{PRE-OMEGA} [Años 80] Tierras salvajes [Logan, Gray]

Estaba siendo un día de mierda.

El día ya había comenzado mal, pero había empeorado a un ritmo que habría dejado atónito a cualquiera. Había despertado en su cabaña en las montañas canadienses, con un dolor de cabeza palpitante, un recordatorio de la noche anterior que, aunque borrosa, tenía ciertos flashes que él preferiría olvidar. Los ecos de las botellas de whisky vacías y la sensación punzante de los nudillos ensangrentados le dijeron que la noche había terminado en la forma en que lo hacen tantas: en peleas y resentimientos. El sol apenas asomaba entre las nubes grises, y el viento que soplaba desde las colinas traía consigo un frío helado, anunciando un día largo y crudo.

Por supuesto al ir a tomar algo de desayuno que aliviara su malestar se encontró que en la cabaña no quedaba nada aparte de un trozo de queso rancio y leche a la que difícilmente se la podría llamar así.

- Mierda, murmuró entre dientes, arrojando el queso contra la pared de la cabaña, donde se astilló como si fuera de papel.

Decidió salir a cazar algo, después de todo, sus garras eran más que suficientes para cazar cualquier cosa que se moviera. Pero el bosque le recibía con un silencio inquietante, un presagio de la mierda que aún estaba por venir. Algo apestaba y no era solamente él ni la leche.

El bosque canadiense siempre había sido su refugio, su único lugar de paz en un mundo que constantemente le empujaba a los bordes de la cordura. Los pinos, erguidos y orgullosos, normalmente le ofrecían un consuelo con su calma imperturbable, el crujido suave de las ramas bajo el viento, el olor limpio de la resina y la tierra. Pero esa mañana, el bosque parecía menos un santuario y más una prisión fría. Las nubes pesaban tanto que el cielo parecía estar aplastando la tierra. Todo estaba cubierto de una pátina gris desoladora, como si el paisaje mismo estuviera harto de existir.

El sonido de su propio aliento, profundo y áspero, era lo único que le acompañaba mientras caminaba más allá de los senderos habituales, buscando un rincón en el que pudiera perderse. A medida que avanzaba, los recuerdos de las últimas semanas lo golpeaban como un martillo. La traición reciente de un amigo cercano, las tensiones interminables con los X-Men y, por supuesto, Jean. Siempre Jean. Siempre ese hueco en su pecho, esa mezcla de amor no correspondido y arrepentimiento.

Se adentró en el corazón del bosque, con la nieve crujiente bajo sus botas. A lo lejos, se escuchaba el distante rugido de un río, pero incluso eso parecía apagado, como si la naturaleza misma hubiese decidido que no valía la pena hacer ruido hoy. Y entonces, cuando estaba a punto de descender una pendiente empinada, pisó mal.

- ¡Mierda! ¡Joder!

Su pie se deslizó sobre una roca oculta bajo la nieve, y cayó, rodando por la colina, sintiendo cada maldito golpe en sus costillas. Aunque sabía que sanaría rápidamente, eso lo dejaría aún más hambriento. Se detuvo al final, tumbado de espaldas sobre un lecho de nieve manchada de barro, mirando el cielo plomizo con los dientes apretados.

- Perfecto, masculló. - Justo lo que necesitaba.

Se levantó, sacudiéndose la nieve y el barro de su chaqueta de cuero. Mientras lo hacía, sintió la vibración de un dispositivo en su bolsillo: su comunicador con los X-Men. Rogue, probablemente. O tal vez Charles. Alguno de los malditos queriendo que volviera. No lo miró. Lo sacó del bolsillo, y sin pensarlo dos veces, lo aplastó en su puño hasta que las piezas de metal cayeron al suelo, destrozadas.

- No hoy, gruñó entre dientes.

Siguió caminando. A cada paso, el bosque parecía volverse más oscuro, más opresivo. Había algo que lo molestaba, algo en el aire, además de su rabia acumulada. Los animales del bosque no se comportaban como de costumbre. Ni un pájaro, ni una ardilla. Incluso el viento se había detenido. Y luego, el olor. Un olor metálico y amargo que conocía demasiado bien. Sangre.

Logan siguió el rastro, su instinto tomando el control. Encontró un alce muerto, su cuerpo destrozado. Las heridas eran frescas, y las marcas de garras que cruzaban su costado no eran las de un lobo.

- Genial, dijo para si mismo, Solo faltaba esto.

Esas heridas las había producido un oso, uno de los grandes. No muy lejos de donde estaba, un depredador más grande que cualquier lobo rondaba el área, por eso no había encontrado nada para comer. Pero su parte humana rozó la superficie de nuevo, un oso no habría abandonado una presa así. Se agachó y lo examinó más detenidamente, no tenía ni puto sentido. Los osos raramente atacaban a los alces, pero este estaba destrozado, se habían ensañado con él y luego no habían comido nada.

Por un momento pensó en salvar algo de la carne y comérsela él, pero la paliza que había recibido el pobre bicho no le daba mucha confianza de que fuera comestible... no tenía tanta hambre. Había algo en el olor del rastro de ese oso que le decía que era mejor no tocar a ese alce.

Podía sentirlo. Podía oler el hambre, la furia, la desesperación de esa bestia. Y justo cuando pensaba que este día no podía ir peor, el viento cambió, y escuchó el rugido. El oso estaba cerca, y eso significaba que pronto habría una pelea.

Un oso por grande que fuese no era rival para él, pero estaba cansado, débil y hambriento. Por una vez no quería pelear, pero que sabía que no podría evitar el enfrentamiento. Algo en su interior se tensó, una mezcla de hastío y resignación. Claro, por supuesto. No podía tener ni un maldito día para estar solo sin que alguna pesadilla decidiera aparecer.

Lobezno se detuvo, respirando profundamente. El bosque lo envolvía, frío y traicionero. La nieve caía en silencio ahora, como un manto que intentaba cubrir lo inevitable. El Oso lo encontraría pronto. Quizás era lo que necesitaba. No para luchar, sino para sentir algo más que este vacío insoportable que llevaba dentro. Quizás, por una vez, no sanaría tan rápido. Quizás podría dejar que la bestia hiciera su trabajo y lo destrozara un poco, solo para calmar ese eterno enfado.

Miró al cielo, que seguía encapotado, sin una sola mancha de azul.

- Que se joda todo, murmuró.

El Oso rugió nuevamente, más cerca ahora. Lobezno sacó sus garras, el sonido metálico resonando en la soledad del bosque.

- Vamos, entonces, gruñó, como si estuviera hablando con el propio mundo.

Era solo otro maldito día de mierda.

El animal estaba rabioso sin duda alguna, había algo en él que le decía a Logan que esto iba a ser más duro de lo que parecía en un principio. Eso solo logró sacarle una sonrisa. El animal inició su carga sobre la nieve que ya caía copiosamente y Lobezno lo esperó ligeramente agachado, listo para correr hacia él a su vez.

De repente el oso se paró en seco y se puso a girar en el aire. Una mujer lo había agarrado de una pata y lo zarandeaba como si aquellos 700 kilos no fueran nada.

- Si, estoy perfecto. Eres toda una hembra, pero no creo que eso sea suficiente, le dijo el mutante cuando se recuperó de la sorpresa.

Y efectivamente el oso se recuperó increíblemente rápido y sin un rasguño provocado por la caída, dispuesto a enfrentarse a la mujer que con tanta facilidad lo había despachado. Olía a rabia y algo más, algo difícil de definir, un olor que le recordaba en cierta medida al del petroleo pero que era a la vez muy distinto.

El oso cargó de nuevo y Logan, que ya estaba hasta los cojones, lo interceptó, atravesándole el corazón y los pulmones con sus garras. En su estado estuvo a punto de ceder ante la carga de la inmensa bestia, pero pudo no solo pararlo, sino arrojarlo de nuevo por donde había venido.

El bicho seguía moviéndose así que le atravesó el cráneo y luego lo decapitó, si se levantaba después de eso mejor sería llamar a la caballería.

Lobezno sacó un puro de su chaqueta solo para descubrir que estaba roto por la mitad. Consiguió contener la lengua en el último momento y se metió la mano en el bolsillo para sacar el zippo.

- Mierda. Se me debió caer antes. Preciosa, no tendrás fuego  ¿no?, dijo ofreciéndole la otra mitad del puro.

- No esta mal, aunque me refería solo al puro... por ahora.

La verdad es que aquella mujer había logrado sorprenderle, dos veces. Eso era algo que se podía decir de muy pocas personas. Las que lo lograban normalmente ya estaban muertos a la primera.

- En realidad más bien es al revés, salen fuera y luego vuelven a casa, dijo mostrando como las garras salían de su puño y se retraían.

Pero no era el momento de flirtear, era el momento de averiguar que cojones estaba pasando. Así que apartó la imagen mental de esa mujer montándolo como un búfalo salvaje y trató de seguir escuchando lo que tuviera que decir.

- Normalmente no fumo cuando he de rastrear, una profunda calada le hizo guardar silencio unos segundos. - Pero si, he notado algo raro. Raro y desagradable. Me cuesta creer que incluso una nariz humana no lo capte. Pero ese oso huele peor que el culo de un mandril. Podría seguir su rastro hasta dormido.

Y era cierto, ese olor le recordaba algo que no conseguía ubicar en su memoria. Claro que no conocía la mitad de lo que había hecho en el pasado. Quizás ya se había enfrentado a estas cosas. Eso querría decir que ya las había vencido antes de perder la memoria. Él nunca abandonaba una lucha y seguir vivo al final del combate era un signo de victoria. Para Lobezno las cosas eran así de simples. Nada de planes o medias tintas.

- Si, los Ktunaxa. No suelen fiarse demasiado de los forasteros, aunque supongo que tus antecedentes te habrán ayudado con ellos, dijo dándole una buena calada al puro. - Yo me gané el derecho a construir mi cabaña hace más años de los que recuerdo, me llaman Naⱡkuq̓uku o algo así. Hace mucho que no hablo su lengua.

De hecho había estado fuera de aquellas tierras durante décadas. Solo sabía que seguían recordándole porque un grupo de jóvenes vino a demostrar su hombría enfrentándose a él. Fue divertido verlos suplicar, pero al final se fueron solo con sus armas rotas, su orgullo herido y un par de contusiones.

- Me parece, guapa, que ya he hablado más que en la última semana, así que en marcha y en cuanto acabemos esto nos tomamos unas cervezas, ¿ok? Además estoy hambriento.

Los cuervos le daban muy mala espina, pero la mujer tenía razón. Podía enfrentarse a un oso, podía enfrentarse a cualquier animal por grande que fuera. Pero aquella cantidad de cuervos sería un problema grave. Además esos bichos eran la ostia de listos, iban a por los ojos y trataban de dejarte ciego. Se cargaría a unos cuantos antes de que eso ocurriera y no tardaría demasiado en recuperarse, pero era una jodienda. Por suerte para ellos no tardaron en retirarse.

- ¡Nah! Es solo otro jodido día de mierda, si no son los putos cuervos serán un puñado de cíborgs o de aliens, mientras no sea algún hechicero hijodeputa vamos bien. Odio a los hechiceros, es muy jodido enfrentarse a la magia y lo malo es que esto tiene esa pinta.

Los Brood y los Reavers eran fáciles, les dabas de ostias hasta que dejaban de moverse, pero lo malo con tipos como Moho o su niña malcriada, Spiral, es que era jodido llegar hasta ellos para arrearles. Siempre tenían secuaces, hechizos o ilusiones para hacerte la vida imposible.

- No se tú, pero yo no me comería nada de esto ni aunque me pagaran. No se si son espíritus o demonios, pero estos animales no son naturales, dijo cortándole un poco el rollo a la mujer.

No era momento de bajar la guardia. Así era como perdías gente. No estaba dispuesto a seguir perdiéndola No de nuevo. No si podía evitarlo. La apartó con firmeza solo para ver como el ciervo se transformaba en otra cosa, una criatura de pesadilla.

- ¡Mierda!, dijo de nuevo, es un puto wendigo. Ten cuidado es muy rá...

Pero la criatura cargó contra ellos ensartando a la mujer, aunque esta no pareció demasiado afectada por la herida y se recuperó rápidamente, preparada de nuevo para el combate.

- Sus garras son peligrosas, pero bajo ningún concepto dejes que te muerda o estás jodida.

Lobezno se agachó con sus garras casi rozando el suelo, trazando un circulo alrededor de la criatura.

- A mi señal, dijo intentando que ambos pudieran atacar a la vez cuando la criatura cometiera un error. - Ahora.

El wendigo había decido terminar lo que había empezado e inició su carga contra la mujer y en ese momento había perdido de vista a Logan, que saltó sobre ella impulsándose con brazos y piernas y cayendo sobre su espalda justo cuando la criatura y la mujer entraban en contacto. El adamantium la atravesó como si fuera de papel y los rápidos movimientos del mutante la desgarraban, pero la criatura estaba trabada con la mujer y no podía apenas girarse para defenderse. Pronto no fue más que una masa sanguinolenta.

- Aún no está muerto del todo. Buscará otro anfitrión. Hemos de encontrar el origen de la maldición.

Para él estaba claro, en esa casa. Algún gilipollas lo habría invocado, ya fuera intencionado o no. La verdad es que no tenía muy claro que hacer a continuación, tampoco es que fuera un experto en estos temas. Según la leyenda matar a quien lo hubiera invocado y quemarlo era la mejor opción, pero no sabía lo que iban a encontrar en la casa. Conociendo lo que atraía a los wendigos lo más probable es que sus habitantes se hubieran comido entre ellos.