Problemas con el juego [Dmitry Volkov] - (20/04/2018)

Un día como cualquier otro, me levanté y dije: “¿A quién puedo desplumar que no he desplumado todavía?”. “Pues a los japoneses” fue mi respuesta inmediata. Encima nunca había ido a Japón. Tenía curiosidad por ese país. Incluso podría conseguir algún trabajo de los míos, siempre con una buena suma de dinero de por medio. Si no, que les zurzan.
Una vez en Japón, más concretamente en Tokio me fui al primer casino que vi a intentar arruinar a alguien, aunque dada mi mala suerte no me extrañaría que fuera al revés.
Al entrar al casino vi gente con cara de muy pocos amigos, menos de lo habitual en la cara de la gente de allí. Pensé por un momento camuflarme, pero finalmente no lo hice ya que si se alargara mucho la partida ese camuflaje acabaría de golpe y la cosa acabaría mal para mí. Entonces decidí simplemente ser algo cuidadoso, ya que en mi historial había una orden de búsqueda en varios países, como por ejemplo Rusia. Me senté en la mesa de póker donde estaban los jugadores menos simpáticos del lugar. Reconocí algunos de sus tatuajes y me di cuenta tarde que pertenecían a la mafia japonesa.
Al empezar aposté todo el dinero que tenía, cosa que luego fue lo peor que pude hacer. ¡No veas lo bien que juegan al póker los japoneses! Son tan inexpresivos que no sabes si van de farol o van enserio. Así fue como me desplomaron en una media hora, que es lo que tardamos en hacer cinco rondas.
Los mafiosos se pusieron de mal humor al haber perdido tan rápido, pese a que para ellos les suponía un ingreso extra. Lo entendí luego; resulta que esa mesa era reservada para solo jugadores expertos y dado que perdí casi nada más empezar se ofendieron porque consideraron que compare mis habilidades con las suyas. Se levantaron con la intención de sacar sus armas para acribillarme a balazos, pero aunque lo hicieran no acabarían conmigo.
De todos modos tener problemas con la mafia es un asunto muy serio. Fingí rebuscar en mi gabardina y en el descuido en el que ellos pensaron que estaba buscando mi arma aproveché para lanzarles la baraja de cartas con la que estábamos jugando. La confusión que se produjo en ese instante me sirvió para salir pitando de allí y camuflarme con la primera persona que me cruzara. Resulto ser una especie de bufón de la corte.

Aunque no había perdido, más que nada porque sabía cuándo no apostar y cuánto poner sobre la mesa cuando me la jugaba, me costaba concentrarme más de lo normal. ¡Mucho más de lo normal! El jaleo en vez de disminuir o ser algo ocasional y momentaneo, pasó a ser cada vez más y más fuerte. Y no paraba. Me comencé a preguntar si había una policía del decibelio en ese país para hacer una denuncia cuando me di cuenta de que no era jaleo de borrachuzos ni de, simplemente, terroristas de los tímpanos. Se trataban de gritos de indignación.

Entre jugada y jugada miré de reojo. Había un tipo de gabardina andrajosa jugando en la mesa de los Yakuza. Una mesa que tenía dos únicas condiciones de juego. Uno; el jugador que se sentaba con ellos debía darles una buena partida, que se consideraba como tal si se tardaba en acabarse y el dinero se movía mucho entre manos. Dos; no debía importarte lo que te pasara si te desplumaban y barra o acumulabas una deuda con ellos. El tipo que se había puesto a calentar la silla de invitados de esa mesa no parecía ser el mejor jugador de todos. Desde que su tufo vino apenas había pasado una media hora y ya tenían lo que parecía ser todo el dinero del andrajoso en sus manos. ¡Normal que se indignaran! Incluso escuché armas de fuego cargándose para disparar, aunque las balas nunca salieron de las pistolas.

Por lo visto el mal jugador de póker era tan patético en las cartas porque se había gastado sus puntos de habilidad en otra cosa... O algo así. Su mejor baza era, simple y llanamente utilizar a alguien de señuelo convirtiéndose en esa persona. Y resulté ser yo. Ahí resoplé, dejé la mesa de póker poniendo las cartas boca arriba de un manotazo y cogiendo mi dinero ganado y fulminando al tipo con mi mirada todo lo que me permitía el olor a rancio de esa gabardina. Mareaba.

-Pero bueno, vejestorio... ¿No te basta con enfadar a una mafia que encima me tienes que intentar echar la culpa a...?

Los tipos, como habían estado viéndolo y en todo momento lo tuvieron controlado, sabían cuál de los dos era. El que hacía más rato que se había levantado y el que estaba más lejos de una silla. Lo apuntaron y soltaron algunos despropósitos en su lengua.

<< Por una vez prefiero los niños... >>

El camuflarme convirtiéndome en aquel bufón no sirvió para mucho, ya que los Yakuza me siguieron con la mirada. Y sabían quién era quién no solo por haberme tenido a la vista sino también por mi olor corporal y de la gabardina, que llevaba mínimo un mes sin lavarse. Tenía que haberla llevado a la tintorería, pero hasta el día de ayer no tenía dinero; de nuevo lo perdí todo en una apuesta.

Al enterarme de eso decidí pasar olímpicamente de aquel payaso de circo que me empezó a hablar con indignación mientras venían los mafiosos hacía mí. Era preferible salir corriendo, ya que me podía intentar esconderme con la muchedumbre que había en el casino. Pero no sirvió de nada; los japoneses seguían detrás de mí esperando un blanco fijo para dispararme.

Al cabo de unos minutos corriendo ellos ya se cansaron de esperar a conseguir un tiro claro y empezaron a disparar como si no hubiera un mañana y dando al que se ponía en medio. Sin importar si era compañero, político, ídolo religioso o vendedor de calcetines a domicilio. Ignoraba cuantas balas fueron disparadas, pero por los gemidos de dolor en mitad de los gritos de pánico supuse que había por lo menos unos veinte heridos. Y a saber los que murieron antes de gritar.

De haber sido una persona normal hubiera caído en esa masacre que estaban haciendo. Tuve la mala fortuna de que una de las balas me impactó, y en el momento en el que me paré por el dolor punzante del plomo atravesando del cuerpo me acribillaron. Sin embargo ninguna de las balas impactó en un punto vital. La mayoría cayeron en articulaciones y extremidades, con lo que mis habilidades regenerativas me permitieron continuar con la huida. Mi aguante los dejó pasmados el tiempo necesario para que me perdieran de vista, al fin. El momento de descanso que vino después me ayudó a terminar de curarme de los disparos, si bien las balas se quedaron dentro de mi cuerpo. Tendría que extraerlas más tarde.

“Malditos japoneses, un poco mas y no lo cuento. ¿Por qué tuve que decidir transformarme en un bufón detestable?”

Los mafiosos no eran estúpidos. De serlo habrían caído todos como moscas al dedicarse al mundillo del crimen organizado. El tipo apestoso del abrigo hecho polvo también pareció darse cuenta de ello, así que decidió pasar a la táctica de correr como un pollo descabezado por el casino. El resultado fue que se produjo una escabechina en la que hubo una buena dosis de balas, de heridos y de muertos. Aun así, como su transformación no se había revertido cuando huyó, tras un rato podrían llegar a pensar que yo era el que buscaban. No me quedaba otra que intentar salir yo también antes de que decidieran convertirme en un colorido colador y me mataran cinco veces antes de caerme al suelo.

Aun así aquel día parecía que la suerte no quería sonreírme. Me había dado la espalda y parecía observarme con un espejo comiéndose unas palomitas mientras disfrutaba de mi desgracia. ¿Por qué decía eso? Simplemente porque me volví a encontrar con el tipo. El olor a tela rancia me lo advirtió antes incluso de que me viera a mí mismo copiado vilmente

-Bien, bien… Creo que te voy a denunciar a la policía del decibelio y a la del plagio – le espeté nada más ponerme delante de él -. Supongo que tienes idea de los problemas que me vas a causar, ¿no? ¡Máaaaaas te vale!

Dicho eso me crucé de brazos y miré un cartel que teníamos al lado. En él ponía “No hay ningún botón secreto detrás de mí. Siga jugando” Allí se me ocurrió una idea de la cual podría salir muy beneficiado.

-Aunque creo que puedo hacer la vista gorda si colaboras conmigo.

<< Fortuna, cógete otra tanda de palomitas. Las necesitarás. >>

Al despistarlos comencé a sufrir un dolor algo intenso por las balas encerradas en mi cuerpo. Me quede quieto para acostumbrarme a la dolencia que tenía, y al momento estaba aquel graciosete circense delante de mí. El irritado bufón quiso ofrecerme una especie de compensación por plagiarle y causarle problemas, con una pequeña colaboración amistosa.

De golpe me quede fijándome bien y me di cuenta que me resultaba bastante familiar, incluso tenia rasgos parecidos a los míos. Tras observarle un par de segundos me vino a la mente un recuerdo del laboratorio que tiempo atrás intentamos desmantelar. Aquel donde me capturaron y jugaron a ser Dios con mi cuerpo.

“Sí, este bufón me recuerda a…”

- De acuerdo, colaboraré contigo si saco algo de beneficio. Si no es así tendrás que buscarte otro cabeza de turco, chaval.

Tras dejarle claro mis principios, esperé a que aceptara mis condiciones. Supuestamente no estaba en posición de negociar, pero tenía que ser firme en mis convicciones. No dar mi brazo a torcer. Era una de las claves para mis negocios.

“Sin pasta yo no trabajo, el dinero lo es todo para mí. O más bien, lo único que me queda.”

Por lo menos no era lo bastante terco como para tener que intentar obligarle por las malas a que me echara una mano. Eso facilitó mucho las cosas, si bien era lo bastante estúpido como para irme pidiendo cosas a cambio de una ayuda que tenía que devolverme por fastidiarme la jornada de póker. Gruñí cuando dijo lo del dinero. Sucio capitalista con pinta de comunista. Énfasis en sucio.

-¿Beneficio? Yo creo que no eres quién para exigirle nada a nadie. Pero bueno… Supongo que te podré dar el veinte por ciento de lo que obtengamos. Normalmente es el cincuenta… Peeeeeero me has chapado el negocio del día. De todas formas el pellizco será interesante.

El tumulto ayudaba mucho a que pasáramos desapercibidos a la hora de dar el golpe que pretendía hacer, pero aún quedaba un toque para que la gente pasara completamente de nosotros. Había habido jaleo y disparos. Sangre sin vodka derramada y gente que ya no volvería a abrir los ojos. Pero para terminar de producir el pánico y que nadie se preocupara más que por sus vidas necesitábamos la guinda del pastel.

Esa guinda era picante. Ardiente. Era fuego, literalmente. La ira era utilizar mi piroquinesis en una de las mesas de juego para iniciar un incendio. Los que se dieron cuenta al principio fueron pocos, pero una vez el humo llegó al techo y se activó la alarma de incendios y comenzó al llover agua de los aspersores, la gente comenzó a salir por patas. Fue el momento clave para arrancar el cartel, pulsar el botón de un puñetazo y esperar a que aparecieran unas escaleras tras una estantería.

-¡Adentro! Ahí tienen que tener la reserva de dinero de la banca – sin siquiera esperar a que asimilara todo aquello, corrí escaleras abajo hacia el almacén de yenes.

El trato era justo por todo lo que le había hecho pasar al humorista del tres al cuarto con menos gracia que un político intentando ser amable en una campaña electoral. Iba a decir que aceptaba sus condiciones pero el actuó antes de dar una respuesta.

Mientras el llevaba a cabo la primera fase del plan yo solo podía pensar en la pasta que podía sacar del golpe. Después de todo estábamos asaltando la banca de un casino de mafiosos nada amigables. El incendio que hizo aparecer de la nada, simplemente mirando hacia la mesa que comenzó a arder me asustó. Pero la gente, ya sensibilizada por los disparos y el genocidio que acababan de ocurrir, se asustó más todavía.

“Parecen una manada de ñus huyendo de un león para meterse en un rio infestado de cocodrilos.”

En el momento de la escapada de la muchedumbre aterrorizada el arlequín multicolor le dio a un botón secreto que no habría sabido decir en qué lugar estaba. Justo al darle aparecieron unas escaleras de la nada como si fuera magia de un hechicero cochambroso. Donde mi compañero de asalto se coló como Petrov por su casa tras ver las existencias de vodka de su hogar renovadas desde la ventana.

- No me has dicho cual es el plan - le dije una vez lo alcancé -, pero yo me adapto con tal de conseguir dinero fácil para vodka y cigarrillos.

El viaje escaleras abajo fue tan largo que pensaba que estábamos llegando al centro de la Tierra, cosa que no fue así. Solo llegamos a un sótano que parecía tener algunas trampas con la intención de proteger una especie de cámara de banco de los de fama mundial.

Tenía la ligera sospecha de que el socio que me había agenciado no era el mejor de todos. Una vez me alcanzó en mi carrera para llegar a lo que parecía un sótano secreto donde algún maníaco de la seguridad parecía haberse sacado una licenciatura en trampas estrambóticas, lo primero que comentó era que le daba igual el plan siempre y cuando tuviera dinero para tabaco y alcohol.

-No solo hueles peor que un neumático en llamas sobre el cual se ha cagado un luchador de sumo, sino que encima me has salido aficionado a los comas etílicos y los tumores respiratorios – una vez abajo, lo único que nos separaba de nuestro premio era las ya mencionadas medidas de seguridad dignas del más esquizofrénico de los banqueros -. ¿Quién necesita más plan que desactivar cualquier alarma y derretir a llamaradas la puerta de la caja fuerte?

Lo que había ante nosotros era un entramado de láseres en todas direcciones en el pasillo que teníamos que recorrer. Me hacía pensar en una araña a la que la habían drogado de alguna manera y no sabía hacer una telaraña, pero no por estar mal hecha dejaba de ser molesta.

-Me da a mí que no puedo pasar esto sin que empiece a sonar otra alarma más – y, aunque ya estaba la de incendios, esa sonaría distinta y alertaría a los Yakuza -. Muy bien, subordinado viejo, borracho y capitalista. ¿Qué propones?

Encima que acepto su trato por pena y por la pasta me trata como si fuera un desecho social, pero él no tenía ni idea de lo que había vivido y sufrido en el pasado. Una prueba de ello eran las innumerables heridas que cicatrizaron rápido. Esas eran lo de menos. Las peores no eran las físicas; las heridas emocionales tampoco escaseaban y nunca cicatrizaban. Preferí dejar a un lado el dolor psicológico para centrarme en lo que había venido a hacer.

Delante nuestro teníamos una trampa láser la cual yo podría pasar a través de ella por mis habilidades físicas sin activar la alarma. Aunque para ello no era imprescindible, decidí volver a mi apariencia original para controlar mejor mis movimientos y estar más cómodo. Mientras la transformación se revertía miré al bufón.

-Yo puedo pasar por la trampa. Espero que no vuelvas a llamarme capitalista porque tendremos problemas muy serios.

Nada más decir eso empecé a pasar a través de los láseres arrastrándome, rodando, saltando, pegándome a una pared, haciendo piruetas y otras cosas que preferiría que no constara en acta. Llegue al otro lado donde estaba el botón de desactivación de la trampa para que el humorista callejero pudiera pasar.

-Ahora ya puedes derretir la puerta de la caja fuerte. Espero que no sea solo un veinte por ciento. Oh, y de nada.

Resultaba irónico que tras haberle llamado viejo, borracho y capitalista se ofendiera por lo que resultaba más lógico que era. Después de todo, él daba el callo por dinero. Trabajaba por dinero. No sé qué y no sé cuántos, pero a él, dale dinero. Aun siendo una persona que aproximadamente nació entre el jurásico y la época de Jesús, el tipo tenía una buena agilidad y flexibilidad, con lo que pasó por los láseres como si nada. Esa soltura me hizo enarcar una ceja, sorprendido. Lo mismo era útil y todo.

Una vez desactivado el amasijo de láseres que me impedían pasar, avancé hasta la caja fuerte, pasando olímpica y deliberadamente de su intento de que le diera las gracias y puse una mano frente a la cerradura.

-Nada de “de nada” hasta que hayamos salido con la pasta, ¿estamos?

Hecha esa aclaración que nunca pensé que sería necesaria, me esforcé en que aparecieran unas llamas que ablandaron poco a poco la cerradura, hasta estar lo bastante debilitada y derretida como para que se pudiera abrir sin ningún problema.

Y con eso, el bonito brillo del dinero nos intentó cegar. A mí me dio igual, me puse gafas de sol.

-Bien… Arrasa con lo que veas y generoso no seas.

Al abrir la cámara me quedé de piedra al ver el brillo de todo el dinero que había dentro. La cantidad de billetes y monedas que había allí guardado solo me hizo pensar en reaccionar de una manera.

- Ay, que me da… Me viene… Me va. Ay… que me da… Nah, es broma.

Para cuando volví a mirar después de la broma la caja fuerte estaba vacía no había quedado ni una moneda. De tan sorprendido que me dejó mi brazo izquierdo lo noté rígido como un guardia real inglés. Estaba dándome un infarto.

Tras unos instantes me desmayé por el patatús que me estaba dando. Y este infarto no era de broma, pero gracias a mi regeneración el corazón solo se me paro unos segundos.

-He regresado de los muertos por una cosa. ¿Dónde está mi dinero? Matare a quien sea solo por conseguirlo.

Desde luego había una cosa que admitir de este tipo. Era tan resistente a la muerte como inoportuno. Mira que darle un infarto solo porque cuando hizo esa broma que no se la creería ni un bebé que busca a la persona que le robó su nariz yo había cogido todo el dinero… De hecho se despertó hasta agresivo. Quizá fue un mini coma etílico.

-Caaaalma. Caaaaalma. Caaaaalma. Calma. ¿No te das cuenta de que lo tengo yo? A ver si te has reventado los nervios ópticos.

Dicho aquello, y esperando que hubiera entendido al menos lo crucial e indispensable, me dispuse a marcharme de aquel casino donde todavía estaba pandiendo el cúnico. Dado que la gente no hacía otra cosa de preocuparse por sí mismo. Por ello pudimos salir sin ningún obstáculo y una vez fuera llegamos a un callejón donde podríamos hacer la transacción sin que nadie nos viera.

-Bueno… Pues una banca arruinada – le eché un ojo a lo que habíamos cogido. Eso no era toda la banca ni en broma. Seguramente tendrían en otros sitios fuera del casino el dinero. Con eso no podías hacer ni una partida de cartas en familia -. Bien… Ochocientos millones de yenes… Oye, no está mal. Con tu parte podrías comprarte desodorante para un año por lo menos.

El bufón circense intentó que me calmara, pero para mí dármela con queso en términos económicos es una ofensa muy grave a mi persona. Es una puñalada directa a los principios de mercenario que tenía arraigados en el alma.

- Te has pasado bastante jugándomela, yo de ti no lo volvería a hacer si aprecias tu salud física. Solo por ser tú estás perdonado por hacer negocios conmigo.

"Maldito payaso burlandose de la mala higiene que tengo, como si fuera algo preocupante para la salud publi... Espera... ¿Desodorante para un año? ¿Cómo es eso? Eso en mi vocabulario no estaba, la higiene es para los débiles."

-¿Me estas llamando débil? Dame mi parte del dinero.

Tendí la mano para recibir la pasta que tantas ganas tenía de gastarlo en vodka y en lo que me diera la gana. Por ejemplo irme a Italia a jugar póker con la mafia.