Instalación de contención
Ubicación clasificada
Voces, gritos, alaridos, murmullos, susurros... El hombre no se puede mover, solo escuchar, solo esperar. No hay barrotes de metal que separen el pasillo con la celda, el aire está cortado por un plasma implacable que zumba con una estática constante, casi furiosa. No se puede comparar con su rabia. Su mente sedada casi por completo se mueve lenta y pesada. La camisa de fuerza le retiene, reforzada con grilletes en manos y pies, ya no sabe cuánto tiempo lleva sin moverse, sin estirarse, sin intentar alcanzar el sol con la punta de los dedos.
Algo rompe la tenue sinfonía de la prisión. El edificio entero retumba, las alarmas truenan, la seguridad se despliega. No son funcionarios de prisiones normales, son soldados muy preparados, sin identificación alguna a la vista. No hay prisa. Se oyen las botas repicar contra el suelo, el tintineo de los rifles, la eficacia militar... El motín parece ser sofocado. Una segunda explosión sacude el edificio entero y por un instante el zumbido de los barrotes de plasma se calla.
Cletus Kasady alza la cabeza con una sonrisa macabra, en sus ojos no se distinguen un iris y una pupila, solo una roja oscuridad que de pronto se desborda sobre su rostro, una masa densa y viva que en menos de dos segundos le cubre todo el cuerpo. La camisa de fuerza y ambos grilletes caen insignificantes en el suelo de la celda, escupidos por la masa roja. Al fin, Carnage se alza con su aspecto humanoide y sus tentáculos convirtiéndose en látigos o cuchillas.
—¡CERRAD EL BLOQUE 12! —rugió alguien por megafonía.
Cletus Kasady es Carnage y Carnage es Cletus Kasady. Los intentos del gobierno por separarlos han demostrado eso una y otra vez. No hay una relación de simbiosis, solo adicción, necesidad, hambre. Carnage sisea furioso sacando su lengua afilada, se abalanza contra la puerta hexagonal que separa el pasillo de un patio interior con varios niveles de celdas. Por un instante parece una grotesca mancha roja que se desliza por el suelo y rebota para volver a estirarse, varios miembros se extienden para agarrarse a las paredes y suspendido desde las alturas cae una lluvia de agujas. Los escudos antidisturbios se quiebran, los gritos se agolpan mientras las formaciones de los soldados se rompen, sus planes van cediendo a una única pulsión: sobrevivir.
—¡¡¡Corred, corred, hormiguitas!!!—dijo una voz gangrenosa, aguda y desagradable.
Las celdas están abiertas y no solo Carnage está causando problemas: docenas de criminales cargan contra sus captores y, al ver a la criatura alzándose sobre ellos para matar indiscriminadamente, se suman a la locura de intentar escapar, intentando abrirse paso de cualquier manera.
—¿Estrellita, dónde estás? Me pregunto qué serás... —canturreaba la bestia roja.
La desesperación desborda cualquier plan, cualquier protocolo. Los soldados abren puertas intentando escapar con una marea de cuerpos y criminales pisándoles los talones. La criatura reconoce el movimiento, como un depredador acechando su presa. Su velocidad sobrehumana le devuelve al suelo y arrastrándose con sus miembros en ángulos sobrenaturales se impulsa para superar los cuerpos, la matanza que ha ido dejando.
Algún disparo azaroso trataba de alcanzar al monstruo. La masa roja absorbe el proyectil y lo vomita al suelo o lo devuelve con furia, ejecutando al tirador sin miramientos. Carnage avanza a cuatro patas por el suelo, por las paredes, por el techo, la matanza le sigue como un rastro macabro. Cletus pide más desde dentro, siente su psique cada vez más despierta y alerta: al fin libre.
El último escuadrón está dando la espalda a la última puerta. El simbionte huele la pólvora, el sudor, la sangre, el miedo. Hay algo diferente, armas diferentes.
—¡ARMAS SÓNICAS EN POSICIÓN!—rugió el capitán.
—Cuando el sol se ha ido yaaaa, cuando nada brilla mááás... —se oyó al fondo del pasillo.
Uno de los tentáculos de Carnage encontró un pincho en el cuerpo de uno de los prisioneros y lo arrastró hasta su cuerpo para absorberlo. Después, aguardó unos segundos. El silencio solo estaba interrumpido por el tecleo desesperado sobre un panel.
—¡Abre la puta puerta, joder! —dijo uno de los prisioneros.
Cletus Kasady ha sido trasladado hace unos días. Las instalaciones, o lo que ahora queda de ellas, son nuevas, los protocolos apenas se han comprobado debidamente. En realidad, nadie ha contado con que Cletus Kasady hubiese sido trasladado allí... No hay protocolo para un criminal de su calibre, para un ser de su tipo. Finalmente Carnage se precipita por el pasillo a cuatro patas, impulsándose con sus miembros y ayudándose de los que el simbionte crea para aferrarse a las paredes.
—¡Abran fuego!
Las ondas cruzan el aire y paran en seco al monstruo. Carnage sisea, ruge, grita. La masa roja se abre como una cáscara viscosa, los soldados se acercan sin dejar de accionar sus armas diseñadas para aquella contingencia. Sin embargo, Cletus Kasady está preparado y se abalanza hacia delante para lanzar el pincho. Todo pasa muy rápido: una bala atraviesa el estómago del prisionero, el pincho alcanza el ojo izquierdo del capitán, que cae de rodillas al suelo. Los soldados sueltan el gatillo de sus armas por unos segundos, las ondas perdonan al simbionte, que se estira desesperado para alcanzar a su huésped favorito. Al unirse, Carnage sentencia la prisión: una enorme cuchilla secciona los cuerpos de sus captores y compañeros.
—En el cielo y en el maaar... —dice Carnage con su desagradable voz.
El grotesco cuerpo de Carnage rebusca entre los cadáveres y arranca uno de los brazos de los soldados.
—Un diamante de verdaaad... —canta el simbionte a través de las cuerdas vocales de Cletus.
“Plac, plac, plac”. El brazo desmembrado se estrella una y otra vez contra el panel. Algo se mueve detrás de Carnage, un superviviente. Un aguijón sale disparado de la espalda roja y se clava varias veces, histérico contra su carne, impaciente.
—Joder, ¡venga! —chilla Carnage.
—Por favor, permanezca a la espera. Confirmación de voz requerida.
El simbionte pega su cara al panel, lo mordisquea y pega un potente puñetazo en la puerta blindada. El metal absorbe el impacto sin deformarse ni doblarse. Carnage sisea furioso en un grito gutural y brutal.
—Confirmación de voz requerida—repite el panel.
Carnage gruñe y de pronto hace unas extrañas gárgaras. La voz del capitán sale por las fauces del simbionte.
—Abran la puerta.
En cuanto Carnage nota que la puerta se mueve un poco, sus miembros se deslizan para aplanarse y deslizarse entre las nuevas fisuras. La criatura se agarra a la puerta con todo su ser, tira con furia, los músculos de Cletus chillan por el esfuerzo, el simbionte ruge dándole su poder. El metal cede lentamente, Carnage saborea la libertad, una suave brisa acaricia su piel.
La puerta sale disparada, un pedazo de metal que impacta contra uno de los pelotones dispuestos para reducir a Carnage. Las luces del perímetro de la prisión le apuntan. Tanto Cletus como el simbionte e incluso la mayoría de los soldados de la instalación lo saben: Carnage está suelto.