¿Pasada, cruda o al punto? (Ethan Corbeau)

4 de Abril de 2018.

Hacía tiempo que el cuerpo había empezado a degradarse. Aquel estúpido trozo de carne había hecho un estropicio tal que, de no ser porque su ayudante Sloan le había ayudado a deshacerse de él con sus cualidades mágicas, habría sido incapaz de quitarse de encima todo aquel embrollo. Había sido marcado con el sello del ganado, y desde entonces, había ido sacando su carne, poco a poco, para aquel a quien había prometido una hamburguesa. Una, por cada día. Pero a la semana había sido insostenible el dolor, y la criatura había muerto, así que no había tenido más opción que sacar el resto de la carne y envasarla al vacío. Ya apenas le quedaba nada útil. Le había arrancado los gemelos, los muslos, las nalgas, también el torso, y los pectorales. Sólo le quedaba la carne útil de los brazos, y toda la casquería, que no estaba dispuesta a comerse. Lo partió todo en raciones, lo envasó al vacío, y siguió el proceso de cebe del policía corrupto que a punto estuvo de arruinar su rancho, por culpa de ese estúpido.

Así que llamó a uno de sus chicos. Uno que se encargaba de eliminar todo rastro de esas cosas. Su documentación, su ropa, todo lo que tenía que ver con él. Todo salvo su cabeza, que había guardado y conservado bien hidratada, para realizar una de sus cabezas disecadas, que de momento se encontraba a medio montar sobre el marco, esperando primorosamente la piel que arrancaría cuidadosamente en cuanto tuviera un rato.

Lo había recogido todo, bien guardado, sin hacer preguntas. Había recibido el dinero, y se había marchado con muy buena disposición. De eso hacía ya casi quince días. Ahora, se encontraba tranquilamente a la entrada de su rancho. Era media tarde, tomaba un vaso de te helado, distraída del pesado trabajo diario, y relajándose jugando a arrojar medio hueso de una cadera de vaca por la que sus dos perros, Smile y Teeth sentían admiración absoluta. Pronto sería hora de cerrar la jornada, sus chicos se irían a casa y podría relajarse.

Entraría en casa, prepararía algo de cenar, y luego sacaría el picador de carne manual, como había hecho desde hacía casi un mes, seleccionaría una de las fibrosas piezas de carne de ese chalado, la metería y haría una deliciosa hamburguesa, que freiría al día siguiente, y uno de sus chicos se la llevaría, envuelta en papel. Ya le habían dicho que cada día esperaba esa pequeña contribución alegremente y que al llegar, inspiraba su aroma, cerrando los ojos, con expresión de verdadero deleite, pegaba un mordisco enorme, mientras la grasa y la sangre se le caían por la comisura de la boca al masticar, tragaba los restos de ese despojo que ahora era un cadáver convirtiéndose en mantillo para las "preciosas" de Ivy, y sonreía de oreja a oreja, pensando que aquel manjar provenía de alguna vaca o cerdo, especialmente sabroso.

Los perros gruñeron y ladraron, excitados, sacándola de su pacífico estado. Parecía haber una figura que se aproximaba al rancho. Se levantó de la mecedora, haciendo que la madera del suelo crujiera, y que el asiento quedase suspendido en un vaivén cada vez más tenue hasta que finalmente se detuvo. No esperaba a nadie a esas horas, y la experiencia le había enseñado que sólo podía esperar dos cosas de las visitas inesperadas. O excelentes noticias, o muy malas. Comenzó a andar en dirección a la entrada, con su caminar cadencioso, marcando cada golpe de sus caderas con un tintineo característico de sus espuelas, mientras sus perros ladraban y la rodeaban, aún no muy seguros de si renunciar al juego del hueso. Posó una de sus mano sobre la hebilla del cinturón, y la otra, relajada, sobre el pomo de uno de sus revólveres. En función de la visita, ya vería cual de las dos tenía que cambiar de posición.

Apenas hacía un par de meses que Ethan estaba instalado en la ciudad de Gotham, su llegada había causado revuelo en la prensa sensacionalista y amarilla a nivel internacional, todos se preguntaban que había llevado a uno de los hombres más ricos de Francia a moverse de su acomodada vida en Europa a la ciénaga pútrida que era aquella ciudad…Lo cierto es que no había un motivo especial que le hubiese llevado al lugar, sencillamente, allí estaba, a punto de abrir su restaurante y con la mayoría de sus hombres ya trasladados a la zona, trabajando sobre el terreno, dentro de poco, Ethan ya sería dueño de una muy pequeña parte de la ciudad, pero las grandes conquistas empezaban con pequeños pasos.

A las pocas semanas de su llegada a Gotham, el heredero de los Corbeau había sentido un irrefrenable impulso de saciar su hambre de carne, con mucha precaución y siempre de noche, se dedicó a observar a una posible presa, lo encontró a los pocos días, un hombre de grandes proporciones de mediana edad que, al parecer, vivía solo y no tenía familiares inmediatos conocidos que pudiesen echarle de menos, el caníbal se abalanzó sobre su víctima una noche y le arrebató la vida rápidamente, los detalles sobre ello, no eran demasiado importantes, lo realmente curioso venía después.

Cuándo Ethan ya había preparado diversos tipos de elaboraciones con la carne del hombre, guardó todo lo sobrante en diversas bolsas, junto con los documentos de identificación y todos los objetos personales, así como ropa y demás objetos. Ethan ya había investigado a diversos tipos de los bajos fondos de Gotham, y en especial había buscado a esa gente que hacía desaparecer la basura de los demás, como él los llamaba, según sus informantes, era el mejor, así que él mismo le entregó las bolsas y le pagó una buena suma para que estas desaparecieran: - Gotham es una ciudad de locos, primero esa mujer y ahora tú. – Dijo el hombre sin ningún tipo de educación, sin embargo, aquello llamó la atención del francés, que quiso saber más acerca de aquella mujer.

Y ahora se encontraban allí, Ethan iba en la parte de atrás de un Mercedes clásico conducido por su mano derecha, Jacques, que fue el mejor amigo de su padre, era un tipo fornido, de color y con una prominente barba: - ¿Estás seguro de que no quieres que entre contigo? – Dijo el hombre con una voz áspera mientras observaba el rancho que se formaba imponente ante ellos, en la radio sonaba Jesus bleibet meine Freude, de Bach, una de las canciones favoritas de Ethan: - No te preocupes, viejo amigo, esto es una visita cordial…- Le dedicó una sonrisa al conductor, abrió la puerta del vehículo y salió de este.


Su aspecto era impecable, se ajustó la corbata azul que llevaba puesta mientras el coche arrancaba y se perdía, habían acordado que Ethan llamaría para ser recogido, pero sabía que su estimado Jacques daría vueltas por el lugar, por si las cosas se ponían complicadas. Se dio la vuelta y su americana azulada ondeó ligeramente por el movimiento, llevaba un traje azul marino a juego con la corbata, unos zapatos marrones y una camisa azul, su aspecto era impoluto e iba perfectamente peinado, en la mano derecha llevaba un paquete rectangular de unos 40/50 centímetros, miró con decisión el camino que se extendía delante suyo y sin más dilación empezó a recorrer el camino.


‘’Hermoso’’, pensó el hombre mientras observaba el paisaje a su alrededor, a lo lejos, oía ladrar unos perros, cada vez era más cercano aquel ruido de animales, aquello le recordaba a los días de caza: - No se preocupe señorita Logan, es natural que se sienta usted invadida por mi presencia en su hogar. – Dijo con una voz suave y a la vez grave mientras se acercaba a las figuras de mujer y animales que había delante suyo, se encontraba a apenas 2 metros de ellos cuándo levantó las manos, mostrando que no llevaba armas: - Este paquete que llevo, es un regalo para usted, es un vino, de excelente calidad, si me permite señalarlo. – Finalmente se detuvo a un metro y medio de la mujer y hizo una leve inclinación con la cabeza: - Mi nombre es Ethan Corbeau, y creo que tenemos un amigo un común que cobra bastante altos sus servicios que conoce de, digamos, nuestros gustos culinarios. -

La figura del hombre se delató cada vez mas clara a medida que se acercaban. No es que apreciara especialmente esas cosas, pero el hombre iba vestido con un traje de confección de buena calidad, una pena desaprovechar semejante vestuario en un rancho a las afueras de Gotham, donde lo mejor que cabía esperar es que al menos acabase cubierto de polvo hasta las rodillas. Por la imagen que pretendía, parecía alguien que podría perfectamente haber salido del círculo cercano de Pingüino. Le habló de forma directa, sin florituras, aunque educadamente. Así mismo le tendió el paquete, añadiendo que se trataba de un presente. Aquello sólo hizo que considerara cada vez mas acertada la elucubración de que venía de parte del mafioso más popular de la ciudad.

- Le agradezco el detalle, forastero, pero sepa para futuras ocasiones que soy más amante del Whisky que del vino. - dijo la Sheriff, aún sin renunciar a su posición.

Que no hubiera traído armas no implicaba que no fuese peligroso. Cada vez lo tenía mas en cuenta, sobretodo después de comprobar de primera mano algunas de las criaturas que la colisión había traído consigo. Mutantes, jinetes del apocalípsis, demonios de dos metros. Cualquiera de esas cosas consideraría llevar un arma más una molestia que un beneficio, de manera que no iba a dejar de estar alerta, por mucho que pareciera criado entre algodones, e incapaz de matar una mosca. Los perros se detuvieron, crispados por la presencia del desconocido, observándole con las orejas enhiestas, dispuestos a atacar a una sola orden de su ama.

- ¿Ah si? - preguntó la Sheriff, golpeando el sombrero para así despejar su joven rostro, con los ojos entrecerrados por una sutil sonrisa que resultaba inquietante. Sacó el revólver delicadamente de la funda de cuero en que descansaba, y abrió el tambor distraídamente, haciendo chasquear el mecanismo del arma - ¿Y va a tener la amabilidad de decirme que amigo es ese?- preguntó, mientras miraba hacia el tambor, comprobando que el arma estaba totalmente cargada, aunque sabía de sobra que lo estaba.

Había algo en ella que llamaba a la calma, su tono de voz, su gesto amigable, o quizá lo imperturbable de sus actos. Sin embargo, había también algo de crispante en su reacción, puede que el hecho de que empuñara un arma que en cualquier momento, con la rapidez de un movimiento certero, podría haber acabado con la vida de una persona. Volvió a cerrar el arma con un chasquido, y accionó el percutor, mientras clavaba su fría mirada acerada sobre el desconocido delator.

- Permita que haga una labor superficial de investigación. ¿También es usted un enamorado de la carne?- preguntó, haciendo que la última palabra adquiriera un tinte de advertencia, un sutil matiz peligroso y expectante.

Aquel tipo iría envuelto en seda, pero desde luego escaseaba en delicadeza. Nadie debería tomarse tantas libertades en una ciudad como Gotham. Definitivamente iba demasiado deprisa.