OOR: (Ya que no me deja insertar links, escribo por aquí la canción que quería poner) ♫♪♫♪♫♪♫♪Tangled - Kingdom Dance♫♪♫♪♫♪♫♪
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Nos encontrábamos ante el día 12 del Hecatombeón. Primer mes del nuevo y largo año que nos deparaba un futuro incierto y repleto de posibilidades. Festejábamos las Cronia, una de mis fiestas favoritas. Es una vieja tradición de mi pueblo donde hacemos un banquete de carácter público y nacional. Esclavos y amos se sientan juntos en la misma mesa a compartir frutos, el pan, los quesos… Se rompen todo tipo de cadenas y de prejuicios sociales sobre los niveles del trabajo para compartir una comida sin pensar en quién eres o qué haces, disfrutas de la persona que come a tu lado y saborea de los mismos manjares que tú. En Themyscira la relación de trabajos siempre se ha visto muy equilibrada. Al fin y al cabo, desde que fuimos esclavas, no permitiríamos que ninguna otra pasase por ello de nuevo, aunque fuese para servir a otra de nosotras.
Estábamos en el ágora con unas mesas extendidas a lo largo de la inmensa plaza. El sonido de las sandalias sobre la piedra y la arena se erguía como las olas del mar un día de tormenta. Caminaban ansiosas por festejar con sus hermanas y se situaban de forma homogénea entre las banquetas colocadas para tal destino. Las inspiradas por Euterpe y Talía preparaban los instrumentos de cuerda, tambores y flautas para ambientar la velada mientras las últimas hermanas en sentarse preparaban los fuegos que alimentarían nuestra mirada.
Una vez toda amazona estaba sentada y preparada a la mesa, mi madre alzó su copa, de cerámica fina y todas enmudecieron. -
Hermanas e hijas mías… Hoy estamos reunidas, como cada año, para celebrar la igualdad y la unión entre trabajadoras de todo tipo. Desde las manos que labran el cuero que nos protege hasta la guerrera que entrega su vida en el frente. Todas somos amazonas. Brindad conmigo para que el año que inicia su etapa prevalezca pacífico y no nos aguarde batalla innecesaria.- Las amazonas alzaron sus copas entre gritos de alegría y celebración. Cuando Hipólita tomó asiento, brindé con ella personalmente y la abracé con el cariño que sólo una hija puede profanar. -
Precioso, madre… Conciso y claro…- y el banquete comenzó. La música era suave, pero alegre. No tapaba las voces ni forzaba al grito, pero se podían distinguir las melodías que hablaban de la abundancia y los placeres. Eso, era vida. Alzase la vista donde la alzase, veía a mi pueblo feliz. A mi madre feliz de verlas gozando. Era todo cuanto podía desear.
La Cronia avanzó siguiendo su curso, algunas se embriagaron y acabaron en el nicho de alguna otra ebria, algunas dormían plácidamente en casa y otras continuaban la fiesta en la orilla con los lecitos aún llenos de vino.
Se hizo tarde, y yo aún tenía asuntos que resolver.
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¿Madre…?- irrumpí en sus aposentos, haciendo llamamiento antes de entrar. -
Sé que prometí pasar la noche aquí… Pero la noche ya ha pasado, la fiesta terminó, está amaneciendo y tengo asuntos que atender- dije con la suavidad con la que me era posible. En estos asuntos nunca me he ansiado… Sé lo difícil que le resulta a mi madre tenerme tan lejos. -
¿Ya marchas, hija mía…?- Asentí con la cabeza y me uní con mi madre en un abrazo largo y sentido en el que pude sentir el aroma de la lavanda en su túnica. -
Sé que no puedo separarte del mundo de los hombres, pero agradezco que no olvides cuál es tu tierra- Me sonrió con una mirada directa y finalmente nos despedimos, con un beso suyo sobre mi frente.
Emprendí el vuelo alejándome con lentitud. Disfrutaba mi hogar… ¿Cómo no hacerlo? Todos maldecimos nuestras obligaciones de vez en cuando, pero la responsabilidad no nos permite alejarnos de ellas. Me giré, antes de cruzar la barrera protectora de la isla, a una altura considerable como para poder verla por encima. Las antorchas urbanas eran las únicas que quedaban encendidas a esa hora, en el amanecer, junto con el sol que aparecía radiante sobre los primeros reflejos del agua del mar. Los primeros pájaros empezaban a cantar, la paz y la tranquilidad de quienes descansaban reinaba en la isla.
Hasta que una luz me deslumbró la mirada y me forzó a girar el rostro. Un meteoro se acercaba directa a la isla a gran velocidad. No, un meteoro no… Era como un sol diminuto, una masa brillante y acelerada que iba directa a Themyscira. Me paralicé un segundo, tratando de identificar el objeto, pensando que la barrera lo detendría… Pero por el contrario, la atravesó sin problema. No paraba de caer, dirigido al centro de mi hogar y envuelto en llamas.
Volé todo lo deprisa que pude, con las manos al frente buscando detenerlo de algún modo, pero cuando llegué no pude evitar caer en la confusión y la sorpresa de la incertidumbre… Era el carro del sol y los caballos ígneos de Apolo. Pero él no estaba por ningún lado. El carro ardía como el astro rey y los pegasos de fuego se dejaban caer inconscientes. Quité el nudo que sostenía el lazo junto a mi cadera y lo lancé con fuerza, tratando de retenerlo o frenar la caída al menos. Con un frenazo en seco, el carro se detuvo mientras yo aguantaba con todas mis fuerzas, conteniendo un grito que al final liberé. Quizá sirviese de aviso para las amazonas. Cuando bajé la vista hacia el carro, entre la luz cegadora vislumbré que había un cuerpo dentro del carro, sujeto con las sandalias al vehículo. Era…¿Faetón?
Mi madre siempre me contaba ese viejo mito para darme una lección sobre las aspiraciones demasiado ambiciosas. Faetón insistió, como simple mortal, para llevar el carro del sol y finalmente, cuando se le descontrolaron los caballos, Zeus tuvo que derribarlo provocando así su muerte. Debía estar en el Hades, pero… ¿Qué diantres…?
Miré al cielo, quizá… para ganar algo de tiempo…
Tomé mi cuerpo como punto de referencia y di un par de vueltas sobre mí, agarrando el lazo que brillaba tanto como el carro y lo lancé por los aires. Tenía unos segundos extra. Miré a mi alrededor, la respuesta estaba justo enfrente de mí… el mar.
Alcé la vista, justo para ver cómo el carro volvía a caer. No había otra solución, tendría que llevarlo a pulso. Junté los brazos, para recibirlo en mis manos y desviar la trayectoria, para que cayese al mar, donde no haría daño a nadie. Me recoloqué para que cayera justo sobre mí, la luz me cegaba y el calor era insufrible. Esperé… esperé…
Y el peso cayó sobre mis brazos, que se resentían al ardor y a las quemaduras del sol. Tenía que ser ya.
Con un alarido de esfuerzo, giré el carro y lo lancé con todo mi esfuerzo al mar. Aguardé a ver el impacto, pero los caballos despertaron en ese instante. Desconcertados y acelerados por su inconsciencia, se giraron y cargaron contra mí. Iban a atropellarme.
Coloqué mi cuerpo en posición para tratar de retenerlos mientras veía ambas bestias de fuego acercarse directas a mí. Cuando chocaron, abracé el carro haciendo fuerza y resistencia, volando en la dirección contraria mientras mi cuerpo ardía con el propio fuego y el dolor del sol.
………….
Lo siguiente que recuerdo… es una imagen difusa de un fragmento del carro, apagado, junto a mí en un suelo muy distinto. Abrí ambos ojos, yacía en el suelo, pero me era familiar. Conseguí levantarme, di un par de pasos. La mayoría de mis quemaduras habían cedido, pero aún había pruebas de lo ocurrido. Me giré, había una especie de cráter donde yo había aterrizado. Era la Atalaya.
Respiré aliviada y dolorida, mirando a mi alrededor -
¿Cyborg…? ¿Kal-el? … ¿Batman…? -