El telefono al que llama está fuera de servicio [Libre]

Fecha:

Allí donde antaño se había alzado un moderno edificio de casas, ahora solo había una gigantesca pila de escombros, que enormes máquinas escavadoras se apresuraban a retirar. Toda la zona estaba vallada, la calle cortada, y las casas con los accesos reducidos a la mínima expresión. Y, detrás de la malla de metal que separaba los trabajos de limpieza del resto del mundo, Irene observaba anonadada todo el proceso.

-Bueno, eso explica por qué no cogía el teléfono.

No sabía por qué había decidido llamar a Fiona. ¿Qué le iba a decir? ¿Que sabía para quién trabajaba, que le había conocido, que...? No estaba segura, solo que había pensado en ello y antes de que hubiera acabado de razonar por qué no debía hacerlo, ya lo había hecho. Había pensado que iría resolviendo los problemas según llegaran, pero lo cierto y verdad fue... que nunca llegaron. Una voz falsamente alegre le informó en un fuerte acento que el teléfono al que llamaba estaba fuera de servicio. Dos intentos más, asegurándose de marcar el número de forma correcta, habían dado el mismo resultado. Con no pocas dificultades y mucha, mucha ayuda de Kitty, había conseguido averiguar la dirección a la que correspondía el teléfono. Que era el último piso del edificio que ya no era tal, sino una pila de escombros.

De hecho, no era lo único de la zona que estaba hecho un desastre. Un poco más allá estaban intentando rellenar lo que era el rey de todos los baches, un enorme agujero de impacto que habría esperado más encontrar en un videojuego que en la propia realidad.

Ahora que lo recordaba, algo había oído en las noticias, aunque muy de pasada porque rara vez les prestaba atención. Algo de una explosión en el último piso que había causado daños a la estructura y había terminado por derribar el edificio entero. Ningún muerto, por fortuna, pero bastantes heridos graves, y muchos, muchos ataques de pánico y gritos sobre atentados terroristas. Eso no tranquilizaba mucho a Irene, porque el último piso era donde esta Fiona. ¿Habría sido ella la que había causado la explosión? ¿O habría sido un accidente? ¿Le habría ocurrido algo? ¿Estaría herida? Puede que se supusiera que no debía preocuparse por ella, pero se estaba preocupando. Tras varios minutos de darle vueltas la cabeza, mirando a las maquinas y preguntándose si la irlandesa estaría entera en algún sitio, suspiró, dándose cuenta de que no iba a arreglar nada quedándose ahí como un pasmarote.

-¿Y ahora que hago?- se preguntó.

¿Tal vez debería volver? ¿Preguntar? Pero aún así, todavía permaneció allí, haciéndose preguntas y quedándose... bueno, como un pasmarote.

-????: “Anooo”... Eh... Dis... Disculpe señorita...

Una voz masculina pero suave empezó a sonar detrás de Irene. Tenía un ligero acento exótico. Tal vez asiático. Pero no acababa de sonar como el bien conocido acento chino ¿Un coreano? ¿Tal vez japonés? Igualmente sonaba a un hombre joven y con una voz algo aterciopelada. Casi daba gusto oírla. Uno se podía imaginar que se encontraría al girarse. Irene se hacía una idea en mayor medida de como sería el propietario. Y así era.

Que viese cosas inesperadas era otra cosa.

Efectivamente era un hombre joven asiático, uno de hecho bastante atractivo. Su nariz chata no era excesivamente ancha y su cara era más picuda que redonda. Sus ojos rasgados eran un poco más grandes de lo normal y su cabello negro liso y alborotado tenía una longitud que alcanzaba sus hombros.

Y luego estaba su... Presentación...

Llevaba por sobrero lo que parecía... No, era indudable: se trataba de la típica pantalla de una lámpara cuyo destino nadie quiere conocer. Por corbata llevaba un par de sujetadores de talla moderada. Uno rosa y el otro color hueso. Afortunadamente esto era lo más llamativo. Por lo demás vestía una camisa de algodón azul desabrochada a mitad del pecho y un traje de color crema que afortunadamente para este solamente estaba especialmente arrugado. Uno se esperaba encontrar alguna mancha de pintalabios por aquí o un roto por allá. Sus perfectos zapatos de cuero italianos marrones también estaban prácticamente intactos.

---

Mientras tanto, al otro lado del mundo:

Date Michiko avanza decidida por los pasillos de las oficinas de Masamune Industries en Osaka. Notaba que los empleados estaban ese día especialmente nerviosos. Pero era comprensible. Habían pasado demasiadas cosas problemáticas. Deseaba con fuerza poder compensarles por no haber abandonado como cobardes sus puestos en un momento tan inesperado y difícil como la unión de dos mundos. Si apartaban la mirada era culpa suya seguramente, estaba exigiéndoles más de lo que un empleado normal podía aguantar.

Y luego estaba el hecho de que estaba caminando por los pasillos del piso S5 que se supone que no existe y donde se trabaja con mercancía especialmente delicada cuya existencia solamente conocen algunos ejecutivos de Masamune Industries y ciertos cargos del gobierno japonés. En especial cargos militares.

-Michiko: Así pues ¿Está terminado el modelo G071?
-Supervisor de las Oficinas: Eh... Sí... El modelo está terminado y como puede ver las pruebas dan resultados satisfactorios. Podemos empezar a fabricar en serie.
-Michiko: Sí... Veo que solamente pierde un 5% de eficacia con el camuflaje puesto. ¿Se le ha puesto el camuflaje de forma satisfactoria entonces?
-SdlO: Esto... Sí... No ha habido ningún problema... Y... Bueno...
-Michiko: Perfecto. ¿Sería mucho problema entonces realizar nuevas pruebas? Me gustaría comprobar el producto personalmente. Esta va a ser la primera venta exclusiva a un cliente extranjero, me gustaría estar doblemente segura.
-SdlO: … Es que... Er... Esto es muy problemático... Verá...

Michiko no debería subestimar a sus empleados. Estos no sentían ninguna inseguridad por que Japón se hubiese fusionado con otro Japón. Lo que les ponía nerviosos eran... Ese tipo de crisis... En las que “esa persona” suele involucrarse... “Esa persona” que siempre acaba sacando lo peor de la presidenta...

---

Y de nuevo en la ciudad de Nueva York...

-????: Discúlpeme de nuevo. Mi nombre es Date Akio. Acabo de... Er... Venir de forma un poco accidentada desde Osaka, Japón. Y necesitaba que alguien me ayudase. ¿Sería demasiado atrevido pedirle ayuda señorita?

El joven era muy formal, incluso le dedicó la típica reverencia japonesa a Irene al presentarse... Pero por alguna razón el chico apestaba a problemas. Tal vez por el hecho de que parecía recién salido de una fiesta bastante loca. Con las horas que eran y sus pintas estaba a un par de pasos de ser detenido por escándalo público o exhibicionismo.

Irene casi perdió un latido del susto cuando escuchó a alguien hablar detrás de ella.

”Van a volver a intentar atracarme, noooooooooo....”

Tras el primer momento de pánico nacido de pasadas experiencias, la chica se dio la vuelta para encontrarse con... si aquello era un atracador, el atracador más raro de la historia. Parecía japonés, tenía un gusto para los colores un tanto dudoso, y llevaba un traje con pinta de ser espantosamente caro, arrugado más allá de toda esperanza. Si su padre hubiera tenido un traje así, y lo hubiera arrugado de esa manera, su madre le hubiera perseguido por todo el piso con un paño en la mano para atizarle con él. Para acabar de completar el conjunto, llevaba la pantalla de una lámpara en la cabeza, y dos sujetadores colgando de los hombros.

"Y luego dicen que las pintas del Capitán Britania son ridículas..."

El hombre se presentó como Date Akio, nombre que Irene habría reconocido como japonés hasta debajo del agua, y le preguntó si podría ayudarle. La española, de natural desconfiada, dudó y miró a su alrededor, preguntándose si había una razón por la que aquel tipo se hubiera dirigido a ella directamente. Pronto comprobó que, en contra de lo que ella pensaba que ocurriría en una calle de Nueva York, aquella estaba desierta salvo por los tíos trabajando para retirar los escombros, así que a pocos podía haber pedido ayuda salvo a ella. En qué podía necesitar ayuda un ejecutivo recién salido de una juerga con mujeres de moral discutible era algo que escapaba a la mente de la joven española. Lanzó una mirada hacia atrás y descubrió que un par de obreros, dos tipos con aspecto de armario empotrado, les estaban mirando y se iban acercando.

Irene, temiendo que aquello acabara mal, ofreció la mejor sonrisa que pudo, que no era gran cosa, y respondió:

- Uhm... Hola. Puedo intentar ayudar, pero yo no soy de aquí, así que no voy a poder indicarle mucho...

En realidad, pensó, si podía indicarle algo, sería un verdadero milagro.