En algún lugar de las afueras de Tulsa, Oklahoma.
La casa prefabricada llevaba tiempo abandonada. Las paredes de madera blanca gemían con cada ráfaga de viento que levantaba la arena de fuera. Un hombre pelirrojo, de unos treinta y cinco años, estaba delante de la cocina de gas y miraba cómo la masa de las tortitas se iba tostando en la sartén que había encontrado al examinar la casa. Llevaba cuatro días en ella; seguramente el dueño no tenía demasiados amigos o parientes cercanos. Ceñudo, Cletus dio la vuelta a las dos tortitas con una espátula. Lo sentía en la sangre, el odio al calor que salía de las llamas azules que lamían el metal, pero debía desayunar. Por el bien de ambos.
Con una lata de cerveza en una mano y las tortitas en otra, Cletus se dejó caer en un sofá desgastado de color verde. El sitio era desagradable: pocos muebles, polvo flotando en toda la casa y la arena se colaba por las rendijas y ventanas. Cletus Kasady estaba furioso, como siempre, sin razón aparente. Le enfurecía aquel individuo, el dueño de la casa que ocupaba en ese momento: un gerente de un pequeño almacén de productos de construcción que, a juzgar por los cupones y tickets tirados en la mesilla de café delante del sofá, perdía mucho dinero en apuestas. Cletus abrió la lata con un dedo índice rojo y afilado y vació la lata de una sentada. El calor de las tortitas le seguía enfureciendo, lo detestaba.Una mano roja, hecha de una materia viscosa y de tamaño notablemente más grande que la humana rompió el mueble con un golpe, haciendo volar aquellos papeles, y en menos de tres segundos el simbionte se manifestaba donde antes había estado Cletus.
—A ver si cuidas más de tus invitados...
Lo había notado, había oído las puertas del coche fuera de la casucha; sus músculos fundidos con la extraña criatura se tensaron: hacía tiempo que no tenía presas que directamente fueran a su cazador. Aunque no se trataba de eso, Carnage no era un depredador, era un asesino; necesitaba matar para vivir, no para sobrevivir. Al final se oyó cómo unos nudillos golpeaban la puerta, el tintineo de las esposas en el cinturón del policía. La criatura se deslizó en silencio hasta la puerta, arrastrándose por el suelo.
—¿Señor Johnson?—dijo el policía desde fuera.
¿Cómo iban a sospechar aquellos dos agentes que una mente rota por la ira y la sed de sangre estaba justo al otro lado? Todo pasó en una instante y en una eternidad al mismo tiempo; una guadaña roja atravesó la madera con un chasquido, de abajo a arriba, alcanzando implacable la garganta y el cráneo del policía. El hombre apenas tuvo tiempo de abrir los ojos, de pensar, no llegó siquiera a sentir su propia muerte. Su compañero gritó algo pero Carnage no prestaba atención a sus palabras; derribó la puerta con una patada, enviándola al suelo con el primer policía. El compañero se abalanzó sobre le coche patrulla, buscaba desesperado la radio. La criatura avanzó sobre la tabla de lo que había sido la puerta y que en ese momento estaba sobre un cadáver, rozaba los dos metros de altura, era antropomorfa aunque con manos desproporcionadas acabadas en garras.
El compañero agarró el comunicador cuando sintió un fuerte tirón en la pierna, intentó agarrarse mientras volaba por los aires, intentó chillar y, cuando estuvo a punto de emitir el grito, la garra de Carnage lo detuvo al sujetar su cuello fuertemente, alzando al policía unos palmos del suelo. La víctima no podía hablar al contemplar aquel humanoide envuelto en esa sustancia roja, observado por aquellos enormes ojos rasgados de color blanco. En el momento en el que Carnage abrió la boca, de dientes largos y también rojos, el agente notó cómo su vejiga le fallaba.
—Eres un hombrecillo patético: yo no soy el señor Johnson.
En la voz del simbionte apenas se distinguía la de Kasady, sonaba aguda y gutural, como si reverberara en aquel cuerpo sobrenatural. Carnage se acercó la cara del hombre en una pausa teatral.
—¡SOY CARNAGE!
El cuello del hombre se rompió con un ruido húmedo y cayó al suelo. La criatura sonrió.
—A ver si cuidas más de tus invitados...—repitió aquella voz.
Carnage avanzó hasta el coche, la sustancia roja se retiró para que Cletus Kasady pudiera robarlo y volver a desaparecer otra vez. Tres horas más tarde encontraron a Benjamin Johnson en estado agudo de deshidratación, pegado con una especie de telaraña roja en el techo de su casa blanca. El coche de policía apareció completamente inutilizado en una cuneta. En su capó se podían distinguir dos palabras escritas en grandes letras blancas: "CARNAGE MANDA".