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Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
 
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Hailey Sullivan
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MensajeTema: Home Sweet Home — 29/3/2019 — Autoconclusivo   Home Sweet Home — 29/3/2019 — Autoconclusivo Icon_minitime11th Septiembre 2017, 02:39



Podría decir que no tenía control sobre mi propio cuerpo, que no me di cuenta de lo que hacía, que había perdido el juicio… Pero mentiría.
Era totalmente consciente de cada uno de los movimientos que realizaba y no me arrepiento en lo más mínimo de ninguna de las acciones que iba a llevar a cabo aquella noche.

Ruby no me acompañaba. Yo ya no era Shade.

Soy Hailey Sullivan.

Mi hermana, Scarlett Sullivan fue asesinada, junto a mi madre, ante mis ojos. La escena de su muerte se repetía en mi cabeza negándose a dejarme sola, y aunque resultará irónico, me sentía más cuerda que nunca. Mis pensamientos eran míos, eran claros y concisos, no dudaba, no temía y tenía un objetivo claro. Las imágenes de lo que había sucedido en mi infancia, los recuerdos que durante tantos años había dado por perdidos se habían liberado, y no dejaban de repetirse en mi memoria, incesantes, como una obsesión que me carcomía por dentro, alimentando el odio y la obsesión que ahora llevaba mis pasos.

Había llegado a Cold Spring y ni siquiera era capaz de recordar el cómo. Empecé visitando el cementerio, la tumba de una vieja puta cuyo nombre yo no recordaba. Pero no era a ella a quien había ido a ver, no, ni a los cientos de espíritus que inquietos me rodeaban y me observaban, algunos con el destello de reconocimiento en su mirada. Mi atención se centraba en dos tumbas más pequeñas que yacían a mis pies, cubiertas de polvo tras años de ser abandonadas en el olvido, y retire el polvo de una de las losas hasta que pude acertar en ella tres letras.

SCARLETT

Aquel nombre mantenía todos mis sentidos ligados al mundo terrenal. Eran la confirmación de que aquellos recuerdos eran verídicos, y no un error metido en mi cabeza, causado por la magia que me los había devuelto. Ahí estaban las dos tumbas, la de mi pequeña hermana fallecida, y la mía, esperando un cuerpo ahora demasiado grande para caber en él. ¿Buscaba Sherman mi muerte también? Ese pensamiento ardió en mi interior como si se tratara de un pequeño incendio buscando extenderse en un bosque. Y con ese fuego propagándose por mis entrañas me alcé en busca de mi padre.

Caminaba por las vacías calles de Cold Spring ignorando los entes que salían a mi encuentro, consciente de que en su mayoría, si no todos, eran fantasmas caídos en el olvido. Mi interés aquella noche concernía a los vivos, a uno en concreto, en una pequeña casa en la linde del pueblo. El camino no fue eterno, no caminé en él como perdida en un sueño. El frío dolía en mi piel y era consciente de los latidos de mi corazón a causa de la adrenalina y la furia. Esa noche no tenía a Ruby… A Scarlett conmigo. Era totalmente humana y tangible, ya no era un fantasma. Pero seguía siendo Garnet. Una puerta cerrada con llave nunca había sido una gran dificultad para mí y pude forzar la cerradura en menos de un minuto, para colarme en el interior de la que, diez años atrás, había sido nuestra casa.
Mis memorias, tan vivas ahora en mi mente, encajaban perfectamente en aquel lugar, aunque ahora todo pareciera más pequeño de lo que recordaba. Casi podía ver los cuerpos desmadejados de mi madre y mi hermana desprovistos de vida y tendidos en el suelo, su sangre brillando reflejada en los tarros de cristal que había sobre la mesa. Me tomé mi tiempo para preparar el hogar a mi gusto. Intencionadamente forcé y rompí el cerrojo de todas las entradas y atranqué las bisagras de las ventanas. Al fin y al cabo, había venido a jugar y no quería que el juego terminara antes de tiempo. Mi mirada se paseó por cada mueble, saboreando el conocimiento de lo que iba a pasar a continuación, y cuando me di por satisfecha caminé escaleras arriba, mi mano acariciando las rugosas paredes de la vivienda. Una vez en el piso superior entré en el dormitorio silenciosamente, acercándome a la cama para contemplar el beatífico rostro de mi padre.

Era más joven de lo que había imaginado. Debía tener unos cuarenta y pocos, y en su rostro empezaban a verse las primeras arrugas de la vejez, enmarcando sus ojos. Pero aunque hubieran pasado más de dos décadas, todavía podía reconocer en él al hijo de puta que había destrozado mi infancia. Lentamente caminé siguiendo la estructura de la cama y una vez a sus pies cerré la mano entorno a su tobillo. Su cuerpo se movió levemente por el contacto, pero no espere a que se despertara, tirando de él y arrastrándolo fuera de la cama. El hombre se revolvió, gritó e intentó patalear para que le soltara, pero sólo consiguió que consiguiera agarrarlo de ambos tobillos.

No me preocupaba que sus gritos alertaran a los vecinos. Las puertas estaban cerradas, y la policía podía tardar en llegar, lo que me dejaría tiempo de sobras para ponerme al día con mi padre y demostrarle todo el amor paterno filial. Bajar las escaleras fue especialmente satisfactorio. Michael intentó bajar con las manos los primeros escalones pero finalmente optó por cubrirse la cabeza, intentando minimizar los golpes que recibía al ser arrastrado al piso inferior, hasta la cocina, hasta el punto exacto en que mató a mi madre y Scarlett…
Tomé ventaja de que estaba aturdido de la situación y busqué en los cajones hasta encontrar un cuchillo carnicero, y antes de que Michael pudiera incorporarse, le propiné una patada en la sien y me senté en su pecho, hincando las rodillas en sus brazos.

Acerqué mi rostro al suyo, lentamente, dejando que mi mirada se clavara en la suya. Una chispa de reconocimiento brilló en lo más profundo de sus ojos verdes, y sentí mis labios tensarse en una sonrisa angelical, como si de verdad le amara y nos hubieramos reencontrado. Sentí como su cuerpo se tensaba y antes de que pudiera forcejear para liberarse, alcé el cuchillo hasta su ojo izquierdo, el filo del mismo reposando entre su ceja y su pómulo.

Buenas noches, papá. — susurré tiernamente, regocijandome en el miedo de sus ojos, presionando el cuchillo contra su piel. El hombre estaba demasiado asustado para devolver el saludo, y deslicé el cuchillo hasta sus labios, forzando la punta en el interior de su boca, cortando superficialmente su lengua. — Menuda educación la tuya, ¿no piensas saludar a tu propia hija?

Tu no eres hija mía. — escupió el hombre con rabia, pero sus ojos no dejaban de fijarse en mi cicatriz, a duras penas visible por la ténue luz que se filtraba por la ventana. El desprecio de su voz hacía más palpable el verdadero significado de sus palabras “Sé quién eres. No te considero mi hija. Para mí no eres nadie”. Volví a sonreír. Su odio era una bella recompensa para el que yo sentía, el veneno que destilaban sus palabras eran dulce melodía para mis oídos.

Respuesta incorrecta. — susurré a su oído, para inmediatamente después tomar su muñeca derecha con mi mano izquierda y mantenerla inmóvil el tiempo suficiente para poder hundir el cuchillo en la palma de su mano. Su voz profirió un grito rasgado que me arrancó una carcajada mientras me levantaba, pisando el mango del cuchillo para que éste se hundiera todavía más en la madera del suelo. Caminé a su alrededor, deleitándome con la escena. Me quedé sentada en el mármol, observando cómo el hombre intentaba arrancar el cuchillo de su mano, todavía maldiciendo y gimiendo de dolor.

Vi como sus ojos se dilataban por el pánico y cómo intentaba liberarse todavía más frenéticamente. Le di la espalda, buscando en el interior de los cajones otro cubierto que pudiera servirme para mi pequeño juego. Escuché un ruido a mi espalda y me aparté a tiempo para ver cómo el hombre apuñalaba el mármol, en donde un segundo antes estaba mi espalda. Francamente había pensado que el tío intentaría huír, pero que intentara apuñalarme por la espalda, no hizo más que volver a encender la pira de odio que todavía ardía con furia en mi pecho.
La puñalada en su mano le impedía enarbolar el arma con su mano buena, y con la izquierda era, siendo generosa, torpe. Me costó nada y menos desarmarle, y tomé un rodillo de cocina, golpeándole la muñeca con toda mi fuerza, aplastando el hueso contra el mármol. Un agradable crujido acompañó sus gritos, y una parte escondida en lo más remoto de mi consciencia se estremeció al escucharle. Mi mano se cerró en torno al cabello de su coronilla y le arrastré hasta una pared, llevándome conmigo el cuchillo, y esta vez sin ceremonia alguna, empecé a cortar su rostro con una cicatriz idéntica a la que él me había regalado veinte años atrás, pero él no tuvo tanta suerte, yo no fui tan cuidadosa, y de sobrevivir aquella noche, probablemente Michael iba a perder la visión de su ojo izquierdo… Pero no me importaba.

Dejé caer el cuchillo, contemplando al hombre que estaba ante mí. La mano herida de puñalada subió a cubrirse el rostro, mientras la otra se alzaba sin llegar a situarse, la muñeca torcida en un ángulo poco natural. El hombre gemía y seguía profiriendo insultos entre dientes, y sentí que no lograba apaciguar mi odio. Sin importar cuanto pudiera herir a aquel pobre diablo, en el fondo, no me sentía satisfecha, y eso no hizo si no incrementar la ira. Y ya sin pensar, le forcé a retirar la mano de su rostro y le golpeé con todas mis fuerzas. El tacto de su sangre caliente contra mis nudillos sólo logró cabrearme todavía más, y fue entonces cuando sentí que perdía el control. Con una mano sostuve el cuello de su pijama para que no se desplomara y con la otra le golpeé una y otra vez. Mi mano ardía, sentía mi propia piel desgarrada al golpear contra diente y hueso, pronto dejé de sentir nada en absoluto, me dolía pero no podía diferenciar un dedo de otro, como si toda mi mano no fuera otra cosa que un muñón de carne y finalmente  le solté y dejé que su cuerpo resbalara por la pared hasta quedarse sentado en el suelo.

Entre la oscuridad y la sangre ya no podía discernir sus facciones. Pero me dolía todavía más el pecho. Sentía una desagradable presión que me hacía respirar pesadamente, y empezaba a sentirme angustiada. Me agaché ante mi padre, escudriñando su rostro en busca de aquella mirada esmeralda que nosotras habíamos heredado.

¿Tanto nos odiaste, que mataste a Scarlett? Entiendo que la odiaras a ella, sé lo que te hizo. Pero Scarlett no tenía la culpa. Yo, no tenía la culpa. ¿Has sentido alguna vez remordimiento alguno por haber asesinado a tu propia hija…?

Escuché un ruido, algo procedente del amasijo de carne bastardo que se encontraba ante mí y me agaché para escuchar sus palabras.

Que te jodan… — susurró una vez más, para luego escupir sangre.

Tomé de nuevo el cuchillo y lo hundí en su muslo, haciendo girar el filo dentro de su carne, arrancándole más gritos de dolor al hijo de puta, mis labios curvados en una mueca de asco.

Ya me han jodido toda una puta vida gracias a tí. Sin un puto recuerdo al que aferrarme, sin saber qué o quién era. ¿Sabes lo que les hacen a las niñas que viven solas en la calle? ¿Puedes hacerte una idea de las cosas que he vivido? ¡Y todo por tu puta culpa! — para cuando quise darme cuenta, estaba alzando la voz para hacerme oír por encima de los gritos de Michael, a quien, inconscientemente, había seguido apuñalando en la pierna acompañando cada pregunta con una nueva punzada en su muslo.

Dejé caer el cuchillo en cuanto me di cuenta. Hasta dónde estaba llevando todo aquello. Lo que conllevaba dejarme llevar por la rabia y el despecho, y sabía que por mucho que pudiera hacerle a Sherman, jamás me sentiría satisfecha. Se merecía todo cuanto le pudiera suceder, eso lo tenía claro, pero si me pasaba de la raya… Entonces me arrepentiría. Y tenía claro exactamente el por qué. Tomé del mármol el soporte de madera para los cuchillos y volví a la entrada, saliendo por la puerta principal, y lancé la pieza contra el coche más cercano, haciendo saltar la alarma, perdido ya todo atisbo de calma. Sentía la respiración alecerada y el corazón hechándose una carrera para adelantarse a sí mismo. Volví dentro de casa y directa a la cocina, quitándome parte de la sangre de las manos bajo el fregadero, pero no toda. No sé por qué ese detalle me pareció importante, pero fue inútil. En poco segundos las heridas de mis nudillos habían vuelto a cubrir mi mano derecha en el cálido líquido carmesí. Me agaché junto a Sherman. Seguía vivo, pero respiraba con dificultad. Aun así me acerqué, inclinandome en su oído. Quería que me escuchara, que supiera lo que estaba pensando hasta el último momento. Eso también era importante.

No soy como tú… ¿Me oyes? No soy como tu. Estoy por encima de tí.

Finalmente escuché las sirenas en la distancia, y salí al portal a recibirles, con la espalda apoyada en la pared y la vista fija en mis propias manos. No iba a intentar huir. Iba a dejar que me llevaran con ellos. Esta vez, tenía un nombre que darles, así que podían abrir ficha y expediente. Pensaba entregarme, y confesar... Me senté en los cortos escalones que llevaban al porche, cubriendo mis labios con una mano. Me di cuenta entonces que estaba llorando, y que mis manos temblaban uniéndose al temblor de mi propio cuerpo. Pronto la entrada a la parcela se llenaba de coches patrulla, cuyos focos iluminaban la casa a mi espalda. Mis manos, mi ropa, mi cabello carmesí y la sangre que acababa de extender por mi propio rostro. Los policías se fueron acercando poco a poco, pero no hice ademán de moverme de mi sitio. Dos de ellos entraron a la casa, y un tercero se agachó junto a mí.

¿Está usted bien, señorita? — Contemplé su mano derecha, colocada en tensión sobre el mango de la pistola, y sonreí. Un grito desde el interior pedía una ambulancia y el agente que estaba junto a mi alzó la mirada un breve instante, antes de volver a mirarme.

He sido yo... — Susurré, asintiendo y tragando saliva. Sabía donde me estaba metiendo. Era como darte cuenta de que estás cruzando por el camino equivocado pero decides llegar hasta el final por cabezonería antes que dar media vuelta y volver atrás. Por que en realidad, no quería mirar atrás. Quería olvidarlo todo, avanzar hasta que quedara todo a mi espalda, enterrarlo y que desapareciera. — He sido yo. — Repetí más alto, con la voz quebrada, hundiendo el rostro entre mis manos, mis dedos siguiendo la dirección de mi cabello, perdiéndose en mis raíces, hasta cubrirme los oídos. Quería dejar de escuchar las sirenas, dejar de escuchar el mundo.

Va a tener que venir con nosotros. — Asentí, buscando su mirada. Me ardía el pecho, seguía llorando, seguía sonriendo, aun sin comprender el por qué de cada cosa. Alcé ambas manos, dócil, mientras el agente colocaba las esposas alrededor de mis muñecas, y cerré los ojos cuando el frío acero besó mi piel, como si fuera la señal de que todo había terminado.

Sabía lo que venía a continuación. Era consciente de que esto no era el final de nada, y que al contrario acababa de provocar el inicio de una mala etapa de mi vida. Pero no podía ser peor de lo que ya había vivido. No podía ser peor. El policía tomó mi codo con suavidad y me guió en dirección al coche, tal vez intuyendo que algo iba mal y que yo no estaba del todo en mí. Pero me dejé llevar, subí a la parte trasera del coche patrulla y apoyé la frente en el cristal, sonriendo como una bendita, llorando en silencio. Mi próxima parada sería la comisaría. Probablemente la cárcel. Pero antes, iban a interrogarme, hacerme declarar, explicar lo que había sucedido.

Y les iba a contar absolutamente todo lo que recordaba.

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