Una encerrona en el metro de Tokyo (Pepper) [06-07-2018]

Ropa de Virginia:

Aquella sonrisa socarrona, perpetuada en el semblante del millonario, estaba minando la infinita paciencia que caracterizaba a Virginia Potts. -¿Vas a contarme qué demonios te causa tanta gracia?- inquirió acompañada del armónico titileo de uñas nacaradas sobre el apoyabrazos de su asiento. Ningún gesto pasaba por alto al exhaustivo escrutinio de Virginia, y mucho menos, una actitud anómala en Tony, por lo que utilizó su clásica mirada inquisidora. Sin embargo, se vio obligada a suspender cualquier tipo de análisis después de que el piloto anunciara un retraso a causa de climatología adversa.

-¡No puede ser!- maldijo poniéndose en pie con un movimiento grácil. Tras introducir la mano en el interior de su bolso, discriminó la forma y la textura de su teléfono móvil, emulando la actitud de un miembro de la elite canina dedicada al narcotráfico. Después de cerciorarse de la tormenta que parecía estar azotando Tokio, bufó con sonoridad. –Te juro que comprobé la climatología. Todo eran solecitos sonrientes- ironizó dejándose caer sobre la superficie acolchada. Aunque normalmente habría ignorado cualquier tipo de intento burdo por tranquilizarla, Virginia asintió levemente ante las palabras de Tony. Lo cierto era que confiar en él se había vuelto sencillo desde que se mantenía sobrio.

En el momento que Tony se levantó, un par de ojos azules se posaron tímidamente sobre su espalda. Aunque ninguno de los dos se había atrevido a hablar del secuestro y de su desenlace, era algo muy presente en la mente de Virginia. Aquel ínfimo beso producto de una situación caótica y ansiógena la hacía divagar, recreando la situación en su mente una y otra vez, con algún que otro agregado poético.


Sin embargo, y por muy prolifera que fuese la imaginación de la pelirroja, esta no era capaz de superar el desdén de su acompañante. Aunque no había vuelto a sus antiguos vicios y derroches, Tony Stark parecía haberse olvidado de lo acontecido hacía apenas dos semanas. Ya que no había vuelto a hacer mención a su promesa o en su defecto, a aquel beso a quemarropa. Virginia pensó por un momento, que incluso, se conformaría con uno de sus cumplidos de dudoso gusto. Por suerte para ella, todo aquel flujo de pensamientos tóxicos llegó a su fin en cuanto contempló la elegante esfera de su reloj de pulsera. Por primera vez en su vida, tendría que admitir que había algo que escapa a su control: el tiempo.  

Al aterrizar, se sucedieron una serie de inconvenientes propios de cualquier película de Woody Allen que se precie. En primer lugar, poco después de aterrizar, un exhaustivo control de aduanas a causa de una llamada telefónica anónima les había retrasado considerablemente. Más tarde, la noticia de la cancelación de la limusina por parte de la empresa de transporte había hecho pensar a Virginia que por alguna razón ajena a su entendimiento, el mundo parecía conjurar en su contra.

-¿Qué? el metro?- preguntó ojiplática contemplando el tráfico. –El metro…- repitió visualizando las bien conocidas muchedumbres que atestaban los vagones en dirección al distrito empresarial de Tokio. Después de un tiempo record de valorar pros y contras, Virginia Potts adelantó un paso. –Vale, el metro- acató dispuesta a preservar su intachable expediente. Al fin y al cabo, se convenció tras admitir que era una chica de Pittsburgh.

Una vez en el metro, en el interior de aquellas opresivas paredes de acero, intentó conservar la calma manteniendo bajo control el frenético ritmo que marcaba su respiración. Lo que fue en vano en el momento que una marabunta de ejecutivos trajeados subió al vagón. Fue entonces, cuando Virginia se abrazó a Tony, apoyando su cabello pelirrojo sobre el pecho de este. El sonido de los latidos de su corazón, sumado al leve zumbido del reactor, la instaron a preservar la cama cerrando levemente los ojos. Pepper odiaba los espacios cerrados y las alturas, hechos que afianzaban que jamás se pondría una de las armaduras de Tony.

Aquella distancia, casi inexistente, permitió a Virginia escuchar el leve zumbido metálico procedente del núcleo alojado en el centro del pecho de Iron Man. El tono conciliador elegido por Tony no pudo ser más acertado, ya que fue el responsable de sumir los músculos de la pelirroja en un estado próximo a la relajación. A pesar de su intranquilidad, la mujer se percató del momento en el que los labios de Tony entraron en contacto con la superficie de su oreja. Aquel roce accidental y travieso motivó que se le erizara hasta el vello de la nuca, por lo que finalmente, se rindió a un culmen de sensaciones hasta que llegaron a la siguiente estación.

La ejecutiva jamás había estado en Japón, por lo que desconocía los diversos preceptos asiáticos, salvo aquellos que derivaban en algún tipo de tópico comúnmente conocido. Sin embargo, Tony no sólo parecía estar al corriente de cada regla explícita o implícita, sino que además las acataba sin cuestionamiento alguno, un hecho insólito en él. Aquel motivo, le hizo entrever el plausible respeto que él parecía profesarle a la cultura imperante de aquel país.

Virginia estaba tan obcecada en no perder el siguiente metro que no se percató de la entrada en el local hasta que Tony habló.  Nuevamente, se dirigió de manera respetuosa a sus interlocutores presumiendo de un casi perfecto japonés. En el momento que la presentó, la confusión le impidió responder de manera inminente.  –Hola…-titubeó a modo de saludo y, aunque no hizo alarde de ninguna palabra en japonés, agacho levemente la cabeza en un claro signo de respeto. “¿Admiradora de su arte?” se cuestionó Virginia mientras admiraba con desconcierto cada recodo de aquel pequeño local.

Al adentrarse en dirección a la barra, la ejecutiva se sintió el foco de diversas miradas curiosas. Entre ellas, dos chicas de extravagante vestimenta que intercambiaban impresiones con entusiasmo. Una de ellas cogió un mechón de cabello azabache y liso de su abundante melena, alzándolo con una afable sonrisa. Su acompañante no tardó en asentir, dándole a entender a Virginia que el tono de su cabello, aunque pasaba desapercibido en América, en aquel país causaba sensación. La intervención del millonario fue rotunda, tratando de poner un abrupto final a cualquier tipo de riña. –Espera…-mascullo Virginia negando levemente con la cabeza. -¿Me has mentido durante todo el trayecto para poder venir aquí?-cuestionó con curiosidad. A priori no parecía tan enfadada como cabía esperarse tras saber que la reunión tendría lugar mañana.

En el momento que tomó asiento, la pelirroja no reprimió la pregunta que llevaba minutos rondando en su cabeza. -¿Exactamente catorce días?-preguntó confusa, dejando entrever que aún se regía por la franja horaria de América. Fue entonces, cuando clavó la mirada en el enorme reloj de pared que se erigía encima de la barra. –Oh…-dejo escapar consternada tras entender un poco más la situación. -¿Me has traído a Japón porque aquí ya se había cumplido el plazo?- volvió a preguntar dejando escapar un leve suspiro. Aunque agachó la mirada con fascinada timidez, sus labios levemente curvados en una sonrisa revelaron el encanto que le suscitaba aquella situación. Una idea de ese calibre debía contar con la patente Stark.

Fue entonces, cuando una extraña sensación calorífica ascendió hasta alcanzar sus mejillas, otorgándoles un matiz rosáceo de lo más sugestivo.

La respuesta tajante del millonario llevó a Virginia a replantearse su pregunta, y aunque le había brindado una oportunidad, no lograba librarse de todos sus prejuicios. Al fin y al cabo, había abogado por su caótica trayectoria a la hora de juzgar sus actos. No lo pensó ni un solo segundo, deliberadamente creyó que aquel cambio en el itinerario se debía a una mera treta por dar finalizado el plazo estipulado. Sin embargo, Tony Stark no se ofendió ni un ápice, al fin y al cabo parecía conocer de sobra su reputación.

A pesar del sentimiento generalizado de culpabilidad, Virginia Potts escuchó con atención su entusiasta declaración. Aunque en cualquier otro momento de su vida una situación ligeramente similar habría despertado el carácter de la pelirroja, esta vez, solamente fue capaz de imitar por inercia el rictus de su sonrisa. Incluso, llego a soltar una sonora risotada en el momento que Tony la sorprendió con un guiño travieso. Cualquier observador externo que juzgara la situación podría tachar de patético aquel alarde de candidez, y aunque así lo contempló, Pepper le restó importancia. Al fin y al cabo, llevaba años deseando estar en aquella privilegiada posición. Ya no tenía que comprar un brazalete de diamantes para una tal “Sarah” o entradas de Ópera para “Stacey”, por el contrario, ahora todas las atenciones iban dirigidas a ella.

El hecho de desconocer cuanto tiempo perduraría la situación, llevó a Virginia a replantearse que sólo tenía la palabra del ingeniero para dar respuesta al gran dilema que la corroía por dentro: Tal vez pasarían el resto de su vida juntos, o simplemente, dejaría de importarle cuando dejase de ser un reto para él. Pero allí estaba, sonriente y ligeramente sudoroso, mientras atestiguaba con vehemencia lo difícil que había sido no desvelar la sorpresa.

Virginia no se mostró reacia a su invitación, por el contrario, recogió su cabello con gracilidad, dejando escapar un par de mechones desordenados que enmarcaron su rostro. Después de tomar la pieza de sus palillos, permaneció cerca de él con los ojos entrecerrados. –mmm…-murmuró dejando escapar un sonido que hizo reír al maestro Jiro. –No voy a matarte-confirmó con el tono que utilizaría un verdugo que acaba de librar a su víctima de una muerte cruel y sanguinaria. –Pero vas a tener que enseñarme, no se usar los palillos-musitó Virginia cogiendo la tradicional pieza de jamba y acercándola tentativamente a la boca del millonario.

En el momento que se produjo aquella ínfima y delicada caricia entre ambos, un escalofrío recorrió cada terminación nerviosa de la ejecutiva. Los palillos tembliquearon levemente en sus manos mientras trataba de mantenerse ajena al cálido contacto que desprendía su piel, al aliento que alteraba sus mechones de cabello pelirrojo y al contacto travieso que infringía su barba sobre su pálida piel. –Nada de clavarlos en la comida…-musitó repitiendo la última frase de su repertorio de advertencias protocolarias con la sola intención de no trasmitir el estado de enajenación en la que sólo él lograba embaucarla.  A pesar de ello, se convirtió en un intento fallido a medida que el rubor de sus mejillas y el brillo de sus ojos azules se incrementaba.

-No, no es difícil…-masculló con dificultad intentando no volcar el contenido de una pieza de sushi. Fue entonces cuando surgió una nueva distracción: la sonrisa de Tony. Su siempre diligente trabajo al servicio de Industrias Stark le brindaba a Virginia un amplio conocimiento de causa, y a lo largo de toda su trayectoria, jamás había visto una sonrisa similar en su rostro. No parecía la típica sonrisa presuntuosa que acompañaría con un guiño insolente con el fin de engatusar a una última conquista o salir en la portada del Vanity Fair. Aquella sonrisa genuina llevó a Virginia a replantearse el porqué de la misma hasta que él mencionó las palabras “una relación contigo”. Aquello provocó que la pelirroja se removiera incómodamente en su asiento.

Las relaciones de Virginia Potts solían tener los días contados. Sus escasas parejas habían sido incapaces de tolerar la estrecha relación que mantenía con su jefe, lo que solía concluir en rupturas cargadas de desdén por ambas partes. Sin embargo, ahora temía exponer sus defectos en ese ámbito frente a Tony: su más que cuestionable criterio del ocio, su perfeccionismo, así como su falta de iniciativa en los encuentros sexuales. La imposición de su raciocinio en este último aspecto de su vida era lo que más le aterraba dado el largo historial de encuentros amatorios en el linaje Stark.

La declaración de Tony no la dejo indiferente, en efecto, el solía planear exhaustivamente el itinerario para cada una de sus citas. Fue entonces cuando la vibración de su móvil la obligó a retirarlo de su bolso. –Virginia Potts-respondió con inmediatez tras descolgar. Dejó hablar a su interlocutor hasta que concluyó. –Agradezco que haya cambiado de idea. Mi jefe y yo estamos muy interesados en esa pieza-dijo Virginia contemplando a Tony de soslayo. –Muy bien, le será retribuida la cifra acordada-concluyó poniendo el punto final al trato. El desconcierto de Tony se hizo palpable en su expresión pero mantuvo el silencio. –Sé que me dijiste que era algo entre tu padre y tú…-comenzó emitiendo un leve titubeo. –Pero después de meses de búsqueda, se lo difícil que es encontrar piezas originales para el Ford de 1932. Al principio creí que no encontraría nada pero después di con este vendedor-dijo tendiéndole su móvil. Tras deslizar la yema de sus dedos sobre la pantalla de gel, se sucedieron una serie de fotografías: unos brillantes retrovisores, los manillares plateados de las puertas y un imponente tubo de escape. –Yo también quería hacerte un regalo, Tony-susurró cerca de su oído.


Un conflicto bélico en una pequeña región de Afganistán había requerido la presencia de Iron Man, motivo por el que partió antes del amanecer. Aunque había empezado a acostumbrarme a sus idas y venidas, Afganistán era distinto. Un incómodo pesar alojado en el centro de mi pecho me impedía respirar al recordar su etapa de cautiverio. Sin embargo, me tranquilizaba saber que el teniente Rhodes le había acompañado en representación del gobierno de EEUU. Cuando aquella tediosa reunión con la junta directiva finalizó, pude volver a respirar tras leer un mensaje de Tony en el que aclaraba su estado; no sólo estaba bien, había regresado.


Tras descender las escaleras, introduje el código de seguridad en las puertas de vidrio del taller que retumbaban ferozmente ante la percusión de Black Sabbath. Lo contemplé debajo del capo del Ford de 1932, ajeno totalmente a mi presencia. Suponía que Jarvis le habría avisado después de estacionar en el exterior, por lo que me limité a dejar la caja de piza sobre el banco de trabajo. Después de cerrar el capo con un golpe sordo se acercó hasta la piza, incapaz de contener un gemido de placer al dar el primer mordisco. –Yo también me alegro de verte-musité obligándole a soltar un par de palabras inteligibles, provocando que la mozarella se enrollara en su perilla. Mi mano recorrió el color cromado de la carrocería. –Llevo años escuchándote hablar de pistones, torques y cigüeñales… pero no sé nada de este coche-dije de manera burlona. –Más palabras sobre coches, por favor-suplicó con voz ronca, ligeramente sorprendido. –Ignición, mmm… alineación-dubité. Tony entró en el vehículo depositando la caja de piza sobre la tapicería, después me abrió la puerta del copiloto. –Surtidor de gasolina, árboles de leva, bujías, inyectores…-finalicé en el momento que ambos fuimos incapaces de reprimir las risas. –Entonces, ¿realmente quieres saber sobre el coche?- me preguntó cogiendo otro pedazo de piza. “Déjalo hablar del coche, él ama el coche” me dije a mi misma. Asentí ligeramente preparándome para una cátedra sobre tecnologías de propulsión, suspensiones y carburadores. –Mi padre lo compró en los 70, lo encontró abandonado en algún garaje. Pero supo ver su potencial. Sabía que podría convertirlo en algo espectacular. Resucitarlo-dijo ejerciendo cierta fuerza sobre el volante. Contuve la respiración, Tony nunca hablaba de sus padres. -¿Cuántas horas trabajaron en él?- pregunté apoyándome sobre el respaldar. –Más de las que puedo contar. Mi madre tenía que sacarnos a rastras del taller…-dijo ahogando una risa amarga. -¿No vas a terminarlo nunca, verdad?-pregunté gentilmente. –Odio cuando haces eso…-mascullo frunciendo el entrecejo. -¿El qué? ¿Hacerte ver que eres más que el superficial que finges ser?- pregunté tangiblemente afectada. Me intenté levantar del vehículo pero su mano me lo impidió. –Espera, no te vayas-me suplicó. Aún no has visto la mejor parte-susurró a modo de excusa. –No creo que…-musité tratando de zafarme de su agarre. –Jarvis, proyecta el exterior-dijo realizando un gesto con las manos. Una recreación 3D del cielo nocturno rodeó el vehículo. –¡Vaya!-exclamé asombrada toqueteando los puntitos luminosos. Dejé que me guiara nuevamente al asiento, incluso me apoyé sobre su hombro contagiada por el momento. –Mira, esa es la osa mayor-dijo alzando levemente el brazo. –Admítelo, Tony. No tienes ni idea-dije soltando una profunda carcajada. –Lamento decirle que la señorita Potts tiene razón, señor. Permítame señalarle la osa mayor-interrumpió Jarvis resaltando un punto del mapeado virtual. –Jarvis…-maldijo Tony entre dientes haciéndome reír nuevamente.

La sonrisa de Tony se ensanchó a medida que pasaba las yemas de sus dedos por la pantalla de gel del teléfono móvil. Parecía sorprendido por el simple hecho de que alguien se hubiera tomado tantas molestias en él. Aquellos pensamientos motivaron el descenso en la mirada de la pelirroja, quién sintió un dolor punzante y agudo en la boca del estómago. Ella siempre había dedicado un nivel de preocupación exorbitado a sus necesidades físicas, psicológicas, espirituales e incluso de ocio, pero al hallarse en un segundo plano, sus esfuerzos habían pasado desapercibidos hasta el momento. Momento en el que se había convertido en el centro de atención, así como en la razón de sus desvelos.


Las palabras de Tony provocaron que los palillos oscilaran levemente entre sus dedos. –Tony, yo…-titubeó incapaz de concatenar tres palabras seguidas con sentido. –He de pedirte disculpas-dijo encogiéndose levemente de hombros, a la vez que depositaba su servilleta sobre la barra. –Una parte de mí jamás creyó posible que pudieras poner remedio a tu largo historial de… vicios-finalizó tras decidir omitir la larga lista de contras. –Fantaseé con ello alguna que otra vez, pero nunca creí que fuera posible-reiteró obviando el aparente rubor que había teñido sus mejillas.  –Y…-tomó una profunda bocanada de aire. –Esa parte de mí, aun cree que este cambio sólo será temporal. Que volverás a las andadas cuando se te presente una mujer más atractiva, más exuberante, más portada de cualquiera que sea la revista-musitó derrotada haciendo aspavientos con las manos. –Y Tony, no sé si podría soportarlo…-susurró poniendo un abrupto fin a la conversación al dirigir su atención al plato de sushi.


El resto de la comida transcurrió en silencio mientras ambos parecían inmersos en sus propios pensamientos. El estado meditabundo se extendió hasta llegar a la puerta del hotel de Tokio donde se había reservado estancia con motivo de la reunión. Al llegar a la recepción, Pepper no dudó en enseñarle el resguardo de la reserva. Como de costumbre, la diligente ejecutiva había reservado la suite imperial decorada con motivos tradicionales, al suponer que aquello haría las delicias de Tony. La suite, por supuesto, incluía todos los servicios disponibles en el hotel (Servicio de habitaciones, Spa, etc). Y para ella había reservado una pequeña habitación, de uso más cotidiano, donde poder encerrarse a resolver inteligibles gráficos de colores sobre los índices de la bolsa de Tokio.
-No tendrás tiempo de aburrirte pero eso sí, mañana tenemos la reunión con el señor Takanawa-comentó con un tono particularmente serio, con su típico semblante de secretaria desangelada. Al entrar en el ascensor se percató de que toda la superficie era de cristal y la elevación a través de los rascacielos de Tokio logró aterrarla. Retrocedió dos pasos hasta que su espalda colisionó con el pecho del millonario, quien la miró tras percatarse de la situación. La cercanía motivó que ambos se dedicaran una mirada cargada de sentimiento, los dedos de Virginia se aferraron a sus brazos con necesidad. –Tony-suplicó tratando de resistirse a las circunstancias. –Tony…-volvió a repetir como si se tratase de alguna clase de mantra confuso. –Tú te arriesgas todos los días como Iron Man en cualquier conflicto bélico yo… quiero arriesgarme aquí y ahora… contigo-dijo con labios perezosos, entreabriendo al unísono sus enormes orbes azules. No espero si quiera la reacción del millonario antes de besarle a quemarropa.

Virginia no se percató de que el ascensor había llegado a su destino hasta que Tony se detuvo. A pesar de ello, los párpados de Virginia continuaron cerrados hasta que el vengador se pronunció. Fue entonces cuando los orbes azules de la pelirroja revelaron fascinación y estupor a partes iguales. Fascinación porque la intensidad había suplido a la duración respondiendo satisfactoriamente a sus fantasías, y estupor por haber sido incapaz de contener un solo minuto más la bomba de relojería que anidaba en su interior. Aquello hizo que tras apartarse violentamente de él, se tambaleara sobre sus tacones de infarto hasta apoyar su espalda sobre el panel de funcionamiento del ascensor.

Inspiró de manera profunda dejando que un cabello rojizo cayera descuidadamente sobre su frente, aquellas mejillas levemente sonrosadas eran la viva imagen de la revelación. Al sentir su labrada reputación, cual obra de orfebrería, basada en el autocontrol y la paciencia quebrada sólo podía hacer dos cosas: o bien trataba de agacharse y recoger los pedazos de jarrón que permanecieran intactos, o bien, aceptaba la situación actual. Después de meditarlo un par de segundos que sólo se hicieron eternos en su cabeza cedió oprimiendo el botón que bloqueaba el ascensor.

-¿Por qué me haces las cosas tan difíciles?- preguntó con una sonrisa sugerente. Desvió la mirada hacía el cristal que parecía querer enmarcar eternamente el atardecer en Tokio. –Estas comportándote como el príncipe azul…-dijo con un tono particularmente infantil. –Desde que hablamos en aquel restaurante no has intentando anteponer tus intereses a los míos. Me he vuelto débil, me has hecho ceder…-admitió a regañadientes. – Y maldita sea…-murmuró entre dientes humedeciendo ligeramente sus labios-sólo yo sé las ganas que tengo de volver a hacerlo- puntualizó respirando de manera entrecortada. Aquel fuego abrasador que corroía cada recodo de su garganta era un giro inesperado de los acontecimientos, una pulsión incontrolable.

La pregunta retórica que lanzó Tony elicitó que la pelirroja arrugara su nariz. Sin embargo, la próxima intervención del millonario fue más acertada, al menos a su juicio, ya que puso remedio a lo que ella tildó como ofensivo. Virginia se mordió el labio inferior al intuir las horas que el millonario habría dedicado a pensar en su situación, los posibles pros y contras que podrían surgir al respecto. A parte de su alter ego, Iron Man, Tony Stark jamás se había tomado tantas molestias por algo o alguien.

El tono de su voz decayó en el momento que se acercó lentamente a ella. A pesar de que no suponía amenaza alguna, la pelirroja retrocedió instintivamente. Aquel gesto era algo común en sus conversaciones, ya que tenerlo tan cerca anulaba la parte más juiciosa y cabal de su carácter. En el momento que tomó sus manos con decisión, la ejecutiva no pudo evitar hacer evidente su sobresalto. “Estoy enamorado de ti Virginia Potts” confesó el vengador evidenciando las razones de su comportamiento. –Tony…-murmuró tratando de silenciar aquella declaración. “Estoy enamorado de ti desde el primer momento en que posé mi vista en tu rostro” continuó haciendo caso omiso a la desesperación reinante en la faz de su interlocutora. Aunque intentó hablar, Virginia sólo fue capaz de cerrar los párpados ante su tacto.

El cuerpo de Virginia exteriorizó todas las emociones que anidaban en su interior con una serie de temblores continuos y bruscos. Aquel tacto era exclusivo del momento, ya que él siempre había respetado su posición en la empresa manteniendo las manos lejos de ella. Pese a la extrañeza, ella permaneció estática sintiendo la calidez e intensidad que emanaba de las yemas de sus dedos. La vehemencia no desapareció en el momento que volvió a dirigirse a ella, transmitiéndole los tortuosos años en los que ella se esforzó por mantener una relación estrictamente profesional. “Te amo” susurró antes de acercars a sus labios.

Virginia sintió como cada fibra de su cuerpo respondía a aquel beso por ser todo lo que ella ansiaba. Sin embargo, fue esta vez ella la que se apartó. –En aquel momento te habría rechazado, nunca me dejaste otra alternativa-confesó con voz débil, acariciándole el rostro con el dorso de su mano. –Pero ahora estoy preparada para confiar en tu palabra…-murmuró tratando de hacer hincapié en su transformación. La ejecutiva acarició su cabello, con el fin de adecentar cada mechón oscuro que estuviera fuera de su sitio. –Jamás creí posible una declaración de amor-puntualizó tras intuir que nunca habría profesado tales palabras a otra mujer.

Tras oprimir el botón del ascensor, las puertas se abrieron dando al estrecho pasillo de la suite. Una vez en la puerta de la suite, Virginia utilizó una voz cándida para obligarle a seguirla. –Yo no habría permanecido a tu lado si no te quisiera… pero eso ya lo sabes ¿verdad?- preguntó con un ligero suspiro, ayudándole a quitarle la chaqueta de cuero en el momento que se reunió con ella. Después de doblarla delicadamente sobre su brazo, extrajo la tarjeta de la suite que él había depositado allí después de la visita a recepción. La puerta se abrió con una pasmosa facilidad, permitiendo la entrada de ambos en la estancia. Virginia supuso que su actitud habría afectado categóricamente a las expectativas de Tony, pero había algo que necesitaba decirle con urgencia. –Hay algo que me aterra mucho más que ser sólo otra mujer más en tu vida. Lo cierto es que ahora mismo eso no me importaría si supusiera la diferencia entre pasar una sola noche contigo-confesó como si se tratase del peor de los pecados. –Temo perderte, temo que ser Iron Man te cueste la vida. Creo que sería incapaz de soportar tu muerte…-murmuró mirándolo a los ojos. –Ese ha sido mi caballo de batalla, lo que me ha mantenido en silencio después de lo de Afganistán. Sé que no hablamos de Afganistán…-se defendió con rapidez-pero cada segundo sin tener constancia de tu estado, es sin duda alguna, el peor de los infiernos para mí-afirmó sin pestañear. -Sé que no puedo pedirte que dejes de ser Iron Man pero por favor, no me dejes sola. Sólo te tengo a ti…-murmuró empleando la frase que él mismo le dijo una vez en su taller.

No postergó un minuto más el momento de rodear su cintura con sus brazos, después apoyó la cabeza sobre su pecho, a la distancia suficiente para poder apreciar su aroma varonil y escuchar el leve zumbido del reactor por encima de la camisa. Algo reacia de su desaprobación, Virginia tomó sus manos, de palmas ligeramente rugosas, y las sostuvo con aplomo. Al cabo de unos segundos, depositó un casto beso sobre su la comisura de sus labios. -Gracias por preparar todo esto para mí-titubeó haciendo evidente lo nerviosa que estaba. –Nunca nadie se había tomado tantas molestias–sinceró tragando saliva con dificultad tratando de ocultar lo mucho que temía defraudarlo.

Virginia acotó cabizbaja cada uno de los párrafos que encumbraban el discurso favorito de Tony Stark en la actualidad: hacer alusión al pasado, la iconicidad de Iron man, el cambio sufrido en el transcurso de los acontecimientos y por supuesto, lo sucedido en Afganistán. Fue entonces cuando Virginia se aferró con fuerza a la tela de su camisa, hecho que motivó el palidecimiento de sus nudillos. La pelirroja asintió tratando de mantener la templanza en su semblante, ignorando una vez más el caótico flujo de pensamientos que le quitaban el sueño por las noches. -¿Dejar de ser Iron man?- preguntó ojiplática al ser incapaz de pasar por alto una importante modificación en el discurso.

-Tony…-trató de intervenir antes de que este la silenciara con un beso. -¿San Valentín?-preguntó dejando escapar una tímida risita, contagiada por el buen humor que desprendía Tony en aquel momento. –Ni siquiera me has pedido que sea tu novia-protestó con un tono de voz monocorde mientras le seguía a través de un pasillo iluminado. Aunque fue algo espontáneo, aquel poco afortunado comentario hizo evidente la necesidad de una relación dentro de cierto marco tradicional. Al fin y al cabo, la astuta ejecutiva parecía haber exigido un contrato verbal.  –Quiero decir… al menos no oficialmente….-titubeó tratando de retractarse después de observar aquel enorme jacuzzy.

La actuación del millonario la hizo obligó a tragar saliva. Durante el desempeño de sus funciones como asistente personal del señor Stark, tuvo que contratar en múltiples ocasiones las estancias hoteleras, donde la presencia del jacuzzy era algo irremplazable. –Pensaba que tu favorito era el que tenía una cascada…- puntualizó nerviosa. Su lenguaje corporal evidenció que la situación había conseguido intimidarla. Al fin y al cabo, había tenido que acondicionar ambientes similares en multitud de ocasiones.

-La cuestión es que sabemos que va a pasar si me meto en ese jacuzzzy...-musitó antes de deslizar suavemente la cremallera lateral de su vestido. El vestido resbaló por su piel hasta caer con un golpe sordo sobre el suelo, desvelando un sencillo y elegante conjunto de ropa interior negro. Le tendió levemente la mano mientras introducía sus piernas cuidadosamente en aquella cálida superficie acuosa.

En aquel momento, él la obsequió con una observación que la instó a la reflexión. Tony se equivocaba, sólo ella que lo conocía verdaderamente interpretaría aquel tono ligeramente ofendido como lo que era, una invitación directa para derribar la incómoda tensión generada entre ambos. Su inconsciente aceptó la premisa con inmediatez, solo fue consciente de su respuesta cuando sintió como sus labios formaban una amable curvatura. ¿Qué clase de influjo ejercía sobre ella? Aquella pregunta retórica la atraía y aterraba a partes iguales.

-Está bien…-dijo no muy convencida después de valorar la opción que Tony le ofrecía. Un estremecimiento recorrió su cuerpo en el momento que este entró en contacto con el agua caliente. El sonido del jazz provocó que abriera los párpados con letargo, lo que coincidió con el momento que Tony eligió para volverse a dirigir a ella con un parsimonioso “no tengas miedo, no voy a morderte”. Tanto la elección musical como la del vino sólo lograron amedrentarla más. –Yo no suelo beber…-respondió intimidada ante la cercanía y la escasez de vestimentas. Ella había trabajado muchos años a su servicio, ahora parecía incapaz de ignorar ese hecho.

Aunque intentó reír ante su nueva intervención, sólo logró tragar violentamente un trago de vino. En el momento que el millonario deslizó sus manos sobre su espalda, ella se encogió con brusquedad. Él jamás se habría esforzado tanto en velar por el bienestar ajeno, lo que volvía a atraerla y aterrarla a partes iguales. Las caricias se sucedieron al ritmo del jazz, induciéndole un estado de semi-relajación que decidió interrumpir por cuenta propia. –Tony…-le alertó evidenciando sus límites tras aferrarse levemente al soporte acolchado. Seguramente, el problema de Virginia Potts era que no había intentado relajarse jamás.

–Tony, yo… no quiero masajes-confesó con dificultad aferrando sus muñecas. –No quiero jazz, ni vino, máscaras o truquitos…-susurró. –Sólo te quiero a ti…-titubeó con timidez, recorriendo el reactor que iluminaba su pecho con la yema del dedo índice. Se acercó lentamente a sus labios después de observarlo tentativamente con aquellos enormes orbes azules. Tras depositar un casto beso sobre la comisura de sus labios, prosiguió recorriendo la carnosa línea que los demarcaba. Le beso a un ritmo lento e intenso, peinando con sus dedos el caótico cabello del vengador. En el momento que lo consideró, se apartó buscando una bocanada de oxígeno con desesperación. Fue entonces, cuando los húmedos e hinchados labios de Tony cayeron por inercia sobre la sensible piel de su cuello. Todo un conjunto de factores que la llevaron a emitir un sugerente gemido antes de volver a besarlo con vehemencia.