¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (May sheen woo) [16/02/2019]

Había viajado a Nueva York para entrevistarse con la joven artista Elysia Stavridis, y ya que estaba en la Gran Manzana había decidido prolongar su estadía un par de días más para concederse a sí mismo el capricho de visitar la prestigiosa casa de subastas de Rip Van Winkle, de la cual se decía que albergaba obras de arte extremadamente raras y valiosas. Llevaba mucho queriendo acercarse, pero sus obligaciones en Chicago por lo general no le dejaban demasiado tiempo para auto indulgencias. Sin embargo, ahora parecía haber encontrado el momento perfecto para ello.


La oscura y elegante sala resplandecía con las mejores obras de arte antiguo y moderno de Nueva York. Clientes adinerados se paseaban por la estancia bebiendo champán mientras evaluaban las obras, y el íncubo supo seguir su ejemplo. Se detuvo ante una hermosa pintura que reflejaba una puesta de sol. Elian era perfectamente capaz de captar los entresijos técnicos de la obra. Podía ver cómo el artista capturaba la luz consiguiendo recrear tan bien el momento que casi parecía que brillaba desde el interior. En otra de las pinturas, un hombre se alzaba, envuelto en un aura prácticamente celestial, ante un acantilado golpeado por el fragor de un mar embravecido, todo calma y serenidad en medio del caos. Sabía que aquellas imágenes habían sido concebidas para promover emociones en los seres humanos, que era muy difícil que cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad no quedara conmovido de algún modo. En cambio, él no era capaz de sentir nada. Nada en absoluto. Como el personaje de aquél cuadro, se encontraba inmerso en un mundo de belleza inconcebible que para él no significaba nada... Pero incluso aunque él no pudiera sentir por sí mismo aquella suerte de magia, al menos podía contemplar el efecto que tenía en los demás y absorberlo cuando se alimentaba de ellos... Como la atractiva mujer asiática que observaba fijamente una de aquellas obras. Elian avanzó hasta detenerse a su lado, fingiendo analizar a su vez lo que para él no quería decir nada...

- ¿Sabe? -dijo, iniciando la conversación-. Resulta reconfortante encontrar a alguien aquí que de verdad sepa apreciar el arte. Ésta sala está abarrotada de coleccionistas, pero no veo que nadie observe las obras como lo está haciendo usted. Tal como realmente son en lugar de por lo que podrían valer. Tengo curiosidad... ¿qué cree que el artista está tratando de decir con ésta pieza? Deme su mejor suposición. Sólo por saber...

Elian se maravilló ante los hermosos ropajes de la mujer, en los que no había podido reparar hasta ahora por estar ella de espaldas. El hombre asintió apreciativamente ante la respuesta, sonriendo suavemente ante el formal saludo.

- Yo soy Elian, es un placer conocerla -respondió, imitando de manera respetuosa y cortés la maniobra que había hecho ella al inclinarse.

Al concluir el saludo se irguió, mirándola directamente a sus hermosos ojos. Los propios rasgos del hombre eran tan perfectos que parecían cincelados en mármol, pero había un brillo particular en su mirada, una tranquila confianza.

- Pido disculpas si la he sobresaltado. La acababa de ver estudiando ésta obra con semejante dedicación y necesitaba saberlo.

Se volvió una vez más hacia el cuadro, analizando todos los aspectos que ella había mencionado.

- Sí... ciertamente posee una belleza y una luminosidad especial... Aunque no tiene nada que envidiarle a usted...

Volvió a mirarla a ella, y en sus ojos ésta vez ardía una intensidad tal que parecía capaz de quemarla.

- Usted misma es una artista, ¿no? Como mínimo, tiene el buen ojo de uno. ¿Alguna de éstas obras es suya?

Había muchas cosas que podrían justificar una creatividad elevada, pero en un lugar como ése, Elian apostaba porque la explicación debía ser esa. Aunque podía equivocarse...

Elian asintió apreciativamente ante la explicación de la mujer.

- Pues, sin lugar a dudas debo decir que, si aprendió a base de observación y estudio, tiene buen ojo y un incuestionable talento -dijo con admiración-. En efecto, coincido en que el arte está destinado a provocar emociones y conmover la parte más profunda de nosotros mismos. Creo poder afirmar sin temor a equivocarme que se trata de la mayor cualidad que posee el ser humano, y precisamente lo que nos hace humanos.

Una ironía considerando que él no lo era, claro... y tampoco podría llegar a sentir nunca lo que los demás experimentaban al observar una obra de arte. Lo máximo a lo que podía aspirar era a consumirlo vicariamente cuando se alimentaba. Volvió a asentir cuando ella afirmó ser la primera vez que le veía.

- Sí... La verdad, no paso en Nueva York todo el tiempo que desearía, pues los compromisos y el trabajo me mantienen casi todo el tiempo en Chicago, donde se encuentra mi empresa, pero llevaba mucho tiempo deseando visitar su casa de subastas, pues cuenta con la merecida reputación de encontrarse entre las mejores del noreste de Estados Unidos. Verá, yo soy un orgulloso mecenas de las artes, y me encuentro en la junta directiva de la Dreamcatcher Company, que principalmente es una empresa de publicidad y diseño, aunque también ayudamos a jóvenes escritores a publicar sus libros y concedemos financiación a aspirantes a artistas para que puedan promover sus obras, así que, cuando tengo tiempo me gusta visitar galerías de arte o casas de subastas para conseguir nuevos contactos. En ese sentido ha sido toda una suerte conocerla, señorita Sheen Woo Winkle -dijo con una arrebatadora sonrisa.

Observó con satisfacción cómo ella se atusaba el pelo, lo cual, en el lenguaje corporal solía manifestar interés hacia la otra persona, así como deseo de seducción. Aquello quería decir que la mujer era heterosexual o bisexual, vulnerable por tanto a sus efectos de atracción, y eso siempre facilitaba las cosas.

- ¿Como puedo ayudarle a hacer su estancia más relajada en este evento? -inquirió después, a lo que él respondió con una encantadora sonrisa.

- Bueno... después de ésta estimulante conversación me apetecería algo fuerte. He visto que la casa de subastas cuenta con un bar, ¿vamos hacia allí?

Una vez en la zona de bar, Elian se apoyó en la barra, apoyando la mejilla en su palma para poder mirar mejor a la mujer. A aquella distancia, May podría notar sin problemas la fragancia de su perfume, una embriagadora mezcla de canela y cedro.

- Después de haber tenido ocasión de comprobar tu buen gusto con las obras de arte, creo que voy a dejar que me sorprendas y escojas tú para los dos...

Observó atónito cómo el camarero sacaba la antigua botella, fijándose bien en lo que ponía la etiqueta, ajada pero aún brillante: "Two dagger fine old rum - 1940".

- Ésto ha debido costarle una pequeña fortuna -comentó, admirado, mirando cómo el oscuro líquido, producto del prolongado tiempo de añejamiento en barricas, era vertido sobre sendos vasos sin ninguna clase de acompañamiento o aderezo, ni siquiera hielo. Cualquier otra cosa habría sido un delito-. Me siento honrado de que haya decidido compartirlo conmigo. Y estoy impresionado, también. Sabía que no me equivocaba al suponer que era usted una dama de gran gusto.

- ¿Por qué deberíamos brindar me pregunto yo? -inquirió la mujer, ofreciéndole una de las copas.

Él la tomó y la meció suavemente para hacer que el licor respirara y salieran a relucir todos sus aromas escondidos, pero manteniéndolo apartado de la nariz para evitar que el potente olor a alcohol enturbiara la experiencia de la degustación, como un verdadero experto.

- Por el arte, diría yo. Y por los que lo hacen posible -contestó, alzando la copa hacia ella antes de acercarla a sus labios para tomar un trago corto, saboreando cada gota que pasaba por su garganta evocándole recuerdos y sabores de épocas pasadas-. Guau -fue todo cuanto fue capaz de decir-. Prácticamente aún se nota el sabor de la caña que se cortó hace casi un siglo... Gracias por compartirlo conmigo.

Tras tomar un nuevo sorbo de su bebida, dejó la copa sobre la barra, y, al hacerlo, sus dedos rozaron levemente los de la mujer, provocándole un escalofrío.

- Dime, May Sheen Woo -inquirió, mirándola directamente con sus penetrante mirada azul intenso-. ¿Qué podría hacer yo... para devolverte el favor...?

Elian se reclinó ligeramente en la barra para observar mejor a su acompañante.

- Pues lo cierto... es que se me apetecería ir a un lugar donde poder relajarme, así que, he aquí mi propuesta: ¿por qué no cogemos ésta maravillosa botella de ron y nos la terminamos en mi hotel? Está aquí al lado.

Tras aceptar la dama, pasearon juntos por las transitadas avenidas de la Gran Manzana hasta llegar a un lujoso hotel situado en pleno Times Square. Alojarse allí debía resultar extremadamente caro, especialmente cuando pudo observar la suite del empresario. Era prácticamente un apartamento, con dos habitaciones, cocina, baño y salón con mesa de billar incluida. Al entrar, Elian se despojó de la chaqueta y le indicó que se pusiera cómoda mientras iba a buscar un par de vasos para seguir dando buena cuenta del ron. A través de las ventanas se observaban unas vistas privilegiadas de Manhattan.


- ¿Te gusta? -le preguntó al volver de la cocina, ofreciéndole uno de los vasos-. Tengo una cierta predilección por las vistas en altura de las grandes ciudades. Me parecen algo... mágico. Como una forma más de arte, ¿no te parece? En la noche, los edificios iluminados resplandecen como piedras preciosas. Observa cómo se refleja la luz en las ventanas. Pensé que... alguien que sabe admirar y analizar los cuadros como tú... sabría apreciar éstas vistas.

El hombre la llevó hasta la terraza, desde donde podría observar el paisaje nocturno sin impedimentos de ningún tipo. Su voz era poco más que un susurro, pero, de alguna manera, encerraba poder. Se acercó más a ella, hasta que pudo notar su perfume y el calor que emanaba de su cuerpo.

- Tú también eres mágica, May, Tienes el poder de ver lo que se esconde bajo la superficie. Ya sea una pintura, un skyline... o lo que me haces sentir.

Elian trazó con los dedos la curva del cuello y alzó su mejilla para obligarla a mirar directo a sus ojos, feroces y anhelantes.

- ¿Te apetece una partida de billar?

Elian recogió el abrigo de la asiática, ayudándola a despojarse de la fina prenda antes de colocarlo en el ropero. Sonrió al escucharla hablar. Poco podía ella saber que, efectivamente, había magia real en su mirada, la misma magia que en aquellos momentos obraba en ella su efecto. La mujer afirmó compartir su pasión por las alturas, y, al verla allí, recortada contra las luces de la ciudad que nunca duerme, no pudo evitar recordar la desastrosa experiencia con la súcubo que había tenido en noviembre. Por fortuna, no parecía que se tratase del mismo caso, pues, al contrario de lo que le había ocurrido entonces, con May se sentía en pleno control de sus facultades.

La última frase de ella le hizo enarcar una ceja con un brillo malicioso en la mirada.

- ¿Lo que sea? Mmmmm... Eso me da algunas ideas... -comentó, volviendo de nuevo al interior de la habitación para apoyarse en el respaldo del sofá, contemplando apreciativo desde allí cómo se soltaba el largo cabello, que cayó en abundantes olas negras por su espalda como un mar de ónice.

- Necesitaba liberarme un poco antes de empezar con el juego...

- Sí... Yo necesito hacer lo mismo también... De repente me ha entrado calor... -musitó aflojándose el nudo de la corbata y tirando de ella para sacársela, desabrochando a continuación los primeros botones de la camisa para dejar al descubierto el nacimiento de su musculado torso-. De hecho... ¿qué te parece ésto? Cada vez que realicemos una falta jugando a las reglas del Bola 8 tendremos que desprendernos de una prenda... ¿Te parece lo suficientemente... liberador? -inquirió con una seductora sonrisa antes de recoger uno de los tacos de la mesa y ofrecerle a ella el segundo-. Yo empiezo. Me pido las lisas -dijo, retirando el triángulo que mantenía la formación de las bolas y situando la blanca en su posición.

Inclinándose ligeramente sobre la mesa y procurando que sus pies no se separaran del suelo, lanzó un golpe preciso que hizo rodar la bola hasta impactar en el centro de la formación triangular, haciendo que las demás salieran despedidas, cada una en una dirección, golpeando las esquinas de la mesa hasta que, en uno de los rebotes, una de las bolas lisas entró en uno de los agujeros de la tronera.

- Una dentro. Me faltan seis -dijo con una sonrisa estudiando la nueva situación de la mesa. Al haber metido una bola tenía derecho a hacer una nueva tirada, así que volvió a golpear la blanca, pero ésta vez no tuvo tanta suerte, y aunque logró golpear su objetivo, la bola rebotó contra el lateral de la mesa sin llegar a entrar en ninguna de las troneras-. Tu turno...

Mientras May se preparaba para golpear, hizo un gesto como si acabara de acordarse de algo.

- Espera, creo que tengo algo que te puede gustar. Enseguida vuelvo, ve dándole.

Elian desapareció varios minutos para regresar con una elegante cachimba con forma de pavo real que colocó encima de la mesa redonda de cristal.

- He usado tabaco con sabor a cereza -informó-, sobre una base de té de cereza para darle más intensidad. Espero que te guste -añadió, dando una larga calada antes de volverse a contemplar el resultado del juego-. ¿Y bien? ¿Cómo te ha ido?

La suerte no pareció acompañar a May, porque, a las pocas rondas, ella había perdido casi toda su vestimenta, quedando únicamente en ropa interior mientras que Elian aún estaba completamente vestido. Depositando el taco en su sitio, el apuesto empresario se dirigió hacia la mujer con un brillo ardiente en la mirada y, tomándola por la cintura, la aupó hasta lo alto de la mesa de billar, recostándola sobre el verde tapete para trepar sobre ella.

- Parece... que he ganado... -dijo, mirándola con intensidad mientras le mantenía sujetas las muñecas contra la superficie de la mesa-. Supongo que ahora puedo reclamar... mi premio...

Sus labios buscaron con urgencia los de la mujer, asaltando su boca en un imperioso y apasionado beso que pareció durar una eternidad. Cuando finalmente se separaron, procedió a depositar ardientes besos en su cuello, descendiendo sobre su cuerpo sin soltar en ningún momento sus manos. Con los dientes, retiró la fina capa de seda que aún le apartaba de los hermosos pináculos sonrosados, a los que procedió a colmar de atenciones el tiempo suficiente para que ella comenzara a gemir antes de retomar su descenso sobre su vientre. Sus manos finalmente liberaron las de la mujer para recorrer sus costados hasta los finos elásticos que descansaban sobre sus caderas, haciéndolos bajar por sus piernas hasta eliminar por completo el último obstáculo que le privaba de acceder a su tan ansiado premio.

El hombre aferró sus muslos con las manos y el cuerpo de May se arqueó hacia atrás al tiempo que un irrefrenable suspiro de placer escapaba de entre sus labios. Un éxtasis cada vez más intenso se fue extendiendo por todo su cuerpo, avivando sus gemidos, y, cuando el momento culminante llegó, una sensación de irrefrenable vértigo se apoderó de ella. El placer era tan intenso, tan indescriptible, que fue como si el mundo empezara a dar vueltas en torno a ella en una fusión de colores y sonidos hasta que le pareció que el mismísimo techo comenzaba a girar y arremolinarse, como una paleta viva de acuarelas.


No podía creer lo que estaba viendo, pero sobre ella, las nubes empezaron a formarse haciendo desaparecer el techo, y, con él, el resto de la estancia. Ya no estaba en la lujosa habitación del Hotel Renaissance, sino que la mesa de billar flotaba a la deriva por un lago de acuarelas que transcurría entre un luminoso bosque. En el cielo, era como si la mano de un artista caprichoso hubiese mezclado diferentes tonos de color, creando una atmósfera irreal y onírica en donde los rojos, anaranjados y amarillos se mezclaban con los diferentes tonos de azul conformando un todo armónico.

Junto a la orilla, hermosos animales realizados con vibrantes trazos de fantasía, jugaban entre los árboles, y mariposas tornasoladas elevaban el vuelo dejando a su paso una estela de pequeñas gotas de pintura. Sin embargo, aquello no era aún lo más espectacular, pues la mutante pudo escuchar entonces el poderoso sonido del viento sobre ellos, y, al alzar la mirada de nuevo hacia arriba pudo ver un magnífico dragón oriental emerger de entre las nubes, creando hipnóticas ondulaciones en la pintura.

Notando su pasmo, Elian interrumpió momentáneamente su tarea para incorporarse nuevamente sobre ella, sin sorprenderse en lo más mínimo.

- ¿Ocurre algo, querida? -inquirió, y la naturalidad de su tono hizo pensar a la mujer que, quizás, estuviera soñando, aunque el placer que acababa de experimentar se había sentido tan intenso como si estuviera ocurriendo realmente.

- Lo necesitas, ¿eh? -sonrió en mitad del beso, complacido con su entrega-. En ese caso, la tendrás...

Regó de besos su cuello y sus pechos mientras su cuerpo encontraba su camino dentro del suyo. May no recordaba en qué momento se había desnudado, pero ya no había ninguna barrera de tela que mitigase la ardiente presión entre sus cuerpos. Las manos de la asiática se aferraron a la poderosa espalda mientras se hundía una y otra vez en su interior en el suave balanceo que les proporcionaba el impulso de las aguas. En un momento dado, el íncubo deslizó una mano entre sus piernas para ayudarla, y fue la última descarga que May necesitaba para perderse por completo en el placer más absoluto.

Un repentino golpe seco la sacó de su extasiado ensimismamiento; la mesa de billar que había hecho las veces de improvisada balsa a la par que lecho acababa de tocar la orilla de acuarela. El íncubo se puso en pie, ayudando caballerosamente a May a descender sobre una orilla conformada por gotitas de pintura que refulgían como diamantes entre sus pies. Una inmensa sensación de belleza, asombro y serenidad la invadió, y el tiempo pareció pasar a transcurrir a cámara lenta cuando Elian la llevó consigo a descansar sobre la tierra fresca, besándola en la boca y en el cuello. Sus manos, suaves pero masculinas, dejaron regueros de pintura sobre sus blancos hombros que después se extendieron a su garganta y sus mejillas conforme la acariciaba.

Una de las manos del empresario se entrelazó con la de la mujer, sujetándola contra la tierra mientras la otra se deslizaba sobre la tersa piel de su vientre, con la pintura realzando cada una de sus perfectas líneas antes de encontrar su final en su ombligo. Elian le dio la vuelta con suavidad, marcando ahora la piel de sus glúteos con la pintura que acompañaba cada una de sus caricias, la misma que se arremolinaba en la arena bajo sus cuerpos conformando la más hermosa de las composiciones. Colocándose a horcadas sobre ella, masajeó su espalda desde los homóplatos, realzando en hilos de aguamarina la estructura ósea como si estuviera utilizando su cuerpo para realizar una obra de arte abstracto.

Finalmente, se recostó sobre ella, la besó en la nuca y susurró en su oído:

- Te has entregado a mí de dos formas distintas, y te he hecho alcanzar cotas inimaginables de placer... ¿Estás dispuesta a rendirte por completo y dejar que te demuestre el verdadero significado de la palabra "goce"? -inquirió, sugerente, mientras sus caricias y la dureza que continuaba siendo manifiesta entre sus piernas le dejaban claro lo que quería explorar a continuación.

Él sonrió, encantado ante el desenfreno de quien, hasta no hacía mucho, se había mostrado como una princesa de hielo.

- Y lo sabrás, querida -aseguró.

Se inclinó sobre ella y, al momento, las gotas de pintura que cubrían su cuerpo se prendieron en llamas, inundándola de un calor que se extendió hasta el mismo centro de su ser, pero sin quemarla. Perlas de fuego la envolvieron, penetrando en su interior como un cauce de placer fundido confluyendo a través de su cuerpo. Oleadas de éxtasis comenzaron a recorrerla una y otra vez, alcanzando cotas tan intensas que la metahumana casi llegó a pensar que no podría soportarlo. El fuego que los envolvía a ambos aumentó en intensidad hasta provocar una explosión de la cual May emergió envuelta en el brillante plumaje de un fénix, totalmente henchida y colmada del mayor de los placeres jamás experimentados. Se sentía pletórica, plena, capaz de alcanzar hasta el mismo sol, de proponérselo, y, antes de que pudiera darse cuenta, estaba flotando hacia la brillante cúpula tornasolada, dirigiéndose hacia la estrella más resplandeciente del cielo, cada vez más y más arriba hasta que, de repente, los trazos de luminosa pintura que conformaban sus alas comenzaron a derretirse y el cuerpo de la mujer se precipitó al vacío hasta que la oscuridad la engulló y todo desapareció.

Cuando por fin pudo abrir los ojos los sentía extraordinariamente pesados, como si un gran cansancio hubiera hecho mella en ella. Tardó unos instantes en reconocer el lugar en el que se encontraba; la habitación de Elian Iquelo en el Renaissance. Estaba recostada en el cómodo sofá que había junto a la mesa de billar, completamente vestida, y el empresario la había cubierto con su chaqueta para mantenerla abrigada durante su sueño.

- Vaya, ya has despertado -dijo él, viniendo desde el dormitorio. Tenía la corbata desatada y los primeros botones de la camisa desabrochados, como al comienzo de la velada, pero por lo demás estaba también completamente vestido-. Creo que la mezcla del alcohol con lo que fuera que había en esa cachimba no te debió de sentar muy bien. Te quedaste dormida bastante rápido, ¿te encuentras bien? No sabía si llamar a un médico.

Se sentó junto a ella en el sofá y la miró con lo que parecía ser genuina preocupación en sus bonitos ojos azules.

"Esta noche eres el artista y yo soy el lienzo que necesita que dejes soltar tu creatividad", había dicho ella al empezar el sueño. En un determinado momento había llegado a pensar que podría estar más consciente de lo que podía parecer. No era ninguna locura, ya le había ocurrido antes que personas con una creatividad particularmente poderosa, u otro tipo de habilidades, podían llegar a tomar consciencia e incluso control del sueño. Por eso había estado aguardando su despertar con una cierta sensación de malestar que se parecía vagamente a la inquietud, por no saber cómo iba a reaccionar o cómo se tomaría sus palabras. En el último año había cometido demasiados errores, y después del desastre de la gala de presentación de Victoria's Secret lo último que necesitaba era más gente por ahí consciente de lo que él era en realidad. Sin embargo, pareció que sus temores eran infundados cuando la asiática aceptó sin reservas todas sus excusas, mostrándose agradecida y satisfecha. Parecía que todo había funcionado a la perfección.

- Lo mismo te digo -respondió a su generosa oferta con una amplia sonrisa, tomando la mano de la mujer para depositar un caballeroso beso en su dorso sin dejar de mirarla con intensidad a los ojos. Había sido un bocado realmente delicioso...-. Quiero que sepas que, pese a todo, he disfrutado mucho de ésta velada, y no me importaría repetirla en otra ocasión, si mis negocios vuelven a traerme a Nueva York, o si tuviera la fortuna de encontrarte en Chicago... -llevándose la mano al bolsillo interior de la chaqueta extrajo una tarjeta de su empresa donde aparecía su número de teléfono personal junto con el del despacho-. Por si alguna vez pasas por allí.

Sonriendo, la ayudó a levantarse y la acompañó hasta la puerta.

- Hasta la próxima vez que nos veamos, Miss Woo... Me encantaría terminar lo que empezamos.