Ahí estaba el hombre que llevaba ya una hora esperando, sentando en su sillón de cuero rojo, moviendo el pie de forma impaciente porque su cita no había llegado aún. Pero claro, el problema era que este no sabía que estaba allí, aunque acabase de llegar de hacía relativamente poco.
-¿¡Cuanto más pretende hacerme esperar ese cabrón?!- gritó ya histérico el negociante, echándose las manos a la cabeza.
Slade dibujó una sonrisa sutil en sus labios bajo su máscara, dando un paso al frente y apareciendo desde las sombras de una de las esquinas de la habitación, detrás de él, poniendo la mano tranquilamente en el susodicho sillón.
-Yo que tu moderaría ese lenguaje, a menos de que quieras perder tu lengua.
Su voz sonó penetrante, algo metálica, y con un ligero toque de ironía. Y el hombre se calló repentinamente, encogiéndose como lo hacían los gusanos. Una tensión repentina llenó el ambiente entero, mientras que el sudor empezó a crearse en la frente del ricachón, cayéndosele una gota por el costado derecho de la cara.
-D-Deathstroke. Por fin estás aquí, viejo amigo....
-No me vengas con idioteces. Dime qué quieres, y lo más importante...
Slade empezó a caminar alrededor de la silla, pasando por la mesa del despacho y terminando por sentarse en la silla de enfrente. Su penetrante y sombría mirada fue directa a la del contrario, mirándole de forma imponente y amenazante.
-cuanto será.
El hombre resopló. Los latidos de su corazón seguramente irían a mil por hora, y no era de menos. Todo aquel que había oído hablar o conocía un mínimo a aquel mercenario rezaba porque no fuese su víctima, sino su "aliado".
-6 millones de dólares. Te daré esa cantidad, incluye lo que necesites comprar para llevar a cabo el atentado...
-Bien. Y donde están?
-Deathstroke, no puedo dártelos ahora, tienes qué...
-Perdona, igual no he formulado la pregunta bien. O estás sordo. ¿Dónde están?
Difícilmente se pudo negar a la petición del asesino, y eso demostró que al menos era un hombre mínimamente inteligente. Se agachó bajo su mesa y buscó entre los cajones, hasta que sacó un maletín de hierro, poniéndolo pesadamente en la mesa y abriéndolo. Miles de billetes bien ordenados estaban ahí.
-Bien, déjame contar. Mil, dos mil...
Pero antes de que siguiese, la mano de Slade se apoyó en el maletín, cerrándolo repentinamente. Casi le cortaba los dedos al otro.
-Con todo esto me doy más que por satisfecho. Gracias por tu donativo.
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I don't like having my time wasted.