Casting Hellboy

- A ver, básicamente me han explicado que si quiero actuar como yo mismo tengo que hacer una especie de casting... ¿En serio? Debéis estar de coña... ¿Un casting? ¿Qué se supone que es esto, una película o algo? En fin, supongo que tendré que contaros alguna de mis andadas nocturnas. Veamos... ¿qué os parece si os cuento cómo reventé ayer a un demonio oscuro bajo el puente de Brooklyn??

La ciudad de Nueva York sonaba con el bullicio característico de la noche. Pitidos, música, gente charlando... Todos esos capullos alegres y contentos porque llevan vidas cómodas. Y yo aquí mientras tanto, con mierda hasta las orejas porque habíamos encontrado un demonio en la salida de las alcantarillas del puente de Brooklyn. Y para mayor inri el pesado de Abe comiéndome la oreja con royos y la historia del dichoso demonio...

- Escucha esto "Rojo". "Sammael el desolado", semilla de la destrucción, príncipe de la resurrección... Es un ente oscuro como hacía mucho tiempo no veía uno. ¡Oh! Y está hambriento...- la voz de Abe resonaba desde el intercomunicador mientras yo hacía muecas con la mano como si estuviese hablando.

- Corta el rollo "Azul", ¿cómo me lo cargo?- por regla general siempre me solía dar alguna pista, pero la mayoría de los bichos a los que me enfrentaba eran más duros que una puta piedra. Y eso del príncipe de la resurrección no me acababa de gustar ni un pelo. Cargué "la Samaritana" y avancé con cuidado por las alcantarillas. "Qué asco. ¿Se puede saber qué coño come la gente? He estado en estómagos de demonios que olían mejor...". El agua se movió de repente en frente de mí. Me detuve y agudicé el oído. Un tenue murmullo llegaba desde debajo del agua. ¡Ahí! Unas pocas burbujas aparecieron a menos de un metro de mí. Con la velocidad del rayo metí mi brazo de piedra bajo el agua (si se podía llamar a eso agua). Cogí algo grande, y pesado. Dio un fuerte salto y me mandó unos cinco metros por los aires, cayendo de lleno en el agua.

- ¡Joder! ¿Vas en serio?- delante de mí se alzaba una criatura fea de cojones. Medía unos dos metros de alto y tenía un hocico alargado acabado en unos afilados dientes curvados. De la parte posterior de su cabeza sobresalían una especie de tentáculos. Sus enormes ojos amarillos me miraban fijamente, y profirió un fuerte rugido. - Sí que eres feo cabronazo... Estarás contento, ¿verdad? Me has llenado de mierda hasta la calva... Bueno que, ¿bailamos?

Con otro bufido me saltó encima. Vale que no era un buen tirador, pero a esa distancia no fallo. Le metí a boca jarro un disparo de esencia de San Cristobal con unas ramitas de romero. ¡Lo mejorcito de la casa! Directamente del Vaticano. Calló hacia atrás y de su pecho salió una luz anaranjada proveniente de la herida del disparo. Se retorcía en el agua con violencia, profiriento toda clase de gritos y siseos. Ya estaba apuntándole para meterle un segundo tiro cuando de su boca salió una enorme lengua negra que me agarró la mano y a la pistola. Sentí un fuerte dolor punzante e instintivamente solté "la Samaritana". Agarré su lengua con la mano derecha y pegué un fuerte tirón para lanzarlo contra mí. A punto de llegar a mi altura cargué el puño de piedra con todas mis fuerzas y lo estrellé contra su cráneo con un sonido sordo y un fuerte ¡crack!. Quedó inmóvil flotando sobre el agua. Rebusqué por el fondo y recogí el revolver, sacudiéndolo con fuerza.

- Ale, chupado... ¡Eh, "Azul"! Esto ya está.- dije mientras salía del agua y me dirigía a la boca de alcantarilla más próxima. No le dio ni tiempo a Abe de contestar cuando escuché un fuerte sonido a mi espalda. Lentamente me di la vuelta y vi como el cuerpo aparentemente sin vida del bicho de mierda comenzaba a moverse. - Venga ya, no me jodas... ¿Se puede saber qué coméis vosotros? Todos los días igual, ¿no os gusta estar en el infierno o qué?

Esta vez pasé de pistolas. A puño limpio, como se había hecho toda la vida del señor. Mis golpes eran devastadores, pero cada golpe que le daba, cada hueso que le partía, cada músculo que le desgarraba, era curado, recolocado y sanado al instante. El dolor del brazo izquierdo se pronunciaba cada vez más. Me ardía como un demonio. Y el cabronazo de mierda este que se negaba a morir. "Cómo odio los lunes...". Entre puño, arañazo, empujón y patada acabamos en las vías del metro. Me agarró por la espalda y me lanzó en medio de estas. Al caer, sufrí un fuerte golpe en la cabeza. Todo me daba vueltas. Reaccioné en el momento en que se lanzaba con su boca totalmente abierta a por mí. Tenía la cabeza pegada a la vía y sentí su vibración. El metro llegaba. Se me ocurrió una idea. Le metí el dedo con todas mis fuerzas en el ojo provocando que su peso se quitase de mi pecho. De un salto me puse de pie y le propiné un fuerte golpe en el cráneo. Calló de bruces y le agarre por las vértebras que sobresalían de su espalda. Ahí estaba el tren. Hice acopio de todas mis fuerzas y lo lancé a la trayectoria de este, quedando aplastado como una mosca contra el cristal de un coche.

- Buenos uno, malos feos cero.- me dejé caer sobre mi trasero, respirando entrecortadamente. Ese malnacido me había dado una cantidad de problemas como hacía tiempo no veía. "Te estás haciendo mayor tío, ya va siendo hora de que te pongas un poco en forma y salgas a resolver crímenes y mierdas más gordas que putos demonios callejeros". Me levanté y saqué el puro que había estado reservando para la ocasión. Mojado. ¡Era habano! Maldita sea... Que manera tan cojonuda de empezar la semana. Recogí las cosas que se me habían caído en la pelea y salí de allí, sin darme cuenta de cómo del cuerpo aplastado de Sammael dos pequeñas lucecitas blancas salían.