La Ciudad de las Almas Perdidas. (Cassandra Cain) 20/9/2018

Gabriel caminaba solo por una de las avenidas de Gotham. Llevaba como una hora en ella, y se sentía realmente extraño. Miraba alrededor, y sentía una especie de familiaridad que nunca había experimentado antes. Como quien vuelve a su lugar de nacimiento tras muchos años, pero la ciudad del murciélago no se parecía en nada al corazón de París donde él había crecido. Pasó una mano por una pared de desgastados ladrillos cubierta de graffitis, respirando hondo. El aire olía a humo, a podredumbre y a sustancias químicas. A muerte. "-A casa..." -Sacudió la cabeza, y dejó que la brisa ya otoñal le desordenara el pelo. Con un poco de suerte, le ayudaría a refrescar esa sensación de déjà vu que insistía en permanecer dentro de su cerebro. Gabriel solía tener mucho cuidado con sus pensamientos, como cualquier otro agente lo tendría con sus armas, y no le gustaba nada cuando ni siquiera él mismo los entendía. Había completado ya su misión, soltar minidrones por ciertos puntos de Gotham para que SHIELD pudiera escanearla y cartografiarla con precisión milimétrica. Contar personas. Medir clima. Detectar compuestos, inspeccionar edificios, bucear en los más bajos fondos: Eso era lo que la agencia hacía, para lo que trabajaban todos y cada uno de sus agentes. Calcularlo todo, predecirlo y alterarlo incluso antes de que sucediera y supusiera una amenaza para alguien. Todo lo posible para salvar vidas y hacer del mundo un lugar más seguro para todos, ¿a cambio de qué? De convertirse en el ojo que todo lo ve, en los vigilantes que salen de las sombras para llevarse con ellos a ciertas personas. Gente que a menudo no volvía a ver la luz del día. Pero el planeta seguía girando. Los niños podían reír y jugar en los parques con sus padres, todos ellos bajo la atenta mirada de una cámara. Y al otro lado de la cámara, una pantalla, una de miles, en una habitación enorme y gris. Y ante la pantalla, un hombre con el poder para hacer aparecer un agente junto al delincuente que se oculta en una esquina, junto al parque. Junto a los niños. Pero el hombre ante la pantalla no ve el parque, ni al chiquillo que juega en su columpio. Solo ve al malhechor esperando la oportunidad para secuestrar al niño, en cuanto su padre aparte la vista. Pero el hombre no es como el padre. Él nunca aparta la vista. Por muy triste que resultara, ese era el mundo. Ese era su mundo, al que había decidido pertenecer. Porque la gente común vivía feliz con su venda sobre los ojos, lejos de las pantallas, los disparos y el peligro; pero él había querido quitársela. Alguien tenía que hacerlo por los demás, o si no nadie podría llevar la venda, ya que todos estarían expuestos al caos.

"-Debería volver."-Su moto le esperaba a pocas manzanas, pulcramente aparcada (y escondida, por si acaso) para cuando quisiera regresar a Nueva York. Pero algo le impedía dar media vuelta. Nada había cambiado desde que tenía trece años: Seguía viviendo fuera de casa, como un nómada. Una noche  en un hotel de mala muerte, otra en el Helitransporte. Y la siguiente, bajo las estrellas del desierto. Podría decirse que Gabriel apenas tenía hogar, pero lo cierto es que él veía más bien como que el planeta entero era su casa. Sólo que aquel lugar... Tenía algo indescriptible, casi hipnótico. Como si cada ladrillo tuviera escrito su nombre en él.

De pronto, algo lo sacó de su ensoñación. Alguien gritaba en una de las callejuelas laterales, y el sonido venía acompañado de unas voces graves y amenazadoras. Una risa ahogada completó el último acorde de una canción que Gabriel conocía ya de sobras. Sin pensárselo dos veces, entró en el callejón, amortiguando sus pasos para no ser oído antes de tiempo.

-¡Venga, pringao! Ya sabes como va esto. ¡La cartera o te rajamos vivo!-Un tipo corpulento como un armario ropero sostenía una navaja frente a un chaval que no tendría ni diecisiete años, bajito en comparación y asustado. Como para no estarlo. En torno al "jefe" se agrupaba media docena de lo que parecían ratas de alcantarilla humanas, con sus respectivos puños americanos, cadenas y bates de beísbol desgastados.

-Perdonad... No me gusta meterme en asuntos que no me corresponden, pero me parece que aquí hay un poco de desequilibrio de fuerzas. No sé si sabreís contar, pero siete hombres adultos, que no maduros, son más que un chico. ¿No os enseñaron que estas cosas hay que hacerlas de un modo un poco más justo? Dadle al menos un cuchillo, por Dios.-Gabriel irrumpió en la escena con la manos en los bolsillos, como si nada. Nadie se movió, salvo el adolescente, que aprovechó para apartarse de la navaja. Chico listo. -¿No? Bien.-Sacó las manos de los bolsillos, y se puso en posición de combate. Había eliminado a más gente desarmado, se dijo.

Gabriel estaba a punto de recibir a los pandilleros, cuando una silueta femenina se perfiló al otro lado del callejón. El francés bufó: ¿Por qué los civiles siempre estaban en el peor momento en el peor lugar? Pero en ese momento una figura borrosa de colores voló en el aire, y derribó a ambos delincuentes con una patada aérea inesperada. Vale, igual no había que preocuparse por la chica, que parecía algo así como una Natasha con vestido. Quizás lo fuera. Los tipos que tenía más cerca prefirieron ir a por él, que aún no había movido un músculo, a enfrentarse con la morena. Craso error. Lo menos doloroso habría sido rendirse. El primero tenía una cadena, y la usó como látigo para alcanzar a Gabriel en el pecho. Los eslabones de metal solo alcanzaron a hendir el aire , pues el agente de SHIELD ya no estaba allí, sino un metro a la izquierda. Pisó la cadena, y cuando el matón intentó tirar para liberarla, saltó. El propio empuje de su contrincante lo tiró hacia atrás, y el duro asfalto de Gotham se ocupó de enviarlo al reino de los sueños. No pasó ni una milésima de segundo hasta que el otro intentara golpearle con un desgastado bate de beísbol. Tsk. Que poco inteligente por su parte. Una patada giratoria impactó directamente en su estómago, dejándole de rodillas junto a su inconsciente amigo. Pese a todo, empezó a rebuscar algo casi con desesperación. El rubio se aseguró de que no volviera a levantarse hasta dentro de un buen rato con un golpe directo a la mandíbula, y se dio media vuelta justo a tiempo para ver como la recién llegada dejaba fuera de combate al líder. ¿De dónde había salido esa mujer?

Pero por desgracia los problemas nunca vienen solos, y esta no era la excepción que confirma la regla. En sendos extremos del callejón aparecieron más amables ciudadanos, así que no hicieron falta palabras para formar equipo con la desconocida. Desconocida que, por cierto, se llamaba Cassandra.

-Encantado. Gabriel.-Como si alguien hubiera hecho sonar la campana de aquel ring imposible, todos los hombres se lanzaron a la vez. Solos no tenían ninguna oportunidad y en grupo tampoco, para ser sinceros. Pero todos juntos al menos tenían mayor sensación de seguridad, y eso era importante. El chico se protegió lo mejor que pudo en un recoveco, y Cassandra y Gabriel entraron en acción.

No parecía que estuvieran peleando realmente. Los movimientos eran tan precisos y calculados que parecían ensayados, dieñados hasta el último detalle por un coreógrafo de prestigio. Al menos, los de Cassandra y su acompañante, pues el resto de actores que componían la escena apenas parecían muñecos de trapo lanzados al azar para que loos los golpearan. Cuando un hombre voló por los aires, impulsado por un furioso movimiento de la que esa noche sería Batwoman, fue interceptado rápidamente por Gabriel. El pobre tipo solo pudo gritar cuando su brazo se quebró, sin saber muy bien a quién insultar.

Una cosa que llamó mucho la atención de Gabriel fue el hecho de que no llegara la policía. En Nueva York, las sirenas tardaban como mucho quince minutos en oírse una vez empezaba una pelea. Pero no en Gotham. ¿Estarían ocupados con otro problema más grave aún? Tampoco nadie se asomó a la ventana para ver de dónde venían los gritos. ¿Es que la gente estaba ya acostumbrada a la violencia? Uno de los delincuentes desenfundó una pistola tras el rubio, bien lejos de su campo de visión. Se apoyaba en la pared, renqueando por la pierna fracturada. Al menos iba a eliminarlos, aunque fuera desde lejos... Pero la mano derecha de Gabriel reaccionó a la velocidad del rayo: Mientras él seguía combatiendo, lanzó un cuchillo que había quitado a alguien hacia atrás. El arma voló silbando por el aire contaminado de la ciudad hasta empotrarse en el bíceps del hombre de la pistola. Sorprendido y dolorido, la dejó caer, agarrándose la herida en un inútil intento de detener la hemorragia. Entretanto, el involuntario lanzador de cuchillos ni siquiera se dio cuenta de lo que pasaba a sus espaldas. Como una máquina de guerra, derribaba un enemigo tras otro, sincronizándose con su compañera de baile.

Hasta que quedaron sólo ellos dos de pie sobre un mar de cuerpos rotos de hombres rotos. Por pura costumbre, Gabriel se alisó un poco el pelo y suspiró, algo cansado. Recorrerse media maldita ciudad y acabar cun una horda de criminales sin descansar entre una cosa y otra era muy mala idea.

-¿Estaís bien vosotros dos?-Cassandra apenas se había despeinado. Y eso que había estado peleando con un vestido y bailarinas. El chaval por suerte tampoco había sufrido más daños que alguna moradura menor, dada la situación había salido muy bien parado.

El chiquillo se fué con el agradecimiento pintado en el rostro, sonriendo felizmente. La verdad es que algo así no se veía todos los días, y eso se podía aplicar tanto al chico como al agente. Una vez estuvieron solos, Cassandra le invitó a ir con ella, cosa que Gabriel aceptó débiles buen grado. Empezó alabándolo, lo cual le hizo sonreír amablemente. -Vaya, gracias. Tú si que eres muy buena, no me esperaba que supieras luchar así de bien.

Salieron a una de las calles principales, fundiéndose con la multitud que circulaba por ella. Como si le hubiera leído la mente, comenzó a explicarle cómo era posible que alguien como ella tuviera ese nivel de combate cuerpo a cuerpo. Al parecer, sus padres habían sido los responsables de prepararla desde muy pequeña. La verdad es que debían de ser unos maestros excelentes, puesto que su técnica se podía comparar fácilmente con el entrenamiento militar de Gabriel. Seguramente habría gato encerrado, pero tampoco tenía por qué insistir: No sería educado, y no tenía motivos para desconfiar de ella. Por ello, la escuchó atentamente.

-La verdad es que entiendo que quieras vivir aquí... Yo también lo he sentido apenas he llegado. Es como si volviera a casa, a pesar de que en mi universo de origen esta ciudad no existía. Y ni siquiera recuerda a mi ciudad, París.-O al menos, no a la zona que Gabriel recordaba como "suya".

-¿Tú de donde vienes? ¿Que haces aqui?-Preguntó entonces. Era agradable hablar con ella, así que Gabriel le contó todo lo que podía sin meterse en un aprieto: No le gustaba demasiado mentir.

-Ahora vivo en Nueva York. No es la mejor ciudad del mundo, pero está bastante bien para vivir en ella, una vez te acostumbras. Y he venido aquí por curiosidad: Se habla mucho de este lugar, y he venido a ver. No es lo más sensato, pero no esperaba encontrar nada así.-En ese momento, notó que empezaba a costarle un poco hablar. Vaya, cualquiera diría que era una chica tímida.

-Antes he visto un restaurante, y ya es hora de comer. Me encantaría ir contigo. ¡Ah! Y invito yo, si quieres venir.-Le sonrió cálidamente y le guiñó el ojo con algo de complicidad. Al mirarla detenidamente, vió su propio reflejo en los ojos escarlata de cassandra. Rojos, igual que los suyos propios. Decidió mejor no preguntar para no incomodarla, y caminó a su lado hasta que llegaron al local. Una rápida conversación con el camarero, y se sentaron dentro, en una mesa junto a un venttanal. La música era agradable, y se respiraba paz y tranquilidad después de la pelea.

A Gabriel se le hizo extraño que a Cassandra le costara leer. No había notado nada raro en ella aparte de eso, salvo que quizás hablaba poco y en voz especialmente baja. Pero claro, esa clase de particularidades no dicen nada, salvo que quizás le cueste hablar con desconocidos. Pero entonces Gabriel se dió cuenta de que algo no iba como solía en Cassandra, y ella misma se lo confirmó. ¿Sería disléxica o algo parecido? No, decía que también le resultaba complicado hablar algunas veces. Gabriel pidió un plato de carne y también agua, que no tardaron en traer junto con el salmón. Podía decirse que estaba de servicio, aunque si alguno de sus superiores más estrictos lo viera pondría el grito en el cielo. Pero ya había acabado con su trabajo, y SHIELD no tenía ninguna norma que prohibiera específicamente comer con civiles. O al menos eso creía. En cuanto trajeron los platos, empezaron a comer. La verdad era que estaba bastante bueno para su gusto, aunque lo mejor era la compañía. Resultaba refrescante hablar de vez en cuando con alguien ajeno a SHIELD y ese mundillo. - ¿No te gusta lo que haz encontrado? Nueva York suena como una preciosa ciudad, nunca he estado mucho, pero si pudiera, iria a ver la Estatua de la Libertad... - Gabriel sonrió y pinchó un trozo pequeño. -Bueno... Es una sensación rara. Por una parte, en Gotham me siento en casa, casi cómodo. Pero por otra, me duele ver el caos que reina en ella. Nueva York es... Muy diferente. Hay mucha gente, mucho ruido, pero una vez te acostumbras, es genial. Podría llevarte algún día, no está lejos.-Cassandra no tenía ni idea de hasta qué punto era "especial" Gabriel. No él tampoco.

Ella también preguntó por París. Hacía mucho que Gabriel no volvía a su ciudad natal, pero la recordaba con mucha nitidez. La música de los artistas callejeros, las hordas de turistas siempre en las mismas zonas, perdiéndose lo mejor por no querer aventurarse más allá de lo que ponía en sus guías. Las azoteas y el tejado de la catedral de noche, las gente moviéndose como hormigas a tus pies mientras tú los observas desde arriba, sin que nadie pudiera verte. Como ahora hacía en SHIELD. -No es como la gente suele pensar que es, o al menos eso creo yo. Hay muchas cosas que ver más allá de lo que todo el mundo sabe. Bueno... Hay que verlo para entenderlo.-Parecía que Cassandra no había viajado mucho, aunque sus rasgos recordaban vagamente una ascendencia asiática. Resultaba curioso. Y eso de que la hubiera entrenado su padre... Tenía que ser la hija de un agente de la CIA o algo así. Pero tampoco era asunto suyo, ¿no? Un zumbido muy bajo del comunicador le avisó de que había algo que tenía que saber. Lo miró de reojo, sin ponerlo encima de la mesa. Se había perdido la señal de todos los drones. ¿Qué habría pasado? En principio la gente no tenía ni que verlos. ¿Cómo podían haberse desactivado todos?

-Sea como sea, es una ciudad muy tranquila en comparación con esta. Me han dicho cosas... Que me han dejado un poco preocupado. Parece que esos matones de antes no son nada en comparación con otros criminales que hay por ahí sueltos. En Nueva York nos invaden los aliens de vez en cuando, pero no tenemos ningún delincuente fijo como vosotros.-Luego investigaría eso. A saber qué había pasado aquella vez.