Desesperación en estado puro (Blair) [15/02/19]

La CEO de Industrias Stark se mantenía ajena a la retrasmisión del partido de rugby que hacia retumbar los altavoces del vehículo. Pese a ello, su chofer y guardaespaldas, el señor Happy Hogan, parecía empeñado en comentar las mejores jugadas acompañándolas con alguna crítica e improperio. Normalmente, habría hecho algo más que asentir obedientemente cuando este le lanzaba alguna pregunta de carácter retórico pero lo cierto, es que aquella reunión con la junta de accionistas la había dejado exhausta. Aunque su relación con ellos había cambiado considerablemente poco después de asumir la presidencia de Industrias Stark, debido en gran medida, a la inclusión del beneficioso y multifacético reactor Arc en las divisiones más proliferas de la compañía, entre las que se encontraban los avances tecnológicos aplicados a la medicina y las energías de carácter renovable. Sin embargo, el descenso económico que provocó la eliminación de la división armamentística fue algo difícil de salvaguardar, un hecho que hasta el día de hoy parece manifestarse con esporádicas caídas del precio de las acciones en bolsa. Una de ellas fue el tema principal de la última reunión de accionistas con la que concluyó su jornada laboral. En ella, Edgar Gillie, el reputado contable de Industrias Stark, no pudo evitar manifestar de una forma bastante alarmista el descenso del Indice Nikkei, lo que en sus propias palabras, supondría una catástrofe económica de proporciones bíblicas para la bolsa de Japón. Por suerte para la pelirroja, aquella capacidad de análisis exhaustivo que poseía no sólo le permitió ser consciente de la naturaleza histérica de Gillie desde el primer momento, sino además, conocer el modo más óptimo de librar una ferviente lucha por mantener la compostura del notario. Después de tenderle un whisky de Malta y cerciorarse de que su ritmo cardíaco había recuperado la normalidad, Pepper decidió ir a la Torre Stark, donde había citado a Blair Van der Woodsen para comentar los posibles inconvenientes que podían haber surgido después de su despegue en el panorama político. Por lo que no, no sentía interés alguno por aquel dichoso partido que comentaba Happy con tal vehemencia, en su lugar, Pepper prefería contemplar las atestadas calles de Nueva York y los edificios con fachadas puntiagudas que, a medida que fueron ganando familiaridad, parecieron darle la bienvenida a la Torre Stark. Sus ojos azules irradiaron orgullo al posarse sobre el helipuerto en el que se erigía el apellido Stark. Aquel era el primer edificio que funcionaba íntegramente con la energía limpia del Reactor Arc, y por suerte, era suyo en un 12%. Aquel pensamiento fugaz logró arrebatarle una sonrisa cargada de picardía.  

Cuando el vehículo se detuvo en la entrada del edificio, Pepper admitió a favor del dicho popular que su día sólo era capaz de empeorar. Al fin y al cabo, la pelirroja creyó que había eludido a  todos los periodistas en la puerta de su empresa, sin embargo, allí estaba ella, Christine Everhart, sosteniendo su grabadora después de suponer que aquel imponente coche negro con lunas tintadas sólo podría traer a Virginia Potts, la futura esposa del magnate Stark. Poco después de que Pepper abandonara el vehículo con la oportuna ayuda de Happy, la periodista del Vanity Fair comenzó a lanzar preguntas al aire con una clara naturaleza sensacionalista. –Señorita Potts, ¿Cómo van los preparativos de la boda, dada la singularidad del Señor Stark debemos esperar alguna clase de acto excéntrico? ¿Cómo se siente después de que el señor Stark, por fin reparase en usted?¿Podría explicarme como es capaz de obviar su oscuro pasado? -preguntó sin obtener respuesta alguna. La inexorable cercanía con la entrada obligó a la sagaz reportera a cambiar de estrategia. –Permítame decirle que sus conjuntos últimamente se encuentran en los puestos más altos del ranking de moda del Vanity Fair-la informó sonriente en un intento por extraerle una declaración a la pelirroja, por más mínima que esta fuese. –Es algo que debo agradecerle, señorita Everhart, al fin y al cabo, sacrificó su valioso tiempo en escribir una crítica de cuatro páginas sobre mi vestuario-murmuró Pepper sin modificar un ápice su inexpresiva máscara de indiferencia. Aunque era algo que jamás admitiría, las palabras “secretaria snob de los ochenta” habían herido el orgullo de la ejecutiva. El sólo hecho de recordarlo, sumado a la mirada desafiante de la señorita Everhart, pareció el caldo de cultivo perfecto para que Pepper, lejos de parecer dócil defendiera la integridad de su futuro marido. –Ahora que lo recuerdo…-musitó la pelirroja creando misterio-uno de los episodios más reseñables de ese oscuro pasado fue cuando tuve que sacar a una conocida reportera de su cama-embistió finalmente antes de entrar en la Torre Stark, reduciendo a Christine Everhart a una amasijo de balbuceos indescifrables.

Una vez en su querido ático, Virginia depositó su anillo de compromiso en la encimera, sobre un periódico específicamente, antes de proceder a lavarse las manos con delicadeza.  Poco después, optó por servirse una copa de vino blanco. En el momento que Tony decidió poner remedio a su continuo estado de embriaguez, ella estimó que su 12% sería la extensa vinoteca, la cual incluía botellas valoradas en más de 10.000 dólares como las muestras de Henri Jayer Richebourg Grand Cru. Con el sabor del vino en sus labios, la ejecutiva se dedicó a hacer más provechosa la espera, leyendo los datos de la bolsa en el periódico tratando de profundizar en la crisis del señor Gillie. Un leve tintineó motivó que girara el cuello en el momento exacto para ver precipitarse el anillo por la entrada de acceso de Iron Man. –¡No!-gritó aproximándose de manera rauda, en pleno intento por evitar lo inevitable. –¡Oh, dios!-exclamó cubriéndose la boca con las manos al llegar a la pasarela exterior. Aunque trató de evitar el mirar hacia abajo, su avance estuvo marcado por la inestabilidad. –Tony me va a matar-dijo al asomar su cabeza de manera precavida, tras intuir que había perdido la valiosa pieza de Vibranium. Fue entonces cuando algo refulgió entre las varas de metal entrelazadas. No ocultó su júbilo al vislumbrar el anillo, aunque su extracción fuera material de las películas de Misión Imposible. -¡Jarvis!-gritó utilizando un tono que sólo escucharían los perros-mi anillo de compromiso se ha caído por ahí-explicó a la inteligencia artificial, aunque era de suponer que ya lo sabría, pocas cosas escapaban al control del “Gran Hermano”. –Señorita Potts, debería alejarse de la pasarela. Sin duda una caída podría ser mortal-le advirtió la voz metálica de su mayordomo virtual. –Cuando el señor Stark regresé de su misión, no creo que le importe recuperarlo para usted-señaló crispando los nervios de Virginia. –¡No, él no debe enterarse de esto!-exclamó de regreso al interior el tiempo suficiente para extraer un chicle de su bolso. Después de mordisquearlo violentamente, lo colocó sobre la punta de una regla, y agazapada sobre la pasarela trato de acceder al anillo. –Señorita Potts, por favor-suplicó un Jarvis susceptible. –¿Nunca has visto MacGyber, Jarvis?-inquirió Virginia de manera retórica. El sonido del ascensor le hizo entender a la pelirroja que su visita estaba allí, hecho que confirmaron los tacones que resonaron a su retaguardia. –Espera un minuto, porque acabo de tirar mi futuro por la ventana-dijo con ironía asumiendo el fracaso de su inventiva. –Sólo espero que le caiga en la cabeza a la señorita Vanity Fair-añadió con maldad, un hecho insólito en Virginia, quien indudablemente se veía superada por la situación.

Virginia estiró una vez más el brazo, en aquella ocasión incluso llegó a escuchar el crujido que indicaba que los huesos habían alcanzado su tope. Se mordió el labio inferior con el único afán de contener el considerable torrente de improperios que amenazaba con abandonar su boca. Pese a su exquisito comportamiento, Virginia Potts era fiel defensora de las palabrotas cuando se trataba de alguna circunstancia que ponía, de alguna manera u otra, la integridad del individuo en peligro. Poco importaban el estatus social o el papel esterilizador de la enseñanza privada cuando te cortas con una hoja de papel o te trillas el dedo con una puerta. –Joder-concluyó por fin, liberando el opresivo aire contenido en sus mejillas. Esta vez la política tendría que disculpar su desliz, al fin y al cabo, ¿Qué suponía mayor peligro para la integridad que estar a cientos de metros de altura?. La brisa acarició su sonrosada tez, alterando levemente su cabello pelirrojo. Aquella sensación refrescante no sólo logró reconfortar a Virginia, sino que además devolvió la palidez característica a su rostro pecoso.

Las palabras de Blair la obligaron a cerrar los párpados con pesadez. Tras meditarlo unos segundos se levantó con lentitud, en un intento desesperado por conservar el equilibrio. Repasó los pliegues de su falda con delicadeza antes de emprender una corta caminata hacia el interior. Al llegar a la barra vertió aquel vino blanco, insultantemente caro, en una copa de cristal de bohemia. Lo observó a la luz de un foco, examinando cualquier rastro de corcho que pudiera mermar el sabor de la cata, antes de cedérsela con amabilidad.

–Verá, señorita Van Der Woodsen…-masculló tratando de sonar cordial. –No pretendo que usted lo entienda, tampoco pretendo que el resto del mundo lo entienda-musitó recorriendo el contorno de su copa con las yemas de sus dedos hasta hacer brotar una breve melodía. Tras anunciar su compromiso con Tony Stark, Virginia se había visto forzada a soportar múltiples comentarios y miradas acusatorias que hacían una clara alusión al oscuro pasado de su prometido y por ende, al motivo que llevaría a una mujer como ella a ignorar las recurrentes decepciones por convertirse en su esposa. –Pero le he entregado mi vida al magnate Tony Stark, aun cuando este no lo valoraba, en el pasado. Cuando optaba por el alcohol y el sexo fácil. ¿Quién sería si no le entregara mi vida a este nuevo Tony?- preguntó de manera retórica. –Al Tony que me cede su armadura cuando estoy en peligro, al Tony que arriesga su vida dirigiendo una cabeza nuclear al centro de la base Chitauri, al Tony que salva inocentes en los diversos conflictos bélicos-enumeró mientras sentía como sus manos temblaban levemente. –Quiero ponerle yodo en las heridas y apaciguar sus pesadillas...-declaró con una cándida sonrisa. –Le pertenezco en cuerpo y alma aunque sea algo que escape a la razón y al entendimiento. Le quiero, señorita Van Der Woodsen y estoy decidida a casarme con él-finalizó buscando algo de consuelo en el interior de su copa. Después de un profundo trago advirtió como sus nervios comenzaban a sosegarse, motivo que la obligó a suspirar con sonoridad.