Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
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Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
 
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 Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]

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Eclipse
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MensajeTema: Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]   Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada] Icon_minitime1st Junio 2019, 15:02


Las elegantes y acompasadas notas del Nocturno de Chopin flotaban atemporalmente en la habitación del cálido hogar ofreciendo un extraño contraste con los bombardeos en el árido paisaje que se entreveía por la ventana. Drago, apoyado contra el alféizar, no podía ver quién estaba tocando, pero lo sabía, con esa certeza ambigüa que sólo se tiene en sueños, aunque no fuera capaz de ponerle una cara. Se trataba de una mujer vestida de azul con el cabello castaño, pero no podía recordar su nombre, aunque eso, claramente, no le preocupaba en el sueño.

Ella dijo algo, pero él no podía escucharla, ensordecido por las ametralladoras, los morteros y las órdenes en el campo de batalla. Miró hacia atrás, esperando encontrarla, verle la cara, pero lo único que había era una extensión agreste y seca salpicada por casas y elevaciones de terreno. A lo lejos había soldados de la legión extranjera con el uniforme caqui de combate en desierto. No necesitó mirarse a sí mismo para saber que iba vestido igual.

El sargento dio la orden de fuego y él, diligentemente, alzó su fusil de asalto para disparar junto a los demás usando la cobertura de la trinchera. Los gritos de triunfo cuando alcanzaban a un soldado enemigo se mezclaban con los de agonía cuando eran alcanzados, y todo a su vez envuelto en una cacofonía de disparos y explosiones de mortero mientras la delicada música de Chopin seguía sonando en algún lugar de su cabeza. Del compartimento que tenía en el chaleco sacó un recambio para el cargador cuando se quedó sin balas y continuó disparando durante lo que pareció una eternidad. El polvo se le metía en la boca y en los ojos, dificultándole el respirar y haciendo casi imposible distinguir los blancos, pero no importaba.

Los tanques se estaban aproximando, y Drago, junto con una docena más de los que se agazapaban en la trinchera, realizaron una carrera corta hasta llegar a la sombra del vehículo blindado, utilizándolo de cobertura para avanzar hasta unas casas que el enemigo estaba utilizando a modo de barricada. El tanque avanzó, implacable, derribando las precarias estructuras mientras los legionarios se desplegaban para acabar con la resistencia del interior. Después de despejar su zona, el compañero que iba a su lado arrojó al suelo a uno de los combatientes, inmovilizándolo boca abajo con la bota. Los ojos, insuflados de miedo paralizante, se clavaron en los de Drago que, súbitamente, se vio a sí mismo en una situación similar, ocho años atrás.

Y ahí es donde entra en juego la magia de los sueños... El Drago de 20 años no recordaba lo que le había ocurrido en Srebrenica, y eso le había permitido salir adelante a través de los horrores de la guerra de Afganistán, pero el Drago de 35 que estaba teniendo aquél sueño sí lo recordaba... y ambas experiencias se fusionaron como si fueran una. Recordó vívidamente estar sujeto contra el suelo, en aquella misma postura, mirando fijamente a los ojos de su madre, en el suelo junto a él, mientras la vida escapaba lentamente de su mirada.

El sonido del disparo del soldado al volarle la cabeza al enemigo vencido le hizo volver en sí. La música ya no estaba. Sus compañeros ya no estaban. La mujer misteriosa ya no estaba. Todo cuanto le envolvía era oscuridad, y los cadáveres que le rodeaban se habían transformado en monstruosas aberraciones que le rodeaban y se cernían sobre él, acosándole y tratando de filtrarse dentro de él.

- ¡No! ¡Dejadme! -exclamó al tiempo que se tapaba los oídos para protegerse de un chillido insoportablemente intenso que parecía a punto de reventarle los tímpanos-. ¡Aaaahhh! -gritó, mientras las sombras aprovechaban para introducirse en su interior a través de la boca abierta, los oídos, los ojos, llenándole por completo, ahogándole, asfixiándole hasta que no quedó nada... más que las sombras.

Drago abrió los ojos de golpe, incorporándose en el confortable sofá que se había convertido en su cama provisional en el apartamento de Cédric. Estaba cubierto de sudor.

Los recuerdos del sueño eran difusos... No recordaba a la mujer, ni muchos de los detalles, prácticamente lo único que se le había quedado grabado a fuego había sido el horror de los últimos momentos. Miró el reloj: las tres de la mañana. Las manos le temblaban y no tenía un piano para tocar y tranquilizarse. Las pesadillas eran algo bastante frecuente para él; normalmente guardaban relación con el hombre que le había torturado en Colombia y al que nunca había llegado a atrapar, con la oscuridad, y, últimamente, con los recuerdos de Srebrenica que desearía no haber recuperado. Siempre eran espantosamente vívidas, y, siendo un hombre que no bebía ni fumaba, si le quitabas también la música le quedaban muy pocas maneras de relajarse. Estuvo a punto de darse un baño, pero pensó que podía despertar a Cédric, así que, en su lugar, se dirigió hacia la zona del salón que hacía las veces de terraza. Largas cristaleras cubrían las paredes del suelo al techo, creando la impresión de estar suspendido en el vacío, y la protección de las ventanas impedía el azote del viento nocturno.

Sentándose en uno de los butacones perdió la mirada en el cielo. La visión de las escasas estrellas, aunque fuera en una zona tan contaminada y con poca visibilidad como Gotham, resultaba algo relajante, y, durante un instante, le llegó un recuerdo rápidamente velado: él, junto a una mujer, tumbados en el suelo del bosque que rodeaba la mansión X, a más de una hora y media de distancia de cualquier ciudad, contemplando las estrellas en un cielo limpio y claro.

- Mi madre me contó que mi padre solía decir que todo el mundo estaba conectado por las estrellas... Por eso, cuando me siento sola, miro al cielo y me gusta pensar que estamos viendo las mismas constelaciones. A veces, incluso hablo con las estrellas y, por una fracción de segundo es como si él estuviera ahí, junto a mí...

¿Quién era ésta mujer? Intentó concentrarse más en el recuerdo, pero su rostro permanecía borroso. ¿Era la misma que tocaba el piano? ¿Qué relación tenía con él? Tenía la impresión de que era algo importante. Su nombre... Si se concentraba lo suficiente sentía que sería capaz de acordarse...

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MensajeTema: Re: Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]   Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada] Icon_minitime26th Julio 2019, 04:40

Tic. Tac. Tic. Tac.
Tic. Tac. Tic.
Tic. Tac.
Tic…

Podía notar los latidos acelerados de su corazón, retumbando en su pecho y haciéndose eco en la sintonía. Estaba sentado en un rincón del taller, debajo de una de las mesas. Completamente quieto, deseando hacerse invisible. Pero sabía muy bien que eso era imposible… Lo único que podía hacer era cerrar los ojos, escuchar con atención, y apretar las rodillas contra su pecho. Quizás así amortiguara el ruido ensordecedor que surgía de su interior. Quizás así lograra ganar algo más de tiempo, lo suficiente como para salir por una de las ventanas que no suponían una caída que le rompiera algo.

Se había distraído. Creía que había aprendido a predecir a la perfección los movimientos del hombre que en esos momentos cerraba la puerta con llave, encerrándole con él. Pero ese día había llegado demasiado pronto… Y ahora estaba atrapado en la única habitación de la casa en la que le había prohibido entrar explícitamente. No es como si quedarse en su habitación le fuera a librar de algún tipo de castigo, de todas formas. Lo había probado. Pero si lo encontraba ahí… Sería peor.

Se encogió sobre sí mismo cuando escuchó los pasos acercarse por el pasillo. Pesados, irregulares, a contratiempo con el tic-tac que inundaba sus oídos. Contuvo el aliento cuando la puerta se abrió con un crujido, y los zapatos marrones del señor Valjean entraron en su campo de visión. Ya estaba, se dijo. Una vez más, no había tenido suerte. Aunque…
¿Y si no necesitara suerte?

Apenas hubo pensado eso, notó algo duro, pesado y frío en su mano derecha. No necesitó verlo para saber que era, a pesar de que lo hizo de todos modos: Un arma, cargada. Cédric ni siquiera se cuestionó cómo había aparecido de repente, ni por qué un niño de diez años como él la tenía en primer lugar. Al fin y al cabo… Nada tenía demasiado sentido, como le confirmaron las gotas de lluvia helada que cayeron sobre sus hombros a continuación. Cuando volvió a alzar la mirada, las paredes del taller se habían disuelto en la negrura de un callejón parisino, y el sonido de los relojes se había visto sustituido por el repiqueteo de la lluvia sobre los contenedores. La pistola seguía ahí, sin embargo. Y Cédric sabía por qué. Se puso en pie, notando los golpes de un martillo invisible sobre sus sienes. Estaba mareado. ¿Había vuelto a abusar de sus poderes? ¿O había vuelto a tomar algo, a pesar de que estaba intentando dejarlo? No lo sabía. Y a decir verdad… No le importaba. Mére y Ámelie salieron de las sombras y lo siguieron cuando empezó a andar, sus hocicos aún goteando sangre fresca. Estaban complacidas. Pero no podía decirse lo mismo de él.

A veces, pensaba que jamás podría satisfacer el hambre que le quemaba por dentro. Pero eso no significaba que hubiera dejado de intentarlo, ni por un momento. Los cadáveres completaban el escenario así lo atestiguaban.

Alzó la vista hacia el cielo, dejando que la gélida lluvia resbalara sobre sus párpados cerrados. La pistola en su mano estaba cálida, y la mayoría de sus balas se habían perdido en las entrañas de sus víctimas. Pero, a pesar de eso… Necesitaba más. Eso sólo le había servido para abrir su apetito, para recordarle que su sed de caos seguía insatisfecha. Quizás fue por eso precisamente por lo que escuchó con tanta claridad los pasos de alguien huyendo; y por qué se apresuró tanto en perseguirlo con la vana esperanza de encontrar alivio en su dolor.

Los sueños tienen una manera extraña de medir el tiempo. Al fin y al cabo, ese sueño en particular había logrado pasar casi una década en apenas un instante. Pero incluso con esos estándares, a Cédric le dio la sensación de que fue una persecución particularmente corta. A pesar de que sus perros habían quedado atrás, no era difícil seguir el rastro de alguien que dejaba detrás de sí las huellas de un tanque, y estaba envuelto en una densa nube de polvo y arena. El viento le traía los gritos, la música, la agonía que destilaba de él. Atrayéndolo. Arrastrándolo poco a poco a un sueño que no era suyo, pero aún así, manteniendo la distancia suficiente como para desaparecer sin previo aviso bajo la rendija de una puerta. Una puerta que, al abrirse, reveló una escena que Cédric conocía bien.

Cloe estaba de rodillas en el suelo, con su mano izquierda sobre un vientre que chorreaba rojo. Su diestra sostenía su gran sorpresa, el móvil que llamaría a sus amigos si eso fuera la realidad. Pero eso era un sueño, así que el tiempo estaba detenido, y sólo estaban ellos dos. Ella, y el monstruo que había liberado. El telépata no estaba seguro de si Cloe había sabido lo que estaba haciendo en todo momento, o si había sido mero fruto del azar. Pero fuera como fuera, debería agradecérselo en algún momento.

Cargó la pistola, y apuntó a su todavía intacta frente.

Quería darse la satisfacción de matarla, aunque fuera una sola vez. Había algo en esa sonrisa teñida de carmín que exigía ser borrado, consumido. Sin embargo, su sueño parecía tener otros planes. El polvo que envolvía a la figura que estaba persiguiendo empezó a nublar su entorno, borrando las paredes del pasillo del edificio de Gabriel. Cédric nunca había estado en el interior de una tormenta de arena, pero se imaginaba que debían de ofrecer una visión parecida. Aunque, siendo sinceros, la tormenta de arena palidecía si se comparaba con el espectáculo al que dio paso unos segundos después.

”-... Una fosa común.”-Cédric se encontraba de pie sobre una inmensa zanja, llena de cadáveres que se pudrían al sol. De un vistazo, podía distinguir tanto soldados como mujeres, tanto ancianos como niños pequeños. Sus rostros estaban contorsionados en muecas, reflejando el terror que había llenado los últimos instantes de sus vidas. Pero, a pesar de que podía ver con claridad meridiana su dolor, a pesar de que comprendía lo injusto de sus muertes… No conseguía sentir nada por ellos. Estaban muertos. Ahora, sólo eran muñecos rotos de carne y hueso, incapaces de despertar el más mínimo interés en él. No podía usarlos para nada, ni siquiera podía deleitarse con el recuerdo de sus muertes. Así que… Los ignoró. Porque había algo que sí que podía entretenerlo, y estaba al alcance de su mano.

Su mirada escarlata descendió, clavándose en los ojos azules de la persona que ahora permanecía arrodillada bajo el cañón de su arma. Dragoslav. Parecía más joven de lo que lo recordaba, pero era indudablemente él. Esa piel intacta a pesar de la tortura y las guerras, esos rasgos duros ensombrecidos por el pelo suelto y negro… Sí, era él. Pero lo que realmente resultaba inconfundible, al menos para Cédric, era esa mirada a medio camino entre el terror más absoluto y la adoración que empañaba sus ojos del color del cielo. Llevaba tanto tiempo buscando algo así en alguien… Algo que le hiciera sentir feliz y completo, aunque fuera por un momento. Se inclinó ligeramente hacia delante, y alzó la barbilla de Eclipse con su mano desarmada. Quería apreciar bien ese sentimiento imposible, la veneración de una sombra hacia la luz que la crea. Esa clase de amor que sólo se puede tener por tu peor enemigo.

Drago lo tenía. Y eso hizo que Cédric sonriera con sinceridad por primera vez en mucho tiempo, antes de apretar el gatillo.

El cuerpo sin vida de Dragoslav Katich se desplomó, uniéndose al resto de cadáveres en la fosa. Las sombras que lo esperaban allí saltaron sobre él como carroñeros, y Cédric se sentó en el borde del abismo para escuchar los gritos. El sueño estaba cercano a su final, y quería aprovechar hasta el último instante de felicidad. Aunque fuera ficticia.

-Nhg...-Cédric se despertó de forma algo más apacible que su amigo, desde luego, pero eso no significaba que le hicera gracia. Le habría gustado que durara un poco más… Pero tampoco podía exigir esa clase de cosas, y además, no quería que Drago empezara a plantearse lanzarse por una de las ventanas. A diferencia de su vieja casa, una caída desde ahí difícilmente lo dejaría solo con un brazo roto, y eso era algo que no podía permitir.

Fue por eso por lo que decidió dirigirse a la terraza, precisamente. Eso, y porque el sueño le había dejado con ganas, pero eso era algo que tendría que pasar por alto si quería mantener una conversación con Dragoslav en ese momento. -¿Estás bien? Creo que te he oído gritar...-Su tono de voz dejaba muy claro que no era una queja, sin embargo. De hecho, casi podía percibirse cierto tinte de preocupación en sus palabras… Que, en parte, era genuina. Cédric estaba leyendo por encima sus pensamientos, y no le estaba gustando nada lo que estaba viendo. Tenía que asegurarse de que no recordara a Elissa… Y no porque no quisiera volver a jugar con ella, sino porque podía alejarlo de él. Y el rubio ni siquiera se planteaba dejar escapar a Drago. -¿Una pesadilla?

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MensajeTema: Re: Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]   Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada] Icon_minitime26th Julio 2019, 12:22

Y allí estaba, con la mirada teñida de preocupación. Le había despertado, justo lo que estaba tratando de evitar. Drago dejó escapar un suspiro cansado, masajeándose el puente de la nariz y olvidándose por un momento del recuerdo al que había estado tratando de aferrarse antes de la interrupción.

- Algo así, yo... suelo tener muchas pesadillas. Lo siento, Cédric. No tendrías por qué estar aguantando esto. Mi presencia aquí... no es más que una molestia.

Se quedó mirando al rubio, su desorientada mente batallando por dilucidar, entre un mar de pensamientos confusos, por qué no se había marchado ya a su casa en primer lugar. La idea inicial había sido quedarse con Cédric para ayudarle a cuidar de Cassandra mientras ésta se recuperaba, pero su ex había huído en mitad de la noche del mismo día que la habían traído, una vez más sin molestarse en darle la más mínima explicación.  Lo natural, lo lógico, habría sido marcharse aquella misma mañana. ¿Por qué no lo había hecho? No podía más que achacarlo a su maldita debilidad, la misma que llevaba lastrándolo desde hacía más de un mes, cuando Cassandra le había abandonado y él había recuperado los recuerdos de la guerra que tanto se había esforzado por olvidar.

Dios... ¿se trataba de eso? La mano le tembló ligeramente cuando se la llevó a la frente, recordando el rostro del soldado que le había sujetado contra el suelo, destrozando lo que le quedaba de inocencia mientras contemplaba los ojos sin vida de su madre, a pocos metros de él. Aquél rostro... se le hacía difícil de creer que hubiera podido olvidarlo durante tantos años y ahora no hiciera más que volver a verlo una y otra vez. Aspiró una bocanada de aire, como si eso pudiera aliviar la opresión en su pecho.

Él no podía permitirse el lujo de dejarse aplastar por el peso de aquella clase de recuerdos, ni por el abandono de un ser querido. Era... o había sido, el líder de un grupo de personas con poderes que se jugaban la vida todos los días para proteger a otros. Precisamente él, de entre todos ellos, tendría que haber sido el más fuerte. Tenía responsabilidades del tipo de las que pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte, de una ciudad o incluso del planeta entero. Xavier había tenido mucha razón al decirle que no debería volver. ¿Y qué había hecho él? ¿Hundirse más en la miseria? No. Cédric le había dado un objetivo, un propósito... Ayudar a limpiar Gotham de toda la escoria que ensuciaba las calles. Para que nadie tuviera que volver a pasar por lo que había pasado él. Pero... ¿realmente hacía falta hacer eso desde su casa?

A Drago nunca se le había dado bien hacer amigos, y siempre había sido muy celoso de su privacidad. En todos los años que llevaba en América podía contar sus amigos con los dedos de una mano: Sasha, Logan, el bueno de Sam Guthrie y, por supuesto, Lobo Feroz, pero siempre le había costado meses, y en algunos casos incluso años, llegar al nivel de confianza que tenía con Cédric. Últimamente había hecho nuevos amigos, como Solaris, Kim o Roy, pero si le dijeran que iba a tener que pasar varios días conviviendo con ellos en una casa le habría resultado muy difícil de imaginar. Ni siquiera había querido vivir con los demás profesores en la mansión, a pesar de las facilidades que le habría supuesto, al no tener que pagar un alquiler o desplazarse, precisamente porque apreciaba y valoraba mucho su intimidad. Y, en cambio, con Cédric había resultado todo tan natural... Extrañamente natural. Había surgido, simplemente, y ni siquiera se lo había llegado a plantear. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía caerle tan bien aquél chico, admirarle tanto conociéndole de tan poco? ¿Cómo podía llegar a sentir la conexión que sentía con él, una conexión que no había sentido nunca con nadie más a excepción de Cassandra? Y lo más sorprendente de todo era que la primera vez que le había visto le había odiado profundamente e incluso había tenido que refrenar su deseo de golpearle.

Una parte de sí, la parte del cerebro que busca siempre encontrar una explicación a todo, pensaba que, quizás, era la situación experimentada con Cassandra lo que les había acercado tanto. El hecho de que ambos se preocupaban por ella. Ambos habían intentado ayudarla, y a ambos les había descartado como quien se deshace de un trasto viejo, sin una sola palabra de agradecimiento. ¿Era eso? ¿La sensación de que él podía comprender cómo se sentía?

Independientemente de todo, y fuera por la razón que fuera, no estaba bien que siguiera viviendo allí con él, durmiendo en su salón, utilizando su baño y comiendo su comida. Se estaba aprovechando de sus recursos cuando no tenía necesidad... ¿O quizás sí? Dios... tenía que echar un vistazo a su cuenta del banco porque no tenía ni idea de si había llegado a cobrar o no el último mes. Ni si seguiría cobrando, en realidad. ¿Cuando Xavier le había despedido había sido sólo de la Patrulla o también de su puesto como profesor?

Pero bueno, no importaba. Fuera como fuese se las apañaría. No podía seguir abusando de la buena voluntad de su anfitrión.

- Creo que... voy a ir a darme una ducha. Y después quizá vaya a dar un paseo, para despejar mi mente, y pensar -dijo, poniéndose en pie para mirar de frente al francés-. Te agradezco mucho tu hospitalidad de los últimos días, pero realmente creo que debería ir marchándome ya. No puedo quedarme a vivir en tu casa para siempre, ¿verdad? -completó con una leve sonrisa, intentando bromear.

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MensajeTema: Re: Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]   Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada] Icon_minitime30th Julio 2019, 03:04

-Algo así, yo... Suelo tener muchas pesadillas. Lo siento, Cédric. No tendrías por qué estar aguantando esto. Mi presencia aquí... No es más que una molestia. -Cédric tuvo que contenerse para no dejar escapar una sonrisa divertida al escuchar eso. Una molestia, decía… No le extrañaba que estuviera tan lleno de complejos, si pensaba siempre así. Pero eso era buena señal. El hecho de que se preocupara lo suficiente por él como para perder el hilo del pensamiento que estaba tratando de recuperar le gustaba… O le gustaría, si Drago no estuviera empezando a darse cuenta de que nada lo retenía ya ahí. Esa misma responsabilidad que el rubio había explotado para atraerlo en primer lugar estaba volviéndose en su contra, empujando al bosnio a hacer lo más razonable y largarse. -Creo que... voy a ir a darme una ducha. Y después quizá vaya a dar un paseo, para despejar mi mente, y pensar. Te agradezco mucho tu hospitalidad de los últimos días, pero realmente creo que debería ir marchándome ya. No puedo quedarme a vivir en tu casa para siempre, ¿verdad?

A Cédric le resultaba curioso que pensara en algo tan nimio como su sueldo o las facturas que tenía que pagar. Nimio a sus ojos, al menos, ya que el mutante rubio no se había tenido que preocupar jamás por esa clase de cosas. Al fin y al cabo, la totalidad de su vida adulta había tenido a su lado a alguien que se ocupara de los aspectos más mundanos de su vida. Y cuando ese alguien había muerto en la celda de enfrente, su brazo convertido en un amasijo de electrodos y carne infectada… Bueno, él ya no estaba en condiciones de preocuparse de nada en absoluto, más allá de la supervivencia de su propia psique. Años después, seguía sin tener el más mínimo interés, así que descartó esos pensamientos para centrarse en lo importante. Tenía que asegurarse de que Dragoslav no se fuera… Y creía que ya sabía cómo hacerlo.

Lo único que tenía que hacer… Era concederle su deseo. Ayudarle a recuperar las fuerzas que había perdido, hacerle creer que volvía a tener el control sobre su vida aunque no fuera más que una ilusión.

¿Pero cómo? Dar caza a los criminales de Gotham no lograba distraerlo del todo de la situación, ni siquiera después de que ambos se vieran envueltos en el incidente con Poison Ivy. Eso había cimentado su amistad, garantizándole además que podía usarlo en situaciones de peligro… Pero no lo había convencido del todo. Necesitaba algo más personal, algo que le hiciera tirar por la ventana cualquier atisbo de duda o razonamiento. ¿Debería hacer aparecer a Cassandra otra vez? Era una posibilidad, pero se negaba a compartir la atención de Dragoslav con el fantasma de una chica desaparecida. Además, eso podría animarlo a contactar con Batman y compañía, y no podía permitirlo. Tenía que tener cuidado con el recuerdo de Elissa también, a pesar de que no la había vuelto a mencionar… De hecho, había una lista bastante amplia de personas de las que tenía que aislarlo, cuyas caras y nombres salían poco a poco a flote en la cansada mente del mutante. Amigos, aliados y parejas… Todos ellos capaces de quitárselo de las manos, por un motivo o por otro. Pero, entre esas caras, había una que le llamaba la atención especialmente. Un hombre manchado de sangre, tierra y cenizas, con una mueca distorsionando sus rasgos y una profunda cicatriz como único legado. Alguien sin nombre, y que con algo de suerte habría muerto durante la guerra hacía años. Inútil en sí mismo… Pero le dio una idea. Quizás ese hombre estuviera fuera de su alcance… Pero por suerte, Dragoslav tenía muchas, muchas cuentas pendientes.

-Es un poco tarde para hablar de estas cosas, ¿no crees? A mí no me importa que te quedes lo que necesites, la verdad. Me gusta tener compañía.-Respondió, una sonrisa apacible y somnolienta en sus labios. -Pero si de verdad te preocupa tanto, podemos hablar mañana acerca de qué hacemos.-Si es que aún se acordaba de eso, por supuesto. Cédric se sentó con calma en uno de los sillones, dejando que sus ojos vagaran por la ciudad antes de volver a fijarse en la figura que permanecía de pie a su lado. Drago casi podía sentir la calidez embriagadora que desprendía su mirada, como una chimenea en una noche de invierno.  No parecía molesto en absoluto por haberse despertado, lejos de eso. De hecho, parecía que comprendía muy bien su agitación… Su cara era la de alguien que examina su propio retrato, buscando y encontrando todo aquello en lo que se parecían el uno al otro. -¿Siempre haces esto, verdad? Lidiar con todo tú solo.-Cambió ligeramente de postura, apoyando la barbilla sobre la palma de su mano sin dejar de mirarle. -Yo también tengo pesadillas… No siempre me acuerdo, pero hay gente que me ha dicho que a veces pueden escucharlas en su cabeza. No es agradable, pero… Son sueños. Es algo que no podemos controlar, y que no se mejorará por mucho que le demos vueltas nosotros solos.

No es como si fuera a mejorar hablando, tampoco. Al menos, no si hablaba con él. Pero eso Drago no lo sabía, y aunque la idea de la ducha no le desagradaba, Cédric quería retenerlo ahí. Fuera como fuera. Confiaba en que su influencia sobreviviera a un paseo por las calles de la ciudad, desde luego… Pero Dragoslav ya tenía duda en su interior, y si le dejaba pensar por su cuenta, podría acabar arrepintiéndose de ello. Además, el sueño le había dejado ganas de jugar con él. -No quiero meterme, claro… Tampoco soy quien para decirte qué hacer. Pero si quieres contarme qué has soñado, qué te preocupa tanto, o hablar de lo que sea… Soy todo oídos.-Sonaba como una sugerencia, pero… No lo era, en realidad. A medida que hablaba, la ducha y la calle resultaban cada vez menos interesantes. Al fin y al cabo… Siempre había tratado de solucionar sus problemas solo, y la única vez que los había compartido con una profesional, Elissa había abusado de su confianza. Pero Cédric no haría eso. Al fin y al cabo… Siempre había respetado su privacidad desde que se habían conocido, a pesar de lo fácil que le habría resultado hacer lo contrario.

Quizás era hora de empezar a hacer las cosas de otra forma.

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MensajeTema: Re: Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]   Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada] Icon_minitime30th Julio 2019, 17:19


-¿Siempre haces esto, verdad? Lidiar con todo tú solo.

Aquella frase, aquella simple frase, le desmontó toda su argumentación. De repente se quedó sin saber qué decir, hundiéndose lentamente en el mar carmesí que conformaban sus ojos. No podía contestar a eso, porque era cierto, y la súbita comprensión de aquella realidad le hizo escucharle, en silencio.

-Yo también tengo pesadillas… No siempre me acuerdo, pero hay gente que me ha dicho que a veces pueden escucharlas en su cabeza. No es agradable, pero… Son sueños. Es algo que no podemos controlar, y que no se mejorará por mucho que le demos vueltas nosotros solos.

La mirada de Drago estaba totalmente perdida en aquellos ojos rojos tan intensos, tan... cautivadores. Era extraño... ¿cómo podían ser tan hermosos unos ojos tan... turbadores? Era... hipnótico, como cuando no puedes evitar quedarte mirando una mancha de sangre sobre una tela blanca, pero curiosamente atrayente a la vez. Cassandra también los había tenido del mismo color...

-No quiero meterme, claro… Tampoco soy quien para decirte qué hacer. Pero si quieres contarme qué has soñado, qué te preocupa tanto, o hablar de lo que sea… Soy todo oídos.

De repente, todos los planes inmediatos que había elaborado pasaron a esfumarse de su recuerdo, y Drago se encontró volviendo a ocupar el asiento en el que se encontraba segundos antes, delante de Cédric. Ya no se acordaba de su intención de arreglarse y salir a dar un paseo, y muchísimo menos de lo que había estado tratando de recordar justo antes de que el rubio hiciera su aparición. Lo único que ocupaba su mente era lo extrañamente confortable que era aquél sillón y lo agradable que resultaba la compañía de su anfitrión. En aquél momento no había nada que le apeteciera más que pasar la velada allí, con él.

Cédric no estaba molesto por haberlo despertado, al contrario... A su lado, Drago se sentía acogido, comprendido. Sentía que no tenía que disculparse ni justificarse, porque había alguien a quien de verdad le importaba cómo se sentía, más incluso que su propia comodidad. Era tan raro encontrar gente así en aquél mundo... Una sensación cálida muy agradable le invadió. La sensación de hermandad que estaba empezando a experimentar por él era algo que no había sentido nunca antes, ni cuando estuvo en la Patrulla. Ni siquiera por Sam. Se sentía... muy bien. Mejor de lo que se había encontrado en mucho tiempo, incluso desde antes de que Cassandra le dejara.

La idea de marcharse de repente dejó de tener sentido. ¿Por qué habría de hacer algo así? Cédric era el único que le comprendía, y con él realmente se encontraba bien. En su piso del Bronx lo único que le esperaba era la soledad y un montón de cajas vacías, fruto de la fallida mudanza con su ex. Sintió un golpecito cariñoso contra el sillón cuando Luna frotó su cabeza contra él, buscando una caricia, y sonrió. Ya tenía allí todo lo que importaba, pensó mientras la rascaba entre las orejas.

Y, en aquél estado de absoluta confianza, relajación y bienestar, hizo lo único que parecía natural... Lo único que, quien le conociera habría sabido que no lo era en absoluto. Empezó a hablar.

- No es nada de lo que debas preocuparte -empezó, apartándose de la cara el pelo que había caído ante sus ojos cuando se había inclinado para acariciar a Luna-. De niño viví la guerra de Yugoslavia. Vivía en Srebrenica -se detuvo un momento, sintiendo la angustia subir por su garganta-. Mi hermana mayor murió de inanición durante el asedio, a mi padre lo fusilaron, y a mi madre la violaron antes de pegarle un tiro. A mí... yo... me...

La confusión asomó a su mirada una vez más, mientras en su fuero interno se debatía entre su deseo de agradar a Cédric abriéndose por completo a él y la reticencia que en él provocaba hablar de aquellos temas. Confesar lo que nunca había confesado a nadie... Por un momento su mirada azul buscó la de del francés como pidiendo ayuda, hasta que, al fin, de las dos fuerzas contrarias que se enfrentaban, una resultó vencedora.

- Perdona, no... no estoy acostumbrado a hablar de éstas cosas. No se lo había contado a nadie... -frunció el ceño, levemente extrañado, pero la sombra no duró más de un segundo hasta despejarse por completo y regaló a Cédric una sonrisa tan rara como inusual en él-. ¿Sabes? Es... muy curioso. Contigo me siento... como que podría hablar de cualquier cosa, y es algo que no me ha pasado nunca con nadie. Desde el momento en que te vi por primera vez en Arkham me sentí... intrigado -admitió, inclinándose levemente hacia delante en su dirección-. Y eso que una parte de mí se sentía... amenazada por ti, porque, bueno, eres más joven que yo, y bastante atractivo -¿de verdad acababa de decir eso?-, y Cassandra había acudido a refugiarse en ti después de dejarme a mí, y esa parte que se sentía amenazada sólo quería golpearte -sonrió y volvió a echarse hacia atrás en su asiento-. Pero la otra parte de mí... se sentía bien de que Cassandra hubiera terminado contigo, ¿sabes? Como... que ella había acabado con alguien mejor, alguien... que la merecía.

Por un instante, su mirada vagó más allá del francés, nostálgica, antes de volverse de nuevo hacia él.

- Eres todo un misterio, Cédric Valjean, ¿lo sabías? ¿Me contarás tú a mí tus pesadillas?

Se dio cuenta de que había estado tratando de evitar continuar con la narración de sus propios miedos y, con un suspiro, se puso en pie y se encaminó hacia la cristalera del balcón, observando las luces de la ciudad dormida. Había empezado a llover, y pequeñas hileras de agua discurrían hipnóticas por el cristal.

- Durante la guerra había un grupo de paramilitares... Mercenarios serbios que se hacían llamar "Los Escorpiones" -continuó, como en trance, siguiendo con la mirada los regueros que el agua dejaba en la ventana-. Yo era un niño entonces, me llevaron a un orfanato en París. En cuanto tuve edad suficiente ingresé en la Legión Extranjera, y cuando tuve el entrenamiento que buscaba me hice cazarrecompensas con el único objetivo de seguirles el rastro. Ésa gente... se vendían al mejor postor, y cuando acabó la guerra se dedicaron al tráfico de armas, drogas, y a la trata de blancas en Iberoamérica -frunció el ceño y apretó los puños con rabia contenida-. En colaboración con la policía de Colombia estuve trabajando varios meses en desmantelar todas sus operaciones. Me infiltraba entre ellos, averiguaba localizaciones de almacenes ocultos con mercancía, frustraba operaciones de venta, y, en suma, les hice perder mucho dinero. En un momento dado creí dar con su cuartel principal y me dirigí hacia allí... Había tenido tanto éxito hasta aquél momento que me confié... Fui solo -un rayo lejano restalló a lo lejos, reflejándose el relámpago en sus ojos-. Él estaba allí, jugando a las cartas con sus hombres... -agachó la mirada, perdido en el recuerdo-. El líder. El Escorpión Rojo. Era el más grande y corpulento, y de inmediato le catalogué como la amenaza principal. Acabé con él el primero... de un tiro en la cabeza. Deshacerme de los demás fue pan comido... Pero el tipo era un mutante con poderes regenerativos. Se levantó y me atacó por detrás. Caí. Cuando desperté estaba... atado en el almacén -se interrumpió de nuevo, apretando los labios-. El tipo estaba... furioso. Le había hecho perder mucho dinero... Y estaba dispuesto a cobrárselo.

Apoyó las manos en el cristal y cerró los ojos, asediado por los recuerdos y por los viejos errores de antaño. Se vio a sí mismo, maniatado e indefenso, el cuerpo repleto de cortes, heridas, magulladuras y quemaduras, y a aquél hombre, apenas visible entre una bruma de dolor, sosteniéndole la barbilla para obligarle a alzar la mirada.

“Estos ojos han contemplado demasiado dolor. Permite que te libere...”

- Suelo tener pesadillas con el tiempo que pasé en sus manos -continuó, recomponiéndose, pero sin volverse a mirarle-. Fueron... varios días. El dolor, la agonía, la oscuridad... -se frotó inconscientemente los brazos, como si tuviera frío-. Me juré que nunca volvería a ser tan temerario. Que no volvería a dejarme atrapar.

Faltaban especificaciones, claro. Como el cómo había logrado escapar, o por qué no había quedado ni una sola cicatriz en su cuerpo, pero estaba demasiado absorto en los recuerdos como para caer en ello, y tampoco le apetecía contar los detalles exactos de la tortura y del infierno que vivió después. Aquello ya era más de lo que le había contado a nadie, muchísimo más.

- Cuando la Patrulla X me acogió, me hicieron jurar que no trataría de vengarme. Digamos que los años que siguieron a aquello hice... algunas cosas de las que no me siento orgulloso. Me tomé la justicia por mi mano, jugué a ser Dios. En la Patrulla me dijeron que para ser parte de ellos debía renunciar a la venganza. A la oscuridad. Así que... bueno, sin los medios de la Patrulla no podía hacer gran cosa para localizar a aquél mutante, y, por lo que sé, opera siempre en el extranjero. Tampoco conozco su nombre real, así que no he tenido manera de localizarlo hasta ahora. Supongo... supongo que por eso aún tengo pesadillas con él.

Se mordió ligeramente el labio inferior, pensando en el encuentro que había tenido con Martha hacía unos días.

- En la Gala Benéfica Anual por los Discapacitados y Huérfanos de Guerra del uno de abril me encontré con una mujer... -empezó, dubitativo-. Había algo... dentro de ella... Algo... distinto. Cuando me vio... me habló... Me habló de la misma manera que lo hizo él... El Escorpión. Las palabras que dijo... -movió la cabeza, consternado-. Era él... estoy seguro. O quizás sólo fue una alucinación. ¿Primero el cuerpo de un hombre y después el de una mujer? No lo sé. A veces... a veces siento que las sombras me hablan... me dicen cosas... En ocasiones me cuesta distinguir lo que es real de lo que no. Perdona... -se volvió hacia Cédric con una media sonrisa cansada en los labios-. Me has pedido que te contara todo lo que me preocupa, y supongo que me preocupan muchas cosas. No sé cómo lo haces -admitió, pasándose una mano por el pelo-, pero ésto es más de lo que he hablado con nadie en... ¿toda mi vida? No lo sé, es... extraño, pero siento como si te conociera de siempre, como si tuviéramos alguna clase de... conexión. ¿Te parece una locura?

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MensajeTema: Re: Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]   Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada] Icon_minitime9th Agosto 2019, 22:53

Era como ver las fichas del dominó caer. Era como ver las puertas de algún paraíso abrirse lentamente, a medida que sus guardianes se daban cuenta de que no tenía sentido resistirse a quien esperaba fuera. Poco a poco, la voz de la razón se apagó, cediendo ante la presión de unas palabras que, aunque verdaderas, nunca se había planteado tan directamente. Como él, Dragoslav también se sentía solo frente al mundo. Como él, estaba buscando algo, alguien que lo complementara… Aunque lo que necesitara realmente fuera muy distinto a cualquier cosa que Cédric pudiera darle.

Pero eso era algo que el bosnio no sabía. Y, por lo tanto… Se vio atraído a su propia destrucción como un imán. ¿Y qué podía hacer Cerbero, salvo dejarse admirar? Podía notar la mirada azul de Dragoslav sobre él, su imagen purgando su mente hasta dejarlo sentado en ese sillón, inmóvil. Casi podía oír el ruido de unas cadenas invisibles cerrándose en torno a sus miembros, lastrándolo desde dentro sin que se diera cuenta. Y todo ello sin ponerle un dedo encima, sirviéndose únicamente de su necesidad desesperada de comprensión y compañía. Tan desesperada… Que era capaz de sacar sus secretos más oscuros a la luz, traicionando su propia naturaleza, tan sólo para complacerle.

Le escuchó, sin interrumpir y con la atención que uno debería esperar de su mejor amigo. Incluso inclinó ligeramente la cabeza a un lado, con una expresión que daba a entender claramente que ya decidiría él si iba a preocuparse o no. -De niño viví la guerra de Yugoslavia. Vivía en Srebrenica.-Cédric no tenía ni idea de qué guerra era esa. Había dejado el instituto a los quince años, y desde entonces, nunca se había molestado en aprender nada que no pudiera contribuir directamente a su diversión. En parte, por pura y simple pereza… Y en parte, porque no lo necesitaba. Siempre podía leer esas cosas de otras personas si no le quedaba más remedio… Justo como estaba haciendo en ese momento.  A medida que Dragoslav hablaba, sus recuerdos aparecían en su mente como restos de un naufragio llevados finalmente a la costa. Lo único que tenía que hacer Cédric era probarlos, caminar entre las ruinas de esa herida que, a pesar de los años, había vuelto a empezar a sangrar. -A mí... yo... me...

Sangrar, como los cuerpos de ese hombre y esa mujer derrumbados en el suelo de tierra, como el niño que había sobrevivido a duras penas y que, en el fondo, quizás desearía no haberlo hecho. La voz de Dragoslav se quebró antes de poner palabras a lo que estaba pensando, pero aún así, su acompañante lo vio. Fue solo un instante, como un parpadeo… Pero fue suficiente para que Cédric tuviera que cambiar de postura y taparse la boca, disimulando un suspiro de placer. No por la sensación en sí, desde luego. Incluso un eco tan lejano como ese resultaba desagaradable para él. El peso de otro cuerpo encima, la tierra entre los dedos, el dolor lacerante por la columna y el terror crudo y visceral de un niño, quien todavía no articulaba sus emociones lo suficientemente bien para su gusto. Había oído esa historia por las calles miles de veces, aunque casi siempre de labios de mujeres que, a diferencia de Drago, habían tenido la edad necesaria como para entender a la perfección lo que ocurría. No era un tipo de dolor o miedo al que estuviera desacostumbrado. Pero aún así… Verlo en él, ver lo que le había hecho a su vida… Era diferente. Era mejor. -Perdona, no... No estoy acostumbrado a hablar de éstas cosas. No se lo había contado a nadie...-Unos ojos cargados de deseo a duras penas contenido se posaron en él, invitándole a seguir. Haciéndole sentirse escuchado. -No tienes que disculparte, de verdad. No quiero forzarte… Aunque me halaga saber que soy el primero en escuchar esto.

-¿Sabes? Es... muy curioso. Contigo me siento... Como que podría hablar de cualquier cosa, y es algo que no me ha pasado nunca con nadie. Desde el momento en que te vi por primera vez en Arkham me sentí... Intrigado.-Eso le sacó una sonrisa. Una sonrisa que sólo se amplió cuando el hombre delante de él admitió que lo encontraba atractivo, y que, encima, no le molestaba demasiado que fuera él el que le hubiera robado al posible amor de su vida. Si era así con todo el mundo, resultaba hasta lógico que todos los recuerdos que había encontrado acerca de él fueran de mujeres enamoradas. Porque… ¿Cómo no enamorarse de halagos como esos? -Eres todo un misterio, Cédric Valjean, ¿lo sabías? ¿Me contarás tú a mí tus pesadillas?

-Vaya, gracias. Realmente me alegro de que no empezáramos una pelea: Por si no hubiera suficiente con la fuga de los presos… Dos mutantes luchando no habría mejorado las cosas. Y además, seguramente lo habríamos tenido más difícil para empezar a hablar, y estar como estamos ahora.-Difícil, aunque no imposible. Pero, desde luego, más cansado. Arrastrar cuerpos inconscientes no era su actividad favorita… Aunque quizás hubiera compensado con lo que pasara después. Pero Cédric se alegraba de no haber tomado esa ruta: Seguramente, habrían acabado demasiado rápido. -En cuanto a mis pesadillas… Sí, creo que será mejor que hable contigo de eso, antes de que una noche las “escuches” sin querer. -Se apartó un mechón de pelo de la cara y se acomodó en su sitio, buscando el mejor ángulo para observar el rostro de Dragoslav. -Pero no quiero interrumpirte, estabas hablando tú.-Un pequeño empujón, y Eclipse continuó con su historia. No es que no le gustara oírle hablar de él… Pero había muchas personas que podían hacer eso. Sin embargo, sus emociones, sus recuerdos… Eran solamente suyos, y Cédric no quería perder la oportunidad de escucharlos.

-Durante la guerra había un grupo de paramilitares... Mercenarios serbios que se hacían llamar "Los Escorpiones".-Al decir eso, Dragoslav se levantó, moviéndose como un sonámbulo hasta la ventana. Como si le faltara el aire. -Caí. Cuando desperté estaba... Atado en el almacén. El tipo estaba... Furioso. Le había hecho perder mucho dinero... Y estaba dispuesto a cobrárselo.-Y… Ahí estaba. La solución a todos sus problemas, y su próximo entretenimiento por un tiempo. A medida que Dragoslav hablaba, Cédric iba trazando un plan en su cabeza… Un plan que no sólo lo ataría a él, sino que además, lo haría romper su promesa. Le haría caer tan bajo, que ya no tendría que preocuparse porque nadie se lo arrebatara… Porque, simplemente, nadie salvo él querría a alguien así a su lado. Ni siquiera sus amigos o Cassandra. Ni siquiera Elissa.

Era perfecto. Y no podría haberlo hecho sin su ayuda.

Tan sólo tenían que encontrar al Escorpión Rojo, confiando en que su regeneración lo haya mantenido vivo todo este tiempo… Y dejar que el curso natural de las cosas hiciera el resto. En el estado en el que se encontraba, no podía ser muy difícil convencer a Eclipse de que hiciera alguna atrocidad… Y Cédric sabía bien que, una vez empezara, no podría ni querría parar. Afortunadamente, el mercenario duraría lo suficiente como para que su tortura convirtiera a Dragoslav en un monstruo… Y aún habría víctima de sobra para que él volcara todas las “atenciones” que se resistía a dar a Drago, por miedo a acabar con él demasiado pronto. Lo único que les faltaba era encontrarlo… Pero era posible que también tuvieran una solución para eso. La imagen de un hombre se superpuso a la de la chica sin mandíbula en la cabeza de Dragoslav, y Cédric no pudo evitar notar cierto parecido. Era difícil de decir, por supuesto, ya que los rasgos de ese intento de mujer habían sido consumidos por el fuego… Pero estaba ahí. Lo que también estaba, sin embargo, era esa piedra azul brillante en sus manos. El francés no tenía muy claro qué había pasado ahí exactamente… Pero había una conexión entre el mercenario y la escritora. Era algo con lo que podía trabajar, ya que había sondeado la mente de la segunda cuando ella había cometido la imprudencia de ir a verle a Arkham. Lo más sencillo sería ir a preguntarle, a ella y a su amigo imaginario. Y si se mostraban tan poco elocuentes como la última vez que se habían visto… Bueno, siempre podía mirar directamente.

-Perdona... Me has pedido que te contara todo lo que me preocupa, y supongo que me preocupan muchas cosas. No sé cómo lo haces, pero ésto es más de lo que he hablado con nadie en... ¿toda mi vida? No lo sé, es... extraño, pero siento como si te conociera de siempre, como si tuviéramos alguna clase de... conexión. ¿Te parece una locura?-Entonces, y sólo entonces, Cédric se levantó de su asiento y se reunió con él frente a la cristalera. Había una sonrisa sincera en sus labios cuando se apoyó ligeramente en el cristal, quedándose entre Drago y la ciudad, la realidad que se extendía al otro lado. -Te disculpas demasiado. He sido yo el que te he invitado a que me dijeras lo que te preocupaba si querías. ¿Recuerdas? No hay nada malo en hablar de estas cosas con alguien… A largo plazo, te sentirás mejor.-O, mejor dicho, le iba a hacer sentir mejor. Y probablemente antes de lo que esperaba.-Y no me parece ninguna locura. De hecho, creo que finalmente entiendo por qué quise que me acompañaras en cuanto te vi en Arkham. Me daba la sensación de que, de alguna manera, me veía reflejado en tí… Y creo que ya entiendo el por qué.

Se separó del cristal, dirigiendo sus ojos rojos hacia la ciudad de Gotham. Si en algún momento sus facciones habían mostrado placidez, con algunas trazas de sueño,  en ese momento lo único que se podía leer en él era una tristeza sorda. La tristeza de alguien que ha sufrido, pero lo ha aceptado e interiorizado hasta tal punto que esas heridas ya formaban parte de él. Si tan sólo fuera eso lo que sentía realmente... -Antes me has preguntado acerca de mis pesadillas… Creo que, si te cuento lo que me preocupa como has hecho tú, entenderás por qué estamos conectados. Nuestras vidas… Se parecen un poco.

Después de decir eso, pausó un instante, como valorando por dónde empezar. Ya había decidido que iba a decir la verdad, o mejor dicho, su verdad. No tenía sentido guardarle secretos a alguien que iba a ser parte de él, al fin y al cabo. Pero, aún así… Dudó unos instantes, poniendo en orden sus pensamientos. Le irritaba que algunos de esos recuerdos aún dolieran. -A diferencia de tí, yo nací en Francia. Nunca he pisado una guerra propiamente dicha, pero… Eso no significa que conociera la paz, tampoco.-Finalmente se giró, posando de nuevo sus ojos en los de la persona que tenía delante. Mientras hablaba, su mano izquierda descendió, y levantó el borde inferior de la camiseta de pijama que llevaba puesta. A la altura de la cintura, había dos cicatrices alargadas y rasgadas, a todas luces hechas con algo de cristal roto. Y no eran las únicas: Hacia el otro lado se podían ver los inicios de una quemadura, sobre la que no dijo nada. -Esta es una de las peores. Me la hizo mi padre, cuando yo tenía quince años. Él y mi madre murieron unos cuantos meses después, y yo acabé en las calles de París, solo. Creo que… Te puedes imaginar cómo de bien acabó eso. Siempre había oído “voces”, pero no me di cuenta de cómo funcionaba exactamente mi poder hasta que lo necesité para sobrevivir.-Aún se acordaba de eso. Los dolores de cabeza, las voces que gritaban en sus oídos y que nadie más parecía escuchar. Las respuestas a preguntas que aún nadie había formulado, los pensamientos de un gato callejero a la hora de hundir los colmillos en su presa. El último éxtasis robado a esa mujer, justo antes de morir por sobredosis. -A veces sueño con él. Con sus gritos, con lo que nos hacía, o con el tictac de sus relojes. Y, a veces, lo proyecto de manera que otras personas lo oyen también. Por eso no me ha molestado que te despertaras… Sé que es posible que lo haga yo también, alguna vez.-Por un momento, su mirada pareció… Ausente. Recordando el sueño del que acababa de salir. ¿Él habría notado algo? -Sea como sea… Pasé casi toda mi adolescencia así. Tomé algunas malas decisiones que me hicieron descartar la posibilidad de tratar de ser encontrado y quizás adoptado, o lo que quiera que decidieran hacer conmigo… Así que me limité a cuidar de mí mismo y de otros como yo, sin importar el coste. -Una de esas “malas decisiones”, y la primera, había sido matar a su padre tan pronto como había vuelto a casa. Aunque lo único de lo que se arrepentía era de haberlo hecho demasiado rápido… Y ese era un error que casi no había vuelto a cometer, salvo cuando estaba realmente cabreado… O hacía mucho que no hacía daño a nadie. -No estaba del todo mal, una vez me acostumbré. Al menos, era libre por una vez… Y una vez descubrí qué podía hacer, dejé de tener miedo a nadie ni a nada. ¿Por qué debería hacerlo? Sabía si alguien quería hacerme daño tan pronto como lo pensaban, y podía hacerlos caer al suelo, inconscientes, un segundo después. Estar conectado a la vez a tantas personas y animales significaba que tenía ojos, oídos y manos en todas partes. Y, con eso… Me sentía invulnerable. Como tú, me confié. Y, como tú, lo acabé pagando caro.-Y… Ahí llegaba su parte favorita de la historia. Su muerte.

-Supongo que, habiendo estado con los X-Men, habrás encontrado alguna vez con antimutantes, o con científicos interesados en gente con poderes en general. En mi caso, fueron ellos los que me encontraron a mí.-Se apoyó de nuevo en el cristal, inhalando por un momento. -Tenía apenas veinte años cuando una granada de gas entró por la ventana. Me desperté en una celda, bajo tierra, junto con algunos de los demás. No sé dónde están los otros, ni cuánto tiempo pasamos allí. Solo sé que, a medida que los experimentos avanzaban… Me quedé solo.

-Creo que estaban intentando crear “poderes” artificiales, Dios sabe para qué. Con los otros probaban prótesis especiales, drogas, radiación. Pero no funcionaba, así que uno a uno, fueron muriendo. Sin embargo… Conmigo no probaron nada de eso. En cuanto se dieron cuenta de que podía hacer… Trataron de estudiarlo para copiarlo. Y, para variar, no pudieron hacerlo.-Cédric bajó un poco la voz, casi como si estuviera hablando para sí mismo. No era así, sin embargo. El espectáculo no había parado en ningún momento. -Fue relativamente fácil. Solo tenía que transmitirles lo que había leído en el resto mientras experimentaban con ellos… Mientras sus heridas se infectaban y los químicos consumían sus cuerpos. Eso los mantuvo a raya durante un tiempo… Pero no para siempre. Viendo que no podían copiar mi cerebro para lo que quiera que quisieran hacer, decidieron… Usarme directamente a mí. Reprogramarme. Y, para eso, me torturaron, tratando de borrarme por completo, y me dieron recuerdos nuevos que podían manipular como quisieran. También… También sueño con eso algunas noches. Con la sensación de caer al vacío, de cerrar los ojos para siempre y no poder despertar. -¿Por qué le resultaba aún incómodo? Ya había pasado, ya se había vengado. Había ganado. No quería darles el privilegio de haberle hecho daño. -La persona que abrió los ojos en la mesa de operaciones… Ya no era yo, sino los recuerdos que me habían implantado. Gabriel. Y continuó siendo Gabriel durante los cuatro años siguientes, incluyendo cuando “nos” conocimos en la Mansión X. Yo… Sólo desperté hace unos meses, poco antes de conocer a Cassandra. Estaba en Estados Unidos, en un piso destrozado y con una mujer muerta en el pasillo, y sin tener ni la menor idea de cómo había llegado a esa situación. De hecho… A día de hoy aún no estoy seguro de qué hicieron con mi cuerpo durante este tiempo, más allá de las pistas que puedan ofrecerme las cicatrices nuevas y el hecho de que sé que estaba en SHIELD. No parece haber sido mucho más agradable que la tortura que me llevó hasta allí, sin embargo.-Cédric cruzó sus brazos sobre el pecho y desvió la vista hasta el suelo, mostrándose por primera vez algo… Defensivo, en su hasta ahora relajado lenguaje corporal. -Poco después de despertar, enviaron una asesina a matarme… Supongo que querrían atar cabos sueltos. Pero desde entonces, no he tenido más problemas. Supongo que estarán demasiado entretenidos lidiando con la invasión demoníaca como para preocuparse por mí.

De pronto, Cédric pareció darse cuenta de la gravedad y la cantidad de información que había dado. Miró con cierta incomodidad calculada a su acompañante, estudiando su reacción. -Bueno… Supongo que ahora que nos hemos sincerado los dos, estamos en paz. Aunque hay una cosa que no he dicho… Y es que, a diferencia de tí, yo sí que encontré a todos aquellos que me habían hecho daño. Quizás es por lo que ya no sueño con ellos, porque sé que ni yo ni nadie más tendrá que volver a pasar por lo que me hicieron.-Recordaba perfectamente sus caras. El doctor Elliot, quien misteriosamente había aparecido ahogado en su bañera. El doctor Brown, ahorcado en el garaje de su casa a pesar de vivir una vida feliz y sin preocupaciones. El doctor Johnson, los perros con los que había estado experimentando le habían desgarrado la garganta. Rhodes, su último encuentro se había visto interrumpido, pero no tardaría en hacerle una visita al hospital. Y su favorita, Angie. -Si realmente quieres hacer lo mismo… Creo que yo te puedo ayudar a encontrar al Escorpión Rojo.-Hizo una pausa deliberada para aumentar el interés de Dragoslav antes de continuar. Sabía que deseaba eso… Pero aún le quedaban retazos de moralidad suficientes como para, quizás, rechazarlo. Tenía que asegurarse de acabar con ellos, de facilitarle la caída.

-Esa mujer de la que hablas… ¿Se llama Martha, verdad? Alta, con un pañuelo tapándole la cara y una piedra azul brillante en la mano.-Antes de que Dragoslav le preguntara cómo podía haber sabido que era ella, Cédric se encogió de hombros. -Lo siento, no he podido evitar ver su imagen cuando has pensado en ella. Especialmente porque me es familiar… Se hace demasiado fácil de reconocer.-Se disculpó, como si no estuviera leyéndole la mente continuamente desde hacía días. -¿Recuerdas si el Escorpión Rojo tenía esa especie de cristal azul en la mano? Cuando la conocí, parecía que esa mujer compartía cuerpo con otra cosa… Una voz masculina que tomó el control en cierto punto, y que parecía conocerte. Es cierto que Martha te recordaba, pero la otra entidad...-¿Lo que estaba sintiendo eran celos? Probablemente, sí. No sólo porque hubiera tenido la ocasión de jugar con él ya, sino porque además, le daba la sensación de que no lo había valorado lo suficiente. Frunció el ceño, recordando las palabras exactas.

-... Dijo que habías sido una de sus primeras víctimas.

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MensajeTema: Re: Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada]   Nocturne op.9 No.2 (Cédric) [20/04/2019 - madrugada] Icon_minitime12th Agosto 2019, 00:06

No había llegado a contarle lo que le había ocurrido a él (el trauma aún estaba demasiado reciente como para poder compartirlo con nadie, incluso a pesar del sobrenatural encanto de su nuevo compañero), pero aún así, lo que sí había contado era lo suficientemente espantoso como para que el francés se llevara la mano a la boca para contener lo que el bosnio supuso que sería una exclamación de horror. No todos los días se conoce a alguien que ha sobrevivido a los horrores de la guerra cuando no era más que un niño, así que se trataba de una reacción perfectamente humana y válida. Lo que no llegó a entender fue la manera en que Cédric le miró después de eso; Tenía las pupilas dilatas y el carmesí de sus ojos oscurecido como quien observa algo que le resulta apetecible, y durante una milésima de segundo, el hombre que estaba acostumbrado a ser el cazador experimentó la inquietud de la presa que sabe que está a punto de caer en las garras de un depredador. Pero sólo duró un instante; de inmediato comprendió que Cédric sólo se mostraba interesado y preocupado, y la sensación de bienestar y confort reapareció.

-Vaya, gracias. Realmente me alegro de que no empezáramos una pelea: Por si no hubiera suficiente con la fuga de los presos… Dos mutantes luchando no habría mejorado las cosas. Y además, seguramente lo habríamos tenido más difícil para empezar a hablar, y estar como estamos ahora.

- Sí, es cierto. Nunca he tenido muchos amigos. Cuando despertaron mis poderes mutantes inicialmente creía que había muerto y que yo era un ángel enviado por Dios a la tierra para vengar mi muerte. Durante años estuve solo, porque los ángeles no necesitan a nadie, y después, cuando la Patrulla X me encontró y el Profesor me reveló lo que realmente era, no podía creer que realmente pudiera controlar la luz, ya que lo único que había manifestado siempre había sido oscuridad. De repente me asaltó el miedo irracional de absorber la luz de otras personas de manera inconsciente, para alimentar mi oscuridad... Así que estuve ocho años más sin apenas relacionarme con nadie. El pasado Halloween descubrí que, efectivamente, mis poderes eran de luz y no de oscuridad, y es a partir de entonces que he empezado a abrirme un poco más. Aún así no tengo muchos amigos, y... me gusta ésto. No entiendo muy bien cómo hemos podido congeniar tan rápido, pero... es agradable.

Cédric se levantó cuando terminó de narrar su historia, pasando por su lado para apoyarse en la cristalera quedando entre Drago y la ciudad dormida. Y le llegó el turno de sincerarse. El mutante avanzó hasta quedarse a su lado, observando su rostro afligido con interés y preocupación. Cuando se levantó el borde de la camiseta se quedó mirando las cicatrices con los ojos muy abiertos. No era en absoluto ajeno a aquella clase de dolor, pero la idea de que algo así pudiera habérselo hecho su propio padre... No podía concebirlo. Todos los niños nacen indefensos, y es la labor de sus padres la de cuidarlos, protegerlos y cubrir todas sus necesidades. Que alguien pudiera maltratar así a un hijo suyo, una pobre criatura inocente que no tenía cómo defenderse y que además le quería y le admiraba como sólo puede hacerlo un niño era... monstruoso. Mucho peor que cualquier cosa que hubieran podido hacerle a él. Para Drago la familia era algo sagrado, y el hombre que hacía una cosa así no merecía otra cosa más que la muerte. Y encima el pobre chiquillo había terminado teniendo que sobrevivir por sus medios en la calle. Sintió cómo la rabia y la ira crecían en su interior, avivadas por un sentimiento de impotencia al no saber qué hacer o qué decir para consolar a Cédric. Tenía tan poca experiencia en aquella clase de situaciones que no sabía qué era lo que se consideraba acertado hacer y se sentía torpe.

- Dios mío, Cédric, es... horrible -dijo al final, inseguro sobre si debería realizar alguna clase de contacto físico o no.

Cuando le había contado sus problemas a Sasha en el Blue Note, ella había puesto su mano sobre la suya a modo de consuelo, pero no estaba muy seguro de qué era lo considerado aceptable entre hombres en aquél país. En Bosnia, las distancias personales eran más reducidas que en América. Allí había aprendido que tenía que mantenerse más apartado para no violar el espacio de nadie, pero Cédric era francés, y en Europa las distancias también eran cortas.

- Nadie debería... ningún niño debería pasar por eso -musitó, entre furioso y consternado-. No deberían sentir la traición de quienes deberían amarles de manera incondicional. Es terrible. La gente que es capaz de hacerle daño a un niño... -su mirada se ensombreció peligrosamente- es la peor de todas. La oscuridad que hay en sus almas es como veneno. Respeto mucho a Xavier y admiro sus principios, pero hay gente que... -negó con la cabeza-. Violadores, pedófilos, asesinos y maltratadores de niños... Deberían morir -finalizó, y la frialdad con la que pronunció las últimas palabras habría helado la sangre en las venas de cualquiera que no fuese Cédric-. La marca que dejan en las vidas de sus víctimas y en los que les rodean es imborrable... e imperdonable.

Entonces pasó a hablar de la maldita calaña de racistas, prejuiciosos e intolerantes que estaban en contra de la existencia misma de los mutantes. Por supuesto que se había topado más de una vez con Centinelas y con la asquerosa escoria que había detrás. Ya fuesen científicos, militares, políticos o gente de a pie, el concepto le era más que conocido. Lo que sí le sorprendió fue que dijera que habían sido agentes de S.H.I.E.L.D. los responsables. No se fiaba demasiado de agencias secretas del gobierno, pero hasta ahora nunca había escuchado nada de S.H.I.E.L.D. capturando mutantes para experimentar con ellos.

Lo que el francés le contaba le trajo recuerdos de cuando Superpredador había sido secuestrado por A.R.G.U.S. para hacer experimentos con él, o cuando aquella panda de activistas fanáticos habían puesto una bomba en el lugar en el que Blair iba a dar un discurso para expresar su odio antimutantes. La rabia y la indignación ante lo que le habían hecho a su compañero comenzaron a burbujear dentro de él mientras, sin darse cuenta, pasaba automáticamente a forma mutante, cosa que siempre sucedía cuando su organismo interpretaba sus estados anímicos y sensaciones corporales como indicativo de una posible amenaza inminente.

Una mano hecha de luz se posó, ésta vez sí, sobre el brazo del rubio en señal de aprecio y apoyo. La ilusión con la que siempre se cubría cuando cambiaba de forma no tardó en disfrazar su piel con su aspecto habitual, salvo en los ojos, que continuaban brillando como faros en la noche.

- Lo que te hicieron no tiene perdón, Cédric... Es terrible, y deben pagar por ello.

Lo que le había ocurrido a Blair le había hecho hervir de rabia, y las torturas sufridas por Superpredador se habían clavado en lo más profundo de su ser. Sin embargo, por alguna razón, lo que le habían hecho a Cédric le hacía sentirse... peor, aún más furioso. Simplemente imaginárselo indefenso mientras le hacían daño se le hacía insoportable. Y, ciertamente, guardaba cierto parecido con lo que le había ocurrido a él. Él también había renacido como otra persona, otro ser, después de que lo torturaran. La diferencia era que, en el caso del rubio, había sido así de manera literal. Drago no podía imaginarse lo que debía haber sido, estar prisionero dentro de tu propia mente mientras otra persona utilizaba tu cuerpo... Debía de haber sido horrible.

Sin embargo, pronto le tranquilizó Cédric diciéndole que ya había hecho pagar a todos los responsables de lo que le había pasado. Drago retiró la mano, reflexionando sobre sus últimas palabras sin que ninguna expresión pudiera leerse en aquellos resplandecientes ojos sin pupila: "Quizás es por lo que ya no sueño con ellos, porque sé que ni yo ni nadie más tendrá que volver a pasar por lo que me hicieron".

Y, entonces, lo dijo. Lo que llevaba esperando escuchar más de 10 años. Lo que nadie, ni siquiera Xavier, le había dicho jamás: "Creo que yo te puedo ayudar a encontrar al Escorpión Rojo".

Le miró con intensidad mientras esperaba a que reanudara la conversación, cosa que hizo después de una breve pausa.

Martha...

- Sí, la llevaba -jamás lo habría podido olvidar. Había tenido ocasión de verla muy de cerca-. Creo que está poseída por algo... posiblemente un djinn. Intenté exorcizarlo pero no salió bien. Escapó...

Al pronunciar Cédric la última frase, los ojos ya iluminados del mutante se encendieron con un pavoroso fulgor rojo al tiempo que una capa de sombras comenzaba a extenderse por su figura, revelando claramente lo que bullía en su interior.

- ¿Sabes dónde está? -inquirió con una voz ronca cargada de amenaza-. Llévame allí. Ahora.

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