El fin justifica los medios (Gabriel Leblanc) [12/08/2015]

Hotel Intercontinental Mar Menor Golf Resort & Spa.
Cartagena, España. Unos días antes.






*Ver Elektra volumen 2, tomos del 1 al 5.

Días después del interrogatorio a Luke Harner, Gabriel había vuelto a lo que venía a ser una rutina normal de agente. Aunque "normal" y "agente" resultaran ser antónimos sin remedio. Estaba de pie, mirando la pantalla de un ordenador por encima del hombro de un agente. La imagen pertenecía a una cámara de vigilancia, e iluminaba los anodinos rasgos del agente Russell, uno de los prodigios informáticos de SHIELD. Los cabellos castaños cosquillearon en el cuello de Gabriel cuando se inclinó para ver mejor la escena que se desarrollaba en esa deprimente fábrica de Europa del Este. Ese decrépito edificio estaba hoy en día quemado hasta los cimientos, por lo que era bastante difícil sacar algo en claro de lo que había ocurrido. Por suerte, los agentes habían podido recuperar ese vídeo. Una docena de hombres y mujeres vestidos con ropas gastadas se movían, casi como robots oxidados, por la nave industrial abandonada reconvertida en fábrica armamentística.

-Espera...¿Qué es eso? Amplía esta parte.-Señaló con el dedo uno de los objetos sobre las mesas, lo que en principio podría parecer un fusil. Pero no lo era. Russell paró el vídeo y acercó ese objeto, que no era en absoluto un arma normal. De color grisáceo, tenía el cañón muy corto, el tamaño demasiado pequeño... Y no tenía cargador. Allí donde debería estar había una especie de tanque, parecido al de las pistolas de agua, solo que de plástico duro y transparente.-¿Has visto alguna vez algo así?-Russell podía ser un genio de los ordenadores, pero no sabría ni por donde coger una pistola, y se le notabamucho.-No... Sácame una copia de eso, voy a enseñársela a Furia.-Sabía de sobras que eso debería ir a manos de uno de los cientos de mandos intermedios que separaban a los agentes como ellos de la cúpula. Pero eso le había dado una especie de intuición, así que decidió pasar olímpicamente de la burocracia e ir directamente.

Foto en mano, salió de la sala al ritmo del incesante tecleo de los ordenadores que allí funcionaban. Cuando iba a tomar el ascensor para llegar al despacho de Furia, éste abrió sus puertas, tras las cuales estaba una vieja conocida de Gabriel: La agente Taylor, la encargada de coordinar las actividades del departamento de los telépatas.

-¡Sparrow! Ven, tenemos que hablar de una cosa.-Elizabeth Taylor, una mutante especialista en controlar las emociones, demasiado mayor para el trabajo de acción a sus cuarenta y muchos, pero con una capacidad de liderazgo francamente admirable. El pelo color caoba empezaba a mostrar las primeras canas plateadas, y la mandíbula recta demostraba su carácter fuerte y equilibrado, tan necesario para controlar a sus temperamentales agentes. -No hay tiempo, tengo que enseñarle algo importante al director. Creo que tengo una pista sobre el tema de Harner.-La mujer no se movió del sitio.-Es el director el que quiere verte.

Ahora sí que estaba sorprendido. ¿Sería también sobre eso lo que Furia quería decirle? Siguió a su superior al interior del ascensor sin mediar palabra, intrigado. Las puertas del despacho de abrieron a su paso sin ruido, mostrando tras ellas a un hombre sentado tras una enorme mesa y franqueado por dos mujeres de pelo oscuro. Aunque ahí se acababan las similitudes: Una de ellas vestía el uniforme oscuro de SHIELD y llevaba el pelo recogido: Gabriel la identificó rápidamente como María Hill, la segunda al mando dentro de la organización. Y la otra... Llevaba un traje rojo vivo en dos piezas que dejaba sus piernas, estómago y brazos al descubierto, con un solo tirante. Un pañuelo igualmente rojo cubría la parte superior de su melena larga y negra como la tinta. Gabriel podría jurar que esa mujer le sonaba de algo, aunque no la situó enseguida.

-Buenos días, agente Leblanc. Lo hemos seleccionado para una misión de importancia, acompañando a nuestra aliada, la aquí presente Elektra.-Hizo un breve ademán con la mano hacia la asesina de rojo.-Usted fue el encargado de interrogar a Harner, si no me equivoco, así que ya sabrá de sobras quién lo contrató y qué debía hacer. Pero sólo nos falta una cosa: El móvil de todo esto. ¿Para qué la Yakuza querría desarticular una fábrica de armas?-El director se puso en pie, y caminó lentamente.

-No lo sé, señor, pero sí sé otra cosa: No eran armas corrientes.-El joven agente le tendió la ampliación que mostraba ese objeto extraño, y Furia lo cogió. Observó el papel durante unos pocos segundos de humeante reflexión, hasta que finalmente se sacó el puro de la boca para acabar su discurso.

-Esto cada vez parece más extraño... Acompañarás a nuestra invitada en una misión en Tokio. La única pista de la que disponemos es lo que sepan los clientes de Harner. Ireís allí, y me mantendreís informado de lo que se esté preparando. Leblanc, sabes dónde es, ¿Me equivoco?-Gabriel negó con la cabeza.-Muy bien. Salís en quince minutos, en la plataforma cuatro. Ni un segundo más.

No hacía falta ser un genio para adivinar que su acompañante era de todo menos amigable. Sería mejor moverse rápido, antes de que el rastro que estaban siguiendo se enfriara. Así que Gabriel guió a la griega a través de los estrechos pasillos que conducían a las enormes plataformas de despegue. En la número cuatro les esperaba un jet de los que normalmente se usaba en SHIELD para el transporte de agentes a nivel mundial. Estos aparatos estilizados, de color negro y silenciosos, eran de lo mejor para viajar sin ser vistos, ya que contaban con un sistema de camuflaje que los volvía casi invisibles. La mujer y él se situaron en la parte de atrás, donde iban a pasar todo el viaje. Había que aprovechar el tiempo, por lo que Gabriel sacó un pequeño aparato de su bolsillo. Tras investigar un poco en los expedientes de los diferentes miembros de la yakuza que se había convertido en su objetivo, marcó a los más peligrosos y buscó los planos del edificio en cuestión. Desde luego, tenían una seguridad a prueba de bomba... Cámaras, vigilantes fuertemente armado, control de apertura de las puertas desde un panel central... Aquello parecía el Fort Knox. Y puede que contuviera algo más valioso que el oro.

Se armó a conciencia a partir del pequeño arsenal que el director de SHIELD había dejado en el jet. En principio la organización no aprobaba el asesinato, así que el rubio cogió algo mas de munición no letal de lo que estaba acostumbrado. Un par de pistolas, los cuchillos tácticos y algún que otro aparato útil. La cuerda retráctil era casi obligatoria en estas misiones, por ejemplo.

Horas después, llegaron a Tokio. Apenas había cruzado palabra con su "compañera", si así podía llamarla, y ya se preguntaba seriamente si siempre era así o había algo en esta misión que la preocupara especialmente. Tanto silencio... No era normal, desde luego. Gracias a un (in)conveniente cambio de franja horaria, se había hecho demasiado tarde, y no había nadie en el edificio a quien interrogar. A pesar de lo avanzado de la noche, pudieron encontrar un lugar donde dormir. A pesar de que era Nueva York la que ostentaba el título de "La ciudad que nunca duerme", Tokio no se quedaba precisamente atrás.

Parecía que no habían dejado nada al azar en cuanto a seguridad se refería. Pero por desgracia para el señor Nakatomi, eso no les impediría entrar en el edificio y hacerle algunas preguntas.

-Me parece bien. Parece ser que el despacho de nuestro amigo está en el piso 50: En caso de que algo saliera mal, creo poder bloquear los ascensores para que nadie suba y así poder salir por la azotea.-¿Recoger lo que habían venido a buscar? ¿No habían ido a interrogar al jefe de todo aquello? Algo olía a quemado ahí, pero Gabriel no dijo nada. Extrajo de un bolsillo dos pequeños objetos de color oscuro, y le tendió uno a la griega.-Cuando lance la bomba de gas, será mejor que te pongas un respirador de estos. Por lo demás... Creo que ya está todo lo que podemos hacer de momento.

Horas después, una pareja de occidentales cruzaba el umbral del rascacielos, dejando atrás a un grupo de trabajadores recién salidos del edificio. Tan pronto como la puerta de cristal opaco se cerró tras ellos, Gabriel se adelantó y caminó hacia el mostrador. Mientras Gabriel conversaba con el empleado que allí se encontraba, su compañera se deslizó tras el en silencio. En un abrir y cerrar de ojos, el guardia de dejó resbalar por la silla, inconsciente. Vaya, que rapidez. Se dirigieron a paso ligero a la habitación, sin decir nada. Gabriel se llevó el respirador a la cara, y cogió una bomba de humo de su cinturón. Apretó el botón, y entreabrió la puerta para seguidamente lanzar la bomba dentro. Para cuando los guardias se dieron cuenta de lo que pasaba, ya estaban en el suelo. Entonces esa misma puerta se abrió par en par, dando paso a los artífices de todo aquello. La sala hubiera podido servir de escenario para una película de terror: El gas somnífero como una niebla blanca, los cuerpos de los vigilantes, que recordaban fácilmente a cadáveres. Un empujón a la silla con ruedas que estorbaba, y el francés se aplicó a su trabajo con deliberada eficiencia. Quizás el sistema fuera sofisticado, pero quienes lo habían preparado carecían de imaginación. No fue difícil manipular las cámaras, para que congelaran la imagen que estaban captando en este momento. Y, oh gracias a los cielos, cada puerta y ventana se controlaba desde allí. Dejó absolutamente todo cerrado, excepto lo que necesitaban para llegar al despacho. Una hora y media era tiempo de sobra para entrar, preguntar y salir. Aunque esto último fuera con el señor Nakatomi a rastras. Tan pronto como hubo terminado, se dirigió al pasillo

-Vamos. Tenemos una hora y media.-Elektra estaba esperándole junto al guardia, a quien se le daba muy bien eso de quedarse tirado en el suelo. Tomaron prestada su huella dactilar para abrir el ascensor, y entraron. Aprovechó para consultar el reloj: Les quedaba algo más de una hora. Tiempo de sobra para hacer lo que necesitaban.

Con un pequeño pitido, el ascensor abrió sus puertas, y ambos irrumpieron en la sala.

Spoiler:

Había que reconocer una cosa. Elektra era la compañera de misión que todo agente debería tener para hacer su vida más agradable y larga. Ni siquiera aminoró el paso cuando lanzó el sai para eliminar al guardaespaldas. Es decir, parecerá una tontería, pero para él, alguien en cierto modo inexperto, era algo impresionante aunque no lo dejara traslucir. Se plantaron delante del escritorio del japonés, quien apretó el botón de la alarma. No era tonto. Pero era previsible. En pocos minutos, tendrían allí a un pequeño ejército armado hasta los dientes, de esos que disparan primero y preguntan después. Si había un tiroteo ahí, dejarían el despacho hecho un asco. Por suerte, ningún escuadrón armado iba a interrumpir su agradable charla.

-No se moleste, señor Nakatomi. Está desconectada. Pero no se preocupe, sólo hemos venido a hablar.-Gabriel miró fijamente al japonés, como atravesándolo. -Para hablar no hace falta tomar por asalto el edificio entero.-Nakatomi apoyó las manos sobre la mesa, uniendo las yemas de los finos dedos. Miró a los dos desconocidos: La mujer parecía la más peligrosa. Había oído hablar de ella, por supuesto, y no era la clase de persona que alguien de su condición quisiera tener cerca de sí.-En este caso, sí.-Sacó del interior de su chaqueta una copia de la fotografía del arma.

-¿Qué es esto?-El yakuza la cogió para verla mejor, incluso le dió la vuelta.-No lo he visto en mi vida. Ahora, márchense. -Gabriel pudo ver durante unos instantes algo dentro de su cabeza, pero no lo suficiente ni mucho menos.-No lo creo. De todas formas, señor, tenemos todo el día para dedicarlo a este asunto... -Se sentó en una de las dos butacas frente a él. Tanto como todo el día... Realmente, algo así como hora y media. Lo necesario.

Gabriel dió un pequeño respingo. No se esperaba aquello, pero internamente agradecía que la mujer sí que se hubiera dado cuenta del peligro que corrían. No dudó ni un segundo en desarmarlo (Atravesándole la mano de paso) e "incentivarlo" para hablar. Por decirlo de algún modo. El japonés gritó de dolor y sorpresa, agarrándose la mano herida instintivamente. Hasta ahora, no había mostrado ninguna expresión. Ni miedo, ni siquiera enfado al ver a los intrusos. Puedo ahora se podía leer con claridad el terror de saberse acorralado. No tanto por lo que quizás Elektra le haría, sino más bien por lo que él creía que pasaría. La verdad, ni el propio Gabriel estaba seguro de si aquello era un farol o de verdad su compañera iba a torturarlo ahí mismo. Tenían poco tiempo, y era algo importante, pero...

-¡Espere! Tampoco hace falta perder la calma...-Se había puesto blanco, y hablaba con mucho menos aplomo que antes. -No sé de lo que me están hablando, Kyocera Industries sólo produce aparatos electrónicos, no armas.-Tragó saliva, intentando calmarse. -No lo dudo. Pero la familia Nakatomi se dedica a otra clase de cosas.-Gabriel lo perforó con la mirada. Una sola palabra se repetía en los acelerados pensamientos del mafioso: "Aquí". -¿Dónde?-Más que una pregunta, aquello era una exigencia.

-¡Está bien, está bien!-La amenaza inminente de ser despellejado vivo o algo peor por Elektra aniquiló el escaso valor que le quedaba. Con voz ahogada, accedió a contarles lo que ocurría. Parecía que esas cosas que se producían en Serbia eran parte de un plan de una mafia rival para acabar con ellos, y por eso habían enviado a Harner a destruirlo todo. Bueno, aquello tenía sentido el cierto modo. Pero era mentira. Gabriel podía leer con cierta claridad los pensamientos de ese tipo, ya que habían hablado un poco con él.-Si son armas de tus enemigos, ¿Por qué tienes aquí unas cuantas?

Enseguida, llegaron al sótano indicado. No les había mentido: El lugar era enorme, lleno de máquinas extrañas cuyo ruido se mezclaba con las voces de los trabajadores. No parecieron advertir su presencia, al menos de momento. Gabriel cogió al jefe, inmovilizándolo, mientras su compañera se aplicaba a la tarea de destrozar la maquinaria. A Gabriel no le hizo falta ni siquiera hablar con él: Lo veía claro como si se lo hubiera indicado en un mapa. La sola mención de las piezas terminadas le había hecho pensar en su localización, y eso le había permitido a Gabriel leerla directamente desde su cabeza. Lo dejó inconsciente con un movimiento rápido, y salió en pos de su compañera. A pesar de que todo estaba prácticamente a oscuras, no fue difícil encontrarla. La combinación de gritos, golpes y disparos dejaba pocas dudas acerca de su localización.

-¡Ya sé dónde está! ¡Ven, sígueme!-Pasó al lado de un par de cadáveres, atravesando un pasillo con Elektra a su lado. Llegaron a una puerta, cuya cerradura no fue difícil de forzar. En el interior, había una especie de laboratorio. Estaba totalmente a oscuras, por lo que Gabriel sacó una pequeña linterna muy pequeña y la usó para alumbrar la zona. No se oía ni un ruido, por lo que era de suponer que no había nadie allí. Y si así fuera, no tendría donde esconderse. Las paredes blancas reflejaban tan bien la luz que no quedaba ningún rincón que no pudieran ver.

"-Yo ya he visto esto antes..."-Una habitación blanca, impoluta. Las luces brillantes le cegaban. No hacía ni frío ni calor, se sentía pesado, le dolía la cabeza como si le fuera a estallar. Y ese tipo... La barba blanca, rodeando una amplia sonrisa. Lo estaba disfrutando. Hijo de puta. Los ojillos pequeños detrás de las gafas cuadradas. La bata blanca, con una tarjeta prendida del bolsillo. No acertaba a leer el nombre. Las ratas no leen. Ese olor a productos químicos, desinfectante y sangre fresca. Tan intenso que mareaba. Los pitidos de las máquinas. Las voces, muy lejos. Los gritos, demasiado cerca. No todos parecían humanos.

No se había dado cuenta, pero se había apoyado en la pared para no caerse. Las imágenes pasaban a toda velocidad a ante sus ojos, y no las entendía. Por que no recordaba. Cuando se le pasó, volvió a levantar la cabeza, mirando con una mezcla de confusión y terror donde se encontraba. "-La misión..."-Se recompuso como mejor pudo, y continuó junto a la griega. La zona en la que guardaban el producto terminado no estaba muy lejos...

Notó enseguida una mirada sobre él. Elektra estaba parada junto a él, parecía preocupada. -Sí, eso creo. No sé qué me ha pasado, lo siento.-No debían estar quietos mucho tiempo en el mismo lugar, tenían que moverse rápido antes de que llegaran refuerzos para atraparlos. De hecho, ya se estaban retrasando demasiado. Continuaron por un pasillo, que a él se le hizo interminable. No podía dejar de pensar en esa sensación de agobio, en la cara de ese hombre inclinado sobre él. Aún se sentía algo aturdido, pero tenía que centrarse, o todo se echaría a perder.

Elektra empezó a forzar la cerradura con ácido para poder acceder a la sala de las armas, pero enseguida se empezaron a oír pasos acelerados y pistolas cargándose. Pero tan pronto como doblaron la esquina, se encontraron con una desagradable sorpresa: Gabriel había tumbado una mesa que había por ahí para hacerla servir de barrera, y ya les estaba esperando. En pocos minutos, aquello era ya una batalla campal. Hubo un tiroteo, que se resolvió rápidamente. A Gabriel no le gustaba disparar a matar, pero aquella vez no tenían tiempo que perder.

Mucha gente piensa que matar es difícil, que algo te impide hacerlo. Él solo tuvo que apuntar un poco más arriba, sin más. Aunque realmente él hizo la parte difícil del proceso, el matón japonés solo tuvo que morir. No era la primera vez que Gabriel mataba, pero sí de las primeras, y desde luego la que peores sensaciones le estaba dando. Cuando todo hubo acabado, Gabriel siguió a Elektra a la siguiente zona. Era una sala muy amplia, con mesas y... ¿Congeladores? Eran tan grandes como armarios, metálicos y con varios botones y mandos para regular la temperatura.

-¿Pero donde...?-No terminó la frase, por que abrió uno de los congeladores. Dentro, se alineaban, en bandejas, centenares de tubos de ensayo marcados con números larguísimos.

-Así que esto es nuestra arma....-No se había esperado aquello, pero... Solo tendrían que destruir todas las muestras, y salir de ahí. Luego podría ponerse a investigar qué le pasaba.

Escuchó algunos ruidos a su espalda, y supuso que Elektra estaba bloqueando la entrada para que los matones restantes no entraran. Cuando estaba ya alargando una mano para coger los viales para deshacerse de ellos, escuchó una voz a su espalda. La de Elektra. Se giró despacio, casi imaginando lo que se iba a encontrar, aunque sin poder creerlo. El cañón de un arma apuntándole directamente a la cabeza. Le ordenó que cogiera las muestras y las guardara. ¿Pensaba quedárselas? Furia no iba a quedarse nada contento con aquello... O al menos eso pensaba Gabriel, hasta que vió el emblema en la bolsa que ella tiró delante suyo. Aquello era cosa de SHIELD. ¿Por qué no le habían dicho nada de eso? No lo gustaba nada el hecho de que la organización decidiera quedarse esa sustancia. De acuerdo, estaban en el lado de los "buenos", pero... ¿Para qué lo querían? ¿Habían organizado todo aquello para quedársela? -No lo dudaba.-Se agachó despacio para alcanzar la bolsa. Era rígida, resistente y pesada. Sólo eso ya le decía qué clase de sustancia había en esos frascos transparentes. Normalmente, se usaban para llevar ácidos corrosivos, tóxicos... O sustancias desconocidas en general, por precaución. Hizo lo que le pedía de manera mecánica y rápida, mientras intentaba leer la mente de Elektra. Pero se topó con un muro más sólido que las paredes de aquel laboratorio. No era la primera vez que se encontraba algo así. Era lo mismo que había tras los rizos rojos de la Viuda Negra, tras el ceño fruncido de Furia. Y, para él, resultaba muy frustrante. Estaba acostumbrado a percibir a las personas como un todo: Su aspecto, su voz, y sus pensamientos. Era como si lo hubieran dejado ciego, pero sólo cuando la miraba a ellos. Como si la hubieran recortado de su campo de visión, dejando una silueta negra en su lugar. Cuando acabó, cerró la bolsa con un movimiento rápido, y la cargó en un hombro.  No podía, estaba desconcentrado, y el bloqueo de la griega era muy fuerte; así que desistió, visiblemente enfadado.

-¿Por qué nadie me ha dicho que pensábamos llevarnos muestras?-Dijo, con un tono bastante más brusco del habitual. La puerta empezaba a temblar bajo las embestidas de alguien lo bastante estúpido como para no esperar a que salieran por su propio pie. Gabriel desenfundó su arma, y se puso a un lado de la puerta, preparado para disparar a quien entrara.

Para variar, ninguna respuesta satisfactoria. No sabía por qué no se sorprendía. ¿Por qué tanto secretismo? De acuerdo, no iban a contar todo a cada agente, aquello era SHIELD. Pero al menos en que consistía la misión en realidad. ¿Era tanto pedir? En ese momento, algunos matones más irrumpieron en la habitación aprovechando la vía libre que Elektra les había concedido. Y no se les ocurrió otra cosa que disparar. Gabriel estaba fuera de su ángulo de visión, pero pudo ver bien cómo... La esquivaba. Un segundo después, el mundo se había vuelto gris y borroso. Y poco después, negro, al menos para los mafiosos. Uno a uno, cayeron al suelo con un ruido sordo, seguido del sonido de pasos rápidos, alejándose velozmente.

Se le encogió el corazón cuando atravesaron el laboratorio, pero aumentó la velocidad adrede para salir lo antes posible. Llegaron a la sala en la que descansaban los restos inertes de las máquinas. Las luces parpadeaban, y algunos cables sueltos derramaban chispas hacia el suelo. Los trabajadores habían huído, pero el lugar estaba lejos de ser silencioso. Se había dado la voz de alarma general, y estaban llegando más. Para evitar ser vistos, se escondieron tras una ser las máquinas rotas. Les superaban ampliamente en número, así que había que pensar un poco... Gabriel buscó con la mirada algo que pudiera utilizar, y lo encontró. -Espera...-Una tubería de gas. Estaba bastante lejos, así que la explosión no les alcanzaría si se cubrían. Pero serviría de sobras para distraer a todos aquellos gorilas armados hasta los dientes. Se asomó ligeramente, y disparó. La pistola, como siempre, tenía un silenciador que impidió que se escuchara nada, ayudado además por las voces que despotricaban en japonés. La primera vez, falló por apenas un par de dedos, y uno de los que más cerca andaba se dió cuenta. Miró alrededor, entornando los ojos. Pero no vio venir la segunda bala, que sí que dió en el blanco, provocando una explosión. No fue muy grande, pero alcanzó a varios de los japoneses y comenzó un incendio. Aprovechando la confusión del momento, los dos infiltrados se escabulleron hacia el ascensor...

Elektra no tardó ni un minuto el eliminar a todos los matones. Gabriel no se quedó a mirar, por supuesto. Eliminó a un par de yakuzas que estaban demasiado concentrados intentando disparar de lejos como para verlo a él, y llegó al ascensor. No habían cortado la corriente, así que las puertas se abrieron poco después de pulsar el botón. Ambos entraron, en dirección a la primera planta del edificio. No sería muy difícil salir por ahí: El ascensor estaba muy cerca de la salida, y una vez en la ciudad, sería muy difícil seguirles la pista. Pero las cosas se complicaron. ¿Más aún? Más aún. En el vestíbulo había más matones esperando, que los recibieron con una ráfaga de balas. Por suerte, para cuando el plomo llegó hasta ellos, se encontró con una puerta metálica en lugar de los intrusos. Cuando llegaron a una planta más segura, Elektra salió a toda velocidad, hablando por el comunicador. La reacción de Gabriel fue casi automática: Tan pronto como puso un pie fuera, buscó una silla, y la puso entre las puertas del ascensor, asegurándose así de que no bajaría de nuevo para traer más matones. Los japoneses tendrían que encontrarse en los pisos cercanos, o subir muchas escaleras, y eso siempre les daría algo más de tiempo. Tiempo que su compañera no malgastó ni por un segundo. Se encargó de romper todos los cristales, y el helicóptero se acercó el seguida. Elektra no esperó casi nada, y saltó. Por un momento Gabriel temió que no llegara, no se había impulsado mucho, e iba demasiado baja... Pero se enganchó a los patines, y comenzó a disparar desde allí a los mafiosos que comenzaban a entrar. Gabriel esperó un poco más, y saltó directamente al interior, desde donde continuó disparando hasta que se alejaron lo suficiente. Cuando estuvieron fuera de su alcance, Gabriel ayudó a la griega a subir. Seguramente no le hacía ninguna falta, pero eso a Gabriel le daba igual.

Horas después, ambos llegaron al Triskelion. Cada uno se fue por su lado, tal y como habían empezado la misión. Pero Gabriel se había quedado con bastantes cosas el las que pensar. ¿Ser un agente significaba ser tan frío como ella? Era una de las primeras veces que participaba en una misión de verdad, y eran muy diferentes. ¿Estaba preparado para eso? Y lo más importante. ¿Qué le había pasado en el laboratorio?