocupación por la salud de sus héroes residentes. ¿Qué habrían hecho a las sombras, qué mal habrían derrotado, que podría haber matado a uno de esos muchachos heroicos?

Se dispuso a hablar, a reconfortarla, pero algo le dijo que no era eso lo que Tigress quería decir, o al menos lo único. Sus labios se cerraron con la misma suavidad con la que se abrieron, y la mirada de la no-muerta se tiñó de preocupación e interés.

Últimamente no... trabajo bien. Joanna se mantuvo en silencio, expectante Esta semana hubiéramos cumplido seis años Y en ese momento, los ojos verdes de la mujer se abrieron un poco más, antes de mostrarse tristes, apartando levemente la mirada Normalmente no pienso en él, ¿sabe? Es más fácil así.

La mujer se quedó en silencio, pensativa. No había tenido nunca ningún romance serio, apenas un par de novios en el instituto, aquella época bicuriosa en la universidad y ya. Nada serio, ni duradero, en definitiva, por lo que no era la más aconsejable para hablar de romances o parejas. Sin embargo, sí sabía lo que era la pérdida, y no podía evitar empatizar con Tigress: Después de todo, ella misma se había volcado en su carrera tras la muerte de su padre.

Siento contarle todo esto

No, Tigress, no te disculpes. Me siento honrada de que me cuentes todo esto la mujer sonrió, girándose de nuevo hacia la heroína, clavando sus ojos verdes en los de la muchacha

su mano salió de su bolsillo y dudó unos segundos, antes de posarse con suavidad en el hombro de la muchacha. El contacto era frío, pero sin duda se notaba que el objetivo del gesto era reconfortar

dijo la mujer, mientras estrechaba su sonrisa en un intento de quitarle hierro al asunto

Se quedó unos segundos en silencio, dejando que sus palabras permeasen el ambiente

Si quieres... puedo intentar contactar con él. Permitiros hablaros, despediros si así lo prefieres, de un forma más cordial y menos traumática

No, Tigress, no te disculpes. Me siento honrada de que me cuentes todo esto

La muchacha sintió una oleada de alivio. La voz de la alcaldesa era sosegada y estaba llena de comprensión. Artemis había pasado seis largos años de su infancia sin una figura materna a la que volverse y, aunque Paula Crock volvía a estar en casa, aún le costaba demasiado abrirse a ella. Aún tenía miedo a sincerarse, a llorar delante de su madre. Quería mostrarse fuerte porque, si les convencía a ellos, podría convencerse a sí misma.

Joanna tendió la mano y tocó el hombro de Tigress. Estaba fría, pero el gesto hizo que Artemis parpadeara furiosamente, tratando de calmar el escozor que sentía en los ojos.

La chica miró con tristeza a su interlocutora. La alcaldesa también había perdido a alguien importante, y había sido una pérdida lenta. Artemis estaba acostumbrada a muertes violentas, bruscas, vidas que se extinguían en un instante. Ahora está aquí, ahora no volverás a verle. No había experimentado nunca la larga agonía de un ser querido. La madre de Garfield había muerto en un accidente de coche, Tula había entregado su vida a Tiamat; Wally...

Artemis cerró los ojos un instante. Ella misma no era el ejemplo de buenas relaciones con su padre. Ollie había tenido que hacer gran parte de ese papel los últimos años, y tampoco se veían con tanta frecuencia. Al fin y al cabo, vivían en extremos opuestos del país. Pero el padre de Joanna sonaba muy cercano. Tigress miró a la alcaldesa desde detrás de su máscara, con aquella clase de mirada que sólo podía significar "lo siento".



Lo que implicaban realmente aquellas palabras tardó varios segundos en abrirse paso hacia la mente de Artemis. La muchacha palideció mientras la siguiente frase de Joanna terminaba de disipar sus dudas.

Si quieres... puedo intentar contactar con él. Permitiros hablaros, despediros si así lo prefieres, de un forma más cordial y menos traumática

Un escalofrío descendió por la espalda de la rubia. No tenía nada que ver con el frío tacto de la mano de Joanna, ni con el viento procedente del mar. El frío procedía del Ártico mismo, del recuerdo que más había intentado enterrar.


"Felicidades, habéis salvado..."
"Espera. ¿Dónde está Wally...?"
"Artemis... él quiso que te dijera..."
"No. No..."


Los ojos de Tigress se cerraron con rabia, tratando de detener las lágrimas que ya estaban resbalando por sus mejillas. Tal vez fuera aquello lo que aún le impedía avanzar, no tenía nada, salvo unas palabras de Barry. Ni una disculpa, ni una despedida de verdad. Wally le había dicho que la quería, sí, pero ni siquiera se lo había dicho en persona. No había tenido siquiera la decencia de abrazarla por última vez antes de lanzarse de cabeza a salvar el mundo, y mucho menos la de preguntarle si podría apañárselas sin él...

Wally, el que había protestado hasta el infinito cuando ella había arriesgado su vida por el bien del equipo.

Aún tenía cuatro cosas que decirle acerca de predicar con el ejemplo. Y él le debía una disculpa, una muy buena y muy convincente, por haberla dejado sola.

- ¿P-puede... hacer eso? - la pregunta de Tigress podría haber sido retórica. Al fin y al cabo, la alcaldesa acababa de afirmar que podía hacerlo.

Artemis creía en la magia. Wally era el científico, el que diría que no es posible comunicarse con los muertos, porque tras la muerte no hay nada y nuestro organismo regresa a la materia orgánica inerte de la que procedemos. Maldito Wally, qué tozudo era a veces. ¿Acaso no le había demostrado lo contrario su experiencia con el Doctor Destino?

Pero incluso a ella le resultaba difícil asimilar la idea. Podía creer en las fuerzas arcanas, sí, pero... ¿algo más allá de la muerte? Si aquello existía, ¿no tenía que ser imposible poder...?

Claro que, si el camino entre ambos mundos existía, Joanna tenía que conocerlo por fuerza. Ella era el vivo... no, el no-vivo ejemplo de que los muertos podían volver. Sólo que los muertos de Artemis nunca lo hacían.

- No sé si... funcionará con él. Es muy... tozudo, ¿sabe? - ¿por qué le costaba tanto referirse a él en pasado? - Intentará convencerse de que todo esto es obra de la interacción de los protones con un campo magnético, o algo así - en los labios de Artemis se formó una sonrisa triste al tiempo que otra lágrima descendía por su mejilla. Casi podía oírle hablar - L-lo siento. Yo...

Tigress volvió a cerrar los ojos un instante y respiró hondo, tratando de deshacer el nudo que sentía en la boca del estómago.

- Me gustaría intentarlo - dijo al final, en un susurro.

Joanna no dijo nada durante todo el proceso por el que pasó la chica, simplemente mirándola con tranquilidad, con una expresión de comprensión. Reconocía esas miradas, esas expresiones, y no sólo por haberlas vivido, si no por haberlas visto bastantes veces ya. Entendía que a Tigress se le hiciese difícil aceptarlo, superarlo, aunque la herida debiera estar cerrada ya. No en vano, su padre siempre le había dicho que las situaciones extremas forjaban relaciones extremas.

Y esos chiquillos vivían situaciones extremas demasiado a menudo. En parte sentía que era su fracaso, pues se supone que los adultos debían venir antes y asegurarse de que el mundo que dejaban a las nuevas generaciones era mejor que como lo habían encontrado. Un mundo en el que los chicos como Tigress sufrían esas pérdidas no era un buen mundo.

Claro que quizás no debía llamarlos chiquillos, después de todo. ¿Cuántos años tenían ya? ¿Dieciocho? ¿Veintipocos? Ya eran adultos, o estaban cerca de serlo. Joanna había crecido con las historias de Flash, había admirado durante su adolescencia a Wonder Woman y todo lo que ella representaba, y había soñado con el misterioso Batman. Eran ellos los que realmente eran los héroes, los artífices de un mundo mejor, a costa de sudor, sangre y dolor. Mucho dolor.

Finalmente Artemis pareció tomar una decisión, y Joanna la sonrió, apretando suavemente su hombro, como diciendo en un gesto mudo que ella estaba ahí, que la apoyaba, que la ayudaría a superarlo. Después de todo, debía mucho a sus héroes residentes, y les apoyaría en todo lo que pudiese

La mujer sonrió, separándose por fin de la viva, metiendo de nuevo las manos en sus bolsillos, comenzando a caminar sin esperar que la otra chica la siguiese. Porque estaba segura de que lo haría.

No estaban muy lejos, y pronto se encontraron ambas ante un edificio austero, un conjunto residencial que tenía aspecto de haber vivido tiempos mejores. La alcaldesa sacó unas llaves de su bolsillo y abrió el portal, franqueando la entrada a la justiciera, para después abrir la puerta del bajo del edificio: la puerta de su piso.

comentó con un cierto aire alegre mientras se quitaba la chaqueta, prenda que dejó colgada en el perchero de la entrada.

Si algo podía definir el piso de la alcaldesa era la palabra austeridad: Apenas había un armario zapatero en la entrada y un simple perchero, ambos elegantes pero no especialmente caros, con un espejo relativamente bonito justo encima del zapatero. Las lámparas eran simples pero funcionales, y había algunos cuadros de paisajes colgados, probablemente comprados a algún artista callejero y enmarcados para darles un mejor aspecto. En dicha habitación había tres puertas, una que daba a un pasillo (que posiblemente comunicase con las habitaciones), otra que daba directamente a la cocina y una que daba a lo que parecía un salón o sala de estar, estando los suelos de todos menos la cocina cubiertos por alfombras gruesas de motivos simplistas

Tras descalzarse rápidamente y prácticamente arrojar los zapatos a un rincón, la no-muerta se dirigió al salón disfrutando del tacto de la alfombra de este a través de sus medias, con una suave sonrisa extasiada. El salón era también un lugar sencillo con dos sofás, un televisor algo viejo, un reproductor de DVD y una mesa comedor, amén de unas cuantas foros enmarcadas. En ellas se veían a un hombre moreno de expresión severa que compartía los ojos de su hija y una mujer de cabellos ardientes y mirada igual de fogosa que estos que en alguno de ellos vestía un uniforme de policía.

En la única de las fotos en las que aparecía Joanna era aquella en la que llevaba aquél birrete ridículo y su título en la mano, sonriente. También su título de Abogacía adornaba la pared, pero el total de fotos y marcos que pendían de la pared no llegaba a superar la media docena. Encendió una lámpara y se quedó unos segundos en silencio, pensativa

Artemis,desconfiada por naturaleza, dudó un instante... Pero sólo un instante. Después echó a andar tras la mujer, dejando que la guiara hacia lo que debía de ser... ¿su casa?



- Tendría que ver mi casa - comentó Tigress, esbozando una leve sonrisa.

Artemis había esperado algo distinto. Siempre había supuesto que los políticos vivían en lugares... bueno, más grandes y lujosos. Pero la casa de Joanna, aunque sencilla, era acogedora, nada que ver con el piso de Gotham en que vivían la ex-arquera y su madre. Aquél prácticamente se caía a trozos. Éste se parecía más al piso que habían compartido Wally y Artemis en Palo Alto durante sus años de universidad. Era... bonito.

Joanna se quitó los zapatos y condujo a su visitante hacia el salón. Artemis tomó asiento en el sofá, algo rígida, como siempre que se encontraba en terreno desconocido. Sus ojos recorrieron la estancia, reparando en las fotografías colgadas en la pared. El padre y la madre de Joanna, supuso, sintiendo una extraña nostalgia al mirarlos. Había muchas cosas que la muchacha podía admirar en la alcaldesa; una de ellas, sin duda, era su capacidad de mirar cada día el rostro de sus seres queridos... y de soportar que aquellos que ya no estaban le devolvieran la mirada desde la pared.

La sonrisa de Artemis se acentuó un poco al ver la foto de Joanna el día de su graduación. Justo entonces, la voz de la mujer la sacó de sus pensamientos.



Tigress dudó un instante.

- Un té estará bien, gracias - murmuró, algo cohibida.

- Un té estará bien, gracias

Dicho eso, la mujer se movió rápidamente hacia la cocina con un movimiento elegante y muy medido. Era innegable que la política tenía una presencia y un estilo que permeaba en todos sus gestos producto de años de entrenamiento bajo la tutela de su padre. No había gestos de más, pero no por ello dejaban de resultar naturales.

Una vez se internó en la cocina, la mujer sacó unas cuantas cajas de cápsulas para una de esas cafeteras que podían hacer tanto cafés como demás bebidas calientes, uno de los pocos caprichos que la mujer se permitía de cuando en cuando. Era eso, y sus colecciones de vinilos, que reposaban en su habitación perfectamente limpios, cuidados y ordenados.

Tras dudar unos segundos, decidió hacer un té tailandés para ella misma (o al menos eso decía la caja) y otro marroquí para su invitada. Tenía la sospecha que no era realmente un té marroquí, y ni si quiera se acercaría remotamente al sabor de dicho té, pero no podía negar que estaba rico, suave y era muy oloroso. Unos segundos más tarde, volvió a entrar en el salón con una bandeja en la que reposaban los dos tés en unas sencillas tazas con estampados sencillos de flores y un cuenco con pastas recién sacadas

Nota mental: Tengo que ponerme a hacer galletas de una maldita vez

Joanna sonrió y dejó la bandeja en la única mesita de té de la estancia, sentándose finalmente en el suelo con tranquilidad, mirando así a Artemis de frente, y desde abajo. Estaba segura de que ese tipo de gesto ayudaría también a soltarse a la joven, recordándola que no la veía desde un punto superior, pero también podía provocarle algo de incomodidad. El tiempo diría



La alcaldesa sonrió cordial, clavando sus ojos verdes en los de la muchacha. Tenía toda la noche, así que no iba a forzarla, pero sí quería que supiese en todo momento lo que estaba haciendo, que entendiese las fuerzas que iban a mover durante esa "sesión".

Artemis cogió su taza de té de la bandeja, agradeciendo que el calor que desprendía se transmitiera a sus manos. Aún las notaba frías; no sabía si se debía a la temperatura del exterior, de la que aún no había terminado de desprenderse, o a la intranquilidad que la dominaba. Joanna también había traído pastas y, aunque la rubia agradecía el gesto, no las tocó. Realmente, no se sentía con el ánimo de probar ninguna; el nudo en el estómago seguía ahí.

Él se habría reído de ella por creer en aquellas cosas. La habría intentado convencer de que todo lo que viviera a continuación (si es que realmente sucedía algo) no era más que un buen conjunto de efectos especiales. No podía culparle. La propia Artemis no las tenía todas consigo, pero Joanna le gustaba, le transmitía seguridad. Y aquello, teniendo en cuenta el carácter arisco y desconfiado de la muchacha, era decir mucho.

La alcaldesa se sentó en el suelo, algo que confundió bastante a la chica. Sin embargo, Joanna se comportaba con naturalidad, como si aquello fuera lo que debía hacer. Desconocedora de la forma en que funcionaban sus poderes, Artemis decidió que no iba a cuestionarlo.



Joanna sonreía, como si no acabara de pedirle algo imposible a su interlocutora. Sus palabras habían sido amables, incluso dulces, pero Artemis sintió crecer el pánico en su interior a medida que las pronunciaba. La chica tuvo que dejar de nuevo su taza en la bandeja, porque habían empezado a temblarle las manos.

"No quiero pensar en él... no me hagas pensar en él... por favor..." suplicó interiormente, aterrorizada.

Traer a su memoria el rostro pecoso de Wally, su sonrisa divertida, su cabello rojo y sus ojos verdes... era demasiado para ella. ¡Joanna no lo entendía! ¡No podía hacerlo! Llevaba un año entero cerrando esa puerta, arrojando todo su peso contra ella, agolpando sillas y cajas de madera para evitar que todos aquellos recuerdos salieran. Y Joanna le estaba pidiendo que la abriera. Así, sin más, como si fuera fácil de hacer.

Claro que pensaba en Wally. Lo hacía continuamente, sólo que no del todo. Lo tenía siempre allí, en la periferia de su mente... Algunas veces se atrevía a mirarlo de reojo, a veces tenía incluso el valor de reconocer su presencia ahí. Otras veces era él el que irrumpía en sus pensamientos, con un "él hubiera dicho...", "él hubiera hecho...", y aquella segunda circunstancia era la que más odiaba Artemis. Era la que hacía que dudara en las misiones, la que casi había mandado a Garfield a la enfermería hacía unas horas. Sabía que negar a Wally no era una solución, pero llevaba meses haciéndolo, y era lo único que la permitía seguir adelante.

Artemis se abrazó las rodillas, el gesto que siempre hacía cuando se sentía asustada, cuando no sabía qué hacer ni adónde ir. Aquello calmó un poco el temblor de sus dedos. Se obligó a respirar hondo, a tratar de frenar la ansiedad, había sido ella la que había dicho sí a la propuesta de Joanna. ¿Qué era, una cobarde?

Tal vez tenía que empezar a aceptar su muerte. Hubiera ayudado tener un cuerpo sobre el que llorar, claro. Pero tal vez Kaldur tenía razón, y su reacción de evitación terminaría por ser peor para ella.

Tal vez tenía que obligarse a recordar a Wally. Tal vez tenía que hablarle de él a Joanna. No podía decir su nombre, claro. Identidad secreta, uno de los conceptos favoritos de Batman, tal vez el segundo después de justicia... Artemis se aferró las piernas con más fuerza. ¿De veras seguía importando eso...?

- Él... - su propia voz le sonó desconocida. Era débil y se quebraba continuamente, como si fuera la niña asustada que Lawrence Crock nunca le había permitido ser. No sabía cuánto rato había permanecido en silencio, pero el té ya no humeaba, y a ella le había parecido una eternidad - Él era... - un escalofrío la recorrió de arriba abajo al emplear el pretérito - el primer Kid Flash...

Artemis tragó saliva y prosiguió, con un hilo de voz. Desde luego, nada parecido al canto de sirena que le había pedido Joanna.

- Era... pelirrojo. Siempre estaba sonriendo pero... sus chistes sólo le hacían gracia a él.

La chica se detuvo un instante.

- Bueno, algunos me hacían reír. A veces. - reconoció, y el fantasma de una sonrisa rozó sus labios, sin llegar a dibujarse en ellos - Era... un desastre. Siempre se olvidaba de San Valentín y sólo podía pensar en comida... Y era muy, muy tozudo. Y demasiado impulsivo. Supongo que era por ser un velocista, pensaba demasiado deprisa, le encantaba correr arriba y abajo. Y no creía en la magia.

Una vez abierta la puerta, Artemis descubrió que era incapaz de parar. Su voz entrecortada siguió describiendo a Wally; su personalidad extrovertida, su mal perder en los videojuegos, sus torpes intentos de conquistar a las chicas, su pasión por las ciencias... Y a su mente regresó el sonido de su voz, el calor de sus brazos, el olor de su colonia (aquella que Robin le había regalado por Navidad). Artemis no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que sollozó en medio de la palabra souvenir, haciendo que sonara extraña e irreconocible.

- ¿... es suficiente? - susurró, deseando que así fuera. No podía hundirse de aquella manera, dos veces en la misma noche. Y, si Joanna traía realmente a Wally, no quería que él la viera llorar.

La clave para esa situación era mantenerse en silencio, apoyando a la heroína que debía ir eliminando poco a poco la armadura que había creado alrededor de ese dolor. Tenía entendido que era algo psicológico, que la mente creaba un quiste alrededor del dolor para intentar olvidar, y aunque no era su materia de experiencia, Joanna había leído algo en sus tiempos libres cuando se encontraba en la carrera.

Después de haber transmitido mensajes de los... idos a los vivos, había descubierto que había mucha verdad en ese símil, que mucha gente simplemente había tapado la herida, pero esta no había sanado. Como un médico, la médium se veía obligada a veces a reabrir la herida para que todo el dolor concentrado saliese a la luz, limpiando y depurando el sentimiento hasta que, tras la resignación, empezaba la aceptación, y sólo en ese momento uno podía superar el pasado.

Así pues esperó pacientemente, prácticamente sin moverse ni pestañear, en completo silencio. Era un ejercicio que la rubia debía hacer por sí misma, una barrera que ella sola debía tirar, y no debía interrumpir el proceso bajo ningún concepto.

Y, finalmente, la armadura mostró su primera fisura. Artemis empezó a hablar, y Joanna simplemente cerró los ojos, posando sus manos sobre sus rodillas, sentada en la posición del loto. La voz de la muchacha sonaba en la estancia, pero la alcaldesa no estaba escuchando realmente. Poco a poco empezó a alcanzar un estado de trance, y empezó a escrutar el mundo de los muertos

Al principio parecía una mujer en paz, una boddishattva vestida de traje que no se movía, que no respiraba. Pero poco a poco empezaron a realizarse los cambios. Primero, su pelo empezó a moverse lentamente, como si se encontrase bajo el agua, elevado por una corriente invisible, hasta empezar a moverse a su alrededor en completo silencio, en una escena totalmente fantasmagórica. Inmediatamente después, de los ojos de la alcaldesa empezó a manar un humo verde que emergía lentamente, y su piel empezó a brillar con más fuerza.

Artemis seguía hablando, y la alcaldesa continuaba aumentando su brillo hasta alcanzar un punto estanco, un momento en el que ya no variaba más. En ese momento, la estancia es la que empezó a brillar lentamente. Poco a poco comenzaron a aparecer siluetas verdosas por la estancia, en un círculo cuyo centro eran las dos mujeres, aunque en realidad su atención sólo estaba centrada en una de ellas: La no-muerta que los estaba convocando.

Para Tigress eran apenas borrones, algunos más fácilmente reconocibles que otros, pero para Joanna eran figuras que podía percibir con claridad meridiana. Ante ella había una muchacha rubia, vestida con un traje ajustado que se lamentaba por haber traicionado la confianza del grupo, y suplicaba a la médium que transmitiese un mensaje a un tal Gar, fuera quien fuese.

Ahora no, en otro momento pensó la alcaldesa, y la figura de Terra se echó hacia atrás, dando paso a la figura de una muchacha pelirroja, pecosa, que parecía en parte en paz. Simplemente le pidió que recordase a los titanes que no se arrepentía de su decisión, que volvería a hacerlo, y que no debían sentir pena por lo ocurrido

Ahora no Y Aquagirl se apartó del círculo. En este caso, el espectro aprovechó para dedicar una enorme sonrisa a la rubia, volviéndose lo suficientemente nítida para ser reconocida antes de desaparecer. La siguiente era una chica con un traje con plumas y aspecto algo violento. Siguieron unos cuantos titanes, cada uno dejando un mensaje a sus compañeros. Algunos eran fácilmente reconocibles por los Titanes, otros habían sido un Titán durante poco tiempo, pero todos habían acudido.

Todos menos uno. Cuando Tigress terminó de hablar, ya no había más espectros, pues Joanna los había descartado a todos. No estaba Wally, y eso sólo podía significar una cosa. Joanna suspiró, intentando recuperarse, y pronto el humo, la luz y el efecto de su pelo desaparecieron. Aunque estaba muerta, su frente estaba perlada de sudor, y se notaba que estaba muy cansada. No le era difícil traer fantasmas al mundo físico, y por lo general si estaban dispuestos no le costaba hacerlos aparecer, pero buscar a uno en concreto... era difícil.



La alcaldesa se quedó en silencio, recogiendo la jarra de su té, ahora helado y que no había probado, para llevárselo a los labios. De algún modo, sentía la garganta reseca, y le costaba dar la noticia a la otra mujer



La mujer suspiró, acariciándose la sien, pensativa, antes de volver a abrir los ojos, clavándolos en la heroína que tenía en frente. Le dedicó una sonrisa cansada, pero comprensiva

¿Dónde le viste por última vez? preguntó, finalmente, dedicándole una de esas miradas propias de una profesora que quiere sonsacarte absolutamente todo. Volvió a humedecerse los labios con el contenido de su jarra, dando un largo trago, y dándole así una oportunidad a la rubia de pensar muy bien qué quería decir

Si eran efectos especiales, Artemis tenía que reconocer que estaban muy bien conseguidos. Tan bien conseguidos que todo en ella le gritaba que era verdad.

Pero tenía que seguir hablando.

- Corría menos que Flash. Eso le daba rabia. Y Bar... Flash... siempre se metía con él, aunque él es quien llega tarde a todas partes.

Artemis intentó mirar a la alcaldesa. Por alguna razón, su visión seguía emborronada, y tuvo que parpadear varias veces para aclararla. Joanna se había quedado inmóvil.

- L-le encantaba el amarillo. Es un color horrible. Su uniforme parecía pensado para que le acertaran en la oscuridad, y a kilómetros de distancia.

Los cabellos de la morena estaban flotando. Sus ojos desprendían... ¿humo? y su piel emitía luz, una luz cada vez más intensa.

Artemis tragó saliva, pero luchó por seguir hablando. Cuando quiso darse cuenta, la sala se había llenado de... fantasmas verdosos.

Ni siquiera podía verlos con claridad. Pensó que debía intentarlo, buscar en aquellos borrones indefinidos una silueta delgada y de cabellos despeinados, pero no lo hizo. Sus ojos estaban fijos en Joanna. Artemis se debatía entre la fascinación y el miedo mientras la alcaldesa miraba más allá de ella, contemplando cosas que sólo los muertos podían ver.

- Le daban miedo las alturas. Podía dar la vuelta al mundo a la carrera, pero... ¿saltar de un acantilado? Hubiera preferido un puñetazo de Superboy en plena cara...

Tigress continuó un poco más, y entonces...

"... ¿Tula...?"

El nombre se había formado, involuntariamente, en la mente de Artemis; había creído reconocer a una de las sombras. Una incómoda punzada se alojó en el pecho de Tigress por unos instantes. Sí, era ella, era Aquagirl, ¿cómo?... Tula sonrió, una sonrisa en la que no había ningún reproche, justo antes de desvanecerse ante sus ojos.

Artemis cogió aire y lo expulsó lentamente. Repitió el proceso dos veces más, hasta que su voz regresó, y entonces se tragó las preguntas. Ya habría tiempo de hacerlas. De modo que continuó hablando de Wally, tal y como Joanna le había pedido, hasta que tuvo que preguntarle si había sido suficiente.

Para entonces, la habitación volvía a estar vacía, y la alcaldesa parecía agotada. Tigress la miró, preocupada y expectante a partes iguales. Como aquel veinte de junio en el Polo Norte, la pregunta acudió a sus labios, pero Joanna la respondió antes de que fuera necesario formularla.



El poco color que le quedaba al rostro de Artemis se desvaneció. ¿Qué podía significar aquello? Tenía que estar allí... ¡Tula estaba allí! ¿Por qué Wally no...?



Artemis tragó saliva. ¿Qué significaba aquello? ¿Era alguna forma retorcida de darle esperanza? La joven trató de impedirlo, pero su mente ya se había aferrado a las palabras de Joanna como si fueran un clavo ardiendo. Aquello no era bueno. No lo era, porque Wally seguía sin estar allí, con ella, y ninguna de las opciones que podían explicarlo era mucho mejor que la idea de su muerte. Si dejaba que la ilusión de que estuviera vivo creciera, si permitía que se alimentara de ella, ¿no sería peor el segundo golpe? Barry había estado con él cuando había sucedido, Wally se había despedido... era de locos pensar que podía seguir vivo en alguna parte. Hubiera vuelto con ellos.

Estoy en el Top Five de los hombres más rápidos del mundo, nena, ¿recuerdas?

Hubiera regresado a la carrera.

Si me necesitas, estaré allí en un Flash.

"Eres un mentiroso..."

¿Dónde le viste por última vez? preguntó Joanna, devolviendo a Artemis a la realidad.  

La alcaldesa bebió un largo sorbo de su vaso, dando tiempo a la muchacha para que reuniera el poco valor que le quedaba.

- No fui la última en verlo - dijo la rubia, y su voz sonaba ronca - Habíamos regresado a la base, pero Flash e Impulso trataban de impedir el final del mundo en el Ártico... Necesitaban energía cinética, y Wa... Kid Flash - corrigió - se marchó sin avisar para reunirse con ellos...

Artemis tragó saliva de nuevo, forzando el descenso del nudo en su garganta. Éste obedeció con reticencia, pero sólo para quedarse, más fuerte, a la altura de su estómago. La joven nunca hablaba de ese día. Era materia reservada para sus pesadillas.

- Le dijo a Flash que se despidiera de nosotros de su parte, antes de... desaparecer... - Tigress se forzó a pronunciar las últimas palabras, como si alguien se las estuviera sacando con pinzas - Cuando yo llegué, ya no estaba allí. No le vi... marcharse.

Artemis hundió la cabeza en las rodillas. No quería, no podía aceptar la muerte de Wally. Pero pensar que podía estar vivo, fuera de su alcance, en medio de ninguna parte...

Todo aquello, por alguna razón, era mucho más aterrador.

Joanna apuró la taza, dejándola con suavidad y en silencio en la bandeja, observando tranquilamente las reacciones de la joven que se encontraba ante ella. Tigress sufría, y mucho, pero también había esperanza, quizás alivio. Kid Flash había desaparecido, pero no había muerto.

Por desgracia, la no-muerta no podía hacer mucho más que confiar en que algún muerto se hubiese cruzado recientemente con él, o confiar en las capacidades de magos de verdad, como Zatanna o Raven, para que ayudasen a la rubia heroína.

Y, aunque era consciente de que no podía hacer más, seguía notando un cuchillo en el pecho que hacía que le faltase el aire y le escociesen los ojos. Quizás el corazón no palpitase ya, pero Joanna seguía teniendo uno enorme, y ver sufrir a alguien delante suyo le dolía, especialmente por la impotencia que le causaba.

Tigress se acurrucó más y la alcaldesa se incorporó, saliendo de la sala unos segundos. Poco después, dejó su chaqueta sobre los hombros de la chica y se sentó a su lado, en silencio. No hacía nada, no decía nada, sólo la miraba con comprensión, como si pretendiese ser un apoyo silencioso. Ofrecía su hombro, pero no forzaba a que se aceptase, no hablaba y simplemente respetaba el espacio de la joven heroína. Necesitaba recomponerse, sí, pero debía hacerlo por sí misma. Y si requería ayuda, se la daría, pero primero debería aceptar que la necesitaba.

A veces era difícil, lo reconocía, pero si no... podría hacerla mucho daño. Le dolía saber que esos chicos hacían sacrificios heroicos, daban su vida por el mundo, sangraban y lloraban, y a cambio el mundo sólo les devolvía frialdad, incomprensión e incluso odio. Sólo de pensarlo le enfurecía, le hacía hervir la sangre. No podía tolerar ese tipo de injusticias, y estaba dispuesta a dejarse la piel para que sus héroes residentes... No, sus chicos recibiesen todo el reconocimiento que merecían.

No más sacrificios no reconocidos, no más lágrimas en silencio. No mientras su cuerpo siguiese moviéndose.

Artemis estaba tan sumida en su propia confusión que no oyó salir a Joanna. Lo siguiente que sintió fue el calor de una prenda que acababan de colocar sobre sus hombros, y el sofá hundiéndose ligeramente bajo el peso de la alcaldesa cuando ésta se sentó a su lado.

Aquello fue demasiado para Tigress. Ya se lo había explicado a Wally una vez: no estaba acostumbrada a que la trataran con cariño. Además, sus lágrimas y la máscara no conseguían hacer buenas migas; el rostro felino que solía ocultar sus rasgos estaba húmedo y se le pegaba a las mejillas. La sensación no era sólo incómoda, era asfixiante.

Artemis se retiró la máscara de la cara. Su cabeza seguía agachada, por lo que sus cabellos rubios continuaban ocultando un poco su perfil. Identidad secreta, sólo había tenido sentido cuando había intentado esconderse de sus propios compañeros, cuando se había avergonzado de su linaje. Seguía avergonzándose de su padre, por supuesto; era un criminal y un asesino. Pero ella era distinta. Y Joanna... Joanna mostraba cada día su rostro a Happy Harbor. Y no sólo a Happy Harbor, sino a todo el país.

La arquera se secó las lágrimas con el dorso de la mano, secamente, casi con rabia. Aún no sabía cómo enfrentarse a las noticias que le había dado la médium; una parte de ella seguía dudando, en clara oposición a la parte que necesitaba creerla desesperadamente. Debía encontrar un equilibrio entre las dos, pero no ahora. Antes había algo más que debía hacer.

Artemis ladeó ligeramente el rostro para mirar a Joanna. La mujer tenía la expresión nublada... ¿rabia? ¿impotencia? La rubia conocía ambas sensaciones. Lentamente, se volvió hacia la alcaldesa, tragó con dificultad y murmuró una única palabra con la voz rota.

- Gracias...

Entonces, un instante de vacilación. Artemis tensó la mandíbula y tragó de nuevo. Y, finalmente, la emoción pudo más con ella que ninguna otra cosa. Porque podía ser Tigress, pero aún no había conseguido ser Batman.

Sin estar muy segura de cuándo había decidido hacerlo, la muchacha se echó hacia delante y abrazó con fuerza a Joanna, aún temblando.

Por alguna razón, sus palabras sonaron más nítidas la segunda vez.

- Gracias... de verdad...

Joanna no dijo nada cuando vio a Artemis quitarse la máscara, pero por unos segundos hubo alarma en su rostro, preocupación, y luego admiración. Era un gesto muy fuerte, uno de confianza hacia la propia política: Los superhéroes sólo se solían quitar la máscara delante de sus familiares o amigos muy íntimos, y estaba segura de que la mayoría ni si quiera era capaz de hacerlo ante gente tan cercana.

Por supuesto, lo que más le preocupaba no era la máscara, la no-muerta sabía guardar un secreto, y confiaba en que Artemis estaba muy segura de lo que hacía. No, lo que realmente la preocupaba era que estaba llorando. De nuevo, sus propios ojos se enrojecieron, pero se obligó a aguantarse las lágrimas. Había tenido experiencia poniendo una cara valiente ante su padre, había sido capaz de mostrarse fuerte cuando se declaró en contra de Hermano Sangre en público aunque estaba aterrada y fue capaz de escupirle en la cara pese a estar muerta de miedo. Aguantar las lágrimas no debía de ser difícil, ¿verdad?

Y aún así, por la comisura de su ojo derecho, una lágrima se escapó, indolente, recorriendo la mejilla cetrina de la mujer, que mantenía una expresión neutra pero amigable. Observó los rasgos de la rubia ante ella cuando esta le dedicó la mirada, y tuvo que reconocer que era una chica bonita, con unos rasgos poco comunes, pero armónicos

- Gracias...

Joanna sonrió suavemente, pero de nuevo no dijo nada, negando con la cabeza con suavidad. ¿Darle las gracias? Era ella la que le debía demasiado a la heroína, había sacrificado mucho para salvar a la ciudad. Era lo menos que podía hacer.

Lo que no se esperó fue la siguiente acción de la mestiza, que rápidamente se echó contra sus brazos. La morena no se lo esperó, pero la recibió entre sus brazos, atrayéndola contra sí, acariciando su pelo como lo habría hecho una madre, o una hermana mayor, con cariño y con mimo

- Gracias... de verdad...

Ssshh... No, Tigress... gracias a tí la alcaldesa sonrió con suavidad, acariciando las mejillas de la rubia, secando con cariño y con mimo las lágrimas de la muchacha. Una nueva lágrima delatora se escapó por el borde de su ojo izquierdo, recorriendo el pómulo cetrino



¿Cómo no podía sentirse agradecida? Quizás había muerto porque habían llegado tarde, pero cuando ni si quiera la policía había sido capaz de llegar, ellos sí. No podían ser perfectos, pero al menos lo intentaban. Todos los días, ahí fuera, se dejaban la piel, intentaban evitar que los demonios que acechaban en la oscuridad se hiciesen con nuestras almas. Algunos habían muerto por ello, y otros se habían perdido. ¿Qué era un pequeño gesto, devolverle un poco de esperanza, a cambio de las vidas que habían salvado? No era nada, un mero grano de arena en un desierto interminable.

Joanna devolvió el abrazo a Tigress, no, a Artemis, y la rubia se sintió terriblemente conmocionada, porque la había hecho llorar.

"Das lástima, niñita, ni siquiera puedes resolver tus problemas sola", hubiera opinado Lawrence Crock. Y Artemis había pensado lo mismo que su padre durante mucho, mucho tiempo, tanto tiempo que le resultaba incluso fácil volverlo a pensar ahora.

Si no se derrumbara con tanta facilididad... Si no se hubiera abierto nunca a Wally y al equipo... Si no hubiera aceptado la propuesta de la alcaldesa, si hubiera contenido las lágrimas como la mujer fuerte que se suponía que era...

Ssshh... No, Tigress... gracias a tí murmuró la alcaldesa, haciendo pedazos la cadena de "si nos" de Artemis sin saberlo.

Sus dedos trataron de secarle el rostro, y aquel gesto maternal arrancó un nuevo sollozo a la arquera, procedente de lo más profundo de su ser.



Las palabras acunaron a Artemis como si fuera una niña pequeña que despierta chillando de una pesadilla. Los sacrificios valen la pena, éso decía la voz de Joanna. Los Titanes que ya no estaban habían mantenido el mundo con vida para que gente como la alcaldesa, como Rudolph y Mary West, como la retirada Paula Crock, como la pequeña Lian Harper, pudieran existir.

Wally estaría orgulloso de lo que había hecho. Y ella... ella estaba orgullosa de él, por mucho que le doliera no tenerlo a su lado.

Las dos mujeres permanecieron abrazadas unos minutos más, dejando que las emociones se calmaran. Artemis ya no temblaba furiosamente, como antes, y sus sollozos se habían ido extinguiendo. Cuando Joanna volvió a hablar, la chica le devolvió la mirada con los ojos húmedos y enrojecidos, pero ninguna lágrima deslizándose por su rostro.



- Gracias - murmuró Artemis. Parecía condenada a repetir aquella palabra continuamente ante la alcaldesa, pero no tenía una respuesta mejor ante tanta amabilidad - Por todo. Para usted tal vez sea... una compensación mínima... - continuó, antes de que Joanna pudiera repetir que ella, que los Titanes, habían hecho mucho más por el mundo - Para mí, lo significa todo. Gracias por recordarme por qué sigo luchando.

La rubia sonrió, una sonrisa cansada, pero de verdad.

- Y... me encantaría regresar en alguna otra ocasión - añadió, recogiendo la máscara que había dejado abandonada sobre el sofá y colocándola con delicadeza sobre su regazo.

Ambas mujeres lloraron durante unos largos minutos, Artemis sollozando y Joanna en profundo silencio, intentando recobrar la compostura mientras se volcaba en darle todo su apoyo a la heroína. Le dolía verla así, e intentaba ser firme e inamovible, un apoyo en el que poder descargar el peso del dolor de la adolescente.

Por desgracia, también era humana, y le estaba costando hororres.

Finalmente, Artemis comenzó a separarse, y Joanna le dio una última caricia en una de las mejillas antes de que volviesen a mirarse cara a cara. La alcaldesa tenía los ojos enrojecidos, y los surcos delatores de sus mejillas indicaban que había empatizado tanto con ella que había sido incapaz de no llorar. Y sin embargo, mantenía más o menos el tipo

- Gracias Joanna intentó replicar, pero Artemis se le adelantó, lo que hizo que cerrase de nuevo la boca, simplemente dedicando una mirada a la heroína Por todo. Para usted tal vez sea... una compensación mínima... Para mí, lo significa todo. Gracias por recordarme por qué sigo luchando.

La alcaldesa sonrió de nuevo, incapaz de hablar, mientras una nueva lágrima se escapaba por la comisura de uno de sus ojos. Oír eso le recordaba a ella por qué hacía lo que hacía.

- Y... me encantaría regresar en alguna otra ocasión

Tigress... Estaré encantada de verte de nuevo dijo, mientras entrelazaba las manos sobre su regazo, mirando comprensiva a la mujer que se encontraba ante ella. Era todo un logro, y saber que la joven rubia tendría una confidente, una amiga si así lo deseaba, lejos de las tribulaciones compartidas de los Titanes llenaba de gozo a la alcaldesa. Especialmente por ser ella la elección


No duró mucho más la visita de la heroína, y tras despedirse ambas con un abrazo unilateral por parte de Joanna, esta volvió al salón, sentándose en él con un suspiro. Había sido un día largo, pero había merecido la pena: Había conocido mejor a Tigress, y había ayudado a los Titanes, aunque indirectamente, ayudando a curar un corazón herido.

Un buen día, sin duda

[FDI: Y ya podemos cerrar, a no ser que Brian quiera aprovechar ]