El cielo violáceo se encontraba despejado, solo algunas nubes de tonos verdes lo adornaban. Bajo el mismo se encontraban restos de alguna antigua construcción de origen incierto. Las columnas dóricas se repartían por el lugar, algunas destrozadas en el suelo junto a restos de esculturas gigantes de algún ídolo extraño recubiertas por enredaderas que iban creciendo lentamente. El agua rosada de la fuente caía en cascada hasta el mini lago donde las diversas flores y matorrales se reunían dando cobijo a los tigres-abejas quienes tomaban de su miel bajo la enorme sombra de la cúpula bizantina. El aire movía las burbujas con parecido a pelotas de béisbol de forma juguetona y ahí, en aquel pequeño oasis de ambigua belleza se encontraban las ideas, los sueños, la imaginación. Estaban las Prometheas, cada una un reflejo de su antiguo huésped ya fallecido.
Allí estaban, alrededor de la más joven entre ellas; William Woolcott o Bill. Al parecer su actitud había alertado a las mayores, inquietas porque sus pasos la llevaran a un mal fin, pese a ser quién más tiempo ha llevado encarnando a la heroína, era también la que poseía la actitud más desenfadada y despreocupada. Ellas no dictaban ni castigaban, solo aconsejaban y guiaban. Por eso esperaban que recapacitara.
-Debes comprender que esto que haces puede llevarte a un mal resultado.- Dijo Anna, quien sabía que consecuencias podía traer hacer mal uso de Promethea pues en sus propias carnes lo vivió y sufrió. Su hija, Margie, mitad material mitad idea se encontraba a su lado, como siempre, observando con su rostro dibujado.- Puedes confundirle y el...el puede no aceptarlo. Bill, eres un hombre.
-¡Pero también soy Promethea!
-Lo eres- dijo Margaret, quien flotaba observandole desde una nube de estrellas a baja altura.
-Entonces, ¿porque no se me permite amar libremente y disfrutar?
-Claro que puedes querida pero, tememos por ti. Tienes responsabilidades.
-No tengo una guerra en la que luchar como tu...
-¡Necia! Siempre hay batallas, tanto aquí en la Inmateria como en el mundo material. No recuerdas cuando tuve que hacer frente a Marto Neptura? El peligro está siempre presente.- interrumpió de forma algo abrupta Grace Brannagh, la más clásica.
-Aghh....está bien...está bien, prometo que lo pensaré.
Con una contestación digna de un adolescente, Bill salió volando sin dejarles continuar y regresó al mundo material, donde su forma de hermosa Promethea desapareció para dejar paso a William, el hombre treintañero, dibujante e incomprendido en una sociedad donde el amor entre hombres no estaba bien visto. Miró su mesa de trabajo, donde las páginas del siguiente número de Promethea le esperaban. Su historia. Aquello les unió, aquello le dio esperanzas. Sus hermanas solo temían por el, querían que tuviera una buena vida una que merecía, y el lo entendía y las apreciaba. Quizás había jugado demasiado tiempo a ser otra persona. Pero el amaba. Estaba enamorado y sabía que era correspondido. Pero Dennis Drucker amaba a una diosa, la diosa a la que el convocaba dibujando.
Suspiró y decidió que quizás era hora. Descolgó el teléfono y llamó a Dennis.
-Dennis, soy William, William Woolcott y tenemos que hablar.
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"Si no existiera, tendríamos que inventarla".
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