Inmortal.

Hace no mucho tiempo, muy lejos de aquí, un hombre y su nieto salieron de su casa, y se fueron a pescar. El hombre se llamaba Sven, era alto y una barba plateada enmarcaba su rostro surcado de arrugas, como los nudos del tronco de un roble centenario. El muchacho, de nombre Alrick, lo ayudaba llevando parte de los aparejos de pesca, y seguía sus pasos, ya que desconocía el camino. Tras un tiempo andando, alcanzaron su destino. El sol ya estaba alto en el cielo cuando se sentaron en la fresca hierba, y echaron los anzuelos a las aguas del fiordo con la esperanza de que algún pez descuidado cayera en la trampa.

Charlaban animadamente: Sven le había prometido enseñarle a pescar, a cazar y a escalar aquel verano. Todo con tal de mantener entretenido al pequeño Alrick mientras sus padres estaban fuera, haciendo negocios. Aquel año apenas habían estado tres meses en casa. Pero por suerte, el niño lo llevaba bien. Era un muchacho enérgico y alegre, tal y como demostró cuando picó su primer pez. Tiró del sedal entre risas y exclamaciones de alegría, animado por su abuelo. Pero, cuando casi lo había conseguido, una centella blanca voló a ras del agua, llevándose el pescado y la alegría del niño prendidas en el pico. El pajarillo, un charrán, los miró un momento con sus ojos negros y brillantes, posado en una roca, antes de comerse el pez. Alrick se entristeció mucho, y se levantó para volver a casa, creyendo que había estado perdiendo el tiempo. -¿A dónde vas, Al?-Preguntó el anciano, con aquella voz profunda y tranquilizadora de quienes han vivido mucho. -A casa... Soy un desastre, ¿no lo ves?-Musitó él, entre sollozos mal contenidos. -No sirvo para pescar, como tú...-El señor Marken sonrió bajo su tupido bigote, y palmeó el suelo a su lado, invitando a su nieto a sentarse junto a él. -No estés triste, anda. ¿Sabes lo que era eso?

-Sí... Era un pájaro, pero no lo había visto nunca antes...-Alrick se enjuagó los ojos con el dorso de la mano, y se acercó. Al principio titubeante, finalmente con más determinación: Había aprendido a intuir cuándo había una historia que escuchar. Así que se sentó junto al antiguo leñador, y la historia dió comienzo, acompañada del susurro de la brisa veraniega y el murmullo del agua marina.

Hace mucho, mucho tiempo, no muy lejos de donde Sven y Alrick se encontraban, los primeros hombres despertaron a la vida. El mundo era muy diferente por aquel entonces. Aunque el universo llevaba una eternidad creado, la Tierra aún parecía inacabada: Un planeta indómito, habitado por criaturas salvajes. No muy lejos del lugar en el que el anciano y el niño pescarían miles de años después, los primeros hombres del lugar aprendieron a hacerlo. También aprendieron a hacer fuego, a ayudarse entre sí, a amarse, a cuidar de los niños, los débiles y los enfermos. A vivir. Pero, una noche, aprendieron también el significado de la muerte. Ragnar había visto pasar trece inviernos cuando el primer miembro de su tribu no logró levantarse una mañana, tras ser malherido por un oso. Los mayores se asustaron mucho, lo discutieron durante todo el día. Aquello nunca había pasado antes. Cuando llegó el siguiente atardecer, se llegó a la conclusión de que no había nada que hacer. El primer muerto de entre los hombres fue enterrado bajo un abeto, dejando tras de sí un clan consternado ante la idea de su propia desaparición. Ragnar lo vió todo, y decidió que él no quería morir.

Las estaciones se sucedieron. El niño se convirtió en un joven guerrero, con cabellos de cobre pulido y piel bronceada por el brillante sol del norte. Encontró una mujer de su agrado, y tuvieron hijos. Disfrutó del tiempo que se le había dado al nacer, aún sin intenciones de dejarse llevar por la muerte. No había olvidado la decisión que tomó ante el cadáver del primero en caer. Pero todos los hombres envejecen, ahora y en tiempos de los primeros hombres, y Ragnar no fue la excepción. Sus cabellos se cubrieron de nieve y sus fuerzas mermaron, el frío habitó en sus huesos y el dolor anidó en su espalda. Le quedaba poco tiempo, él lo sabía. Así que una mañana, al alba, hizo lo único que podía hacer... Llamó a Muerte, y ella acudió a su llamada.

-Aún no es tu hora, Ragnar. Aún no debo llevarte.-Muerte, en aquellos días, era una mujer hermosa, con la piel blanca como la nieve y la melena negra como el cielo nocturno. Vestía un vestido confeccionado con la piel de un oso negro, como el que había herido al primero en morir, y de su cuello pendía un ankh de plata. Sus ojos habían visto como todos la temían, y en el fondo, la odiaban. Por que la vida es maravillosa, y todo lo que vive teme que el Más Allá sea peor. Eso era lo que le pasaba al viejo Ragnar: Amaba la vida, la amaba más que a su mujer, que ya había partido; más que a sus dos hijos, que lo habían relevado en el papel de guerreros; más que a su hija, la mujer más bella que había visto la luz del Sol. -Lo sé, señora. Sé que si no muero hoy, será mañana, he vivido mucho.-Dijo el viejo, con toda la humildad de la que era capaz. -Y por eso quería pedir un último deseo.-Muerte iba a irse, pero cuando escuchó esas palabras, no lo hizo. Que un mortal hiciera aquello... Hablar con ella de un modo más o menos normal, sin rogarle que se fuera ni enfadarse... No ocurría a menudo, ciertamente. -¿De qué deseo se trata, Ragnar?-El humano, viendo que había conseguido atraer su atención, se animó un poco y continuó con su petición. -Verá... Siempre he querido volar. He deseado ser como un pájaro toda mi vida, y ahora que voy a morir... Me gustaría cumplirlo.

Era una petición extravagante, sin duda. Los humanos no dejaban de sorprender a Muerte, que había visto muchas clases distintas de criaturas, aunque ninguna comparable a esta. Así que no tuvo inconveniente en hacer realidad el deseo del viejo guerrero. -Está bien, Ragnar. Te transformaré en ave, pero cuando caiga la noche, vendré a buscarte. ¿Estás de acuerdo?-Su interlocutor asintió con la cabeza, sonriendo con gratitud. -Por completo. Mil gracias, señora Muerte.-Y dicho esto, ella hizo un gesto con la mano, y el hombre fue pájaro. Muerte creó un animal nuevo para aquel propósito. Las plumas tomaron el color de las nubes, blancas y grises; la cabeza, de las cenizas de la hoguera con la que Ragnar de había estado calentando; y las patas y el pico se hicieron a semejanza del fuego que ardía en esa misma hoguera. Ragnar había sido transformado en un charrán. El astuto pájaro no perdió el tiempo que se le había dado: Voló muy lejos, hacia el sur, siempre atendiendo a la dirección del sol para que jamás se le hiciera de noche. Y vio el mundo.

Cuando finalmente llegó al Polo Sur, esperó allí. En los polos, seis meses al año es de día, y otros seis, de noche. Así que para él, no se había puesto el sol, y la Muerte no pudo ir a buscarlo. Cuando sintió que el sol comenzaba a declinar allí donde estaba, emprendió el viaje de vuelta, siempre bajo la luz del día. Sus rápidas alas le permitían huir del tiempo... Y Ragnar no murió, por que Muerte es justa, y cumplió su pacto.

-Pero abuelo... Eso es sólo un cuento, ¿Verdad?-Alrick había escuchado toda la historia, conteniendo el aliento de pura fascinación. Se había olvidado por completo del pez y de la tristeza por haberlo perdido. La verdad sea dicha, se había olvidado del mundo actual, para viajar a un lugar en el que Muerte caminaba por la Tierra, donde todo era posible. -Claro que es sólo un cuento, Al... Pero ya sabes que todos los cuentos tienen algo de verdad en su interior.-Se había hecho tarde, y el Sol se disponía a desaparecer por el horizonte. El cielo se teñía poco a poco de púrpura y dorado, y Venus hacía su aparición en la parte más oscura del firmamento. -Será mejor que volvamos a casa. Se va a hacer de noche.-Sven sonrió a su nieto afablemente, y se levantó. Alrick lo imitó, sin dejar de dar vueltas a sus palabras y a la extraña historia que acababa de escuchar. Buscó con la mirada al charrán de antes, pero... No estaba. Eso hizo esbozar una gran sonrisa al niño. Ragnar se había marchado, volando, para continuar su viaje.