Las luces en la cámara de piedra se difuminan suavemente, dándole un aura cálida al recinto. ¿Cuánto le había tomado al hombre reunir los talismanes que necesitaba para romper la barrera?.
- Al fin...- Félix Faust Se restriega las manos impaciente, revisando los sellos que había colocado en torno de la campana de roca sólida, tallada ricamente con relieves de símbolos hace tiempo olvidados por los seguidores de Buda. Dentro está su premio: Una rama del higuero donde había meditado el propio Siddharta Gautama, primero de los Budas, hasta alcanzar la iluminación. Las cosas, sabe el hechicero milenario, contienen poder, rastros de grandes acontecimientos arcanos quedan grabados en objetos impensables, y así como los trozos de la verdadera cruz de Cristo, esta rama, según antiguos manuscritos, contenía una cantidad de poder espiritual en bruto suficiente como para catapultarlo a la grandeza de manera permanente.
El círculo está hecho, solo le restaba arrodillarse, concentrarse, y recitar los mantras que activarían cada sello. No sabía él que las puertas de vieja madera se abrirían violentamente, pateadas por el líder de un grupo de monjes, ataviados en sus tradicionales túnicas anaranjadas, todos ellos blandiendo la más diversa gama de armas, tan afiladas que arrancaban sutiles jirones de luz a las pálidas y tristes velas de la cámara antigua en que acababan de entrar.
- Aléjate de ahí...- - ¿Cómo...? - - Algunos tenemos la tarea de aprender los textos que otros consideran apócrifos, y nos entrenamos toda nuestra vida solo para este día...- Faust se pone lentamente de pie, dispuesto a hacer lo que sea necesario, no ha venido hasta el templo olvidado de Ayuthaya para nada.
- No importa como supieron, si no se van en este momento, todos morirán...- Las manos del archimago se rodean de una magia flamígera, va en serio. Los guerreros aferran con un poco más de fuerza sus armas.
- Tú eres el que debe rendirse, mago, somos guardianes de esta reliquia, preferimos morir antes que verla en tus sucias manos...- El silencio se instala en la habitación, apenas el sonido del polvo cayendo al suelo desde los goznes avejentados de la puerta de entrada, la cual se cierre de repente detrás de los hombres.
- ¡Que así sea! - Los hombres se lanzan al ataque, separándose en tres grupos, confiados. ¿Qué puede hacer un simple mago contra todos ellos, que han meditado y se han afilado en el arte del combate desde jóvenes solo para una ocasión como esta?
...La batalla es poco más que una masacre. La cruel verdad es que Felix tiene la magia de su lado, y ellos apenas madera y acero, cuyas bendiciones terrenas nada tienen que hacer contra lo astral. Las llamas mágicas queman carne, tela y acero, y uno a uno, los guerreros, caen sin poder alcanzar al mago. El líder de ellos, apenas un hombre de treinta años, cae con su pierna abrazada por las llamas, solo restos calcinados ahora mientras se arrastra hacia atrás ante el avance confiado del mago, que no parece preocupado en absoluto por la muerte desmedida que lo rodea. Solamente sonríe con altanería.
- Te lo dije, guardián, y ahora te encuentras solo, rodeado de tus compañeros muertos...- Sus manos siguen encendidas arcanamente, el pobre hombre se arrastra aún, inundado por el dolor, indignado, furioso por como habían sido estafados, creyendo que la pureza y la meditación serían escudo suficiente contra la magia del hombre. Cada paso de Faust es una creencia que se desmorona en el corazón del monje, una lágrima de rabia que contiene, una maldición que no está destinada a salir de sus labios. En unos instantes, y como si se hubiese abierto una represa, un odio impío llena el corazón del hombre, no oye las palabras del archimago engreído, solo piensa en cuanto lo odia, en la hipocresía que representa toda aquella ciudad, devota de enseñanzas que no podían protegerlos de un simple hechicero. Le habían engañado todos estos años, había sido para nada, todo para nada.
- No triunfarás, si construyes tu ascenso con violencia y muerte...- -...muere - Abre su mano e incinera despiadadamente al pobre hombre, triunfal...
...pero el cuerpo no se consume...
...si no que comienza, poco a poco, a regenerarse, para la estupefacción del mago, que ve la pierna calcinada recrecer en medio de las llamas, mientras un enorme aura esmeralda comienza a rodear el cuerpo, brillando cada vez más, hasta que estalla con poderío sobrenatural y el mago cae de espaldas al suelo. Su dolor no es nada comparado con los alaridos que se escuchan entre el polvo. El de púrpura se pone de pie, acercándose lentamente a la nubareda, que se aplaca poco a poco. Lo expectante está destinado a durarle poco, una mano lo toma por el cuello y lo levanta del suelo.
- Felix Faust...- La figura que surge de entre el polvo poco tiene del monje que casi muere incinerado. Alto, gris, con su capucha esmeralda y una mirada muerta y blanquecina que aterra al que ahora hace esfuerzo por respirar.
-...Puedo ver cómo te llamas - Tanto había sido su deseo de vengarse y su odio, que había atraído al espíritu mismo de la
venganza divina, que afectado por el colosal choque de dimensiones, vagaba por la tierra, debilitado, fracturado, pero aun así, poderoso, instintivo, dispuesto a entrar en cualquier ser lo suficientemente dispuesto a cobrarse
venganza por una injusticia lo suficientemente dolorosa.
- Por favor...bájame...- - ¿Ahora pides por favor? - La voz es la del espectro, pero se notan rastros de la del monje. El es quien controla el poder, y el espectro apenas si es la esencia vengativa empoderándolo más allá de cualquier cosa que Felix Faust haya visto o sentido en su vida.
- Déjame...hagamos un...pacto...- - No - Su voz es contundente, mientras los cuerpos calcinados se regeneran poco a poco, y aunque sin vida, se ponen de pie, sus ojos resplandeciendo en un verde sobrenatural.
- Me servirás, Feliz faust, pero no te daré nada más que el sufrimiento que te mereces...- ...El archimago gime, grita, patético, pero no puede hacer nada, el poder del espectro se introduce en su cuerpo sin resistencia, y sus ojos resplandecen de esmeralda. la mano lo suelta y cae al suelo, levantándose enseguida y caminando junto con el espectro y los otros hombres hacia la ciudad que quedaba a apenas unos minutos caminando. Toda su vida buscó poder, y ahora, lo tendría, y sería esclavo de este. Ese era el veredicto del Espectro, y esa sería la
venganza justa, pero ahora, el corazón mortal que late dentro de la entidad está en llamas, y por la mente del monje aún vivo pasan pensamientos de revancha, un deseo de tirar por tierra todas las mentiras que lo habían llevado hasta el borde de la más insignificante de las muertes. Hombre y entidad, combinados, forman una simbiosis terrible, una cuyo poder se desatará, primero, sobre los inocentes habitantes de Bodh Gaya.