Chicago, EE.UU. 16:43La Escuela de la Hermana Margaret para Niños Caprichosos. En el pasado una institución destinada a la educación de los jóvenes infantes bajo los estrictos y férreos valores del cristianismo. El amor encarnado, vamos. Eso había sido hacía mucho tiempo. Desde entonces había pasado por varios escándalos, una infestación de ratas, dos incendios y su propia demolición, no necesariamente en dicho orden. Hacía mucho que se había convertido en un cascarón vacío y pútrido de la vieja Chicago, deshabitado… Excepto por las ratas. Las ratas nunca se habían ido. Bienvenidos a The Hellhouse.
En la vieja mansión los mercenarios charlaban, bebían y hacían tiempo hasta su próximo encargo. The Hellhouse era un club muy selecto, probablemente por su mal gusto, como su oficina de empleo. No eran los más listos ni los más duros de la profesión pero habían hecho méritos para seguir con vida en un negocio en el que se empieza con un pie en la tumba y tenían suficientes neuronas para no aceptar ningún trabajo que les fuese grandes. O al menos la mayoría de ellos.
-¡Vilma, ya estoy en casa!
Varias miradas se elevaron molestas. No era como si fuese necesario buscar al recién llegado. Nadie que llevase lo suficiente en el gremio fallaría en reconocer la voz de Deadpool cuando comenzaba a traladarle el tímpano. El mercenario atravesó el marco de la puerta del salón principal jolgórico.
-Que caras más largas, ¿se os ha muerto alguien? ¿Eh? ¿Lo pilláis? - preguntó orgulloso de su ocurrencia mientras cruzaba la sala.
El resto de parroquianos hicieron lo posible por ignorarle, alguno le saludó con disimulo, pero en general cada cual regresó a lo suyo. No era exactamente que el mercenario bocazas no fuese bien recibido, su humor de mal gusto tendía a ser inocuo mientras no se le irritase, lo que se agradecía entre un grupo de individuos armados con tendencias a la sociopatía y el gatillo fácil, y hacía tiempo había sido no solo un habitual sino el número uno. Claro que todavía había quien lo miraba con envidia y recelo y no faltaba quien lo consideraba tan pesado como arrogante.
La figura enjuta y encorvada que trataba de escabullirse entre las mesas de la vista del recién llegado no entraba en uno u otro grupo, de hecho era lo más cerca que podía estar nadie de sentir algo parecido a respeto por Wade Wilson. O lo había estado en el pasado, en aquel momento entre ellos solo había miedo y el único pensamiento era largarse de allí cuanto antes. El filo de la katana atravesando el suelo de madera cortó su retirada en el acto.
-¡Comi! ¡Cuanto tiempo, amigo mío! Desde la última vez que intentases matarme... - sentenció la voz socarrona del mercenario a su espalda. - ¿No te irás ya? ¡La fiesta no ha hecho más que empezar!
Comadreja tragó saliva y se giró lentamente encontrándose frente el rostro enmascarado de su ex-socio. Tendría que haberse marchado a algún lugar alejado, Tahití, por ejemplo, tenía entendido era un lugar mágico.
-Wade, vamos, no fue adrede… es decir, no pensaba con claridad, me metiste en la caja… ¡otra vez!Si había una manifestación de lo perturbado que estaba Wade Wilson era aquella habitación en su escondite de San Francisco. Un cuarto plagado de objetos destinados al único propósito de desgarrar la carne donde encerraba a sus “amigos" cuando perdía completamente el norte y consideraba necesario “castigarles".
-¡La primera regla de la caja es que nadie habla de la caja!
Deadpool levantó su segunda katana colérico y Comadrejo tuvo que contenerse para no expulsar el contenido de su vejiga, tres cervezas de importación y un zumo de naranja un tanto ácido, cuando vio su vida pasar delante de sus ojos, recordando especialmente el día que perdió cualquier posibilidad de salir con Gwen Stacy y de obtener un trabajo respetable en los laboratorios Oscorp. Ya se consideraba muerto cuando sonó escopetazo y la katana y media mano del mercenario cayeron al suelo.
-Y la primera regla de Hellhouse es nada de peleas - sentenció Patch escopeta en mano todavía humeante.
Patch era el propietario, un hombre menudo, de pelo cano y arrugas palpables que tenía claro que la rentabilidad de su empresa dependía de que sus empleados no se mutilasen o matasen entre sí, no sin un contrato al menos. Comadreja aprovechó la situación para poner aire entre él y el mercenario.
-Me cago en la puta, ¿sabes lo que duele eso? - inquirió Wilson soplándose la mano como un niño pequeño aliviandose un rasguño. - Solo estábamos divirtiéndonos, aclarando confusiones, el diálogo es la clave de cualquier amistad.
-No te pases de listo Masacre, trabajes por encargo o por libre si pisas mi edificio seguirás mis normas. Sino sabes donde está la puerta. - sentenció el anciano antes de volver a su sitio tras el mostrador.
- Sí, sí… - respondió resignado mientras recogía un par de dedos y trataba de reconstruirse la mano cual rompecabezas. - Nada como el dulce hogar. Hablando de lo cual, ¿tienes algún trabajo para mí? Necesito algo con lo que mover el esqueleto.