Poltergeist. (Slyferius Mac) 30/2/2019

Últimamente, Dalae estaba teniendo mucho trabajo. Aunque no demasiado, por que ella en el fondo agradecía estar ocupada con aquellos asuntos. Con una mano, jugaba a ser la mensajera de la diosa Diana, autoproclamada salvadora de las mujeres; mientras que con la otra, trabajaba para un "dios" muy diferente. Por no decir que los propósitos de las dos intrigas paralelas eran bien distintos, aunque fueran ríos que iban a desembocar en el mismo mar. Todo sería mucho más fácil si no se estuviera hundiendo en uno de ellos lentamente.

El día anterior había vuelto del Mediterráneo, y el jet lag no se le había ido aún. Pero el tema de Themiscyra y su intento de dominio mundial estaba atado de momento, con lo que sólo le quedaba una última cuestión. Esa misma que le quitaba el sueño esa noche. Ella nunca había tenido un sueño demasiado plácido, pero aquello era demasiado. Era la una de la madrugada. Alemania, en febrero, tenía temperaturas muy bajas. Esa noche en particular, unos - 4°C con un viento del que te muerde la piel hasta llegar a los huesos, del que no para hasta helarte el alma. Dalae estaba tumbada en la cama, con una sencilla camiseta de tirantes blanca y un pantalón corto gris, destapada,  con todas y cada una de las ventanas de la habitación abiertas de par en par. Las cortinas blancas y lisas se movían al compás del viento, dibujando sombras sobre la pared con la luz de la luna creciente. Y aún así, no podía conciliar el sueño.

Era una de las pocas noches que pasaba en la Base desde hacía tiempo. Al día siguiente, iría al aeropuerto, en dirección a París. No sabía dónde dormiría allí, pero de lo que sí estaba segura era de que esa habitación le resultaba insufrible. Dió una vuelta más en la cama, intentando ponerse cómoda. Tendría que haberle pedido a Raden que se quedara: Dormir con él era mucho más fácil, se sentía más segura. Pero el lobo se había ido a Nfleheim, y ahora Dalae estaba ahí sola. Quizás no fuera por la habitación, reflexionó. Quizás era una especie de nerviosismo acumulado por lo que planeaba hacer el Francia. Era uno de sus planes más ambiciosos, cierto, pero estaba todo calculado. Nada podía fallar, o eso se decía a sí misma. "-Aunque se poco servirá si te quedas dormida en la mansión de Arión nada más llegar."-Tenía que descansar...

Y de pronto se le ocurrió una idea. Se incorporó y se puso unas bailarinas de tela que usaba para andar por la Base cómodamente, y bajó a la cocina, en busca de un chocolate caliente. Quizás no fuera la idea más acertada a primera vista, pero Dalae se conocía lo bastante a sí misma como para saber que aquello funcionaba. Con una taza humeante entre las manos, volvió a subir las escaleras despacio, como si no quisiera hacer ruido. Aunque, ahora que lo pensaba, no había nadie a quien despertar.

Cuando llegó, cerró la puerta tras de sí, y apoyó el chocolate en su escritorio de madera oscura antes de sentarse el la silla. Junto a la taza, había algunos libros antiguos, junto con una libreta pequeña, de tapas duras y poco llamativas. Dalae cogió esta última, y la abrió para leer por vigésima vez su contenido. Todas las pistas que había recabado aquí y allí sobre el caso de Ahri'anh. La asgardiana era curiosa por naturaleza, y el atlante había despertado el ella un vivo interés. No sólo por lo que le habían hecho pasar, sino también por su estado actual. Y quizás algo más... "¿Pero qué te han hecho?"-Pensó, pasando los dedos sobre la pulcra y recta caligrafía negra.

Levantó la vista del papel por instinto. Juraría haber oído un susurro tras ella. Instintivamente, dejó el cuaderno el la mesa sin ninguna señal de alarma. Era imposible que nadie hubiera entrado allí salvo Raden, Loki o Leah, y ninguno de los tres hacía ruido ni tenía motivos para susurrar. Estaba casi segura de que alguien la había llamado, pero el sonido del viento enmascaró. Se giró despacio, preparando unos proyectiles de hielo en su mano derecha. Si había varios, uno de ellos ya podía darse por muerto. Pero cuando se giró, se dio cuenta de la soberana ironía de esto último.

-Tú estabas muerto...-Su expresión el esos momentos era indescifrable. Esa cara de póker que se te queda cuando hay varias cosas que expresar y al final no aflora ninguna. Quizás se alegrara hasta cierto punto de ver a un amigo de nuevo. Hasta cierto punto. Pero por otra parte... Dalae sintió esa rabia devoradora que le ardía en las venas, ese odio que la mantenía en pie en gran medida. No se merecía estar ahí. No es que hubiera sobrevivido, no es que siguiera vivo. No. Estaba claro que era un fantasma, que había muerto y se las había arreglado para llegar a aquel mundo. ¿Por qué él podía volver y sus padres no? Apretó los labios, permitiendo que su expresión siguiera sin reflejar nada en absoluto. Pero pensemos con calma. Quizás se pudiera sacar algo de utilidad a aquello, además de conseguir que Slyferius volviera a su lugar en el mundo sin más complicaciones si así lo quería. Además, por su aspecto, no parecía un fantasma vengativo, lo cual era todo un alivio. Pero lo primero era averiguar qué hacía ahí.

-Cuánto tiempo.-Se levantó y se apoyó en el borde de la mesa, sin dejar de mirarlo con esos ojos que podían helar el infierno. Cruzó los brazos antes de continuar, lentamente.-¿Cómo lo has hecho?

-Estás muerto.-No podía y no quería pensar en que había dejado de respirar. Dalae no era experta en fantasmas, pero su lógica le decía que eso no tenía arreglo. Sólo conocía a un fantasma, y lo llevaba relativamente bien. Pero por que ya había asumido que su corazón ya no latía, en vez de desear la vida que había dejado atrás. Tampoco es que su no-vida fuera un camino de rosas, pero el lobo se las había arreglado, a base de tiempo y esfuerzo, para encontrar ese equilibrio emocional y mental. -Sin más. Quieras o no. Acéptalo.

Pero no le hizo mucho caso. Nunca lo había hecho, al fin y al cabo. De ser así, no estarían teniendo esa conversación, después de todo. Se puso a recordar... Qué curioso, pensó ella. Raden decía que había olvidado el momento de su muerte, que apenas recordaba algunas cosas deer su vida, y poco más. Supuso que eran casos muy diferentes. Aunque eso no fue lo que le llamó más la atención. La mano del espectro sobre la suya, y su tono de voz tan cercano le hicieron fruncir el ceño. Le dejó hablar, por supuesto, aunque ya se imaginaba lo que iba a decir, palabra por palabra. Siempre había sido demasiado sentimental, demasiado predecible. Y eso no había cambiado a pesar del paso del tiempo. Cuando acabó su discurso, la asgardiana cruzó los brazos sobre el pecho. Cualquiera podía adivinar que estaba de mal humor. Muy mal humor. -¿Qué quieres que te diga? ¿Que lo siento? Sabías a qué estábamos jugando, Slyferius, y perdistes. No fuiste suficiente, no aguantaste, y quien se queda atrás, muere. Yo tampoco me arrepiento de nada, los remordimientos no son útiles y sólo entorpecen a las personas, pero tampoco me siento triste. Podrías haber abandonado a tiempo...-Su expresión se endureció aún más. -Pero en lugar de eso subiste la apuesta. No hay nada para ti aquí.

Sin inmutarse, se apartó, dejando el borde de la mesa en la que estaba apoyada. No había respondido a sus preguntas, por supuesto. No había venido a eso. Quizás si hubiera hablado de otra manera Dalae hubiera tenido más paciencia con él, pero no había sido así. Obviando la cercanía que él se empeñaba en mantener, la asgardiana se sentó en el marco de la ventana abierta, dando la espalda al abismo que se extendía abajo. A Dalae le gustaba esa torre, siempre en medio del viento helado que silbaba al resbalar sobre los muros, el mismo que ahora hacía flotar su pelo levemente, como si la peinase.

-Así que dime qué quieres, no puedo permitirme perder demasiado el tiempo. Mañana voy a tener un día ocupado, y necesito dormir bien. Por que como tú has dicho, yo sigo trabajando, incluso mejor que antes. Al menos alguien mantiene la maquinaria en marcha.

Ni siquiera se despidió, simplemente se desvaneció en el aire. Tampoco es que Dalae hubiera querido prolongar más aquella conversación. No sentía culpa, no le echaba de menos, y no iba a ayudarle. No podía, y si pudiera, resucitaría antes a otras personas. No era nada personal, por supuesto. Era una cuestión práctica, algo que estaba ahí, sin más. Si Slyferius creía que no había perdido nada, y vivía feliz su muerte, mejor por él. Era algo que se había quedado atrás, perdido en el tiempo, y la asgardiana ahora mismo tenía los ojos mirando hacia el futuro.

Dejó la taza vacía sin recoger, y se dirigió a su cama. Raden aún no había vuelto, pero eso no la preocupaba: Había pocas cosas que supusieran un problema para él, y ninguna de ellas en Nfleheim, el reino en el que se suponía que se encontraba. La tela de su vestido blanco pareció fundirse con las sábanas cuando volvió a la cama, para dejarse vencer esta vez por el sueño.

No durmió tranquila, sin embargo. Las imágenes de fantasmas, robots, chicas y magos de pelo castaño le hicieron compañía durante el resto de la noche. Siempre perseguida, siempre buscando cómo salir de ninguna parte. Como si los remordimientos que tal tenazmente esquivara de día intentaran aprovechar para colarse cuando no podía verlos llegar. A la mañana siguiente, la asgardiana se levantaría con una sensación de inquietud que la mantendría tensa todo el día, a pesar de que nunca había planeado nada con tanto detalle. Apenas recordaría los sueños en los que Sasha la odiaba, o cuando todas las personas a las que había matado seguían el ejemplo del albino y se presentaban, el forma de espíritus, en su habitación.

Pero eso no le impidió tomar el vuelo hacia París al día siguiente, con una cara y un pasaporte prestados. Tenía mucho trabajo que hacer aún...