- FdI:
Subo la prueba de rol con retraso, pero ya informé a la Administración de que me iba a ser imposible hacerlo antes. Oh, y Batman aparece en esta prueba con el permiso de su user.
Gotham.
Un lugar que ella detesta y que, al mismo tiempo, es incapaz de abandonar.
Nada la ata realmente a esta ciudad. Nació en el East End, sí, igual que podría haber nacido en cualquier otra parte. O eso se dice ella, aunque sepa que no es así.
En realidad, lleva parte de Gotham consigo allá donde va. Conoce sus noches, por las que se desliza como una sombra; sus rincones oscuros, que parecen acogerla en una abrazo cuando busca ocultarse. Su eterna e incesante lluvia, que vuelve los puntos de apoyo resbaladizos y traicioneros.
Selina se agazapa en el marco de una ventana, protegiéndose del clima y de las miradas. La calle, varios metros por debajo, está completamente desierta. Se retira las gafas del rostro. El flequillo empapado se le pega a la frente. Las gotas que se desprenden de él resbalan por sus mejillas.
Mira a un lado y a otro: nadie la sigue. Relajando su postura, Catwoman extrae, de la bolsita de cuero que lleva consigo, el botín de la noche. La piedra preciosa reluce débilmente un instante, captando la luz de una farola cercana y reflejándola sobre el rostro de su nueva propietaria. El diamante forma parte de la colección particular de Sal Maroni, y es tan valioso como bello. Ha sido tallado con habilidad para poder capturar la luz en cada una de sus facetas. Mientras lo hace girar lentamente entre sus dedos, Selina piensa que está orgullosa de él. Pero la satisfacción de haberse adentrado en la propiedad del mafioso, la adrenalina al escabullirse bajo la mirada de sus matones armados, la excitación al eludir sus sistemas de seguridad... todo eso tiene para ella casi el mismo valor que la gema que sostiene en su mano.
Y, entonces, la ladrona cree percibir un movimiento por el rabillo del ojo. Rápidamente, devuelve la piedra a su bolsa, deslizándola con cuidado al interior de su bota izquierda. Sabe quién es su perseguidor, y va a necesitar tener las manos libres.
Los ojos de Catwoman encuentran un objetivo; una de las gárgolas que decoran el edificio contiguo. Sin apartar la mirada de ella, deshace el nudo que ciñe el látigo a su cintura y lo desenrolla, en un rápido y fluido movimiento. Un giro del antebrazo y la muñeca, y las colas de cuero que rematan el arma abrazan la figura de piedra. Selina da un salto, confiando a su látigo el peso de su cuerpo, balanceándose en el aire para dejarse caer un instante después.
Aterriza grácilmente en el alféizar de una ventana, para luego saltar a la azotea del edificio adyacente. Lanza una mirada tras ella, esbozando una sonrisa divertida. Sabía que vendría. Su figura se recorta contra la luz de una farola, a sólo dos bloques de distancia. No ha escogido el lugar al azar; se interpone entre Selina y su mejor ruta de escape, imperturbable, pese a la lluvia que no deja de caer sobre la ciudad.
El Caballero Oscuro.
Catwoman contempla sus opciones. Con Batman le sucede algo muy similar que con Gotham. Su presencia supone un problema, un obstáculo en su camino pero, al mismo tiempo, es algo que ha llegado a necesitar, algo que echaría de menos si dejara de estar allí. ¿Cuándo se convirtió en una rutina su juego del gato y el ratón? ¿Qué diversión tendría escapar tranquilamente con el botín, sin tener que darle cuentas a él?
Al principio, Selina creyó que él se cansaría. Pero nunca lo hace. Siempre está allí, fiel a su cita con ella. Siempre convencido de que logrará cogerla, o de que ella lo escuchará cuando insista en que debe abandonar la vida que ha escogido... No, que su ciudad escogió para ella, mucho tiempo atrás.
No esta noche, Batman.Ambas figuras se contemplan un instante, y entonces la carrera da comienzo, como si alguien hubiera dado un silencioso pistoletazo de salida. Él desaparece de su vista, y ella elige su propio itinerario de tejados o azoteas. ¿Cómo terminará esta vez? ¿Logrará acorralarla y esposarla? ¿O será ella la que consiga escapar, con el diamante intacto? Selina no sabrá las respuestas hasta que la noche termine, pero no le importa. Su vida nunca ha tenido un guión, nunca ha seguido unas normas. Y no va a empezar a hacerlo ahora.
La ladrona salta ágilmente de un edificio a otro, cambia de dirección, eludiendo a su perseguidor en un camino de escaleras de incendios y antenas parabólicas. Finalmente, trepa hasta alcanzar la última azotea, donde unas letras de neón tratan, sin éxito, de formar la palabra "Hostel". La T hace tiempo que se fundió, y la H parpadea mientras emite un zumbido sordo. La lluvia sigue cayendo, pero con menor intensidad.
Él ya está allí, esperándola, amenazador.
- Se acabó el juego, Selina - sentencia; la luz de los carteles de neón traza un halo rojizo a su alrededor -
Entrégate y devuelve el diamante.- ¿Necesariamente en ese orden? - pregunta ella, burlona. La adrenalina liberada en la carrera aún recorre su cuerpo. No está dispuesta a dejarse atrapar.
- No pongas a prueba mi paciencia - la advierte él.
- ¿O qué...? - inquiere ella, caminando en su dirección, con aparente calma.
Batman la mira fijamente, y Catwoman sabe que nunca podrá cogerlo por sorpresa. No importa, no tiene la intención de luchar contra él. Deteniéndose a apenas seis pasos de distancia, la ladrona vuelve a asegurarse el látigo a la cintura, con deliberada lentitud. Cuando termina, tiende las manos hacia él, mostrándole que están vacías.
- ¿Y si te dijera que no tengo lo que buscas? ¿Vas a registrarme para encontrarlo? - pregunta, divertida, adoptando un tono más seductor.
Los ojos de él se estrechan tras la máscara, pero no varía ni un ápice su posición.
- Eso no será necesario - dice, lentamente -
Vas a devolverlo por las buenas.Selina le devuelve la mirada.
- ¿Por qué tomarte tantas molestias por Sal Maroni? - inquiere -
¿Ahora también proteges a los mafiosos? - su voz suena más dura esta vez. No siente ningún aprecio por las familias de gángsters de Gotham, propietarias de la mayoría de negocios de droga y prostitución. Por desgracia, conoce los segundos demasiado bien.
- Robar sigue siendo un delito, Selina. Que tu objetivo sea un criminal no disculpa tus acciones.- A diferencia de él, yo puedo dormir por las noches. - replica ella.
Por interesante que sea conversar con Batman, Selina no puede quedarse hasta tarde. Hay una forma de eludir a su perseguidor. Puede correr lo bastante deprisa para llegar al borde de la azotea. Conoce la zona mejor que él; están en los límites del East End, el lugar que la vio nacer. Si intenta perderlo aquí...
- Debe de ser una noche muy tranquila si tienes tiempo para preocuparte por una ladrona - continúa
- ¿No hay algún criminal más peligroso al que detener? ¿O es que simplemente necesitabas una excusa para verme?- Selina... - empieza él, pero ella ya ha empezado a correr.
Tiene que reconocer que los reflejos del Caballero Oscuro son dignos de admiración. Reacciona deprisa, muy deprisa, pero no lo suficiente. Selina es más ligera, más rápida, y conoce el camino. La ladrona salva de un salto el último metro, y su cuerpo se precipita en caída libre mientras el pavimento asciende rápidamente a su encuentro.
No oye el chasquido de su látigo, ensordecida por la lluvia, el silbido del aire en sus oídos y el latido desbocado de su pulso. Pero sí lo siente tensarse, frenando bruscamente la caída, permitiéndola variar de rumbo mucho antes de llegar al suelo. Su salto termina en un aterrizaje limpio, a través de una ventana, en un edificio en construcción. Cuando vuelve a mirar en dirección al hostal, el Murciélago sigue allí, en pie. Un instante después, se ha dado la vuelta, desapareciendo al abrigo de la noche.
Una sonrisa se dibuja en el rostro de Selina, pero no se permite sentirse victoriosa; aún no. Su perseguidor es infatigable y, aunque no la alcance esta noche, tal vez sí lo haga la próxima vez. Y no es que la idea de una nueva persecución la moleste demasiado. Pero ahora tiene un diamante robado que poner a salvo, y unos gatos a los que dar de desayunar.
-
No esta noche, Batman - repite, esta vez en voz alta, y algo en sus propias palabras le recuerda, de algún modo, a una promesa por cumplir.