¿Elysia o Elissa?

El reloj empezó a pitar con ese sonido estridente que tanto odiaba y me entraron unas ganas terribles de mandarlo volando al otro lado de la habitación. Pero lo primero qué pensé fue que no podía pagarme otro, así que lo apagué con normalidad y miré la hora con cara somnolienta.

-Oh mierda ¡joder! - aparté las sábanas con rapidez y me levanté corriendo a preparar el desayuno. Aunque quizás tendría que haber preparado mejor la comida.

Eran las doce del mediodía y me estaba llevando a la boca una cucharada de mi bol de cereales con leche de soja y un par de tostadas con mermelada. 

Lycos parecía haber ladrado toda la mañana, pero cuando dormía profundamente ningún Malamute de Alaska podría despertarme. El perro empezó a correr por todo el comedor y a ladrarme, inquieto y enfadado.

-Si, si, lo se...lo siento... - 

Mi perro no come, ni necesita ir al baño, solo tengo que sacarlo a pasear al menos tres veces al día. Y para una responsabilidad que tengo con él me es siempre imposible cumplirla. Nunca tengo tiempo de nada, ni siquiera para mi.

Me comí lo que quedaba de la tostada casi a la vez que abría el agua de la ducha. Empecé a enjabonarme con prisas y no tardé en aclararme y secarme. Me vestí con lo primero que encontré y busqué por la mesita la correa de Lycos. ¿Dónde la habría metido esta vez?

Busqué por encima de la mesita, abrí y cerré cajones y cuando ya casi había perdido la esperanza me di cuenta de que el perro llevaba demasiado tiempo callado. Al girarme me encontré a Lycos mordisqueando la correa, y saltando de alegría. Estaba contento de que por fin le sacara a pasear.

Aquello no fue un paseo, más bien fue una carrera. Cuando salimos a la calle, empecé a correr por toda la manzana y Lycos se entusiasmó igual, le encantaba trotar por la calle y saltar a mi alrededor. Pobre animal, me daba mucha lástima tenerlo casi siempre encerrado en casa, aunque el bicho fuera de papel y lápiz.

A las dos  en punta regresamos a casa y preparé un par de salchicas en la sartén para comer. Me llevé el plato a la habitación y rápidamente empecé a remover folios, a sacar la tinta y los lápices. Ajusté la altura de la mesa de dibujo y me puse manos a la obra.

Tenía un encargo bastante importante para la editorial que me contrataba de vez en cuando para las nuevas portadas de los X-Men. Había empezado bastante tarde así que...

-Seguramente esta noche me quedaré sin dormir otra vez...- suspiré, viendo como el trabajo se me acumulaba lentamente sobre la mesa.

Pasaron las horas y cuando llegaron las ocho de la tarde ya tenía ganas de tirarme de los pelos. Lycos no me ayudaba, ladrando y correteando por toda la casa, y todavía me quedaba terminar la tinta y pintar la ilustración. Me sentía cansada y frustrada, no podía ser que fuera tan lenta, pero estos días no me encontraba muy bien. Estaba algo desanimada.

Por suerte tenía toda la noche para terminar el trabajo así que...

De repente la tierra se movió y me agarré bruscamente a la mesa para no caerme. ¿Qué estaba pasando? ¿Aquello era un terremoto? Los lápices y los muebles empezaron a temblar y Lycos ladraba cada vez más rápido y más fuerte. Entonces, surgió un destello violeta en mi ventana que me dejó confusa un buen rato.

Cuando el terremoto terminó respiré tranquila e intenté continuar con mi trabajo. Era raro que hubieran terremotos tan bruscos y tan fugaces en Nueva York, pero aquello ya no me preocupaba puesto que en mi cabeza seguía pensando en que tenía que terminar de... 

-¡Nonononono! - exclamé al ver que la tinta se había derramado por todo el dibujo. Maldecí el terremoto en todos los idiomas que conocía e intenté limpiar el dibujo, pero ya era demasiado tarde. Aquello no se podía arreglar. Por suerte aún tenía la copia a lápiz y volví a imprimirme el boceto, para repasarlo de nuevo a tinta.

Entonces me di cuenta de que algo en mi habitación no iba bien. ¿Dónde estaba mi póster de Lobezno? No estaba en su sitio... y ¿las sábanas? ¿Porqué eran azules? Juraría haber dormido hoy en las verdes...

Parpadeé dos veces confusa y salí al pasillo. El sofá viejo no estaba, en cambio, había un sofá-cama rojo vino en el comedor, un sofá enorme con una tele de plasma al lado. Espera, ¿qué? ¿Qué hacía una tele de veinte pulgadas en mi comedor cuando yo no había comprado ninguna? 

Miré asombrada el resto de habitaciones, con cautela, y me di cuenta de que las cosas habían cambiado de sitio. Mi apartamento era diferente, y algunos muebles habían desaparecido o habían sido sustituidos por otros muy diferentes.

Me dejé caer en una de las sillas del comedor y realmente me planteé si estaba teniendo alucinaciones. ¿Todo aquello no era nada más que un sueño? ¿o tantas horas seguidas de trabajo me estaban empezando a pasar factura?

No sabía que hacer y de repente escuché la puerta del ascensor y pasos en el recibidor. Un zarandeo de llaves detrás de la entrada principal y alguien al otro lado empezando a girar el pomo de la puerta. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién estaba entrando en mi casa? ¿Y cómo es que alguien tenía mis llaves?

Lycos se acercó cautelosamente en dirección al recibidor y empezó a ladrar. Yo me levanté alterada de la silla y rápidamente cogí lo primero que tenía a mano para poder empuñarlo contra el intruso si hacía falta. No me di cuenta de que lo que había cogido era un abrecartas con empuñadura medieval que no había visto en mi vida.

Cuando la puerta se abrió por completo, Lycos se abalanzó sobre el desconocido y empezó a...darle...¿lametones?

-¿Quién anda ahí?

A Lissa Stavridis siempre se le pasaba la hora de cerrar.

Sí, llevaba ese evidente reloj de bolsillo colgado del cuello, pero seguía siendo incapaz de decirle a un cliente que se marchara a su hora. Se suponía que su consulta en Nueva York (salvo los días en que las sesiones eran expresamente nocturnas, ya que algunos de los pacientes de Lissa estaban mucho más acostumbrados a los horarios intempestivos) cerraba a las siete de la tarde. Pero eran casi las ocho cuando la psicóloga cerró la puerta detrás de su último cliente, cogió la pequeña mochila en la que solía guardar sus llaves y la cartera y salió a la calle en dirección a su piso de alquiler.

Apenas había recorrido media manzana cuando tuvo que reprimir un sobresalto. Su instinto la hizo encogerse cuando el cielo se quebró, surcado por un relámpago púrpura, y cerró con fuerza los ojos, esperando un trueno que nunca llegó. Y nada evitó que fuera arrojada al suelo con el terremoto que siguió.

- ¡κατάρα! - maldijo Lissa, en su lengua madre, llevándose la mano al hombro donde acababa de golpearse al caer. Su falda no había hecho mucho por proteger sus rodillas, y una de ellas ya estaba sangrando, pero la psicóloga la ignoró expresamente. Bastante trabajo le iba a costar manejar el miedo irracional que sentía ante un suelo que temblaba debajo de ella. En un arranque de lucidez se dirigió hacia un portal (tenía que ser lo más parecido a refugiarse bajo el marco de una puerta) y se cubrió la cabeza con las manos, aguardando.

El terremoto apenas duró unos minutos, pero la chica permaneció agazapada todo el tiempo, con el corazón en un puño. A sus oídos llegó el estrépito de dos coches que colisionaban en alguna parte, una sirena sonando, gente que se llamaba a gritos. Luego hubo un enorme estruendo, y el pavimento empezó a agrietarse por todas partes. Y, frente a ella, un edificio empezó a surgir del suelo, como si fuera un monstruoso submarino rompiendo las aguas de asfalto de la ciudad.

La psicóloga no pudo hacer otra cosa que observarlo, entre aterrorizada y fascinada, mientras hilera tras hilera de ventanas iban elevándose hacia el cielo, ante sus ojos. Creyó leer un nombre en la fachada (¿Daily Bugle?... no estaba segura), pero enseguida el logo estuvo fuera de la vista, separado de ella por una veintena de pisos o más.

El taxista que iba a empotrarse contra el imponente edificio frenó justo a tiempo, y Lissa oyó maldecir al conductor. Al menos, se dijo, distraídamente, el suelo ha dejado de temblar.

Y era cierto. Con las últimas plantas del edificio al nivel que correspondía sobre el asfalto, la calle había recuperado su anterior estabilidad. La confusión, sin embargo, seguía allí: policía, bomberos... Pero Lissa no tenía tiempo de quedarse a averiguar qué podía haber pasado.

- Mi piso... - musitó, mientras se fijaba en el estado en que había quedado uno de los edificios de oficinas que rodeaban el lugar donde ahora se alzaba el Daily Bugle.

No era sólo porque todas sus cosas estuvieran allí, sino porque, si su piso de alquiler se había venido abajo, la psicóloga no tendría donde dormir. Olvidándose de la herida de la rodilla y el golpe en el hombro, la chica retomó el camino que el terremoto había interrumpido, decidida a sortear el caos y llegar a su casa.

Y lo logró, casi veinte minutos más tarde de lo normal. Suspiró aliviada al ver que el edificio seguía en pie; se había perdido dos veces por culpa de las construcciones desconocidas para ella que ahora poblaban la ciudad. Con cierto nerviosismo, buscó las llaves. No tenía ni idea de si el lugar habría sufrido algún daño estructural, pero no se detuvo a pensar que todo podía venírsele encima. El edificio parecía en buen estado. Ni siquiera reparó en los extraños ladridos.

Entonces sonaron más fuerte, al tiempo que metía las llaves en la cerradura y hacía girar la muñeca. Instantes después, la puerta estaba abierta, y Lissa estaba en el suelo de nuevo, con algo peludo subido encima de ella y llenándola de lametones.

- ¡Espera! ¡Quieto, quieto! - ordenó la psicóloga, confusa, al oír el alegre jadeo de un perro. ¿Aquel animal acababa de salir de su piso? Pero si ella no tenía mascotas...

-¿Quién anda ahí? - preguntó una voz distinta, procedente del interior.

La verdad es que Lissa se moría de ganas de hacer la misma pregunta...

Avancé algo asustada cuando vi que Lycos se abalanzaba animadamente sobre el desconocido. Lo que no me esperaba era que le estaba comiendo...¡a lametones!

Lycos no solía ser un perro amigable a no ser que fuera conmigo. Podía sentir cualquier tipo de amenaza y distinguir las criaturas poderosas y sobrenaturales. Pero no estaba agresivo, ni siquiera se había puesto a ladrar enfadado, aquello me sorprendió con creces...

-¡Maldito perro estúpido! ¿Pero qué haces?- me acerqué entonces a dónde se encontraban, aún con la cosa esa que tenía en la mano y no sabía de dónde había salido.

Me incliné y cogí el collarín de Lycos, para apartar al Malamute de la desconocida. Tener aquel animal pesado encima no debió ser muy agradable.

-Perdónale es muy bruto... - me disculpé, pero luego me di cuenta que no era ella la que necesitaba explicaciones, sino yo.

-¿Podrías explicarme quien eres y de dónde has sacado la llave de mi casa? - le miré algo enfada tras ver que tenía una copia de mis llaves en la mano. Aunque no pude evitar sentirme algo calmada después de mirarla, había algo en ella que me resultaba familiar...

Elissa estaba segura de que, en otras circunstancias, aquel enorme animal hubiera sido exactamente su tipo, pero no estaba segura de querer dejarlo llegar tan lejos en la primera cita.

-¡Maldito perro estúpido! ¿Pero qué haces?- la voz que había escuchado antes sonó más cerca, aunque el cuerpo del perro le impedía ver nada con claridad. Sin embargo, un instante después, la presión que el malamute ejercía sobre ella se relajó, y alguien (la propietaria de la voz, con toda probabilidad) obligó al animal a apartarse de ella.

La dueña del perro era una muchacha de cabellos cortos, con una llamativa mecha turquesa enmarcándole el rostro. Venía del otro lado de la puerta de Lissa, a pesar de que la psicóloga no recordara haberla invitado nunca a su piso...

-Perdónale es muy bruto... - se disculpó, mientras el perro miraba expectante a ambas chicas, moviendo la cola de un lado a otro a toda velocidad.

- No pasa nada... - empezó Lissa, mirando más allá de la chica y su mascota. Sí, los dos habían salido de su piso. Era su piso, ¿no? Por un momento, temió haberse confundido de puerta con las prisas y haber tratado de abrir la puerta de alguno de sus vecinos...

Miró la llave que tenía en la mano. La puerta se había abierto con ella. Y si no era su casa, estaba claro que acababan de descubrir un problema en la seguridad. Pero el piso anunciado en el rellano y el número clavado sobre la puerta no ofrecían lugar a dudas.

- ¿Te importaría decirme quién eres? ¿Cómo es que estás en esta casa? - preguntó Lissa, al mismo tiempo que la desconocida le hacía la misma pregunta en términos muy similares.

-¿Podrías explicarme quien eres y de dónde has sacado la llave de mi casa? - dijo la otra chica, casi a la vez que ella.

Parecía bastante molesta por la situación, pero Lissa sólo estaba confusa.

- ¿Tu casa? Es la llave de mi casa... - musitó, mirándola de nuevo - Que yo sepa, vivo aquí... - prosiguió.

Estaba claro que había un malentendido en alguna parte, y sólo había tres explicaciones. La primera: que la chica fuera una okupa que se acababa de instalar en su piso... teoría que, teniendo en cuenta la mecha y el perro, no se podían descartar, pero que no acababa de convencer a la psicóloga por alguna razón. La segunda: que el propietario hubiese intentado timarlas a ambas, alquilando el piso individual a dos personas, para cobrar doble. La tercera (y, curiosamente, la menos lógica) era que todo aquello tuviera que ver con el terremoto, los edificios que surgían del suelo y el cielo teñido de violeta...

Oh, y otra cosa. Lissa estaba segura de no conocer a aquella chica de antes pero, curiosamente, le sonaba mucho su cara...

- ¿Te importaría decirme quién eres? ¿Cómo es que estás en esta casa?- dijo la intrusa casi a la vez que yo.

¿Pero tendrá morro la tía? ¿De qué narices iba? ¡Estaba claro que me estaba tomando el pelo! ¿Cómo se le podía ocurrir preguntarme que hago en mi propia casa?

- ¿Tu casa? Es la llave de mi casa... - musitó, mirándome de nuevo - Que yo sepa, vivo aquí...

La chica se puso de pie y la observé mejor, dejando el abrecartas que no recordaba tener en la estantería. No había duda alguna, me sonaba de algo, como si la hubiera visto antes pero no recordaba dónde ni cuándo.

-¿Cómo vas a vivir aquí si aquí vivo yo? El alquiler está a mi nombre.

La situación empezaba a rozar la absurdez e intenté buscar una solución lógica a lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible que tuviera mis llaves? ¿Y si la dueña del piso se lo había vendido a ella también? Pero no tenía sentido, parecía que la chica hubiera vivido en mi piso un montón de tiempo..

Entonces caí en la cuenta y miré a mi alrededor. Me fijé en todas las cosas nuevas que habían en la casa, el cambio del color de las paredes, los objetos y libros que no recordaba haber comprado... ¿y si yo era la intrusa?

- Creo que ha habido un error o algo. Soy Elysia Stavridis- me presenté - ¿Tú cómo te llamas?

-¿Cómo vas a vivir aquí si aquí vivo yo? El alquiler está a mi nombre.

¿Lo estaba? ¿En serio...? ¿Y entonces por qué estaba esgrimiendo su abrecartas...?

Claro que aquel poster que estaba viendo en la pared, tras la chica de la mecha, tampoco le sonaba de nada. Lissa se lo hubiera pensado bastante antes de colgar la imagen de un tipo vestido con lycra amarilla ajustada.

La chica del perro parecía tan confusa como ella. Aquello era lo único a lo que Lissa parecía poder aferrarse.

- Creo que ha habido un error o algo. Soy Elysia Stavridis- dijo su interlocutora, al cabo de unos instantes - ¿Tú cómo te llamas?

Los ojos de la psicóloga se abrieron de par en par por unos instantes. ¿Casualidad...? ¿Cómo de común era aquél apellido en América? Y... ¿el nombre? ¿Por qué era tan similar...?

- Elissa... Stavridis... - murmuró, despacio, fijándose con más atención en los rasgos de la muchacha. Los ojos del mismo azul, los cabellos del mismo castaño, la misma expresión de incredulidad en el rostro... - Creo que las dos vamos a necesitar ayuda profesional después de esto... - añadió, después, en voz más baja.

Luces en el cielo, terremotos, edificios que salían de las entrañas de la tierra... Tendría que haber supuesto que nada más iba a ser normal aquel día. Pero, ¿qué significaba que hubiera una chica idéntica a ella en lo que había sido su casa? Lissa sólo podía esperar que no fuera alguna versión retorcida de Tú a Londres y yo a California. Claro que, teniendo en cuenta que no había conocido a su padre, tener una hermana en alguna parte no le parecía algo tan descabellado...

- No tengo muy claro si somos familia o no... - continuó - Pero las explicaciones alternativas que se me ocurren son aún más surrealistas...

La desconocida pareció ver un fantasma por un momento, y pensé que Lycos la había asustado demasiado. Normal, si se tirara encima tuyo un Malamute de Alaska de casi un metro y medio a lamerte la cara yo también saldría corriendo. 

- Elissa... Stavridis...

¿Cómo? ¿De verdad? ¿En serio ese era su nombre? ¡Venga, no me jodas! 

Aquello era mucha casualidad, ¿cómo era posible que la persona que tenía una copia de las llaves de mi casa tuviera también un nombre parecido al mío y a demás un apellido IGUAL? No, no era posible, tenía que estar de broma...¿no?

Creo que las dos vamos a necesitar ayuda profesional después de esto... - dijo, casi como un susurro.

- Ya te digo... - dije yo también cuando me fijé que sus ojos eran del mismo azul eléctrico que los míos. Yo no era la típica chica que se pasaba horas mirándome al espejo para ver si el modelito me quedaba bien, pero había pasado las suficientes como para reconocer mi cara en cualquier sitio.

Dios, eso si que me había acojonado. Los pómulos, la nariz, la forma de los labios, el color de pelo...tenía la cara algo más fina que la mía, ¡pero era mi cara! Aquella chica era una versión de mi misma pero más delgada y con el pelo más largo. 

- No tengo muy claro si somos familia o no... - dijo - Pero las explicaciones alternativas que se me ocurren son aún más surrealistas...

¿Ser familia? ¿Sería alguna hermana gemela secreta separada al nacer? No, eso solo tenía sentido en las series de televisión, no el la vida real. 

Adopté el apellido de mi madre cuando ésta se separó de mi padre, así que era posible que esa chica no tuviera porqué estar relacionada directamente por mi familia, a menos que a mi madre se le hubiera olvidado contarme algo importante, cosa que empezaba a plantearme.

-No estoy segura, es decir, que yo sepa mi madre no ha tenido más hijos a parte de mí... - le dije mientras la dejaba pasar tranquilamente al comedor y cerraba la puerta. 

-Será mejor que nos sentemos en el sofá y hablemos con tranquilidad... -le indiqué, tenía las piernas tan flojas que pensaba que iba a caerme del susto en cualquier momento. Aunque viendo el estado actual de mi sofá no me acababa de quedar muy claro si realmente era mío o era de Elissa. 

El único que parecía feliz con esta historia era Lycos, que revoloteó por todo el comedor dando saltitos de alegría. 

Esperaba encontrar una buena explicación para eso, o al menos no intentar llegar al manicomio.

-No estoy segura, es decir, que yo sepa mi madre no ha tenido más hijos aparte de mí... - la chica se apartó de la puerta para dejarla pasar, cosa que Lissa hizo tras un instante de vacilación.

- ¿También es el apellido de tu madre? - preguntó, sin poder evitarlo.

-Será mejor que nos sentemos en el sofá y hablemos con tranquilidad... - dijo Elysia, y a la psicóloga le pareció tan buena idea (y se sintió tan aliviada al ver su sofá) que no tardó en obedecerla.

Las dos chicas se sentaron a una cierta distancia, y Lycos aprovechó para ocupar rápidamente el hueco entre ambas. La cola del perro no dejaba de moverse alegremente de un lado a otro. Lissa terminó por tender la mano, inicialmente con cierta timidez, y luego con más seguridad, acariciando al perro entre las orejas.

Permaneció un rato en silencio. Estaba tan acostumbrada a que fueran los demás los que venían a hablarle de sus vidas que había olvidado cómo referirse a la suya. ¿Cómo empezar aquella conversación sin que sonara a reunión de alcohólicos anónimos?

"Hola, me llamo Elissa Stavridis y nací en Grecia. Estudié Psicología, pero acabé en la cárcel. Y, bueno, tengo poderes, o algo parecido, nada del otro mundo, no es que sean peligrosos, o no mucho, de todas formas ya no los uso..."

Sacudió la cabeza, vencida. No sonaba bien. Probaría con otra cosa.

- La verdad es que estaba saliendo del trabajo cuando lo del terremoto. La ciudad está hecha un desastre. Así que he venido para aquí lo antes que he podido, y te he encontrado en la puerta... El resto ya lo sabes. - explicó.

Le estaba costando enormemente mostrarse tranquila en aquella situación. Y no había nada que le gustara menos a Elissa Stavridis que la sensación de inseguridad.

- Si, lo es... 

Oh, dios, ¿encima también es el apellido de SU madre? Vale, ahora si que voy a llamar a Chloe para pedirle explicaciones. 

- Hola mamá

- Hola Lyz Cariño, ¿cómo estás?

- Bien, hablando aquí con mi hermana gemela a la que nunca mencionaste...

Ya me estoy imaginando el resto de la conversación...

Observé a Lissa en silencio mientras nos sentábamos y sobretodo me sorprendió el hecho de que Lycos se comportara de forma amigable con ella. Mi perro no solía ser simpático con desconocidos, y tenía la extraña afición de morderles/chuparles las manos a demás de ladrarles. Pero con Lissa era diferente, parecía como si la conociera de toda la vida, como si fuera yo quien le estuviera acariciando. 

- Yo llevo todo el día encerrada en casa. Soy dibujante, así que tenía que acabar unas portadas para mañana y he estado todo el rato entintando cuando sucedió lo del terremoto...

Volvió el silencio y aquella sensación de no saber qué hacer o que decir ante algo tan surrealista. ¿Realmente llegaríamos a una solución? Entonces se me ocurrió una idea que me parecía buena.

-¿Y si ponemos la tele? Quizás en los telediarios digan algo del terremoto...

- Yo llevo todo el día encerrada en casa. Soy dibujante, así que tenía que acabar unas portadas para mañana y he estado todo el rato entintando cuando sucedió lo del terremoto... - explicó Elysia.

- ¿Dibujante? - repitió Lissa, con sincera curiosidad - ¿Puedo ver algo tuyo...?

Siempre le había encantado la gente que dibujaba.

-¿Y si ponemos la tele? Quizás en los telediarios digan algo del terremoto... - propuso entonces Elysia, señalando la televisión.

Lissa asintió, tendiéndole el mando a su compañera. Al menos se enterarían bien de lo que había sucedido, aunque era más que probable que las noticias no les darían la solución a su problema. ¿Dónde iban a dormir aquella noche? ¿Se quedarían en ese piso que era, a medias, de cada una de ambas? Ahora eran dos y un perro. Podrían adaptarse, claro, la casa era lo bastante espaciosa, pero... ¿y después? ¿qué iban a hacer?

Las noticias no eran demasiado esclarecedoras. Al parecer, fenómenos como el terremoto de Nueva York no eran algo aislado, sino que se habían registrado en varias zonas del mundo. No había riesgo inminente de un nuevo movimiento sísmico, por lo que no tendrían que desalojar, por el momento. Aún así, la ciudad era un completo desastre en aquellos momentos. Saqueos, incendios... Ni la policía ni los bomberos daban abasto. Las autoridades aconsejaban a la población neoyorquina que permaneciera dentro de sus casas.

- ... qué desastre... - murmuró Lissa, deteniendo la mano que acariciaba el pelaje del perro.

- Emh... si claro...- dije algo confundida por ese extraño interés sobre mis dibujos. Pensé que lo más lógico era interesarse primero por lo que estaba pasando, no por mis aficiones - Supongo...

Mientras Elissa se sentaba tranquilamente en ese sofá rojo de tan buen gusto... (¿porqué no me compré uno igual?) me dirigí a mi habitación, que para mi sorpresa había cambiado también ligeramente. Por suerte, mis cosas y mis carpetas seguían ahí. Lo agradecí en silencio, si me hubiera desaparecido algo del material de dibujo me cortaría las venas, todos esos artilugios eran muy caros.

Saqué una carpeta grande y volví al comedor, sentándome al lado de la chica que tenía mi cara. Toda esta situación era muy siniestra, y el único que parecía divertirse aquí era Lycos.

- Toma, échale un vistazo... - le abrí la carpeta y dejé que la chafardeara un rato mientras miraba de reojo la televisión.

Terremotos, maremotos, incendios, desgracias por todas partes. Nueva York no se había salvado de la catástrofe mundial, parecía que el mundo estaba llegando a su punto final. Bueno, si el día del juicio final era esta tarde no me preocupaba en absoluto, así no tendría que hacer la entrega para mañana.

- Ey, ¿qué es eso de ahí? - dije señalando la televisión. En la pantalla mostraban a un tío de azul con mallas y una capa roja surcar los cielos y pelear contra unos robots gigantes. La noticia era de Nueva York y había sucedido esta misma mañana. ¿Quién era el tío de la S en el pecho? 

Cuando cambié de canal, me apareció una cadena que no había visto jamás, hablaba del pirado con mallas de la noticia anterior. Al parecer se llamaba Superman y era un héroe local de Nueva York. ¿Qué había sido eso? ¿Algunas cadenas le conocían y otras no?

Cuanto más cambiaba de canal más contracciones había. Héroes que conocía de los cómics estaban saliendo en la pantalla para ayudar al ciudadano de a pie, en cambio había otros que no tenía ni la menor idea de quien eran. ¿La liga de la Justicia? ¿A quién se le ocurrió ese nombre tan petardo?

- ¿Desde cuando... Spiderman existe...? - me quedé embobada viendo como en uno de los fragmentos de las noticias salía el hombre araña protegiendo a unos niños.

La chica llamada Elysia regresó con una enorme carpeta, poniéndola frente a ella.

- Toma, échale un vistazo... - dijo.

Lissa empezó a pasar los dibujos, lentamente.

- Ey, ¿qué es eso de ahí? - preguntó Elysia, señalando el televisor.

La psicóloga apartó un instante la mirada de la carpeta.

- ¿Mmh? Ah, Superman. - dijo, como si no fuera demasiado importante. El Hombre de Acero estaba continuamente en la televisión, no comprendía qué tenía eso de extraño.

Y, sin embargo, en los dibujos que estaba mirando sí que había algo extraño...

Sin saber exactamente por qué, Lissa empezó a sentir un desasosiego, cada vez mayor, a medida que los miraba. Cuando, finalmente, llegó a uno en que una muchacha, vestida de presidiaria, se miraba con expresión vacía en el espejo de un cuarto de baño, se quedó paralizada por completo.

- ¿Desde cuando... Spiderman existe...? -

Lissa ni siquiera había oído la pregunta. Seguía mirando el dibujo, con los ojos muy abiertos. Todo lo otro... la sensación de familiaridad de algunos dibujos... cosas que había vivido, mentes que había visitado, ¿cómo diablos habían llegado al papel?

- Tú... ¿de dónde...? - buscó las palabras. No se le ocurría ninguna - ¿De dónde has sacado la inspiración para esto...?

Superman. Claro, Superman. ¿Cómo no iba a darme cuenta? ¿Cómo no iba a saber quién es Superman...?

¡Pues claro que no se quién coño es Superman!

Resoplé ante el televisor mientras la otra chica estaba ojeando mi carpeta de dibujos. Seguía sin entender nada de nada a pesar de que las noticias parecían dejar algunas dudas claras.

- Bueno esto ya empieza a ser más que surrealista... -

Lo he pensado mil veces para mí misma. Todo lo que me pasa últimamente es surrealista. Un perro que salió de un dibujo, unos poderes que sólo dan problemas, un loco de S.H.I.E.L.D. que vino a vigilarme durante una semana y a provocar encuentros desagradables con vecinas marujonas... y ahora esto. Los superhéroes de los cómics habían decidido abandonar sus páginas para salir a la calle a tomar algo. Genial. Sí. Una idea genial...

- ¿El qué? No sé, me vienen solas las ideas... - le contesté a Elissa, al ver que me preguntaba acerca de los dibujos. La muchacha tenía la cara tan pálida que parecía que se le había aparecido un santo. Miré por encima de su hombro y vi que se había quedado mirando el dibujo de la mujer de la cárcel.

- Este en concreto... creo que acababa de ver una película policíaca y me vino esta imagen a la cabeza... ¿Porqué?- pregunté por curiosidad.

- Yo... - Lissa guardó silencio un instante, dudó, y finalmente negó con la cabeza - Es sólo que... algunos de tus dibujos... me resultan familiares. Como si supiera qué representan, o los hubiera visto antes.

Al final, la psicóloga había optado por una verdad a medias. Podía ser una casualidad... Pero, cuanto más se fijaba en los detalles, cuanto más recordaba las situaciones que aparecían en los dibujos, más le gritaba su sentido común que no podía tratarse del azar.

- Elysia.- pronunciar el nombre se le hizo extraño. Era tan parecido al suyo, y a la vez tan diferente...

Tenía una duda, algo que quería saber, pero que, a la vez, era demasiado personal. Aquella persona tan similar a ella, con un nombre casi idéntico, que vivía en un piso que podía superponerse al suyo... ¿En qué más se parecerían? ¿También ella era capaz de hacer algo fuera de lo normal? Y... ¿tendría eso que ver con los dibujos que Lissa sostenía ahora entre sus manos?

La única forma de saberlo era preguntarlo.

-... me gustaría saber si...

Los ojos de la psicóloga buscaron los de su compañera.

- Tú... ¿tienes alguna habilidad especial?

- Eso si que es raro...

¿Le eran familiares mis dibujos? ¿Realmente estábamos tan conectadas? La situación me parecía cada vez más creepy, sacada directamente de una película de miedo.

Escuché a Lissa tranquilamente mientras seguía viendo las extravagantes noticias del canal 6, pero cuando dijo la palabra mágica, el mando de la tele se me cayó al suelo y Lycos se puso a ladrar. Recogí el mando como si no hubiera pasado nada y le sonreí, pero mi risa estaba siendo bastante histérica.

Vamos a ver. Concéntrate. Ha dicho: Habilidad Especial. Ella no puede saber que tengo una habilidad especial, ¿de dónde lo ha sacado? Supongamos que no es adivina. Vale, si no es adivina... ¿Cómo sabría lo de la habilidad especial? ¡Claro! ¡Porqué ella tiene una habilidad especial! Tenía que ser eso. Ella tiene una habilidad especial, y pregunta si yo tengo una habilidad especial porqué las dos somos...

- Bueno... esto... imagino que si me preguntas eso es porqué tu también tienes un... pequeño secreto. ¿Verdad? - le dije no muy convencida y a la par nerviosa. -La verdad es que sí, puedo hacer algo que humanamente sería inexplicable...

Tras convencerme de que ambas estábamos en el mismo barco, me levanté a por las ceras que tenía en la habitación y cogí una de color azul. Me senté de nuevo al lado de Lissa y en un papel que había en la mesita de delante del sofá dibujé una mariposa de color azul con trazos rápidos. Estaba muy nerviosa y traté de concentrarme todo lo que pude. El truco de la mariposa era lo que mejor se me daba, así que no debería haber ningún problema.

Coloqué una de mis manos encima del papel, y cuando me di cuenta, la mariposa ya había salido de su representación 2D para pasearse por la realidad.

La mariposa azul revoloteó inquieta por el comedor y se posó en el hombro de Lissa. Mis ojos la miraron expectante, tratando de averiguar cual sería su reacción después de esto.

A juzgar por la reacción de Elysia (caída de mando al suelo incluida), acababa de dar en el blanco. Lissa se preguntó si pensaba intentar disimularlo, pero su interlocutora debió de pensar que era inútil a aquellas alturas, porque respondió:

- Bueno... esto... imagino que si me preguntas eso es porqué tu también tienes un... pequeño secreto. ¿Verdad? - bonita manera de decirlo. Ojalá hubiera sido "pequeño".-La verdad es que sí, puedo hacer algo que humanamente sería inexplicable...

Lo que siguió hizo abrir los ojos de par en par a Lissa, fascinada. El parecido entre ellas era tal que, por un momento, había esperado que las habilidades de Elysia también fueran similares a las suyas. Sin embargo, lo que aquella chica era capaz de hacer le parecía algo increíble. Acababa de dar vida a una hoja de papel, que se había convertido en la mariposa azul que ahora descansaba sobre su hombro. La psicóloga la observó aletear, asombrada.

- εντυπωσιακός- murmuró - Es... vaya. No puedo creerlo.

Hubo un instante de silencio.

- En... mi caso no puedo hacerte la demostración. Es... una historia muy larga, pero lo he dejado.- Lissa suspiró. Se la contaría, si ella quería, pero necesitaba un poco de tiempo. - Hubo una época en que la usaba para... bueno, no sé, luchar contra el crimen, o algo así. Pero no me fue bien. Así que ahora me dedico a la psicología y soy... una ciudadana como cualquier otra. - se encogió de hombros.

No era el tema más extraño del que tenían que hablar, de todos modos. De fondo, la televisión seguía emitiendo noticias en directo acerca del cataclismo que se había desatado sobre la Tierra. Los fenómenos, al menos en aquella parte del mundo, parecían haberse calmado, pero, si la mitad de lo que informaban los noticiarios era cierto, los americanos iban a necesitar tiempo para adaptarse a todos los cambios que acababa de sufrir su continente.

- La verdad, me encantaría que alguna de las dos encontrara una explicación para esto pero... mientras tanto... habría que resolver el tema del piso...- empezaba a hacerse tarde y, si una de las dos tenía que buscar un hotel, o algo parecido, sería mejor que lo aclararan cuanto antes.

Escuché a Elissa en silencio, su relación con sus propios poderes, fueran cuales fueran, no habían sido muy buenos. 

- Está bien eso de ser una ciudadana cualquiera... Yo lo he intentado, pero con mi tipo de profesión no puedo hacerlo. Siempre que dibujo algo pasan cosas inexplicables. - suspiré frustrada.

Hubo momentos en mi vida que me había planteado seriamente dejar de dibujar. Cada vez que cogía un lápiz temía que se saliera el dibujo del papel, o que cambiaran las cosas a mi alrededor. Pero era seguir con mi mala suerte o dejar atrás lo que más me gustaba hacer en el mundo.

- Eso de luchar contra el crimen suena bien, cuando quieras puedes explicarme la historia completa. Ahora tengo mucha curiosidad acerca de tus poderes... - ¿Tendría superfuerza? ¿Volaría? ¿Pararía el tiempo?

- Quizás mañana hagan un buen resumen de todo esto en el telediario... A ver si nos enteramos de verdad - cogí el mando y de un golpe apagué la tele para que no molestara más. - Bueno, esta claro que éste es tu piso y también es el mío, así que... esto es lo que hay; un sofá y una cama. Podemos repartirnos, o sino, intentar dormir las dos en el dormitorio. La cama no es muy grande, pero creo que cabemos si repartimos bien el espacio...

No lo sabría decir muy bien, pero aunque la acabara de conocer no sentía que Elissa Stavridis fuera una desconocida para mí.

- Bueno, esta claro que éste es tu piso y también es el mío, así que... esto es lo que hay; un sofá y una cama. Podemos repartirnos, o sino, intentar dormir las dos en el dormitorio. La cama no es muy grande, pero creo que cabemos si repartimos bien el espacio... - dijo Elysia, tras apagar la televisión.

Lo cierto es que a Elissa le parecieron bien ambas opciones, de modo que se encogió de hombros.

- Puedo dormir en el sofá... parece que se "escapó" de mi piso, de todos modos. - la psicóloga esbozó una sonrisa y se encogió de hombros. - Supongo que tendremos que buscar alguna otra solución a medio plazo, pero... bueno, a no ser que alguna se busque otro alquiler, parece que vamos a ser compañeras de piso.

Aunque le gustaba su soledad, el piso de Elissa siempre había sido lo bastante grande como para dar cabida a dos personas, si se organizaban bien. Por su parte, no iba a decirle a Elysia que se fuera... y más teniendo en cuenta de que la mitad de los muebles debían de ser suyos. Pero la psicóloga tampoco estaba en situación de buscarse otro piso en aquel momento, así que tampoco podía ser ella la que lo abandonara.

Suspiró. Ya pensarían en algo.

Ahora le faltaba encontrar un pijama, suponiendo que lograra dar con su armario, y no con el de Elysia.

- Por cierto. Suelen llamarme Lissa. - dijo entonces, como si se le acabara de ocurrir - A lo mejor se te hace más fácil así... ya que nuestros nombres son tan parecidos.

- Es nuestra casa después de todo, no es un piso para dos personas pero seguro que estamos bien así durante un tiempo...

La idea de tener que marcharme a alquilar otro piso no me gustaba en absoluto. Me había encariñado bastante con este barrio, y tenía el Central Park casi al lado, así que no me gustaría tener que despedirme. A demás, Sloan sabía dónde vivía y si me marchaba luego no podría venir a visitarme. Si hubiera una forma normal de contactar con aquel hombre me sería de gran ayuda, la verdad.

Si lo pensaba fríamente ahora pagaríamos el piso entre las dos, y con el dinero que me ahorraría con eso, podría comprarme todas esas cosas que nunca podía comprar porqué no había manera de que subieran el sueldo.

Quizás no estuviera tan mal eso de vivir con alguien después de todo. Vivir con alguien que se parece mucho a ti y que a Lycos le ha caído bien.  ¿Quién sabe lo que puede pasar a partir de ahora?

- En fin... ¿Bienvenida a casa? - le sonreí divertida mientras me encogía de hombros.

- En fin... ¿Bienvenida a casa? - preguntó Elysia, con una sonrisa titubeante.

Elissa la comprendía. Ella tampoco tenía muy claro qué decir en una situación como aquella... Pero, aún así, tenía la sensación de que su vida acababa de volverse un poco más interesante.

- Bienvenida a casa - repuso, esbozando una sonrisa.

Era un día lleno de sorpresas, y los cambios no habían hecho nada más que empezar...