La Balsa, prisión de máxima seguridad para criminales con habilidades sobrehumanas, estaba situada en medio de una zona costera desolada de Nueva York. Desde afuera, parecía una estructura impenetrable, una fortaleza gris de acero y hormigón rodeada por torres de vigilancia y guardias armados, diseñada para contener a los seres más peligrosos que la humanidad había visto. En su interior, los pasillos eran fríos, desprovistos de color, iluminados por una luz estéril que hacía que todo pareciera inhumano. No había sonidos de vida, solo el eco de pasos y el zumbido de las cámaras de seguridad que rastreaban cada movimiento de los internos.
El lugar tenía una atmósfera sofocante. Aunque era una prisión imponente y silenciosa, su aire estaba cargado con la tensión constante de aquellos con poderes más allá de lo humano, confinados entre paredes que no podían soportar sus habilidades por siempre. Esa fortaleza fría y deshumanizante en la que los mutantes más peligrosos eran encerrados, tenía sus propias grietas. No era un lugar donde alguien se sintiera seguro, ni siquiera los guardias que mantenían el orden entre las criaturas más poderosas del mundo. Pero donde hay poder, también hay corrupción. Y Mística sabía exactamente cómo aprovecharla.
Gracias a la codicia de algunos guardias y las más convincentes falsificaciones que se pudieran imaginar, la mutante, haciéndose pasar por Marcy Collins. Marcy era una mujer de apariencia común, con el cabello castaño recogido en una coleta sencilla, ojos verdes apagados y un aura discreta. Parecía una mujer cualquiera que había conseguido algo inusual: una visita conyugal con su supuesto prometido. Una habitación privada en las profundidades de la prisión, lejos de los ojos vigilantes de las cámaras y otros prisioneros. Aunque técnicamente era un cuarto de almacenamiento reconvertido, estaba equipado con una cama simple y sillas de metal, pero proporcionaba lo que necesitaban: privacidad.
Cuando Sapo fue llevado a la habitación, su mirada de sorpresa al ver a Marcy fue evidente. Al principio no comprendía, pero la sutileza en la sonrisa de Mística, disfrazada de su supuesta novia, hizo que incluso alguien de su reducido intelecto entendiera rápidamente que aquello no era una simple visita. Esto no era una muestra de afecto, él se había enterado y eso eran malas noticias, muy malas noticias. El mutante tragó saliva asustado, esperaba que pasara por nerviosismo ante el guardia que le había traído.
El hombre que los había conducido al lugar cerró la puerta tras ellos con cara de asco ¿Cómo un ser humano podía mezclarse con aquella escoria? dejando a Mística y Sapo solos. El silencio fue pesado al principio, mientras Sapo, incómodo, jugueteaba con sus manos. Sus ojos, característicamente saltones, miraban a Marcy con una mezcla de alivio y nerviosismo. Sin embargo, cuando la puerta se cerró completamente, y Mística se despojó de toda pretensión, su expresión se endureció. Caminó hacia él mientras dejaba que su disfraz desapareciese, no le gustaba estar allí.
- Sapo, cariño, dijo con voz baja, pero firme posando un dedo bajo su barbilla para obligarlo a mirarla. - Sabes por qué estoy aquí, así que no me hagas perder el tiempo.
Sapo volvió a tragar saliva, nervioso, asustado, pero intentó hacerse el desentendido. El valor no era una de sus características principales precisamente, pero al menos, hasta ahora había sido leal. Estúpido pero leal.
- Marcy, yo... no sé a qué te refieres...
- Basta de juegos, le cortó Mística de inmediato, mientras sus ojos amarillos brillaban con frialdad. - Lo que pasó anoche, el ataque a Drago. No me hagas perder el tiempo con excusas baratas. Sabes que Magneto no tolera fallos, y lo que hiciste fue exactamente eso.
Sapo se removió inquieto en la silla, incapaz de sostener la mirada de Mística por mucho tiempo, pero a la vez incapaz de apartar su mano para poder desviarla. No sabía qué decir para defenderse, así que se refugió en las mismas palabras que había estado repitiendo desde el incidente.
- Yo no lo ataqué. Fueron otros, fue Electro, si, y María. Yo estaba allí pude verlo todo, si no hubiera sido porque intervení en el momento justo lo habrían matado, su voz era temblorosa, desesperada por justificar su error.
Mística lo miró sin pestañear, sabía que mentía o que al menos ocultaba parte de la verdad, una verdad que necesitaba conocer. El silencio pesaba entre los dos antes de hablar de nuevo. Dio un paso hacia él, su presencia dominando la pequeña habitación. Sapo ya no podía retroceder más, la silla se lo impedía.
- Se dice intervine, imbécil ¿Y de verdad esperas que te crea?, preguntó con ironía. - ¿Cuántas veces le has fallado ya a Magneto, Sapo? Y dime, ¿cuántas veces te ha fallado él a ti?
Las palabras de Mística cortaron como una cuchilla afilada, penetrando profundamente en las inseguridades de Sapo. Sabía que tenía razón. Magneto lo había rescatado en más de una ocasión, le había dado un propósito, una causa, y él, en cambio, había fallado más veces de las que podía contar. Pero ahora no era solo su lealtad lo que estaba en juego, era su supervivencia. La cárcel era un lugar duro y peligroso.
- No... no fue a propósito… los guardias nos presionaron, a los tres, bueno a María no hizo falta presionarla demasiado supongo, desactivaron nuestros collares, nos prometieron todo tipo de cosas... intentó decir, pero Mística lo interrumpió, sin ningún rastro de compasión.
- No me interesa si fue a propósito o no. Lo que me interesa es que cumplas con las órdenes que te dio Magneto. Drago, Eclipse, es crucial para nuestros planes. Debes vigilarlo. No se puede vigilar a un cadáver Sapo, si Magneto lo quisiera muerto te lo habríamos dicho. Vigílalo, protégelo, y sobre todo, asegurarte de que no vuelva a ocurrir nada como lo de anoche. Si algo le pasa, será tu responsabilidad, y no habrá más excusas que te salven de las consecuencias Sapo, su tono era frío como el hielo, cada palabra cargada de amenaza y certeza.
Sapo asintió rápidamente, nervioso, asustado. Sabía que Mística no estaba bromeando, tenía miedo a los guardias y a los otros presos, pero sabía que solo la mano de Magneto lo mantenía vivo allí dentro. Si fallaba otra vez, no habría segundas oportunidades, ni para él ni para su débil intento de redención ante Magneto.
- Entiendo, entiendo, dijo Sapo, con la voz temblorosa, lo vigilaré. No fallaré esta vez, te lo prometo.
Mística se inclinó hacia él, su rostro a solo centímetros del suyo. Habló con toda su frialdad y autoridad. El pobre mutante deseaba que se lo tragara la tierra y sabía que tendría que cambiarse de ropa interior en cuanto saliera de allí.
- Más te vale, Sapo, le advirtió en voz baja, más te vale. Aunque no estás en posición de prometer nada, yo no me fio de ti y él empieza a tener sus dudas. Lo único que tienes que hacer es cumplir con tu deber. Vigilar a Drago, y asegurarte de que esté a salvo. Magneto espera resultados, no palabras vacías. No vuelvas a cometer un error, o lo lamentarás.
Sapo asintió otra vez, aún más rápido, consciente de que la presión sobre sus hombros era inmensa. Sabía que no podía fallar esta vez. Ya no le quedaba saliva que tragar. Mística dio un paso atrás, recuperando su postura y suavizando su tono solo lo necesario para cambiar de tema y adoptando de nuevo su disfraz, no podía permitirse que entrara alguien y la vieran allí.
Y hay algo más, dijo la mutante, manteniendo el volumen bajo, sabiendo que incluso en una habitación privada en la Balsa, los oídos de la prisión eran omnipresentes. - No estarás aquí por mucho más tiempo. Magneto ya ha puesto en marcha un plan para sacarte de este agujero. Pronto, la Hermandad vendrá por todos ustedes. Pero hasta que eso ocurra, mantén la calma. No llames la atención. Y cuando llegue el momento, estarás preparado. ¿Lo has entendido o te lo repito con palabras más simples?
Sapo, ahora aliviado por la promesa de un escape cercano, asintió con más convicción. No quería quedarse allí más tiempo.
- Sí, lo entiendo, respondió, esta vez con un poco más de seguridad, vigilaré a Drago, lo protegeré y me prepararé para cuando vengáis a por nosotros.
Mística lo observó por un segundo más, evaluando si su mensaje había calado lo suficientemente profundo. Cuando se sintió satisfecha, dio media vuelta y caminó hacia la puerta. Antes de salir, lanzó una última mirada sobre su hombro.
- Recuerda, Sapo, Magneto siempre cumple sus promesas. Tú asegúrate de no fallarle otra vez.
Con un último vistazo, Mística salió de la habitación, dejando a Sapo solo, sentado en la silla de metal bajo la luz fría. Afuera, los guardias corruptos esperaban con miradas vacías, sin saber lo que había ocurrido dentro de esa sala. Para ellos, solo había sido una visita conyugal, una rutina más en su día. Pero para Sapo, esa conversación marcaba la línea entre la vida y la muerte, la redención y el fracaso.
Ahora, todo dependía de que él no volviera a fallar.