Fauna y Flora [Poison Ivy]

Era una de esas hermosas mañanas en el campo en las que Fiona se encargaba de pastorear a las enormes vacas astadas del rancho, vigilándolas en tándem con los otros dos perros pastores.

La muchacha se encontraba en la forma de la enorme loba negra que hacía pensar en alguna criatura prehistórica, pues no en vano medía más de metro y medio de largo y pesaba aproximadamente ochenta kilogramos de peso compuesto en su totalidad por puro músculo, una osamenta bien robusta y muy mala leche. Especialmente mala leche.

Su pelo, negro y espeso, brillaba al atardecer mientras sus ojos amarillos vigilaban que el rebaño no se separase demasiado, ladrando o bien azuzando a los terneros más despistados de nuevo junto a la manada o bien asegurándose de que nada ni nadie se acercase a ellos.

Tras dar una última vuelta alrededor de los pastos asegurándose de que todas las cabezas estuviesen en su lugar, la loba soltó un leve sonido aprobatorio, sentándose en una loma elevada. Su espalda se tensó un par de veces y finalmente su cola comenzó a moverse con placentera suavidad observando cómo los Longhorn pastaban con tranquilidad, y cómo los otros dos perros pastores se apostaban en otros dos sitios distintos.

Debía reconocer que eran hábiles en su trabajo, y apenas tenía que azuzarles o indicarles, ya que ambos machos eran claramente betas y dejaban que Fiona tomase el papel de Alfa (al menos, hasta que Rebecca hacía acto de presencia) lo que también facilitaba bastante el trabajo. De nuevo, Fiona suspiró, tranquila, y decidió ir a darse una vuelta, confiando en que la manada de Longhorn se quedaría tranquila sin moverse durante unas buenas horas.

Así pues, comenzó a trotar por el bosquecillo cercano, olisqueando con curiosidad, pero asegurándose de no alejarse demasiado de lo que era el lugar donde había dejado a la manada. Y entonces lo vio. El aire le venía de frente, y Fiona pudo percibir el inconfundible aroma de un corzo salvaje. Se le hizo la boca agua, y comenzó a acercarse en silencio, agazapada, hasta que finalmente lo vio.

Era un macho bastante hermoso, con una buena cornamenta y una musculatura realmente envidiable. Era un adulto que parecía haberse despistado con algo en el ambiente, un aroma dulzón y agradable que estaba empezando a confundir también a la enorme loba. Al menos, hasta que su parte humana la azuzó.

La pelea duró segundos.

Salida de la nada, la loba dio un portentoso salto que la lanzó justo encima del ciervo, que jamás había visto a un cánido de semejante tamaño. Primero intentó cocear y recular, pero ya era tarde, pues el lobo acababa de apresarle una pata delantera y la había convertido en astillas con un doloroso y desagradable chasquido. El ciervo bufó de dolor e intentó cornear a la bestia, pero la loba era demasiado fuerte, incluso para una loba de su tamaño, y con un movimiento de cuerpo arrojó a la criatura al suelo. Y ahí, indefenso, el ciervo encontró su muerte cuando las poderosas mandíbulas le aplastaron la tráquea y las vértebras, matándolo en el acto.

La loba se separó de su pieza, observando su trabajo y se relamió antes de empezar a devorar las entrañas aún calientes de su víctima, un manjar que se le antojaba delicioso con su explosión de sabores, olores y ese placentero calor que cubría su hocico. Su rabo comenzó a moverse de un lado a otro alegremente mientras continuaba con su tentempié, ignorante de que no estaba a solas con su presa...

Fecha del Post:

OOC: Cualquier cosa me dices y lo cambio. ¡Me ha hecho mucha ilusión!

-------------

Era increíble la paz y tranquilidad de la que alardeaban tantos campistas y montañeros. Ignorantes. Hace apenas tres días que salí de Arkham y de lo primero que hice fue asentarme en las afueras, como de costumbre. Esta vez con una ligera desviación hacia el rancho de mi peculiar agente de la ley. Nuestro pacto de pasto fresco y sano a cambio del asentamiento y el abono me pareció más que justo. Que las bestias herbívoras destrozasen la virginidad de un campo no dejaba de resultarme doloroso, pero igual que no hay vacas sin pasto, no hay pasto sin el abono que dan esas vacas. El ciclo de la vida había que entenderlo, y más cuando se tratan de unos seres tan longevos como los árboles.

Una de las cosas que más echaba de menos cuando estaba encerrada era poder pasearme sin ropa, notar los rayos echarse sobre mí y agradecerle al astro rey con mi estremecimiento. Aparte de tomar el sol durante todo el día de mi liberación, adopté como rutina la invisible vestimenta de ninfa y decidí disfrutar de la naturalidad al cien por cien como algo innato. Eran mis tierras, estaba cómoda, era mi hogar, y si algo entraba yo me enteraría, si alguien saldría sería porque yo lo permitiría. Y evidentemente en mis dominios se respetan mis normas.

Lo que me descuadró fue escuchar un quejido animal entre las raíces de mi bosque. En un bosque la agresividad animal se ve bastante reducida. Los roedores y pequeños mamíferos lo usan para esconderse de las rapaces, los equinos perdidos bebían de algún arroyo y criaban, las aves comían insectos... Me deslicé hasta el centro del sonido. No podía ser un cazador furtivo, me habría enterado hace tiempo y... por qué no decirlo. Le daría el gusto a la sheriff para saber qué hacer con él. No, no era un cazador. Llegué a la altura de la escena y contemplé, pasiva, detrás de dos hileras de árboles que parecieron mecerse con el viento para proporcionarme una vista más agradecida.

¿Un depredador? ¿En el bosque?

Bordeé a Roble y contemplé hasta cerciorarme. Había un corzo herido, siendo devorado por un can. Precisamente, el ciclo de la vida. Era un lobo inmenso. Fabuloso aunque... extraño. La gente tiene de referencia al lobo solitario cuando la ocasión de encontrarse a un canino de ese porte fuera de su manada era única. Era gigantesco. Debía ser el macho alfa de la manada o la hembra beta. Me situé en una posición más beneficiosa para terminar de averiguar su sexo mientras el animal hundía el hocico en la sangre caliente. Era una hembra...Me resultaba demasiado extraño que lo fuera, para ese tamaño. Pero las mamas estaban presentes. Por mi mente recorrían imágenes incesantes de varias reacciones que podría tener la vaquera sobre esta escena, tenía que llevársela. Es de buen saber que una fiera es más mansa cuando hay comida de por medio. Otra cosa es que se respete el "no se muerde la mano que te da de comer". Decidí salir al claro donde la fiera cumplía sus necesidades y me quedé contemplándola.

Mentiría si no dijese que tenía un porte digno de la misma Luperca. Su inmenso tamaño, cada brillo de su lustroso pelaje acompasado con la respiración intensa y placentera de una caza satisfactoria. Quizá tenerla como mascota no sería una opción muy descabellada.
Sólo hice acto de presencia y respeté su espacio, hice un ruido con la garganta, similar a un carraspeo, lo justo para que desviase su vista para verme y que siguiese con su festín.
Lo cierto es que el animal me hipnotizó, pero algo no dejaba de resultarme extraño. ¿Y su manada? Ella sería la hembra beta y tal y como tenía entendido se dedicaba sólo a dirigir la manada y procrear para la misma. Era muy extraño ver a una loba en actitud tan egoísta.
Apoyé mi mano en una rama cercana de Populus y dejé que mi curiosidad científica me embriagase como el mejor de los alcoholes.

- ¿Qué eres tú...? - No esperé que me comprendiese, pero no pude contener ese instinto de querer saber más. Sin duda intentaría acercarme, intentaría averiguar más. Pero aparte de no poder tocarla sin antídoto, interrumpir una comida era de mala educación.

El carraspeo no dejó indiferente a la bestia, que rápidamente se tensó, irguiendo sus dos orejas para después apartar su rostro lleno de sangre del cadáver del corzo, que se estremeció aún espasmódicamente. La bestia giró la cabeza mientras movía las orejas, intentando percibir quién o qué había producido ese sonido, olfateando sonoramente.

El animal soltó un gañido confuso, intentando distinguir a Pamela de los árboles en los que estaba recostada. No olía a humana, y era casi blanca, como las hojas de los árboles, en vez de ese amarillo oscuro al que estaba acostumbrada. Levantó y bajó la cabeza, confusa por lo que sus sentidos estaban percibiendo, y lanzó un leve gruñido de tanteo, como si esperase espantar a la presa y así poder verla por fin.

Mientras tanto, dentro del animal, la consciencia humana de Fauna se estaba centrando en la silueta que podía percibir. Era cierto, no tenía los colores de un humano, pero tenía un tipazo tremendo, y lo que era el pelo se veía claramente como un fuerte amarillo oscuro muy similar al de la sangre del corzo, así que podía suponer que era una pelirroja que por alguna razón se vestía de color verde... pero no entendía por qué en vez de percibir el olor de una humana estaba percibiendo un olor dulzón y agradable a flores silvestres y alguna que otra especia.

La enorme loba comenzó a acercarse, olisqueando suavemente el aire, como si intentase cerciorarse que lo que olía como una planta era realmente una planta mientras la mente humana se concentraba en la silueta de Poison Ivy. Tenía unas curvas de infarto que nada tenían que envidiar a las de Rebecca, unas piernas largas y preciosos, unos senos realmente bien puestos y... ¡un momento! ¿Eso era un pezón? ¡Joder, que estaba más desnuda que un puto bebé!

La loba dudó unos segundos y soltó un aullido amenazante en dirección a Poison Ivy, intentando percibir alguna reacción en ella, mientras que la mente humana estaba demasiado concentrada observando el monumento a la belleza femenina que se encontraba ante ella. No había visto mujer así en su vida, y no había visto poco mundo precisamente. Sólo esperaba internamente que no odiase a los perros, o iban a tener un problema...

La loba gigantesca se detuvo ante mi intervención. Se puso en modo alerta, o eso pareció. La veía despistada, olfateando algo diferente que parecía tornarse invisible para sus ojos. Parecía no verme, como si le costase enfocar la mirada hacia mí. Soltó un aullido amenazador.

- Uy... ¿¡A mí!?-

Avancé un paso hacia ella y la miré. Tenía una majestuosidad indescriptible. Pero seguía estando en mi territorio. Si avanzaba podría tirarle un tronco encima, o enzarzarla. Me senté de rodillas a un par de metros de ella. Contemplarla de cerca era un regalo a la vista, una mención digna de referencia para la naturaleza. Extendí mi brazo derecho hacia ella, con la palma abierta y mirando a las copas.
Le sonreí desafiante.

- Eres preciosa, ¿lo sabías? - era una depredadora hermosa. Empatizar con ella era casi obligatorio. Pensé en qué hacer si me tocaba. No sería tan fácil como con otros animales que si comen fruta y verdura en más ocasiones que cuando no tienen más remedio. Aunque si se ponía suficientemente cerca y no huía podría soplarle un poco de inhibidor de mi veneno. Apoyé la otra mano en el suelo, y debajo del animal cinco juncos finos y flexibles se irguieron hasta rozarle el vientre como jugando con la fiera, intentando hacerla cosquillas. Y esperé.

Uy... ¿¡A mí!? la enorme loba le dedicó una torva mirada a la chica, ahora identificando a la silueta como un árbol que hablaba, lo cual confundía aún más a la mente animal y acentuaba la curiosidad de la mente humana. Si no fuera porque ella misma tenía los poderes de cientos de mamíferos, jamás se habría creído que existiesen mujeres que fueran en gran medida planta descontando las criaturas mitológicas de su irlanda natal.

¡Quién iba a pensar que conocería a una ninfa en estados unidos! Y menuda Ninfa, tenía un par de frutos bien maduros que daban ganas de saborear, y unas curvas que daban ganas de acariciar y seguir con la adoración con la que se seguirían los pasos de una diosa.

Fiona reculó levemente cuando la mujer-planta comenzó a avanzar, pero en vez de gruñir o mostrarse agresiva, sólo se mostró inquieta. Sus orejas se echaron levemente hacia atrás y la cola se recogió entre sus piernas, ligeramente erizada. Al menos, hasta que volvió a oler, lo que la hizo soltar un leve gañido tentativo. Esperó unos segundos, indecisa, y finalmente vio como la hermosa mujer se arrodillaba ante ella.

Lamentaba tener la vista de un lobo en ese momento, ya que le hubiera encantado verla en todo su esplendor, con todos los tonos verdes que seguramente le darían un aire más exótico, pero al menos se podía conformar con el olor que desprendía la otra mujer. ¡Y qué olor! Era dulce, suave, atrayente y agradable. Le dolía reconocerlo, pero su olor era mucho más agradable que el de la Sheriff, que aunque no le desagradaba en absoluto, era muchísimo menos delicado y muchísimo menos femenino que el de la mujer que ahora se encontraba ante ella.

La mujer extendió la mano, y el animal empezó a oler con curiosidad, acercando levemente el morro. Dedicó una mirada torva a la mujer y se acercó un poco por sí misma, empezando poco a poco a apartar la cola de entre sus piernas y a elevar muy lentamente las orejas. Seguía alerta, pero si esa pedazo de mujer no pretendía hacerla daño, debería aprovechar todas las atenciones que pretendieran darle, ¿no?

Además, las ninfas trataban bien a todas las criaturas del bosque, seguro que no le hacía nada malo.

Eres preciosa, ¿lo sabías?

No, menta salvaje, la única preciosa de este claro eres tú pensó para sí la mente humana mientras el hocico del animal se movía con suavidad. Aún goteaba sangre de su boca, y sus colmillos estaban manchados con el líquido vital de su presa, pero aún así el animal no parecía especialmente amenazador. No en vano, un lobo no se alimenta de plantas (excepto para purgarse, y ahora mismo no lo necesitaba), por lo que Ivy estaba a salvo del instinto del depredador.

Y entonces, del suelo emergieron unas plantas que acariciaron la panza del animal, que miró hacia abajo sorprendido, soltando algo parecido a un ladrido de sorpresa, aunque sonaba mucho más salvaje y lupino, por supuesto. El animal observó las plantas con curiosidad, olisqueándolas, mientras que la mente de Fiona llegaba a la conclusión de que esa mujer era claramente una ninfa.

Tras comprobar que las lianas eran más una curiosidad que un peligro, el animal pronto volvió a centrar su atención en la humana, acercándose un paso, con tiento[/b]

Aquella criatura hizo el amago de mostrarse agresiva, pero al parecer uno de mis perfumes la reconfortó notablemente. Lentamente y mientras yo permanecía inmóvil se acercó a mí. Mi gesto se iluminó con media sonrisa y cariño puro cuando la loba se sobrecogió ante los roces de los juncos. ¿Cómo podía ser tan mortal y tierna a la vez?

Retiré la mano de la tierra húmeda y ahora caliente y la usé simplemente de apoyo, sobre una de mis rodillas. Estiré mi espalda y me adelanté a mi cadera mientras un par de tirabuzones se me adelantaban por los hombros. La mano estirada fue girando poco a poco hasta llegar a acariciar los primeros bigotes de la loba para más tarde amoldarse mientras se hundía en el pelaje de su hocico. Acaricié aquel rostro hasta lo que sería una mejilla humana. Comprobé que el pelaje se alargaba en esa zona en consideración al resto del manto sedoso que cubría el cuerpo de la canina. Mis dedos jugaron enredándose entre esos pelos  característicos también de la raza zorruna. Con el mismo cuidado y delicadeza que el que mece el viento, para no tirarle ni enredar su propio pelo.

La miré con ternura maternal a esos profundos ojos brillantes.
- Tu pelaje me tiene enamorada, cachorra... - realmente era un milagro de la naturaleza. Intenté aprovechar y suministrarle el antídoto. Mis labios se acercaron a su hocico lentamente- Voy a tomarme la libertad de ponerte un nombre... No creo que me encuentre más preciosidades como tú por aquí - Y avancé hasta que mi boca y la el animal se quedaron a un palmo - Tu majestuosidad es negra como la antracita... Podrías llamarte... ¿Antra? No... Cita... Traci... - y lentamente, avancé un medio palmo más. El último tramo y en una respiración profunda, mientras unas letras agresivas y elegantes se me pasaban por la cabeza - Trax... Es perfecto. Agresivo, oscuro, misterioso, atrayente... ¿Qué opinas querida?

Obviamente no esperé obtener respuesta, pero se merecía una ternura que seguramente hasta ahora nadie hubiera tenido con esa criatura depredadora. Me la estaba jugando más de la cuenta pero merecía la pena poder llevarme un zarpazo por contemplar esa pieza de cerca. Y seguramente después de mi herida ella acabase muerta si las cosas se ponían feas. Nadie me daña en mi propia casa.
Permanecí inmóvil y con media sonrisa, sumergida en aquellos ojos salvajes.

Tu pelaje me tiene enamorada, cachorra... Estamos en paz, flor silvestre: a mí me han enamorado tus curvas La loba se dejó hacer. ¿Cómo iba a negarse a las atenciones que casi nunca le habían dado y siempre había deseado? La loba entrecerró los ojos, dejándose hacer en una expresión placentera. Notaba con claridad meridiana cómo los dedos de la mujer recorrían su pelaje, y sumado al embriagador aroma, Fiona podría asegurar que se encontraba en el paraíso en ese mismo momento.

Después de todo, estaban agasajando tres de sus sentidos, dos de los cuales estaban extremadamente desarrollados.

Voy a tomarme la libertad de ponerte un nombre... No creo que me encuentre más preciosidades como tú por aquí la loba volvió a abrir los ojos suavemente, encontrándose con que el rostro de la mujer se encontraba a escasos centímetros. Por un lado, deseaba besarla ahora mismo, y no estaba segura de exactamente qué provocaba ese impulso, pero por otro no quería destruir la magia del momento, el momento en el que una persona se cree a solas con un animal que posiblemente no entienda sus palabras.

Así pues, reuniendo su fuerza de voluntad, Fiona se contuvo, manteniendo sólo la mirada a la bella mujer que se encontraba ante ella Tu majestuosidad es negra como la antracita... Podrías llamarte... ¿Antra? No... Cita... Traci... la mujer se acercó aún más, y Fiona tuvo que esforzarse mucho para no descontrolarse. De cerca, y aún sin poder percibir todos los colores, podía asegurar que era la mujer más bella que jamás habría visto, y posiblemente, que jamás viese en su vida Trax... Es perfecto. Agresivo, oscuro, misterioso, atrayente... ¿Qué opinas querida?

Fiona se quedó mirando a la mujer a los ojos, perdida en la mirada que estaba destilando una ternura a la que no estaba acostumbrada. En ese momento podría haberla renombrado como "alpargatas" y le habría importado un comino. La mirada se mantuvo unos segundos más, y finalmente, como respuesta, la loba restregó suavemente su hocico en la mejilla de ese avatar del mundo vegetal. Si Ivy se dejaba, seguiría restregándose hasta estar mejilla con mejilla, empezando a mover ya su cola con algo más de tranquilidad

Trax... me gusta, pero porque eso significa que quieres que sea tuya. Después de todo, los humanos ponen nombre a las cosas para afianzar su poder sobre ellas... ¿Por qué ibas a ser tú menos? la loba se separó unos segundos mirándola y restregándose ahora contra la otra mejilla casi inmediatamente Pero me da igual. No es como si hubiera tenido control de mi vida después de todo...

La loba se restregaba contra mí como una gata que marca con su olor al desconocido. La gente no comprendía que si amabas algo debías dejarlo libre, y si querías algo debías saber tratarlo. Esta belleza natural era una de las mejores piezas que habría podido tener ante mí. Le seguí la caricia, llegando a acariciar con mis uñas atravesando su pelaje y rozándole la piel. Era lo suficientemente grande como para que le resultase agradable y no molesto.

Y mis sentidos se pusieron alerta. Noté unas pisadas, dentro del bosque, cerca de nosotras. Humanos. Dos hombres. Me levanté con cuidado para no dañar a la loba, pero atenta. Venían por mi izquierda. Dirigí una mirada directa hacia la zona, aunque no vería nada. Luego miré a la loba. ¿Y si eran los cazadores?
Lo malo de vivir junto a la sheriff era que muchos carroñeros de los negocios se convertían en carroñeros reales e intentaban conseguir su pieza gratis o venderla como si fuera suya, cuando era de un animal que pertenecía a Logan. Yo no lo permitía. Y esta vez no iba a ser diferente. Volví a ver aquellos ojos brillantes de can.
No pensaba permitir que le ocurriese nada malo.

- Cazadores, quédate aquí. - y le dejé un beso entre las orejas al animal. Lo dije en un tono calmado a pesar de echar a correr luego , perdiéndome entre las ramas y troncos de los árboles que cerraban el claro. Apenas corrí 30 segundos a toda velocidad y les vi. Estaban más cerca de lo que creía, debí haberme distraído con Trax y no les percibí al entrar al bosque. Uno llevaba una escopeta. El otro no identifiqué bien lo que era.

No quería que le pasase nada malo a ninguna criatura de este bosque. Era mío. Mi casa. Mi reino.
Largo.

El chico que estaba en la retaguardia con un arma desconocida para mí se perdió en un grito ahogado deslizándose hacia las ramas de los árboles. El otro se dio la vuelta y puso de manifiesto su gatillo fácil. Pensé en la loba... recé para que no se hubiese espantado. Mientras lianas se acoplaban en mi cuerpo proporcionándome una vestimenta rápida me eché encima del hombre que estaba recargando, el único que quedaba.

- ¿¡QUÉ HACÉIS AQUÍ!? Quién os habéis creído que sois para entrar aquí y mucho menos para intentar dañar a cualquier criatura de este edén. - varias lianas se abrazaron alrededor del cuello del cazador que liberó la escopeta al abalanzarme sobre él.

- Sois repugnantes. Os creéis que por tener un arma podéis eliminar cualquier rastro de vida que se os antoje. Pues bienvenidos a mi reino. - Y las lianas se ciñeron al suelo hasta que se escuchó el crujir de un cuello roto.
Me levanté y tanto los cuerpos como las armas fueron recogidos por varias ramas secas. Las armas se las llevaría como obsequio a la sheriff. Los cuerpos eran cosa mía. Volví al claro con una vaga esperanza de que Trax siguiera allí.

Era un momento extremadamente agradable, casi idílico. La mujer estaba acariciando su pelaje y piel, y tanto loba como humana se sentían extremadamente a gusto en presencia de una mujer que respetaba y admiraba su fuerza y planta física. Era bueno sentirse apreciado de cuando en cuando, pero era mejor cuando una ninfa te apreciaba. Quizás eran los olores, o quizás era porque parecía un avatar de la naturaleza, pero la pelirroja había llevado tanto a bestia como humana a una nueva cota de placer paradiasiaco.

Hasta que, de pronto, paró. El animal irguió las orejas, curiosa, viendo cómo reaccionaba la mujer que tenía ante sí, y cómo le daba una queda orden

Cazadores, quédate aquí.

Fiona dudó unos segundos, el tiempo suficiente como para que Poison Ivy se marchase del claro. El animal dio una vuelta sobre sí misma y rápidamente se escondió entre las plantas, escuchando atentamente lo que ocurría. Pudo oir las palabras furiosas de la mujer, los quejidos de miedo y dolor de los humanos y el agradable chasquido del hueso partiéndose bajo la fuerza de unas mandíbulas, o quizás bajo el peso de unas fuertes patas. El animal se relamió complacido, y la humana se preguntó cómo los habría matado.

No había oído el gorgoteo característico de unos colmillos atravesando la piel, por lo que se imaginó que les habría partido el cuello con sus propias manos... o quizás con algunas plantas, pudiera ser. Al oírla acercarse, Fiona trotó de nuevo al claro, llegando a la entrada por la que había venido, intentando percibir si había movimiento entre las reses con las que había venido.

Justo cuando la pelirroja aparecía por el claro, la loba alzó el morro al cielo y lanzó un aullido de llamada, que pronto fue respondido por los ladridos de los perros de Rebecca. Satisfecha al oír que la manada estaba bien, el animal se giró y se volvió a acercar a aquella que se le antojaba como una diosa en la tierra. Pronto tendría que irse, pero aún tenía tiempo para disfrutar de atenciones durante un poco más

Cuando reconocí el cuerpo del can mi respiración se normalizó. La mayoría de los animales eran más fieles que ningún humano, y mucho más agradecidos. Aunque no había nada como la magnífica vida vegetal. La loba soltó un aullido y volvió a su estado natural.

- Hola, linda...

Me volví a poner a la altura de la loba. Estaba completamente tranquila y cómoda, o eso me pareció. Era como si me hubiera entendido... Desde luego la inteligencia animal era algo inalcanzable.

-Me has obedecido a pesar de ser salvaje... Parece que hables mi idioma, preciosa. Para que luego digan... -

Me volví a sentar en el suelo y extendí mi mano para esperarla pero antes de que llegase a mí, me tumbé dejándome caer en el suelo sobre un lecho de hojas caídas. Necesitaba un poco de paz. Noté cómo la gravedad hizo que mis pechos se recolocasen y mi abdomen se hundiese ligeramente dejando ver una definición abdominal femenina. Mi pelo, siguiendo el ritmo de mi cuerpo, se extendió entre la tierra dando toda la libertad posible a mis tirabuzones. Giré el rostro para verla y sin despegar el codo derecho del suelo, levanté la mano hasta que ella llegó a mi.
En el instante en que mi mano volvió a rozar el rostro sedoso y caliente de Trax una chispa en mi cerebro hizo renacer la curiosidad científica, esta vez insaciable, que había estado adormilada por la belleza de la propia criatura. Me pregunté qué pasaría si a una loba, de ese porte, ese tamaño y tan... salvaje y natural le echaba unas feromonas. Era sólo avivar hormonas naturales que había dentro de ella...
Y pensé en Rebbeca, ella tenía tratos conmigo para hormonar a los animales que necesitase, así que esto entraría dentro de su moralidad.
Ninguna Sheriff me condenaría.
Me incorporé quedando el hocico de la loba a dos dedos de mis labios y le soplé en un aire cálido el doble de la ración que le echaba a los perros más grandes de Logan. Quizá era pasarse un poco en la dósis pero... quería verla en su estado más puro.
Terminé de soplar, lento, caliente, tranquila. Y la miré a los ojos sonriendo, mientras esperaba al cambio, con una enredadera en mi estómago, tan característica del científico que espera la reacción de la acción.

- Espero que no te importe - No quería ofender al animal, pero no sabría de ninguna manera que yo la habría hormonado conscientemente para saber qué reacción tendría y aportar a las investigaciones que yo hacía. Aun así no era nada cruel, sólo acelerar un proceso en su organismo. Además... el olor era agradable.

Me has obedecido a pesar de ser salvaje... Parece que hables mi idioma, preciosa. Para que luego digan...

Si tú supieras, preciosa... la loba dedicó una mirada de reojo, casi como si indicase con esta que efectivamente la había entendido. Se empezó a acercar a la mujer, pero esta se tumbó en el suelo, en un gesto que el animal interior identificó como sumisión y que la humana interior identificó como una expresión de artística. Podría imaginar mil pinturas y mil obras de música clásica, y ninguna podría captar la belleza del momento, esa expresión de la perfección femenina estirada tan bella ante sus ojos.

Por unos instantes, volvió a lamentarse por no verla en todo el esplendor de su color, pero los olores de la mujer volvieron. Olía a especias, a deseo y a flores, olía a naturaleza salvaje en estado puro, y también olía a una promesa de amor y también de pasión

Espero que no te importe

Un momento... ¿Olía a pasión? ¿Olía a excitación? La loba agitó levemente la cabeza, soltando un leve estornudo, como confundida de pronto por lo que estaba oliendo. Tanto animal como humana se sorprendieron al percibir feromonas emerger de la mujer, feromonas de una hembra fértil y adecuada... y también de macho. Las hembras de su interior sintieron excitación y también los machos, provocando un remolino de emociones que dejaron al animal inmóvil y aturdido durante unos largos segundos.

Entonces, con un movimiento suave, la fiera se puso prácticamente encima de la mujer, y finalmente, se rindió a la excitación que sentía. Se recolocó con cuidado, cubriendo con su cuerpo el de la ninfa y se echó suavemente, con cuidado de no aplastarla. Soltó un leve gañido y comenzó a restregar su morro contra el cuello de la pelirroja, como si quisiese impregnarse de su olor, e impregnarla a ella.

Frotó la piel de su barriga contra el cuerpo de su hembra, mientras la humana dentro del animal se excitaba enormemente pensando en lo tersa que debía ser esa piel, lo placentero que sería sentir esos pezones contra los suyos y lo mucho que mataría por besar todas y cada una de esas curvas.

El animal, por su parte, sólo estaba preocupada de una cosa: marcar a esa mujer como suya. Se había sometido a ella, se había mostrado como una amante apta (aunque no comprendía cómo una hembra podría hacer eso) y también olía agradable. No quería que ningún otro macho ni ninguna hembra se acercase a su propiedad, porque le pertenecía por derecho.

Soltó un leve gañido, posando sus colmillos en el cuello de la mujer, con cuidado de no herirla, pero recordándola que ella era la dominante. Se separó de nuevo, se relamió y soltó un leve gañido nuevo, separándose de la mujer una vez la había impregnado su olor.

Y lo siguiente que hizo era algo natural e instintivo: se dio la vuelta y le colocó los cuartos traseros apuntando hacia ella, la cola en horizontal y sus genitales levemente hinchados.

El animal reaccionó con un estornudo que me resultó tierno, casi como de un cachorro olfateando una flor por primera vez. Estaba petrificada y con una mueca extraña. Me preocupé, los segundos me parecieron minutos pero al fin reaccionó, sorprendiéndome. Se dejó caer encima mía casi siendo consciente de no querer hacerme daño con su peso y restregó su piel con la mía. No pude evitar que me vibrase el abdomen mientras soltaba una risotada suave. Trax hundió su hocico en mi cuello como un adolescente lo hubiera hecho. Notaba la humedad de su morro sano, el ligero aroma a sangre que aún desprendía. Pero no me importó. Era demasiado salvaje para que me resultase molesta. Me recordó a un dulce minino restregándose contra Nepeta Cataria. Y fue cuando noté sus colmillos, deseé que fuese para marcarme y no para ponerse en actitud dominante... Tal y como tenía entendido eso era más propio de los machos y de los felinos, no de los cánidos... Y así fue. Suspiré aliviada y abrí los ojos en exceso cuando vi que se preparaba para que yo la montase. Contuve con todas mis fuerzas una risa interior.

- Oh, querida... Te agradezco el alago pero... yo no puedo montarte. No soy un macho y no soy de tu especie. - y me erguí levemente para llegar a su gran altura con las panos y acariciarle el lomo a contrapelo para luego acariciarla a favor y repetirlo unas cuantas veces. - Lo lamento linda, y perdona por la jugarreta de las feromonas

La mujer la acarició, y Fiona se dejó hacer, sintiéndose bastante abrumada por esa necesidad sexual que la estaba comiendo por dentro. Entonces la ninfa le pidió perdón por la jugarreta de las feromonas, lo que le dejó bien claro que era la causante. No es que tuviera muchas dudas, pero ahora que se lo había confirmado, Fiona le dedicó una mirada a caballo entre la pena y la irritación.

A nadie le hacía gracia que le dejasen a medias, ¿verdad?

Sin embargo, pronto sus orejas se irguieron en cuanto oyó la llamada de los perros de la Sheriff, que estaban ya deseando volver de nuevo al rancho. La loba lanzó una nueva mirada a la de verde, le dio un rápido lametón en la cara y salió corriendo en dirección a la manada.

En cuanto salió del bosque, los dos perros salieron a su encuentro, y terminaron con un par de zarandeos bien dados en cuanto se excitaron al oler las feromonas que impregnaban al majestuoso animal, que soltó un gruñido molesto. Tras restablecer de nuevo su liderazgo sobre la indisciplinada manada, la loba indicó con un aullido que empezasen a agrupar de nuevo las vacas, y empezó a guiarlas de vuelta al rancho.

Entonces, tras alcanzar una colina, miró hacia atrás, buscando con la mirada a la criatura mágica con la que se había topado previamente. No la vio, quizás por el color o quizás porque simplemente no estaba a la vista, pero se prometió a sí misma que volvería a visitarla.

Después de todo, ¿Cuántas veces en la vida te puedes encontrar con algo así?