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¿Falta mucho para llegar, niños? -inquirió Drago desde su asidero en el risco.
La pared de la montaña no era completamente vertical, ya que habían tenido que escoger un camino que Luna pudiera seguir, pero aún así se trataba de un sendero abrupto y complicado, con un montón de obstáculos e irregularidades que los lobos salvaban sin apenas dificultad trotando o volando pero que para Drago suponía tener que estar continuamente tanteando y comprobando el terreno antes de dar un paso para asegurar la estabilidad de las piedras sobre las que se apoyaba y garantizar que no terminaría despeñándose ladera abajo, y la mayoría del tiempo tenía que trepar.
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Ya es la segunda vez que lo pregunta -protestó uno de los niños, uno que tenía el pelaje castaño-
. ¿No dijo papá que era una especie de superhéroe mundano?-
¡Eso! -abundó el del pelo negro. ¿Ése era el que tenía nombre escocés?-
. Se suponía que tendría que estar en buena forma física. Sí, llevaba con ellos un par de días y aún no se sabía bien sus nombres, pero en su defensa había que decir que eran seis (¡seis!) y que habían pasado la mayor parte del tiempo a su lado en forma lobuna. Con un niño humano le habría sido más fácil asociar el nombre a una cara, pero lo único que tenía para diferenciar a aquellos traviesos cachorros era el color de su pelaje, y en ese sentido la más característica era la pelirroja, Flor. Ésa era fácil de distinguir, y la loba de pelaje dorado, también. No todos los días te encontrabas una loba rubia. Pero a Invierno, Conner y Ambrose aún los seguía confundiendo.
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Sí, bueno... -el bosnio hizo una pausa para limpiarse el sudor de la frente y echar un vistazo a todo lo que llevaban recorrido, que no era poco-
. Hasta ahora yo también pensaba que estaba en buena forma física -bromeó.
Y lo estaba. La mayor parte del tiempo que tenía libre lo pasaba en el gimnasio o en la Sala del Peligro, pero hasta el hombre mejor entrenado del mundo desfallecería ante el increíble derroche de energía que se gastaban aquellos niños. Al principio no había entendido por qué Lobo y Blanca les llamaban cariñosamente monstruitos, pero baste decir que, después de llevar un día de senderismo con ellos, la respuesta resultaba meridianamente clara para cualquiera.
Después de haber visto truncadas sus esperanzas de formar una familia con Cassandra había acogido de muy buen grado la expectativa de pasar algún tiempo con aquellos niños, e incluso se había ofrecido para llevárselos de acampada y así dejarle a Lobo y Blanca algo de tiempo a solas como marido y mujer, cosa que imaginaba que con aquellos torbellinos en casa tendría que resultar prácticamente imposible, pero ahora empezaba a entender las advertencias que le había hecho el Sheriff de Villa Fábula al respecto.
Alzó la mirada de nuevo hacia arriba; los niños no le habían esperado y habían continuado su camino, así que tendría que darse prisa para no perderlos de vista. Lo último que deseaba era tener que enfrentarse a la cólera del temible Lobo Feroz si le pasaba algo a alguno de sus hijos mientras estaban a su cuidado, así que extendió el brazo para aferrarse a la siguiente roca y tensó una vez más los doloridos músculos para impulsarse en el ascenso a través de la empinada cuesta.
Luna lo llevaba un poco peor; solía llevársela a menudo al bosque, pero hasta ahora no se había metido con ella en terreno montañoso, y resultaba que la perra era bastante miedosa con las alturas y las piedras inestables bajo sus pezuñas, así que las pequeñas Flor y Therese se estaban ocupando de guiarla por los caminos más seguros y de asegurarse de que no entraba en pánico y se despeñaba por accidente.
Cuando llegaron a la cima ya estaba atardeciendo, así que Drago se sentó para recuperar el aliento y se tomó un tiempo para disfrutar del increíble espectáculo de la puesta de sol sobre aquél fértil valle, mientras los cielos se iban tiñendo de dorado y cobre. Las vistas eran preciosas y allí, alejado de la civilización, con el aire puro llenándole los pulmones y la calma únicamente quebrada por los cachorros de lobo que jugaban y se perseguían en círculo a sus espaldas, se permitió pensar una vez más en Elissa. Ahora que estaba más tranquilo se preguntó si reuniría al fin el valor para llamarla, y llegó incluso llegó a sacar su teléfono móvil del petate, pero, tal como había supuesto, allí arriba no había cobertura.
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¡Bueno, niños! -les llamó extendiendo un mantel en el suelo-
. ¡A cenar!Blanca había preparado bocadillos y sándwiches para todos, y, de acuerdo a las instrucciones que le había dado la Fábula, ordenó a los niños adoptar forma humana para que cenaran "civilizadamente", inmune a sus gruñidos y protestas, y dieron buena cuenta de la comida sentados al borde del acantilado, con las prodigiosas vistas del Valle del Lobo a sus pies hasta que el manto de la noche lo cubrió todo y fue imposible distinguir nada, momento en el que los niños le guiaron hasta una de las cuevas naturales que abundaban en las colinas para pasar la noche. Drago no se molestó en montar guardia, consciente de que tenía siete pequeños lobos y un perro, todos los cuales disponían de un sentido del oído considerablemente más aguzado que el suyo y que con toda seguridad se despertarían si notaban algo raro. Por primera vez en mucho tiempo tuvo un sueño profundo, reparador y sin sueños, fruto tanto del agotamiento como del lugar mágico en el que se encontraban, que tan lejos parecía de la ciudad y sus preocupaciones. Y falta que le hizo, porque al día siguiente los niños estaban como motos otra vez.
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¿Qué hacemos? -exclamaban mientras corrían a su alrededor-
. ¿Dónde vamos?-
¡Podemos ir a la pradera a jugar! -exclamó Ambrose, el regordete.
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¡Sí! -aplaudió Darien, entusiasmado-
. ¡Podrías hacerte invisible y esconderte para que nosotros te cacemos! ¿No sería increíble?-
¡Sí, porfa, porfa! ¡Vuélvete invisible! -rogó la adorable Invierno agarrándose de su pierna-
. ¡Hazlo otra vez, es súper divertido!-
¡Podríamos recrear la cacería de Shere Khan! -los pequeños ojillos del castaño se iluminaron peligrosamente.
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Niños, niños -rió el mutante-
. Me encantaría hacerme invisible para vosotros, pero ¿podríamos jugar algún juego que no incluya usarme de presa? El concepto me hace sentir ligeramente incómodo.-
¿Y si le enseñamos la planta de judías secreta que sube hasta el reino de las nubes? -sugirió Therese-
. Papá dijo que le enseñáramos todo.-
No, eso está demasiado lejos para sus piernas humanas. Él no puede correr ni volar como nosotros -objetó Conner.
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¿Por qué no vamos al estanque de la sirena? -propuso Ambrose-
. Podríamos bañarnos y seguro que a Mersey le encantará conocer a alguien del mundo mundano.-
¡Buena idea!¿Sirenas? Sirenas. Durante aquél año de locos Eclipse había visto de todo: zombies, ángeles, alienígenas, hombres lobo, brujas y hasta una diosa, así que la mención de la existencia de una sirena no debería sorprenderle, sobretodo después de comprobar que las fábulas de los cuentos eran reales y vivían en Nueva York, pero hay cosas que nunca dejarán de sorprender al ser humano, y las sirenas son una de ellas.
El camino de bajada fue considerablemente más sencillo y menos abrupto que el de subida, y el estanque de la sirena no estaba demasiado lejos, por lo que pudieron llegar justo a tiempo para que los niños se bañaran antes del almuerzo. Después, mientras correteaban, chapoteaban y jugaban desnudos Drago tuvo ocasión de charlar largo y tendido con Mersey junto a la orilla. La muchacha, que resultó tener un espíritu inquieto y aventurero, le contó cómo la invasión de los ejércitos del adversario habían derrocado los reinos marinos de las Tierras Natales, igual que hicieron con tantos otros, confinándola para siempre en aquella pequeña y apartada región del mundo. Estaba ansiosa por saber de las tierras que se extendían más allá de su involuntaria prisión, así que Drago le contó sobre París, y sobre Bosnia, sobre sus maravillas y tesoros naturales, mostrándole la Torre Eiffel mediante ilusiones junto con otras muchas cosas, y así, casi sin darse cuenta anocheció sin que se hubiera acordado de mirar el teléfono y constatar que tampoco allí había cobertura.
Los niños dijeron que querían cenar en la Granja junto a su tía Rosa, y fue allí cuando por fin le llegaron las llamadas.
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Lobo, Blanca, disculpad que no haya llamado para informaros, es que hemos... -las palabras de la pareja le cortaron en el acto-
. ¿Qué ha pasado qué? ¿Qué tenéis que ir a dónde? Ya... claro... Sí, los dejaré con tu hermana.Cuando colgó el teléfono apenas escuchó las palabras de Rosa Roja, la hermana de Blanca. Se encontraba en una especie de shock, tratando de asimilar lo que le habían contado.
Porque había estallado la guerra. Pero ésta vez no era contra robots súper poderosos, ni siquiera contra conquistadores venidos de galaxias remotas.
Ésta vez era el mismo infierno el que llamaba a su puerta. Que Alá les protegiera.