Prueba de Rol Anthony E. Stark

Las suelas de aquellos zapatos italianos insultantemente caros chirriaban al entrar en contacto con la superficie grisácea del taller, un sonido al que decidí poner fin deteniéndome en seco. Respiré profundamente tras cerciorarme de que tanto aquellos pantalones de pinza oscuros, como la camisa color azul permanecían en perfecto estado. Mantenerme impoluto en aquel, mi espacio,  plagado de aceite de motor y herramientas mecánicas constituía todo un reto.  El rastro húmedo que cubría mi frente, así como el leve temblor que alteraba el desempeño motor de mis dedos, me inducía a ocultarme bajo el capo del Ford Flathead Roadster de 1932. Aquel coche era como yo, un proyecto a largo plazo. Aunque le dedicara un número ingente de horas jamás sería capaz de terminarlo. Esto no sólo se debía a la dificultad para la adquisición de piezas dada su antigüedad y exclusividad, además, era un vehículo con historia. Aún recordaba con nostalgia el día que mi padre se presentó en casa con aquella chatarra, pese al extendido óxido y a la carencia de carrocería, mi padre me aseguró que se trataba de una pieza única. Aquello motivó que pasáramos largos días encerrados en el garaje, tratando de ofrecer múltiples soluciones a un problema que en apariencia carecía de ellas. Aunque el coche permanecía anclado al mismo eje, era de los pocos objetos de él que había decidido conservar. Quizás, por el simple hecho de que me negaba a rendirme cuando de mecánica se trataba o tal vez, porque perduraba en mi el recuerdo de una promesa: hijo, algún día funcionará, te lo aseguro.  


-Ni se te ocurra-intervino Pepper haciendo uso de aquel tono amenazador que reservaba para ocasiones especiales. Observé como cerraba la puerta de seguridad a sus espaldas y avanzaba hasta mí esquivando todo aquel objeto que entrara en conflicto con sus imposibles zapatos de tacón.

-Siempre supe que no debí darte esa contraseña-puntualicé alzando una ceja. Ella también permanecía impoluta bajo aquella aura que le confería su traje blanco de Valentino.

-Muy gracioso-musitó después de dejar brotar una ínfima risa. –No pude evitar darme cuenta de que no habías seleccionado una corbata adecuada para la ocasión…-añadió de manera mordaz tras enseñarme la pequeña muestra de diversos colores que había seleccionado de mi armario.

-No, no quiero corbatas-desestimé realizando un teatral aspavientos con las manos. La actitud inquisidora de la señorita Everhart serían suficiente opresión para mi cuello.

-Tony, es una ocasión especial. Me prometiste que harías esto por la empresa…-titubeó contemplándome con desesperación. Lo cierto es que prefería escuchar mil gritos suyos que observar una sola mirada defraudada.  

-Está bien, elige la que prefieras-acepté con desgana.

-La roja-decidió rodeando mi cuello con la tela carmesí. –Ya sabes…-susurró obligándome a percatarme del color rosáceo que coloreó sus mejillas, a la vez que evitaba que nuestros ojos entraran en contacto. –Por Ironman-finalizó con una sonrisa temblorosa resaltando la obviedad de su elección.

-La señorita Everhart está en el salón, señor-informó Jarvis antes de que me dignara a intervenir, hecho que motivó que cerrara bruscamente los párpados.

La cercanía motivó que apreciara la sutil fragancia a vainilla y canela que desprendía Pepper, por lo que intuí que ella se habría percatado también del aroma a whisky añejo que emanaba de mis labios en el momento que me tendió un paquete de chicles. –Gracias-susurré obteniendo un simple movimiento de cabeza como recompensa.

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El halo de luz producido por el décimo quinto flash me obligó a parpadear ligeramente aturdido.

-¿Tienes buenas fotos?- inquirió la reportera a su subalterno.

-Por supuesto, el señor Stark siempre queda bien-dijo el fotógrafo mirándome con un brillo peculiar en la mirada, un centelleo juguetón que combinó estratégicamente con un golpe de estola previo al abandono de la habitación.

-Juraría que su fotógrafo estaba coqueteando conmigo-afirme aferrándome nerviosamente al sofá color crema. Sin embargo, las dos mujeres que me acompañaban optaron por ignorarme mientras continuaban acordando los términos de la entrevista. –Vale…-canturreé alisando frenéticamente la raya de mi pantalón mientras mantenía un ojo avizor sobre aquella puerta entreabierta.

-Muy bien, empecemos-anunció la reportera depositando una grabadora sobre la lujosa mesa de café. Busqué con urgencia un gesto tranquilizador en Virginia, hecho que pareció comprender en el momento que me dedicó un leve asentimiento. –Cuénteme, ¿a qué se va a dedicar Industrias Stark si no va a seguir con la fabricación armamentística?- preguntó con una pasmosa tranquilidad.

-Vaya, ¿sin preámbulos, señorita Everhart?- inquirí sardónico, haciendo referencia a la primera vez que nos vimos.

-Su asistente personal me ha puesto muchos peros y ahora mismo, a nadie le interesa saber cuáles son sus hobbies-escupió señalándome la grabadora de manera compulsiva.

-Lo cierto es que he descubierto que estaba equivocado. Mi socio mayoritario, el señor Obadiah Stane le estaba vendiendo mis armas, mis creaciones… a los enemigos que buscan reducir nuestro país a cenizas, Señorita Everhart. Creí que estaba aportando algo a la sociedad, al futuro… pero sólo estaba enriqueciéndome con la pérdida de vidas in inocentes. Por lo que ahora mismo y para siempre, Industrias Stark se dedicará al desarrollo de medidas tecnológicas que fomenten la sanidad, la educación y el progreso cibernético-confesé con vehemencia.

-¿Qué cree que opinaría su padre? Él estaba a favor de la dimensión armamentística…-añadió incrédula.

-Creí que habíamos quedado en que no mencionaría a su padre-intervino Pepper haciendo referencia a una de las cláusulas pactadas para aquella entrevista. Cláusula que, por supuesto, yo desconocía.

-Mi padre tuvo que tomar decisiones difíciles, al igual que hicieron todos aquellos que estaban implicados en el proyecto Manhattan o en cualquier otro proyecto con claros carices bélicos. Eran otros tiempos y parecían ser las mejores medidas que podían tomarse, sin embargo, puede que ahora no lo sean-aclaré con la mirada puesta sobre la reportera, suplicando porque aquella intervención no me costara una nueva discusión con mi asistente.

-¿Quiere decir con esto que pretende redimir las acciones de su padre?- preguntó cruzando los brazos sobre su regazo.

-Puede que saque esta frase de contexto en su artículo pero ya tengo bastantes acciones mías que redimir. Mi padre está muerto pero no su legado y mi misión, es impedir que este caiga en las manos equivocadas. Legado en el que incluyo al Mark XLII, mi armadura de combate-dije colocando la palma de mi mano sobre mi pecho. En el momento que mi piel entró en contacto con la tela, esta se adhirió al reactor ARC proyectando un leve destello azulado.

-Hábleme de la armadura, ¿que lleva a un hombre como usted a defender el mundo?-inquirió invitándome a la reflexión.

-La primera vez que me la puse fue para salvar a un hombre, a un amigo...-musité desviando mi atención a la relajante marisma del acantilado, visible a través de los amplios ventanales del salón. -Pero no pude y... -fue entonces cuando la voz de la reportera me interrumpió.

-¿Estaba asustado?-se interesó.

-Sí, estaba muy asustado. Pero fue en Afganistán donde descubrí el daño que le había infringido al mundo e incluso, a mi mismo...-puntualicé con un opresivo nudo en la garganta.

-Vaya, un moribundo con una visión-mascullo restándole importancia a mi intervención. -Eso no explica su actividad heroica, sus métodos son poco ortodoxos y son responsable de la pérdida de edificios públicos, bloques de viviendas y demás. ¿Se arrepiente de algo?-indagó volviendo a adoptar una actitud hostil.

-Sí, de no haber permanecido más tiempo en aquella azotea-confesé haciendo que Virginia se removiera incómoda en aquella silla de diseño. -Y no, aquel día no llevaba puesta la armadura, tan solo un esmoquin-musité adelantandome a la siguiente pregunta de la periodista.

La escena de la terraza (0:27-0:58):

Esta, tras intuir que no podría sacarme más información al respecto, optó por buscar la popularidad y el sensacionalismo de una manera diferente. -Hablando de la armadura... ¿podríamos fotografiarla?- cuestionó con palpable expectación, atraída por el interés de una buena noticia.

-He dicho que quiero protegerla…-dije conteniendo una bocanada de aire durante un par de segundos-eso, señorita Everhart, también incluye protegerla de miradas indiscretas-añadí poniendo un abrupto final a la caótica entrevista.

"Sí, parecía que me había ganado esa maldita discusión con Pepper" pensé.