Vodoo Longe(ersy)

Pasar los fines de semana en el taller del ático, en pleno centro de Nueva York, la relajaba. Sobre todo, porque Droidcat siempre estaba ahí. Sus padres iban y venían, arrastrados por las obligaciones que acarreaba su trabajo. Desde el incidente, Ersy no se ha quedado sola en casa. Eso sí la asustaba, y mucho.

De vez en cuando, por encima del constante zumbido a electricidad de los ordenadores y herramientas, Ersebeth puede oír las voces de sus tíos, que vivían al otro lado de la pared. Saber que estaban ahí la animaba más. Luego estaba Droidcat. El gato robótico había entrado en ciclo de espera, dando vueltas por la habitación en círculos concéntricos hasta que ella le ordenase otra cosa. El trazo era irregular, porque aquí y allá estaba todo salpicado por prototipos y materiales. Hasta la cama quedaba oculta bajo cables y componentes.

Ese día en concreto, ninguno de esos “juguetes” que esperaban a ser terminados le llamaba la atención. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la silla, clickando en el ordenador, yendo de un lado a otro dentro de una aplicación creada por ella misma. Ese ordenador era el único que lo tenía, y si alguien sabía lo que había desarrollado, lo más seguro era que se quedase castigada de por vida bajo la estricta supervisión de su tío Bruno. Atrás quedaron los tiempos de las películas, series y cómics en las que el protagonista pirateaba la radio de la policía para acudir a defender la ciudad del crimen. La radio de la policía informaba de todo, no solo de heroicidades por cumplir.

Su invento seguía el rastro de las noticias y avistamientos en toda la red, la superficial… y la oculta. Su pequeño proyecto había durado años, y aunque aún estaba sin terminar, apuntaba maneras de convertirse en su “chivato” particular. De vez en cuando hacía pruebas, y le saltaban los avisos de que se estaba cometiendo algún delito en alguna parte a tiempo real. Siempre había testigos, siempre había algo. Recopilar todas las fuentes de información había sido una labor titánica. ¿Y para qué? Porque ella no podía aún irse a detener a los “malos”, como hacía su tío Bruno o su madre. Aún estaba “en prácticas”, como siempre le decía su madre cuando tenía ocasión… y cuando no.

Tamborileó con los dedos sobre la mesa y se detuvo bruscamente cuando saltó un aviso. Se inclinó sobre la mesa, pegándose a la pantalla para ver mejor, incrédula. El programa había detectado coincidencias en redes y reportes policiales de un robo de gran envergadura. Ajustó la configuración para que la información se mostrase de forma ordenada. Había saltos de línea, pero se entedía.

- ¡Droidcat! Añade a notas: “Modificar modo presentación de pantalla. Proyecto Stalker”.

- ¡Si, ama! ¡Anotado en notas de voz!  -el gato robot se detuvo en seco. En la pantalla LCD que hacía de ojos, apareció el mensaje que su creadora acababa de recitarle.

Ersebeth leyó a toda velocidad. Robo de material ritual. Ocultismo. Coleccionismo. Chasqueó la lengua.

- Se están contradiciendo varios medios entre sí… -susurró -Droidcat, otra nota: “Sistema de purificación de información. Proyecto Stalker”.

El ayudante robótico tomó nota igual que en la ocasión anterior. Se quedó quietecito, custodiando la silla de su ama, que no apartaba la vista de la pantalla. Hasta que, por fin, vio un nombre.

- No puede ser…  ¿Donato Contini? -el nombre se reflejó en la pantalla de la I.A. aunque nadie le diera la orden -Hum… ¿Por qué lo relacionan con esto?

- ¿Qué ocurre, ama?

- Eh… -Ersebeth soltó el ratón y giró el sillón para hablar cara a cara con Droidcat -¿te acuerdas del amigo del colegio del tio Vitto? El que venía a las cenas de empresa hasta hace tres años.

Droidcat permaneció en silencio unos instantes, recopilando información de sus propios ficheros.

- Si, ama. Le recuerdo. Todos los años la invitaba a probar el sorbete de limón con licor.

- ¡Exacto! Además, era muy cercano al tio Vitto. Dicen que, desde hace un tiempo, se ha convertido en el principal coleccionista de material religioso -Ersy giró la cadera para buscar el extracto en pantalla que confirmaba sus palabras. Siguió leyendo -Cuenta con una amplísima colección de obras de arte y reliquias de todas las religiones. En múltiples ocasiones invita a los departamentos de Religiones Comparadas de varias universidades para mostrarles su colección…

- ¿Y por qué ha salido eso en el Proyecto Stalker, ama? -quiso saber el gato.

- Pues… -Ersy dudó, pero a alguien tenía que contárselo. Al otro lado del muro, escuchó a su tio Vinnie reirse. Era un poco escandaloso cuando lo hacía, y siempre le había hecho mucha gracia  a ella -Dicen que hace un tiempo saltó un escándalo de artículos robados relacionado con su museo…. y… que han visto un cargamento cerca del mismo hace unos minutos.

- ¿Y?

Ersebeth infló un carrillo de aire y le fulminó con la mirada.

- Añade nota: “Anular sistema de cuestión de Proyecto Droidcat”.

- ¡Ama! ¡Nooooooooooooooo!

En señal de protesta, el gato empezó a dar vueltas sobre sí mismo. Ersy aprovechó la distracción para toquetear la pantalla del brazo. Rebuscó entre su lista de contactos hasta que encontró el que buscaba. Puso el manos libres y al segundo timbrazo, respondieron.

- ¡Dichosos mis oídos! ¿Pero no me está llamando la adorable sobrina de mi viejo Vittorio?

- ¡Hola, don Donato! -respondió ella con tono risueño. Droidcat dejó de girar. Los ojos de su pantalla se abrieron en mayúsculas -¿Cómo estás?

- ¡Muy bien, bambina, muy bien! ¿Cómo va tu tío?

- Muy bien también. De hecho acabamos de cenar, y te ha mencionado. ¡A ti, y lo mucho que echa de menos los viejos tiempos! -Donato se rió al otro lado de la línea. Su acento italiano era más marcado que el de su tio Vitto -De hecho, me ha contado que tenías un museo muy bonito.

- ¿Eso te ha dicho? ¡Con lo poco que le gusta a tu tío la religión!

- Ya… Oye, ¿podría verlo? La verdad es que no tengo nada que hacer, y me ha entrado la nostalgia de esas cenas navideñas entre empresas.

- ¡Claro! Es un poco tarde, pero si hace falta le pido a mi chófer que te lleve, para que no se preocupe tu familia.

Ersebeth aceptó. Había sido mucho más fácil de lo que imaginó. Droidcat seguía escandalizado en el sitio cuando ella terminó la conversación. Se arregló rápidamente, desoyendo las recomendaciones de Droidcat de dejar la visita para otro momento, con la policía de por medio. La chica hizo oídos sordos, y acudió a sus tíos para decirles que iba a salir un momento a ver a un viejo amigo. Ninguno de ellos sospechó nada. Tras los abrazos de rigor, se despidieron de ella, no sin antes pedirle que volviera temprano a casa.

Tal y como habían quedado, a Ersebeth la llevaron en coche hasta el museo Contini. Sus hombres custodiaban la colección con gran celo, y un puñado de ellos se ofrecieron de guardaespaldas silenciosos. Donato le abrió la puerta del coche cuando llegó, con sus ademanes de buen caballero.

- ¡Cuánto tiempo! ¡Cómo has crecido en estos tres años!

- Gracias, Don Donato.

- Donato solo, acuérdate. ¿Quieres que pida un sorbete de limón con licor, por todos esos años que no pude ir a las cenas?

Ersy se forzó a reír cuando realmente estaba tensa. La visión de ese cargamento, las noticias que había leído en su aplicación… Se dejó guiar por Donato, entrando en el edificio. Los guardaespaldas les seguían de cerca, y mientras su anfitrión le endulzaba los oídos, echó un último vistazo al exterior. Si las cosas se complicaban, contaba con el brazo hasta arriba de energía, por si las moscas. Tragó saliva, alzando la vista al cielo en una súplica de fuerzas. Al hacerlo, creyó intuir una sombra en un tejado. El corazón le dio un vuelco. Sí, había llegado a tiempo.

La puerta se cerró tras ella, y Donato la condujo por las estancias de su colección privada, mientras dos de sus hombres les precedían para encender las luces antes de que ellos pasaran.

- ...Seguramente te preguntarás porqué he recopilado incluso una colección de artefactos y reliquias paganas. Pues verás, esto se debe a que las religiones que conocemos hoy día han adaptado sus ritos tomando los paganos como base, reconvirtiéndolos…

Ersebeth era conducida por los pasillos y estancias de altos techos con el brazo de Donato alrededor de los hombros. Sus palabras, una mera repetición de papagayo de lo que podía leerse en los folletos que se les repartía a los que visitaban la exposición durante el horario diurno, le entraban por un oído y le salían por el otro. Asentía de vez en cuando con tal de no cortarle el guión a su anfitrión, y con la mirada barría el espacio en busca de otra señal. La vigilancia era un tanto extrema.

Uno de los guardaespaldas se llevó la mano a su pinganillo de la oreja. No dijo nada, o al menos, no movió la boca. Pero algo de lo que le comunicaron le sobresaltó. Tampoco dispuso de tiempo para más. Era el más cercano a la puerta, y el primero en llevarse el empellón. Un rebujo de ropa exótica le redujo con una llave. Los compañeros del tipo de seguridad acudieron a socorrer a su compañero, y todos corrieron la misma suerte. Ante semejante remolino de violencia, Ersebeth se cubrió la boca con las manos, ahogando un grito de estupor. Donato no perdió el tiempo, y cuando vió que su equipo de seguridad tenía las de perder, salió corriendo en dirección a una puerta lateral, saltando por encima de un cordel rojo que cerraba el paso a personal ajeno a la colección y dejando sola a la chica. Cerró la puerta tras él, y con el sonoro portazo se activaron las alarmas. La mortecina luz que iluminaba la sala se convirtió en deslumbrantes focos rojos que iban de un lado a otro. Todas las puertas se cerraron automáticamente a cal y canto.

- Ehm… Hola - Ersebeth saludó al atacante con la mano, obligándose a recobrar la compostura. No tenía motivos para atacarla a ella… o eso pensaba.

Porque siempre había lugar para las sorpresas. No contaba con toda la información que debería, y realmente estaba allí por una revelación cogida con pinzas. Quizá Donato no tenía ningún trapicheo. Quizá era el recién llegado quién acudía a robar. Y Donato había huido. Sin llevársela con él. Se esforzó en buscar el lado positivo. Bueno, mejor eso que volver a ser rehén.

Por si acaso, jugueteó con el cuello del jersey. Al tomar consciencia de ella, la piel que entraba en contacto con la gargantilla se heló por culpa del frío que desprendía el material. A unas malas, no tardaría ni un segundo en tener la armadura encima. A unas malas.

Los refuerzos llegaron con cuentagotas, tomando la respuesta armada como la única solución al problema. Ersebeth se encogió cubriéndose la cabeza con las manos hasta que los disparos y los golpes cesaron. Abrió un ojo para corroborar que seguía viendo la realidad, que no había muerto. Se acercó al cuerpo más cercano, tumbado de cualquier manera, y le tomó el pulso. El hombre seguía vivo, pero una cuchilla asomaba por el hombro. La sangre empezaba a oscurecer el suelo. Se mordió el labio. Aquello no le dejaba claro si la chica de ropas holgadas que atacaba a diestro y siniestro era aliada o enemiga. Empezaba a tener miedo.

- ¡Espera! Vas a terminar matando a alguien. Esta gente tiene familia, ¿sabes?

Se puso en pie. Su Tio Vitto contaba con una empresa de numerosos empleados que, como los de Donato, a veces corrían serio peligro. Conocía personalmente a muchos. Conocía a sus familias. Muchos tenían hijos. Esposas. Era un trabajo arriesgado, claro, como todos a día de hoy. Pero los “buenos” no mataban. Nunca. Así que ver que esa chica estaba usando armas blancas la escamó. De reojo, comprobó que las cámaras de la sala, tenían el pilotito de “grabando” encendido, todas centradas en la desconocida.

- ¡I-identificate! -exigió con la mano en la gargantilla, titubeando.

En cuando Kamiya desencajó la hoja de la carne, el chorreón de sangre que manó de la herida se hizo más intenso. Ersebeth se acuclilló junto al herido y, usando la chaqueta, le practicó un improvisado torniquete. Las cámaras habrían recogido su presentación seguro. Sin incorporarse, Ersebeth orientó el brazo hacia atrás y disparó hacia los espías tecnológicos de los rincones. El haz láser acertó en los cuatro, y con suerte, tendrían que revisar la grabación con ahínco antes del abrupto corte si querían saber cómo se habían roto.

Se incorporó y se encaró con la tal Kamiya, con una mirada desafiante.

- ¿Y qué pruebas tienes?

Por dentro, Ersebeth estaba temblando. Ella misma estaba allí por pura inspiración, sin nada tangible que la ayudase a atar cabos entre la información que halló en la red y Donato. Si esa chica tenía alguna prueba indiscutible, Ersy se la creería a pies juntillas. Por el momento, lo único que había visto de ella era cómo tumbaba a los de seguridad. Si era verdad, y quien aterraba al barrio latino era la organización de Contini… ella misma la ayudaría a darle caza. Seguro que su tio Vitto lo entendería. No soltó la joya de la gargantilla en ningún momento.

FdR:

Para corroborar su información, Ersebeth se despistó un momento subiéndose la manga y consultando la red desde el dispositivo del brazo. Ersy arrugó la nariz al alzar la vista un momento por encima del aparato y fijarse en la mancha que le señalaba la chica. Parecía sangre, sí. ¿Pero era de verdad, humana, de animal…? Aún la carcomían las dudas, pero solo se le ocurría una forma de subsanarlas, y eso requería… encontrar a Donato.

- ¿Y qué piensas hacer? ¿Vas a ir tumbando a cada guardia y robándolos tu misma? ¿Por qué no avisas a la policía para que se encarguen ellos?

En la mente de Ersy, un héroe estaba para dar caza al malo, dejarlo inmovilizado y tenderselo en bandeja a la policía que siempre llegaba tarde. Antes no pensaba eso, porque antes su tío Bruno formaba parte de la policía. Cuando estaba él, la policía llegaba a la par que los “supers”. No estaba allí para verlo, pero eso le contaron y eso creía a pies juntillas.

- Si quieres puedo llamarles yo…

Solo tenía que pulsar con la yema del dedo sobre la pantalla del implante. De paso llamaría a unas cuantas ambulancias.

Dubitativa al principio, Ersebeth se acercó un par de pasos a la chica para poder ver la acreditación. Como ningún cuchillo o patada salía volando de sus ropas para hacerle daño, le arrebató la identificación de las manos y la comprobó con la nariz pegada al plástico. La voz de… “Sheen Woo”, como ponía en el carné, pasó a un segundo plano. Estudió sus facciones, corroboró cada información que figuraba. Todo correcto, no distinguió ningún síntoma de falsificación…

- ...«In Absentia Luci, Tenebrae Vincunt»… -susurró a la par que May el lema de la organización.

Se volvió hacia ella con otro brillo en los ojos. Era ese tipo de brillos que un superhéroe debería temer. El brillo que indicaba que si no se alejaba de inmediato de esa persona, tendría problemas más graves que un malvado ente del inframundo que quiere destrozarle a él y al mundo.

El brillo de la admiración del fan.

- Eres una superheroina…

Había más superhéroes en el mundo desde Omega. Y organizaciones. Ersebeth se había vuelto loca buscando en las redes toda la información posible sobre ellos. Eran muy pocos los que escapaban a su escrutinio, y el B. P. R. D. era uno de esos cuyos datos guardaba la chica a buen recaudo en el servidor del ático. De sus miembros sabía poco, porque en internet los rumores se mezclaban más de lo normal con las mentiras y los montajes. Pero cada cosa que oía, antes de descartarla, le endulzaba los oídos y la atraía como la luz a las polillas…

Le devolvió la identificación a May, y rebuscó en su bolso. Sabía que lo había traído, solía llevar esas cosas consigo a menudo. Lo digital estaba bien, pero con esas cosas era mejor no jugársela. De puño y letra. De puño y letra…

- ¿Me podrías firmar un autógrafo, porfi? - Un portapapeles con una página en blanco apareció ante los ojos de May, junto a un bolígrafo negro -Y… y perdona que me pusiera así antes. Es que… bueno, nunca te puedes fiar. Con todos esos malos que hay por ahí… Para compensar te echaré una mano con esto. Te diré donde guarda Contini todas las piezas, por si hay más cosas que ha robado. ¡Ah! Y hace un ratito un cargamento venía hacia aquí. También puedo llevarte hasta él. ¡Pero fírmame un autógrafo, por favoooooooor! A nombre de Ersy. -añadió al final, apresuradamente.

Ersebeth se abrazó al portapapeles en cuanto May se lo devolvió. No sabía lo que acababa de hacer. Al monstruo al que acababa de alimentar… Tarareando parte de la banda sonora de una conocida película de superhéroes antigua, se separó del autógrafo con gran esfuerzo y sacrificio, guardándolo en su bolso de nuevo con sumo cuidado, como si manipulase la joya más valiosa del mundo.

- Tu apellido… me suena mucho. China, ¿verdad? -mientras lo decía, volvió la atención a su brazo.

Al subir la manga, la pantalla quedó al descubierto, revelando su auténtica naturaleza. El botón de llamada estaba iluminado en verde y a la vista.

- ¡Uy! La ayuda, la ayuda...

Pulsó el botón. La llamada de socorro llegó a tiempo real a los servicios de emergencia, adjunto al mensaje de la localización. En breve, un puñado de coches de policía aullantes y sedientos de galones, y unas cuantas ambulancias llegarían. Contaban con el tiempo que tardasen para encontrar las piezas y desaparecer. Ni un segundo más, ni un segundo menos. Ersy deslizó el dedo por la pantalla apartando la ventana de llamada, y accediendo a una serie de mapas. Se acercó a May para mostrárselos mejor. Los mapas estaban en blanco y negro, con vista superior, y un trazado en color rojo chillón marcando las salidas de emergencia y las entradas, incluidas la de carga y descarga.

- Bueno, no hay en internet información actualizada sobre la colección de Contini por dos motivos: uno, que es privada, y dos, la actualiza constantemente. Así que no puedo decirte con seguridad un inventario completo de lo que hay a fecha de hoy, pero si a fecha de la semana pasada. Además, aquí puedes ver cómo ir hasta la zona de descarga, donde seguramente estará el camión que trae más piezas consigo... -lo soltó de carrerilla, mientras señalaba aquí y allá en la pantalla. Se detuvo un momento para respirar, y para apartar la ventana de mapas y reflotar la pestaña con información sacada de la wikipedia -Hace mucho que no repaso Chino, así que estoy un poco perdida. ¿Tus apellidos no coinciden con los del primer emperador de China? ¿Y con los del autor de “El Arte de la Guerra”? Lo digo porque por los trazos parecen iguales...

Esa vez si se dio cuenta ella misma de que estaba desvariando. Se le borró la sonrisa de la cara, adquiriendo sus mejillas un rubor más intenso.

- Ehm… perdona, si, seguramente quieras acabar con esto cuanto antes. Pues… El sistema de seguridad cierra todas las salas hasta que llegue alguien. Pero claro, has… reducido a todos los ayudantes de Contini -Ersebeth echó un rápido vistazo alrededor. El del torniquete gimió un poco, pero aún estaban todos inconscientes -Puedo piratearlo, claro, no es problema. Saldremos de aquí enseguida, y nos pondremos manos a la obra, si.

Aquello le recordó un poco a la visita al museo en Europa. Se apartó un poco de May, farfullando algo ininteligible, y siguió ensimismada en su brazo. En menos de un segundo, un chasquido precedió a la apertura de todos los cierres, y las puertas se abrieron de par en par. Se volvió hacia May, emocionada:

- ¡Ya está! ¡Abierto! ¿Vamos?

Era una pregunta retórica. Ersy iba a ir, si o si.

Que no pusiera pegas, le dio alas a Ersy. Se puso en cabeza, pero acabó yendo a la misma par que May, recorriendo los pasillos de la colección Contini. Las alarmas estaban activas, pero en lugar de ruido, imbuían todo de luces rojas, proyectadas desde el techo. Múltiples cámaras seguían sus pasos, y una por una, iban cayendo, bajando sus cabezas alargadas hasta quedar totalmente inerte con tan solo un par golpecitos con el dedo en el implante.

En los muros de los corredores se repartían algunas pinturas ordenadas por épocas artísticas, inmortalizando rituales paganos o relacionados con religiones de otras culturas. Se agrupaban como preludio y carta de presentación a la siguiente sala. Si las pinturas recogían, por ejemplo, la lectura de las tripas de un animal por parte de un sacerdote con toga ante un templo romano, la sala al final del pasillo contenía reliquias de la época romana.

Ersebeth se moría de ganas de bombardear a May con preguntas relacionadas con su trabajo, con la organización a la que pertenecía… pero sabía que no era el momento. Se mordió la lengua varias veces, y procuraba distraerse durante los pirateos al sistema de videovigilancia. Además, a cada esquina que doblaban crecía la incertidumbre. Esperaba el intercambio de disparos, otro intento grupal de los guardias para frenarlas. No dieron con nadie. Hasta que Ersy ya no pudo más, y tuvo que abrir la boca:

- Kamiya… Creo que ya es un poco tarde para alcanzarle… Seguramente haya aprovechado para marcharse en el momento en el que entraste en la sala. Lo siento…

Casi podía oír a su madre abroncarla. ¿Cómo se le ocurría perder el tiempo en una persecución pidiendo autógrafos? Todavía peor; ni siquiera tendría que estar allí. Menos mal que su madre estaba a kilómetros de distancia… Otro consuelo era que ya había hecho en el pasado algo parecido, en otro museo. No era tan difícil. Si Contini escapaba, tendría que acabar en alguno de sus escondites...

- No estoy muy segura de querer aprender algo así… -musitó

En su fuero interno, Ersy agonizaba de pena. Sabía que habían llevado a cabo tareas ilegales, que si estaba Kamiya allí no eran moco de pavo, pero… ¡muchos de ellos habían trabajado antes para sus tíos en algún momento de su vida laboral! Pasó al lado de algunos pidiéndoles disculpas en voz muy queda, y apresurándose por seguir el ritmo de su compañera. Los hombres que acababa de derrumbar con el truco de la cadena eran la última línea de defensa antes de entrar en el almacén propiamente dicho. El techo se alzaba un piso por encima del de las salas donde antes habían estado, y varias estanterías se apilaban a su lado derecho, la mayoría de ellas aún con cajas sin abrir, pero más vacías de lo que cabría esperar. En el lado opuesto había dos aperturas para las cargas de los camiones, una de ellas abierta de par en par. Del vehículo ni rastro, lo cual dejaba a Ersy por mentirosa, de no ser por las cajas que habían dejado caer en su huida precipitada.

- Uhm… No ha pasado tanto tiempo desde que llegaste. ¡Quizá aún podamos alcanzar el camión! -para ella no supondría un problema. La velocidad que podía alcanzar con el sistema de la armadura era bastante superior a la de un camión aún cargado que huía de la justicia. Lo que desconocía era si su acompañante podía hacer lo mismo -¿Quieres que te lleve?

Aún se sentía algo culpable por no haberla creído desde un principio, así que pensó que sería lo mínimo que podía hacer por ayudarla y recuperar ese tiempo precioso que le había hecho malgastar al someterla a su interrogatorio.  Al roce con la yema del dedo, la gargantilla se transfiguró en la armadura, destilando una pieza tras otra alrededor de su cuerpo y ciñéndose a sus formas, casco incluido, y con el brazo extendido en dirección a Kamiya, a la espera de que ésta aceptase su ofrecimiento para encender motores.

Por un momento, Ersy no supo muy bien por dónde empezar. La katana en sí misma imponía respeto, y si le había dicho que no la tocase, no lo haría. Es más, si por ella fuera, se alejaría a quinientos metros mínimo… Pero no lo haría. ¡Tenía un deber que cumplir! Con ambas manos, agarró con fuerza la de Kamiya, tirando de ella, cogiendo carrerilla hacia la apertura para camiones. Activó el sistema de vuelo y ascendieron a gran velocidad por encima de los edificios.

- ¡Activar órdenes de voz! Estableciendo alerta de vuelo, conectar con radar aéreo…

El ascenso repentino traía consigo la caída del estómago, o al menos, la sensación. Al tener las manos ocupadas, Ersebeth aplicó el protocolo de órdenes por voz, para que el sistema le avisase, con la voz pregrabada de Droidcat en el oído y a través del casco, de su situación en el aire. Volaba a escasos centímetros del territorio de los aviones comerciales. Allá arriba podía verlo todo, incluyendo el enorme camión de transporte que aceleraba en dirección oeste. Esto tenía una contrapartida. Contrapartida de la que Ersy se libraba gracias al casco.

Cualquiera que se asomase al balcón, a la terraza o a la azotea podía verlas. ¿Estaría la identidad de Kamiya lo suficientemente protegida?

- ¡Lo veo! No te preocupes, Kamiya, no dejaré que te caigas.

Salió disparada siguiendo la estela de humo del vehículo. Tirar de May a la velocidad a la que volaba le hacía daño en los hombros y los brazos, pero la chica apretó los dientes y siguió adelante.  En su oído, concurrieron las conversaciones y los avisos de los radares de aviación comercial, de las que pudo sacar en claro que la noche era tranquila, con apenas tráfico aéreo.

Recortó la distancia de ventaja en pocos minutos, sobrevolando el camión por encima.

- ¿Te dejo encima? -tuvo que gritar a Kamiya para que pudiera oírla por encima de la estela de aire que atravesaban.

Redujo la velocidad para ir a la par que el vehículo. Descendió hasta que los pies de Kamiya pudieran tocar la superficie, asegurándose de que guardaría equilibrio y no se caería en marcha. Era una operación más delicada de lo que parecía...

Tras asegurarse de que Kamiya hacía pie sobre la carga del camión, Ersy aterrizó detrás de ella. Espalda contra espalda, las chicas asistieron a una peligrosa jugada: los “malos” acudían a buscarlas escalando hasta ellas. Con la armadura puesta, Ersebeth mantendría su identidad oculta, y aunque reconoció a uno de los compinches de Contini, prefirió no desvelarse. De lo contrario, habría estado segura de que pondrían un alto al fuego y podrían conversar como personas adultas y civilizadas, como le gustaba decir al tío Vito. La decisión la tomó cuando pensó que, dentro de la exposición, ya había habido suficientes heridos sin que ella hiciera nada para evitarlo. Si la jugada no le salía bien, sería empeorar aún más la situación, y sabrían en todo momento que parte de la culpa la tenía la sobrina de Don Vittorio.

De todas formas, tampoco quería hacerles daño. Kamiya le dio órdenes muy claras, y por mucho que le gustase que confiase en ella para cubrirla, Ersebeth ideó un plan que detendría por completo un nuevo ataque. Ante ella estaban los hombres armados con armas de fuego, y perdió el contacto con Kamiya cuando la superheroína procedió a devolver los golpes y contenerles a los que le tocaban.

Su reacción repentina pilló a los hombres armados de improviso, que no esperaban algo así de ilógico y tardaron en disparar. Ersebeth se lanzó corriendo hacia ellos, haciendo acopio de equilibrio con el vehículo en marcha y en velocidad ascendente. Cuando escuchó los percutores buscándola, se agachó y se deslizó usando el impulso del sistema de vuelo para pasar por debajo de ellos, hasta caer por la parte de atrás del camión. Se asió a la manilla para abrir la puerta de carga con la mano izquierda, notando el tirón en su ya maltrecho hombro, que notaba la tensión de haber cargado con el peso de Kamiya durante el vuelo, y ahora tenía que aguantar el suyo propio. La carretera pasaba bajo sus pies, sostenidos en el aire, como un borrón. No podía esperar, así que avisó con un grito a su compañera:

- ¡Kamiya, agárrate a algo! ¡Absorber: cinética!

Se le escapó un grito de dolor cuando tocó con la palma de la mano el pavimento. El contacto levantó chispas antes de arrancarle parte de las piezas. Concretamente, tres dedos y parte de la misma palma. Por suerte, su jugada no salió del todo mal pese al sacrificio: el vehículo frenó en seco al arrebatarle la energía del movimiento, dando un bote y perdiendo el control de dirección cuando el conductor forzó a la máquina a seguir. El dolor de haber perdido parte del implante se le extendió por el brazo derecho, que tuvo que dejar caer flácido y a merced de los caprichos del camión descontrolado. Por encima de ella, dos de los hombres que la habían disparado cayeron al suelo. Del tercero, ni rastro.

El derrape puso la carga en sentido transversal a la carretera, y acabó saliéndose a gran velocidad hasta volcar en la cuneta. Ersy salió despedida unos metros, rodando por la hierba que custodiaba el camino sin darle tiempo a ordenar al implante a que absorbiera el golpe. De todas formas, solo notaba dolor en ese brazo, por lo que dudaba que en lo que quedase de noche pudiera usarlo. Lo bueno era que la armadura completa impidió que el accidente fuera mortal para ella.

Pero, ¿y para Kamiya? ¿Y los hombres de Contini? ¿Estarían bien?

Con un gemido de dolor al apoyarse sobre sus piernas para levantarse, que notaba pesadas y temblorosas, dio unos tímidos pasos en dirección al camión siniestrado, sujetándose el brazo derecho, que no obedecía a la simple orden mental de moverse. El olor a gasolina era tan fuerte que se le pegaba al paladar y le producía arcadas, y una densa columna de humo empezaba a brotar del capó en dirección al cielo nocturno.

- ¡Kamiya! ¡Kamiya! -llamó a la chica a gritos mientras bordeaba el camión en busca de supervivientes a los que atender.

Había sido una mala idea. Una malísima idea. Tendría que haberle hecho caso a Kamiya en lugar de improvisar una tontería como la que acababa de hacer. Ella no era una heroína, solo una cría con excesivas inspiraciones que no llegaba a hacer una práctica en condiciones. Como le hubiera pasado algo a Kamiya, no se lo iba a perdonar en la vida. Y lo mismo si su acción había provocado la muerte de alguno de los miembros de la banda de Contini. Eran los “malos”, sí, pero personas al fin y al cabo.

- ¡Kamiya!

Encontró a May malherida a un lado del vehículo siniestrado, con las ruedas al aire como una tortuga boca arriba, girando aún. A pocos metros de la cabina, el conductor estaba tendido en el suelo, inconsciente. La chica no se quitó el casco, por lo que las lágrimas de sus ojos quedaban ocultas. El aspecto de Kamiya era sobrecogedor, con sus vestimentas desgarradas y sangre en el rostro. Pero estaba viva.

- ¡Kamiya! - Ersebeth se lanzó sobre ella como una exhalación para darle un abrazo con el único brazo que podía mover, sin pensar que su carga pudiera aumentar el dolor que estaría sintiendo la superheroína. Cayó en la cuenta tarde, apartándose repentinamente y sujetándola por el hombro -¡¿Estás bien?! ¿Qué te duele? Deja que…

Con sumo cuidado, usó el pulgar para limpiarle un poco la sangre de los lagrimales..

- Lo siento. ¡Lo siento mucho! Pensé que podría mantener la absorción, que el sistema aguantaría más… ¡Lo siento! -repitió. Acto seguido, desvió la mirada por encima del hombro de Kamiya.

El gemido de dolor del conductor, que recuperaba el conocimiento, rompió el momento. El traje había acabado con una manga menos, y una fea brecha le recorría la mejilla. La sangre le había manchado la pechera de la camisa blanca, pero aún con ese penoso aspecto, a Ersy no le costó identificarle.

El conductor era el propio Contini. Y así se lo dijo a Kamiya, acercándose a él para cerrarle el camino.

- Aquí tienes al sospechoso de los robos de reliquias, Kamiya.

Contini alzó la vista, pero fue incapaz de imaginarse quién se escondía tras el casco que le devolvía su reflejo bajo la primera chispa que se encendía en el mechero que le mostró a la chica, usando sus fuerzas para desafiar a la armadura. Ersy tragó saliva.

- ¿No te atreverás a…?

¿Que si se atrevía? Con una pérfida sonrisa a la que le faltaban dientes, Contini lanzó a ciegas el encendedor en dirección a su espalda, al camión y al rastro de gasolina que se extendía bajo el mismo hasta la carretera. Mientras el mechero volaba, la mente de Ersy redujo todas las opciones a dos. Antes había puesto en riesgo con su actitud a Kamiya. No serían dos veces. De una zancada la agarró del brazo y tiró de ella para apartarla del camión e internarla entre los árboles.

Pero su mente le hizo volver la vista atrás, hacia el Contini que apenas podía arrastrarse y que extendía la mano hacia ella. Sabía que no tenía tiempo, sobre todo porque las llamas se alzaron por encima de la altura del motor, bebiéndose la sustancia acelerante en un santiamén. No podría llegar a tiempo.

Eso era lo que opinaba la razón. Sin dejarle terminar sus argumentos, Ersy ya había salido corriendo de nuevo, exponiéndose al peligro de la explosión que no tardaría en llegar, para tratar de poner a salvo al ladrón. Le cubrió con su propio cuerpo de forma instintiva, y algo pasó volando rozandole la coronilla. Sólo podía cubrirse la cabeza con una mano, mientras el sonido de la explosión a escasos metros le destrozaba los tímpanos y anulaba cualquier sonido que no fuera un molesto pitido que se sobreponía a todo lo demás. El sistema de la armadura estaba fallando, y el calor era demasiado fuerte y cercano. A su alrededor, el radio quedó iluminado como si estuvieran en pleno día.

Si no salió despedida por la fuerza de la explosión, fue por un milagro. Sabía que, después de lo ocurrido con el brazo, contaba con un agarre menos al suelo al hacerse un ovillo en torno a Contini y ella misma. El calor extremo que sobrevino después reptó por su espalda y el costado clavándole mil agujas en cada poro de la piel, incluso con la armadura puesta. Supo que el artefacto la había salvado de sufrir quemaduras mucho más serias. De hecho, el fenómeno se había llevado consigo partes de la armadura, requemando el lado izquierdo y deshaciendo algunos jirones en las áreas más expuestas. El hombro, brazo y costado izquierdos quedaron al aire, mostrando la herida por quemadura, que le escocía a rabiar. La chica apretó los dientes para no gritar. La pierna también había sufrido daños.

Pero esas observaciones, las más detalladas, las hizo mucho más tarde. Por quién se preocupó primero fue por Contini, que se había quedado inusualmente quieto bajo ella. Él no contaba con una armadura protectora, así que las quemaduras de segundo grado estaban al descubierto. Ersy perdió el equilibrio al caer sobre él. Le dolía el brazo izquierdo, y el derecho era inamovible, y con todo, usó el primero para buscar el pulso del malhechor. Los pitidos de los oídos dejaron pasar a través de su frontera la voz de Kamiya.

- Estoy… -dudó un momento, lo que tardó en encontrar un atisbo de vida en la carótida del mafioso. Por encima del dolor, de la impresión, sintió un inmenso alivio. Estaba vivo -Estoy bien. Hay que llevarle a un hospital y rápido. ¿Tu cómo estas?

Ersy alzó la cabeza buscando a su compañera. El movimiento provocó que se le descascarillase parte del casco, dejando un ojo y media sonrisa apaciguadora al descubierto. Empezaba a notar los primeros movimientos de las nanomáquinas, que aplacaban un poco con su cosquilleo todo lo demás. La sonrisa se borró cuando vió los restos de la estructura del vehículo y su contenido esparcidos por la hierba. Trozos de chapa habían acabado incrustados en los troncos de las árboles, en las copas y en el suelo. Tragó saliva al descubrir uno especialmente grande, quizá la puerta del conductor, clavada en el árbol que tenía delante.

Eso debió de ser lo que le rozó la coronilla, supuso. Y saber que, gracias a ella, no le había dado a nadie, le devolvió el trocito de sonrisa desaparecido. Eso sí, estaba al roce del desmayo, con su propio pulso desenfrenado.

En las condiciones en las que estaba, el sistema de vuelo estaba comprometido, y si le había costado un poco llevar a Kamiya antes, cargar con dos personas se le antojaba imposible. Pero no podían ir andando al hospital. Su mente recurrió a la solución más sencilla y, a la vez, la más humana. Se deshizo de la armadura, que se encogió sobre sí misma hasta formar parte de la gargantilla. La ropa que había debajo también había sufrido las consecuencias de la explosión, con algunos rasguños aquí y allá, sin dejar nada comprometedor al descubierto. Tuvo que separarse un momento del apoyo de Kamiya para comprobar el brazo. Los nervios empezaban a preguntarse dónde estaba su otra mitad, un incisivo escozor que, pasado un tiempo, iba a acrecentarse mucho más. No quería pensar en eso. Con el brazo humano alzó un poco el implante. Con un dedo frotó la pantalla integrada, rezando para que aún pudiera usar el teléfono. Una llamada podía poner fin a todo aquello…

Una tímida lucecita quiso encenderse. Titiló, y desapareció. Ersy no consiguió recuperarla, así que estaba incomunicada. Le comentó su idea a su compañera en voz alta:

─ Podríamos usar algún móvil para llamar a los servicios de emergencia. Suelen tardar poco, y llevarán a nuestro sospechoso al hospital. Lo malo es que el mio está fuera de combate.

Echó la vista atrás, hacia los restos del camión. Las llamas lamían la carcasa, moldeandola como si fuera barro, convirtiéndolo todo en una masa pastosa. Era hipnótico, pero siempre había más cosas en las que pensar.

─ Lo siento… -musitó la chica en dirección a Kamiya - No sé cómo vamos a sacar las pruebas de ahí… Si se ha salvado alguna.

Tal y como había predicho Kamiya, las sirenas se adivinaron en lontananza apenas cinco minutos después, haciendo gala de una rapidez inesperada. Alguien les había llamado, viendo la gigantesca columna de humo negro que se alzaba desde los restos del camión. Antes de que las siluetas de los vehículos hicieran acto de presencia, Ersy se deshizo de su armadura. Lo había estado pensando mientras observaba las llamas: tendría que repararla en casa, y si la veían con ella su identidad secreta quedaría comprometida. Mejor decir que daba la casualidad de que estaba por ahí por casualidad, aunque pareciera improbable. Cosas más raras habrían visto. La gema de la gargantilla estaba agrietada como muestra del estado actual de su traje de combate, y esperó sentada a que los enfermeros de la ambulancia la vieran junto a Contini.

Tuvo que esperar a una segunda ambulancia, pero fueron igual de veloces. Por encima del crepitar del fuego, las voces intercambiando órdenes e imprecaciones convirtieron todo aquello en un caos sonoro en el que Ersy se perdió. Había muchísimas caras nuevas, todas con la preocupación reflejada. Alguien la reconoció de la televisión. Los movimientos de los intrusos la hicieron perder de vista a Kamiya, y acabó sola en una ambulancia que llegó más tarde porque el mafioso se fue en la primera en estado de gravedad. No quiso preguntar por detalles. El miedo que tendría que haber sentido cuando el camión estalló por los aires lo estaba sintiendo cuanto más cerca estaba del hospital.

Alguien se lo iba a decir a sus padres. Su madre la iba a matar.

Por más que la chica insistió en que estaba bien, que solo necesitaba reposo, insistieron en que la vieran los médicos. Le tomaron los datos, y, tal y cómo calculó, su familia se personó cuando ya la habían subido a planta tras los chequeos, llenos de angustia.

─ ¡Ersy! -su padre se adelantó para darle un abrazo -¡Dios santo! ¿Qué te ha pasado?

Ya lo sabía. El fiscal Lawrence ya conocía la noticia de primera mano. Habían encontrado a su hija entre los restos de un accidente de circulación. Mientras llegaba y no, había ordenado que dos agentes custodiasen la puerta, y que no le tomasen declaración si no estaba él presente. Estaba agotado, se le veía en los ojos. Y aterrado. Se resistió a soltar a su hija, hasta que escuchó la voz de su mujer:

─ ¿Cómo te encuentras, Ersy?

─ Bien… dentro de lo que cabe. Fue solo un accidente...

Hubo otro abrazo, y ninguna otra pregunta a lo largo de la noche en vela que se pasaron los dos fiscales con ella. Todo lo contrario a lo que Ersy se había imaginado. Bien entrada la madrugada, sus tíos llegaron con comida de fuera. El fiscal Lawrence les  miró con odio reconcentrado, pero no dijo nada. Ersy les había recibido con entusiasmo, y poco a poco, iba recuperando los ánimos y las fuerzas, a una velocidad de infarto. La gargantilla estaba actuando, pero en cuanto le dieran el alta, tendría que regresar al taller a repararse el brazo. El interrogatorio tuvo lugar a la mañana siguiente. Ersy contó lo que pudo: que Contini tenía una exposición privada, y había querido verla. Que algo lo puso nervioso, y emprendió la huida en el camión, llevándosela consigo. Que perdió el control del vehículo, y el accidente les dejó así. Omitió la intervención de Kamiya a propósito. No quería que siguieran su rastro. Cuando los agentes terminaron, y salieron fuera con los fiscales para intercambiar algunas palabras, Ersy aprovechó para preguntarle a la enfermera por el estado de Contini, y por si habían visto a una chica con la descripción de su compañera. La enfermera no quiso decirle nada.

Ersy exhaló un profundo suspiro. Le hubiera gustado despedirse de otra forma de la superheroína. Por suerte, aún le quedaba el autógrafo en el bolso, que algún alma caritativa de los servicios de emergencia habían recogido del lugar del accidente y se lo habían dejado en la habitación. Algo era algo. Y seguro que volvería a encontrarla.

Solo tenía que quedarse con lo que había hecho bueno, y tarde o temprano, tendría el derecho de reencontrarse con ella.