Era una noche fría, de esas que te obligaban a ponerte un abrigo encima si querías salir a pasear, entrar a algún bar a tomarte algo calentito o a pasarlo en casa sentado en el sofá con tu pareja o familia. Al menos, para aquellas personas que tuviesen todo eso. No era mi caso. Tenía un traje que me protegía de cualquier escalofrío, no me gustaba el café y directamente no tenía familia. ¿Qué irónico, verdad? Pero por favor, si había algún lector de mentes cerca de ella, que no pensase en apiadarse de ello. Todo eso estaba más que superado. Además, adoraba su vida actual: acción, patear el culo de gilipollas y egocéntricos, ir ganando dinero "a su modo" para poder comprarse todo lo que quería...nada que no pudiese pedir ya. Mientras pensaba, su teléfono empezó a sonar. Buscó en una parte de su body y lo sacó. Era pequeño, táctil y cómodo, tal y como ella lo necesitaba, la verdad. Tenía un accesorio en él, una carita de gato adorable. Miró el número y enseguida supo quien era, contestó.
-¿Gwen? ¿Qué pasa?
Gwen. La conozco de hace bastante tiempo. Estuve con ella en mis inicios, antes de ser Catwoman...antes de ser nada. Recorría con ella las calles. Cometíamos actos de bandalismo juntas por supervivencia, junto con unas cuantas más. Antes era más alocada, pero siempre ha sido bastante sensata. Quizás algo de su sensatez se me haya pegado. La verdad, me hacía falta un poco. Me la encontré tras la muerte de Lola, después de mucho tiempo. Lola me había ayudado con todo: era la que me daba los chivatazos para que hiciese mi trabajo, a parte de pagarme el piso y brindarme su cariño y amistad. Admito que me aprovechaba un poco de ella...pero fue de las pocas amigas que tuve. Y ahora está muerta por mi culpa. Por suerte, los gatos somos adorables. Tenemos la suerte de que nos adopten en otro lugar. Gwen se dedica a guardar y comprar cosas robadas, para luego revenderlas. Es lista como el hambre, aunque no tanto como creía. Intentó engañarme dándole parte de mis ganancias a Cobbelpot, pero aprendió la lección.
Y aquí estoy, en pleno encargo de uno de nuestros clientes.
-Cambio de planes, Seline. No vamos a conseguir esas dagas de oro a nuestro comprador. Vuelve a casa.
Aquello me pilló desprevenida, y también me tocó ligeramente la moral.
-¿Estás de broma? Esas dagas tienen muchísimo valor.
-Sí, pero ha cancelado el...el pedido.
Titubeó al decir aquello último, y eso no era buena señal. Algo había pasado, de eso estaba segura. No muchos tíos se dedican a cancelar sus pedidos. La avaricia corría por las venas de todos, y...¿la verdad? yo no era ninguna excepción. Así que...
-...si no los quiere él, me los quedaré yo, Gwen. Eran preciosas, y necesito cosas nuevas para decorar mi piso, sabes? Y si vendo una tendré lo suficiente como para darme un par de caprichos...así que adiós. Nos vemos luego.
Separé el móvil de mi oído mientras escuchaba su voz al otro lado. Creo que iba a protestar, pero no estaba segura, colgué antes de que pudiese acabar cualquier frase u oración. Estaba frente a una enorme mansión, a las afueras de Gotham. Por lo visto, había sido vendida por su antiguo dueño y ahora la habitaba un flamante coleccionista...algo que me venía de perlas. Por supuesto, no sabía donde se había ido a meter. ¿Quien en su sano juicio se instalaba en Gotham? ¿Creía que iba a estar seguro ahí, en la "ciudad maldita? A veces las ideas de la gente me asombraba, de verdad. Pero eh...yo no tenía quejas, para mi eran como nuevos juguetitos a los que robar. Pero fuera pensamientos, era hora de pasar a la acción. Llevaba 43 minutos aburrida...y yo odio aburrirme, cualquiera lo sabe.
Seline se levantó en un gesto grácil, colocándose sus gafas. Sacó su látigo haciéndolo chasquear en el aire y lo dirigió hacia una farola que estaba al lado de la enorme puerta, enroscándolo ahí e impulsándose para elevarse por encima de las verjas. Entrar a la mansión sería fácil: romper una ventana, forzar la puerta trasera...habían varias posibilidades. Solo tenía que saber si el tipo estaba ahí dentro o no, y de ahí...bueno, ser escurridiza como una gatita prácticamente haría el resto de las cosas.
O eso llegué a creer.