Reabasteciendo la caravana [Hellboy]

[ 4 de Abril de 2018, antes del almuerzo]

A pesar de ser miembro honorario de esa sociedad, o como quisieran llamarlo , aún se le hacía extraño pensar en lo que había ido sucediendo en su vida en los últimos tiempos. Después de que le regalaran en su última visita al arma que la vaquera había apodado como "La ingenua explosiva", le habían sugerido que se habituara a su tacto, a su peso, a su confortable culata, hasta que disparar con ella le fuera tan natural como hacerlo con el resto de sus armas. Como si ese fuera un consejo que hubiera que darle a un Sheriff. Así que sintiéndose libre de hacer cumplir esa directriz que ya pensaba adoptar, y a pesar de sus constantes obligaciones, allí estaba de nuevo, una semana después, con la ingenua explosiva colgada a la espalda y el cargador totalmente vacío. No podía decirse que le hiciera mucha falta practicar tanto el tiro, pero precisamente si era maestra en ello es por tener una disciplina constante que le permitía estar en forma. Después de avisar por el intercomunicador, respuesta a la que respondió Azul, la vaquera se dio un viaje por la zona, y a su vez, contactó con algunos de sus asesores, aprovechando el viaje.

Cuando llegó, le bastó enseñar su documento y la insignia para que le cedieran el paso, y se metió en la entrada por la que había accedido la vez anterior, bajando por el original montacargas con el símbolo de la espada y el puño. Al llegar abajo, se encontró con Abraham Sapiens, que la esperaba con esa amanerada pose llena de cortesía.

- Buenos días, Rebecca. ¿Qué tal te encuentras? - preguntó con su inalterable tono tranquilo.

- Bien, "Cuero azulejo". ¿Cómo van las cosas por aquí?- preguntó, palmeándole un hombro con firmeza, saludando con cierta efusividad.

- Oh, Bien. Me sorprende que hayas vuelto a visitarnos tan pronto. ¿Es cierto que ya te has quedado sin munición? - preguntó haciendo un suave gesto con la mano.

- Y tan cierto. Me lo he tomado en serio. - respondió la Sheriff, con una sonrisa de medio lado.

- Entonces, es mejor que te acompañe a la armería. ¿Quieres pasar a saludar a Rojo? Seguro que está en su cuarto. - ofreció, distraidamente. Azul era un misterio. Quien sabe si eso era una insinuación o mero interés.

- Claro, porqué no. - dijo, mientras comenzaban a recorrer los pasillos llenos de gente atareada.

Descendieron varios niveles hasta una zona que no habían incluido en su anterior visita. Por todas partes había reliquias y esas cosas que privaban a la gente de la organización impronunciable, y de vez en cuando te cruzabas con alguna sala en la que estaban sujetando a alguna criatura extraña, o intentaban mantener bajo control a algo que era mejor no mirar demasiado a sus docenas de ojos. A medida que callejeaban por los pasillos, el sentido de la orientación de la Sheriff se activó, como si tanto recoveco estuviese hecho con el único propósito de despistarla, a pesar de lo cual, se esforzó en memorizarlo de tal manera que estaba convencida de poder volver al punto de partida sin duda.

- Rojo, mira quien ha venido. - saludó Abe, al tiempo que abría una enorme puerta de metal circular, que recordaba a una caja fuerte gigante.

- Howdy, Beefmaster. - dijo la vaquera entrando a la habitación. Lo que vio al otro lado, le hizo arquear las cejas y detener su saludo de golpe.

4 de abril de 2018.
12:45 hora zulú.
Base del B.P.R.D.
Cuarto de Hellboy.


El característico sonido de una mancuerna al ser levantada llenaba la habitación, junto a los maullidos de algunos gatitos y el sonido de varias televisiones de fondo. El olor era algo fuerte, y la habitación estaba un poco patas arriba. Un poco bastante para ser exactos. Un puro se iluminaba por la punta ligeramente con un tono rojizo y un hilillo de humo salía del extremo, perdiéndose en el aire. Los dientes apretados lo sujetaban, mirando las noticias que no hacían más que hablar de las últimas hazañas de los súper héroes y sus increíbles salvamentos. Hellboy negó con la cabeza mientras se tensaban los músculos de su brazo izquierdo al levantar más de quinientos kilos como si nada.

- Los héroes me tienen hasta los huevos... Tanta historia de qué guays somos y demás y luego mira las que lían... Joder, y encima con las polladas de ir vestidos de retrasados. No hay quien lo aguante. "Eh, miradme, soy Iron Man, el tío más guay del mundo y el más ligón. Tengo a todas comiendo de mi mano y de otros sitios porque soy un playboy de campeonato". ¡A ver si maduráis de una vez coño!- Aspiró con fuerza el enorme cigarro y exhaló una densa nube de humo. Uno de los gatos se acercó a él y se le frotó por las piernas. El demonio sonrió y negó ligeramente con la cabeza. Llevaba puesto únicamente sus pantalones cortos negros. La gabardina descansaba en una de las perchas así como el cinturón que siempre estaba lleno de relicarios y munición que usaba en las misiones. Había pasado una semana desde que Sloan y Rebecca estuvieron en la base, y no habían tenido ningún percance nuevo desde entonces. Aún seguían recopilando información acerca de los jinetes, pero todo estaba bastante en el aire todavía.

Otro de los gatos se subió a las pantallas y comenzó a trastear con una pila de discos que descansaba sobre ella. Hellboy frunció el ceño y negó con la cabeza.

- ¡Chsst! ¡Eh, Rocky! Baja de ahí. No, ¡no toques eso!- Pero era demasiado tarde. Con un rápido movimiento, el gato tiró todos los discos al suelo, provocando un fuerte estruendo y que varios de los CDs se saliesen de las cajas. El demonio resopló y, cambiando la mancuerna de mano, se dirigió a los televisores, cogiendo al gato por la nuca, sitio por donde se les sujetaba para dejarlos desarmados por así decirlo. Los demás felinos huyeron en todas direcciones al escuchar el ruido de los discos al caer, escondiéndose bajo la cama o subiéndose a ella. El demonio chistó de nuevo ordenándoles que se bajasen de ahí.- Rocky, me tienes frito. Siempre tiras todo joder. ¿Y ahora qué? ¿Quién va a recoger este desorden? ¿Eh? ¿Vas a ser tú? No, ¿verdad? Claro, porque el señorito es un gato y los gatos no recogen cosas... ¡Hay que joderse!-

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió mientras Rojo todavía regañaba al pequeño animalito. Seguramente fuese Abe o algún agente nuevo que quería conocerle. Cómo odiaba a los becarios...

- Rojo, mira quién ha venido.-

- Howdy, Beefmaster.- A Hellboy se le heló la sangre en ese momento, girándose muy lentamente hacia la puerta, donde Abe y la vaquera le miraban, esta última con una cara que bien podría haber visto un fantasma.

- Rebecca...- La mancuerna se cayó al suelo, armando un escándalo de mil demonios y clavándose de lleno en este. El pequeño gato cayó también y huyó despavorido hacia el otro extremo de la habitación. Hellboy era capaz de soportar casi cualquier cosa: miedo, dolor, angustia, cansancio,... Pero había una cosa que no soportaba y que odiaba pasar: vergüenza.

La expresión de la Sheriff lo decía todo. Sus cejas alzadas enarcaban una mirada cristalina de absoluta sorpresa. Quién lo iba a decir. Con sus habilidosos ojos capaces de contar cabezas con más facilidad que dedos de una mano, echó la cuenta, y tan sólo a la vista, debía haber, sin exagerar, al menos una vdocena de gatos. Era una buena camada, teniendo en cuenta que estaban en una habitación. La vaquera se lamió los labios permitiéndose pasear la mirada calmadamente por el escenario, mientras Rojo dejaba caer la mancuerna al suelo, despejando esa zona de presencia felina, y soltando ya que estaba a un pobre gatito que estaba recibiendo un rapapolvo. La expresión de la beefmaster hizo que Azul se aclarara la garganta, con cierto nerviosismo.

- ¿Así que esto es lo que haces cuando no estás trabajando? - sonrió la vaquera, quitándose el sombrero y dejándolo reposar en la percha, mostrando así su pelo recogido en una trenza lateral que descendía hasta su pecho. Se quitó el poncho, revelando una camisa interior blanca bajo otra de cuadros azules y blancos de franela anudada sobre el pecho. Los revólveres y látigos estaban como siempre en su sitio, en el cinturón.- Vaya, aquí huele fuerte. - añadió, mientras se adentraba en la habitación con aquel contoneo de caderas que era capaz de hacer peligrar la vista de mas de uno.

Observó la cama a medio hacer, las montañas de papeles, los ceniceros a medio llenar, las latas vacías y espachurradas, los restos de latas de comida de gato a medio vaciar y los Cds por el suelo. Durante su inspección mantenía un suave arqueo de cejas, y una sutil sonrisa de profundo disfrute. Con cuidado de esquivar a los gatos y no hacer daño a ninguno cogió unos cuantos discos del suelo y les echó un vistazo.

- No puedo decir que tengamos el mismo gusto musical, aunque no está mal. - comentó dejándolos frente a la docena de televisores apilados. - Vamos a ver, uno, dos, tres, cuatro... - contó, cogiendo de una esquina de una mesa uno, mirándolo. - ¡Y cinco pantalones! Pero ni rastro de ropa interior. Me se de uno que va por ahí a la escocesa. - sonrió, con cierta picardía, mientras continuaba.

En el fondo, no quería exagerar aquello. Era una pequeña diversión inocente. Ella no habría tolerado que violaran su intimidad, ni que tocaran sus cosas, de manera que no le abría cajones ni nada por el estilo. Se limitaba a maniobrar con lo que podía adquirir en su campo de visión.

- ¡Manos arriba!- dijo estudiando un trozo de tela con el que jugueteaban dos gatos. Lo cogió y lo sujetó de la goma, para verlo bien. - ¿Qué tenemos aquí, vaquero?.- miró a Hellboy con una expresión más provocativa de lo que pretendía. - Bóxers negros, ¿eh?- sonrió, arrojándolos sobre la cama. Examinó la mancuerna del suelo. Por cómo se había clavado allí, no sería algo que ella pudiese levantar fácilmente. - Tienes montada una buena caverna de macho aquí. - añadió, apoyándose en la mesa que sostenía los televisores, cruzándose de brazos, esperando poder disfrutar un poco de la expresión de Hellboy.

En ese momento, el rostro de Hellboy mostraba vergüenza e ira por partes iguales. De haber podido se habría lanzado a por Abe y le habría estrangulado, quien parecía contener la risa ante la situación que se habían encontrado él y la vaquera. ¿Pero qué demonios pensaba que iba a pasar? ¿Que iba a estar el cuarto perfectamente ordenadito y con todo limpio? El demonio tendría una severa conversación con él... Siempre y cuando no moría de un ataque de ridículo.

La vaquera comenzó lentamente a pasear por el cuarto, mirando con ojo crítico todo lo que veía, y con una sonrisa que no le cabía en la cara. Hasta Rojo podía notarla. Se quitó el sombrero y el poncho, mostrando esas curvas y esos largos cabellos rubios que habrían sido la envidia de cualquier ario.

- ¿Qué? O... ¡Obviamente no! Ha... Hago más cosas... ¡Yo también tengo hobbies, ¿sabes?! Y... Y además, el olor es por los gatos... ¿No eras tú una amante de los animales? Pues... ¡Pues yo también!- El demonio estaba que se subía por las paredes. Pudo notar como la vaquera recorría el cuarto con la mirada, deleitándose con cada detalle que encontraba que pudiese usar en su contra para echarse una risa. Lo que le faltaba, que Rebecca tuviese excusas para reírse de él. La imagen de macho, de llanero solitario y demás, tirada por el suelo como sus discos por el dichoso gato. Cuando ella cogió los discos a Hellboy se lo llevaban los demonios. Intentó acceder a ellos desde detrás de la vaquera, pero intentando parecer que no estaba nervioso, lo cual era muy difícil. En cuanto se interesó por otra cosa los cogió, apilándolos en su mano de piedra.- ¿Que no está mal? ¡Esto es verdadera música! No un colgao tocando el banjo y al que apenas se le entiende...-

Aunque su tono podía confundirse con enfado, en realidad estaba muerto de la vergüenza, y estaba seguro de que ella lo sabía. Había un matiz que le delataba, y era el nerviosismo de sus palabras. Nadie habría pensado que estaba cabreado. Cuando la vaquera se puso a contar pantalones, el demonio los iba cogiendo tal cual los había nombrado, apilándolos en su brazo junto a los discos.

- A... ¿A la escocesa?- El demonio pudo oír la pequeña risa que se le había escapado a Abe detrás de él. Se giro y le lanzó una mirada de odio que habría hecho a más de un cagarse en los pantalones, mientras le decía con los labios "estás muerto, ¡muerto!" y hacía el mítico gesto de degollamiento con la mano izquierda sobre su cuello.- D-d-d... ¡Deja de decir tonterías Rebecca!

Pero si hubo un culmen del ridículo ocurrió en ese momento, cuando Rebecca encontró unos calzoncillos que los PUTOS GATOS habían cogido de algún cajón y con el que jugaban. Lo sujetó de la goma y le lanzó a Rojo una mirada provocativa que le obligó a aguantar estallar ahí mismo. En el momento en que los tiró a la cama y se giró para ver la mancuerna, el demonio los cogió a toda velocidad, así como varias cosas más que había por allí tiradas, hizo la cama como buenamente pudo y a toda velocidad, y tiró varias cosas que había por las mesas y demás a la basura, sin importarle en ese momento el reciclaje ni nada por el estilo. Solo quería morirse. "Abandona tu cuerpo, Rojo. Abandónalo". Ella se giró, apoyándose en la mesa de las televisiones y disfrutando del deleznable espectáculo que era ver a Hellboy intentando recoger en cinco minutos lo que por lo menos le habría llevado una hora.

- ¿Ca... Verna de macho? Ya... ¡Ya me gustaría ver cómo tienes tú tu rancho! Ayer... Tuvimos misión y llegué muy tarde. ¡No me dio tiempo a recoger todo, ¿vale?! Aunque no lo parezca yo también necesito dormir. Además... ¡Ni huele tan fuerte ni está tan desordenada! Es... Es un tipo de orden que no entenderías.... ¿Qué puñetas quieres Rebecca?- Ya no le quedaban excusas y sus nervios estaban tan a flor de piel que le soltó la última frase más agresivamente de lo que le habría gustado, pero era entendible. Abe estaba aguantándose la risa y el demonio estaba más rojo de lo normal, si eso era posible. Y para colmo, la vaquera con aires de superioridad moral y cachondeo. No, si al final se iba a tener que liar a leches con todos.

Cuando notó que rojo se ponía a su espalda, e intentaba meter mano a los discos que estaba mirando, utilizó la carcasa de uno de ellos para darle un suave golpe en la mano. Eso se hacía mucho con los animales. Un pequeño toque disuasorio, y al final entendían en mensaje. Luego, le tendió los discos. A medida que iba mentando las cosas una a una, el demonio iba por detrás, recogiéndolas. Llegó un punto en el que pensó que acabaría por coger absolutamente todo lo que había en la habitación entre las manos, haciendo una bola como si fuese un escarabajo pelotero. Mientras iba mirando, y algún que otro gato valiente se le acercaba para remozarse entre sus piernas, Rojo trataba de recoger lo que se le ponía al alcance. Barrió con la mano una de las mesas, despejándola por completo, tirando en el proceso ceniceros, latas, y un portalápices que al parecer le daba igual. La Sheriff le miró mientras lo hacía con cierta socarronería, aguantando las ganas que tenía de reír.

- Esto no es como de haberlo dejado un día sin recoger.- dijo, volviendo a dar un barrido rápido a la habitación. - ¿tu que opinas, Azul?- preguntó, haciendo que Abe levantara la vista, encontrándose con su rostro, negando con la cabeza nervioso. Casi suplicando que no le metiera en la conversación.

La vaquera ando, levantando la colcha para que un gatito que había quedado cubierto por ella pudiera salir. De un salto, el felino bajó de la cama y fue directo al comedero, para dar cuenta del pienso.

- Vamos, no te pongas así. He dicho que el olor es fuerte, no que me moleste. - dijo, encogiéndose de hombros, mientras dejaba caer de nuevo la colcha.

Siguió caminando, haciendo que esas caderas se balancearan atrayendo la atención peligrosamente, mientras las espuelas iban marcando el ritmo. Se detuvo y se apoyó de nuevo, poniendo una bota sobre la mancuerna, y provocando que un par de gatos, los más pequeños, tratasen de jugar con la pieza metálica de su bota, provocando algún sonido ocasional que les hacía huir para luego volver.

- Tranquilo, Beefmaster. Sólo venía a saludarte. Tengo que pasar por la armería a recargar, y Azul se ha ofrecido a acompañarme. Pero ahora que estamos aquí, alguien tiene que decírtelo. Todo esto de los gatos...- dijo señalando a su alrededor a la camada de felinos que iba paseando por el suelo. - está claro a qué viene. - añadió mirándole de arriba a abajo con una sonrisa cómplice, pero comprensiva. - Necesitas un buen polvo Rojo, y lo necesitas YA. - añadió, tamborileando relajada en el borde de la mesa, mientras le daba la sensación de que Azul se sonrojaba, mirando después a Hellboy. Su expresión valía mas que todas las pepitas de oro de las minas de Missouri.

- "No es que el olor me moleste"... Bueno vale, tal vez haya dejado un poco desatendida mi habitación...- El demonio tenía una bola de ropa sucia y trastos sobre la mano de piedra que apenas podía verse su cara. Se acercó a un armario que tenía y comenzó a llenar los cajones con todo lo que tenía entre manos, abriéndolos y metiendo todo con la mano que tenía libre y la cola, intentando doblarlo como podía. El armario estaba también de foto. La ropa estaba apilada allí dentro como si fuese el cesto de la ropa sucia. El demonio resopló mientras intentaba en un vano esfuerzo que todo quedase impoluto. Allí iban a hacer falta los tíos del programa "esta casa es una ruina" para que el cuarto quedase mínimamente decente. La vaquera seguía contoneándose por el cuarto, moviendo esas caderas que habrían vuelto loco al más beato. Habló de la razón por la que se encontraba allí, momento en el que se le caía al demonio un pantalón al suelo.- Joder... Espera anda, ahora te acompaño a la armería... Suponía que tarde o temprano vendrías por ello... Lo de los gatitos viene a que me gustan, no hace falta ser un genio para averiguarlo... Puta ropa.-

Y entonces la vaquera dijo una cosa que hizo que el demonio se quedase totalmente en blanco y con una cara que era todo un poema. Se le cayó todo lo que tenía en el brazo al suelo y se fue girando lentamente hacia la vaquera.

- ¿Que QUÉ?- Abe ahogó una risa, viéndose obligado a taparse la boca para que Hellboy no le lanzase la cama encima. Se acercó lentamente a la vaquera con los ojos como platos, completamente alucinado.- Dime... Que no acabas de decir lo que has dicho Rebecca... Dime que no has dicho lo que creo que has dicho.-

Pero la vaquera se mantuvo en sus trece. Se encogió de brazos y levantó ligeramente las cejas, dando a entender que iba completamente en serio. Rojo abrió la boca, pero no salió nada de allí. La señaló con la mano de piedra, pero no fue capaz de decir nada. Al menos, no durante un par de segundos. Negó con la cabeza, dejando caer el brazo, para volver a levantarlo y señalarla con la mano de piedra, casi en tono acusatorio, frunciendo enormemente el ceño.

- ¡Yo no necesito un polvo! ¡Yo tengo todos los polvos que quiero y necesito, así que quítate esa chorrada de la cabeza!- Una risa muy mal oculta provino de Abe, que sonó exactamente como cuando intentas ocultarla tapándote la nariz y se te escapa un resoplido. El demonio negó con la cabeza y se giró hacia él.- ¿Qué Abe, te parece muy gracioso? ¡TAL VEZ EL SEÑOR PUEDA DARNOS UNAS CLASES DE SEXO YA QUE LE DIVIERTE TODO TANTO! ¡Y que sepas Rebecca, que yo follo cuando quiero y con quien quiero!-

- Vaya, ¿no me digas Rojo?- Todos se volvieron hacia la puerta, donde una chica morena permanecía apoyada en el marco de la puerta, con un gesto que era mezcla de estar a punto de partirse de la risa y de prender toda la habitación. Rojo abrió la boca y se rió nervioso.

- No, estábamos... Ya sabes... Una broma y tal... Conversando un poco.-

- Oh no Rojo, tranquilo. Vamos, este tema me interesa un montón. Continúa por favor... Quiero saber como acaba.-

- Pues eso... Que yo tengo mis momentos con quien quiero y cuando quiero...- El tono del demonio era casi el de un niño al que han pillado mintiendo y que da explicaciones a su madre. Liz suspiró sarcásticamente sin dejar de mirarlo.

- Ya, claro... Con quien quieras... No te preocupes hombre, tampoco es el fin del mundo... Y tú debes ser la famosa Rebecca Logan. Un placer conocerte. He oído muchísimo sobre ti. Aquí el amigo de rojo no para de hablar de la vaquera que les ayudó... Y por lo que veo no mentía acerca de tus atributos...- No hacía falta ser Abe para notar que en aquellas palabras hubo un deje de mala uva, como si Liz estuviese marcando su territorio. Un territorio que nunca pisaba, pero que en cuanto alguien lo hacía provocaba que se pusiese a la defensiva, casi a defender algo que no le pertenecía con tal de que nadie más pudiese pisarlo.

- ¿Qué? Yo... ¡Yo no he hablado de sus atributos! Además, te he hablado de ella porque es una nueva aliada del B.P.R.D y nos ha ayudado mucho...- Hellboy ya no sabía donde meterse. Rebecca estaba partida de la risa por la situación, Abe también, ahora Liz parecía una leona que ha visto competencia... ¿Qué demonios le pasaba a todo el mundo esa mañana? ¿Se habían despertado con ganas de joder?

Se quedó en shock, igual que un ciervo que se cruza en tu camino cuando le das las largas. No sabe qué hacer, ni cómo reaccionar, durante unos segundos, y luego, con un estallido de adrenalina, huye con todas sus fuerzas. Él hizo algo parecido. Se acercó a la vaquera con pasos que fueron haciendo un ruido tremendo contra el suelo, la señalo con el dedo, puso una mueca amenazadora, y ahí quedo todo. No hubo palabras, no hubo improperios, sólo un vacío que reflejaba lo que pasaba exactamente en su cabeza.

- Se te ha caído eso. - dijo la vaquera, sin alterarse lo mas mínimo, cuando todo lo que había ido recopilando.

Entonces Hellboy estalló, dejando entender muchas, pero que muchas cosas en sus afirmaciones, justo a tiempo para que una voz femenina interviniera en la situación, y acabara con su reacción con la facilidad con que se apaga una mecha aplastándola con la bota contra la tierra. La chica en cuestión era una jovencita morena, bastante atractiva, que miraba a Rojo con suficiencia desde la puerta, aunque a la vaquera no le pasó desapercibida que en sus ojos había mas furia encubierta que verdadero divertimento, muy al contrario que ella, que permanecía con expresión severa, pero con los ojos cargados de diversión.

- Oh no Rojo, tranquilo. Vamos, este tema me interesa un montón. Continúa por favor... Quiero saber como acaba.

- Creo que estaba diciendo que él echa polvos con quien quiere, cuando has entrado. - dijo la Sheriff, alzando ambas cejas, buscando que Hellboy lo desmintiera. El pobre diablo, nunca mejor dicho, no sabía donde mirar. De un lado a otro, a ella, a mi, y de vez en cuando a Azul, quizá en una muda súplica de ayuda.

Eso era aún mejor. Un macho que se estaba delatando y una hembra dominante que acababa de entrar en juego. Lo que no sabía es si lo hacía como una leona defiende su territorio, o más como una loba que defiende a sus cachorros. La sheriff se humedeció los labios discretamente. Ya que le habían dado la situación perfecta, estaba más que dispuesta a pasarlo bien.

- Encantada, forastera. - saludó la vaquera, acercándose a ella. - Así que la beefmaster... Al pasar cerca de Hellboy, le propinó una palmada en el culo que no podría haber sonado más en toda la habitación. - Te ha hablado de mi. - le tendió la mano, esperando que se la estrechara, con una expresión de desafío en su mirada de acerado azul. - ¿Y tu eres? Cuando estuve aquí no me presentaron a todo el mundo. - dijo ella, con un tono cordial. Sin embargo, subtérfugo, había un claro mensaje de que la vaquera no tenía conocimiento alguno sobre la recién llegada.

- Liz... Liz Sherman. - se presentó, y estrechó con fuerza su mano, en un apretón firme. Durante unos segundos intensos solo se miraron a los ojos la una a la otra, y luego, con una sonrisa por parte de la vaquera, y un entornar de ojos por parte de Liz, se separaron.

- Y dime, Liz. ¿A qué se dedica una chica como tu aquí? - preguntó Rebecca sentándose en la cama de Hellboy con toda confianza. - ¿También luchas contra los jinetes?- añadió, cruzándose de piernas, no como era habitual, si no de una manera mucho más femenina y seductora. Se apoyó en una mano se inclinó hacia ese lado, marcando caderas. La vaquera pudo comprobar que hasta Azul le echaba una mirada, antes de apartarla hacia Liz. Ella alzó una ceja, de forma totalmente involuntaria. Parecía querer aparentar que la cosa no le afectaba lo mas mínimo, algo un poco absurdo con alguien que tenía el instinto tan agudizado como ella.

A pesar de que no lo explotaba de forma consciente, la Sheriff sabía bien que su físico era bastante privilegiado, y que la seguridad que rezumaba era bastante para intimidar. Que recordara, nunca había tenido que pagar las copas, jamás.

- ¿Y hace mucho que os conocéis? - preguntó distraídamente. ¿Cuánto más habría que apurarla para que al final embistiera de frente?

La situación era cada vez peor para el demonio. Ahora Liz y Rebecca parecían tener un duelo interno. No sabía muy bien por qué, si porque había dos hembras en la misma sala o simplemente porque era algo que las tías como ellas solían hacer. La vaquera se acercó hacia la cama para sentarse, no sin antes darle a Hellboy un cachete en la nalga que resonó por toda la habitación como el chasquido de un látigo. El demonio no se movió ni medio milímetro. No se podía creer lo que acababa de pasar. Ahí estaba, con los ojos como platos y ni media palabra saliendo de su boca. ¿Qué demonios acababa de pasar? Abe controló su reacción como pudo. No sabía si quería echarse a reír, a llorar o salir de allí para evitar ser parte de la explosión que estaba a punto de tener lugar en el pequeño cuarto de Rojo. Este le echó un par de miradas de súplica, como pidiéndole que intercediese y le echase una mano con todo aquello, pero Azul no se movió ni un milímetro. Permaneció más estático que una estatua de sal. Ni un huracán podría haberle movido en ese momento.

- Soy agente del B.P.R.D desde que tengo once años... Y no, no lucho contra ellos porque hasta hace poco estaba fuera. Pero no te preocupes, estaré en el próximo.- Ambas chicas se miraban fijamente, como depredadoras analizando a su presa, con la diferencia de que ambas eran depreradoras natas. Había tensión en el ambiente. Aunque claro, Abe y Rojo tenían la suya propia por la situación que se acababa de vivir antes. Liz fue acercándose hacia la vaquera hasta quedar justo delante. Se apoyó contra la mesa y se miró discretamente las uñas.- ¿Y tú qué haces por aquí? ¿Eres algo así como la nueva becaria? Porque el último no acabó precisamente bien. Sería una pena que te pasase lo mismo...-

- Oh, no. Rebecca es una compañera. Una amiga que nos puede echar una mano con...- La mirada de Liz bastó para silenciar a Abe, convirtiendo su voz en un susurro apenas perceptible. Hellboy suspiró y decidió tomar cartas en el asunto. ¡Qué coño! ¿Había hecho frente a su padre y no se lo iba a hacer a estas dos petardas? No caería esa breva.

- Rebecca estaba en el momento equivocado en el sitio equivocado, pero mostró ser una persona de verdadera valía tras ayudarnos a acabar con Hambre. Y le ofrecimos que nos echase una mano siempre que quisiese. De hecho, nos ha ayudado a avanzar con la investigación de los jinetes. Algo que como bien sabes está parado un poco debido a que no somos capaces de localizar a ninguno más, así que hasta nueva orden es nuestra aliada, y por tanto es bienvenida aquí, al igual que lo fuiste tú en su día.- La mirada de Liz podría haber derretido el acero, y el demonio juró que se pudo ver una llama en sus pupilas. Pero no se iba a dejar amedrentar. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Acababa de pasar posiblemente el momento más vergonzoso de su vida. Cualquier cosa que viniese después no sería para tanto... O eso creía.- Liz lleva con nosotros desde que era una jovencita adolescente. Sin embargo, debido a sus poderes mantiene su apariencia joven, o al menos así lo ha hecho todos estos años. Ha crecido con nosotros y forma parte de nuestra familia. Una familia donde nos cuidamos y protegemos los unos a los otros. Supongo que entenderás eso.-

La vaquera era capaz de presentir la tensión, era justo como en el preludio de los buenos duelos. Dos contrincantes observándose a la clara luz del mediodía, con las manos sobre el puño de sus pistolas cargadas, esperando el mínimo movimiento del otro para reaccionar. No podía ser algo reflejo, una décima de segundo tarde equivalía a ser comida para buitres, pudriéndose al sol. Aunque pareciera distraida, la Sheriff observaba cada movimiento de su oponente, valorando su afán por encubrir los sentimientos que despertaba en ella, y que podían hacerla fallar estrepitosamente. No es que tuviera nada personal, pero así eran los duelos.

- Desde los once años. No puede ser hace mucho, con lo joven que eres. - dijo la vaquera, con una sonrisa relajada. - ¿Becaria? - la Sheriff alzó una ceja, y se rió de su ocurrencia. - No, no. Soy una humilde vaquera que sólo pretendía ver a su caballo competir en el Grand National y acabó ayudando a tus amigos a acabar con uno de los Jinetes del Apocalipsis. - comentó encogiéndose de hombros, como quitándole importancia.

Por algún motivo, para Liz, aquello fue como si conduciendo una diligencia, le volara un Tomahawk a diez centímetros de la cabeza. Pudo comprobarlo porque dejó de mirarse las uñas un instante, y no puedo evitar mirarla apretando muy sutilmente los labios. En ese mismo momento, Rojo las interrumpió. Así que la chica no era ta joven, sólo lo parecía. Cada día tenía mas claro que uno no puede fiarse ni de su sombra. En ese mundo de espectros, fantasmas y otras cosas, no había manera de saber qué era real y qué solo una manipulación. Tendría que esmerarse en agudizar sus sentidos aún mas, si era posible.

- Desde luego. Se lo que es una manada y se lo que significa eso. Tambien se lo que son el macho y la hembra alfa. - dijo la vaquera, levantándose de la cama con un crujido bastante sonoro. Miró a Abe. Sus ojos negros como pozos estaban empañados de algo difícil de describir, aunque lo mas cercano sería sin duda vergüenza. - Vamos a la armería Liz. ¿Porque no nos acompañas y me cuentas algo mas de ti?- preguntó, poniendo dirección a la salida, recogiendo de camino el sombrero que había colgado en la percha. Al pasar al lado de Rojo se inclinó hacia el. - Mal sitio para cabalgar, vaquero. Ese somier chirría como una diligencia vieja. Te deben oír hasta en la primera planta. - añadi, haciéndole a Abe un gesto con la cabeza. - Vamos. - dijo saliendo del cuarto. Había recogido su sombrero, si, pero no su poncho. No pensaba irse de allí sin echarle al final un último vistazo.

La tensión era tan palpable que podría haberse cortado con tijeras. Hellboy sintió algo que en su vida había sentido ni visto, y era dos mujeres "peleándose" por él. No se peleaban exactamente por ver quién se quedaba con el demonio, pero sí era un poco por ver quién de las dos estaba más cerca o algo así. Bueno, en realidad a saber. Sabía tan poco de mujeres como de cocina. Lo mismo únicamente estaban comprobando quién era más hembra que la otra y no tenía nada que ver con él. Vete tú a saber. El caso es que el duelo de leonas cesó temporalmente cuando Rebecca sugirió que se fuesen a la armería, no sin antes dejar un último recado para el demonio sobre la cama y cabalgar. Este pusto los ojos en blanco y negó con la cabeza, achuchando a todos para salir y cogiendo su gabardina antes de dejar la habitación.

Abe encabezaba la cuadrilla, seguido por las dos chicas y cerrando el grupo Hellboy, quien maldecía por lo bajo por el bochorno que había pasado delante de la vaquera. ¿No podría haber llamado? Sí, vale que él mismo le había dicho que se pasase cuando quisiera, pero no se esperaba ni de lejos que fuese a suceder algo como eso, qu ele pillasen en semejante bajada de pantalones. Tampoco entendía como había podido acabar con toda la munición que le habían entregado. Negó con la cabeza y se dirigió hacia las chicas.

- ... Y por ello mi apariencia puede ser menor.-

- Perdonad que os interrumpa chicas. ¿Qué tal funciona la escopeta? Presumo que bien ya que has acabado toda la munción que te dimos.- No fue una reprimenda ni mucho menos, sino más bien una sorpresa por parte de Rojo. ¿Habría estado disparando a sus enemigos con balas mágicas? Esperaba que no hubiese tenido ningún encuentro desagradable con criaturas sobrenaturales, ya que eso significaría que era posible que, ahora que era una aliada del B.P.R.D algún que otro demonio se hubiese tomado la justicia por su mano, atacando a la joven cuando menos se lo esperaba. Era una de las cosas que más molestaba de los demonios. Tenían la "manía" te atacarte y pillarte cuando más indefenso te encuentras o cuando más bajas tienes las defensas. Después de todo, eran capaces de ver tu alma y sentir cuándo estabas bien o mal. Abe se giró ante la pregunta del demonio, seguramente pensando lo mismo. Liz puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

- Parece que nunca hayáis visto a dos chicas charlando entre ellas... ¿No puede esperar eso a la armería? Gracias.- No les dio tiempo a contestar a la pregunta, avanzando y adelantando a Azul para que pudiesen tener una conversación lejos de los dos agentes más importantes de la organización. Rojo frunció el ceño sin dejar de mirar a las dos chicas que avanazaban por el largo pasillo.

- ¿Qué puñetas le pasa a Liz? Se comporta de lo más raro...-

- ¿Acaso no es obvio? Rebecca es una competidora potencial. Está marcándola.-

- ¿Competidora? Entre Liz y yo no hay nada.- El demonio negó con la cabeza, mirando esta vez a su compañero como si acabase de decir una sandez tan grande como una montaña.

- Oh, pero eso no importa. Ella no quiere que nadie se acerque a nosotros porque somos "suyos" por así decirlo...-

- ¡EH! ¡Yo no pertenezco a nadie! ¡Y menos a Liz!-

- Me refiero a que somos sus amigos, sus hermanos... No quiere que nos hagamos coleguitas de una extraña que puede hacernos daño... Es curioso, sin embargo, que hayas negado que no hay nada entre Liz y tú pero no hayas dicho nada de Rebecca...- Abe sonrió, dejando a Rojo con cara de que no se lo podía creer. Se le abrieron mucho los ojos y la boca. Acto seguido negó con la cabeza y se puso furioso.

- ¿Qué demonios estás insiuando Abe? Más vale que no sea lo que creo que es o vamos a tener un problema tú y yo muy serio.-

- Tranquilo, es normal. Rebecca es atractiva, lanzada, te trata como a un igual...-

- ¡NI SE TE OCURRA IR POR AHÍ ABRAHAM SAPIENS! ¡ENTRE REBECCA Y YO SOLO HAY UNA RELACIÓN ESTRICTAMENTE PROFESIONAL!-

- Es posible, pero desde que ambos caísteis a la "cueva del alma" estás... Menos gruñón y más amable por así decirlo.- Y con una sonrisa dejó al demonio dirigiéndose detrás de las chicas, las cuales estaban muy lejos como para haber oído la conversación.

Tras abandonar el cuarto de Rojo, donde se había generado ese ambiente de tensión propio de un buen duelo final de película de Western, pusieron rumbo a la armería. Por el camino, y por algún motivo, la chica se volvió un poco menos seca, y comenzó a hablar con ella de una manera un poco menos provocadora. Quizá había sido el escenario el que había propiciado las tensiones, pero fuera el motivo que fuera, el hecho de que ambas estuvieran en territorio neutral tranquilizó los ánimos por ambas partes, puesto que la vaquera en realidad sólo pretendía divertirse un poco al iniciar esa tensión. Lo que no esperaba es que la joven Liz entrara al marcaje con tanta facilidad. Era algo a tener en cuenta, y en cierta manera, resultaba hasta divertido. Por lo que parecía, Liz podría haberse llamado igual que su escopeta. "La ingenua explosiva".

- Así que es por eso. - dijo la vaquera, alzando una ceja con una media sonrisa.

Por detrás, La Beefmaster y Cuero Azulejo las seguían. Hellboy apretó el paso para ponerse a su nivel y preguntar acerca del arma. En realidad, se había tomado en serio el manejo de su nueva herramienta, y se había esmerado en llevar las prácticas de manera estricta.

- Es magnífica. Ronronea como un gato. - dijo, mientras asentía con la cabeza - Pero siempre hay que pasar por un periodo de adaptación. Mi puntería no nace de la nada, Beefmaster. - advirtió la vaquera, con ese deje duro pero indomable propio del forajido.

Luego volvieron a retirarse durante un rato, mientras la chica le contaba sus experiencias y vivencias allí. Una pequeña introducción más bien. Preguntó acerca de los jinetes y su implicación, y la vaquera contestó con la franqueza que le era característica. Cuando alcanzaban la puerta de la armería se les unió Azul, con una sonrisa enigmática, y rojo, con el ceño fruncido que no paraba de refunfuñar. Cabía la posibilidad de que fuera cosa de haber entrado en su cuarto.

- ¿Por qué refunfuñas, vaquero? - preguntó la Sheriff cuando llegaron a su altura. - ¿Sigues enfadado?- añadió, mientras se subía levemente el cinturón, que con el peso de los látigos y las armas en ocasiones se deslizaba un poco por su cadera. - Liz me ha dicho que también dispara. Quiero verla en acción. - dijo, haciendo que liz sonriera a Rojo. - ¿Vais a uniros a nosotras, o vais a quedaros ahí mirando sin hacer nada?- preguntó, mirando tanto a Abe como a Hellboy, esperando una respuesta. Ella, por su parte, no tendría ningún problema en practicar con "La ingenua explosiva" un poco más.

El demonio y su compañero apretaron el paso para alcanzar a las chicas, las cuales parecían estar conversando tranquilamente entre ellas. A ver si era verdad y se relajaban un poco los ánimos porque joder, qué tensión habían vivido en el cuarto de Rojo. Encima él era quien se había llevado la peor parte, ya no sólo por el ridículo tan espantoso al que acababa de ser sometido, sino por el hecho de que estaba convencido de que Liz le iría a dar la charla sobre que él era mayorcito para hacer lo que quisiera, pero siempre con esa mirada recriminatoria y condescendiente. Como odiaba eso. ¡Él era un demonio adulto y podía hacer lo que le diese la gana! No tenía por qué estar aguantando esa actitud casi diaria o cada vez que hacía algo fuera de lo normal. ¡Ni que fuese el único! Allí todo el mundo hacía lo que quería, tan solo por ser un demonio rojo de más de dos metros tenía que aguantar eso. Pues se iba a acabar esa mierda. Liz ya le había demostrado hacía tiempo que le veía como un amigo y nada más, y él lo había aceptado, así que ahora ponerse en ese plan le parecía una salida de tono total. Pero bueno, ella sabría.

El demonio captó la atención de las chicas, en especial de la vaquera.

- Bueno y... ¿Cómo va la escopeta? ¿Consigues adaptarte a ella?- A decir verdad no habría esperado que Rebecca viniese tan pronto en busca de munición o para que le hiciesen algún tipo de revisión a su arma. Ella comentó que era un arma digna de un tirador de primera, pero que debía educarla por así decirlo, que su puntería no salía de la nada. Y entonces le llamó por ese nombre con el que tanto le gustaba referirse al demonio, y que provocó que Liz se girase lentamente, alzando una ceja.

- ¿Beefmaster?-

- Es un tipo de vaca... Ya sabes, una con los cuernos bastante grandres. Es un nombre que me puso Rebecca... A Abe le llama... Le llama... ¿Corbacho azulado?- El demonio tenía el ceño fruncido mientras decía eso, puesto que no recordaba a ciencia cierta cuál era el nombre.

- Cuero Azulejo.- Corrijió su compañero. Hellboy asintió volviéndose de nuevo a las chicas.

- Vaya, que monos. Ahora sois una vaca y un caballo... Qué enternecedor.- El demonio negó con la cabeza y Abe no pudo evitar sonreír un poco de nuevo. HEllboy le mandó otra mirada de advertencia y este cesó su sonrisa casi al instante, al menos por fuera.

Al cabo de un rato llegaron a la armería y entraron los cuatro. El demonio empezaba a tener los huevos bien hinchaos por las tomaduras de pelo que venían una detrás de la otra, sin límite aparente. Abe y Liz se acercaron a la zona de las armas y cogieron ambos una pistola cada uno.

- No pasa nada por disparar un poco. Siempre hay que mantener la puntería fresca. Además, a veces es mejor tenerme a mí de tirador, sin ánimo de ofender.- El demonio negó y desenfundó su enorme revolver, mostrando que él también jugaría. No se pensaba quedar atrás, y mucho menos estando como estaba la situación. Desde luego no sería él quien se quedase sin disparar, y si tenía que esforzarse cuatro veces más con tal de dar a un objetivo así lo haría.

A medida que Liz mostraba a causa de sus comentarios su territorialidad, y una especie de celos encubiertos que no hacían mas que ir en aumento, en la expresión neutra de la Sheriff aparecían suaves curvaturas en ambas comisuras de los labios, de pura satisfacción. No podía evitar que resultara divertido, de igual manera que lo era domar a un toro salvaje. Sabías que con toda seguridad acabarías apaleado en el suelo, pero la adrenalina y el reto merecían esos golpes.

- Se porta bien, si es lo que preguntas. - respondió como último comentario a la pregunta de Rojo acerca de la escopeta.

Cuando utilizó su apodo, pudo notar la ironía en la boca de la chica. A medida que todos se iban equivocando, la sonrisa de la vaquera se hizo más amplia, hasta que no pudo evitar soltar una risa entre dientes. Los tres le devolvieron una expresión contrariada, y la vaquera les devolvió una sonrisa que parecía casi maternal, algo difícil ya que su rostro era bastante juvenil.

- La beefmaster no es la de cuernos largos. Siempre se equivoca. Es un tipo de ganado de piel roja y tremendos músculos, pero a menudo la carne es dura y son animales testarudos. - especificó alzando una ceja, como si creyera que Hellboy lo había dicho mal a propósito. - En cuanto al "cuero Azulejo" no es un caballo o una raza, si no un tipo de pelaje muy particular. - añadió, denotando que podía llegar a ser muy ilustrativa cuando de lo que se hablaba eran temas que ella controlaba.

Al entrar en la sala de tiro, que hoy estaba vacía por alguna razón, la vaquera observó los diferentes puestos. A cada lado había unos cascos colgados, para evitar la reverberación de los tiros. Era mas una mera formalidad, y comodidad, que por el hecho de que fuese realmente necesario. A diferencia de otras galerías en las que había estado, esa era muy, pero que muy amplia. Fue al apartado donde estaban todas las balas y lo abrieron, cogiendo y recargando sus armas en cuestión. La Sheriff recargó la ingenua explosiva, y se dirigió a uno de los puestos. A su lado se pusieron el resto del cuarteto. Se retiró el sombrero y lo dejó en la misma percha de la que había cogido los cascos. Hasta que no estuvieron posicionados, ninguno accionó la Diana, que se alejó a una distancia corta. Ejecutaron el primer tiro. Luego, volvieron a alejarla, y así sucesivamente. Al llegar a un punto, Liz miró por el rabillo del ojo a la vaquera. Cuando acabó con las balas de la ingenua, sacó sus revólveres y continuó. Su expresión era aguda, con el ceño fruncido, totalmente concentrada. No desvió la vista de su objetivo ni un sólo instante, dándole un aspecto severo y mortífero. Al acabar, comprobaron las dianas. La vaquera no hizo incapié en la suya, si no que miró las de los demás.

- Vaya, no está nada mal. - admitió, mirando las de Liz y Azul.- Veo que has mejorado mucho, Beefmaster. - dijo mirando la de rojo. En situaciones normales, tristemente una diana tan pequeña no tendría ni un agujero, pero no esta ocasión. - Me has impresionado. - añadió con una sonrisa cómplice, que hizo que liz contrajera los labios con un tic. - ¿Qué os parece si esta vez lo hacéis vosotros, y me dejáis ver qué tal lo hacéis?- preguntó la Sheriff, dejando la escopeta. No es que no tuviera interés en disparar, que me aspen si no era una de las cosas que la hacían sentir vida. Pero en ese momento estaba mas interesada en comprobar a qué tipo de tiradores se enfrentaba. En un duelo, saber esas cosas de tus contrincantes podría salvarte la vida.

- Sólo estaba calentando. - dijo ella con una sonrisa condescendiente.

- Como tu digas, Liz de Kid. - dijo la vaquera con una sonrisa, encogiéndose de hombros y dándole a conocer su apodo.

La opinión no se reflejó en palabras, pero si en una mirada desafiante. Colocaron unas dianas nuevas, e iniciaron el proceso. Le echó un vistazo a Rojo y se acercó a él, mientras empuñaba el samaritano. Lo vio disparar un par de veces de lejos, luego  más de cerca. Notó por las miradas de refilón que no le estaba haciendo mucha gracia sentirse observado, sus ojos azules se toparon con sus córneas amarillas un par de veces, hasta que la vaquera se acercó a él.

- No usas la cabeza cuando miras. Te pones de lado, con las rodillas rectas. No estás en una postura cómoda. - colocando las manos en las caderas de él, le obligó a ponerse de frente, en lugar de con una pierna tan adelantada. Dió unos toques con sus pies a los de él, obligándole a abrir un poco las piernas. - Eso es, hombros relajados. Disparar con una sola mano siempre es mas complicado. Apóyate en tu cañón, alinéalo con tus ojos. Parte de esa base de momento. Alarga el brazo. Mas. - sujetó su codo, haciéndolo elevarse un poco con suavidad pero firmeza. - Firme la muñeca, pero flexible. Eso es. Precioso. - susurró para sí, al ver la gran mejoría en la postura del demonio. La vaquera estaba totalmente centrada en disfrutar del proceso de enseñarles cómo se hacía, no por nada el tiro había sido uno de sus pasatiempos vitales durante prácticamente toda su vida.

Fue cuando soltó al demonio que al mirar por el rabillo del ojo se dio cuenta de que Liz le dirigía una mirada furibunda a Rojo, fue un sólo instante, pero no podía esconderse de la perspicacia de una Sheriff. Durante un momento, estuvo tentada de continuar con sus pesquisas. Los celos de la mujer podían provenir de muchos sentimientos, el hecho de que sus dos amigos hubieran conocido a alguien que la hiciera sentirse amenazada, que tuviera que compartirlos con ella, o tener que aceptar que ya no era la única para ellos. Fuera lo que fuera, aún podría hacer algo para matizarlo, y la curiosidad de la vaquera le instó a hacer lo que hizo a continuación. Pasando tras Liz, guardándose su valoración tal y como la chica le había pedido, fue directa hacia Azul y observó con tranquilidad los movimientos de él al disparar. Lo miró de lejos, y luego de cerca, como había hecho con Hellboy, y entonces Azul se retiró los cascos y le devolvió una de esas profundas miradas negras. Sin mediar palabra, Rebecca se puso a su espalda y con un suave gesto, elevó ambas manos colocándolas sobre los hombros de Abe. Tras aplicarle una suave presión, pidiendo con eso a su cuerpo que relajara los músculos, una de sus manos se deslizó despacio por un lateral, pasando por su cintura y su cadera, mientras la otra acariciaba el largo de su brazo hasta encontrarse con la muñeca de él. La cabeza de la vaquera, levemente inclinada, hacia impactar su aliento cálido contra las sensibles agallas de su cuello.

- Haces un magnífico trabajo Azul. - dijo mientras acompasaba sus respiraciones, y su pecho hacía contacto con la espalda de él. Por un momento creyó oír a Abe carraspear - Tienes una buena postura, y puntería. Pero estás un poco tenso en la zona de los hombros. - explicó con una voz susurrante, que por la cercanía resultó sensual. - y tu mano - deslizó su mano sobre la de él, con suavidad. - Un poco mas firme en la culata. - finalizó, mientras Abe se esmeraba por continuar dando en el blanco. La vaquera le permitió entonces de nuevo su espacio. Ahora era cuestión de analizar los gestos y miradas de Liz. ¿Era por ambos por quien sentía esa necesidad de proteger, o tendría predilección por alguno de ellos?

- Una enorme vaca roja con mal genio y testaruda. Sí, definitivamente el apodo le va que ni pintado.- Debió ser uno de los pocos comentarios amables, por llamarlos de algún modo, que la mujer dirigió a la vaquera. Entraron todos en la sala de tiro mientras el demonio negaba con la cabeza con el ceño fruncido y el semblante mostrando cláramente incomodidad y cabreo. Aunque claro, no hacía mucha falta mucho esfuerzo para conseguir eso. Abe y Liz fueron a recoger sus pistolas y Rojo hizo lo propio con su revolver favorito. Rebecca llevaba su enorme escopeta, y tras activar las dianas todos se pusieron a disparar. El demonio se concentró como hacía mucho tiempo no hacía. Necesitaba por todos los medios acertar. Era casi una cuestión de vida o muerte. "Vamos Rojo, calma, sabes que puedes. Concéntrate. Un blanco pequeño es un error pequeño...". Los disparos se superpusieron unos a otros, y tras acabar la primera tanda, la vaquera hizo el papel de juez y comenzó a revisar qué tal lo habían hecho cada uno. A diferencia de Hellboy, Liz y Abe eran unos excelentes tiradores, sobre todo el segundo. Sus dianas tenían una puntuación de 90. La de Rojo, mucho menor, era de un 6'2, muy por encima de sus habituales 3'2 o 3'5. Sin embargo, también había que decir que la concentración que usó casi parte en dos su enorme arma.

- Vaya Rojo, te felicito. Nunca te había visto sacar una puntuación tan elevada.- El tono de Abe era totalmente carente de emotividad. Simple, llano, sin sarcasmo ni ironía. Liz apretó ligeramente los labios, furiosa tal vez por haber quedado por detrás de su compañero Abraham. Además, la actitud de Rebecca tratándolos como si fuesen aprendices (o esa era la imagen que le vino a la mujer a la cabeza) no ayudaba. Pensaba acertar todo en la próxima tanda, la cual Rebecca pidió no hacer para observar más detenidamente a los tiradores.

- ¿Tienes miedo de no hacerlo tan bien esta vez? Liz de Kid... Miradme, soy una tetona que me creo muy guay...- Esto último lo dijo totalmente entre dientes, y habría que haber tenido un oído supersónico para haber entendido las palabras.

El demonio resopló, sabiendo que ni de coña conseguiría una puntuación tan buena como la de ahora. Era matemático. Los milagros no se repiten dos veces en la misma sala. Sin embargo, a pesar de tener todas en su contra, se concentró para ver si conseguía algo esta vez suficientemente bueno como para que le felicitasen. No es que jamás acertase una diana. Muchas veces había dado en el centro, pero lo normal era que se fuesen todas por fuera o los alrededores de los puntos importantes. Pero bueno, de vez en cuando alguna buena caía. La vaquera se le acercó, colocándole de una manera casi sensual, erótica. El demonio notó como el pulso se le aceleró ligeramente al sentir la aguda y penetrante mirada de su compañera al lado. Luego agitó la cabeza y frunció el ceño. Podía ponerse como le diese la gana. No le debía ningún tipo de amor correspondido ni nada. De hecho, ¿no acababa de decidir que le podían dar morcilla? Pues adelante. Siguió las indicaciones de la vaquera, y tras disparar consiguió una puntuación de 6'1. El demonio sonrió, contento de haber repetido voluntariamente su éxito. Sabía que en una misión no haría todas esas cosas que la vaquera le había pedido. Como tuviese que hacer todo ese despliegue delante de un demonio del averno iba listo. Con suerte sólo medio planeta estaría patas arriba antes de que disparase la primera bala.

- ¿Pr.. Precioso? Te refieres a... La postura, ¿verdad?- Las cejas de Hellboy se levantaron ligeramente con las últimas palabras de la vaquera, tragando un poco de saliva. No, ella no podía decir que él fuese precioso. Era un demonio rojo enorme con cuernos y una mano de piedra. Era de todo menos precioso. Pero por suerte para él la atención desapareció de él y se centró en Abe, quien recibía un cálido masaje en los hombros de la jovencita. Liz se acercó ligeramente al demonio con cara de pocos amigos.

- ¿Qué hace esta fresca ahora?-

- ¿Cómo?-

- Primero te sobetea a ti y ahora a Abe... ¿Qué se ha creído?- Todo esto lo decía en apenas un susurro, ya que no quería que la chica escuchase sus palabras, dejándola en evidencia. Pero sus modos ya lo hacían por sí mismos. Liz no recordaba haber tenido que "proteger" a sus compañeros, al menos no de unos ojos y unas curvas como aquellas. No sabía muy bien qué sentir. Era como una hermana que cuida de sus hermanos y de repente ambos tontean con una chica demasiado guapa para ellos, y que por tanto algo puede estar tramando.

- Oh, Rebecca, yo...- Abe tampoco sabía muy bien qué sentir o hacer. Al fin y al cabo, nadie le había dado en su vida un masaje así. Bueno, mentía. Sí lo hicieron. Una vez. Kate Corrigan. Pero con ella tenía mucha confianza y fue después de una misión donde todos acabaron hechos polvo y ella se lo ofreció debido a que Azul tenía una contractura de caballo. Aquel gesto aceleró inconscientemente el pulso del hombre pez, sorprendido por un contacto tan puro y cargado de inocencia. Así es, él pudo notar las intenciones de Rebecca en sus manos, y no vio nada más que una adolescente queriendo jugar un poco poniendo celosa a su compañera con gestos y modos totalmente inocentes, pero que podían ser malinterpretados, tal y como estaba sucediendo. Cuando ella le liberó y disparó, obtuvo una puntuación de 8'6, claramente distraído por el contacto con la vaquera.- Parece que este se me ha... Ido un poco...-

Él jamás diría ni una palabra de lo que estaba haciendo Rebecca, entre otras cosas porque sabía de sobra que Liz se lo tomaría a mal, y posiblemente Hellboy se enfadase un poco con ella por meterle en un lío. Se rió por sus adentros al ver la situación que estaban viviendo, e intentó seguirla lo mejor qu epudo.

Diana. No era una cuestión de exclusividad, lo cual habría resultado aún mas divertido. Aunque en cierto sentido sí que lo era. A qué obedecía esa necesidad por apartarla de ellos, es lo que aún no había descubierto, pero había un sin fin de teoría válidas que ya había elucubrado. Con toda seguridad había sido la única mujer en su círculo, un clásico síndrome del hijo único. A ningún chiquillo malcriado le gustaba tener que compartir sus juguetes con los otros niños. Puede que la considerara una competidora potencial por la atención de quienes había tenido para ella durante tanto tiempo. La dificultad física que tenían a la hora de relacionarse con otros que no fueran del B.P.R.D quedaba clara en el modo en el que hacían las cosas, con tanto secretismo y siempre ocultando hasta su último movimiento. Una vida social bastante sesgada, lo cual implicaba que aumentaba la necesidad de "hacer piña" por su parte.

Cuando terminó con un tanto nervioso Abe, la vaquera esperó que atrajeran las dianas de nuevo. La de Rojo, de nuevo marcada con un resultado espectacular para ser él, peor que mediocre para un tirador experimentado como Azul al que se le habían desviado un par de tiros, la chica arrancó la suya de cuajo mirándola con el ceño fruncido. La vaquera aprovechó para ponerse a su lado y mirar las marcas de agujeros en su superficie.

- ¿Porqué estás tan enfadada, Liz the kid?- preguntó sin ninguna maldad, observando sus resultados. - Creo que es un buen resultado. No el mejor, claro, pero es difícil ver las correcciones necesarias cuando no las hacen desde fuera. - dijo la vaquera volviendo a su puesto y recargando el arma, encogiéndose de hombros.

Con rapidez estudiada desencajó los tambores de ambos revólveres, vaciando los casquillos sobre el suelo con una docena de ruidos tintineantes. Con nuevos crujidos, acomodó balas nuevas en los pequeños cilindros vacíos, recargando y cerrando el revólver con un golpe de muñeca y un chasquido, antes de llenar el siguiente. La expresión de Liz se volvió casi amenazadora cuando se acercó su puesto de nuevo intentando disimular bastante mal una expresión de cabreo.

- ¿Quién te ha nombrado profesora de tiro al blanco? - preguntó con ironía. La vaquera la miró con asombro velado, enarcando un momento las cejas.

- Imagino que mi puntería. - respondió la vaquera, con un acento con deje sureño.

- Llevamos haciendo esto el tiempo suficiente, y sabemos lo que nos hacemos. - añadió Liz, recargando el cargador de su pistola automática.

- Ya veo. - murmuró para si la Sheriff, mientras se le dibujaba una sonrisa en los labios y levantaba la vista hacia su puesto. - De manera que ninguno de vosotros necesita mejorar nada. - añadió ella guardando uno los revólveres en sus cartucheras. - Ni sus facultades, ni su puntería, ni su temperamento. - añadió, sacando una moneda, un dolar de plata de la parte trasera de su pantalón. Sin miramiento, lo lanzó al aire ante la mirada asombrada de los presentes, y con rapidez desenfundó uno de sus revólveres y disparó hacia el techo. Con un tintineo, la moneda cayó al suelo, deformada por un agujero humeante. La Sheriff guardó el revólver y avanzó unos cuantos pasos haciendo sonar sus espuelas. Su expresión se había vuelto extremadamente seria. - A veces es bueno verlo todo con un poco de perspectiva. - Recogió la moneda del suelo. - Y es difícil hacerlo cuando sólo somos capaces de mirar a través de un agujero tan pequeño. - añadió, poniendo la moneda a la altura de los ojos de Liz. A través del agujero apenas era capaz de ver uno de los azules ojos de Rebecca. - Si merece o no la pena, decídelo tu. - terminó, dejando la moneda sobre el puesto de Liz y volviendo al suyo sin mediar palabra, antes de comenzar una ronda nueva de tiros rápidos, desenfundando y enfundando la pistola en cada uno de los tiros por separado, en una de las rutinas que más utilizaba para entrenar.

La verdad es que la situación podía desmadrarse en cualquier momento. El problema que tenía Liz con sus poderes es que, cuanto más furiosa estaba, más probabilidades de sufrir una explosión sin control tenía, y en aquellos momentos, con la actitud de la vaquera siendo un pelín chulilla (sin llegar a la ofensa, eso sí), esa explosión se veía cada vez más cerca. Rebecca estaba jugando literalmente con fuego, a pesar de que ella parecía ignorarlo por completo. De haber sido así, seguramente habría optado por un acercamiento menos agresivo, por decirlo de algún modo. Por suerte, y sorprendentemente, esta vez no fue otro que el demonio quien calmó un poco los ánimos, apoyando su mano izquierda sobre el hombro de su compañera, captando así su atención. El rostro del demonio era serio, pero comprensivo. Pedía con sus ojos a Liz que se relajase un poco, ya que la situación no era tan mala como la chica pensaba.

- Liz, Rebecca es la mejor tiradora que yo he conocido nunca. Hasta ha conseguido que yo, cuya puntería es peor que la de un burro tuerto, sea capaz de acertar o al menos acercarme a mi objetivo de manera mucho más precisa. Nadie ha dicho que tu puntería sea mala. De hecho, el único con una puntería como para llorar aquí soy yo. No dice que seas mala, simplemente quiere darte un par de consejos para que mejores...- Pocas veces verían al demonio en un plan tan apacible y maduro. Él sabía que desde que la vaquera le había dado un par de consejos, su puntería había mejorado notablemente (al menos en la galería de tiro). Entendía que Liz pudiese sentirse desplazada o que fuese una especie de competición. Después de todo, únicamente tenía cerca a Abe para comparar disparos, y él no era mucho mejor que la chica de fuego. Pero encontra a alguien como Rebecca, cuya puntería distaba casi nada de la perfección era más una ayuda que un contratiempo, y ella debía entenderlo así. Las palabras de Hellboy hicieron mella, y, bajando ligeramente la cara, asintió lentamente.

- Está bien... Bueno, muéstrame tu técnica o en qué puedo mejorar...-

La chica tenía mucho carácter, y eso se notaba a la legua. Aunque la rencilla que habían iniciado se trataba de una rivalidad completamente inocua, no estaba segura de hasta qué punto ella se lo estaría tomando como tal. Parecía ofendida, intentando encubrir un cabreo que era cada vez más patente en su modo seco de decir las cosas, y de dirigirse a la vaquera. Ella por el contrario, acabó tomándose pero que muy en serio lo que estaba diciendo. La hora de juego había terminado, y para ella, el tiro era una disciplina casi tan importante como la doma del caballo. Era un arte, una práctica que había que hacer a diario y con esmero, para poder mantenerla. Como buena amante del tiro que era, no dejaba que se lo tomaran a broma.

- Vamos a ello entonces. - fue lo único que respondió la vaquera cuando la chica se dejó convencer.

Cediéndole el sitio en su puesto, la aprendiz se colocó en su lugar, programaron una nueva diana y comenzó a disparar. Sólo durante los primeros disparos miraba por el rabillo del ojo a la Sheriff, que la observaba con esos ojos azules entornados levemente, mientras el sonido del percutor martilleaba sus oídos con cada disparo. Tanto Abe como Hellboy pudieron percibir el sutil cambio en el rostro de Rebecca, que ya no sonreía con socarronería, mantenía un gesto severo mientras observaba las dotes de Liz, hasta que vació por completo el cargador.

- Baja tu centro, hasta las caderas. - dijo colocándole la palma de la mano en el vientre a la tiradora. - Levanta las manos, la barbilla. Arriba. - le dio unos suaves toques, para luego quitarle el arma de las manos. Cogió uno de los cargadores que Abe tenía en la cintura, con un gesto resolutivo, y cargó rápidamente la pistola de Liz, programando un blanco de diana aún mas pequeño. - Otra vez. - insistió, mientras le tendía el arma.

Los ecos de las balas volvieron a escucharse en la galería de tiro, hasta que se quedaron sin pólvora.


Por mucho que así lo pretendiera, la distancia no haría desaparecer el problema. El hecho de que llamaran a Rojo para una misión rutinaria hizo mucho mas llevadero explicar el verdadero objetivo que la había llevado allí. Quería un par de días lejos del rancho, de todo lo que había vivido allí los últimos días. El tiro había supuesto su único refugio, así que se sorprendió al darse cuenta de que se había quedado sin munición y encontró en ello una excusa perfecta. La tarde que había pasado con ellos casi la había hecho recobrar la normalidad. Eso y la fuerte combinación de plantas que Hiedra llevaba facilitándola desde que empezara todo. La experiencia en la galería de tiro había ayudado a tranquilizar sus inquietudes. Comprobar que en efecto no había perdido su puntería había conseguido alejarla de sus pensamientos durante unas horas.

Cuando Liz y Hellboy se marcharon a la misión, Abe se acercó a ella. Después de haber tenido ese contacto en la galería de tiro, no sólo había detectado su turbación, si no también sus deseos de quedarse. Lo arregló todo para que pudieran proporcionarle una habitación, para que pudiera quedarse un par de días, y estuvieron hablando de lo sucedido. Fue cuando se separaron para que Abe pudiera descansar que la vaquera se quedó sola. Trató de acostarse en la cama, y no pensar, pero le fue imposible. Incluso a pesar de las hierbas de Hiedra. A mitad de la noche, tuvo que levantarse a causa de las nauseas. Vomitó hasta vaciar el estómago, notando cómo volvían las molestias. En cuatro días había perdido casi dos kilos a causa de la ansiedad. Incapaz de permanecer en la habitación comenzó a andar por el lugar. La zona en plena noche parecía desierta.

Llegó hasta los vestuarios y se quedó mirando la larga ristra de duchas. Las lagrimas empezaron a caerle por las mejillas mientras se acercaba y tiraba del mando de los grifos. Uno a uno fue abriendo el chorro de las duchas. Salpicaron su ropa hasta empaparla por completo de agua templada. Las lágrimas se mezclaron con ellas, mientras el vapor empezaba a empañarlo todo. Escogió uno de los chorros, sin importar cual, y se sentó justo debajo, con la espalda pegada a la pared. Las piernas flexionadas y los codos apoyados en las rodillas. Dejó que el agua le cayera encima, haciéndola sentir mas limpia durante un rato. Miró hacia arriba, llorando aún. Luego, simplemente su cabeza venció hacia delante, y el agua continuó golpeándola, mientras se desahogaba.

- Ajj, ¡mierda!- Hellboy agitó la mano izquierda y una sustancia pegajosa de color morado salió disparada hasta quedar adherida a la pared. Fue lentamente resbalando hasta desparramarse por el suelo formando un charco algo más claro a su alrededor.- Odio tratar con los trolls de los bosques y su mierda de esporas y setas. Ah... Joder...-

- Vamos, sabes que no ha sido para tanto. Simplemente no quería irse por las buenas.- El demonio miró a su compañera con los dientes inferiores por delante de los superiores en un gesto de agotamiento puro.

- ¿Hablas en serio? Ese tío me ha tragado entero, como si fuese una brocheta, y he tenido que salir de dentro a la antigua usanza. ¡Mira como me ha puesto el cabronazo!- Por toda su gabardina y cuerpo se podían ver restos violaceos brillantes de moco y entrañas. Una pestilencia semejante a la de la podredumbre y la descomposición emanaba de él, provocando que Liz tuviese que taparse la nariz mientras hablaban.

- Deberías darte una ducha. No creo que dormir con todo eso encima sea sano.-

- Lo que debería hacer es tomarme unas jodidas vacaciones. Esta mierda va a acabar conmigo. Qué asco... Ah, ¡mierda!- Sacó su revolver del cinturón y un largo y grueso hilo morado unió la punta de este con su funda. La muchacha se tapó la boca sonriendo, lo que provocó que Hellboy la mirase con el ceño fruncido y la boca entreabierta.- ¿Te parece gracioso?-

- La verdad es que lo és... Es decir, si te vieras seguro que te reirías.-

- Ya, y si tú estuvieses cubierta por mierda de troll seguro que también estarías cabreada. En fin, me voy a la ducha antes de que vomite...-

- ¡No olvides cepillarte bien detrás de las orejas!- Fueron las últimas palabras que ambos intercambiaron. Rojo bajó rumbo a los vestuarios mientras que Liz subió a su cuarto, un par de pisos por encima. Con bastante poca delicadeza fue limpiando su ropa y cuerpo de las tripas y vísceras, dejando un rastro imposible de no ver.

- "No olvides cepillarte bien detrás de las orejas". Mimimi. Me creo guay e inteligente. Ya me gustaría verla a ella cubierta de esta mierda... ¡Joder! Qué asco... Maldito cabrón come guano. Él y sus mierdas de hongos mutantes. ¡Cuando yo digo que no puede estar en un sitio significa no! ¿Tan difícil es de entender?- Cuando estuvo a la altura de los vestuarios se quitó la gabardina y la tiró al contenedor de ropa con suciedad orgánica. Esta recibiría un limpiado específico después de analizar la sustancia en la que estaba impregnada. El demonio abrió la puerta farfullando y frunció el ceño al encontrar toda la sala llena de vapor y con las luces encendidas. El inconfundible sonido del agua cayendo de la ducha llenaba el lugar.- ¿Hola? ¿Hay alguien?-

Pero cuando se concentró un poco más pudo escuchar un llanto, un lastimero quejido que provenía de la zona de las duchas. Lentamente fue acercándose en busca del origen de aquello, y lo que encontró le dejó con la boca abierta. La vaquera se encontraba debajo de un chorro completamente calada, con la cara hundida en las rodillas y los ojos rojos como su piel.

- ¡Rebecca! ¿Pero qué demonios...? ¿Qué haces aquí? ¿Qué te ha ocurrido? Estás calada. ¿Es que has perdido el juicio? ¿Cuándo has llegado?- No tenía ningún sentido. ¿Rebecca en el B.P.R.D? ¿Por qué no le habían dicho nada? ¿Y por qué demonios se estaba duchando con ropa? Bueno, esta última pregunta era más bien absurda. Puede que Hellboy no fuese el ser más inteligente del mundo, pero hasta él sabía reconocer alguien que había llorado al ver sus ojos, por no hablar del llanto que había escuchado al entrar allí. Se agachó hasta estar a su altura y escudriñó su rostro.- ¿Eras tú la que llorabas?-

Hacía ya días que intentaba comprenderlo, que intentaba darle una visión al asunto que no acabara remitiéndole a la peor experiencia de su pasado, pero había sido incapaz. Incluso con las explicaciones de Hiedra de por medio, que produjeron una duda razonable como para plantearse que en realidad la estrecha de miras era ella, apenas había sido capaz de conciliar el sueño durante los últimos días, y mucho menos ser capaz de comer algo y mantenerlo en el estómago sin la ayuda de la medicación que Ivy le había recomendado tomar. Se trataba de remedios naturales, como todo lo que era habitual en Hiedra Venenosa, pero no dejaba de producirle cierta ansiedad depender de algo así para hacer vida normal.

Y luego estaba la evidente confrontación interna que estaba sufriendo, intentando encontrar una explicación racional a algo que, según su punto de vista, era una total y absoluta aberración. A día de hoy aún no había dilucidado hasta qué punto le había afectado, pero algo estaba claro. Desde el incidente de los guardianes en su rancho, no había sido capaz de permanecer ni siquiera cerca de Fauna. Su chica de cuadras había mostrado una lealtad fantástica durante su estancia, y a pesar de sus extraños pasatiempos explosivos, ella y la vaquera habían compartido grandes momentos, y habían llegado a tener un nivel de confianza muy alto. No lo bastante sin embargo para que supiera algunos de los mas dolorosos entresijos de su infancia. Así que aunque en el fondo se sintiera traicionada a unos niveles inaceptables, ese estado de ánimo era totalmente injustificado. Fauna no sabía hasta que punto había violado algo sagrado, porque no tenía conocimiento de ello. Pero por mucho que la vaquera se repitiera eso una y otra vez, no podía perdonarla. No podía.

Estaba tan centrada en el sonido del agua, y en sus propios sollozos, que sólo escuchó a Hellboy hasta que ya había llegado a su altura. Levantó la cabeza, con los ojos irritados hasta un extremo que hacía destacar aún más el azul claro de sus iris. Las lágrimas siguieron manando, pero daba igual. Cuando Rojo se le acercó, cubierto de alguna sustancia asquerosa y apestosa, estuvo a punto de sufrir una arcada, pero tosió encubriendo las náuseas. Miró a Hellboy temblando, pero no de frío, si no de una rabia contenida que no había encontrado modo de desahogar.

- ¡SOY UNA VERGÜENZA! - le gritó, frustrada, sollozando después tratando de encontrar aliento. Miró sus propias manos, como si fueran las de otra persona. Como si no se reconociera. - ¿Qué tipo de Sheriff se deja llevar así? Sólo porque Fauna quiso besar a un maldito mapache del espacio. ¡He huido de mi propia casa, porque no puedo estar en la misma habitación sin sentir repugnancia! ¡No puedo ni mirarla a la cara!- apretó los dientes, peinó su pelo empapado hacia atrás con tanta furia que pareció a punto de llevarse el mechón. - ¡NO MEREZCO LLEVAR LA ESTRELLA!- gimió. Su mano arrancó entonces la insignia de su pecho, desgarrando parte de la camisa, y la arrojó todo lo lejos que pudo, y cubrió sus ojos, intentando tapar las vergonzosas lágrimas que caían de ellos. Que lamentable.

- ¿Mapache del espacio? ¿Pero de qué puñetas me hablas?- La vaquera estaba totalmente destrozada, sollozando con la voz entrecortada. Las lágrimas se confundían con el agua que resbalaba por sus dorados cabellos, recorriendo la ropa hasta perderse en el pequeño charco que había formado bajo ella, constantemente llenándose con el agua que caía y al mismo tiempo vaciándose a través del desagüe, evitando que su tamaño aumentase. Ella se arrancó la reluciente estrella, lanzándola a lo lejos, con un sonido metálico que resonó por toda la sala. Sus manos cubrieron su rostro, en un vano intento de ocultar sus llantos. El demonio se quedó parado durante un par de minutos, sin saber muy bien qué hacer. Pensó en sentarse junto a ella, pero recordó que estaba totalmente lleno de aquellas asquerosas babas, y su olor distaba de ser agradable. Abrió el grifo de la ducha colindante y se dio un rápido remojo para quitarse al menos la que tenía por encima. Acto seguido se agachó junto a la vaquera, apoyando su mano en el hombro de la joven. Emm... Oye Rebecca... Yo... ¿Qué ha pasado? Cuéntamelo... Si quieres... Tal... Vez pueda ayudarte.-

¿Pelear contra demonios y seres abismales? Sin problema. ¿Resolver intrincados puzzles o acertijos mágicos? Dos veces por lo menos por mes. ¿Salvar a la humanidad de la destrucción? El día a día... Pero a la hora de dar palabras de ánimo, Hellboy distaba enormemente de ser el más indicado. No eran su fuerte. De hecho, no recordaba haber tenido unas verdaderas palabras de confort hacia nadie y que hubiesen servido de algo. Lo había intentado, pero que luego hubiesen tenido efecto sobre la persona en concreto... Eso era un tema muy distinto. Encontrar allí a la vaquera, en esa situación, era incómodo y no se sentía en absoluto en su elemento. ¿Qué le podía decir él que la ayudase? ¿Qué sabía de mapaches espaciales? Nada de nada. No eran esa la clase de cosas para las que su padre le había entrenado o enseñado. Sólo podía ofrecerle su apoyo... Y lo que se le ocurriese por el camino.

El mal olor y las manchas fueron lentamente desapareciendo de su ropa y algunos resquicios de su piel. La gabardina había sido mandada a la lavandería, y solo los pantalones que siempre llevaba le habían acompañado a los baños. Acarició la espalda de la vaquera algo torpemente pero intentando que fuese de algún modo reconfortante. Ojalá Abe estuviese allí, él habría sabido qué hacer o qué decir. Pero le tocaba comerse el marrón, por decirlo de algún modo. Tan solo no digas ninguna tontería y todo saldrá bien.

Durante un rato, la figura del demonio desapareció hasta quedarse en el rabillo de su ojo. Le notaba allí a su lado, bajo el chorro de la ducha contigua mientras los restos de la porquería que llevaba encima resbalaban mezclados con el agua. Poco a poco el olor se fue haciendo más soportable hasta que casi desapareció entre todo el vapor. Intentó limpiarse las lágrimas, o mas bien, todas las gotas que le salpicaban el rostro, aunque la ducha continuaba vertiendo agua de manera insistente, se adelantó un poco para que se vertiera por su espalda y sus hombros, en lugar de por su cara. Cuando Rojo apoyó su mano sobre su hombro, ella alzó la suya, aferrando aquellos cinco dedos enormes con desesperación como si fueran el último clavo de la caja de pino en la que pensaban enterrarla viva. Mientras pudiera sostenerla, no podrían acabar la tarea.

Reorganizar sus pensamientos para tratar de exteriorizarlos le llevó varios minutos de silencio, roto de vez en cuando por algún sollozo que se iba volviendo cada vez mas aislado, a medida que intentaba calmarse en la medida de lo posible, al menos lo suficiente para explicar todo eso que sólo había tenido valor para confesar a dos personas en el mundo. Lo que la había convertido en quien era.

- Tu sabes lo que le hizo. Lo viste... en la caverna, ¿verdad?- preguntó, temblorosa. No habían vuelto a hablar de lo sucedido aquel día. No al menos de la parte que concernía a la verdad atrapada en ese lugar. La imagen de la criatura de corona llameante sobre los grandes cuernos y los ojos encendidos como el fuego sobre un campo de noche. - Mi padre no sólo la mato. También le gustaba...- le dio una serie de arcadas que tuvo que contener obligándose a toser superficialmente de nuevo. - Era un bestialista. Un enfermo retorcido. Se escapaba a los establos y allí... - se echó una mano a la boca, cuando le subió una bocanada de bilis que se tragó. - Es tan horrible. Tan completamente horrible. Va contra natura. - negó la rubia con la cabeza, mientras le caían las lagrimas, salpicando a su alrededor pequeñas gotas de agua que resbalaron por la pared y la piel de Rojo. - No lo entiendo. No consigo entenderlo. Fauna. Tu la conoces. Se transforma en animales. Es una mutante, pero a la vez... - las palabras empezaron a aturullarse, amenazando con perder el sentido lógico. - Se estamparon contra nuestro rancho. Se hacían llamar "Los guardianes de la galaxia". Uno de esos grupos protectores de la tierra, pero venían del espacio. Su nave se cargó el bosque de Ivy, y la ayudaron a reconstruirlo. Había un muchacho rubio, una mujer verde parecida a Ivy, un hombre enorme verde con los tatuajes rojos, y el hombre árbol. Ivy y él conectaron al instante. Fue como ver crecer una flor en una tierra en la que no crece nada. Como ver el nacimiento de un ternero que crees que ha muerto. - dijo, y su expresión cambió durante un segundo. Se dulcificó, como cuando un preso recuerda por un momento el sabor de la libertad, pero eso duró poco. - Pero luego... llegó el mapache. Es lo que era. Alzado a dos patas y hablando, como tu y como yo. Creí que era increíble, una criatura como no había visto jamás. Llevaba un arma en las manos, mas lúcido que tu y que yo. Fauna les conocía, aunque no se de qué. Les acogí en mi casa, Ivy nos enseñó el bosque y luego. - se hizo el silencio, se quedó totalmente quieta, ausente, durante varios segundos. - Estaban ahí, delante de mí, como si no pasara nada. El y fauna. - el llanto volvió con mas fuerza y se vió obligada a respirar entre hipos para no desmayarse por la falta de aire. Miró a Hellboy apretando aún mas fuerte sus dedos, mientras la mano le temblaba. - Ivy... me dijo que no era lo mismo. Ivy sabe que... pero estaban ahí, y Fauna. Fauna es humana, ¿verdad? Es decir. Puede convertirse en un animal, pero es humana. O, bueno, mutante. Pero sus padres eran humanos creo, y...- la voz empezó a quebrársele. Intentó encontrar en el rostro de duras facciones del demonio algo que le indicara en qué se equivocaba. - ¿Es que soy yo la única que piensa que esto no esta bien?- gimió, limpiándose de nuevo las lágrimas con el pulgar, mientras echaba algunos mechones empapados y sueltos hacia atrás. ¿Es que nadie más lo veía, o acaso ella se equivocaba?

Hellboy le devolvió el apretón al que tan desesperadamente pareció aferrarse la vaquera. Escuchó sus palabras, recordando lo de la caverna del alma que ambos vivieron. De algún modo habían quedado "unidos" desde aquello. Ambos vieron el secreto más oculto del otro, lo que encerraban con más fuerza, aquello que jamás querrías que nadie supiese. Y tras haber visto lo más oscuro y retorcido de cada uno, era inevitable quedar unido. Recordó lo que vio de Rebecca. La niña que vivía en su interior, oculta tras la inquebrantable figura del sheriff, arrodillada junto a los recuerdos de su pony, aquel que sufrió los delirios de su padre. Suspiró, echando el aire lentamente mientras intentaba entender el dolor por el que la chica debía estar pasando en ese momento. Era la primera vez que la veía así, y tampoco habían coincidido demasiadas veces, pero podía ver cuando alguien lo pasaba mal. Para él aquello era algo nuevo. No estaba acostumbrado a ser el que consolara a los que estaban dolidos o que habían sufrido un momento muy dramático, así que no estaba seguro de poder serle de ayuda. Lo que no pretendía hacer era dejarla sola.

La chica le habló de unos tales guardianes o algo así que provenían del espacio. Dos hombres, uno de ellos de color verde que iba a juego con la única mujer de ese grupo. Un hombre árbol y un mapache que hablaba, con quien parecía tener el problema. Le explicó que Fauna, su joven ayudante, y el animal habían tenido un momento íntimo. No quiso preguntar qué fue, ya que parecía suficientemente doloroso para ella, pero si le traía recuerdos de su padre podía ser cualquier cosa. El demonio supuso que lo que la vaquera trataba de explicarle era si su enfado y disgusto estaban justificados. ¿Y él qué demonios sabía? ¿Era porque el mapache era un animal y pensaba que Fauna se había convertido en una bestialista también? Por suerte para Hellboy, aquel tema no le pillaba tan grande como habría supuesto en un primer momento.

- Ya... A ver... El problema es que piensas que Fauna obró mal por... Hacer lo que fuese con ese mapache... Pero dices que el mapache hablaba, estaba erguido sobre dos patas y hasta llevaba una pistola... Y venía del espacio... Bueno... Yo la verdad es que del espacio no tengo ni idea, pero sí se de otras cosas... Como seres mágicos.- Hellboy había visto tantos seres distintos que podría llenar libros enteros con ellos. De todos los tamaños, clases, colores, orígenes, poderes... Había prácticamente cualquier cosa. Si tenías la suficiente imaginación seguramente existiese. Algunas de estas criaturas se parecían a animales o seres mitológicos, y nadie habría pensado que eran eso. En apariencia eran animales, pero pertenecían a algo mucho más antiguo, algo más profundo.- Por ponerte un ejemplo, mírame a mí. Soy medio demonio y medio humano, pero si tu me ves... Solo ves la parte de demonio. Es lo primero en lo que piensas. No se te ocurre pensar que detrás de... De esto... Haya un humano.-

Los enormes cuernos, la gran mano de piedra, la cola, el color de la piel... Nadie habría pensado que Hellboy tuviese un lado humano. Todo el mundo nada más verle sabía que era un demonio, y no les culpaba. Era lógico. Al fin y al cabo, la apariencia física es lo primero que te entra por los ojos e inevitablemente lo primero hacia lo que uno tiende a juzgar.

- Yo he visto seres... Que parecían animales... Seres mágicos, mitológicos... Y aunque su apariencia sea la de un animal no lo son. Tal vez... Tal vez eso fue lo primero que vieron al llegar a la tierra, y por eso adoptaron esa forma... O simplemente les gustaba... No sé tú, pero yo nunca he visto un mapache que pueda tener una pistola o hablar... O que venga del espacio... Puede que sea algo más... Todos lo somos al final...-

Puso todo su esfuerzo en intentar escuchar lo que Hellboy tenía que decirle. En ese momento no merecía llamarse Sheriff. Podría haber recubierto su sentimientos de una capa de inexpresividad que le hubiera ayudado a seguir adelante, como hiciera aquel día en el rancho, cuando se decidió por despedirla. Era la única solución que se le había planteado después de que cometiera semejante perversidad, que cumplía con el requisito que su amiga el había pedido. Si Hiedra no hubiera intercedido por ella, habría acabado lo que no pudo cuando comenzó la trifulca en el bosque. Pero respetaba las opiniones de quien se había vuelto un pilar de apoyo en su vida, porque ambas comprendían la vida igual. A raíz de su mutua comprensión, los animales habían adquirido mas importancia para Ivy, y del mismo modo, Rebecca había comenzado a respetar más a las plantas y su labor.

Mantenían un acuerdo sostenible, una simbiosis en equilibrio de la que ambas ganaban. Pero aún con eso, le costó unas dudas internas enormes ceder al planteamiento de Ivy...

Y ahora, a causa de eso, sus creencias, su mundo, todo se estaba desmoronando. Rojo comenzó a explicarle los matices de lo que para ella siempre habían sido departamentos separados, como cajones perfectamente situados en su lugar. Continuó sollozando mientras se limpiaba las lágrimas y luego giró la cabeza, procurando hacer un esfuerzo por comprender lo que le decía. Él era medio demonio, es cierto. Pero no estaba segura de lo que eso implicaba. Nunca le había juzgado con un baremo, porque para ella, lo mismo era piel, que plumas, que escamas. Pero no para el terreno sexual. Aquello era enfermizo.

De la misma manera que en el mundo natural un delfín no copularía con un mono. Una cosa es que todos tuvieran las mismas consideraciones, que se merecieran el mismo respeto a vivir, y a disfrutar de la naturaleza que cada criatura tenía en su código. Descubrió entonces que realmente, sabía poco de Hellboy. Las criaturas con las que luchaba le habían demostrado raciocinio muchas veces, pero ¿y si no lo tuvieran? Quizá los demonios fuesen como era peste, o algo peor. Pensar que un humano podía haber copulado con algo así.

Miró a Hellboy, a sus ojos amarillos. Él no era malo. No era por completo humano, es cierto, pero sí tenía parte de ellos. Entonces, ¿hasta qué limite estaba bien o mal esas extrañas hibridaciones? ¿Y si el mapache era algo parecido a él, solo "medio" algo? ¿Estaría entonces bien?

- Lo único que quiero es saber si me equivoco. - dice desesperada, mientras las lágrimas retornan de nuevo. - Siento que me estoy volviendo loca. Como si ya no comprendiera el mundo en el que vivo. - dice negando con la cabeza, mientras se seca la nariz y los labios con el brazo, y retira mas lágrimas con los ojos. - Antes de Fauna, no había conocido nada mas allá de ese superhombre de metrópolis, y ese batman de Gotham del que se habla. Siempre hay cosas extrañas, puntuales. Son curiosidades. Rarezas. Pero Fauna, tu, el mapache. No se si soy capaz de asimilar tanta información. - confiesa, sintiéndose una miserable. - Quizá no sea el mundo el que no encaja, si no yo la que no encajo ya en él. ¿y qué se supone que debería hacer? - solloza, intentando respirar. Le arden los pulmones a causa del ritmo al que está llorando. Es mas un pensamiento al universo, en voz alta. De pronto el mundo se había vuelto demasiado grande. - Tu eres... un tipo difícil. - le dice, mirándole a los ojos amarillos. - No hay muchos como tu por ahí. Y yo estoy intentando comprenderlo. Eres un gran hombre, digno de confianza. Lo se. Lo he visto y me lo has demostrado. Pero siento que estoy siendo injusta y no puedo tomar decisiones si se me ha nublado el juicio. - niega con la cabeza. - ¿Crees que me equivoco con Fauna? - le pregunta, dando un apretón a la mano que tiene aferrada todavía, mirándole directamente a los ojos.

Comprendía a la vaquera cuando hablaba de lo grande que le había venido el mundo de repente. Antes del choque apenas había héroes en el mundo. Alguno que otro por ahí dando vueltas, pero los mayores héroes que existían eran ellos. El B.P.R.D era la única organización en el mundo que tenía algo de relevancia. Ni Vengadores, ni Ligas de la Justicia, ni viajes en el tiempo, ni invasiones alienígenas... Nada que no fueran seres del inframundo o del espectro mágico. No había tipos con armaduras o trajes brillantes más allá del legendario Bogavante Johnson o la Antorcha de la Libertad. Esos eran los únicos seres a los que se habría podido llamar súper héroes, y aunque ambos aparecían en cómics e historietas para niños y no tan niños, el demonio sabía que eran reales. Ahora el término súper héroe aparecía en cada noticia, en cada programa de actualidad, en cada reality que echaban por la televisión. Posters, logotipos, juguetes, ropa, marcas,... Los héroes habían alcanzado cada parte de las vidas de todos, convirtiéndose en símbolos de la prosperidad y la paz, así como de la seguridad. ¿Y ellos? Ellos seguían en las sombras, luchando contra esas criaturas que sólo podían vivir en las más oscuras pesadillas de cada uno, acechando, preparadas para destrozar y devorar toda vida o alma que se cruzase en su camino. Hellboy también se sentía perdido y confuso con todas aquellas nuevas personas que habían aparecido. ¿Qué podía decir a la joven que pudiese reconfortarla o ayudarla?

Bajó la cabeza, suspirando, quedándose en silencio unos segundos mientras pensaba qué podía decir a la muchacha. Podía sentir en su mirada que lo que decía era verdad. Le consideraba un gran hombre, sin importarle la otra parte a la hora de juzgar. Había podido ver lo que él realmente era en la caverna del alma, lo que realmente era. No sólo esa parte destructora y demoníaca que algún día traería el fin de todo al universo, sino también esa parte humana y protectora, ese ser que sacrificaría su vida por salvar a aquellos a los que amaba si era necesario. Un hombre suficientemente fuerte como para frenar lo que nadie podía entender. La caverna del alma no podía ocultar nada a los ojos.

Notó el apretón en su mano y se volvió a ella, viendo aquellos ojos celestes como dos gotas de mar en calma, profundos, que rogaban una ayuda o respuesta.

- Yo no puedo decirte si estás equivocada o no... Estoy tan confuso como tú... Sólo puedo decirte que cuando me veo... O cuando veo a Abe, o a Krauss... Veo algo más que lo que la piel te enseña... No puedes juzgar un libro por su cubierta. Debes leerlo y... Entender qué es o qué hace en este mundo. Yo antes de todo el choque no había visto nada más que dos héroes en toda mi vida... Y ahora das una patada a una piedra y salen cinco... ¿Qué se supone que debo hacer con eso? ¿Tal vez debería colgar la gabardina y dedicarme a viajar por el mundo? Conocer lugares en los que nunca he estado, vivir mi vida... Tal vez incluso formar una familia... ¿Crees que debería hacer eso? Somos lo que decidimos y elegimos ser... Yo fui creado para destruir el mundo... Y sin embargo cada día de mi vida he luchado contra eso para proteger a los que amo... Es posible... Que tú también tengas que crecer y evolucionar para entender este mundo o encontrar tu sitio. No digo que estés equivocada o que seas injusta... Simplemente digo que a veces... Debemos intentar ver algo con otra perspectiva para entenderlo o valorarlo del todo... Eso es lo que se llama madurar... O así lo he visto yo siempre... ¿Crees que estás siendo injusta con Fauna? Piensa en lo que ella ve... Piensa en lo que otros, como Abe o yo vemos... O lo que podríamos llegar a ver... No todo es blanco o negro... A veces para ver un cuadro hay que alejarse para tener una vista completa de este... Yo es lo que intento cada día... E intento entender como alguien que ha sufrido tanto como tú... Puede ser tan valiente o tan sincera...- Se encogió de hombros y le ofreció una sincera sonrisa a Rebecca. No era un hombre de palabras ni de discursos, pero cuando sentía que alguien le necesitaba intentaba esforzarse por ofrecer a ese alguien una visión sincera y completa de la situación. Puede que no le sirviese de nada aquella charla, puede que le ayudase a comprender todo un poco más. Fuera como fuese lo que él no iba a hacer era negar una mano a alguien que se aferraba a una ayuda con tal desesperación o miedo. No conocía de mucho a la vaquera, pero algo le decía que no era la típica que te juzgaba por tu apariencia, y que aún tenía mucho que aprender y ver en el mundo antes de encontrar su sitio, tal y como él aún hacía cada día.- Alguien que me vea a mi por primera vez podría pensar que soy un monstruo o una bestia infernal. ¿Debería enfadarme con ellos por eso? No. En parte tienen razón. Soy mucho más que eso, ¿pero cómo juzgar a alguien por lo que sus ojos o los conocimientos que tiene le digan algo de mí? Si se acercan e intentan entenderme verán que soy mucho más... Pero hasta entonces no puedo culparles. Es humano al fin y al cabo...-

Él no podía ayudarla, no al menos a tomar la decisión que se había atragantado en la boca de su estómago y ya no le dejaba ejercer como lo que era. Un Sheriff ha de ser imbatible, perseverante, siempre ha de tener todo bajo control, pero por encima de todo aquello, un Sheriff era justo. Debía ser justo, siempre, no importaban las circunstancias. No importaba si quienes habían quebrantado la ley eran amigos suyos, o sus enemigos. Era irrelevante, porque no hay cariño, o amor, o cualquier palabra que implique relación, que esté por encima de la ley. Sobre la ley no hay nada. Es pura, y perfecta, y por ello, había que cumplirla. Sin embargo, es cierto que la ley no era igual para todos. Había quienes podían recuperarse, reintegrarse para ser buenos ciudadanos, y otros que no. Eran casos perdidos. Escoria incívica a la que no se podía dar segundas oportunidades, por que como esas, necesitarían mil, y aún así, no serían capaces de hacer lo que debían. Esa gente estaba condenada.

Su debate interno era el más fuerte que recordara desde la noche en que decidiera hacer pagar a los culpables de la muerte de su madre por su negligencia. Hallar le culpabilidad de uno y otro, juzgarlos, decidir su justo castigo, había supuesto para la vaquera un crecimiento personal inmenso sin el que no podría haber llegado a quien era. Ahora se encontraba en un atolladero similar. Una parte de sí misma, se resistía a castigar a Fauna porque no podía juzgar su mentalidad como mutante desde su baremo, como tampoco podía comprender lo que pasaba bajo su piel cuando se transformaba en animal, o en esas extrañas hibridaciones. Otra parte de sí, se maldecía por no matarla. Era lo que merecía, por haber atentado así contra la naturaleza. Tenía que haberlo hecho. Que sus nervios hubieran hecho empeorar su puntería había sido un agravante incluso peor.

Era el mismo destino que se merecía su padre, y sin embargo, ahí estaba. Vivo. ¿Porqué? Porque había decidido castigarlo de otro modo. Se aseguraba de que cada día de su vida sufriera un percance, una incomodidad, algo que le impidiera ser feliz por completo. El infierno en la tierra, sólo para él. ¿Se merecía eso Fauna?

Y entonces Hellboy dijo algo que la hizo detenerse de pronto. Como si fuese la primera vez que lo escuchaba, se giró y le contempló a los ojos amarillos, y su ceño se frunció levemente. Por un instante dio la impresión de que las lágrimas habían dejado de salir de sus ojos, mientras su mirada azul se encendía de nuevo con la determinación. Eso era cierto. El mundo había cambiado, y con él, la ley. Había nuevas fronteras, nuevos estados, ciudades desaparecidas que exigían sus propios derechos. Eso era cierto. La ley había evolucionado, conforme evolucionaba la civilización. Quizá las antiguas leyes no pudieran aplicarse al nuevo mundo que le había tocado vivir, donde la rareza ya no era una excepción, si no una norma. Ahora ellos eran lo habitual. Ahora, la extraña era ella. En aquel momento de iluminación, su postura se relajó suavemente, mientras pensaba en voz alta.

- El mundo está cambiando. Todo cambia. Las ley no es una excepción. - gruñó, con la voz cargada a causa del llanto, que se iba difuminando en su expresión. - Me he quedado atrás. Eso es todo. Mientras el mundo evolucionaba, yo me he parado. - ahora tenía algo a lo que su debate interno podía enfrentarse, un enemigo común que hacía que sus diferencias irreconciliables no parecieran importantes, en comparación. - Soy una superviviente. Tengo que adaptarme como sea, incluso aunque no lo entienda. Porque si lo hago, acabaré encontrando el modo. Así es como sucede, quienes no se adaptan están destinados a extinguirse. - una firmeza acerada se dibujó en los ojos azules de la Sheriff, brillaron con la mortalidad del cañón de un colt a las tres de la tarde de un duelo a muerte. - Yo no puedo extinguirme. Simplemente no puede suceder. Siempre debe haber un Sheriff. - le dijo con un tono que aseguraba una certeza irrefutable. Como impulsada por nuevas energías, se levantó sobre sus botas empapada, y buscó la estrella que había arrancado de su pecho, mirándola en su mano.- Esto es más que lo que soy. Más que lo que representa. Es la promesa de que pase lo que pase, seguiré en pie, porque nada ni nadie puede tumbar al Sheriff. - se giró sobre si misma, para quedar de cara a Rojo. Su postura había cambiado, sus hombros hacia atrás, sus piernas un poco abiertas afianzadas con firmeza sobre el suelo, su mentón, alto. - La ley les llegará. Puede que de manera un poco distinta, pero al final, les llegará a todos. - dijo acercándose a zancadas, cerrando los grifos de las duchas, y tendiendo una mano a Hellboy, para ayudarle a levantarse. Al hacerlo, quedaron cara a cara, y ella le dedicó un seco asentimiento. Volvía a tener ese aire indómito e intrépido que era habitual en la vaquera. Aún tenía mucho en lo que pensar, pero había un objetivo al que dirigir sus pensamientos. Evolucionar y adaptarse. Empapada como estaba, puso rumbo a la salida de los vestuarios, con paso decidido, chapoteando sus botas, y dejando gotas y pequeños charcos a cada golpe de espuela. Parecía decidida a abandonar el lugar, pero entonces, se detuvo en seco.

- Rojo. - le llamó, haciendo una suave pausa. Sus hombros descendieron levemente, e hizo un suave giro que le permitió asomarse hacia donde él estaba. Hubo un cruce de miradas, y en la de ella volvió a brillar por un instante la fragilidad que Hellboy acababa de presenciar, tan atípica del Sheriff. - Gracias... por ayudarme a verlo. - dijo entonces, antes de volver a girarse y poner rumbo a la habitación que le había sido asignada. La presión del estómago no había desaparecido, pero si las ganas de vomitar. Tenía mucho sobre lo que trabajar. No iba a seguir rezagada. El mundo no pararía por la vaquera. No lo hacía por nadie.