La Búsqueda del Herrero (Cullen)

El Feudo Celestial, siglo XIII dC.


La Ciudadela hervía de vida.

Era día de mercado; los carromatos iban y venían, el aire estaba poblado de gritos y llamadas, y las callejuelas estaban llenas de gente.

El hombre de la capa se abrió paso entre compradores y vendedores, como si supiera con total certeza a dónde se dirigía. Algunos lo miraron con curiosidad; motivada, sobre todo, por el hecho de que sus rasgos estuvieran ocultos bajo la capucha. Sin embargo, la mayoría no le prestó atención. No era tan raro que peregrinos y viajeros cruzaran la región del Feudo Celestial y, si ellos no se metían con nadie, los aldeanos tampoco indagaban en sus asuntos.

De haberlo hecho... sí, de haber conocido la naturaleza del encapuchado o sus verdaderas intenciones, muchos le hubieran dedicado una segunda mirada.

Pero nadie reparó en la dirección que tomaba el hombre, ni en cómo se detenía en un lugar concreto, como si aguardara a alguien. Su cita, por cierto, no tardó en llegar, ajena a la reunión que se había concertado sin su conocimiento.

Cullen Rutherford y su familia habían salido a dar un paseo a caballo, como tenían por costumbre. El Capitán aún sonreía tras compartir una broma con su esposa, cuando el encapuchado salió a su encuentro, deteniéndose en medio del sendero.


- Bienhallados seáis - dijo, en voz alta, mostrando las palmas de ambas manos para indicar que estaba desarmado - Busco al Herrero. Se trata de un asunto de la más vital importancia.

La voz era la de un hombre maduro y la capa permitía apreciar parte de su rostro; mandíbula firme, perilla cuidada, los labios apretados en un gesto que traslucía determinación.

- ¿Podríamos discutirlo en privado?

Eran los primeros días de primavera. Aun reinaba el blanco de la nieve pero el verdor de la hierba le ganaba terreno cada día. La nieve derretía formaba pequeños ríos los cuales a la pequeña le gustaba pasar por encima, le hacía gracia como la pata el animal golpeaba el agua y salpicaba. La madre le advertía que podía ser peligroso y lo dejara estar, pero la niña no le hacía casa, había salido cabezona como sus padres. Eso hizo mucha gracia al caballero, riendo acompañado de su mujer, ya daba por perdida a su hija. El hermoso día se oscureció por la visita del encapuchado, ambos adultos intuían que no era un visitante cualquiera, lo notaban en el ambiente.

Buenos días noble viajero

Hablo la inquisidora, desviando lentamente su mirada a quien buscaban, a su marido, el cual no dudo en acercar a quien le reclamaba. La mujer se preocupo, no sabían quién era ¿y si era una trampa?

Tranquila Laura, volveré pronto, sigue el paseo con Maria.

Llevaban tanto tiempo juntos que no necesitaban palabras para saber cómo se sentía el otro. Sabía que podía ser una trampa y por eso quería alejar a su mujer embarazada y a su preciosa hija del peligro. La mujer al ver la firmeza de su mirada no pudo negarse y se fue con su hija, la cual miraba a todos sin saber qué pasaba. Una vez a solas hablo.

Ya estamos a solas caballero ¿vos podéis informarme de vuestro nombre y el porqué necesitáis de mis habilidades? Sobre todo para saber con quién estoy tratando y si decido aceptar vuestro trabajo o no.

Cuando estuvieron a solas, el hombre se retiró ligeramente del camino, para evitar que alguien interrumpiera su charla. A la pregunta del herrero siguió un largo silencio; el desconocido parecía valorar sus posibilidades. Qué podía decir, y qué no.

- Es justo - reconoció, al final, y se retiró lentamente la capucha de la cara.

Ante Cullen había un hombre de unos cuarenta años de edad, cabellos castaños y perilla. En sus ojos azules había una expresión insondable.

- Mi nombre es Patroklos -dijo, lentamente. Tenía un suave acento mediterráneo; probablemente griego, a juzgar por el nombre - Pero saberlo es irrelevante para vos. No vengo en representación mía.

Las palabras del hombre dejaban entrever una suerte de impaciencia contenida.

- Lamento que no haya tiempo para detalles. Se cierne sobre nosotros una gran amenaza; mis aliados y yo la hemos... visto. - tras un instante de ominosa pausa, el viajero continuó - La única forma de detenerla pasa por un ritual, un ritual para el que se requiere una daga que sólo el Herrero puede forjar...

Los ojos del hombre se clavaron en los del templario.

- Vos sois el Herrero. Nuestra visión nos lo ha mostrado. Por eso he venido a buscaros. Y os pido que regreséis conmigo.

Afirmo con la cabeza al ver el rostro del hombre, ahora ya sabia con quien trataba. Afilo su mirada momentáneamente cuando le comunico que solo era un simple mensajero ¿Quién sería el señor que necesitaba de sus habilidades? Le siguió aun montado en caballo, mirándole desde las alturas que le mostraba su fiel corcel. Hablaba sobre una visión y un ritual, eso le daba muy mala espina. Por más que el bondadoso espíritu que habitaba en el Templario le comunicase que no desconfiara de este hombre, el lo hacía, más cuando le comunico que le acompañara.

Bienhallado Patroklos, es un honor poder ayudar a los demás, pero tengo que saber si las intenciones de quien os envían son las correctas. Háblame de la Daga y de dicho ritual… seguro que la forja de mi feudo podre trabajar.

No se  iría con el primer desconocido que se le cruzara por el camino, no ahora que las cosas le iban bien y mucho menos abandonar su familia.

Bienhallado Patroklos, es un honor poder ayudar a los demás, pero tengo que saber si las intenciones de quien os envían son las correctas. Háblame de la Daga y de dicho ritual… seguro que la forja de mi feudo podre trabajar.

Patroklos parecía contrariado, pero accedió a responder. Sin embargo, parte de la urgencia que sentía se trasladó a su voz mientras lo hacía. Tenía muy poco tiempo.

- El mundo corre un gran peligro. Algo está a punto de suceder, algo que nuestros ojos no logran ver. - dijo. El temor ribeteaba sus palabras.- La amenaza es real, señor Rutherford, pero, sin el ritual, caerá sobre nosotros antes de que podamos hacer nada para impedirlo. Necesitamos vuestra ayuda.

El hombre dio un paso hacia Cullen, alzando lentamente una de sus manos.

- Apenas hay tiempo - musitó, más para sí mismo que para el paladín- Lo mejor será que lo veáis con vuestros propios ojos. Así comprenderéis de lo que os hablo...

Los dedos del encapuchado rozaron la frente de Cullen. Y entonces, pudo ver.

Al principio, las imágenes se sucedieron con una velocidad vertiginosa, haciendo casi imposible distinguirlas unas de otras. Un corazón que dejaba de latir. Un hombre que gritaba. Una reunión de personas con extrañas vestiduras. Un triángulo y cinco líneas verticales. Un pájaro de fuego. Un cristal hecho añicos. Y muchas otras cosas que no entendió.

Se vio a sí mismo, trabajando en una forja, golpeando el acero al rojo para darle forma. Lo sumergió en el agua fría y el metal siseó al tiempo que el vapor se elevaba.

Y, entonces, el Apocalipsis. Gritos desgarradores. Grietas en el suelo. Grandes edificios de cristal que Cullen no había visto jamás, derrumbándose sobre la gente que trataba de escapar. Muerte. Oscuridad.

Y después, silencio.

Cuando la visión terminó, Cullen se encontró jadeando, su piel cubierta de una fina película de sudor frío. Los ojos de Patroklos estaban fijos en los suyos, inexpresivos; sin embargo, el griego le pareció ahora más viejo y cansado.

- ¿Lo entendéis ahora? - preguntó, despacio, el viajero- No puedo esperaros más. Por una vez, el Tiempo no es mi aliado, sino mi enemigo.

El paladín tuvo un mal presentimiento en el momento en que el hombre lo aferró por el antebrazo.

- Tenemos que irnos.

Aquello fue lo último que oyó antes de que la magia se arremolinara a su alrededor, tirando de él y arrastrándolo al vacío, muy muy lejos de su hogar...

Miro extrañado como acercaba los dedos a su mente, pero nada se podía comparar a las imágenes que le mostraban. Esas extrañas imágenes y el mismo forjando en un lugar que no era su casa.  Pero lo que mas le impacto fue ver tal destrucción: ver esos extraños edificios descomunales aplastando a gente con extraños ropajes. ¿De donde eran esas imágenes? No le habían llegado noticias de semejantes construcciones y esas vestimentas estuvieran de moda en alguna capital lejana. Era todo muy rápido, sudando sin comprender lo que ocurría, su fiel corcel se acerco mas a el notándolo alterado. Ahora comprendía las palabras de griego.

Esta bien pero déjame al menos despedirme de mi…

No tuvo tiempo. No había tiempo para despedidas. Antes de que pudiera darse cuenta ya estaba en otro lugar bien cogido a las riendas del caballo. Miro todo a su alrededor asombrado, la vegetación era diferente, el aire algo perturbado al igual cuando se quema el carbón para hacer funcionar la fragua.

¿Dónde estamos?

Se quedo mirando fijamente al extraño hombre, se le notaba alterado e impaciente. La Divina no sabía cómo explicarle lo que ocurría, intuía que estaban en otro tiempo pero prefería que  Patroklos lo aclarara.

¿Dónde estamos? - preguntó Cullen, asombrado.

Patroklos se tomó un instante para recobrar el aliento.

- Algunos lo llaman Nueva Amsterdam; otros, Nueva York - el griego puso una mano sobre el morro del caballo, calmándolo- Estamos en el Segundo Milenio de Nuestro Señor. Os he traído aquí a través del caudal del tiempo. Pero os prometo que os conduciré de nuevo a vuestro hogar, una vez hayamos impedido que se cumpla la Profecía.

Dicho esto, le señaló una puerta.

- Desmontad, os lo ruego. Debo conduciros ante el Pacto. - Patroklos abrió la puerta, y condujo al sorprendido templario a lo que parecía el interior de una taberna. Allí había varias figuras reunidas en silencio.

- Llegas tarde, Crono. - dijo una de ellas, aproximándose.

Se trataba de una hermosa mujer, de cabellos negros como la noche. El verde era el color que predominaba en su atuendo; estaba presente no sólo en su corpiño, sino también en sus ojos.

- Aún no ha llegado la hora, Encantadora. Y además, traigo conmigo al Herrero.

Hubo un murmullo de voces alrededor de Cullen.

- Bienvenido, Forjador - saludó otra de las figuras, dando un paso al frente. Era un hombre alto, de mediana edad, con un cuidado bigote bajo su nariz aguileña. Sus cabellos eran oscuros, pero algunas canas empezaban a abrirse paso en sus sienes. Iba vestido con un sombrero de copa, una camisa blanca con un lazo negro en el cuello. El resto de sus vestiduras también eran negras. - Diría que llevamos mucho tiempo esperándote, pero sería faltar a la verdad... y, aún así, todos nosotros hemos contado cada segundo desde que Crono ha ido a buscarte. - tendió la mano a Cullen en un gesto de cordialidad - Lamento haberte traído tan lejos de tu hogar, pero nuestro enemigo no nos ha dejado otra opción.

- Saludos, Cullen Rutherford - musitó otra mujer. ¿Cómo podía conocer su nombre?- Aquél que forjará la Daga de Plata.  

- La mirada de Xanadú nos ha revelado los materiales que necesitas para completar tu labor - dijo el hombre del bigote.- Te los proporcionaremos, junto con una forja, donde podrás establecerte hasta que hayamos evitado la catástrofe y Crono pueda devolverte a casa.

- Pronto será el día señalado. - intervino Patroklos.

El resto de figuras de la sala manifestó su inquietud con miradas silenciosas o susurros apenas audibles.

- Aquí tienes cuanto necesitas, Forjador - dijo la mujer de verde, tendiéndole una pequeña llave de hierro - Tu obrador está en Escocia. Lo encontrarás equipado y provisto.

- Yo lo acompañaré - continuó el hombre del bigote - Erba nu latrop a aicocse... - ordenó, con voz potente, mientras el tejido de realidad que los rodeaba se desgarraba para mostrar una apertura. Al otro lado, había un pequeño pueblo rodeado por un inmenso prado verde. El caballo de Cullen emitió un breve relincho.

- Acudiré a recoger tu obra, cuando esté terminada. Recibirás un pago y un salvoconducto a casa. Te doy las gracias por tu ayuda en esta época de necesidad... - Crono estrechó brevemente la mano de Cullen, antes de que el Templario y el Mago cruzaran el portal hasta el que se convertiría provisionalmente en su hogar...

Escucho atentamente sus palabras, afirmando con la cabeza más relajado pero seguía igual de enfadado.

Me hubiera gustado poder despedir de mi familia…

No era que no creyera las palabras del señor pero un viaje por el tiempo le pareció excesivo y aun tenía que asimilar todo lo vivido recientemente, se dejo guiar hacia esa especio de taberna desmontando de su caballo previamente. Se adentro observando y conociendo a esas personas que extrañamente parecía que ya le conocían, no recordaba a verse cruzado con ellos en el pasado. Al parecer no les importaba que entrara con el caballo a su lado, eran gente bien extraña. Saludaba cordialmente a cada una de las personas que se le dirigían. Miro de reojo a Patroklos, al parecer su verdadero nombre era Cronos pero luego cayo en la cuenta que era igual al dios del tiempo de los griegos ¿seria una mera coincidencia? Cogió con cuidado la llave e realizo una reverencia.

Por mi honor juro que forjaré la mejor de mis dagas por tal de salvar el futuro.

Sin añadir nada mas se dejo guiar por el mago junto a su fiel corcel sin dejar de pensar en su familia.

EPÍLOGO

Le llevó casi dos semanas forjar la daga. Podría haber hablado de ella como su obra maestra, si no fuera porque nunca tuvo la oportunidad de completarla.

Uno a uno, recibió los materiales que necesitaba.

La plata. Un tipo de plata que no había visto nunca, tan moldeable como el estaño, tan resistente como el acero templado. Le dijeron que venía de muy lejos, y que eran las lágrimas solidificadas de una luna lejana.

La pluma de un ave roja, cálida como el fuego que alimentaba su forja. Se prendió en sus manos y se volvió ceniza sobre el yunque. Pero, cuando regresó para limpiarla, la pluma estaba intacta de nuevo, en el mismo lugar donde había ardido hasta consumirse.

Una esquirla de cristal, afilada como una espina, que latía como si dentro albergara vida.

Y otros componentes, igual de extraños e igual de maravillosos.

Los magos con los que había hablado en Nueva York (Shadowpact, se llamaban) se los fueron trayendo, uno a uno, para que formaran parte del entramado de la daga. Cullen trabajó día y noche. El sonido de su martillo, mallando el metal, llenó las esquinas de su forja en las Tierras Altas. El sudor goteaba de su frente. El arma recién forjada siseó al contacto con el agua fría. Y, finalmente, la Daga de Plata fue terminada.

Crono llegó el decimotercer día.

- Bienhallado seas, Herrero. He venido a buscar la Daga.

Cullen le pidió que lo acompañara al interior de la fragua, donde había depositado el arma terminada la noche anterior.

Pero la Daga de Plata no estaba. En su lugar, el Herrero halló un reloj de cadena. El cristal estaba roto; las agujas, detenidas para siempre.

Crono se llevó la mano al cuello al verlo. No había ninguna cadena pendiendo de él.

- No... ¡¡¡NO!!! - gritó.

Con el rostro desencajado, Crono aferró el reloj y se desvaneció en el aire. Cullen se quedó solo, sin comprender qué acababa de suceder.


Los portales llegaron poco después. Se abrieron de improviso; en el cielo, en las colinas, en los infinitos prados verdes. Trajeron el caos al mundo.

Y Patroklos nunca regresó para llevarlo a casa.

Cullen Rutherford estaba atrapado en un mundo que no era el suyo, justo cuando el Cosmos había decidido hacerse pedazos.