¿Transportar explosivos? Nada como el poliespan. (Gregory Nelligan). 30 de Marzo de 2018.

30 de Marzo de 2018.
20:30 de la noche.
Zona industrial.
Nueva York.

Gregory Nelligan. Así se llamaba el hombre al que buscaba. Un excéntrico y extraño tipo dueño de una fábrica de uno de los materiales más cotizados a escala mundial: el poliespan. Ese famoso corcho blanco tan útil a la hora de transportar cosas frágiles, como cristal, cerámica o utensilios electrónicos. Y yo, como buena artificiera y creadora de explosivos, necesitaba muchas veces algunos artilugios o sustancias muy peligrosas si no se trataban con el cuidado debido. Más de una vez había algún cartero chapucero había acabado manco debido a no hacer una entrega como era debido. Malditos estúpidos. ¿Acaso ya cualquiera podía trabajar de mensajero? Estos americanos de mierda... Cada día generaba más bilis contra ellos. Tanta estupidez de la libertad y los derechos humanos y luego eran todos una panda de inútiles de aúpa. Incapaces de realizar un trabajo como era debido. Pero no quería pensar en ello. Tenía un importante negocio entre manos con aquel hombre que fabricaba el material blanco. Necesitaba varios kilos de ese cacharro, ya que de alguna manera tenía que guardarlos y preservarlos en mi guarida, situada a las afueras de Gotham. ¿Que por qué la ciudad negra? Por el hecho de que había suficientes majaretas con la cara pintada o con estúpidas manías incordiando todo el día como para que nadie estuviese buscando qué hacía una joven rusa en las afueras. Era el sitio perfecto para ser criminal y pasar desapercibido. A menos, claro está, que seas tan estúpido como para llamar la atención de las autoridades y del murciélago.

Hacía apenas unas semanas que había salido de Arkham valiéndome de mi inteligencia, mis cálculos perfectos y del choque interdimensional. Aún estaba acostumbrándome a esa mierda. Habían aparecido un montón de nuevos "héroes" que querían hacer del mundo un lugar mejor. Valientes idiotas. En fin, que ellos se dedicasen a hacer el capullo por ahí valiéndose de sus poderes y ya nos encargaríamos los más listos de preparar el camino que queríamos hacernos en aquel pequeño y extraño mundo.

Vestía con una larga gabardina negra y unas botas con un poco de tacón. Debajo de aquello, una fina chaqueta y una camisa cubrían mi pecho y torax, y unos pantalones de color marrón mis piernas. No hacía mucho calor ya que estábamos a finales de marzo, pero también llevé mis guantes negros a juego con las botas como siempre llevaba. Y por supuesto mis tres relojes. El de muñeca, el colgante y el de bolsillo. Miré los tres comprobando que todos iban a la hora exacta. Me acerqué a la puerta de la enorme fábrica y llamé, esperando a que me abriesen. La verdad es que era un sitio bastante bueno para ocultarse si eras un villano. Apartado, en uno de los puertos que tenía la ciudad, lejos de todo el ajetreo y las constantes salidas de los héroes a la calle. A ver qué tal irían las negociaciones con el tal Gregory. Esperaba que bien. Ambos íbamos a salir bastante beneficiados de aquel negocio. Lo único que esperaba era que no intentase jugármela o tendríamos un grave problema.

Y ya estamos otra vez, una larga noche mirando la fábrica vacía, haciendo de vigilante.  Y esto no habría ocurrido si a esos vagos que tengo por “encargados de arreglar las cosas rotas” se encargaran de arreglar las cosas rotas.  Pues no, las cámaras de seguridad seguían fuera de servicio, y la mitad de las vallas estaban sin reparar, por lo que cualquiera podía colarse y llevarse algo. Tampoco es que se pudieran llevar mucho, la verdad. Últimamente las cosas habían ido bien y estábamos a la espera de recibir material para poderme a crear “material” y vender cajas y demás así que el almacén estaba vacío.

Y ahí estaba yo, en mitad de la fabrica con un linterna colgando del hombro y viendo una tele que debió pertenecer a Ramses II. No pillaba apenas canales y se sobrecalentaba cada hora, pero aprovechaba para dar una ronda por el recinto mientras esperaba que se enfriase. Al final era de utilidad y todo, no como el maldito Jimmy y su “tranquilo, que esto lo arreglo yo en diez minutitos”.

- Aggg que lento se esta pasando la noche ¿Un momento?¿Será posible?¡Están echando “Los vigilantes de la playa”! -Me incorpore un poco para poder ver el capitulo -. Ahh pero este episodio es un peñazo. Creo que mejor me voy a dar una ronda mientras lo dejo enfriándose. - Me levante, apagué la tele, encendí la linterna y me dispuse a dar una vuelta por la fábrica.

A mitad de ronda oí unos golpes en la puerta principal. A estas horas solo puede ser dos cosas: Un trabajador que se ha olvidado algo (o la mujer lo ha echado de casa) o un pobre pidiendo. Ninguna de las dos cosas me apetece mucho, pero bueno, tendré que abrir. Me dirigí hacia las puertas y las abrí sin fijarme en quien había llamado- A veeeeer ¿Que esta pasando aquí? - Di un pequeño respingo cuando alcé la vista y vi que la persona enfrente mía no se parecía en nada a lo que esperaba. Era una mujer bastante bien vestida. No era el tipo de mujer que se viera por esta zona, la verdad. ¿Que hacia llamando a mi fabrica a estas horas? No parecía que se hubiera equivocado de sitio o estuviera perdida. Me temo que este no va ser una noche de vigilancia como el resto.

-Este no es el mejor barrio para dar una vuelta nocturna ¿Puedo ayudarle en algo?

La puerta se abrió lentamente y observé a mi anfitrión. Su estatura era menor a la mía, incluso sin haber llevado tacones. Pelo castaño y gruesa barba con los ojos claros. Parecía sorprendido de verme. De hecho, juraría que no se esperaba una visita como la mía. Le sonreí con mis carnosos y rojos labios y le miré a los ojos con una mirada seductora.

- Eso espero, señor Nelligan. Después de todo, he venido de lejos para hablar con usted. ¿Puedo pasar?- Le pregunté alzando la vista por encima de su cabeza. Se hizo a un lado permitiéndome el paso, y entré en aquel enorme edificio. Sin embargo, este estaba prácticamente vacío. Dejando al margen una televisión encedida y un sillón viejo delante de ella. Ese aparato había visto días mejores, de eso no había duda. Bueno, si nuestros negocios iban bien podría permitirse algo más vistoso que eso. Me quité la gabardina, dejando a la vista una fina chaqueta de color verde oscuro entreabierta por la parte superior mostrando lo que vulgarmente se conoce como "escote pronunciado". Con ello pretendía mantener la atención de Gregory en todo momento, y facilitar las negociaciones. Mostrar un poquito de carne solía ayudar a conseguir algo de un hombre, especialmente un hombre como Gregory, quien parecía estar algo más solo de lo normal. Mostré mis andares más sensuales y esperé a que el hombre estuviese junto a mí. Le sonreí y me crucé de brazos.- Bueno Gregory... ¿Cómo estás? Supongo que te sorprenderá que alguien como yo aparezca en mitad de la noche en tu... "Hogar".

La verdad es que aquel lugar no era especialmente acogedor. Olía a húmedo y a moho, y hacía un frío que pelaba. A mí eso no me importaba, ya que habiendo vivido casi toda mi vida en la madre patria, tenía un concepto muy distinto del frío. Me pasé la mano por el pelo después de un rápido vistazo al interior del edificio y fruncir ligeramente el labio.

- Permíteme que me presente. Puedes llamarme Vremya. Es todo lo que necesitas saber de mí por el momento. Al igual que lo único que yo necesito saber de ti es a lo que te dedicas. Las cosas claras, sé cuál es tu trabajo y que eres uno de los mejores contrabandistas de este lado del charco. Entre otras cosas porque tienes una capacidad casi mágica de pasar desapercibido ante los ojos de las autoridades. Y eso es algo que a mí me interesa enormemente. Verás, mi trabajo es algo... Peculiar. Digamos que procuro explosivos a quienes lo necesitan. El problema de eso es que muchas veces, los materiales que necesito te ponen una mirilla del gobierno en cuanto los compras. Y tampoco puedo permitirme el lujo de andar comprando en viente tiendas distintas para así evitar captar la atención más de lo normal... El caso es, que quiero hacer negocios contigo Gregory. Por el dinero no te preocupes, te pagaré mejor de lo que te podrían pagar por los mismos materiales. Algunos son más complicados de conseguir, pero apuesto a que alguien de tu posición no tendrá problemas con eso, ¿verdad Gregory?- Dije esto último mientras le acariciaba el mentón y la barba. "Venga, déjate convencer guapo. No quiero problemas contigo, y seguramente te hagas inmensamente rico a mi costa...". Las cartas estaban sobre la mesa. Ahora sólo faltaba que me diese el visto bueno y entablar el negocio.

¡Pero bueno! No sé que esta pasando aquí y no estoy seguro si me gusta. Mientras escuchaba su propuesta intenté otear si llevaba algún arma. No parecía que llevara ningún arma grande. Odio la moda que se lleva estos días de usar pistolas súper pequeñas; No matan a nadie y a mi me dejan un dolor de cabeza durante un día entero.  Mi inspección quedó súbitamente interrumpida cuando escucha a la misteriosa mujer hablar de mis asuntos sucios con algunos mafiosos de la zona.

El hecho de que venga una total desconocida y comience a hablarme sobre mis trapos sucios no es algo que me haga mucha gracia. Por suerte no pasa todos los días, pero ahora que ha ocurrido, tenia que pensar rápido como actuar y qué decir. Y pensar en eso mientras una señorita me acaricia la barba no es lo mas fácil del mundo tampoco.

-Pero bueno ¿Que es lo le han contado de mis asuntos? -Me aparté un poco  e intenté mirar hacia otro lado, tenia que concentrarme un poco- Porque si esto es una broma … Tengo que reconocer que es buena.

Intenté calmarme un poco mirando se reojo la tele. Nada, se había calentado y no se veía un pedo. Pues tendría que encargarme del asunto. Ande un poco por la estancia mientras me aseguraba de que no había nadie espiando o esperando para saltarme encima y acaba conmigo. Se escuchaban peleas e insultos fuera, nada fuera de lo común. Finalmente, me paré y me gire hacia mi invitada con la expresión mas seria y malota que se me pudo ocurrir.

- Esta bien. Puedes empezar diciéndome que es lo que quieres exactamente y cuanto piensas pagar.

- No es lo que me han dicho, sino lo que yo he visto y he investigado. No te apures querido Gregory, no voy a decirle nada a nadie. Verás, estudié matemáticas en Rusia, y se bastante acerca de algoritmos y esa clase de cosas que se usan para el espionaje. Tus secretos están muy bien guardados, siempre y cuando no vayas por ahí diciendo a qué te dedicas. Créeme, es mucho mejor así. La gente como yo, los que de verdad podemos pagarte generosas sumas por tus servicios, preferimos que pases desapercibido lo máximo posible. ¿Acaso crees que me interesaría que el gobierno sepa que estoy comerciando contigo con lo que tengo en mente?- Le sonreí sensualmente y me alejé ligeramente de él. Parecía que estaba interesado, al menos en ver qué le podía ofrecer. Pasé la mano por una mesa cercana, acariciando con la yema del dedo la superficie. Me froté luego el dedo con el pulgar, limpiándome el polvo que había cogido. Me giré entonces hacia él, apoyándome contra la mesa.- El precio es lo que menos me importa, puedes ponerlo tú a raíz de lo que necesito. Principalmente lo que pido son materiales explosivos. Ya sabes, nitroglicerina, pólvora, dinamita... Uranio. Este último es el material más peligroso y más difícil de conseguir, y estoy dispuesta a pagar una suma generosa por cada gramo que seas capaz de conseguirme sin que te pillen.-

El uranio era uno de los materiales más peligrosos y radioactivos del mundo. Su venta estaba vigilada con microscopio y cada gramo que se movía ponía en alerta a medio mundo. Esa era la razón por la cual necesitaba al mejor de los mejores para conseguirlo. No podía ir yo a comprarlo. En cuestión de veinticuatro horas tendría a medio mundo en mi casa apuntándome con todo y reservándome una deliciosa habitación particular en la prisión más vigilada de la tierra, y eso interfería con mis planes de manera demasiado directa como para permitírmelo. La glicerina, la pólvora y la dinamita los necesitaba como explosivos para mis bombas. El uranio no era explosivo, necesitaba algo que sirviese de detonante, y la glicerina y la pólvora eran lo mejor. Mis planes de venganza comenzarían a tomar forma en el mismo momento en que consiguiese algo de uranio. Nada como amenazar una gran ciudad con la bomba que ellos mismo inventaron y usaron para que cunda el pánico y todo el mundo se muera del miedo en cuestión de horas.

- Nuestro modus operandi sería el siguiente. Yo vendré en persona a encargarte lo que necesito, y me dirás el tiempo que necesitas para conseguirlo. Pasado este vendré en persona a por ello, y siempre me lo llevaré en pequeñas cantidades, para no levantar sospechas. Por eso y porque no me hace especial gracia llevar encima dos kilos de nitroglicerina mientras conduzco. No tengo intención de morir aún a decir verdad. Si cuando vengo tú todavía no lo has podido conseguir, esperaré los días que requieras. Sé que los materiales que te voy a pedir no son sencillos de conseguir, y tendrás que apañártelas para que no te pillen ni se den cuenta de lo que estás haciendo. Recuerda, para mí lo más importante no es solo que seas capaz de conseguir lo que te pido, sino que además mi persona quede totalmente en el anonimato. No me importa que hagas negocios con otras personas, pero si me entero de que le hablas a alguien de mí, que se te escapa mi nombre o cualquier cosa, no tendrás que volver a traficar con nada ni nadie... Ya que yo misma me encargaré de que no puedas volver a respirar en tu vida. ¿Entendido? Yo no hablo de ti y tú no hablas de mí, y todos contentos. Eso sí, no juegues conmigo querido. Puedo ser tan amable y jovial como desee, pero al mismo tiempo puedo ser la mujer más retorcida y cruel del mundo. No me obligues a enseñarte ese lado, ¿vale guapo?- ¿Matarlo? Eso habría sido muy fácil. Si me la jugaba o me hacía alguna faena tenía reservado algo mucho más emocionante y divertido para él. La tortura no me apasionaba especialmente, pero una mujer debía hacerse respetar, y más en un mundo y un negocio como la villanía. Recordarían mi nombre durante décadas, ya me encargaría de que así fuese. Muy pronto, el mundo sabría quién era Gloria Almaznyy, alias Vremya.