Quizás pueda ayudarme

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Los dedos tamborilearon sobre el bolso por enésima vez. Eran unos dedos pálidos, cetrinos, con una perfecta manicura. Delicados, femeninos y alargados, encajaban a la perfección en unas manos que podrían calificarse como elegantes. Las manos continuaban por una chaqueta impóluta que hacía juego con una sencilla falda de tubo de la que asomaban unas piernas terminadas en zapatos de tacón bajo. Simples, sobrios y elegantes.

No era para menos, pues si algo había caracterizado a una de las primeras políticas metahumanas era su sencillez elegante tanto de vestir como de saber estar. Joanna se encontraba sentada en la sala de espera, claramente incómoda. No había ido en su vida a un psicólogo, no lo había necesitado ni si quiera tras la muerte de su madre... ¿O acaso se engañaba? Suspiró y miró su reloj de pulsera, pensativa.

Había llegado un cuarto de hora antes de lo esperado a su cita, y los minutos pasaban lentamente en la esfera del artefacto, demasiado lento para la nerviosa no-muerta, que se recolocó por tercera vez consecutiva el pelo, antes de volver a tamborilear sobre su bolso, impaciente.

Hasta que, por fin, la puerta se abrió de par en par, momento en el que la mujer se incorporó como un resorte, alisando unos pliegues que no existían en su falda. Se aclaró la garganta e intentó mantener la compostura, pasando el peso de un pie a otro.

¿Había dicho ya que los psicólogos la incomodaban enormemente?

La vida de Lissa desde la Colisión no había podido ser más confusa.

Una psicóloga que dedicaba su carrera profesional a la atención de héroes, villanos, antihéroes, vengadores, justicieros y demás súper-clientes no podía esperar una vida tranquila. Pero en el contrato de Lissa (si es que tal documento existía) no figuraba la Colisión de los Mundos, ni ninguna de las consecuencias que éste había tenido para ella.

Para empezar, su ciudad, Nueva York. Los cambios derivados del choque de universos eran visibles con sólo salir a la calle. Había edificios nuevos por todas partes, desperfectos ocasionados por el terremoto. Los primeros días era imposible salir a la calle sin perderse, aunque conocieras la Gran Manzana como la palma de tu mano. Y después estaba Elysia, su "otro yo" de otra dimensión, una chica que tenía su mismo aspecto, dibujaba cómics, y venía con un perro enorme incluido en el pack. Ahora estaban viviendo juntas, y lo cierto es que Lissa estaba demasiado acostumbrada a estar sola. Le iba a costar mucho aceptar el cambio, igual que le había costado en su momento adaptarse a la compañía de June Moon en Belle Rêve.

Pero si había algo que la psicóloga sabía hacer a la perfección era ignorar sus propios problemas personales, dejarlos aparcados en el patio trasero de su consulta, y sentarse tranquilamente a escuchar los de los demás. Por alguna razón, éstos parecían siempre más sencillos y fáciles de resolver que los suyos.

Aquel día no había tenido demasiados clientes, así que cuando Sandra la avisó de que venía alguien a última hora, Lissa se sintió extrañada. Al parecer, era alguien importante, porque había solicitado la cita por medio de su secretaria, e insistido en que se guardara la máxima discreción. No hubiera sido necesario; en aquella consulta entraban superhéroes tanto enmascarados como de paisano, y de los labios de Lissa jamás había salido el nombre de ninguno de ellos más allá de aquellas puertas. El secreto profesional era una de las cosas que más valoraba la chica a la hora de ejercer.

Lo que se encontró la psicóloga al abrir la puerta fue una mujer de aspecto espectral, vestida elegantemente, de cabellos negros como el ébano. La psicóloga la había visto antes, pero... ¿dónde? Y había algo más; si su lenguaje corporal tenía que decir algo acerca de ella, era que estaba nerviosa.

- Buenas tardes. Adelante, por favor. - dijo Lissa, esbozando una tranquilizadora sonrisa.

Mientras seguía tratando de recordar de qué conocía a la mujer, ésta pasó a la sala donde la doctora Stavridis realizaba las entrevistas. No era nada del otro mundo; estaba decorada con sencillez, con algunas butacas dispuestas en círculo, y una pequeña mesita en el centro. El diván de cuero rojo estaba en uno de los laterales. Los libros se disponían ordenadamente en algunas estanterías, y las paredes estaban decoradas con varios cuadros.

Lissa tendió la mano a su clienta.

- Soy Elissa Stavridis. Siéntese, por favor. - dijo, dejando que ella misma escogiera, libremente, en qué lugar. - ¿En qué puedo ayudarla?

- Buenas tardes. Adelante, por favor. La psicóloga sonrió y Joanna mostró un gesto gemelo en su rostro. Se acercó a ella y le dio la mano. Era un gesto fuerte, decidido, que hablaba de fuerza de carácter, pero a su vez, la alcaldesa cogió suavemente del codo a su interlocutora, en un gesto que daba a entender también que, en sus manos, las cosas saldrían bien. Por desgracia, el tacto era totalmente frío, como si fuera un cadáver el que lo prodigase, y había algo en el aura de la alcaldesa que hacía pensar en algo antinatural.

Era una manera de dar la mano muy común entre los políticos, pero al contrario que en muchos otros, cuando era la alcaldesa la que los prodigaba eran naturales, como si nunca hubieran sido ensayados.

Se adentró en la consulta, y sus ojos verdes fantasmales la recorrieron rápidamente. El diván parecía cómodo, pero no quería confiarse ni relajarse. Aún no.

- Soy Elissa Stavridis. Siéntese, por favor. En cuando la especialista le dio permiso, se sentó en la silla frente a la mesa, colocando el bolso en su regazo y cerrando las piernas, en un gesto de autoprotección extremadamente evidente.

¿En qué puedo ayudarla?

Hmmm... Joanna miró suavemente a su interlocutora. Aunque aún no había hablado exactamente, su voz sonaba de ultratumba, como si realmente no proviniese de su cuerpo. Era una voz femenina, y probablemente sin ese tono extraño habría sido agradable y melodiosa. Ahora mismo sólo ponía los pelos como escarpias

Permítame que me presente, señorita Stavridis. Soy Joanna Hardins y... bueno, sufro de una peculiar aflicción la mujer le dedicó una mirada de soslayo, antes de inspirar y sonreír

Verá, estoy muerta pero en mi caso no resulta ser una aflicción terminal. Más bien una molestia, no sé si me entiende la mujer sonrió suavemente, jugueteando con sus manos en el bolso. No le gustaba hablar de ello, pero era un pensamiento que siempre tenía en mente. Algo que la marcaba como persona, y también afectaba a su autoestima. Y precisamente en su trabajo y sobre todo en sus obligaciones con Brian tenía que ser fuerte emocionalmente. Ser un pilar, vaya.

La verdad es que no sé muy bien cómo abordar todo esto, es mi primera vez y... bueno, no suelo hablar de ello, como comprenderá

Su clienta estrechó la mano de Elissa. El gesto, unido a aquella voz y tacto sobrenaturales, terminó de refrescar la memoria de la psicóloga.

La alcaldesa no-muerta de Happy Harbor.

No era que conocer la identidad de la mujer fuera a cambiar en lo más mínimo la actitud de Elissa. La elección de asiento de la política le dijo mucho más que su nombre o su profesión. No escogió el sofá, ni el diván, sino que se sentó en la silla, en una postura que delataba cierta incomodidad. ¿Le desagradaba abrirse a los demás? ¿Había tenido malas experiencias con algún psicólogo? ¿O simplemente necesitaba un tiempo para sentirse cómoda? En cualquiera de los tres casos, la tarea de Lissa era lograr que no siguiera siendo así en los próximos minutos.

Hmmm... Permítame que me presente, señorita Stavridis. Soy Joanna Hardins y... bueno, sufro de una peculiar aflicción

La psicóloga hizo un suave gesto de asentimiento, invitándola a continuar.

Verá, estoy muerta pero en mi caso no resulta ser una aflicción terminal. Más bien una molestia, no sé si me entiende. La verdad es que no sé muy bien cómo abordar todo esto, es mi primera vez y... bueno, no suelo hablar de ello, como comprenderá

Honesta y directa, dos cualidades muy raras (y muy valiosas) en una política. Lissa conocía retazos de la historia de la alcaldesa Hardins, igual que cualquier otro que hubiera leído la prensa en su momento, pero decidió dejar de lado todo lo que creía saber de la mujer que se sentaba frente a ella. Al fin y al cabo, el único camino para conocer a alguien pasaba necesariamente por él mismo. La Gaceta de Gotham o el programa de Jack Ryder no iban a saber más de Joanna que la propia Joanna.

- No tiene que preocuparse por qué decir o cómo decirlo. Si le hace sentir más cómoda, puede tutearme. De todas formas, siempre he preferido que me llamen Elissa. Y, si quiere, yo puedo hacer lo mismo y llamarla Joanna.

La psicóloga esbozó una suave sonrisa antes de continuar.

- En realidad, ha venido hasta aquí porque algo la preocupa. Puede ser algo muy concreto, o puede ser algo muy difícil de explicar. Pero, sea lo que sea, mi trabajo es que no salga de aquí sin haber hablado de ello. Como usted misma dice, su problema puede no ser... bueno, "mortal" - la psicóloga se permitió el juego de palabras, pero no dejó que interfiriera demasiado con lo que quería decir - pero piense que, mientras sea una molestia para usted, seguirá requiriendo de nuestra atención.

Lissa miró a los ojos a la alcaldesa.

- Si no sabe por dónde empezar... ¿por qué no me cuenta cómo sucedió?

No tiene que preocuparse por qué decir o cómo decirlo. Si le hace sentir más cómoda, puede tutearme. De todas formas, siempre he preferido que me llamen Elissa. Y, si quiere, yo puedo hacer lo mismo y llamarla Joanna.

Agradecería que nos tuteásemos, sí. Nunca he sido de las que disfruten de los formalismos la alcaldesa dirigió una tentativa sonrisa a la psicóloga, claramente nerviosa

En realidad, ha venido hasta aquí porque algo la preocupa. Puede ser algo muy concreto, o puede ser algo muy difícil de explicar. Pero, sea lo que sea, mi trabajo es que no salga de aquí sin haber hablado de ello. Como usted misma dice, su problema puede no ser... bueno, "mortal" Joanna dedicó una sonrisa algo nerviosa a la psicóloga, algo divertida por el juego de palabras pero piense que, mientras sea una molestia para usted, seguirá requiriendo de nuestra atención.

Ante esas frases, la política asintió suavemente. Ya sabía eso mismo, pero ese hecho no quitaba que se le hiciese algo difícil y cuesta arriba

Si no sabe por dónde empezar... ¿por qué no me cuenta cómo sucedió?

Joanna se humedeció los labios, desviando la mirada hacia el techo, pensativa


La mujer se echó hacia adelante mientras su expresión mudaba por una grave y preocupada, frunciendo el ceño.


Suspiró, echándose de nuevo hacia atrás, negando con la cabeza.


Se revolvió incómoda en el sitio, mientras cerraba los ojos. Estaba llegando a la parte que menos le gustaba de su particular historia, pero se había comprometido a contarla, y no sería justo que se callase justo ahora.


Sonrió suavemente, encogiéndose de hombros. Había sido un acto estúpido de rebeldía, pero no se arrepentía de haberlo hecho


Los labios de la alcaldesa se convirtieron en una fina línea, suspirando. Cerró los ojos, intentando eliminar la horrible imagen de ver su propio corazón, sangrante, atravesado en la daga de sacrificios, e incluso se acarició la cicatriz. En ese instante parecía que incluso le doliese

Morí en cuestión de segundos, y no fue indoloro. Y al cabo de tres días, resucité, sin recuerdos de lo ocurrido entre ambos sucesos comentó, suspirando de nuevo. Se ajustó el cuello de la camisa y se recolocó de nuevo en la silla, algo incómoda

Verás, Elissa... He aceptado mi muerte en ese momento, y no suelo pensar en ello, pero... sus labios se convirtieron en una fina línea de nuevo durante unos instantes, antes de negar con la cabeza

pero es evidente, ahora sólo soy una caricatura de un ser vivo. No como, no duermo, y mi tacto es casi inexistente. la mujer se miró las manos con cierta melancolía

De mutuo acuerdo, ambas mujeres decidieron empezar a tutearse. Lissa decidió que le gustaba su cliente. A pesar de su timidez y su evidente incomodidad inicial, la psicóloga tenía ante ella a una persona colaboradora, que había acudido allí pensando que tal vez sirviera de algo. Al menos, era un comienzo. Lissa había tenido clientes que sólo venían por consejo de un tercero, sin creer en que ella pudiera ayudarlos.

Y, de hecho, la psicóloga ni podía, ni quería, resolver la vida de nadie. Su trabajo consistía en que se dieran cuenta de que ellos eran parte de la solución, del mismo modo que solían ser parte del problema. Por supuesto, estaba formada en psicoterapia, y podía ayudar, pero sólo eso. Nadie cambiaba ni mejoraba únicamente con ayuda externa. Cada uno era responsable de su propia vida, y era cuando veían que tenían que esforzarse para "arreglarla" cuando se veía de qué estaban hechos.

Joanna parecía del tipo de personas que tomaban su vida en sus propias manos, y eso era una virtud que Lissa valoraba por encima de las demás.



Conociendo el mundo de la política, era probablemente lo segundo, pensó Lissa. Todo su lenguaje corporal (la postura, los gestos y la forma de asentir con suavidad) indicaba que tenía los cinco sentidos puestos en la historia de Joanna.



La psicóloga observó la inquietud de Joanna, y la miró con gesto tranquilizador, animándola a que continuara. No la interrumpió con palabras; la historia fluía bien por el momento.



Lissa no ocultó su expresión de dolor. Algunos terapeutas creían que la emoción debía quedarse fuera de sus consultas, pero ella no era de la misma opinión. Cuando un cliente se atrevía a abrirse con ella, lo menos que podía hacer era mostrarle lo que su historia provocaba en ella. Dependiendo del cliente, claro. Expresar sentimientos no era adecuado en otros contextos, como cuando tenía delante a pirados de la categoría del Joker.

Morí en cuestión de segundos, y no fue indoloro. Y al cabo de tres días, resucité, sin recuerdos de lo ocurrido entre ambos sucesos. Verás, Elissa... He aceptado mi muerte en ese momento, y no suelo pensar en ello, pero... pero es evidente, ahora sólo soy una caricatura de un ser vivo. No como, no duermo, y mi tacto es casi inexistente. Supongo que en el fondo no he aceptado... esto. Se supone que algo puedo hacer, marcar una diferencia, pero me abruma. No soy más que una mujer, atrapada en un cuerpo que no envejece ni respira. ¿Cómo puedo aspirar si quiera a ser algo más que una sombra, un título, o un símbolo que será olvidado?

Hubo un largo momento de silencio en el que ninguna de las mujeres dijo nada, pero tampoco se sintió perturbada por éste. Era como si una puente hubiera sido tendido entre ambas mujeres, un entendimiento y un respeto mutuo que sólo podía obtenerse después de un gran momento de sinceridad, si la otra parte era receptiva. Y Elissa lo era.

- Antes de que ambas busquemos una respuesta a eso, me gustaría que me explicaras qué cosas crees que nunca podrás hacer por el hecho de ser quien eres.

Joanna desvió la mirada al techo. No por molestia, si no para meditar seriamente su respuesta. ¿Qué no podría obtener ahora en su estado?

- Y también quiero darte las gracias por haber compartido tu historia conmigo. Sé que no es algo fácil de hacer, y creo que demuestra que realmente esperas conseguir algo viniendo aquí. Es mi turno de no defraudarte. Joanna sonrió suavemente asintiendo y volviendo a centrar su mirada en la mujer que tenía ante ella


La política se acomodó levemente en la silla, carraspeando mientras se llevaba la mano a los labios en un gesto comedido, muy medido y aparentemente natural. Fuera quien fuese el que la hubiese entrenado en las sutilezas del lenguaje corporal, había hecho un gran trabajo.


suspiró. No le gustaba hablar de ese tema en concreto, de esa inseguridad, pero era justo que fuera la primera que dijese por ese mismo motivo. Se acarició suavemente el puente de la nariz y negó con la cabeza, posando ambas manos sobre su propio regazo


suspiró de nuevo, cerrando los ojos y convirtiendo sus labios en una fina línea. Estaba claro que la alcaldesa estaba luchando en una guerra interna, y por el momento estaba ganando su razón sobre su subconsciente con una férrea disciplina


Volvió a acariciarse el puente de la nariz, en un gesto que empezaba a indicar que era su manera de demostrar incomodidad o nerviosismo

Lissa asintió, indicándole que continuara, y Joanna Hardins expuso el resto de los problemas que le generaba su existencia como no-muerta. La psicóloga la escuchó, sin interrumpirla una sola vez, hasta que hubo terminado.

De nuevo, la alcaldesa estaba siendo totalmente sincera con ella.

- Si te parece bien, empezaremos hablando del tema de la familia - dijo Lissa - Hablas de que no crees que nadie pueda amarte sin ningún tipo de reparo por tu condición... Pero yo también tengo una pregunta, Joanna, que me gustaría que respondieras. Pese a tu naturaleza... ¿tú eres capaz de amar...?

- Si te parece bien, empezaremos hablando del tema de la familia Joanna asintió levemente. Le parecía un tema tan bueno como cualquier otro a la hora de abordarlo Hablas de que no crees que nadie pueda amarte sin ningún tipo de reparo por tu condición... Pero yo también tengo una pregunta, Joanna, que me gustaría que respondieras. Pese a tu naturaleza... ¿tú eres capaz de amar...?

Esa pregunta arrancó una carcajada amarga de los labios de la alcaldesa ¿Que si era capaz de amar? Bueno, si no fuera capaz de sentir, no sería capaz de tener problemas con su nueva condición. Si no pudiera sentir, ni si quiera sería un problema.

A veces deseaba tener algún tipo de método para acallar la garra que atenazaba su pecho con frecuencia, pero no existía. Sólo podías apretas los dientes y seguir adelante

Sí, Elissa, sí que soy capaz de amar. Puedo sentir emociones igual que cuando estaba viva. A veces, incluso con más fuerza. la mujer apretó ambas manos en su regazo, convirtiendo sus labios en una fina línea, antes de negar con la cabeza

- Sólo intentaba hacerte ver la paradoja - Lissa sonrió, con suavidad - Tu condición te permite amar, pero te impide ser amada. ¿Lo he entendido bien? Disculpa si soy atrevida, Joanna, pero suena terriblemente ilógico a mis oídos.

Elissa sabía que la alcaldesa tendría una respuesta para eso, pero quería que entendiera bien lo que quería decir antes de darle una respuesta, por lo que no le dejó el espacio para replicar.

- Es cierto; tienes ciertos rasgos que podrían incomodar a un humano normal. Pero tu forma de hablar, tus gestos, tus recuerdos y tus sentimientos son los de una humana. Te sorprendería saber qué poca relevancia pueden llegar a tener las cosas que me señalabas. Por ejemplo, para mí. Tal vez se deba a que yo he conocido muchos seres sobrenaturales a lo largo de mi vida, pero... - Elissa rozó con los dedos la piel de las manos de Joanna -... no siento repulsión. Y antes me hablabas de un niño, un muchacho al que habías adoptado, ¿no es así? Dime, Joanna, ese chico... ¿te quiere?

Joanna suspiró. Entendía perfectamente lo que quería decirle la especialista, pero tampoco podía aceptar así como así su propia condición. Era un estigma, y por mucho que para algunos no lo resultase, para la morena...

Sin embargo, pronto sus pensamientos fueron redirigidos a otro tema. Uno mucho más agradable que el anterior, desde luego. Joanna sonrió, asintiendo suavemente, y sus rasgos se suavizaron en gran medida.

Sí, es cierto. Me costó ganarme su confianza, pero ahora somos una familia unida. El muchacho... Joanna suspiró, apretando ambas manos en su regazo

Brian. No tenía a nadie... y yo tampoco. Supongo que en el fondo nos ayudamos mutuamente la mujer sonrió suavemente, encogiéndose de hombros

El rostro de la alcaldesa se iluminó al hablar del chico al que había acogido, y Lissa sonrió para sus adentros.

- Dices que el chico no tenía a nadie, y tú tampoco. Tienes razón, eso es lo que hace la familia. Y ahora, os tenéis el uno al otro. Parece fácil de decir, ¿verdad? Pero hay un antes y un después de Brian. - la psicóloga utilizó por primera vez el nombre del chico, era bonito - Igual que ha llegado Brian, podrían llegar otras personas a tu vida. O tal vez ya han llegado. ¿Se te ocurre alguien, Joanna? Más gente que esté a tu lado, sin importarles lo que eres, sino quién eres.

Le había gustado el detalle de la perrita. El hecho de que se la hubiera regalado a su hijo, con el cual vivía, indicaba que Chel no tenía miedo a la alcaldesa. Un animal que se sentía cómodo en compañía de un no-muerto... Eso ya debía de ser todo un logro, ya fuera de Joanna o del propio cachorro.

Y Lissa estaba segura de que Chel y Brian no serían los únicos compañeros de la mujer.

- Dices que el chico no tenía a nadie, y tú tampoco. Tienes razón, eso es lo que hace la familia. Y ahora, os tenéis el uno al otro. Parece fácil de decir, ¿verdad? Pero hay un antes y un después de Brian. Joanna asintió suavemente. Era cierto, pero eso no quitaba que la situación era... bueno, más complicada de lo que parecía Igual que ha llegado Brian, podrían llegar otras personas a tu vida. O tal vez ya han llegado. ¿Se te ocurre alguien, Joanna? Más gente que esté a tu lado, sin importarles lo que eres, sino quién eres.


La mujer sonrió algo incómoda ante la idea de que quizás su única compañía se basaría en superhéroes, o quizás no

Y bueno, también está Dina. Es... un despiste de mujer, y aunque es bastante organizada creo que aún no se ha dado cuenta de que no estoy tan viva como cree. O quizás es que no le importe. Es mi secretaria, y ha demostrado ser una mujer fiel.

Joanna le habló de los superhéroes, y Lissa sonrió abiertamente ante su último comentario. Le gustaba el sentido del humor de la mujer que se sentaba frente a ella; irónico, con un toque de humor negro aquí y allí. Le sentaba bien; parecía adecuado, de algún modo.

La psicóloga pensó en sus palabras. Ella tampoco tenía "madera de heroína", la prueba era que había terminado en la cárcel intentándolo. Pero, que ella supiera, no era necesario ser superheroína para casarse con un superhéroe, y así se lo hizo ver a la alcaldesa.

- Creo que tienes madera de política, lo cual ya es mucho decir. Y, por lo que he oído, de política honrada, algo que muchos dirán que es más complicado que rescatar un gatito de un árbol - Elissa arqueó ligeramente las cejas - Conozco héroes que se han enamorado de periodistas, o de abogadas, o de policías. De extraterrestres y de criaturas sobrenaturales de todo tipo. ¿Por qué no de una no-muerta?

Abordó el tema con naturalidad. Acercarse a él de puntillas sólo haría crecer la sombra que proyectaba sobre la alcaldesa.

- La gente que vuelve de experiencias cercanas a la muerte suele verlo como una segunda oportunidad. - prosiguió, pensativa - ¿Qué sentiste tú al regresar, Joanna? ¿Has visto en ello algo más que una maldición?