[La Colisión de los Mundos] Abierto hasta el Apocalipsis (Dianne Albidane, Sloan Jenkins, Contanzie Albidane)

Tan solo había una forma de desplazarse por aquellas carreteras, y era... con estilo.


Montado en su nueva (o mejor dicho, "prestada") moto, Sloan se alejaba del bullicio de la ciudad para encontrarse con la calma y la tranquilidad que desprendían las lejanas e interminables carreteras interestatales. Le metió caña al acelerador cuando volvió a pensar en lo sucedido con SHIELD escasos días antes. Si lo habían encontrado había sido por estar en un lugar con demasiada gente y demasiada vigilancia. Si se alejaba de Nueva York, tal vez podría encontrar un poco de paz y descanso. Un lugar donde poder pensar con calma. Sin altibajos. Sin sorpresas.
La carretera se abría a la lejanía, y cuanto más gasolina gastaba menos coches se encontraba y más tarde se hacía el día. Tenía el culo adolorido de tanto tiempo que llevaba conduciendo sin rumbo (aunque, viendo que la carretera tiraba siempre para delante... tampoco es que importara, ¿no?). Las manos agarrotadas. Y lo peor de todo: la boca llena de bichos. Vale que fuese una criatura que, por lo general, devora cualquier cosa que se encuentre estando hambriento... ¡Pero estando hambriento! Además, en su forma humana sus papilas gustativas seguían activas, por lo que...

- ¡PUAJ! ¡Putos bichos!

De repente escuchó un estallido, lejano, pero claramente un estallido. Viró la cabeza hacia la izquierda y fue en ese preciso instante cuando una columna de tierra se levantó frente a sus narices. No la vio venir como tampoco vio venir el choque frontal y directo que tuvo la moto contra la columna. En cuestión de segundos Sloan estaba por el suelo dando vueltas mientras los restos de la moto saltaban de un lado a otro indiscriminadamente, olvidando que una vez formaron parte de una misma cosa.
Cuando Sloan terminó de limpiar el asfalto con su cara, se levantó, goteando sangre por sus heridas abiertas, quemadas y llenas de alquitrán endurecido. No miró hacia la columna de piedra, la cual llamó a una amiga para que le hiciera compañía. Y otra. Y otra más.
Lo que Sloan estaba mirando era el lejano cielo. Un sentimiento de angustia y añoranza le invadió cuando pudo ver, a lo lejos, una pequeña brecha de la cual emanaba una extraña luz verdosa y grasienta, que se propagaba por la inmensidad de las nubes. Por unos segundos, Sloan dejó de ser Sloan y dejó de ser el ser: se sintió como un niño que ha perdido si hogar, y de repente se encuentra con la dirección de la calle donde tenía su casa, donde esperaban sus padres.

Pero tal como vino, se fue.

- No, no, ¡NO! ¡ESPERA! ¡VUELVE! - No tenía claro a quién se lo decía, pero lo que estaba claro era que ya no estaba aquella brecha. ¿Había visto el universo de origen de su "ser"? ¿Podría ser? Eso fue lo que pensó mientras el viento se agitó con furia a su alrededor, levantándolo del suelo por unos centímetros y depositándolo de nuevo.

Estaba en peligro allá fuera, y al girarse para buscar su moto (pues no sabía que esa moto dejó de existir), vislumbró un pequeño motel de carretera. Un lugar donde estar a salvo.
Corrió con todas sus fuerzas y más aun hacia el hotel. Un vehículo hacía su entrada momentos antes de que Sloan pudiera pisar el asfalto del motel. Le pareció ver un hombre de ascendencia africana y dos mujeres mal vestidas para la ocasión. No lo pensó dos veces antes de seguirlos hacia el interior del motel. Una vez dentro, se quedó apoyado sobre sus rodillas y respiró profundamente. Las heridas de su cuerpo ya estaban cerradas, pero la sangre que manchaba su cuerpo y su desgarradas ropas seguía allí. Levantó la cabeza para pedir una hamburguesa tras sentir el olor que provenía de la cocina cuando la vio.

- ¡Eh! ¡Eres tú! - le dijo a Constanzie señalándola con el dedo.

- Si, ¿verdad? Las motos me tienen manía. Y con lo bien que las trato...

Un chistecito, ponerse de pie y estirar los brazos, espalda y piernas con un ligero "¡Ouch!" por culpa de las heridas. Creyó que ya se le habían cerrado todas, pero al parecer el alquitrán en su cuerpo estaba dificultando la curación. Es como separar la crema y esperar a que se cerrara de nuevo poniéndole una piedra de por medio; o quitas la piedra o Moisés se sentiría orgulloso de dicho pedrusco.
Por un momento creyó que las lesiones incluso podían ser internas cuando le pareció ver doble. Pero si fuera así, esa visión doble se había encargado de rejuvenecer a la mujer bastantes años y hacerla un poco más bajita. Al pensarlo una segunda vez se dio cuenta que no era una visión ni mucho menos. La rubia (por lo visto, invidente) se acercó a la barra a pedir el botiquín a los jefes del motel.

- A simple vista... parece que alguien se ha sentido con ganas de remodelar la casa. - A fuera era un auténtico caos. Vientos huracanados; columnas de piedra que suben y otras que bajan; el cielo partiéndose en dos; colores llegados de otros lugares de otras épocas... El mundo se estaba poniendo patas arriba y aquel motel de carretera, por alguna razón, se mantenía en pie. - Es tan difícil de describir como de creer. Y no tiene pinta de que vaya a terminar de un momento a otro.

La calma de Sloan empezó a poner nerviosa a una mujer del servicio, agarrándose con fuerza de la cruz que llevaba. Rezaba salmos y contemplaba la posibilidad de no salir de ésta. Pero ver a aquel hombre observar tal panorama con tanta serenidad...

- ¡El Apocalipsis! ¡El fin del mundo! El último de los libros de nuestro amado Dios y Señor. Las trompetas de los ángeles han sonado. ¡Arrepentíos! ¡Arrepentíos todos! ¡TÚ EL PRIMERO! - gritó señalando a Sloan quien, sin saber a cuento de qué venía eso, se giró rascándose una de las costras alquitranadas de la cara.
- Abigail, deja de decir estas cosas - un hombre de mayor edad intentaba calmar a la mujer. - ¡Y tú! Deja de rascarte eso. ¡Te desangrarás!

Pero Sloan seguía intentando quitarse los trozos del asfalto que tenía pegados por el cuerpo. Llegó a quitarse un parche negro del brazo, y de éste empezó a emanar sangre tiñendo piel y ropa desgarrada.

- Ouch. Ouch. Ouch. Ouch. Ouch. ¡OUCH! Ouch. - se quejaba mientras se rascaba otro trozo del brazo.

Levantó la mirada para cruzarla con la madre, y no con la hija. Por un momento pensó que la joven sería la que le "curaría" las heridas, pero al parecer la madre era algo recelosa. O eso o se moría por curarle las heridas al bueno de Sloan, cosa que dudaba si era lo que creía que era.

Y vaya si lo creía.

- ¿Que yo hago teatro? - Le susurró con cara de dolor, como si de verdad le hiciera- ¡Ouch! - Vale; sí le hacía daño. - Entonces lo tuyo es de película. ¿Y qué me dices de ella? ¿Es tuya de verdad? - No hacía falta ni señalarla ni nombrarla. Estaba claro que estaba hablando de la chica ciega que la acompañaba. - No es como tú. Ella es humana.

Para Sloan, que un ser parecido a "él" de origen distinto tuviera una hija humana le era algo extremadamente raro. Los seres como ellos (si es que tenían algo en común) el asunto de la procreación lo tenían vedado por naturaleza. Ya lo había intentado una vez durante los años 50 y acabó en una tragedia. No volvió a intentarlo nunca más.
Mientras las cosas se ponían más "bonitas" a fuera, dentro se podía decir que iba subiendo el listón. La chica ciega se acercó a ambos de forma abrupta, preguntando si eran amigos. Sloan miró a la chica, luego a "madre" y de nuevo a la chica. No pudo sino hacer un símil de sonrisa que terminó en una carcajada.

- No, no. Bueno, no se puede decir que seamos amigos... Nos conocimos en un accidente de tráfico. En Nueva York. Hablamos un poco mientras nos comimos un perrito caliente. - Omitiendo casi todo lo demás. Total, la chica parecía normal. No se le saltaba el séptimo sentido a Sloan cada vez que la miraba o se acercaba. No como con su madre, que solo le faltaba sacar dos antenas de la cabeza y rastrear su cara con ellas, a ver si de verdad era lo que creía ser, o era otra cosa. - Me llamo Sloan. Encantado. ¿Y tú eres...?

En esos casos en que la otra persona era invidente, Sloan recordó algún que otro protocolo de "buena conducta" entre los humanos. Así que ni corto ni perezoso, extendió la mano (algo BASTANTE sucia debido al accidente) y agarró la mano de la chica para estrechársela. Si tan solo la hubiera levantado se habría quedado esperando como un tonto a que la joven se la cogiera.

El apretón del vendaje no pasó desapercibido cuando Sloan dejó escapar una queja, centrando la mirada en su médico particular. Si esto fuera un manga se habría puesto el fondo negro y un rayo chocaría entre ambas miradas. ¡Como estaba el patio!

Así que Constanzie y Dianne, ¿eh?... No le sonaba de nada esos nombres. Como si se llamaran Adulfencia y Genaria que daría igual. Pero sí le llamó la atención los vestidos que llevaban. Debían tener mucha pasta para vestir así y sobretodo, tener un machaca que a lo único que estaba machacando era el botón de rellamada.

- Nah. No creo que sea el fin del mundo. - Miró a la lejanía, más allá del cristal y sintió de nuevo aquella nostalgia invadiéndole, junto a otras sensaciones que no las recordaba ni las recordaría. - El mundo se está reajustando a una variación del cosmos. La vida se extingue y renace. El caos es orden y así prevalece la existencia. - Tras aquel pequeño discurso, en algún momento recordó que tenía que parpadear, y recordó también que tenía que respirar. Para Sloan aquellas palabras no habían sido dichas, pero los demás tal vez le hubieran hecho más caso que su cerebro. - Gracias por el vendaje. - Lo último que tenía en mente era que la mujer llamada Constanzie había terminado de vendarle las heridas.

Era curioso como en un pequeño motel de carretera, el universo había decidido que se encontraran aquel trío a cada cual más extraño: la mujer que no se sentía como una mujer, sino como algo más... familiar para Sloan. El hombre exterior con flashes de memoria y un escaso sentido de la autoprotección. Y luego estaba la chica, que aun estando ciega, que aun estando ciega, percibía más que todos ellos.

- ¡Estamos bendecidos! ¡Éste lugar está bendecido por la gracia divina! ¡Dios todopoderoso nos mantiene a salvo a nosotros sus corderos! ¡Pero el diablo ya ha entrado y está ante nosotros!
- Por favor, no te lo volveré a repetir: siéntate y tómate la tila.
- ¡El Diablo!
- Señora, por favor: un poquito de orden que no está el horno para meter bullas. Por cierto mister, ¿le queda alguna hamburguesa? Las huelo desde aquí y tengo un hambre...
- Si... este... si, ¿por qué no? Toma.
- Oh, ¿me la regala? ¡Qué generoso! Gracias. - Sloan cogió la hamburguesa del tamaño de dos puños juntos y revueltos y se dirigió hacia el cristal donde estaba apoyada Dianne, viendo el panorama... Y de paso comiendo. - Me da la sensación que es por pura suerte que ésto se mantenga en pie. O tal vez estemos sobre un cementerio indio o que alguno de los de aquí es el responsable y nos quiere hacer jugar a un juego. Quien sabe... Pero algo si está claro: mientras siga así, mejor estar dentro que fuera. - Vio pasar un camión volando mientras decía aquella verdad como un puño. - ¿Tú qué piensas, Constanzie? - Ahí, ni formalismos ni nada. Tuteo a saco.

Sloan seguía con su manjar, ajeno a los gritos de la histérica mujer y la rabieta cada vez mayor de Constanzie. Disfrutaba de su hamburguesa junto a Dianne, observando con un brazo apoyado en el cristal el desarrollo de lo que parecía ser el final o el inicio de su mundo.

Constanzie llamó su atención cuando le pidió que hablara con la mujer. No le parecía buena idea teniendo en cuenta que él mismo era uno de los focos de tensión de la susodicha, por lo que se única respuesta fue devolverle la mirada a la extraña madre mientras daba otro bocado y lo masticaba con calma.
Entonces el ambiente se fue a la mierda, y con él, la calma. La devota le lanzó un tajo al hombre y luego fue a por Constanzie. Quien interceptó el cuchillazo fue su hija... usando una hamburguesa. Sloan ni siquiera parpadeó cuando vio aquel bocadillo redondo siendo lanzado contra una mujer. Incluso se vio a si mismo tirándose a cámara lenta a por la comida para que no se deshiciera contra el suelo. Pero quien terminó por los suelos fue la mujer, el cuchillo y el bocata se mantuvo igual. Sloan no podía creer que un alimento hecho con partes de otros pudiera tener tal dureza como para tumbar a una mujer.

Y llegó el fogonazo.

Por inecercia Sloan se echó atrás cuando vio aquella luz salir de detrás del mostrador. Casi se había olvidado de que tenía un bocado a medio comer en la boca. Cuando pudo reaccionar se dirigió con paso tranquilo hacia el origen del fogonazo. El hombre con la herida en la cara estaba asustado, enjuto contra una esquina observando los restos de lo que parecían dos mujeres siamesas carbonizados.
Sin embargo Sloan tenía la mirada puesta en la hamburguesa: seguía intacta. La quiso tocar pero no pudo. Algo se lo impedía. Miró a la joven que la había lanzado.

- ¿No te enseñó tu madre a no tirar la comida?
- ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGH! ¡ABIGAIL! ¡¿QUÉ TE HA-?!

El hombre con el tajo en la cara no pudo seguir la frase. Su cara empezó a temblar. Sus ojos se hincharon y volvieron hacia dentro, desapareciendo. Empezó a gritar cuando de su garganta no salía ningún sonido aparente. Su carne se quebró como si fuera una pared arenosa y cayó al suelo con aquel mismo fogonazo de luz. Ahora lo que quedaba de él eran los restos de un difunto cuya muerte claramente era muy anterior a la entrada de aquellos cuatro en el motel.
Sloan ésta vez no perdió detalle del proceso. No tenía muchas ideas de lo que estaba sucediendo pero algo en su interior le hizo abrir la boca.

- La fusión es un fiasco. - Parpadeó una vez y se terminó la hamburguesa. - Con ésto queda claro que éste motel no es ajeno al peligro de allá afuera. ¿Tenéis sitio para uno más en vuestro vehículo? - Preguntó a las dos mujeres que tenía delante, mirando a una y a la otra. - Mejor ponerse en movimiento que quedarse quietos a que se te lleve la ola, ¿no? - Cierta despreocupación se vio reflejada en la fina sonrisa ladina y el encogimiento de hombros de Sloan.

Lo del coche fue un visto y no visto. O mejor dicho, no lo vieron venir.

En un abrir y cerrar de ojos su puerta hacia la libertad se quedó en poco y nada. A su alrededor se levantaban ventiscas y se deshacían. Saltaban relámpagos y se deshacían nubes. Una señal de tráfico dio paso a una farola y ésta a un árbol en medio de la carretera. Coches aparecían y algunos se chocaron contra éste para luego desaparecer en una mancha negra y humeante.
El mundo se estaba volviendo loco por completo, pero el cambio de opinión de la mujer llamada Constanzie era para reírse y quedarse sin aliento: segundos antes estaba dispuesta a dejarlos a todos atrás para salvar su vida y la de su hija. Y tras quedarse sin coche, le estaba pidiendo ayuda a Sloan. Si hubiera sido más humano se habría reído en su cara y se habría largado llamándola perra o algún símil parecido. Pero Sloan era Sloan, y hacer eso no iba con él.

- Hmmm... - Echó un vistazo por los alrededores y al girarse de espaldas a las dos mujeres vio como el motel de carretera desaparecía para salir una gasolinera en su lugar. Había unos cuantos coches delante de ésta y uno de ellos echaba humo... al lado de la gasolinera... - Mierda...

Lo siguiente ocurrió en unas milésimas de segundo: el capó del coche se abrió, liberado una llamarada lo suficientemente alta como para lamer el techo a cubierto de la gasolinera (éstos coches americanos...). Sloan se giró hacia el trío y los abrazó con ambos brazos (o eso es lo que parecía: en realidad los estaba agarrando por el brazo de Constanzie y la manga de Nod, el cual sujetaba a una intranquila Dianne). Dio un paso hacia delante y las llamas brotaron de la gasolinera pasándoles por encima.

Pero ya no estaban en la gasolinera. Ni tan solo en la carretera.

Dianne sería la primera en notarlo. Aquella calma. Aquella serenidad. Aquel silencio inmaterial.


En aquella dimensión, en aquel mundo todo estaba tranquilo. No había sido afectado por los acontecimientos de los otros universos, porque aquel estaba regido por uno solo y dentro de uno solo. Estaba separado de todo cuanto se conocía y por ende, nadie sabía de él. Nadie llegaba a él, excepto quien tenía la llave y la puerta.
Los cuatro se encontraban en una losa lo suficientemente grande como para que cupieran todos. A su alrededor las escaleras bajaban y subían, subían y bajaban. Daban vueltas en espiral y se alejaban hasta el infinito y el vacío. No había sonido alguno, y sensación ninguna. Era un vacío extremo.

- Parece que está descansando en éstos momentos - se dijo a sí mismo Sloan. - Bueno, ésto ha sido inesperado pero... siempre es bueno tener visitas. Bienvenidos a mí-

Sloan se calló cuando vio la cara de Nod. Conocía bastante bien esa expresión, esos ojos. Estaban los que podían aceptar las cosas tal y como eran y los que no. Y por lo visto, Nod no era uno de ellos. Se acercó a él, le cogió a Dianne de los brazos y le empujó un paso hacia atrás. Nod desapareció al pisar el peldaño que tenía a sus espaldas.

- Como iba diciendo, bienvenidas a mi casa. Y no os preocupéis por vuestro amigo: está descansando en un lugar mejor. Lo volveréis a ver cuando salgáis de aquí.

En otras circunstancias, el comentario de Constanzie habría caído con su peso, sin que Sloan lo entendiera. Pero en aquella dimensión, su comprensión de la raza humana era completa, ya que su yo humano estaba despierto al 100%. Por ello levantó una ceja y sonrió de forma ladina.

- No se debe juzgar a la gente por su envoltorio. Algunos parecemos unos vagabundos y otros unos pijillos rematados que se les cae el mundo encima si se les rompe una uña. ¿No cree?

A alcercarse la madre, la hija dio a entender que no quería seguir siendo cargada por Sloan, así que no tuvo otro remedio (tampoco iba a quedársela como si fuera un cachorrito abandonado al que no quiere renunciar) y dejó que se bajara, ayudada por su madre. Estaba claro que tenía cierta "repulsión" hacia Sloan, por lo que fuera. Tal podría ser por la case de criatura que era, o tan simple por ser un desconocido. Otra cosa no, pero problemas el bueno de Sloan no los quería ni en pintura.

- Oye oye. ¿Quién te ha dicho a ti que somos amigos? Tan solo hemos compartido un perrito caliente, un accidente y, por lo que parece, el fin del mundo. - Tras dejarla en el suelo, la pregunta de Dianne hizo que se le asomara una sonrisa incógnita. - Pues, abriendo las ventanas. ¿Cómo sino? Pero aquí no, que no es muy seguro. Seguidme por aquí.

Sloan se apeó de las chicas, poniendo un pie en un espacio vacío donde no había escalera alguna. Repentinamente, desde las profundidades del abismo, surgió un peldaño. Y luego otro. Y otro. Y así sucesivamente fueron creando una escalera por la cual bajaba Sloan. Se paró unos segundos para mirar atrás y asegurarse que la pareja de madre e hija le seguían. Si llegaran a perderse en aquel espacio, lo más seguro es que jamás se supiera de ellas.
Bajando y bajando, llegaron al fin a una estancia oscura. No es que le envolviera las sombras, sino que simplemente, había una clara carencia de luz. Pese a ello, ambas chicas podrían ver perfectamente en aquel lugar sin necesidad de luces externas. Podrían ver las baldosas negras dispersas bajo sus pies, y las paredes que las envolvían en forma de cúpula.

Sloan se situó en medio de la sala (o al menos, lo que parecía ser el medio de la sala) y señaló arriba.

- Desde aquí podremos abrir las ventanas. Tan solo tenéis que pensar en el lugar que queréis ver y lo veréis.

Sloan fue el primero en hacerlo, y sobre sus cabezas, una infinidad de ojos se abrieron. No los observaban a ellos, sino el mundo exterior. En su cabeza se formaron las imágenes que quería ver: pudo presenciar los cambios que sucedían en Nueva York, o la desaparición de montañas en los Alpes. Pudo ver el surgimiento de otras ciudades y la apertura de mares por entonces inexistentes. Y todo eso, en su cabeza.

- Madre mía, menudo desastre hay montado ahí fuera.

Los cambios al parecer no se limitaron solo en las inmediaciones de la ciudad de Nueva York. Todo el mundo estaba igual: patas arriba. Aquí y allí brotaban edificios como setas, árboles que decidían pasarse la ley del tiempo por el forro y crecer de una sola tirada. Personas que se encontraban consigo mismo o no tenían tanta suerte y juntaban en un mismo cuerpo, como lo que había pasado en el motel de carretera. Aves extintas de repente aparecían de la nada, con sus nidos, con sus huevos y con sus extrañas plumas.

Todo un evento. Impresionante.

Al girarse escuchando a la mujer, se encontró con una joven tras ella, llorando. ¿Qué estaría viendo? Si quisiera podría meterse dentro del campo de visión de su mente (o mejor dicho, de su "ojo"), y así saber qué había visto. Pero le pareció que sería bastante irrespetuoso, o mejor dicho, sería violar su intimidad. Era un pálpito que tuvo. El primero en mucho tiempo desde que se unieron persona y ser. Dejó de lado aquella idea y volvió a prestar atención a la mujer.

- Si fuera solo de ida, yo jamás os hubiera encontrado. - Observó el exterior unos segundos más, y se percató que la cosa volvía a calmarse. Fuera lo que fuese lo que estaba pasando en el mundo, ya había terminado... o al menos, esa era la sensación que daba. Sloan sonrío, se apartó de las mujeres y se giró hacia ellas. - Por favor, mantened los brazos y piernas juntas. Oh, y aseguraos de gritar un fuerte "Oooooooooooooooooh!"

Como si fuera una forma normal y común de despedirse, Sloan levantó una mano y la movió como diciendo adiós, mientras bajo sus pies se abrían dos agujeros que se las tragó. El descenso fue vertiginoso, recto y a toda velocidad, pero en seguida se encontraron en otro lugar, más familiar.

Estaban de nuevo en Nueva York, con los pies en el suelo y un dormido armario empotrado (el guardaespaldas, como no) a su lado.

Habían vuelto a casa, o al menos, lo que recordaban de ella.