El regreso de la hija pródiga (Libre)

Hacía poco que se había ido a vivir a la mansión, y por poco nos referimos a unas dos semanas. Aún no podía acostumbrarse a este lugar. Era demasiado viejo ya para ser estudiante, pero aún así era el nuevo, y tenía demasiadas cosas que aprender, cosas que aceptar...

La noche anterior había sido larga y pesada. No tener sueño y no tener nada que hacer no era buena combinación, pero ya estaba acostumbrado a dormir poco y nada. Ya era de día cuando comenzó a entrarle sueño, sus párpados ya le pesaban y sus ojos se estaban cerrando, pero instintivamente su telepatía se activó para recibir algo que parecía un grito de alegría:

― ¡Profesor! ¡Soy yo, Jean! ¡Estoy viva!

Eso le quitó el sueño, le dio un susto y le dejó un humor de demonios, pero también le causó preocupación y curiosidad. ¿Quién buscará al profesor con tanto entusiasmo? Así como estaban las cosas, el ambiente a veces se notaba algo caldeado. Se levantó rápidamente y apenas se puso su uniforme empezó a recorrer la mansión hasta la entrada, donde escuchó unos cuantos pasos y esta vez una voz resonó por los pasillos:

― ¿Hay alguien aquí…?

Cuando llegó a la entrada vio a una pelirroja vestida en un traje verde y dorado, con un aura bastante extraña (y poderosa por cierto), y supo de inmediato que se el llamado telepático provenía de ella. Como parte de su "terapia de autoaceptación", decidió hacer uso de su propia telepatía para responderle:

- De momento sólo yo. - dijo tan cortésmente como su forma de ser le daba. Luego pasó a hablar normalmente: - ¿Quién eres? - preguntó como si estuviese en un interrogatorio, pues aunque ya había visto su rostro en algunas fotos no había preguntado por ella.

Jean Grey... Una vieja estudiante del Profesor... Obviamente un antiguo miembro del equipo y... Sí, ya había visto su cara antes, en algunas fotografías que había encontrado por ahí, tal vez en el despacho de Xavier. En fin... Como gesto de cortesía, extendió la mano y le dedicó una sonrisa un poco hosca (no le exijamos tanto, que no es precisamente su fuerte)

― Asumo que eres estudiante del profesor. ¿Cuál es tu nombre?

- Vincent... - dudó un segundo, pero algo le decía que al menos aquí no tenía objeto dar nombres falsos - Vincent McLoughlin.

Le hizo un gesto para que lo acompañase a la cocina. Abrió la nevera, sacó dos latas de refresco y le tendió una a la pelirroja. Acto seguido se sentó en la mesa y abrió su lata.

- Y dime... - le dijo en el tono más agradable que pudo, mirándola fijamente - ¿Qué te trae a este oasis en medio del desierto de la intolerancia que es Nueva York? ¿Tal vez algo de nostalgia? - dio un sorbo a su bebida. No recuerdo haberla visto en Genosha... pensó. No es que en verdad le interesara, pero sí, se estaba sintiendo interesado. Principalmente porque sentía algo abrumante en ella.

No hacía falta ser telépata para darse cuenta que la pelirroja no tenía la menor idea de qué hacía en este lugar, sólo bastaba con ver la expresión en su rostro para notar que ni ella sabía por qué estaba aquí. En ese preciso momento, y por primera vez en mucho tiempo, sintió algo de empatía por la chica. Pero aún no atinaba a decir nada, sólo podía observarla mientras respondía a la pregunta. Y cuando ella le dedicó esa sonrisa, el castaño no pudo evitar estremecerse un poco. No estaba acostumbrado a gestos como ése ni tampoco hacía mucho por ganárselos.

– Lo siento si mi pregunta te incomodó… – dijo, suavizando su semblante y su tono – Tienes toda la razón. – aunque no lo admitiera, se sintió identificado con las palabras de Jean. Ésa era justamente la razón por la que él había decidido al final venir a vivir a la mansión.

De pronto nació un silencio un tanto incómodo, y él no sabía si seguir con las preguntas o prolongar la agonía de ese silencio. En eso apareció Hank y los vio. No dijo nada, sólo miraba a la pelirroja. Se veía sorprendido, y también feliz.

- Jean... - obviamente él la conocería, fue uno de los primeros estudiantes del Profesor. Justo cuando iba a preguntarle a Hank un poco más sobre la misteriosa chica, éste se le acercó lentamente, como tratando de convencerse de que no estaba alucinando.