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Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
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El Retorno del Caballero Quebrado (Bruce) [a convenir]
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Alfred Pennyworth DC Universe
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Mensajes : 10 Fecha de inscripción : 23/06/2014 Localización : Gotham Empleo /Ocio : Mayordomo Humor : Ironico
Ficha de Personaje Alias: Alfred Nombre real: Alfred Pennyworth Universo: DC Universe
Tema: El Retorno del Caballero Quebrado (Bruce) [a convenir] 1st Octubre 2024, 09:58
Las viejas puertas de la mansión Wayne rechinaron suavemente al abrirse, como si la misma casa exhalara un suspiro largo y fatigado tras meses de silencioso duelo. El vestíbulo, con sus altos techos y sus candelabros apagados, parecía sumido en una quietud que no había conocido desde hacía mucho. No había sido sólo la ausencia de Bruce lo que había oscurecido este lugar, sino la certeza, lenta y asfixiante, de que jamás volvería. Hoy, por primera vez en mucho tiempo había tenido las fuerzas para quitar el polvo como llevaba años haciendo.
El eco de los pasos vacilantes resonaba en los pisos de mármol pulido, el sonido de las ruedas de la silla sobre el suelo como un recordatorio constante de lo que ya no podía ocultarse. Le había visto entrar, envejecido de una manera que ni las más terribles noches de su cruzada habían logrado. Aturdido, con la mirada perdida en algún rincón del tiempo, como si la misma ciudad que siempre había conocido ya no fuera suya. Y, sin embargo, ahí estaba. Vivo. El niño al que tantas veces había ayudado a levantarse ya no lo haría más. Una fina gota escapó al férreo control que siempre ejercía sombre mis emociones, por suerte Bruce no había podido verla.
Mis manos, acostumbradas al temblor controlado del servicio, hoy no pudieron evitar una ligera sacudida. No lo demostré, claro está. La compostura debe ser mantenida, incluso cuando el corazón da saltos en el pecho. Bruce había vuelto de entre los muertos, y yo, que había enterrado en silencio cualquier esperanza de volver a verlo cruzar este umbral, me encontraba de nuevo en mi deber. Lo que se espera de mí, ni más ni menos.
"Bienvenido a casa, amo Bruce" murmuré, mi voz apenas un susurro que rompía el silencio. El saludo no exigía respuesta; lo sabía bien. Pero en el eco de esas palabras, una pequeña llama de alivio prendía en lo más hondo de mi ser. Una llama que creía apagada. La esperanza que me había negado a albergar por miedo a que fuera vana inundó mi corazón en forma de una felicidad casi plena. Casi.
Lo guié, como tantas veces, hacia el comedor, ese espacio que tantas veces había sido testigo de largas noches de silencios compartidos, de conversaciones que no siempre fueron cómodas, pero que al menos tenían la presencia de un hombre que aún poseía el control de su propio destino. Hoy, sin embargo, las sombras en su rostro contaban otra historia. Una historia que no era necesario escuchar para entender. Una historia que, estaba seguro, jamás contarían sus labios. Pero su rostro, sus ojos me contaban más de lo que nunca podría decirme con palabras.
El comedor estaba iluminado con una luz suave, tenue, de esas que parecen susurrar nostalgia. Las paredes cubiertas de antiguos retratos, escenas de una vida que siempre estuvo destinada a la tragedia, parecían mirarnos desde el pasado, recordando los días en que este hogar aún albergaba luz, antes de que nos fuera arrebatada por la cruel ciudad de Gotham. El mantel, blanco e inmaculado, era un contraste violento con la oscuridad que pesaba en el aire.
"Me he tomado la libertad de prepararle una cena ligera, amo Bruce. Su sopa favorita, señor. Algo reconfortante para la ocasión".
Me dirigí a la cocina, cada paso medido, controlado, pues mi oficio así lo exigía, aunque mi mente estuviera en otro lugar. Mulligatawny. Cuántas veces había preparado esa sopa para él, en noches de agotamiento, cuando regresaba de la ciudad maltrecho pero victorioso. Pero hoy, la sopa que hervía suavemente sobre la estufa no era para el mismo hombre que la había saboreado en tiempos pasados. Hoy la preparaba para alguien que había sido rescatado, pero no recuperado. Para alguien derrotado.
Mientras removía el caldo, mis pensamientos se arremolinaban. Lo habían dado por muerto, y por un tiempo lo creí también. Gotham había continuado su espiral de decadencia, y yo, sin nada más que hacer salvo mantener este mausoleo en orden, contemplaba el futuro como un vacío frío y largo. Ahora, sin embargo, el futuro había vuelto a sentarse a nuestra mesa, pero la vida que traía consigo parecía teñida de amargura.
Vertí la sopa en un tazón, el vapor ascendiendo con su fragancia cálida y especiada. La llevé al comedor, donde él ya estaba esperándome, aunque, en verdad, parecía no estar en ninguna parte. Sus manos, que alguna vez empuñaron la justicia con firmeza, descansaban ahora temblorosas sobre las ruedas de la silla, envejecidas y frágiles, como si el peso de su cruzada hubiera caído finalmente sobre él de manera irremediable.
"Amo Bruce", dije al colocar la sopa frente a él, con esa voz que siempre había usado para ocultar el vendaval de emociones que me rondaban. "Mulligatawny. Tal como le gusta".
Me incliné ligeramente, observando cómo el vapor de la sopa ascendía entre nosotros, una tenue barrera que nos separaba de las palabras que no me atreví a pronunciar. Quería decirle tantas cosas, que el vacío de estos meses había sido insoportable, que la incertidumbre me había despojado de cualquier esperanza, que el hecho de tenerle de vuelta, aunque roto, era un consuelo que nunca habría esperado recibir.
Pero no era el momento.
Me senté frente a él, como tantas otras veces lo había hecho, con la misma discreción, el mismo ritual. El mantel bajo mis manos se sentía extraño, como si, tras su ausencia, el acto cotidiano de sentarnos a la mesa fuera un gesto fantasmal, una reliquia de tiempos mejores. Mi mirada, sin embargo, no se posó en él esta vez. No podía, no todavía. Era un hombre rescatado del abismo, pero en realidad ese abismo aún lo retenía. Siempre había caminado por su borde y solo su cruzada lo había mantenido cuerdo, si es que su comportamiento podía calificarse así. Pero ahora había caído
El silencio llenó la estancia, pero esta vez no era incómodo. Era el tipo de silencio que surge cuando las palabras ya no son suficientes, cuando lo que se ha perdido no puede ser nombrado, y lo que se ha encontrado no puede ser celebrado. Mi mano pugnaba por cruzar la mesa y posarse sobre la suya, pero la duda me lo impedía. El amo Bruce no aceptaba de buen grado la compasión y, aunque no fuera por eso por lo que deseaba tomar su mano, él lo interpretaría sin duda así. Finalmente no pude contenerme y en la tercera cucharada de sopa dejé que mis dedos le abrazaran como desearía hacer con todo su cuerpo.
"¿Para qué nos caemos amo Bruce?"
Tenía la esperanza de que mis palabras, aquellas palabras que ya había escuchado tantas veces, le ayudaran a recordar quien era. Estaba vivo, pero tan solo era una sombra del hombre que había sido. Pero Bruce Wayne había superado cosas peores que aquella, mi Bruce podía volver a levantarse, solo debía querer hacerlo. Apreté su mano ya que no podía abrazarle sin hacer más presente la silla en la que estaba postrado. Si él daba la respuesta adecuada sería el día más feliz de mi vida.
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Tema: Re: El Retorno del Caballero Quebrado (Bruce) [a convenir] 23rd Octubre 2024, 01:25
Siempre he tenido problemas para exteriorizar mis emociones o demostrar mi amor. Nunca se me han dado bien ni las palabras ni los sentimientos, y eso me ha traído muchos problemas, especialmente con Dick en sus años más difíciles, y también con Damian. Pero, aunque me cueste mostrarlo... y aunque en ocasiones no lo parezca... me preocupo profundamente por ellos y les quiero por... por permanecer a mi lado a pesar de lo increíblemente difícil que sé que puedo resultar a veces. Dick, Tim, Damian, Jason, Barbara, y también, antes de todo cuanto ocurrió... Diana y Clark.
Pero el único que estuvo ahí desde el primer día fue Alfred. Fue el padre que perdí. Él me crió y me ayudó a convertirme en el hombre que soy hoy, remendando mis heridas desde que era niño y me hacía daño en la rodilla tropezando en el jardín. Una vez que decidí adoptar el Manto del Murciélago, y aunque él nunca aprobó ésta decisión, aún así se mantuvo a mi lado, apoyándome en todo cuanto pudiera necesitar, ya fuera para ayudarme con alguna investigación, o simplemente para proporcionarme consejo. Siempre ha estado ahí para mí, incluso en mis horas más oscuras, sin importar qué hubiera hecho, o cómo de furioso estuviera, sin importar cómo de golpeado, magullado o roto pudiera estar, sin importar quién pudiera estar en mi contra o con quién pudiera haberme enemistado aunque se tratara del mismísimo Superman. Incluso cuando mi propio hijo me abandonó, Alfred siempre estuvo ahí. Sin preguntar qué había sucedido, sin cuestionar nada. Sólo tenía que llamarle, y él acudiría.
Alfred nunca me tuvo miedo, y jamás vaciló a la hora de insuflarme sentido común cuando lo creía necesario. Él y Selina eran los únicos que me decían las verdades a la cara cuando nadie más se atrevía. A Alfred nunca le gustó Batman, pero siempre amó a Bruce, hasta el momento de su muerte.
Superman lo sabía. Sabía dónde atacar para hacerme auténtico daño, y eso, como tantas y tantas cosas en mi pasado, fue culpa mía.
No sé si soy capaz de amar, pero si lo fuera... Alfred sería el que más derecho tendría a recibirlo.
Hay quien piensa que soy el centro de ésta... familia que se fue formando con el paso de los años. La familia que Clark me arrebató. Pero no es cierto. Si yo muero... sé, y he podido comprobarlo durante ésta aciaga experiencia, que mi familia sería capaz de continuar adelante perfectamente sin mí. En cambio, si Alfred muere... todo se viene abajo.
Él es el verdadero centro de ésta familia. Su corazón.
Tenía mucho miedo de éste momento. Casi más que del reencuentro con Dick. Porque después de que R'as al Ghul lo reviviera en el foso de Lázaro y pasar por la experiencia de perderlo otra vez porque había dejado de ser el mismo, me aterraba la perspectiva de que el Alfred de ésta dimensión no fuera como el mío. De tener que perderle por tercera vez, y ésta vez ya sin perspectivas de recuperarle.
Pero no puedo hacer ya nada por evitarlo mientras Dick me conduce irremisiblemente por el camino que conduce a la mansión de mis padres. Mis piernas no me obedecen, no pueden sacarme de allí con un salto de último momento. No me queda más remedio que afrontar mi último temor.
Haciendo gala de su habitual perspicacia y empatía, Dick decide marcharse una vez quedamos frente a frente. Entiende que, una vez más, es necesario un momento a solas padre-hijo, salvo porque ésta vez, yo soy el hijo. Y no es el único aspecto en el que los roles se encuentran invertidos. La última vez que vi a Alfred... mi Alfred... era él quien se encontraba en la silla de ruedas.
El destino tiene un curioso sentido del humor.
- Bienvenido a casa, amo Bruce.
Ahí estaba, tan formal como siempre. Demasiado, incluso. Extrañamente distante. Alfred era formal y cortés de puertas para afuera, pero nunca vaciló a la hora de mostrarme su afecto. ¿Quizás le asaltan las mismas dudas que a mí? Si mis teorías son correctas, el Bruce Wayne con el que estuvo compartiendo la mansión desde la Colisión tampoco era exactamente su hijo, sino la personalidad más resiliente dentro de la fusión de identidades de los diferentes Bruces de todas las dimensiones fusionadas. Viéndolo así, yo no debería ser muy diferente del hombre al que estuvo cuidando durante meses. Pero entiendo que toda ésta situación es... cuanto menos, extraña. Resulta muy difícil, para una mente racional, aceptar todas éstas singularidades. Está viendo regresar de entre los muertos al hijo que murió en Amritsar, de la misma manera que yo me enfrento a la posibilidad muy real de haber recuperado al padre que perdí por culpa de Superman.
Pero la pregunta permanece, ¿no es así?
¿Soy realmente su hijo? ¿Es realmente mi padre?
Por mi parte, hago una tentativa de respuesta, pero es rápidamente abortada en cuanto compruebo que el nudo que tengo en la garganta me impediría expresarme con claridad. Me limito a permanecer en silencio, y él no espera otra cosa, pero, si realmente me conoce sabrá todo cuanto quise decir. Siempre se le dio muy bien poner voz a las palabras que no me atrevía a pronunciar.
Sin decir nada, me conduce hasta el comedor. Un lugar familiar a pesar de las sutiles diferencias de ésta mansión con respecto a la que dejé atrás. Cuadros diferentes, una fotografía enmarcada donde debería haber un elemento de decoración... Aún así, posee la familiaridad de los sueños.
- Me he tomado la libertad de prepararle una cena ligera, amo Bruce. Su sopa favorita, señor. Algo reconfortante para la ocasión.
Le dirijo una mirada penetrante, dejando entrever durante un instante al detective. ¿Está haciendo Alfred lo mismo que haría yo en su lugar? ¿Es ésto una prueba? ¿Una que tenía como objetivo despejar las dudas de ambos?
Coloca el cuenco humeante ante mí y pronuncia la palabra: Mulligatawny. Aunque no habría sido necesario que lo hiciera; había reconocido el olor especiado desde que se habían abierto las puertas de la cocina.
Alfred era el único que sabía cuál era mi plato favorito. Y yo era el único que podría decir si aquél era, realmente, mi plato favorito o no. Era curioso como algo tan simple como eso podía llegar a despejar tantas incógnitas.
Pruebo la primera cucharada mientras él me observa atentamente. Trato de sobrellevarlo lo mejor que puedo, pero las manos me tiemblan, y, a la tercera cucharada, tengo que soltar el cubierto para llevarme las manos a la cara, sin poder contener las lágrimas.
Tantos... tantos recuerdos... Tantas noches sentado junto a él en la cocina, mirándole cocinar....
- Nunca pensé que podría volver a probar ésta sopa, Alfred... -musito al fin-. Es mi comida preferida pero siempre la hacías tú y yo nunca me molesté en comprobar cómo se hacía, y, después de que él te hiciera matar... Nunca... nunca pensé que podría volver a estar sentado aquí contigo.
Incluso a pesar de la emotividad y sinceridad del momento, mi mente analítica no puede dejar de plantear diferentes pruebas para comprobar que sea realmente mi Alfred... aunque no lo sea. Pedirle una taza del té que más detesta y ver su reacción... preguntarle por la nieta que nunca tuvo...
Sus dedos delgados, frágiles, aprietan entonces los míos para llamar mi atención, y pronuncia una única frase: "¿Para qué nos caemos amo Bruce?".
No hace falta más. No necesito más.
De inmediato le atraigo hacia mí en un abrazo que condensa todo el dolor y el sufrimiento que me había ocasionado su pérdida.
- Te he echado tanto de menos... -musito, renuente a dejarle ir de nuevo, temiendo perderle entre mis dedos al despertar.
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Tema: Re: El Retorno del Caballero Quebrado (Bruce) [a convenir] 23rd Octubre 2024, 12:17
El silencio y la quietud seguían reinando en la mansión, apenas perturbados por el sonido de la cuchara rozando la fina porcelana del tazón. Desde mi asiento frente a él, observé a Bruce con la misma discreción de siempre, aunque esta vez con una inquietud profunda en el fondo de mi pecho. Había algo en su mirada, algo más allá del cansancio físico y de la amargura que inevitablemente traía consigo su regreso. No podía ser ignorado, y sin embargo, el hombre que había visto crecer ante mis ojos —el niño que había cuidado y que, a su manera, me había cuidado a mí— no era del todo el mismo. El Bruce que había regresado no era el mismo que se había marchado.
Se llevó la primera cucharada de sopa a los labios, y aunque su gesto parecía rutinario, una sombra pasó por su rostro. Un atisbo de duda, de esa desconfianza de la que en ocasiones hacía gala. Era un leve temblor en su ceño, tan sutil que era imperceptible para cualquiera, pero no para mí que le había criado y le conocía mejor que él mismo ¿Acaso creía que este gesto, el de prepararle su plato favorito, era alguna suerte de prueba? El pensamiento me hirió más de lo que esperaba, pues era un comportamiento de lo más típico en Bruce, pero conseguí ocultarlo tras mi servicial máscara, como tantas otras veces. No había artimañas en mi acción, solo la esperanza de ofrecerle consuelo, aunque fuera momentáneo.
Él lo sabía, en lo más profundo. Siempre lo había sabido. El hombre que lo había criado no necesitaba ninguna prueba para reconocerle, su cuerpo podía haber envejecido, su dura mirada podría mostrar que había sufrido aún más. Pero él seguía siendo Bruce Wayne, mi Bruce, el hijo que nunca tuve, el niño al que crié.
Sin embargo, su desconfianza permanecía. Sus ojos, esos ojos que siempre parecían ver más allá de lo evidente, recorrieron la habitación de manera fugaz antes de volver a fijarse en la sopa, como si cada movimiento tuviera un peso que yo no lograba comprender del todo. Cuando tomó la segunda cucharada, el temblor en sus manos se hizo un poco más evidente, y su respiración se volvió un tanto irregular. Pude notar el nudo en su garganta, esa contención férrea que siempre había mantenido, desmoronándose poco a poco.
Y entonces, ocurrió. La tercera cucharada no llegó a su boca antes de que el peso de sus emociones lo superara por completo. Un sollozo, ahogado y profundo, escapó de él con una violencia inesperada. Las lágrimas, contenidas por tanto tiempo, brotaron con una intensidad que no había visto en años. Observé en silencio, permitiendo que el momento tomara su curso, mi corazón cargado de una extraña y compleja mezcla de alivio y de dolor. Sabía que este hombre había cargado más peso del que cualquier ser humano debería soportar, pero verlo romperse de esa manera, frente a mí, era una imagen que ni todos mis años de servicio habrían podido preparar. Sentía su dolor dentro de mi, lo compartía con él y tenía la esperanza de aliviarlo aunque fuera un poco.
Aun así, sus ojos, velados por las lágrimas, seguían mostrando un destello de duda, de una desconfianza que no lograba comprender del todo. Me dolía ver ese resquicio de distancia, esa sospecha de que quizás, en su mente, él no pertenecía del todo a este mundo, a este hogar, a esta vida. Lo había criado, lo había amado como a un hijo, y ahora, sentado frente a mí, roto pero aún erguido en su espíritu, yo lo había aceptado tal como era, incluso con sus pequeños cambios, pero no podía dejar de preguntarse si él me aceptaría a mí.
Pero entonces, algo cambió. Tal vez fueron mis palabras, tal vez fue el roce de mi mano o algún recuerdo lejano que vino en mi auxilio. Su mirada por fin estaba libre de dudas. Esos eran los ojos de Bruce, de mi Bruce. Mi corazón se llenó de gozo al verme, por fin, reflejado en ellos, al ver reconocimiento y amor.
Sin previo aviso, y a pesar de la silla que lo limitaba, Bruce se inclinó hacia adelante, alcanzándome con una fuerza que sólo puede nacer del alma. Sus brazos, temblorosos pero decididos, me rodearon con una calidez que me tomó por sorpresa, pues segundos antes aún desconfiaba de mí. Sentí su abrazo, un gesto que, en todos los años que habíamos pasado juntos, habíamos compartido muchas veces. Supe en ese instante que las dudas que quedaban, al menos en ese momento, se habían disipado al fin. El hombre frente a mí era mi hijo en el único sentido que importaba.
Y, por primera vez en mucho tiempo, una sensación de plena felicidad me envolvió. Lo abracé con la misma firmeza, sintiendo el peso de sus miedos, su dolor y, finalmente, su confianza entregada y sin reservas. Dejé que el momento se extendiera, quizás más de lo apropiado, pero ambos así lo necesitábamos. Permitiendo que el abrazo dijera lo que las palabras jamás podrían expresar. No importaba de dónde venía, ni el universo al que había pertenecido. En este instante, en este hogar, él era Bruce, y yo, por fin, sentí que lo había recuperado del todo.
Tras un largo momento en silencio, sentí cómo su abrazo, tan inesperado como sincero, comenzaba a aflojarse. Me retiré despacio, sin prisa alguna, permitiendo que sus manos cayeran de vuelta sobre los brazos de la silla. El cansancio, ahora aún más evidente en su rostro, parecía consumirlo, y aunque había encontrado consuelo en aquel abrazo, la tensión seguía colgando sobre ambos como una nube pesada. Al disiparse la tensión y las dudas solo quedaba él, roto y agotado. Un hombre que cargaba el peso del mundo sobre sus hombros. Un hombre que se había enfrentado a los dioses de igual a igual y había pagado un alto precio.
Con suavidad, tomé el tazón de sopa y lo acerqué de nuevo hacia él. Aún estaba caliente.
"Amo Bruce, sería prudente que terminara su sopa", sugerí con voz baja pero firme y recuperando los formalismos para otorgar más autoridad a mis palabras. Como tantas veces lo había hecho en el pasado cuando lo veía exhausto tras noches interminables. "Es importante que recupere fuerzas. Gotham puede esperar, pero su salud debe ser prioritaria por una vez".
Lo observé por un momento más, dejando que mis palabras se asentaran. Vi la fatiga en sus ojos, la batalla interna aún librándose detrás de esa fachada estoica que tan bien conocía. Y aunque deseaba más que nada que descansara, sabía que había un asunto al que debíamos enfrentarnos antes de que pudiera permitirse esa paz.
"Considero también que debería hablar con el amo Dick, señor", continué con un tono más medido, casi como una sugerencia casual. "Se ha mantenido al tanto de todo desde su ausencia, como bien puede imaginar, y aunque ha gestionado la ciudad con la misma dedicación de siempre, tendrá muchas cosas que desee decirle. Él también merece volver a estar con su padre".
Con cada palabra, intenté suavizar el golpe de la realidad que pronto tendría que enfrentar. Dick, al igual que yo, había sufrido la pérdida de Bruce, y su regreso no sería menos impactante para él. Pero también sabía que Bruce necesitaría de la compañía de alguien que lo comprendiera en un nivel más profundo, más allá de las palabras que yo pudiera ofrecerle. No sólo un aliado, sino un hijo en todos los sentidos menos el de sangre.
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