Séptimo día: las despedidas [Elysia Stavridis] (17-01-2018)

Otro día de nieve. No es que no me gustara la nieve, pero odiaba el frío. El invierno para mí era la peor época del año, te obligaban a ir embutida en un abrigo de piel que era más grande que tu y a demás te hacía parecer más gorda y redonda de lo que eras. La nieve molaba, eso de hacer muñecos, tirar bolas de nieve a tus amigos (si los tuviera), ir a esquiar a las montañas... pero yo nunca podía hacer esas cosas cuando nevaba.

Había salido a pasear a Lycos aquella mañana infernal. Mi maldito perro tiene casi energía ilimitada, y cuando ve cosas pequeñas que se mueven alrededor suyo sieeeempre se las quiere llevar a la boca. Bueno, pues ya me veis a mí corriendo como una idiota detrás de él mientras me arrastraba con la correa sin dejar de tropezarme con el suelo nevado. Aquella mañana desayuné helado de escarcha, solo le faltaba el sirope de fresa por encima.

En cuanto subimos al piso, Lycos dejó perdida la sala de estar. Tuve que andar un buen rato detrás de él para quitarle toda la nieve de encima y que no manchara el sofá ni las pocas estanterías que aún quedaban intactas.

Para cuando terminé solo me quedaban dos horas para ponerme a trabajar antes de la hora de comer. Me enfrasqué en mis libros y mis dibujos y no me di cuenta de que ya era cerca del mediodía cuando sonó el timbre.

El Malamute empezó a saltar alegremente mientras ladraba a la puerta. En cuanto me acerqué a ver quien era, Lycos me dedicó una sonrisa boba suya y se relamió la boca. Los perros suelen hacer eso cuando tienen hambre, pero mi perro no comía... así que no lo entendí muy bien...

Miré por la mirilla, esperando encontrarme a la vecina de enfrente detrás de la puerta. Siempre venía a quejarse por algo, por cualquier chorrada. Si no era la tele, era el perro, o si no porqué había demasiado silencio... que si le prestaba huevos, o no llegaba a pagar el alquiler...o si dejaba entrar hombres raros en casa. Si mire señora, no es que yo los invite, es que se presentan solos porqué hay una organización mundialmente secreta llamada S.H.I.E.L.D. que nos está vigilando a todos. Si, incluso a usted cuando va al baño, no vayan a descubrir que tiene orina desintegradora.

No puede evitar sentir cómo se me encendía la sangre tras descrubir a Sloan picando a mi puerta. Abrí de golpe toda furiosa, y cuando me dispuse a echarle cuatro gritos y decirle que se largara me quedé sin palabras.

Iba todo trajeado de arriba a bajo, con una caja de bombones abierta y un "lo siento" en sus labios. Ya solo por el ridículo que estaba haciendo con esa guisa merecía dejarle pasar.

- Hola Sloan... anda pasa... - suspiré, dejando ir la mala leche que me había invadido unos segundos antes. - Creo que Lycos te ha echado de menos...

Le dejé pasar y cogí los bombones para dejarlos encima de la mesa. Cuando Sloan pasó por su lado, mi perro alzó sus dos patas delanteras para apoyarlas en el pecho del hombre y empezar a lavarle la cara a lametones.

Después de que Sloan le preguntara a Lycos, el perro se dejó caer al suelo y ladeó la cabeza mientras seguía jadeando con la lengua fuera. Mi malamute siempre tenía cara de tonto cuando tenía la boca abierta, entonces pegó un ladrido y después le chupó la mano a Sloan. Uagh, lo sabía.

Dejé que Sloan se sentara en la silla de la mesa y me marché a mi habitación a recoger lo que había venido a hacer. 

- ¿Tienes hambre? Puedo hacerte algo si quieres... como compramos un regimiento de comida y yo no puedo con toda ella he tenido que tirar algunas cosas y ahora tengo de sobras...- dije como si nada. Podría sonar algo enfadada, pero es que era mi tono normal. En el fondo me había preocupado un poco por él, una preocupación que no me servía para nada.

Se había disculpado y me había traído bombones. Todo un detalle, aunque me parecía muy cursi. Todavía no lograba entender la conexión de pensamientos que tenía aquel hombre en su cabeza, pero podría poner la mano en el fuego de que se comportaba más como un niño que como un adulto. 

- Aquí tienes... - dije colocando un par de papeles encima de la mesa. Sloan podía leer un listado de cosas comunes y típicas que podía hacer una chica en tres días. La mayoría de las palabras eran siempre "dibujar" y "ver la tele". No había tenido más problemas ni situaciones extrañas desde que le había echado a patadas.

Le di la espalda y abrí la nevera para sacar un par de hamburguesas y pan blando. Pelé también un par de patatas y las metí en la freidora. ¿Era la hora de comer, no?  Así que mientras Sloan leía el "diario" yo me dediqué a preparar la comida. Nuestra última comida juntos.

- ¿Quieres algo de beber? - le dije mientras dejaba los platos delante de Sloan. Abrí la nevera de nuevo y cuando miré para buscar mi Nestea me di cuenta de que ya no habían. 

- Que raro... pensé que todavía me quedaba uno... - cogí dos cocacolas y terminé de servir la mesa.

-  Buen provecho... - dije con poco entusiasmo y me dediqué a comer casi con desgana mi hamburguesa y mis patatas fritas.

- No debería estar comiendo esto, no forma parte de la dieta. Pero como tú estabas emperrado en comprarlo todo pues ahora alguien se lo tiene que comer...

No podía evitar sentir un amor profundo por la comida. Me encantaba la hora de comer, pero desde hacía ya muchos años que no podía disfrutarla como se merecía. Problemas de sobrepeso y bla,bla, lo de siempre. A veces me preguntaba ¿y qué importa? ¡Cómete esa rica hamburguesa y esas patatas fritas que hace más de medio año que no las disfrutas! Pero si aumento tan solo un miligramo de lo normal ya me estoy tirando de los pelos. Y si ya tengo poco pelo, a este paso voy a quedarme calva. Mi obsesión con la comida y con adelgazar no eran normales, eso ya lo había asumido. Pero es que nada en mi vida era normal.

Me quedé alucinada (otra vez) de cómo Sloan podía devorar la comida de aquella manera tan escandalosa. A mi manera, sentía un poco de envidia por el chico, el podía disfrutarla sin pensar en nada más. Pero solo un poquito,  lo suyo no era normal tampoco...

-¿Dónde narices metes todo eso? - le señalé al plato que ya estaba vacío. Sloan era alto y musculoso, no tenía ni una pinta de tener un michelín de más. Y yo tenía unos cuantos cuando me dedicaba a comer únicamente ensaladas... El mundo es injusto.

- Pues espero que me dejen en paz, porqué es bastante agobiante tener que vivir teniendo los ojos de S.H.I.E.L.D. en el cogote... - le miré con el ceño fruncido - Y no tengo nada que decirte porqué ¡NO ME PASA NADA! - me levanté de repente y luego me di cuenta de que había alzado la voz. Vale, ya volvía a enfadarme por tonterías y Sloan no tenía la culpa de nada (solo por esta vez).

Volví a sentarme y resoplé con desgana.

- Esto es una despedida... ¿no? - dejé un pequeño silencio y entonces volví a hablar - ¿Vendrás a verme otro día? 

No quería admitirlo, pero la verdad es que teniendo a Sloan un par de días en mi apartamento había hecho mi vida más difícil y ajetreada de lo habitual pero en el fondo divertida. Había roto completamente con mi aburrido monotonía. No se si para él había sido divertido también, o solo había sido una carga. También puedo entender perfectamente que no quiera volver a verme nunca más, y eso es lo que me pondría triste.

El hombre se levantó de la mesa, y cuando creí que iba a marcharse sin decirme nada me sorprendió aún más con su siguiente frase.

- Bueno, mientras no me retires la entrada a tu piso... claro, vendré a verte las veces que haga falta. Total, somos amigos, ¿no?

No pude evitar reprimirla, y Sloan vio que esbozaba una sonrisa divertida y sincera, como si me acabaran de regalar una piruleta. Aquello había sido lo que necesitaba escuchar.

- ¡Claro! ¡Es eso! - me levanté casi saltando de alegría y entonces le cogí de las manos para luego dar un par de saltitos - ¡Claro que somos amigos! Y puedes venir a visitarme cuando quieras siempre y cuando avises con antelación primero... - le dije, señalándole acusadoramente con el dedo, pero sin perder la sonrisa.

Por un momento había temido que las cosas se hubieran enfriado entre nosotros. No quería que por una bronca así no volviéramos a vernos, y yo era tan cabezota que no encontraba la manera de disculparme por haberle tirado un diccionario y más cosas a la cabeza.

- ¿Un abrazo, antes de que me vaya? - dijo Sloan antes de irse, poniendo una de sus mejores caritas de perro apaleado. Era tan creíble que hasta Lycos se la había tomado en serio y ya estaba encima de él intentando lamerle la cara.

- Está bien, pero recuerda: No vuelvas a besarme nunca jamás en tu vida o me aseguraré de hacerte tal nudo en la garganta con tu propia lengua que no volverás a probar bocado jamás - dije medio amenazadora.

No pude evitar soltar una carcajada y entonces me acerqué a Sloan para estrecharle entre mis brazos fuertemente y luego soltarle.

- Cuídate, amigo.