Casting James "Jim" Gordon

-¡Ya se puede poner el alcaide como quiera, mi escuadra no abandona Arkham hasta que no tengan pistas concluyentes! ¡Es la quinta fuga consecutiva del Joker en lo que va de año! ¡Prisión de máxima seguridad, ya! ¡La cárcel del condado de mi barrio en Chicago tenía más seguridad que esto! ¡Bueno, "institución psiquiátrica", llámelo como quiera! ¡Que Sharp se siga engañando a sí mismo, los dos sabemos lo que es Arkham en realidad: un basurero donde esta ciudad de corruptos deja sus desechos! ¿Un descanso? ¡Hable por usted!

Gordon colgó el teléfono con vehemencia. La mesa de su despacho estaba repleta de marcas de todos los cuelgues iracundos de treinta años de servicio. Muchos en comisaría se preguntaban cómo no le había dado un síncope a estas alturas. El cúmulo gargantuesco de estrés que acumulaba el comisario Gordon hubiese crispado los nervios del más pintado. Se puso en pie y trató de despejarse con un trago del té que le preparaba Barbara todas las mañanas. Hacía tiempo que había abandonado el café a instancias de su hija, según ella la teína era más natural y tenía menos porquería industrial procesada, la misma cantinela que con el tabaco. Gordon no sabía si tomárselo en serio, pero lo cierto era que el no cumplir con el cliché del policía que fumaba como un carretero le estaba ayudando a tener unos cuarenta de lo más saludables.

Dejó el envase metálico del té en el escritorio, justo al lado de la foto que se resistía a tirar. Allí estaba él en sus días de teniente, y las dos Bs como las solía llamar. No se engañaba a sí mismo: la echaba de menos. Tener alguien en quien confiar, con quien hablar de las inquietudes de tu trabajo sin que intentase replicarte o decirte cómo tenías que hacerlo, o a qué capo mafioso convenía complacer... Habían sido uña y carne, y Dios sabía que él jamás traicionó su confianza ni se permitió a sí mismo sospechar de la suya. ¿Qué había salido mal entonces?

Barbara fue parca en palabras aquel día. Tan sólo dijo que no podía más, que la presión de una ciudad que mamaba la corrupción como sustento vital era demasiado para ella. ¿Acaso podía culparla? Él mismo sentía, día tras día, la tentación de tirar la toalla, abandonar la placa y mudarse con su hija a otra ciudad más esperanzadora, tal vez Metrópolis o Happy Harbor, donde al menos la labor del policía honrado se viese recompensada. Pero entonces se acordaba del rostro empapado en lágrimas de aquel pequeño de siete años en el Callejón del Crimen y de los cuerpos ensangrentados de sus padres con las balas asesinas recién alojadas; se acordaba de su solemne promesa de encontrar al responsable del asesinato; recordó las crueles palabras de indiferencia e incluso burla de los cínicos que restaban importancia al drama sólo porque el chico fuese el heredero de la mayor fortuna de Gotham; pero, sobre todo, recordaba que, más allá de la máscara de desolación con que se protegió del mundo exterior, aquel muchacho sentía un profundo y sincero agradecimiento por su labor.

Gordon recordaba todo esto, y recordaba entonces por qué hacía lo que hacía. Porque Gotham vivía tan preocupada del dinero y el poder que se había olvidado de los seres humanos que lo crearon. Y porque, como decía aquel filósofo cuyo nombre olvidó, la mejor forma de permitir que triunfe el mal es que las buenas personas no hagan nada.

¿Quizás por eso se fue? ¿Porque estaba demasiado absorbido por su trabajo? Tal vez. Pero no tenía elección. Gotham le necesitaba, aunque probablemente no le mereciera.

Al menos la pequeña Babs seguía con él. Un pequeño faro de esperanza y luz en aquella ciudad de tinieblas. Ya era mejor que no tener nada. Aunque como padre no podía evitar preocuparse por ella. Últimamente tenía la impresión de que su actividad nocturna iba a más. Era normal, por otro lado, era una jovencita como tantas que sólo querían disfrutar de su juventud. Pero tenía que hacerle entender que Gotham no era como las otras ciudades. Aquí la noche era despiadada. Quizás un día que pudiesen sentarse tranquilamente a hablar... Un día, sí. Cuando tuviesen tiempo los dos.

Barbara... Ojalá no la perdiese a ella también.

Se dio la vuelta al sentir la repentina entrada del viento en su despacho. La ventana estaba abierta, y una oscura figura encapotada que conocía demasiado bien se alzaba ante él. Hace años Gordon se hubiese alarmado y llamado a seguridad. Ya no. Aunque a veces encontrase perturbador reconocerlo, eran almas gemelas. Los dos habían sido elegidos por la ciudad. Ninguno de los dos tenía elección. Y si había alguien en quien podían confiar, era el uno en el otro.

-Supongo que ya te habrás enterado...