«Patria și dreptul meu»(Tanith Blackwood/15 de septiembre de 2018)

Siguiendo el consejo de una voz amiga, cada noche dedicaba entre treinta y sesenta minutos a la contemplación en el sentido más literal de la palabra. En el destartalado sofá-cama, en pijama y con la sábana hasta la cintura, me dedicaba a examinar mi alrededor con calma. Jack, después de un agotador día pasándoselo bien con la televisión, se sentaba a los pies de la cama y esperaba pacientemente a que terminase, guardando silencio y quedándose quieto por primera vez en veinticuatro horas. Como premio, solía leerle un libro hasta que se veía desconvocado en cuanto yo perdía la conciencia y me sumía en el sueño.


En mi regazo descansaba un cuaderno, en el cual iba dibujando con estrechas rayaduras del lápiz cada retazo de color, cada alma que conseguía identificar en el aire. Añadía anotaciones al margen: su tonalidad, si se habían movido. Por el momento, no se me ocurría de qué otra forma podría llevar cierto control de su presencia. Detectar cualquier cambio, comprobar si aparecían nuevas o desaparecían…


Así fue cómo descubrí que me faltaba una. Reconté y comparé con los dibujos de días posteriores: uno, dos, tres, cuatro… dieciséis, diecisiete, dieciocho...veinte, veintiuna… Faltaba una. Solo una. Pasé las hojas con furia, hasta que oí el familiar y rechinante sollozo del papel al quebrarse. Tras asegurarme de que no me había llevado por delante una hoja entera, sino solo un resquicio, cerré el cuaderno de golpe y lo tiré al suelo de malas maneras.  Jack dio un pequeño bote del susto y se coló bajo la sábana, temblando como un flan.

 Le consolé con unas palmaditas, mientras nos ojos rebuscaban por la sala. Sentir que me faltaba uno de esos hilos era como sentir que me faltaba alguien. Habían estado conmigo desde que desperté en ese hospital. Estábamos condenados a entendernos, a ser familia. Salté de la cama y caminé entre ellas. Por más que estiraba la mano, sólo sentía vacío. Jack se atrevió a asomar la cabeza, tan preocupado como yo.

- Aye…

Al oírle tuve una idea. Volví a la cama con dos zancadas, le acaricié la cabeza para tranquilizarle y le desconvoque cuando me pareció que se había calmado. Adopté una pose muy similar a la del loto en Yoga, resoplando y forzándome a mí misma para concentrarme. Las voces. Si correspondían cada una a esos hilos, sólo tendría que reconocer que tono me faltaba.

- Sé que no estáis todos -dije en voz alta -. ¿Quién me falta? ¿Por qué? ¿Estáis bien?

«¿Estáis bien?» Me sorprendí a mi misma preguntándoles algo así. Ya en otras ocasiones había intentado trabar contacto y no había funcionado. No sé que me hacía pensar que aquella vez podía ser diferente. El caso es… que lo fue.  No me había percatado, siguiendo a rajatabla mi rutina diaria, pero las voces estaban apagadas, ténues. Supuse que sería su manera de demostrar que algo no iba bien. Me maldije a mi misma por no haberme dado cuenta antes, y mis pensamientos llegaron mejor a ellos que mis palabras. Su grito, aunado y repentino, me puso el vello como escarpias, perdiendo la concentración.


Fue igual que cuando el Strigoi. Exactamente igual. No podía perder más tiempo cuando eran así de claras. Era algo que había comprobado de sobra. Usé el móvil para llamar a Sophie, ignorando la hora que era.

- Sophie -como la tecnología no era lo mío, la batería estaba a punto de agotarse, por lo que tenía que darme prisa. En cuanto escuché que descolgaban al otro lado, escupí mi mensaje de carrerilla -, necesito ir a Bucarest. Con urgencia.

Si Sophie iba a replicarme o no, no lo supe. El teléfono murió en ese momento. Las voces seguían  repitiendo lo mismo, espoleandome a actuar. Sin saber con certeza adónde me dirigían los pies. Sophie, que me conocía mejor que yo misma, tardó lo que yo en llegar a la estación de autobuses en abonarme otro préstamo con el que pagarme el viaje…


...Y así fue como llegué a Bucarest, sin equipaje y siguiendo una pista tan pobre que no podía calificarla como tal. Nada más poner un pie en sus calles, me centré en mi visión para detectar el sendero de retazos de almas que siempre acudían a mí. En esa ocasión no fue distinto; hilos y franjas se desplazaban a mi alrededor, rodeándome, como cometas mecidas por el suave aire de una mañana de primavera. Las voces se habían sumido en sus discusiones de siempre, por lo que tampoco podía contar con su guía.

¿Qué hacer? Pues dar vueltas. Empaparme del nuevo ambiente. No se me ocurría otra cosa; si se me pasaba algún detalle, seguro que las voces me lo recordarían de esa forma tan particular que tenían. Jack Frost al menos si me apoyaba, y en cuanto pusimos suficiente distancia de la estación, se convocó solito para acompañarme, muy pegado a mi y mirando a todas partes con el miedo ante lo desconocido reflejado en el rostro. Le di un par de palmaditas en la cabeza para calmarlo. Nunca me había planteado en cómo le sentaría a Jack los viajes y los cambios tan repentinos de paisajes y ambiente. Cuando Sophie me envió a Austria después de escapar del hospital en Ginebra, Jack aún no tenía esa facilidad que tiene ahora de invocarse a sí mismo a placer, por lo que una noche en una habitación de paredes blancas y otra en un dormitorio compartido lleno de juguetes de niños era más parecido a mejorar su calidad de vida que un cambio radical. Creo que eso sí podía soportarlo, y con gusto. Pero pasear por esas calles donde sus habitantes hablaban en un idioma que no se asemejaba en nada al que me oía hablar a mí debía de ponerle nervioso.

 Era extremadamente sencillo perderse entre esas calles, cuyos nombres desconocía y en dónde me era imposible buscar un solo punto de referencia. Las almas se repartían por aquí y por allí, y empezaba a dolerme la cabeza de tanto fijarme en ellas. Descanse la vista un momento, el justo para que Jack empezara a tirarme del bajo del abrigo con energía.

- Peque, para. ¿Qué pasa?

- ¡Aye! ¡Aye! -sin dejar de tirar, señaló hacia una estrecha calle por donde la gente pasaba con cuentagotas.

- ¿Te agobia tanta gente, verdad? Venga, vamos -con toda la delicadeza que fui capaz de reunir le solté de la tela.

 Dar con ese afluente urbano fue un respiro de aire puro. Las tiendecitas de barrio salpicaban las fachadas, demostrando el encanto que podía tener la ciudad cuando se alejaba de la zona más moderna para endulzar los ojos de los turistas. Jack, que ya se había confiado, volvió a esconderse detrás de mi pierna cuando tomé la decisión de preguntar a alguien si podía guiarme un poco. Los rincones históricos de la ciudad solían ser un punto de reunión de entidades espirituales, así que encontrar alguno quizá me diera más pistas de lo que estaba buscando. Di con una chica que venía en dirección contraria, y si me decanté por preguntarle a ella y no a cualquier otro fue porque tenía pinta de extranjera. Quizá tuviera un mapa, quizá llevase más tiempo que yo allí y pudiera guiarme al último monumento que hubiera visitado. ¿Yo que sé? En momentos de desesperación te aferras al primer clavo ardiendo que ves.

- Disculpa -le llamé la atención deteniéndome frente a ella y en inglés -. Estoy un poco perdida. Acabo de llegar, he perdido mi mapa y no entiendo el idioma local. ¿Podrías echarme una mano, por favor?

 Logré pronunciarlo todo en condiciones a pesar de que el contacto de Jack hacía que me castañeasen un poco los dientes. El pequeño ser de nieve alzó la vista en dirección a la mujer, algo más alta que yo y con rasgos que, sin duda, eran asiáticos. Normalmente no era tan asustadizo con los desconocidos… ¿Debería ponerme en guardia? ¿Era esa la señal que estaba esperando?

Propuso ir a la Corte Vieja, íntimamente relacionada con Vlad Teppes, el empalador. Me resultaba curioso percatarme de que sabía de quién hablaba; la amnesia no había borrado el conocimiento de algo así. Si me paraba a pensarlo, no era el único detalle que absurdamente si mantenía mi mente de forma impoluta. Había cosas que sabía simplemente porque… lo sabía.

 La seguí caminando a su mismo paso.

- (...)Si, he tratado con seres sobrenaturales desde pequeña. No les temo porque son todos como los humanos: hay buenos y malos. Solo resta entenderlos y no asustarse(...).

 Hay buenos y malos… Bajé la vista hacia Jack, que caminaba entre las dos sujeto del bajo de mi abrigo, canturreando en voz baja un villancico clásico en su idioma “aye”. Visto así, era imposible imaginarselo haciéndole daño a nadie, pero yo le había visto hacer todo lo contrario, cuando escapé del hospital. Aún se me antoja como si fuera un sueño, tan lejano, tan… absurdo. Con todo, en ese momento sé por qué lo hizo. Igual que él sabe por qué lo hice yo.

Nos detuvimos delante de un pequeño restaurante. Me quedé fuera con Jack, mirándonos desconcertados porque May entró sin decirnos nada. Tardó nada en salir, cargada con comida. El olor del producto la precedía, y fue cuando me di cuenta de que arrastraba el hambre desde no sabía muy bien cuando. Jack, acariciándose la barriga, pensó lo mismo. Al principio me mostré reticente. No se me iba de la cabeza el retazo de alma pérdida. ¡El caso es que tenía tan buena pinta! Humeaba y todo.

- Tiene muy buena pinta…

Salivaba, joder. ¿Que buena pinta ni que niño muerto? Podía sentarme a comer un momentito y luego seguir con mi búsqueda… ¡Si Jack ya lo estaba haciendo! Ni corto ni perezoso, la criatura de nieve cogió su bolsa y fue corriendo a buscar sitio, poniéndose de pie en la silla para poder llegar a la mesa y zamparse de un solo trago su postre. Supuse que, si él podía, yo también. Me sentía un poco mal por que encima me hubiera invitado ella, pero… le debía una. Si, una. Y gorda. Que es de comida de lo que estamos hablando.

- Esta bien. ¿Pero, y tu que? Imagino que compartiremos esto.

 Tome asiento junto a Jack haciendo oídos sordos a la parte de mi conciencia que me gritaba que me dejase de tonterías y siguiera con mi misión. Mi invocación no dudó en pedirme que le diera un poco. Cedí poniendo especial cuidado de no dejarle ni la cuchara ni mi brazo al alcance, por si acaso. Que ya habíamos tenido malas experiencias con eso. Hice un gesto de la mano para que ella también tomase asiento frente a mi. No tardaríamos mucho.

Que forma tan sútil de llamarme gorda. Aguanté porque era la única cara amiga que tenía allí y porque estaba canina. El contenido del plato voló con Jack colaborando en la misma medida. Desconocía el auténtico motivo por el cual una invocación como él necesitaba comer o a dónde iba a parar todo lo que ingería -lo cual no era poco -al ser desconvocado. Agradecí la invitación de mi anfitriona y retomamos nuestro camino, sumidas en una charla trivial. De vez en cuando señalaba alguna tienda cuya mercancía expuesta me intrigaba, el nombre de una calle…

Jack, que normalmente se activaba -más -con el estómago lleno, se estaba comportando bien. Ya tenía la confianza suficiente con May como para asirse también a ella, así que iba entre ambas a nuestro paso, pendiente de nuestra conversación.

- Oh -acerté a decir cuando May me relató sus orígenes -¿Entonces has heredado los rasgos asiáticos de tu padre?

 Por lo visto, su madre no paraba quieta, añadiendo a su curriculum varios negocios, lo cual traduje en un “soy de clase alta”. Claro, no es oro todo lo que reluce. No quería imaginarme cómo habría sido la primera vez que se topó con algo antinatural…

… ¿Cómo fue la mía?

Tendría que cavilar sobre ello en otra ocasión: ya habíamos llegado. Una de las torres pasó de alzarse en la lejanía como un faro urbano coronado por una cruz a estar justo delante. De la construcción de piedra nos separaba una valla. A un lado habían dispuesto el material para la reconstrucción. Al resto de los turistas allí congregados no les importaba que ese detalle les afease las fotos. May nos hizo rodear el recinto. Vi el busto de quien supuse que era Teppes, cuya leyenda levantó los pilares del mito del vampiro. La mirada hueca de la estatua intimidó a Jack, que se escondió detrás de mí otra vez.

- Aye, aye, aye… -señaló la figura.

- Es una estatua, Jack. No puede hacerte daño.

Por si acaso, escudriñé las almas de la zona. En los enclaves antiguos, la carga espiritual resulta más densa. Era algo similar al centro de una ciudad: cuanto más cerca del centro, más gente. Por allí se paseaban un gran número de hilos, de diversos tamaños y colores. La mayoría flotaba sobre la estructura y solo un par estaban en el jardín. De hecho, junto al busto había una bastante oscura, estática en el aire a la altura de la cabeza del Vlad Teppes esculpido. ¿Se trataría de él mismo, admirándose, enterándose de los mitos que habían traspasado los límites del tiempo desde su muerte? Le di un suave codazo a mi compañera señalando la estatua:

- Si Vlad levantase la cabeza le gustaría ver cómo se le recuerda y esperaría que se tratasen sus propiedades con mimo. ¿Por qué es el equipo de subastas quien se encarga de la restauración? ¿Se va a subastar?

Esperaba que no. Aún le quedaba esa magnificencia de antaño. Si alguien la compraba, fuera quien fuera, no le haría justicia como su legítimo propietario. En el plano mental, las voces se intercalaban entre ellas. Me pregunté si no estaría entablando conversación con los moradores de las ruinas. La ola de frío del toque de Jack me ascendió desde el tobillo hasta la nuca, estremeciéndome.

- ¡Jack, por favor! Cálmate, que no pasa nada.

Mentira: sí que pasaba. Jack seguía señalando la estatua: un tercer espíritu se había unido al que suponía que era Teppes. La cabeza del hilo era azul oscuro y el resto, negro, igual que la de Vlad. El hilo de Vlad se apartó del recién llegado.

- Es esa… ¡Es esa! -la suerte me sonreía. ¡A la primera! Me pegué al hierro-¡Eh, tu! Tenemos que volver a casa ahora mismo.

Estaba tan pendiente en el alma recuperada que olvidé la imagen que estaría dando: May solo me vería a mi increpándole a una estatua. A lo mejor por eso no me había durado los amigos…

En lugar de obedecer, el espíritu acortó distancia con el de Vlad. Me estaba dando muy mala espina. Vlad intentaba huir, trazando círculos alrededor de la estatua. Si no fuera porque mi fuero interno me decía que lo que estaba ocurriendo ante mis ojos no era bueno, la escena me habría resultado cómica. Como es lógico, el alma fugitiva acab´dándole alcance. Sendos hilos se entrelazaron hasta formar uno solo, sin marcas de unión, oscuro como la noche y con la marca azul en el mismo sitio.

El miedo fue más fuerte que Jack, desapareciendo y dejando un cúmulo de nieve en su lugar. El alma ampliada mantuvo las distancias, remoloneando. Subí un pie para saltar la verja y recuperarla por la fuerza si era necesario, pero fue más rápida que yo y se interó en las ruinas. A medio salto me volví hacia May:

- Sé que parece raro, pero… -¿qué le iba a decir? ¿Que no estaba loca? Tampoco tenía tiempo de explicárselo. ¡Se escapaba! Las voces se estaban empezando a alterar -Te lo explico luego, te lo prometo. ¡He encontrado lo que buscaba!

Salté al interior del monumento y eché a correr. Alguien me increpó, así que aceleré. Era la primera vez que veía a un alma fusionarse con otra y no sabía que podía esperar de ella. Debía darme prisa.

Lejos de las miradas de los turistas, los restauradores se encontraba en media jornada laboral que habría resultado ser tan tranquila como las demás de no ser porque pasé como una exhalación entre ellos, esquivando a un par por los pelos. No sabía cuando, pero May me había seguido y pronto se situó a mi misma altura. Apenas había recorrido unos metros y ya estaba casi sin aliento. Si no me detenía a recuperar el resuello como la vieja que era fue por las continuas fusiones que el alma que perseguía llevaba a cabo con el resto de habitantes espirituales de la Corte.

  “Fusión” ya no era el término que se adecuaba a lo que estaba haciendo. Las estaba absorbiendo. Los hilachos huían, pero su perseguidor era cada vez más grande. Me recordaba a la serpiente del juego que tenía en el móvil: adquiriendo más y más longitud conforme más piezas comía… A ese paso, iba a dejar la Corte Vieja sin un solo espectro. Las voces gritaban, tan horrorizadas como yo. ¿Cómo iba a detenerlo? ¿Por eso se había escapado? ¿Para comerse otras almas?

- ¡Alto! No puede correr así. Estos son lugares que están en restauración, no puede entrar de ese modo… Un momento, ¿May?

   Una señora de pelo negro y gafas se interpuso en mi camino. Por educación me detuve, casi tropezándome por la inercia. May se entretuvo charlando con ella mientras a su espalda, el hilo de alma que perseguía se detenía también usándola como escudo. En la sala ya no quedaban más almas aparte de nosotras.

- Se lo agradezco, señora… -¿May le había llamado “mamá”? Entonces era la jefa del equipo. Me llevé la mano al costado. El flato hacía acto de presencia en silencio -Agradecería que durante un momento mantuviese a la gente alejada de esta sala, hasta que…

    Se me arrebató el poco aliento que me quedaba, meciéndome presa de un breve mareo. Los hilos unidos por la fuerza se entrecruzaron buscando una forma en tres dimensiones. El aire se enrareció, dejando espacio al nuevo integrante de la sala que ocupó su espacio en nuestro plano. Se trataba de un hombre de piel azulada, ribeteada con huecos temblorosos de una sustancia oscura aquí y allá. Iba ataviado con una toga negra y coronado por la cabeza de un hongo.  De los bajos de la prenda manaban más setas, especies que no había visto nunca en la naturaleza. Me cubrí la boca doblándome en dos, con el sabor a bilis en el paladar. Con un dedo tembloroso señalé la espalda de la mujer:

- Olvídelo. Apártese de eso. Es la mejor forma de ayudarme que tiene ahora mismo…

  Busqué algún atisbo de familiaridad en el aparecido. Había sido un hilo más que me había acompañado desde que tenía memoria. Cuando era tal no había dado muestra de representar una amenaza, y ahora que lo tenía delante y convertido en algo físico, aparte del aspecto, tampoco estaba haciendo nada por el momento que pudiera interpretarse como dañino. Se quedó allí, detrás de la mujer, quieto. Sus ojos, si es que tenía, quedaban ocultos bajo el sombrero de seta. Las voces ya no gritaban, sino que guardaban silencio, expectantes.

- ¿Hola? Imagino que sabes quién soy. Ellas son amigas -señalé con un gesto de la cabeza a May y a su madre, tragándome las ganas de echar la comida y sacando fuerzas de no sabía muy bien dónde. La habitación me daba vueltas. Me moví despacio para no empeorar mis síntomas. Le mostré las palmas de las manos en señal de paz -. Sé quién eres. Bueno, no, no lo sé…

   Ese era el momento en el que las voces deberían intervenir y chivarme al oído quién era, como con el Strigoi. Pero nada. Tampoco podía invocar a Jack Frost. La sensación que tenía era muy similar a la que tenía cuando veía al pequeño Jack a los pies de mi cama en el hospital, los primeros días de junio. La entidad seguía esperando.

- ...Si que lo sé. Has estado conmigo siempre, ¿verdad? Igual que Jack. Igual que los demás -cada pausa que hacía en mi discurso era una invitación tácita a que me dijera algo. Fui bajando la guardia, en parte por el cansancio, en parte porque no había atacado a nadie, y mira que había tenido oportunidad de sobra a esas alturas -. ¿Por qué no dejas que te ayude? Para eso me han dicho los otros que viniera, para buscarte y echarte una mano.

  La criatura se movió. Se deslizó por el suelo sin hacer ruido, girando alrededor de la madre de May una vez. Luego se acercó a May y dibujó otra elipse. Un cosquilleo en la nariz me indicó que estaba sangrando. Limpié el hilillo de sangre con la manga. Cuando volví a ascender la vista, tenía a la criatura ante mí. Era mucho más alto que yo, creo que medía lo mismo que la madre de May. Con la cabeza inclinada, pese a estar tan cerca, no podía vislumbrar si tenía o no ojos bajo el sombrero hongo. Me estaba desquiciando por no poder entender lo que quería decirme. Estaba demasiado cansada y ya no sabía cómo seguir mi discurso, ni lo que pretendía transmitir con él. En lugar de palabras, acerqué la mano hacia él, hacia el grabado del sol rojo de su toga. Mi tacto dio con vacío y un cosquilleo se me extendió por el brazo. La figura se descomponía y los hilos me escalaban por la piel hasta desvanecerse. En mi cabeza se desató el caos con nuevas voces que nunca antes habían participado en mis debates internos y por primera vez reconocí en qué idioma hablaban. Después de todo, se lo había oído hablar a May antes. Las palabras se repetían, como un mantra repetido por un coro. ¿Oraciones…?

  Abstraída en mis sensaciones, me mantuve un rato así, con el brazo extendido, incluso cuando ya no quedaba nada de la figura. Las voces se fueron ahogando reencontrándose con las de siempre. Una más. Esbocé una sonrisa forzada:

- Je. Usted debe de ser la madre de May. Encantada…

   Los bordes de mi visión se tornaron blancos a mitad de frase, desmadejándome en el suelo al perder el conocimiento.

   
   En cierto modo me sentía un poco abrumada ante tantas atenciones y disposición. El trayecto estuvo salpicado de visiones de joyas arqueológicas que seguro que tendrían un incontable valor en el mercado y de las cuales fui pasando sistemáticamente hasta llegar a la biblioteca. La inmensa sala estaba cubierta de libros de pies a cabeza, y a simple vista, no pude distinguir que sistema de clasificación usaban para almacenarlos y distinguirlos. La madre de May ya nos esperaba. Habló sin mirarme, concentrada en la lectura. Sus revelaciones, a estas alturas, ya no eran tales. Creo que May ya me había dejado bastante claro desde que nos conocimos que era capaz de bregar con lo paranormal, y precisamente gracias a la figura de su madre. Así que no me impresionó, y tampoco me ayudó a relajarme. No se me iba de la cabeza la funesta predicción de la aparición. “La desgracia”, “la maldición”... En cualquier otra ocasión les habría preguntado qué clase de brujería llevaban a cabo, cómo una hechicera iba por ahí tan campante y porqué se lo contaba tan abiertamente a la primera loca que acababa asaltando su trabajo y terminaba inconsciente ante fuerzas invisibles.


   Quizá en otra ocasión, si.


- Bueno, estamos en Bucarest. Necesito saber de cualquier mito o leyenda sobre la personificación de la desgracia o de la maldición.


   Mis ojos rojos, que ya no tenía gafas tras las que esconderse, recorrieron la habitación siguiendo la estela de incontables tomos. Lo que fuera antes que mirarlas directamente. Así me era más fácil hablar del tema sin sentirme mal por relacionar a la aparición con una desgracia inminente ante la familia de mi nueva amiga. Además, tampoco estaba muy segura de que fuera la pista correcta. Esperaba que, si me equivocaba, las voces me corrigieran dándome un susto de los suyos.


- Va a ser difícil y nos llevará tiempo. Así que aprecio mucho su ayuda, pero si tiene que ir a ocuparse de su restauración, con que me deje una pequeña guía de cómo orientarme, me basta. No quiero entretenerla más de lo necesario.


   Me paseé por la estantería más cercana para ojear por encima el canto de los tomos allí ordenado. Mitología, leyendas, religión… cualquier cosa podría servir, y cualquier cosa podría ser inútil. ¡Que labor tan titánica! ¿Cómo iba a identificar a aquella criatura entre las letras?


- ¿Le suena de algo una figura esbozada de negro, de cabeza azul y un hongo por sombrero? -la madre de May había estado dándole la espalda a la criatura cuando se había materializado. Creía recordar que ella no lo había visto, pero a lo mejor la descripción le sonaba de algo -. Llevaría una especie de toga, con un sol rojo a la altura del pecho. Le cubriría hasta los pies, y de los bajos de la prenda emergerían más hongos. Quizá le suene alguna representación, o a su… -busqué una palabra adecuada -”faceta” mágica le resulte familiar.

Más de una vez he pensado que debería dar de lado mi faceta moral si quiero vivir mi vida al máximo. Aquél fue uno de esos momentos. Tener la cabeza siempre en ebullición por culpa de seres cuya identidad seguramente se hallasen en esos textos era un elemento que jugaba muy a favor de dicha idea. Lo que al final me convenció de no llevarme todo el material era que me habían ayudado sin pedirme nada a cambio, cuando cualquier otro me habría dado la patada. Y de patadas, pese a mi corta memoria, sabía mucho. Sophie, sin ir más lejos, podría haberme mantenido a su lado, pero lo primero que hizo fue mandarme a Austria sin contemplaciones. Así que no iba a llevarme nada. Eso si, me quedaba con la localización. Seguro que más adelante me detendría con más tiempo a investigar un poco más a los seres que, por suerte y por desgracia, eran mis inseparables compañeros de viaje en esta vida.

   Las advertencias de May y su madre me hicieron esperar lo peor. Párrafos cuyo sentido se había perdido en las insondables ondas del tiempo, runas incognoscibles… Nos dividimos los tomos entre las tres, en sendas pilas. Pasé las páginas de los primeros libros sin pararme a leer nada, pensando que las ilustraciones me ahorrarían horas de trabajo. De vez en cuando le pedía a May o a su madre que me tradujeran un pie de página. Nada, nada, nada, nada… La biblioteca estaba bien iluminada, y tan concentradas estabamos en nuestra búsqueda que no eramos conscientes del paso del tiempo. Contaba las horas según los libros que iban desapareciendo de mi pila. Cuando terminabamos una, nos dabamos un paseo hasta la sección que nos indicaba la madre de May y traíamos más. Y así, hasta que, en un legajo manuscrito que se cayó de uno de los tomos que fue a recoger May, vi la silueta del sol rojo.

- ¡Esto es! -lo recogí del suelo con sumo cuidado. Las letra estaban emborronadas, diminutas e inteligibles. Se lo llevé a su madre para que lo tradujera, tirando de May para que escuchase también.

- A ver… -la madre de May examinó el pergamino amarillento con ojos expertos -. Esto es un extracto de una de las primeras versiones de la “Chronica Slavorum”, del siglo XII…

- Ya, pero ¿qué pone? -interrumpí, deseando oír lo que contenía el manuscrito.

     La mujer me lanzó una mirada desaprobadora y se aclaró la garganta:

Al oír su nombre, las luces de la sala en la que estábamos parpadearon presas de un miedo tan arcaico como los documentos que custodiaban. La mujer y su hija alzaron las miradas en busca de la racha de viento que propició dicho efecto, o la causa mágica, ya que estaban tan versadas en ello. Yo no lo hice. Mascullé su nombre en mi interior, paladeando su pronunciación sin mover los labios, concentrándome tanto en él que parecía sumida en trance. Zcerneboch, Zcerneboch, Zcerneboch… A mi voz interna se sumaron, a coro, todas las que siempre me acompañan. Un nombre se había convertido en nuestro idioma común: Zcerneboch, Zcerneboch, Zcerneboch… Las voces de fuera, las de May y su madre, no me llegaban. En labios de ambas intuía la misma palabra. Una y otra vez. Adueñándose de la realidad tan amplia era. Zcerneboch, Zcerneboch, Zcerneboch…

   Me aparté de ellas. Su nombre ya lo tenía todo: embadurnaba la realidad con la oscuridad, pintaba mi alrededor con gruesos goterones negros. Ya le tenía. Mi pronunciación, quizá, no fuera perfecta. Aún así, le llamé. Su hilo espiritual surgió de mi espalda, trepó por mi piel y se quedó flotando en el centro de todo.

- Chernobog.

    El hilo se ramificó, se estiró, se combó. Ya no era la única que podía verlo. Su figura se hizo opaca, densa, empujando la realidad a nuestro alrededor como una gota de agua más en un vaso que ya estaba lleno. Fue como sumergirme en un mar helado: la presión me taponó los oídos, me dolía la cabeza. Percibí el cosquilleo de la sangre recorriendome el labio y la barbilla. Las piernas ya no me sostenían. No había descansado lo suficiente para una invocación así.

    Allí estaba, el Mal Dios, con los ojos ocultos tras su sombrero hongo. No podía oír nada. Si hablaba, desde luego no lo hacía con los labios. Los grillos constantes de mi cabeza se esfumaron, no sabía si porque me estaba consumiendo o porque estaban asustados ante él. Chernobog movió la cabeza hacia cada una de nosotras, deteniéndose durante un ápice más sobre la madre de May.

- El nombre -su voz reverberó bajo mi cuero cabelludo como dicho por cientos de Chernobogs: innumerables voces graves, guturales, profundas… -El nombre te da mi derecho. Extiéndelo con sabiduría y no con rencor.

       Chernobog inclinó la cabeza aún más hacia el hueco vacío de su lado.

- Soy la gracia y la desgracia. Soy uno. Soy tu.

    Como si no tuviera suficientes enigmas en mi vida, las misteriosas palabras de Chernobog me apuñalaron. Pero no estaba segura de si me las decía a mi, o se las estaba diciendo a la madre de May, hacia quien seguía lo que suponía que era su línea de visión. Ese no era el trato. Ibamos a ayudarnos mutuamente, no a asustar a mis nuevas aliadas, o a hacerles caer sobre ellas una maldición, o vete a saber qué. Le había convocado yo. Conocía su nombre, reconocía su rastro. No teníamos escapatoria, ahora estábamos unidos. E igual que le había invocado, podía desconvocarle. De rodillas en el suelo, y haciendo un gran esfuerzo, deshilache sus hilos, uno por uno, procurando no representar una amenaza. No se giró hacia mí ni una sola vez, mientras su figura se descomponía en humo negro ante los ojos de la familia Sheen Woo, ascendía hasta el techo y se evaporaba.

    Cuando de él no quedó nada, boquee oxígeno con desesperación. La hemorragia de la nariz era bastante intensa, pero no notaba ningún otro dolor que me hiciera pensar que el esfuerzo me había ocasionado heridas peores. Dentro de lo que cabía, estaba bien.

    ¿Y ellas? Una entidad oscura, que según los legajos históricos era un dios maligno, acababa de aparecer ante sus ojos y había emitido un siniestro veredicto sobre nosotras. ¿Cómo se lo iban a tomar la hechicera y su hija?

Hasta las narices estaba ya de la magia. Fui un poco brusca al apartarme de la madre de May haciendo acopio de fuerzas. Llamadlo orgullo, llamadlo estupidez, pero no podía permitir que me ayudasen más. Me sentía mal conmigo misma, por no saber cómo debía interpretar las palabras de Chernobog. Por no poder controlarlo. Por no poder establecer un diálogo claro con él que me dejase claro cuál era su intención para con esa familia.

 Acudía  la mesa para apoyarme, con la señora Sheen Woo muy pegada. La oía hablar bajito, murmurar una letanía en un idioma que no reconocía. Empezaba a cogerle tirria a ese juego de los idiomas secretos que todo el mundo conocía salvo yo: las voces, esa señora… ¿quién iba a ser el siguiente? ¿El tendero de mi barrio hablando en copto?

 Le aparté la mano a la señora Sheen Woo de mi cabeza. Estaba perfectamente, no tenía que comprobar si tenía fiebre. No quería esperar a después. Necesitaban una explicación. Parecían realmente confusas. Respiré hondo y me terminé de limpiar la sangre de la nariz con el dorso de la mano mientras pensaba cómo contárselo.

 No sabía cómo podía seguir. En mi mente, la explicación sonaba mucho mejor de lo que yo misma oía. No debería contarles nada de eso, no debería contarles esas cosas a nadie. Era… personal. Así que no podía evitar preguntarme por qué. ¿Qué me había llevado a sincerarme así? Solo la aparición y la amenaza velada de Chernobog no podría bastar. Mi silencio duró varios segundos, casi un minuto, mientras le daba vueltas al motivo que tenía para abrirme de esa forma. Llegué a la conclusión de que me sentía en deuda con ellas. Eso, y que, por primera vez, no había habido policía de por medio, ni miradas desconfiadas por parte de ninguna de las dos. Verlas a una al lado de la otra, me hizo pensar en si alguna vez ocupé ese lugar en el que en ese momento estaba May. Una madre que se preocupaba, una madre que la educó, una madre que la cuidaba…

Me tembló el labio y tuve que tragar saliva otra vez. Mis ojos se humedecieron, y con un brusco movimiento de cabeza, borré todo rastro de lágrimas incipientes antes de que ellas las vieran. Estaba en deuda con ellas, me habían ayudado y por eso merecían saberlo. Nada más.

 Ni siquiera yo sabía si lo estaba diciendo en broma o en serio. Me iba sintiendo mejor poco a poco, y el ambiente, que se había enrarecido durante la presencia de Chernobog, fue recuperando la normalidad conforme hablaba.

 

Volví a la habitación en la que desperté tras el primer encontronazo con Chernobog. Mi descanso se resumiría en echarme en la cama, ver que no podía cerrar los ojos y que mi mente divagaba, y reincorporarme para quedarme sentada en el borde. Dándole vueltas a la tarjeta que me habían dado con una mano, escurriéndola entre los dedos como un mago profesional, me dejé llevar por los envites de mi mente. Las voces volvían a sus susurros; lo más cercano a volver a casa que tenía en esos instantes.


    Allí ya había terminado: había recuperado lo que estaba buscando. Chernobog volvería a casa conmigo, y ya me dedicaría a investigar más concienzudamente.


   Había conseguido un extra en mi “misión”: dos aliadas que parecían ser bastante entendidas del mundillo en que me movía. Se habían volcado en mi sin conocerme, y eso me hacía sentir en deuda con ellas. No era la misma sensación que me daba Sophie. Desde que la “conocí”, su forma de dirigirse a mi, de tratarme, me daba a pensar que me ayudaba más por ayudarse a sí misma, que por hacerme a mí un favor. “Te ayudo, pero quédate bien lejos”.


   Pensaba en ello porque las palabras de Chernobog hacia Rip se habían clavado como estacas. Si Sophie me conocía de antes de perder la memoria, y sabía de mis “amigos”, tenía motivos de sobra para mantenerme lejos de ella. Quizá debería aprender de ello  mantener las distancias con la familia Sheen Woo. Pero, siendo sincera conmigo misma…


...no quería seguir sola.


   Así que entre esas opciones me debatía. Releí por enésima vez el contenido de la tarjeta. Los datos no me sonaban de nada.¿De verdad podrian ayudarme? Las voces me respondieron incrementando sus voces hasta convertirlas en pitidos ensordecedores. Asustada, dejé la tarjeta sobre la mesilla junto a la cama, y el ruido cesó. Vale, a ellos no les parecía buena idea. Además, ¿cómo iba a ayudarme nadie si ni yo misma sabía lo que me pasaba? Necesitaba algún dato, cualquier cosa, con lo que poder empezar a tirar de la madeja de mi vida.


    Con la decisión tomada incluso antes de plantearla, rebusqué por entre el mobiliario. En un cajón encontré una pluma y arranqué una esquinita de papel de un cuaderno que hallé en un armario. Escribí una nota rápida que contenía unas sencillas disculpas, un agradecimiento y mi número de teléfono. Impedí que pudiera escaparse dejándolo bajo el peso de la lámpara de la mesita, junto a la cual estaba el contenido de mis bolsillos que recogí a toda prisa, y asomé la cabeza fuera del cuarto. No había moros en la costa. Cerré la puerta tras de mí cuando salí de puntillas. Cada paso me suponía un esfuerzo extra, una piedra más en el estómago, que empezaba a pesarme. Estaba haciendo caso a un instinto que allí no debería estar. Esa familia me había ayudado, se había preocupado por mi. Se lo iban a tomar mal, me decía a mi misma. “Desagradecida” fue lo más suave que me dije a mi misma, y aún así, seguí adelante. Rebusqué por las habitaciones, con mucho tiento, hasta que di con mi ropa tendida. No se había terminado de secar, pero la habitación estaba vacía y temía que me descubrieran en cualquier momento. Me cambié rápidamente, sufriendo escalofríos al contacto con la tela aún empapada, y dejando en su lugar las prendas que me habían prestado, bien dobladas. Casi me topé con una pareja de trabajadores que iban charlando animadamente entre ellos, y que no repararon en mi porque me oculté a tiempo tras una esquina. Espere a que sus voces desaparecieran en el extremo opuesto del corredor antes de reemprender mi camino.


 Cuando salí, ya se me echaba encima el anochecer. Debía llegar a la estación de autobuses pronto, antes de que saliera el último. Distancia, seguridad. No por mi. Por ellas. El camino que había seguido con May se difuminaba, y para colmo, no sabía cómo había llegado hasta esa casa concreta. Las sombras jugaban a mi costa, cerniéndose sobre mí con una forma muy similar a la de Chernobog. Aceleré el paso cuanto pude, empezando a notar el frío. El bosque se extendía alrededor del camino, y aunque caminaba por la cuneta, los coches me rozaban al pasar a toda velocidad. Eran pocos, y pasaban ligeros, como si escaparan igual que yo. Las voces discutían entre ellas, y yo estaba fuera. Me sentía perdida, sola, desorientada, no veía la ciudad, las sombras, el bosque…


- Aye.


   Me tambaleé con el aliento entrecortado. La vista se me nubló y escupí sangre al suelo.


- ¡Aye!


   Jack me sujetó con su escasa fuerza, sosteniéndome las rodillas. Había preocupación genuina en sus ojos, en su expresión. Al acariciarle la cabeza percibí que se estremecía. Otro vehículo pasó como una exhalación, dejando una estela helada a su paso.


- Estoy bien, peque -fingí una sonrisa -. Vamos a volver a casa, ¿vale?


    El pequeño muñeco de nieve me dió un empujoncito para que me mantuviera recta y luego me tendió la mano. De un rápido vistazo le examiné de arriba a abajo. Con sus cortas piernecillas no íbamos a llegar muy lejos. Desoyendo las alarmas de mi cuerpo ante el agotamiento, le cogí en brazos. Él pasó sus brazos alrededor de mi cuello, y por mucho frío que desprendiera, ya había llegado al punto en el que no iba a notar unos grados más que menos. Habría sido más cómodo desconvocarlo, pero… le apreté más contra mí, evitando mirarle. De cuando en cuando, los faros de algún vehículo nos fulminaban con su mirada amarillenta, pero pasaban de largo. Ninguno se paró. La carretera se retorcía, bajaba y subía, adaptándose al espacio que el bosque le permitía. Era fácil perder la noción del tiempo cuando el paisaje solo te devolvía los mismos tonos fríos. El dolor, igual que el frío, se mantuvo constante. Jack no pronunció palabra, y yo tampoco. Al doblar un último recodo, vislumbré los primeros tejados de la ciudad y, sin embargo, no noté la diferencia. Yo estaba allí, y mis pensamientos se habían quedado atrás, con la familia Sheen Woo. Menuda decepción, pensé. Ayudan a alguien de buena voluntad, y así se lo agradece. Que manera de…


   Un suave golpe en la nuca, frío como el hielo, interrumpió mis lamentaciones. No sabía que Jack podía leerme el pensamiento. ¿O se lo habían chivado los otros?


- Vale, perdona.


     Se removió un poco en mis brazos para acomodarse. Llevaba horas en la misma posición. Emitió un hondo suspiro en respuesta, y siguió callado. Ya era noche cerrada cuando entré en la ciudad.


- Reza para que aún quede algún autobús para volver a casa. Sino, tendremos que dormir en la estación.