De café y desconocidos (Gabriel Leblanc 3-2-2019)

Todavía era invierno y hacía frío en las calles de Blüdhaven, una ciudad oscura comparado con Tokyo, prácticamente con cualquier ciudad grande de Japón, todavía había algunas cosas que le resultaban extrañas. Echaba de menos las tiendas de ramen y de sushi cerca de los distritos financieros, había uno en Tokyo que era francamente bueno, exceptuando el de Aya, la cocinera que siempre habían tenido en casa, era el mejor ramen casero que había comido en su vida, el ruido peculiar de las calles, la musiquita publicitaria que salía de las tiendas y todas las personas que entraban y salían de las tiendas y locales recreativos. Echaba de menos Japón, para que negarlo, pero aquella ciudad también tenía su particular encanto, si quitabas los edificios destruidos por la bomba, claro.

Iba caminando sola por la calle, le gustaba hacerlo, la tranquilizaba y le daba una impresión bastante aproximada del estado real de la ciudad. No es que todo fuera trabajo, disfrutaba observando el movimiento de las ciudades, su pulso, su ritmo, era un ejercicio fráncamente interesante, que la mantenía alerta y a la vez distraída de asuntos en los que no quería pensar. A lo lejos, cruzando la calle, vio una cafetería con buena pinta, y un café calentito con algo dulce seguramente le sentaría muy bien, la guinda perfecta a una tarde agradable en soledad. Hoy sería un buen día. Se arrebujó más en su abrigo de paño, que cubría un jersey violeta de cuello alto, y llegaba hasta las rodillas, más abajo, el comienzo de sus botas negras, que cubrían parte de sus piernas, enfundadas en unos ajustados jeans, muy cómoda, como cualquier otra chica de su edad se vestiría. Hoy no era día de lujosos kimonos ni caros trajes de chaqueta.

Y sin preocuparse demasiado de que Estados Unidos no era como Japón y los coches circulaban por la derecha en vez de por la izquierda... cruzó, por el paso de peatones, si, pero sin fijarse demasiado en que había mirado hacia el lado equivocado de la calle. Quizás, a fin de cuentas, no era tan buen día, y la tragedia se mascaba para la joven asiática que cometía un error de novata.

Gabriel salió de la tienda cargado con unas cuantas bolsas. Había ido a aquella ciudad, Bludhäven, para curiosear más que nada, además de que había aprovechado para hacer unas compras. Estaba a apenas un par de horas en moto de Nueva York, donde él vivía, y no estaba de más un paseo hasta una de las nuevas ciudades que habían surgido durante la Colisión. Gotham no era una buena opción ni de lejos, así que había optado por aquel lugar. Bludhäven había sido arrasada por un terremoto, así que los delincuentes habituales estaban bastante parados. Si todo estaba roto, no merecía la pena romper más la ciudad, debían de pensar. Y eso era una suerte, lo mirases como lo mirases.

A pesar de todo, el clima era horrible, con un cielo cubierto de nubes de color plomo. Hacía un viento infernal, que tironeaba de la chaqueta de cuero negro que llevaba. Un día de perros, como solía decirse. Definitivamente, le gustaba más Nueva York, aunque ninguna ciudad se podía comparar con París en primavera. Para él, era el lugar más bonito del mundo, cuando todo estaba cubierto de flores y hasta la brisa parecía hacer música al soplar sobre la hierba o a través de las ramas de los árboles. Sin embargo, tanto Bludhäven como sus habitantes parecían hechos enteramente de cemento, metal y escombros. No se veía un parque en kilómetros a la redonda, no se veían muchos niños por la calle. Era como si la ciudad estubiera dormida, como ralentizada. O eso, o Gabriel estaba demasiado acostumbrado a la actividad frenética de Nueva York. Sí, quizás fuera eso lo que tanto le chocaba de aquel sitio, más silencioso y calmado.

Había decidido irse ya, así que se dirigió a su moto: Una preciosa, negra con algunos detalles plateados. La viva imagen de la velocidad. Y para él, de la diversión. Estaba a punto de subirse para volver a casa, cuando de pronto vió que una chica morena estaba cruzando a la acera de enfrente... ¡Mientras un coche iba a atropellarla! ¿Pero estaba loca o qué? Antes siquiera de pensar lo que estaba haciendo, Gabriel se había lanzado directamente hacia la chica para apartarla de la trayectoria del coche. La cogió de la cintura con un brazo, y usó su propio impulso para empujarlos a ambos a la otra acera. Él consiguió amortiguar bastante el golpe, de todas formas, no era mi de lejos la peor torta que se había dado.

-Ufff... Menudo golpe. ¿Estás bien?

Ambos habían caído de bruces en el suelo de manera poco elegante como mínimo, pero estaban enteros, y esa era la idea en principio.

Iba a cruzar la calle, con la promesa que le aguardaba al otro lado de la calle de te calentito y pastel de chocolate. ¿Había algo mejor en el mundo? ¿Que otra cosa podría desear una chica? Los diamantes estaban bien, pero no sabían tan ricos y todavía no le había encontrado el chiste a eso de tener pareja o siquiera de buscarla. La mitad de las mujeres se comportaban como perras en celo, tan sólo les faltaba frotar su entrepierna por la cara de los hombres, y ellos, que decir de ellos, esos si que se frotaban a la mínima oportunidad. Era algo, a lo que ella no le encontraba demasiado sentido, pero se ve que el resto del mundo sí, y eso le hacía pensar que el resto del mundo eran raros de narices...

Había puesto un pie en la calzada y se dirigía con paso firme al otro lado de la calle, no pasaba ningún coche, el momento ideal para cruzar, pero de repente, un tipo con la velocidad de un proyectil la derribó, y de repente, se encontró en el suelo, con un brazo ajeno alrededor de su cintura pegándola a un cuerpo ajeno; y sucedió lo inevitable. Se tensó, como una cuerda de violín bien afinada, después, su temperatura corporal aumentó, haciendo que el frío suelo fuera un agradable contraste con su cara, cercana a la temperatura de ebullición y resplandeciente como un farolillo rojo, finalmente, se apartó con celeridad del cuerpo ajeno que la sujetaba con firmeza y le miró con un gesto entre el pánico y el reproche.

- ¿¡Pero que haces, idiota?!

No sabía los motivos que habían llevado a aquel tipo a tirarla al suelo como si de una melé de rugby se tratara, pero si no tenía un buen motivo, como sospechaba que así sería, pensaba partirle las rótulas a hostias. Nadie tenía la desfachatez de tocarla y no sufría las consecuencias por su atrevimiento. No toleraba el contacto físico y la ignorancia no salvaba del castigo a nadie.

Lo que no esperaba para nada era un insulto, desde luego. Quizás un "gracias" habría estado bien, pero desde luego no que le llamara idiota, así, porque sí. La gente normal solía sentirse agradecida cuando le salvabas la vida y eso. Al menos es lo que dictaba el sentido común, claro. Los únicos que no lo agradecían eran los suicidas, pero eso ya era otro tema.

Cuando ella se giró, pudo verla bien. La chica a la que había cogido era muy bonita, con una larga melena negra, piel blanca como la nieve y unos rasgos exóticos y equilibrados. Aunque ahora estaba completamente roja, como si tuviera fiebre. ¿Estaría enferma?

-Estaban a punto de atropellarte, y tú no te has dado ni cuenta. Tendrías que tener más cuidado, o sino, te matarán algún día de estos.

Diciendo esto, Gabriel no pudo evitar sonreír. Estaba tumbado en la acera, junto con una chica a la que no conocía de nada, pero que sin embargo se le había apartado como si fueran acérrimos enemigos. En fin, igual era así. La soltó de su agarre, se levantó y la tomó del antebrazo para ayudarla a incorporarse, planteándose si llevarla al médico o al psiquiatra si seguía así.

Le miró, miró a la calle, frunció el ceño y volvió a mirarle, esta vez con sospecha, pero claro... No parecía que estuviera mintiendo, mientras el rubio le hablaba se había dado cuenta de su error, estaba en un país en el que se conducía por el lado contrario. Malditos cambios de sentido... Y encima le había quedado idiota, y estaba ahí parada, sentada en el suelo, mirando como una estúpida al chico que acababa de salvarla de convertirse en un feo mosquito sobre un parabrisas de algún gilipollas. Y por si fuera poco, le había insultado, aunque claro, se lo merecía, esas cosas se avisaban. Que menos que un "¡Eh voy a apartarte que te van a atropellar!" o un simple "¡Te van a atropellar!" Ahora, por su culpa, no podía quitarse la sensación de su mano en su cintura, la suave y firme caricia de sus dedos, su respiración en su nuca. Seguía abrumada por todas aquellas sensaciones y en aquel momento no tenía muy claro que hacer.

- Bueno... ehhh gracias...

En fin, ya le había dado las gracias, y él la había ayudado a levantarse, tocando otra vez, por supuesto, empezaba a pensar que esa uno de esos viciosos que le gustaba alargar sus zarpas. Pero mirándolo objetivamente, en ningún momento se había comportado de manera irrespetuosa, es decir, no según las normas básicas de etiqueta, así que quizás estaría feo arrancarle los brazos. Volvió a mirarle, de arriba a abajo; parecía un buen chico, de esos que se lanzaban frente a un coche para defender a una escoria mafiosa como yo. El tipo de persona que se merecía al menos una mínima recompensa por sus actos.

- Iba ahora a tomar un café, dicen que esa cafetería es buena. ¿Puedo invitarte? Para darte las gracias

Un café, eso estaría bien. ¿No? Era lo que dictaban las normas sociales, le había salvado la vida y ella debía hacer algo por él, invitarle a un café, a cenar o pagarle su altruista acción de alguna manera. Un café sonaba bien, no la comprometía a demasiado y él seguramente dejaría de mirarla de esa manera tan extraña, como si tuviera algo contagioso o fuese a degollarle así mismo. Una combinación extraña de miradas, lo sabía, pero la estaba mirando así, así que o pensaba eso o tenía un problema en los ojos, pero seguramente sería lo primero, no parecía miope ni nada por el estilo..

La chica le dió las gracias con una expresión entre confundida y ¿asqueada? Bueno, sus motivos tendría, pensó el rubio. Luego, ya más tranquila, le ofreció un café en el bar de enfrente. No era mala idea: Gabriel no se había traído demasiada ropa, y la verdad es que se estaba muriendo de frío allí en la calle. Así que un café calentito, en un sitio con calefacción y sillas donde sentarse sonaba como música para los oídos del rubio, que temblaba un poco por el frío viento de la calle.

-Claro, aunque no hacía falta si no quieres. Yo ya me iba.

A pesar de todo, los dos se dirigieron a la cafetería casi paseando, el uno al lado del otro. Hasta que Gabriel se dio cuenta de que ninguno de los dos se había presentado como Dios manda, ni de ninguna otra manera. Como ella no parecía muy habladora, supuso que estaría bien que él diera el primer paso. No quería pasarse todo el rato sin hablar, o hablando con una completa desconocida.

-Entre unas cosas y otras, no me ha dado tiempo de presentarme... Me llamo Gabriel, aunque a veces me llaman Gabe.

Mientras, llegaron al lugar. Era una cafetería moderna y acogedora, medianamente llena. Se oía el agradable murmullo que impregna los lugares algo concurridos, sin llegar a un volumen molesto para hablar, y había en general buen ambiente, sin nada raro de por medio. Al final, esa normalidad absoluta acababa haciéndose rara para gente fuera de lo común, como él y como ella, aunque eso aún Gabriel no lo sabía. En definitiva, un sitio perfecto para relajarse y descansar un buen rato.

Era un chico educado al menos, había intentado rechazar su invitación, seguramente sus padres estarían orgullosos de él, pero ella había insistido, siempre pagaba sus deudas, y más cuando le salvaban la vida, era desagradable que un esmirriado rubio le salvara la vida a ella, una mafiosa entrenada para asesinar y defenderse, pero aún más triste era que hubiera estado a punto de morir atropellada por mirar la calle en el sentido que no era. Aun así, la había derribado, algo de crédito tendría que darle al esmirriado, no se... al menos no parecía ser un enclenque...

Entraron en la cafetería y después de quitarse el abrigo y colgarlo en el respaldo de su silla, se sentó, repasando la carta para pedir. Un te pakistaní y tarta de chocolate, si, algo peculiar teniendo en cuenta que era japonesa y los japoneses siempre pedían te verde y tarta de fresa o batidos de fresa o cualquier cosa que tuviera sabor a fresa en polvo; pero eso era una guarrada, para eso, te comprabas una caja de fresas y te las comías en un rica fondue de chocolate. Tenía que reconocer que a veces sus compatriotas eran raros de huevos, entre eso y el amor por los monstruos tentaculares en el porno animado, estaba convencida de que la sociedad japonesa, tal y como se conocía, estaba abocada al fracaso y la destrucción. Sólo había que fijarse en el elevado número de suicidios, y siempre era por lo mismo. Eran todos unos jodidos tarados.

Pero los tarados no eran algo exclusivo de los japoneses, oh no. Tenía bien claro que era una característica propia de todas las sociedades humanas, que bajo ciertas condiciones propicias de sociales, ambientales, geográficas y quizás de alimentación, proliferaban en exceso, dando lugar a lo que ella llamaba "picos de elevada concentración de tarados" como Gotham, una ciudad en la que dabas una patada a una piedra y te encontrabas un montón de pirados. Eso teniendo en cuenta que hubiera alguien normal en aquella ciudad, ella, tenía serias dudas al respecto. Una ciudad que necesitaba que un tipo se vistiera de murciélago para defenderse, es que algo andaba mal, muy mal con todos sus habitantes, no sólo con esos pirados de trajes extravagantes y poca medicación a los que el murciélago pateaba, sino que también con el propio murciélago, alguien debería darle un buen tratamiento para su esquizofrenia, o lo que fuera que tuviese, porque estaba claro que nadie que estuviera en sus cabales se vestía así y hacía vestirse como un payaso a su acompañante. Robin le daba mucha pena, era una víctima de las circunstancias y un gilipollas con demasiado tiempo libre...

Pero volviendo a la cafetería y al esmirriado fuertote que la había salvado toqueteando un poco de más, se había presentado, le había dado su nombre y se suponía que ahora ella debía responderle con la misma cortesía; generalmente lo que hacía era dar su apellido, más que suficiente para inspirar respeto y porqué no, también temor en las mentes de los demás, pero claro, que saliera gritando del susto, no sería algo... agradable, es decir, sería divertido, sin duda, pero no estaba segura de que eso fuera una buena manera de agradecer haberla derribado sin miramientos contra el asfalto.

- Yo soy Natsuki.

Y sonrió, más o menos, o al menos lo intentó, no podía decirse que no ponía de su parte por ser amable, claro que tampoco le había dado motivos para no serlo y ya casi se le estaba olvidando el cercano abrazo con el que la había retirado de la trayectoria del coche que casi la deja sin rótulas. ¡Nadie podría echarle nada en cara! Le había invitado a tomar un té, le estaba sonriendo y todavía no le había pegado ni le había contestado mal. Cualquiera que la conociera empezaría a pensar que se había golpeado en la cabeza y se había quedado tonta. Quizás fuera eso...

La chica llamada Natsuki parecía muy meditabunda, como si estuviera pensando en el sentido de la vida o filosofando sobre la naturaleza del ser humano mientras le acompañaba a tomar el prometido café. La cosa es que la chavala estaba en Babia. O donde fuera que iban los japoneses al quedarse empanados. Si estaba empanada, claro. Porque también era posible que ese fuera su estado natural. Cosas más raras se habían visto por el mundo, y una persona que no se entera de que la van a atropellar no podía ser alguien especialmente despierto. A saber. Pero, después de todo, no estaban lejos de Gotham, una ciudad donde lo raro era estar cuerdo y hasta el héroe que protegía la ciudad necesitaba un par de terapias de psiquiatra. O un par de centenares, según su informe. Quizás Natsuki era de allí y no se lo había dicho. Bueno, en realidad, habían hablado lo justo para que ella le insultara y ambos se presentaran más o menos. Más menos que más, pero igual era mucho pedir.

-Ya me parecía que no eras de aquí. Pero, ¿eres del mismo Universo que yo? Quiero decir... ¿En tu mundo existía esta ciudad? En el mío no, por eso he venido aquí.

Mientras tanto, el rubio pidió un café con leche y muchísimo azúcar, acompañado de un croissant para acompañar. Vamos, lo de siempre. Se moría de hambre, para qué negarlo, pero se fue tomando lentamente la comida, mirando a su improvisada acompañante. Es lo que pasa cuando te pegas todo el día de aquí para allá en lugar de aprovechar las vacaciones descansando como una persona mínimamente inteligente. Durmiendo y esas cosas. Pero, ¿para qué dormir, pudiendo hacer cosas interesantes hasta caerte del agotamiento? Posiblemente eso es lo que haría cuando llegase a Nueva York: Le daba tiempo de sobras a descansar y luego quedar para ir a ver una película.

Así que un turista… sinceramente, Blüdhaven no era el tipo de destino que Natsuki hubiera elegido como opción vacacional, pero para gustos estaban los colores, y las ciudades; aunque ella prefería sitios más tranquilos, solitarios y con escasa cobertura de teléfono, de otra forma, no serían vacaciones. La última vez que había conseguido escabullirse había acabado en una encantadora isla paradisíaca de la polinesia, cerca de Bora-Bora, pero con menos gente y más palmeras. Se había pasado una semana entera durmiendo en una preciosa cabaña a pie de playa y bañándose en una cascada natural, algún día tendría que volver allí.

- No es que sea una ciudad muy turística, yo hubiera elegido otro sitio, la verdad. Soy de Tokyo, pero si, ya conocía la ciudad, es decir, sabía que existía; acabo de mudarme y no soy una gran experta, pero puedo recomendarte un par de sitios interesantes y sin riesgo de derrumbe.

Que ella no fuera partidaria de hacer turismo en ciudades destruidas como aquella, no significaba que a otros no les gustara, y tampoco tenía motivos para ser desagradable con Gabriel, podría decirse que estaba justificado que antes la sujetara y por lo demás era bastante educado y amable, el tipo de personas con las que no podía ser desagradable, simplemente no le salía, el tipo de gente a la que no podías tratar mal o contestar borde, porque sabías que estabas siendo demasiado injusto y te miraban con ojos tristes y expresivos, preguntándose que habían hecho para merecer aquello y no podías darle ninguna respuesta coherente o justificada porque simplemente no existía ninguna.

- ¿Y de donde eres para que Blüdhaven te haya parecido un buen destino turístico? Es decir, mírala, es fea con avaricia, por muy desconocida que fuera, no se encontraría en mi “top ten” de destinos vacacionales. Salvo que tengas gustos raros, pero ahí ya no me meto.

Vaya, se había topado con una de las habitantes del otro Universo. La verdad es que no había tenido oportunidad de hablar con ninguno de ellos todavía, y le apetecía bastante empezar a conocerlos. Parecían muy distintos, pero en el fondo eran iguales a él y el resto de habitantes de su mundo.

-Yo nací en París, pero ahora vivo en Nueva York. Vine aquí por curiosidad más que nada, pero pensaba que todo estaría... Menos roto. No imaginé que me encontraría esto.

El rubio dio vueltas a su café, observando a la asiática. Al principio le había parecido algo callada, pero tenía esa ironía que caracterizaba a las personas interesantes. El tipo de gente que tenía mucho que contar, vamos.

-¿Y a dónde me recomendarías ir? Gotham no me parece un buen sitio precisamente, no me apetece acabar en un lío del que no pueda salir sin la ayuda del murciélago. Además, ya vivo en una ciudad de locos como para irme allí. Pero estamos hablando mucho de mí. ¿A qué te dedicas tú?

La verdad, no conseguía averiguar que tipo de persona era. Al principio me había parecido algo extraña, pero le estaba cayendo bien a pesar de todo. Quizás fuera precisamente por esa manera suya tan particular de expresarse. O quizá simplemente estaba aburrido y le apetecía charlar con alguien. Eso no lo podría decir ni él mismo con seguridad. Pero era innegable que la encontraba interesante, con ese sexto sentido que tenía para las personas. Y no solía equivocarse.

Natsuki removía su te con gesto ligeramente ausente; no es que no estuviera prestando atención y salvo cuando pecaba de ello a propósito, siempre se había jactado de unos modales impecables. Estaba atenta a lo que le decía, pero su mente había vagado a aquel día en el que los periódicos se llenaron de titulares, el caos parecía haberse adueñado del mundo y había sido especialmente cruel con el continente americano. Un día que muchos querrían olvidar.

Alzó una ceja con curiosidad al saber que su interlocutor venía de París. No conocía la ciudad y la verdad es que nunca había conocido a ningún francés. Era curioso saber que el primero con el que se topaba cumplía casi a la perfección con el estereotipo; goloso, algo, rubio, y como no, había pedido un croissant. Pero mejor no diría nada de aquello, sabía que para Europa y América, Japón en particular y Asia en general, estaban llenos de estereotipos a los que no estaba segura querer enfrentarse de momento. Había cosas que Natsuki prefería dejar en el vacío de la ignorancia, su vida ya era lo suficientemente dura y complicada como para añadir traumas innecesarios.

- Blüdhaven fue una ciudad muy castigada durante la colisión. No estoy segura de que se llevara la peor parte, pero desde luego, no se llevó la mejor. Conozco Nueva York un poco, pero debo reconocer que nunca he estado en París, todo el mundo dice que esa si es una ciudad que merece la pena visitar.

Pensó unos instantes mientras pegaba un sorbo a su taza de té; había tantos sitios que podía recomendarle, casi todos prácticamente desconocidos para el turista común, así que optó por algo más clásico, una ciudad, que desde pequeña la había fascinado.

- Si quieres ver una ciudad bonita en Japón, deberías ir a Kyoto. A simple vista puede parecer una ciudad japonesa más, completamente modernizada. Pero como sucede con muchas cosas allí, no todo es lo que parece. El distrito de las geishas es muy turístico, está lleno de calles tradicionales y casas de te, sin embargo, hay algunas callejuelas realmente fascinantes. No es barato, ni sencillo, para los extranjeros, acceder a algunas de las más selectas, pero presenciar una ceremonia del te es algo que a todo el mundo fascina, japonés o extranjero. Si alguna vez vas, puedo conseguirte acceso a la mejor casa de te de todo Kyoto. Sin embargo, si te gustan los sitios recónditos, yo te aconsejaría las islas griegas o la polinesia. Sitios difíciles de acceder y en algunos casos, sin cobertura móvil. Una opción excelente para desconectar.

Desconectar era siempre una gran elección, el menos para alguien como ella, siempre viviendo pegada al teléfono y solucionando los problemas que otros idiotas no conseguían arreglar. A veces pensaba que su no estaba ella para decir que hacer, en ocasiones no conseguirían ni atarse los zapatos. No es que tuviera quejas de sus hombres, eran competentes, de eso no le cabía duda, pero como siempre, había días y días, y algunos de esos días eran catastróficos y parecía que algunos no llegaban a tener ni la inteligencia justa para pasar el día.

- ¿Yo? Bueno… No se… Tu tampoco me has dicho a que te dedicas, no?

Esa era una pregunta que siempre resultaba peliaguda, o en realidad no. A fin de cuentas no iba diciéndole a todo el mundo que se dedicaba a la compra y venta de armamento. No era lago que la gente estuviera preparada para escuchar. Así que siempre hablaba sobre su trabajo más público, quedaba bien y nadie llamaba a la Interpol para detenerla.

- Trabajo en Byocite, soy la propietaria, más bien. Hemos abierto una sede aquí hace poco y me he mudado, para asegurarme de que todo va bien y esas cosas.

Le restó importancia al asunto, no quería quedar como una tipa pedante que presumía de lo que tenía. Tenía muchas cosas, eso era cierto, pero los bienes materiales no eran una de sus mayores preocupaciones. Podría deshacerse de todas sus empresas, regalarlas y aun así le quedaría dinero para vivir cinco vidas como aquella. Gastaba el dinero, claro, pero siempre le había gustado compartir; casi podía decirse que la generosidad era su única virtud.

La verdad, nunca se había planteado ir a Japón, pero no era mala idea. Le habían contado muchas cosas del país del sol naciente, la mayor parte buenas. Era uno de los puntos calientes del mundo, esas zonas llenas de líos por resolver, de dinero moviéndose, de multinacionales poderosas como países enteros. Pero también era un lugar hermoso, según parecía.

-París es una ciudad digna de ver, sobre todo por la noche,cuando las calles están desiertas, cuando ya no hay turistas haciendo ruido y todo el mundo duerme en su casa. Es mucho mejor así que visitarla como la gente normal hace.

La verdad es que lo que él había hecho desde bien pequeño no se podía llamar turismo precisamente, pero bueno... La cuestión no era esa ni mucho menos.

-Me vendría bien desconectar un poco. Trabajo en la policía, y a veces es un poco... Estresante. Aunque seguro que no tanto como dirigir una empresa, claro. Que tanta gente dependa de tí debe ser una gran responsabilidad. Yo vivo más relajado, aunque mantener un poco el orden en Nueva York es bastante más peligroso. Allí, todo el mundo está loco.

La tapadera de costumbre. Cada agente tenía algo que decir para esas situaciones, una supuesta vida normal. Esa mentira que encubría que podían estar de misión en ese mismo momento, preparados para abatir a quien hiciera falta. No era el caso... Pero un mensaje de Furia y eso podía cambiar en cuestión de segundos. No sería la primera vez que le decían que tenía a un terrorista en la acera de enfrente. Tocaba improvisar un plan a partir de lo que se sabía (Que nunca era suficiente), sin ningún apoyo ("¿Sabes lo que tardarían en llegar? No nos podemos permitir perder tanto tiempo.") y muchas veces, cuando en principio tenías el día libre. Vamos, un trabajo penoso si no fuera por el generoso sueldo, la seguridad de estar haciendo lo correcto y... Qué demonios, era lo más divertido del mundo. Hablando de diversión... Natsuki tenía pinta de ser muy seria. Demasiado seria, de hecho. Hablaba con perfecta cortesía, como si él fuera un ministro o algo así. En fin, quizás fuera una manía suya. No le molestaba, así que no dijo nada al respecto. Después de todo, si era su manera de expresarse, él no tenía nada que decir al respecto.

-Cuando acabes de revisar todo aquí, ¿Volverás a Japón, no?

Por un instante estuvo a punto de golpearse la cabeza con la mesa repetidas veces, por ganas no era, desde luego. ¿De verdad había invitado a tomar café a un policía? Sólo faltaría que fuera de antivicio para hacer un triple combo mortal. Si contaba que un policía neoyorkino se había lanzado sobre ella para salvarla de morir atropellada sin detenerla después, nadie se lo creería. No era la primera vez que le pasaba, todavía recordaba, no sin vergüenza, aquella vez que advirtió a su profesor de gimnasia, que era también agente de la DEA encubierto, que se cuidara de los cabronazos que había en el colegio, sin pensar que no sólo podía defenderse perfectamente, sino que podría detenerla si le apetecía. Afortunadamente le cayó en gracia y actualmente todavía mantenían una relación cordial. Ella mantenía el puerto de Tokyo bajo control y él le ofrecía ayuda puntual. En ese momento, se alegró de no haberle tenido que mentir, no le apetecía tener líos con la policía nada más llegar.

- Vaya, dicen que ser policía en Nueva York es un trabajo realmente arriesgado.

La verdad es que no le caía mal, no parecía mal chico y ser policía técnicamente era un buen trabajo, uno respetable, de esos que te permitían irte con la conciencia tranquila a la cama. Y en principio no tenía motivos para dudar de su honorabilidad. Mientras él no supiera de sus actividades, todo iría bien; tampoco es que fuera a verle mucho más. ¿No?

- En cualquier caso, no creo que sea peor que ser policía en Gotham, he oído historias realmente aterradoras de esa ciudad.

No era alguien que se asustara con facilidad, y aun así no podía evitar sentirse inquieta por las cosas que allí sucedían, no era una ciudad en la que deseara entrar a negociar, era un acuario demasiado lleno de peces, tan podrido y lleno de pirados, que la única solución aceptable que veía era el NAPALM. Destruir la ciudad entera hasta sus cimientos, sin posibilidad alguna de reconstrucción.

La conversación enseguida se desvió del trabajo hacia otras cosas más agradables, como su posible regreso a Japón, que la verdad, es que no tenía previsto.

- No puedo asegurarlo. En cualquier caso, me llevará bastante tiempo estar aquí, muchas cosas todavía no han empezado a funcionar, y en principio tengo pensado quedarme hasta que todo esté funcionando a pleno rendimiento, y eso puede llevar un tiempo. Si esto me gusta, quizás me quede por aquí.

No, volver a Tokyo era algo que no entraba en sus planes, eso significaría enfrentarse a su abuela y sus grandiosos planes sobre su futuro, seguir conociendo hombres que la asqueaban y escuchar cada día el mismo discurso sobre sus responsabilidades. Por supuesto que tenía claras cuáles era, pero no iba a estar con alguien que podría llegar a cargar con las consecuencias de sus propias decisiones y menos aún si le daban ganas de darle un puñetazo en la cara; en alguna ocasión, los más afortunados se lo habían llevado. No. Blüdhaven era su oportunidad para que su abuela no metiera las narices en su vida e iba a aprovecharla, de momento, todo había salido a pedir de boca, no veía porqué tendría que abandonar una ciudad que la había acogido con los brazos abiertos para volver a la ciudad donde sus iguales la miraban como si fuera una zorra frígida y estéril, a la espera de que fallara para devorarla y quedarse con lo que tantas cicatrices le había costado proteger de sus asquerosas manos. No cedería un ápice de su poder, eso lo tenía más que claro, y allí, al menos la miraban con respeto. Quizás en el fondo la cultura occidental si tendría sus ventajas. Aunque fueran demasiadas pocas para convencerse totalmente de sus beneficios. Distaba mucho de convertirse en fan del nuevo y archiconocido Capitán América. No le gustaba ese tipo de publicidad tan descarada

No podía ser. Estaba en su día libre y aún así estaba haciendo de superhéroe como si aún llevara puesto el traje. Y sin cobrar ni un duro. Sonrió internamente ante sus propios pensamientos: La verdad es que el dinero le importaba sólo en la medida en que lo necesitaba para vivir bien. Nunca le había apetecido acumular lujos innecesarios. Él era más de otros defectos, como por ejemplo, la curiosidad. Quizás para una persona normal esto no era un gran problema, pero para alguien que tenía acceso a la mente de la gran mayoría de las personas, resistirse a curiosear los pensamientos del resto era algo importante. Tenía que respetar ciertos límites, y la privacidad era uno de ellos. Sin embargo, cuando estaba de misión, no se sentía tan tentado de “leer” a otras personas: Las mentes de los terroristas y asesinos no solían ser agradables, así que prefería ahorrárselo. Pero no se libraba con tanta facilidad en los interrogatorios: Su misión solía ser la de buscar la verdad directamente en la cabeza de los detenidos. No era un trabajo agradable, pero le solía dejar con la sensación de haber cumplido. Y sí, se podía decir que era un trabajo arriesgado. Natsuki no sabía hasta qué punto.

-Ya verás, te gustará Estados Unidos. Es el mejor sitio que conozco para hacer negocios, y más todavía si te vas a quedar aquí, donde no hay nadie que compita contigo. Además, es poco posible que algún supervillano venga a destruir este sitio: Van todos a Nueva York o a Washington.

Gabriel se acabó el último sorbo de su taza, para darse cuenta de que fuera había empezado a llover torrencialmente. Había dejado la moto en un lugar protegido, pero no era plan volver con ese tiempo. El viaje era bastante largo, y si encima quedaba lesionado por un accidente se la cargaba. Era tarde, así que sería cuestión de buscar un buen hotel donde pasar al menos esa noche para regresar al día siguiente.

-Cambiando de tema: ¿Sabes si hay algún hotel cerca? No puduedo volver a casa con esta lluvia sin matarme, y no tengo muchas ganas.

Se rió ante el comentario; no, estaba claro que en la ciudad no iban a hacerle la competencia, sus planes marchaban como la seda y no se había encontrado con ningún contratiempo, pero el tema empresarial era diferente, ahí tu competencia no eran las pequeñas empresas de la ciudad, sino las del país o las del continente. Y actualmente, su mayor competencia empresarial era la divisón médica de Stark International, sin embargo, esa empresa parecía más dirigida a las mejoras y tratamientos genéticos que a las soluciones más cotidianas. Puede que Byocite no haya desarrollado el tratamiento que arregla el daño nervioso en politraumatismos, pero hacía vacunas, antigripales, betabloqueantes e inmunosupresores de última generación. Así que podía decir con bastante seguridad que sus productos llegaban a un mayor número de personas.

Agredecía el comentario sobre los villanos, sin embargo, no la tranquilizaba del todo, precisamente el motivo de que se entcontrara en ese estado la ciudad era por un villano que había decidido que era una buena idea volarla por los aires. En serio. ¿En que cojones pensaban todos aquellos tarados? Sólo el hombre era tan subnormal de destruir su propio hábitat. ¿A que idiota le gustaba vivir entre escombros? Pues parece que a los villanosles chiflaba aquello, eso de caminar por las calles en ruinas, vivir en edificios a punto de derrumbarse y todas esas cosas chulas tan de villanos.

Giró su cabeza al escuchar las palabras de Gabriel, es cierto que había empezado a llover, parecía que alguien hubiera abierto un grifo sobre la ciudad, por cómo estaba cayendo. No pudo evitar darle la razón, si tenía que volver en moto hasta Nueva York lo mejor que podría pasarle era pillar una buena pulmonía.

- Conozco el mejor sitio donde puedes quedarte.

No había casi hoteles decentes en la ciudad, la bomba había afectado a varios de ellos y estaban todavía en reparaciones, además, le había salvado la vida y había sido amable cuando no tenía obligación de serlo, así que pagó las consumiciones y salieron a la calle, corriendo bajo la lluvia hasta dos calles más abajo donde tenía aparcado su Ashton Martin Vantage en color gris. Cuando subieron la coche, puso la calefacción a tope para no pescar un resfriado y condujo por las calles de la ciudad a toda velocidad hasta las afueras, donde apareció ante sus ojos las pesadas puertas que daban a una enorme villa japonesa, una reproducción de menor extensión, de la villa Katsura en Kyoto, una villa que había pertenecido a la familia imperial durante los años del shogunato y tenía uno de los jardines más hermosos y mejor conservados de aquella época. No había sido difícil conseguir los planos, era una de las construcciones más representativas de la ciudad, estudiada por arquitectos y artistas. El edificio principal era una réplica casi exacta del original, sin embargo, los jardines eran de menor tamaño, aun así lo suficientemente grandes para perderse en ellos. Aparcó en una construcción aledaña a la casa, que cumplía las funciones de garage y que estaba ocupada con otros coches de lujo de diversas marcas y lo guió hasta el interior de la vivienda.

-Bienvenido a la villa Aoki, tendrás que quitarte los zapatos para entrar, el suelo es de tatami y acaban de encerar la madera esta mañana.

Si, le había llevado a su casa, era el mejor sitio donde podia quedarse a dormir, tampoco es que fuera a meterlo en su dormitorio, había muchos vacíos y siempre la habían enseñado a ser hospitalaria, en conciencia no podía dejarle caerse por un barranco de la carretera, y por muy policía que fuera tampoco es como si se fuera a poner a hurgar en su despacho. ¿No?

La verdad, cuando preguntó por un lugar donde dormir, lo que se esperaba era que le respondiera dándole una dirección sin más. O incluso que le indicara como llegar. Por eso agradeció enormemente que Natsuki le guiara hasta su coche. Allí dentro hacía un calor infernal, que por otra parte era muy agradable.

-¿Está lejos?

Ante la respuesta afirmativa, decidió ponerse cómodo. Se quitó la chaqueta y se apartó un poco el flequillo húmedo de la cara. Fuera, las formas de los edificios se difuminaban tras la cortina de agua, como si la realidad se distorsionara por momentos. Quizás eran pensamientos algo extraños para alguien que miraba llover, pero claro. Él estaba acostumbrado a lo extraordinario, después de todo. Pero cuando el coche se desvió hacia las afueras de la ciudad, Gabriel estuvo por preguntar a donde demonios iban. Es decir, no es que no confiara en ella, y encima qué podía hacerle, pero es que dudaba mucho que hubiera un hotel por ahí. Y menos "el mejor sitio donde pudiera quedarse", como Natsuki había dicho. Quizás fuera una trampa. "-¿En serio?¿Una trampa? Chico, te estás poniendo tan paranoico como Fury. Le has salvado la vida, ¿Te acuerdas?"Peor todavía: Si encima había ayudado a una agente enemiga además de dejarse capturar como un crío ingenuo... Fury lo mataba. Eso si sobrevivía, por supuesto. Y si no lo hacía, el jefe de SHIELD se las arreglaría para resucitarlo y matarlo de nuevo. No tenía ganas de que nada de eso pasara, así que la desconfianza le pudo. Natsuki miraba al frente, conduciendo, así que no pudo ver a Gabriel cuando clavó sus pupilas rojas en ella. No era correcto, pero sería una estupidez no asegurarse, por mucho que ella fuera del otro Universo y fuera casi imposible que supiera nada de él o de SHIELD. Con cuidado, el francés se introdujo en la mente de su acompañante. No notaría nada: Él no quería tocar ningún pensamiento o recuerdo, simplemente iba a observar. Además, lo que buscaba estaría en un plano superficial de su consciencia, no iba a curiosear nada íntimo. Lo primero que vio fue... Una casa japonesa.

"-¿Qué...?" Pero todo se aclaró cuando el coche llegó a la enorme mansión que había visto en la cabeza de Natsuki. Aún así, no pudo evitar mostrarse sorprendido. Era gigantesca, comparada con su apartamento de Nueva York. Cuando estaban a punto de entrar, el rubio se dio cuenta de que tenía un problema. Antes, en la calle, en la cafetería y en el coche, Natsuki no parecía haber reparado en sus ojos, rojos como la sangre fresca. Eran la única parte de su cuerpo que delataba su condición de mutante. Pero era cuestión de tiempo que ella se diera cuenta de ese detalle que tanto incomodaban a algunas personas. Y entonces, haría preguntas incómodas que no tendría más remedio que responder. Mucha gente "normal" aborrecía a los mutantes...

En fin, tendría que entrar. Se quitó los zapatos como ella le había indicado, y tuvo que hacer un esfuerzo por no quedarse clavado en el sitio. De pronto, todo había cambiado. Ya no estaba a la afueras de una ciudad destruida, sino en el corazón del Japón antiguo. Se respiraba una quietud impresionante, que calmó sus dudas por el momento.

-Es... Precioso.

Sonrió ante su apreciación, parecía impresionado y aunque no fuera precisamente su intención estaba complacida con aquella. ¿A quién no le gustaba que admiraran su casa? Sólo a aquel que no estaba cómodo en ella o vivía en un cuchitril, pero Natsuki podía catalogar su vida en Blüdhaven como satisfactoria, al menos por el momento, y no tenía dudas sobre lo increíble que era su casa, cada pequeña modificación sobre los planos y los materiales había sido personalmente supervisada y el resultado se acomodaba perfectamente a sus exigencias.

- Me alegro que te guste. Es una réplica, casi exacta de una antigua villa que pertenecía a la familia imperial, no al emperador, sino a alguien de la familia. Es una construcción muy representativa en Kyoto y… bueno, quería sentirme cerca de mi país.

Salir de Japón, liberarse de las exigentes miradas que se posaban sobre ella, había sido liberador, pero era japonesa y amaba a su país y sus tradiciones, con todas sus rarezas y peculiaridades, poder tener un lugar en el que sentirse como en casa, había sido una de sus pocas exigencias personales a la hora de encontrar una vivienda; trasladarse a una ciudad en ruinas le había dado la excusa perfecta de construir su casa como le diera la real gana. No había sido barato, eso era obvio, pero consideraba, teniendo en cuenta el resultado y la cara de pasmo de Gabriel, que era un dinero bien invertido.

Se descalzó y dejó sus botas a un lado, antes de pisar la madera del corredor, para guiar a su invitado a su dormitorio, una habitación sencilla, con un armario empotrado, aparentemente sin más mobiliario que un baúl de madera y una cómoda con espejo, casi a ras de suelo, pensado para alguien que estuviera arrodillado, no se veía ninguna cama por ningún lado.

- Enseguida vendrá alguien a prepararte el futón, tranquilo, es igual de cómodo que una cama occidental, pero éstas estropearían el tatami del suelo, así que me decanté por la opción tradicional.

Cerró la puerta del dormitorio con cuidado detrás de ella, para dejarle intimidad, avisaría a algún empleado de la casa para que asistiera a Gabriel y luego se daría un baño caliente. Se le habían empapado los pantalones y empezaba a quedarse fría, un efecto secundario poco agradable de la lluvia.

Cuando Natsuki se fue, Gabriel recorrió la habitación con la mirada. Era muy bonita, sencilla y elegante. Se quitó la chaqueta aun algo mojada por la lluvia y la dejó en el armario de la pared a falta de un mejor sitio para que se secara. Ahora mismo estaba deseando tirarse en la cama a descansar, pero el empleado que tenía que "traérsela" aun no había llegado. Y no pensaba quedarse ahí hasta que alguien viniera a buscarlo, desde luego. Así que salió al pasillo, dispuesto a curiosear un poco. Desde luego, no pensaba colarse en habitaciones cerradas ni nada de eso, pero no veía mal mirar.

No encontró a Natsuki por los pasillos, de todas formas. Debía estar en su cuarto, seguramente. Sólo vió de refilón a un par de personas de rasgos orientales, que debían de ser empleados.

Hasta que hacia el final de un pasillo, se encontró una puerta entreabierta. Cuando entró, lo que vio le encantó: Estaba en una enorme sala con un tatami para artes marciales en el centro. En las paredes había colgadas diferentes armas tales como espadas japonesas, shurikens, dagas, e incluso una guadaña. Con cuidado, fue mirándolas una por una: Al menos las rapadas no eran ni mucho menos decoraciones. Tenían marcas en la empuñadura que indicaban que habían sido utilizadas bastante. ¿Sería todo ese arsenal de Natsuki?

Natsuki salió del baño envuelta en un cómodo yukata de color azul oscuro, el que siempre había usado para estar cómoda en casa, se dirigía a su dormitorio cuando vio luz al final del pasillo, había alguien en la sala de entrenamiento, lo cual era algo raro, no solía haber nadie que la usara a esas horas, ya no quedaba nadie en la casa que no fueran del servicio y era un poco tarde para pasarle la aspiradora al tatami, cuando se asomó vio a Gabriel mirando absorto el armero que cubría las paredes de la sala, su colección de espadas y otras armas antiguas. Entró sigilosamente mientras alargaba la mano hacia una de las espadas, una de las de aspecto más ligero, si no calculaba mal, no era apropiada para su tamaño.

- Esa no, a tu izquierda, la tercera por arriba, la de la empuñadura en verde.

Había mandado forjar esa espada para otra persona, sin embargo, nunca llegó a empuñarla, ni siquiera a recibirla, iba a ser un regalo que nunca llegó a su destinatario, y desde entonces, no hacía otra cosa que ocupar un lugar en el armero de Natsuki.

- No todo el mundo puede empuñar cualquier espada, ésta es una extensión del espadachín, y como tal, debe ir en armonía a sus proporciones. Las espadas se forjan teniendo en cuenta ciertas medidas de quien vaya a usarlas, y éstas tienen un peso u otro dependiendo de la fuerza de quien vaya a utilizarlas. Esa, es la más apropiada para tí, aunque ahora te parezca un poco pesada.

Todavía recordaba la primera vez que había empuñado una espada, una de verdad, tras tanto tiempo tiempo usando el shinai y el boken, la recordaba pesada en sus manos, aun estando acostumbrada a las espadas de entrenamiento, había sido una sensación extraña, el frío del metal extendiéndose por su brazo y arraigando dentro de ella, desde aquel momento, no había vuelto a sentir ninguna katana como algo extraño, eran algo que formaba parte de ella.

Gabriel se volvió tranquilamente cuando escuchó una voz suave a sus espaldas. Había oído llegar a Natsuki por el pasillo, a pesar de que sus pasos eran ligeros. Lo que no esperaba es que le recomendara un arma en concreto. Sin dudarlo, alargó la mano para coger la susodicha katana verde. A pesar de que en principio parecía un objeto ligero, la verdad es que no lo era tanto, aunque el agente podía manejarlo sin dificultad alguna. Era una pieza francamente bonita, la verdad.

-¿Podrías enseñarme a usarla?

Sabía de sobras que tardaría mucho tiempo en dominar la técnica, pero me apetecía hacer algo de ejercicio físico, para variar. Acostumbrado como estaba a dormir poco, no tenía nada de sueño. Aunque igual Natsuki sí, tenía pinta de acabar de salir de la ducha con el pelo mojado y esa ropa.

-Claro, si quieres. Igual estás cansada para ponerte a practicar esgrima tan tarde.

Por una ventana se podía ver el precioso paisaje nocturno que los jardines de la casa ofrecían a quien quisiera verlos. ¿Qué hora sería ya? El tiempo se le había pasado volando sin apenas darse cuenta de ello.

Parecía que quería aprender esgrima japonesa, y aunque siempre disfrutaba de un buen entrenamiento nocturno, prefería comenzar las clases otro día, por la mañana, cuando pudiera estar más despejado y descansado. Aun así, reconocia el encanto del cielo nocturno, desde pequeña le había gustado escabullirse de la cama, cuando las pesadillas no la dejaban dormir, hasta el dojo de la casa familiar y entrenar hasta que no podía más con sus brazos y luego se sentaba a meditar ante el altar de sus ancestros. Una rutina que había repetido durante muchas noches, incluso todavía, a veces lo hacía.

- Hoy no, es tarde y deberías descansar y seguramente mañana debas volver a Nueva York. Cualquier otro día que vengas, te enseñaré, pero no es sencillo, tenlo claro...

Aprender el arte de la espada no era una tarea sencilla, y dominarlo mucho menos, pero parecía alguien con habilidades, seguramente por su entrenamiento de policía, quizás tuviera aptitudes para ser un buen alumno, al menos no parecía un inútil cogiendo la espada, eso era una buena señal. Salió de la sala con paso tranquilo y se encaminó a su dormitorio, había sido un largo día.