(FDP: Post conjunto narrado entre los Usuarios de Papa Legba y Rebecca Logan)
[24 de Junio del 2019]-
Sigo enfadada porque me parece una deslealtad. No me gusta estar confiando en compañías que con apenas antelación me dicen que no van a ser capaces de proporcionarme el servicio. No es que vaya a costarme encontrar a alguien que se haga cargo del transporte de caballos, es sólo que pensé que ese aspecto ya estaba cubierto, y ahora descubro que no. - conversaba en voz alta. A veces le venía bien hacerlo para recordar que no era mas que un invitado en aquel cuerpo.
En el fondo de la cabeza de Rebecca, la risa metálica y grave del dios, a la que aún no estaba acostumbrada, resonaba con eco. -
La ternura de lo mundano... - Suspiró -
Si tantos problemas te da, deja de trabajar con ellos, ponles una reclamación, denuncia o esas cosas que hacéis los blancos cuando algo os sale mal. Pídele hablar con el encargado. - dijo entre una nueva carcajada sonora, haciendo burla de la figura de "Karen" estadounidense que se había formado en el mundo moderno.
La vaquera se sonrió ante el chiste del dios. Quizá porque en cierta manera lo que le hacía gracia también se la hacía a ella. O puede que por fin empezarán a encontrar puntos afines en el sentido del humor.
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Los blancos. Los blancos. Nunca había tenido un problema con los blancos hasta que decidiste alargar la visita. - llegó hasta el final de la verja y torció hacia los establos. -
En la vida me había parado la policía tres veces la misma semana porque si.-
Bienvenida al infierno, whity.- Por un instante, el tono del dios cambió a una seriedad poco frecuente en él para desarrollar la advertencia que estaba a punto de aconsejarle -
Recuerda que a partir de ahora no puedes hacer lo que hacías. Tienes la suerte de que la policía te ha increpado en sitios cómodos hasta ahora, pero no siempre será así. Si te gritan el alto, no corras, no cojas tu identificación, deja que la cojan ellos. Ten las manos siempre visibles. Y si colapsas, déjame tomar el mando del cuerpo. Lo he hecho millones de veces.- En cuanto terminó el aviso, la voz volvió a afinarse, como si el dios la pronunciase con una sonrisa amplia -
¿Así que a qué hora vas a llamar a atención al cliente y pedirles la hoja de reclamaciones? - Iba a soltar una carcajada, pero un ruido metálico hizo que girasen el cuello. Había algo vivo en el tejado. ¿Cigüeñas migratorias? ¿Algún nido nuevo?. Varios ruidos repetitivos, y el hecho de que no pretendía ser silencioso fue lo que le hizo pensar en un ave.
La alarma se sintió por duplicado en su cuerpo. Para el era casi una mera sorpresa. Para ella un objeto de tensión. Cualquier criatura incontrolada en el rancho podía generar más problemas de los que uno podía llegar a creer. Como un zorro en un gallinero, o un lobo entre ovejas.
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Que es eso. - se detuvo, atenta, en silencio. Hubo varios chasquidos, antes de un suave gorgoteo. No se parecía a ningún ave que hubiera oído. -
¿Donde está?-
No lo sé... ¿Qué aves gordas tenéis en este estado? ¿Los pollos del KFC? - El tono humorístico constante del dios resultaba irritante, pero antes de que la nueva carcajada hiciese resonancia en la nuca de la vaquera, un
alarido hizo que la gracia se desvaneciese como con un chasquido. -
NO ME JODAS, ¿¡AQUÍ!?, CORRE JODER, CORRE, MÉTETE EN EL BOSQUE - Cuando escucho al dios gritar en su cabeza no lo cuestionó. El impulso de correr se le hizo primigenio, y se dirigió a la linde del bosque. Un chillido resonó aún más alto.
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¿PORQUE? ¿QUE COÑO ES ESO?! - Más le valía que no fuera una broma de las suyas. Si estaba pegando ese sprint para nada le haría tragar la comida más sosa que pudiera encontrar.
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PRIMERO CÚBRETE - En la nuca de la Vaquera varias ráfagas de viento acompañadas de un sonido de aleteo desnudo se abría paso.-
¡LLEGA AL BOSQUE! - el dios agudizaba la vista de la Vaquera buscando los mejores huecos, y hacia que sus piernas no se cansasen.-
Cuando lleguemos al bosque se detendrá para buscarnos, y tendremos tiempo para las explicaciones.No recordaba cuál había sido la última vez que había corrido así. Estaba demasiado pendiente de la amenaza como para percatarse de que sus piernas parecían corresponder el impulso nervioso perfecto, y que en ningún momento emitían queja alguna. Sus músculos helados comenzaron a bombear, y su pecho continuaba subiendo y bajando a un ritmo constante, aunque mas frenético. Pero nada de eso se traducía en tirones, jadeos, esfuerzo o pinchazos como era habitual que pasara. Llegó hasta la linde del bosque saltando la valla de madera simbólica que separaba sus terrenos de los de su mejor amiga, y luego, encontró uno de esos árboles de raíces enredadas, de los que se sirvió para cubrirse mientras la calavera blanca de rostro moreno apuntaba al cielo.
-Me cago en la puta... - fue lo primero que fue capaz de decir el dios, formalizado con palabras. -
¿Qué cojones pincha así? - dijo forzando al cuerpo a mirarse las costillas. Para Rebecca, una respiración acelerada era lo normal. Él, sin costumbre de respirar, notaba los jadeos como cientos de agujas en sus pulmones. Para ella, una cosa en la que ni siquiera había que pensar.
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La carne. Igual se te ha olvidado como es, pero era así. - jadeó la vaquera. Lo que ella notaba mas tenue, el Dios lo sufría con la intensidad que da volver a percibir cosas empolvadas en una memoria cada día mas gris. Las pinceladas que los límites físicos imponían a la carne le eran tan ajenas como sus placeres. Al Dios le sería difícil olvidar el sabor del primer Gumbo que había preparado. Y todos los que vendrían después.
-
Eso, era un Kongamato. Una criatura del noroeste de Zambia. Es, para que me entiendas... un pterodáptilo en la tierra. Pero, los mitos sasabonsam dicen que... bebe sangre humana... -chasqueó la lengua, frustrando a las dos almas -
Imagina que un pterodáptilo folla con un vampiro... pues eso es el Kongamato... Con un poco de suerte se distraerá, raptará un par de bebés y se irá... - Otro gruñido acarició la nuca morena -
O no. ¿Tú eras buena disparando, verdad?-
Soy más que buena disparando. ¿Pero esa cosa se morirá de un disparo o será perder plomo para nada? - preguntó mientras se asomaban. La criatura sobrevolaba la zona del rancho. Hacía extraños picados de unos pocos metros, y volvía a elevarse. Después de apenas un par de minutos observando la vaquera sintió algo removerse en sus entrañas. -
No esta bien. - murmuró, no tanto para el Dios como para ella misma. -
No está volando. No está cazando. Su vuelo es errático. - Contempló como perdió su silueta tras el piso de arriba del rancho. Escuchó un graznido y un tremendo golpe. -
¿Suelen hacer esas cosas?Legba observaba con atención y en la distancia -
Tenemos mucha suerte... ya nos habría cogido. Son cómodos, acostumbran a coger bebés o niños, pero este está perdido... Para empezar que cojones hace en Estados Unidos, en Gotham en concreto... - El dios repasaba mentalmente toda la información que conocía -
No... no creo que muera de un disparo, ni de dos, ni tres... El cráneo es su punto débil y este cabrón tiene exoesqueleto... ¿Tal vez esté herido o hambriento?Tampoco es muy normal encontrarle en un tejado a altura humana, esos bichos necesitan bastante altura para poder hacer vuelos largos.-
Ya. Ojalá hubiese algo que un Dios africano pudiese hacer, mas allá de hacer de voz de documental. - en ese momento la vaquera cayó en algo. -
Los chicos. Tenemos que hablar con los chicos. Donde esta el Walkie. - consiguió ponerse en contacto con ellos, que le remitieron respuestas tranquilizadoras o gruñidos somnolientos. -
No podemos dejar que salgan hasta que esa cosa no se haya ido. - Miro al cielo. No se veía absolutamente nada. El aire empezaba a estar cargado de una extraña frialdad. O puede que fuera el sepulcral silencio. Se sostuvo durante casi cinco minutos.-
No se le oye.-
Uh, Dios africano... Gracias por conocer mi continente - El guardián dejó la gestión a la vaquera. El podía hacer algo... Pero no allí. No era un luchador de campo.-
Rebecca... - La voz del dios recobró la seriedad-
Carne. Es lo que quiere. Carne humana. Tal vez podamos distraerle con un cebo. Si están muy hambrientos no les importa ser carroñeros... Pero hay que ir con mucho cuidado - El dios había visto lo suficiente para saber que estaba en el sitio correcto con la petición adecuada.
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Vamos a por él. - dijo la vaquera recargada por una peligrosa curiosidad que casi lindaba el morbo. El hecho de que el Dios velara por ella en cierto modo sólo había hecho acrecentar su temeridad. Comenzó a salir del bosque despacio, en silencio, tras haber retirado las espuelas de sus botas. -
Si tuviera aquí la ingenua explosiva - dejo la frase en el aire. Aquel arma que le habían dado en el bprd le habría venido que ni pintada, pero estaba en el interior de la casa. Un graznido quejumbroso se elevó en la noche mientras se acercaban poco a poco hacia la trasera de la casa. A medida que recortaban distancias, el Dios comenzó a sentirse inquieto, y no por su presencia, si no por una sensación terrible tras la nuca. Algo...
De mal agüero
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¿Esa es la que te dio el rojo? Parecía útil... - Legba la acompañaba en todo su proceso, permitiendo que Rebecca tomase control absoluto en la toma de decisiones físicas, hasta que escuchó de nuevo ese graznido, más leve, más entrecortado. Sin darse cuenta, detuvo los pies de la vaquera. -
Espera... - Las botas giraron sobre sí mismas, haciendo a la rubia partícipe de la visión. La criatura yacía en el suelo, luchando por un aleteo que no llegaba a alzar el vuelo, poco a poco desvaneciéndose. -
Qué coño.... Acércate. Desde atrás, rodéale, buscamos su nuca.La vaquera comenzó a aproximarse con cuidado. Merodeó desde atrás ubicando el peligroso rostro que estaba tendido hacia un lado. La criatura temblaba. Se podía adivinar la musculatura bajo la translúcida piel membranosa que en otro momento habría tenido colores vivos, pero que ahora se veía desvaída bajo un tono cerúleo. Su cuerpo parecía colapsar en estertores, incapaz ya de cargar con su propio peso. Sus alas estaban extendidas y dobladas en una posición extraña, hechas un guiñapo.
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¿Veneno? – murmuró para sí, mas que para el dios. Era algo que parecía similar a cuando un animal sufría envenenamientos. Lo había presenciado, y no siempre era una muerte lenta y piadosa. A veces sufrían de formas horribles hasta que hacían efecto. A pesar de que Legba la mantenía alerta, notó como el espíritu de la vaquera se dulcificaba. Se percató de que incluso esa criatura que muchos considerarían monstruosa en sus últimos momentos removía algún tipo de empatía o ternura en ella.
Y entonces localizaron aquella extraña marca en la parte de atrás de su cráneo, a la altura de su nuca. La herida negruzca parecía necrosada, pero el tejido a su alrededor mostraba un intenso escarlata vívido, como si se tratara de piel sana luchando contra la infección. Si lo mirabas fijamente, casi parecía que los colores palpitaran uno contra otro. Dos titanes peleando sobre el cuello de la antes temida y ahora frágil criatura. Aquello los detuvo en seco a ambos y de algún modo, supieron de manera instantánea que estaban presenciando una aberración que no podían llegar a entender del todo. No era sólo la muerte del animal. Era algo más turbio.
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¿Alguna vez habías visto algo así?Mientras la criatura se debatía entre la vida y la muerte por su pico desgastado se intuían quejidos y gemidos vibrantes que cualquier ser vivo entendería como un agotamiento enfermo. -
No... esto es peor... acércate más- se movió hacia el monstruo respetando los límites del cuerpo que compartían. No fue hasta entonces cuando el Dios comprendió qué movía el corazón de Rebecca. Cualquier otro mortal, más aún uno tan joven hubiese echado a correr. Sin embargo el atisbo mínimo de poder ayudar a ese ser, esa ridícula esperanza, hizo que el miedo fuese transparente a ojos del Sheriff.
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Qué hijo de puta... - Susurró el dios antes de chasquear los dientes -
Esto es difícil. Muy difícil. Tiene un depredador mágico.- Legba se acercó hasta extinguir toda duda -
¿Tienes gallinas, verdad? Necesito una. Blanca. La más blanca que tengas en el corral. Arena pisada por un caballo y una cuerda... Que lo traigan los chicos y luego nos dejen a solas. Si le pudiese dar la luz de la luna, mejor. - Rebecca podía ver el ritual en su mente mientras el dios narraba los elementos necesarios para llevarlo a cabo. Por algún motivo, parecía lógico.
El instinto era algo que la vaquera valoraba mucho. Si bien no sentía miedo y carecía de la perspectiva de la muerte a causa de la enfermedad mental que le moldeaba la psique, también se acompañaba de una temeridad salvaje que la ponía en constante riesgo. Es posible que Legba acabara por replantearse que el cuerpo de la Sheriff habría sido de todo menos una elección segura donde enraizarse para estar a salvo. Claro que el Dios aún tendría que descubrirlo en sus propias carnes compatidas.
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Hecho. – la vaquera accionó el walkie llamando al mozo que había en las cuadras. Era uno de sus hombres de confianza, de los que más tiempo llevaba con ella. De hecho fue el primero que supo las nuevas circunstancias y para sorpresa del Dios, su única opinión al respecto es que su nuevo aspecto le favorecía.
El hombre se reunió con ellos en la parte trasera. Llevaba la cuerda en un rollo colgando del cuello, mientras en la diestra cargaba un cubo metálico lleno de tierra y la gallina que había cogido del gallinero. No es que fuera experta en gallinas. Nunca le había importado el color. No hasta que el Dios lo mentó y fue enseñando en su mente los requisitos del ritual.
-Por todos los diablos. ¿Qué es eso? – gruñó el hombre mirando a la Sheriff y después a la criatura moribunda.
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Un Kongamato. Ha caído en la propiedad.El hombre enjugó la frente, dejó las cosas a sus pies, sin dejar de echar ojo al animal que continuaba lanzando gemidos agónicos.
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¿Necesitáis ayuda? – preguntó, aunque su cara no daba lugar a que aquella cosa le estaba poniendo de lo más nervioso.
“No merece la pena, mírale. Está deseando irse... Su energía para el ritual no hará más que contaminarlo" Dijo el dios hacia el interior de su cabeza, evitando así que el ayudante lo escuchase y permitiendo a Rebecca poner una excusa más...amable.
Una vez el joven se marchó Legba retiró los habituales guantes de sus ahora diminutas manos, tomó la cuerda entre sus ajadas palmas y se acercó a la criatura sin dudar. Con un movimiento rápido le sostuvo el pico terminando así con gran parte de sus quejidos. El animal forcejeó pero fue en vano, estaba al borde de la muerte y ambos lo sabían. En cualquier otra circunstancia la vaquera ya estaría desangrada sobre el suelo. -
Dime, ¿sabes desplumar gallinas?Cuando el Dios le preguntó sobre si sabía que hacer con la gallina, su rostro moreno dibujó una media sonrisa.
-
Tanto como tu sabes fumar. - Sabía que ese mal vicio del dios había sido un tema controversial entre ambos, pero poco a poco se habían hecho el uno a la otra hasta conseguir crear un balanceado equilibrio, que aunque precario, había empezado a funcionar.
Tras inmovilizar a la criatura, asegurando que sus fauces no supondrían un problema, continuaron con la siguiente parte del Ritual con que el Dios ilustraba poco a poco sus pensamientos en esa especie de maraña compartida que ahora era su mente compartida.
Entre el dios y la vaquera había surgido una simbiosis que ni siquiera el arcano podía haber predicho. Encajaron como los pluviales y los cocodrilos. Parecían destinados a matarse el uno al otro y sin embargo su conjunción sólo les hacía más dichosos. Despellejaron rápido al ave juntando todas las plumas en el mejor estado posible. -
Ahora las dejamos juntas, en el centro - dijo mientras dibujaba un símbolo con los dedos en la mezcla de arena y barro del suelo-
Y tenemos que dibujar este símbolo con su sangre. El animal debe comer su carne, con que un trozo atraviese su garganta bastará.La vaquera siguió las instrucciones del Dios sin problemas. Era mucho más fácil cuando él tenía la posibilidad de participar en la ejecución de su plan. Aún había momentos en los que ella ejercía resistencia, pero eran apenas situacionales. Momentáneos. No como al principio, en los que había recurrentes intentos de intromisión en la intimidad del Dios, o llamadas constantes al vacío, como él las había llamado.
-
¿Crees que intentará comérsela si simplemente se la damos? – la criatura ni siquiera trataba de aletear ya. La vaquera negó con la cabeza. Con la navaja que llevaba en las botas cortó un tozo de la carne, y se aproximó a la criatura. Se sentó a horcajadas sobre su cuello y con esfuerzo, levantó el enorme cráneo un poco hacia arriba. Los ojos del Kongamato mostraban una especie de neblina blanca, como una catarata. Aflojó con cuidado la cuerda permitiéndole abrir espacio suficiente para introducir el trozo de carne. El movimiento debía ser rápido. El trozo cayó entre las mortales fauces de aquella cosa y ella volvió a apretar el nudo de la cuerda. El animal aleteó de nuevo, y trató de menear la cabeza lo que pudo, pero estaba lo bastante débil e inmovilizado para manejarlo. El Dios sabía que aquello eran las últimas fuerzas que le quedaran, porque en su estado natural, los Kongamatos tenían una fuerza formidable. La vaquera estimuló el cuello del animal, acariciándolo con delicadeza hacia abajo, forzando así el impulso de tragar.
Ya estaba el ritual preparado, sólo quedaba la parte más peligrosa. A Legba le sorprendió de nuevo el arrojo de aquella chica. No le temía a absolutamente nada, siendo mortal...
Se dejó llevar mientras cumplía sus peticiones, incluso cuando se posicionó sobre la criatura deslizando la carne en el interior de la garganta del Kongamato. Consiguió forzar que la criatura tragase a pesar de ser algo nuevo para ella. Legba no pudo evitar sentir la dopamina de un trabajo físico bien hecho. El animal poco a poco se relajó, quejándose cuando se separaron de él, pero parecía que tenía más luz.
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Ahora... me temo que debemos esperar - Las plumas del bol habían desaparecido y poco a poco la criatura dejó de rezumar ese aroma tan intenso y penetrante que se hacía inolvidable.
Rebecca se retiró para poder dejar espacio a la criatura, siguiendo las instrucciones del Dios, y también esa especie de apuntes físicos que solía darle a modo de sugerencias. El ser pareció retorcerse un momento, antes de relajar todos sus músculos cayendo en un leve estado de relajación que parecía imposible hasta hace unos momentos. No lo sintió como que estuviese muriendo, si no como si alguien hubiese conseguido atenuar el fuerte dolor que estaba padeciendo.
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¿Qué estamos esperando? – preguntó casi para su propio cuello entre dientes, como si aquellas palabras pudieran llegar a perturbar el orden en que debía sucederse el ritual.
La respuesta se demoró un par de minutos, en los que Rebecca comenzó a dudar de si aquello de verdad iba a ser de utilidad. Los mortales siempre eran así cuando se trataba de lo que se escapaba a su entendimiento. Ansiosos, incrédulos y con esa necesidad constante de inmediatez. La criatura entonces alzó la cabeza con dificultad, y graznó desde su garganta de un modo aterrador. Sus ojos negruzcos se abrieron, cubiertos por una película acuosa, y comenzaron a volverse blanquecinos, hasta que opacaron por completo su visión. Su piel se aclaró más y más, convirtiéndose en una materia traslúcida tan clara que por debajo se podían adivinar sus venas y musculatura. Sus gorjeos roncos dejaron paso a una exhalación tan prolongada que era imposible que fuese del aire escapándose de su cuerpo. Presenciaron aquel suceso, paralizados, una por no saber lo que significaba… y el otro por saberlo. La piel comenzó a ennegrecerse desde la zona de la extraña lesión, se extendió a través del cuerpo de la criatura, y su piel se cuarteó como un cuero viejo que alguien deja bajo la intemperie de un sol abrasador, arena y sal. La vida se le escapó con rapidez, pero su cadáver aún continuó cambiando tiempo después de morir. Continuaba consumiéndose, deshaciéndose como la arcilla cuarteada. Cuando todo acabó, ni siquiera quedaba cadáver. Se convirtió en un polvo tan fino que desapareció, sin dejar otro rastro que la cuerda, y para su sorpresa, el rastro de la gallina que le habían forzado a tragar.
-
Esto no es bueno. - Sintió que los dos se combinaban para decir eso. Una sensación de angustia le recorrió el cuerpo, sabiendo que había perdido sin remedio a una bella criatura que había sufrido mucho, y sin embargo, también tuvo la certeza de que para cuando llegó hasta ellos, ya estaba muerta. Lo que fuera que le hubiera hecho esa herida, había tenido un efecto en él que sólo había prolongado algo que esa especie de mordisco selló en el momento exacto en que taladró su piel. Aquello era peligroso.
Muy peligroso.
-
Sea lo que sea lo que le hizo eso, hay que ir a por él. - dijo la vaquera, antes de acercarse y recoger los restos que quedaban de manera ordenada. Sintió la necesidad de hacerle una especie de pequeño altar, algo que le resultó curioso, puesto que no se consideraba una persona espiritual en absoluto. Puede que el impulso se debiera a las influencias o cultura del Dios que ahora convivía en su interior. Cuando terminaron, volvieron al interior de la casa.
Tras una larga conversación meditativa, y no sin cierta reticencia por parte de la Deidad africana, la mujer tomó la determinación de buscar a alguien que pudiera serle de ayuda. Contactar con los miembros del B.P.R.D era imposible, ya que la institución ni existía, después de los acontecimientos con los jinetes del apocalipsis. Su segunda mejor opción era Sloan, pero no consiguió localizarle. Otro que se había desvanecido de la faz de la tierra como si no existiera. Se sentó en el sofá, con Jodie sobre las rodillas, acariciando de manera distraída las cuerdas, dejando escapar unos tonos ligeramente erráticos, concentrada en aquellos movimientos. Dejó resbalar el culo sobre la tela, repantigada mientras dejaba que sus ojos rojizos se perdieran contra el techo. Su mente se perdió, y en ella, brilló la breve estela calenturienta de un recuerdo.
Lo tengo. - susurró, mientras la calavera blanca sobre su rostro dibujaba una sonrisa decidida. -
Tu puedes ayudarme a encontrar a un tipo, ¿verdad? Se llama Ahrión. Es mago. Seguro que puede ayudarnos.Un bufido gutural de desagrado salió de la boca del guardián, ahora también de la humana. En la cabeza de Rebecca sin proyectar voz, pudo escuchar -
Los atlantes son soberbios, arrogantes... ¿no hay otra elección? - luego cayó en la cuenta y frunció el ceño-
¿De qué coño conoces a Arion?-
Lo conocí en una subasta. Conseguí un par de cosas bien conservadas para mi colección de armas y un buen polvo. - la vaquera sonrió con satisfacción -
No me pareció arrogante, aunque es difícil que un hombre lo intente cuando estás a horcajadas sobre él. La mayoría tienen suficiente con no echarse a temblar. - respondió divertida la vaquera en voz alta mientras reconsideraban su siguiente movimiento. No creía que fuese a conseguir nada en plena noche cerrada. -
Deberíamos dormir. Tratar de descansar, e ir mañana a primera hora, en cuanto salga el sol. ¿Es tiempo suficiente para ti?Una risa con eco, grave y poderosa se expandió por el cráneo de la mujer.-
Mira al hechicero asaltacunas... quien le ha visto y quien le ve. -sonrió con una sorna que sólo Rebecca pudo notar-
Si tenéis buena relación servirá... puedo llevarte pero seguramente te marees. Descansa cuanto quieras, estaremos en Atlantis en Media hora desde que nos despertemos.-
¿Asaltacunas? - preguntó la vaquera, con genuina sorpresa. -
¡Por la sonrisa de Cat Ballou, qué valor! - se rió en alto con toda franqueza. -
Cuántos años tienes? ¿Y no has entrado en mi cuerpo como te ha dado la gana? - le recriminó, aunque ya no quedaba nada de ese rencor de los primeros días. Se habían habituado al otro mucho mejor de lo que el Dios habría esperado, también para sorpresa de la vaquera. -
Hasta me has hecho fumar. Tu eres el único que está malogrando aquí a la juventud. - se carcajeó, mientras entraba en el interior del rancho, dispuesta a caer rendida, no sin antes hacer los últimos preparativos para la ardua tarea que se avecinaba en cuanto despuntara el sol.
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Legba había procurado ser cuidadoso a la hora de llevar a cabo determinadas cosas dentro del cuerpo mortal. Su intención era pasar desapercibido todo el tiempo que pudiera, pero aunque la adaptación había salido mucho mejor de lo que los dos pensaban, la terca obcecación de la vaquera y su ausencia de miedo le estaban dificultando ciertas cosas. Estaba dispuesto a dejarla usar el Smoke para ir a buscar a Ahrión, pero no quería que la joven se acostumbrara. La experiencia para él también era distinta. Mucho más vertiginosa.
Por la mañana, tras un desayuno frugal, se prepararon para el viaje. El dios necesitaba, lo primero, ser capaz de percibir los rastros mágicos de Ahrión, para poder localizarlo. Luego, bastaba con contactar con su intermediario, informarle de dónde quería ir, y que fuesen transportados gracias al humo.
Ambos notaron el hormigueo a través del cuerpo de la vaquera, antes de percibir esa sensación de liviandad. Como el instante antes de sucumbir a un desmayo. El humo se adueñó de su cuerpo físico compartido, incluso a pesar de que hubiera una leve resistencia por parte de la vaquera. Quedó convertida en una suave estela que se desvaneció en el aire, mientras recorrían la distancia que los separaba de la atlántida.
Su cuerpo se reformó bajo el mar…
Y los dos se percataron del tremendo error que habían cometido, cuando las aguas heladas les mordieron la carne, y el aire se les escapó de los pulmones por la presión, haciéndoles tragar una bocanada de agua salada. Trataron de contener en su cuerpo el poco oxígeno que les quedaba, mientras ambos quedaban en shock durante un instante.
Un pequeño tropiezo por parte de Legba, no considerar que aquel cuerpo humano
necesitaba respirar. Abrieron los ojos bajo el agua, tratando de enfocar algo. Imposible. Sólo ganaron un escozor insoportable. Comenzaron a manotear, hacia ninguna parte. Algo les embistió con fuerza. Los arrastró, de una manera violenta y rápida sin que pudieran hacer más que agarrarse.
Cuando quisieron darse cuenta, el aire les llenó los pulmones de nuevo de una manera deliciosamente dolorosa. Tosieron con fuerza, hasta que llegaron las arcadas, y vertieron el contenido de su estómago sobre el suelo. Sus pupilas rojas estaban envueltas en una ardiente irritación a causa de la sal, las lágrimas descendieron de sus ojos, pero pasaron desapercibidas gracias a que estaban totalmente empapados.
¡¿QUÉ COÑO HA PASADO?! - gritó la vaquera, en cuanto pudo recuperar el habla, para después jadear con extremo esfuerzo, tratando de recuperarse lo antes posible y ver si era capaz de entender qué había sucedido.
“Mal cálculo... mea culpa. Pero…¡Estamos vivos!”Tenía suerte de que la vaquera tuviera que preocuparse por cosas como recobrar el aliento. Sólo eso impedía el rapapolvo que estaba seguro que habría sobrevenido después.