Prueba de rol para Virginia "Pepper" Potts

Las calles de Manhattan despertaban con frenética actividad mientras me dirigía a la Torre Stark. Di un sorbo al café en tanto que esperaba a que el semáforo cambiase a verde, Aretha sonaba de fondo y mis dedos seguían el ritmo sobre el volante.

El rascacielos de noventa y tres plantas se alzaba ante mí, todo un coloso de la arquitectura moderna cuya evolución había podido seguir desde que apenas era una fantasía en la cabeza de Tony. Aunque el resultado era sin duda impresionante, no conseguía concebirlo como una obra de arte. Para mí, el vidrio y el acero que convivían en perfecta armonía recibiendo los primeros rayos de sol no eran más que un reflejo del ego que poseía el hombre que lo construyó. Ego con el que ya hacía tiempo que había aprendido a lidiar. Así que, ¿qué podría estropearme aquella mañana?

Aparqué en la plaza reservada para mí y bajé del coche mientras por el manos libres escuchaba los mensajes del buzón de voz. Sostuve el café para Tony en una mano en tanto que cogía el móvil con la otra. Tenía el día perfectamente estructurado en mi cabeza, aun así nunca estaba de más dar un último repaso a la agenda mientras el ascensor me subía hasta el despacho principal del edificio.

El eco seco de mis tacones resonaba sobre el impoluto suelo de porcelanato de los pasillos de aquella planta. Saludé al personal de recepción y antes de continuar pasé por la sala de reuniones para corroborar que todo se encontraba en perfecto orden. Tras los asientos de piel se hallaba la sala de reuniones en la que pronto Tony debería recibir a los agentes de SHIELD junto a dos miembros de la ONU. Dentro, la sala estaba rodeada por un amplio ventanal que daba una panorámica vista a las calles de Manhattan. La sala de reuniones contenía una mesa de oscura madera con una veintena de sillas a juego con la principal que encabezaba la mesa. La silla que debería ocupar Tony en... Miré mi reloj de muñeca. —  Cuarenta y cinco minutos — calculé antes de salir de nuevo hacia su despacho.

En la cara externa de la puerta una pequeña placa dorada rezaba “Anthony E. Stark”. Sin embargo, eran las nueve menos diez de la mañana y él... no estaba allí... — No puedo creerlo... — mustié abriendo la puerta con el código de acceso. Dejé escapar un exasperado suspiro. Lo peor de todo era que sí podía creérmelo. Dejé el café y mi bolso sobre la mesa y automáticamente le llamé. ¿Cómo podía llegar tarde a una reunión que se iba a celebrar a tan solo siete plantas por debajo de dónde vivía? — Cógelo… — Negué con la cabeza y cerré el aparato, cuando no me lo cogía a la primera era inútil seguir insistiendo y eso me exasperaba, me ignoraba deliberadamente porque conocía perfectamente lo que iba a decirle. Lo sabía… sabía que había sido demasiado pedir que estuviese listo a la hora. Todo aquello formaba parte de su dejadez sobre los asuntos más formales de la empresa que requerían de su presencia. Una dejadez a la que, por desgracia, me tenía acostumbrada.

Era así desde que entré a trabajar para él. En todos esos años habíamos encontrado una especie de equilibrio que funcionaba, pero es que todo se había agravado desde que había decidido hacer de superhéroe. Cuando todo aquello sucedió, tuve la oportunidad de tomarme su nueva faceta como Iron Man de muchas maneras. Y no es que me importase hacerme cargo de sus asuntos en Industrias Stark, era mi trabajo y ayudarle era mi prioridad, pero simplemente no podía ponerme uno de sus trajes de chaqueta para recibir a miembros del Gobierno, desde luego eso no entraba dentro de mis competencias. Yo era consciente de que tanto SHIELD como el Pentágono exigían de él tanto como lo hacía la empresa, por eso me esforzaba en allanarle aquel terreno, pero  no podía hacer más si él no ponía de su parte.

Tony no era lo que se dice un mal jefe, pero seguir su paso llevaba mi paciencia a límites que yo misma desconocía que poseía. Sus ideas, sus extravagancias, su humor, sus misiones… La cuestión no era que no prestase atención a su propia empresa, pero no lograba que esta fuese una prioridad en su agenda, no al menos de la forma en la que yo creía que debía hacerlo. Entendía la forma en la que él había tomado aquella responsabilidad, en una especie de ejercicio redentor para expiar sus faltas. No era sencillo, pero finalmente había decidido confiar en Tony aun con algo de preocupación de la que nunca lograba deshacerme. Eso era mucho más fácil que cuestionar todas y cada una de las decisiones que él tomaba, pero a veces me preguntaba si aquella determinación justificaba sus continuas faltas de seriedad con los asuntos de la empresa, su empresa. Suspiré y miré el reloj de nuevo. Bien, tenía treinta y nueve minutos. Podía encontrarle en ese tiempo. Salí de su despacho directa al ascensor personal que debía llevarme hasta los pisos superiores del edificio, donde Tony vivía.  La voz de la I.A. se hizo clara en el preciso instante en el que salí del elevador.

—  Buenos días, señorita Potts.

— ¿Dónde está?

— El señor Stark ha salido esta mañana temprano.

Me quedé parada frente a la puerta de su dormitorio, sin abrir. No podía ser cierto. ¿No estaba durmiendo? Mi móvil empezó a sonar en ese momento. Fui una ilusa al pensar ni por un instante que debía ser Tony, hubiese sido demasiado sencillo que simplemente estuviese durmiendo. Aquellas cosas me sacaban absolutamente de quicio.  

— ¿Sí?

— Señorita Potts, acaba de llegar la cita de las nueve y media.

— ¿Qué? Pero si todavía falta media hora.  – El silencio de la recepcionista me dio a entender que ese dato era del todo irrelevante, estaban allí. Colgué y fui directa al ascensor de nuevo. Le di al botón con innecesaria fuerza. Tony Stark era perfectamente capaz de dar forma a los inventos más inverosímiles que nadie pudiese imaginar, sin embargo le costaba un mundo mantener sus creaciones, si dejábamos de lado sus preciadas armaduras. Se aburría con demasiada rapidez. De nuevo, no era algo que no pudiese soportar, de hecho llevaba el suficiente tiempo al lado de Tony como para haberme ganado la entrada al cielo en numerosas ocasiones, pero aquellos casos eran distintos. Distintos e innecesarios. El día anterior le había repasado la agenda personalmente, le había dispuesto el traje que debía llevar y remarcado la hora a la que tenía que estar en su despacho. Por el amor de Dios, ¡le había programado hasta el despertador! Todo para asegurarse de que, en efecto, estaría presente en aquella reunión. Pero nunca era suficiente y, entre aquellos desafíos a mi estructurado trabajo y sus continuas salidas como Iron Man, hacía que mis niveles de cortisol subiesen a límites totalmente insalubres. ¿Por qué era incapaz de hallar un balance?

El timbre del ascensor hizo que mi mente dejase de divagar en torno a la cuestión, no era el momento, debía arreglar aquel asunto y después, una vez estuviese resuelto, pensaba dejarle bien claro a Tony lo que pensaba acerca de su actitud. Vale, aquello sería una pérdida de tiempo… pero al menos le obligaría a escuchar absolutamente todo lo que tuviese que decirle. Pero eso sería luego. Formé una sonrisa en mis labios, una que indicaba que todo marchaba según lo previsto. Salí del ascensor y me dirigí en primera instancia a Phil Coulson.

—Agente Coulson — Estreché su mano con firmeza, por dentro estaba hecha un flan. Me dirigí entonces al resto de asistentes. —Buenos días. Bienvenidos a la Torre Stark, soy Virginia Potts. El señor Stark estará en breve con ustedes. Si me acompañan, por favor. — Bajo la atenta y suspicaz mirada de Coulson los acompañé a la sala de reuniones. Desde luego cancelar aquello no era una opción. Había estado programando aquella reunión durante semanas, no había sido sencillo por lo apremiantes que se habían puesto desde el Gobierno y por lo poco predispuesto que estaba Tony en que se celebrase. A Tony Stark no le gustaba rendir cuentas a nadie, pero había entregado parte de la libertad de la que había disfrutado hasta entonces en el momento en que proclamó a los cuatro vientos ser Iron Man. Esperé en el pasillo, los primeros veinte minutos pude entretenerlos y justificar la ausencia de Tony con facilidad, pero la impaciencia iba apoderándose de la sala. Con el ritmo constante de mi zapato derecho sobre el suelo, marqué por enésima vez el número de mi jefe.

— Sé que estás ahí, Tony. Llegas tarde, te están esperando y ya no sé qué excusa inventar.  — Tras dejar ese mensaje cerré el teléfono con evidente cabreo. Miré de nuevo mi reloj de pulsera y sentí entonces la presencia de Coulson detrás de mí.

— ¿Va todo bien? Señorita Potts, esta reunión es importante.    — Hizo una pausa algo dramática para mi gusto.— El Pentágono exige conocer los nuevos proyectos de Tony y sobre todo quiere detalles acerca de los protocolos de seguridad de las nuevas armaduras, la ONU quiere tener todo este tema bajo control.  

— Soy absolutamente consciente de ello, todo va bien. Un imprevisto ha hecho que Tony se retrase un poco. Podría entrar yo e iniciar la reunión, pero me temo que mis conocimientos están algo limitados en la materia.  — Reí quedamente intentando quitar algo de hierro al asunto pero, y a juzgar por la cara del agente, hacer bromas no era lo mío. Así que ante su mirada impertérrita desdibujé la sonrisa en mis labios. — Diez minutos.  — Apunté antes de salir de nuevo hacia el despacho de Tony.

Antes de que pudiese llegar, y como una especie de respuesta a todos los pensamientos asesinos que cruzaban por mi mente en aquel momento, la voz de Jarvis sonó a través del manos libres en mi oído.

— Señorita Potts, el señor Stark llegará en dos minutos al ático.  

Antes siquiera de que terminase de hablar ya estaba subiendo en el ascensor. Recogí su ropa del apartamento y salí al fin a la azotea. Me crucé de brazos y no aparté un instante la vista cuando al fin plantó los pies en el suelo y se inició el proceso para quitarse el traje de Iron Man. Mis ojos fueron directos a la caja que portaba. De verdad... de verdad esperaba que tuviese una mejor excusa por su parte que el haber ido a... comprar donuts.

— Llega treinta y ocho minutos tarde, señor Stark. — Me acerqué con paso firme y entonces le quité la caja de forma brusca y le di (entiéndase "le tiré encima") la camisa y chaqueta que debía ponerse. — Hablaremos después.  — Entrecerré la mirada y le extendí la carpeta con los papeles para la reunión. Él entró y por fin respiré tranquila. Después ya veríamos, por lo pronto me comí uno de esos donuts, aquel estrés me había abierto el apetito.