La muerte viste dé rojo con hilos carmesí ( Elektra Natchios)

Era difícil de apreciar cuando estabas en combate (muy pocos tendrían la sangre fría de pararse a admirar el estilo de lucha de un compañero o adversario cuando te estabas jugando el cuello) pero allí, en la sala de entrenamiento, resultaba dolorosamente claro, dolorosamente bello, que cuando Elektra luchaba hacía algo más que matar; Su arte era como un baile, un baile hermoso, fluido y suave como los pasos del ballet. Sus movimientos eran etéreos, como si flotara, mientras se movía de un lado al otro del gimnasio portando como únicas armas dos bastones de los que sobresalían largas cintas de color carmesí.

Ante los ojos de Gaghiel, la asesina, con los ojos cerrados y totalmente concentrada, giraba sobre sí misma, saltaba y fintaba sin que su cuerpo se enredara ni una sóla vez con la cinta, que parecía fluir con ella como si de una prolongación de su cuerpo se tratara. Poco a poco, de manera gradual, fue incrementando la velocidad de sus movimientos en un crescendo furioso hasta que las cintas semejaron el borroso rastro sanguinario que dejaban sus sais cada vez que segaban una vida. Disfrazados entre aquellos aparentes pasos de baile se encontraban los movimientos de artes marciales más precisos que la hechicera había tenido ocasión de presenciar.

La manera en la que se movía era letal... y a la vez sensual, femenina y mágica.

Cuando la secuencia de movimientos terminó, permaneció inmóvil durante algunos segundos antes de volverse finalmente hacia Gaghiel. Sin decir nada, escuchó lo que tenía que decir mientras recogía las cintas y las ataba en un fajo ordenado que depositó en una de las estanterías del gimnasio.

- Encontrar y destruir parece algo apropiado -respondió recogiendo los sais y metiéndolos en las fundas de sus muslos-. ¿En qué consiste la misión?

La escuchó con atención.

- ¿Qué producto es el que venden? ¿Armas químicas? ¿Venenos? Saberlo ayudaría mucho a delimitar los posibles lugares para la venta.

Era curioso como habiendo transcurrido tan sólo un mes desde la última compraventa de armas químicas que habían tenido que desmantelar surgía ahora una misión tan similar, pero tampoco era de extrañar, pues la guerra química parecía estar ganándole cada vez más terreno a las armas convencionales, y sus efectos eran más devastadores.

- No sé lo que es una banshee -dijo en respuesta al comentario de Gaghiel-. Me temo que mi padre únicamente me instruyó en mitología griega. Tiene algo que ver con gritos sobrenaturales, ¿verdad?

Eso lo sabía por el mutante del mismo nombre que había en la Patrulla X, pero debía haber algo más que eso o Gaghiel no la habría comparado con ellas.

- Vaya... gracias -dijo ante el cumplido de la pelirroja-. Una vez probé a dejarlo todo y dedicarme al mundo del espectáculo como bailarina. No funcionó -mencionó escuetamente.

Le pareció curioso que la húngara hubiera escogido una identidad griega para luego adoptar esa forma de vestir de estilo francés tan estrafalaria pero no dijo nada.

- No te preocupes, tengo un sinfín de identidades falsas ya creadas, y supongo que la más adecuada, dado el aspecto que has escogido, es la de Dianora Salvatore -mientras Gaghiel se vestía ella había estado buscando su colección de pasaportes falsos y ya tenía el elegido en la mano-. Caprichosa. Déspota. Esnob. No necesito gran cosa -dijo, rechazando la oferta del peine mágico-. Hace tiempo que aprendí que el mejor disfraz posible es la actitud. No hace falta mucho. La misma persona puede parecer dos diferentes si simplemente cambias su personalidad. Puedes llevar la misma ropa, pero si en un momento eres una tímida sumisa y al siguiente una dominante feroz todo el mundo pensará que eres otra persona. Cuando te dedicas a lo que yo hago muchas veces te ves obligada a improvisar y no tienes tiempo para grandes disfraces; en esas circunstancias el teatro lo es todo, y créeme... soy extraordinariamente buena interpretando.

Y era cierto. Una vez la habían contratado para matar a la tiránica dictadora de un pequeño país africano, pero estaba tan bien custodiada por sus guardaespaldas que la única manera de aproximarse a ella había sido seduciendo a su hijo. Había tenido que improvisar sobre la marcha; un vestido mono, unos tacones y la suficiente dosis de ingenuidad y estupidez para que el necio se confiara, la tomara por una americana tonta y la llevara consigo a casa. Otras veces tenía que adoptar múltiples personalidades sobre la marcha, pues a cada sitio al que iba la conocían por un nombre diferente, y no tenía tiempo material para adoptar disfraces demasiado complicados. Normalmente lo único que variaba era el estilo de vestimenta y peinado así como el uso ocasional de gafas de sol para ocultar los ojos, pero era la actitud, fundamentalmente, lo que más cambiaba de un personaje a otro, desde la candidez de la señora Ketterman a la extroversión de Nicole.

Por eso, la mujer que se adentró con paso firme y seguro en el hotel en el que se iba a llevar a cabo la transacción en compañía de la señorita Nyima seguía siendo morena y despampanante, pero llevaba una gabardina de firma que había costado más de 700 euros (cortesía de Thaddeus Ross), unos tacones a juego de la misma marca, un bolso que cualquier entendido reconocería como de Louis Vuitton y una expresión de fastidio y asco en un rostro extremadamente maquillado.

- Eh, usted -ordenó al recepcionista canoso que se encontraba tras el mostrador acodándose en la barra con la actitud de quien está acostumbrada a tener cuanto desea-. Mi compañera y yo queremos acceder a la subasta. Somos Eritreo Nyima y Dianora Salvatore, de la Roxxon Energy Corporation. ¿Por dónde se llega?

- Ehm... sí, señora, disculpe, ¿pueden mostrarme sus identificaciones?

Con un gesto de fastidio abrió su bolso teniendo buen cuidado de ponerlo donde todo el mundo pudiera verlo y prácticamente le arrojó a la cara la documentación que pedía.

- ¿Quiere hacer el favor de resolverlo pronto? Se suponía que nos estaban esperando.

- Disculpe, señora, son comprobaciones básicas, cuestión de protocolos -se justificó el hombre mientras tecleaba nerviosamente en el ordenador.

- ¿Me importa? No. Somos buenos clientes y tenemos dinero, y usted está consiguiendo aburrirme, y si me aburro igual nos marchamos a gastar el dinero a otro lugar donde seamos mejor recibidas, ¿verdad, Eritreo?

Era increíble lo metida que estaba en el papel. Hasta su inglés había adquirido de repente un marcado acento italiano falso.

Todo prometía ser la típica subasta de hotel, pero para la vista entrenada de Elektra resultaba claro que la situación no era tan inofensiva como aparentaba ser. De un rápido vistazo de su mirada analítica había situado a los matones y gorilas que fingían ser compradores mezclados entre la gente corriente. Aquél estaba demasiado cerca de la entrada, ese otro no paraba de mirar en derredor sin ninguna clase de disimulo, otros aparentaban hablar pero apenas había contacto visual entre ellos, y por supuesto no podía faltar el que fingía leer el folleto de presentación de los productos que se entregaba a la entrada. Aficionados. La asesina podía leer en su lenguaje corporal y su actitud como si se tratase de libros abiertos. En un abrir y cerrar de ojos había dibujado un metódico esquema en su mente con los que iban a morir primero y el modo en el que sucedería, y todo ello sin perder de vista las entradas y salidas del salón, incluyendo las ventanas.

Por supuesto las habían registrado antes de entrar, por lo que no habían podido introducir armas, pero no iba a ser ningún problema. Una persona se mueve de una manera ligeramente distinta, particular, cuando lleva un arma encima, y ya tenía fichados a varios de los gorilas armados. En un rápido susurro en griego le indicó a Gaghiel mediante lenguaje en código quiénes eran; cuando todo empezara lo único que tendrían que hacer sería asaltarles para robárselas antes de que los demás pudieran reaccionar.

Elektra cruzó las piernas y se recostó en la silla, observando el folleto con gesto de fastidio. Tenía el codo apoyado en el respaldo de la silla y la cabeza contra los nudillos.

- ¿Cuándo va a empezar ésto? -inquirió sin molestarse en usar un tono bajo-. Me aburro.

Para cualquier profano en la materia, una bomba de carbonita sería algo sacado de una película de ciencia ficción de renombre mundial, pero los entendidos como Elektra tenían claro que se trataba de una sustancia explosiva compuesta de nitroglicerina, sulfuro de benzol y un polvo hecho con serrín, nitrato de potasio o sodio y carbonato de sodio, similar aunque más potente que la dinamita. La siguiente arma también parecía algo sacado de una convención de videojuegos futuristas:

- El rifle de plasma utiliza células de microfusión como munición -estaba explicando el vendedor-. Puede disparar hasta doce bolas de plasma por cargador.

Accionó un mando y una presentación de Power Point se activó en la pantalla.

- Dispara proyectiles que infligen un daño potencialmente elevado con una cadencia de disparo muy alta. Las bolas de plasma se mueven a velocidades sub-sónicas, haciéndolo más efectivo en combates cerrados y a medio rango. En cuanto a su mantenimiento, tiene un valor máximo de condición muy alto en comparación con las armas pequeñas...

Gaghiel estornudó, indicándole a Elektra que debían esperar tres muestras más. ¿Por qué?, se preguntó la griega, sin dejar de analizar el entorno. ¿Qué iba a ocurrir dentro de tres muestras? ¿Era sólo para asegurarse de que todos los rezagados habían llegado ya? ¿O quizá para asegurarse de que no eliminaban a ningún inocente? Una cosa estaba clara, y es que no estaban siendo precisamente sutiles con la naturaleza de lo que se estaba exhibiendo. Todo aquél que aún permaneciera en aquella sala y no se hubiera marchado ya después de haber presenciado cinco armas de destrucción masiva puestas en venta para el mayor postor sin lugar a dudas merecería la muerte, así que asintió y se dispuso a esperar.

Cuando su compañera pronunció la frase, Elektra suspiró; se acababa el descanso, hora de pasar a la acción.

Con metódica precisión le partió el cuello al hombre que estaba sentado justo delante de ella. Después se puso en pie saltando por encima de su silla al tiempo que se abría la gabardina para dejar al descubierto el conocido uniforme rojo que se encontraba debajo. Los tipos armados volaban por los aires gracias a los poderes de Gaghiel, y ella utilizó la silla para impulsarse en el aire y caer con gracilidad junto a uno de los gorilas, arrebatándole la pistola en el proceso. Apoyando una rodilla en el suelo apuntó, y por cada bala que salía del tambor caía uno de los asistentes a la subasta. Los gritos habían empezado a extenderse, la gente intentaba huir presa del pánico, pero las salidas estaban bloqueadas.

El tipo al que le había arrebatado la pistola empezaba a recuperarse y ya había vaciado todas las balas del cargador, pero Elektra le sacó las llaves del bolsillo y cerró el puño en torno al llavero, permitiendo que sobresalieran las llaves para, acto seguido, golpearle con fuerza en la garganta. Luego volvió a saltar por encima de las sillas hasta llegar al mostrador de la tarima, donde había una botella de vidrio que cogió para golpear con ella al tipo que había estado haciendo la exposición. El cristal se le rompió en la cabeza, y utilizó los restos de la botella para apuñalarle en el corazón.

Uno de los gorilas, que estaba cerca del escenario, corrió hacia ella y trató de golpearla, pero ella se agachó con la flexibilidad de un gato, estirando la pierna derecha para volcar todo su peso sobre la izquierda flexionada, y le arrancó el cinturón al tipo de un movimiento certero. Aprovechando la inercia le dejó girar y, situándose a su espalda le pasó el cinturón por la garganta y apretó. El hombre era más grande que ella, pero Elektra era más fuerte y mientras se debatía lo giró para interponerlo en el camino de los disparos de un compañero. El cuerpo del hombretón se agitó y convulsionó conforme los disparos le atravesaban y, una vez estuvo muerto, Elektra lo soltó, le dejó caer y se deslizó por el suelo hasta llegar al cadáver del presentador. Como había deducido por el bulto en el bolsillo de la chaqueta tenía teléfono móvil, así que lo sacó y en un fluido movimiento se lo arrojó al tipo que la estaba disparando, dándole justo en el puente de la nariz. No le mataría, pero le produciría un dolor inesperado y repentino que le haría soltar el arma por instinto los segundos que ella necesitaba para llegar hasta él, recoger la pistola del suelo y dispararle en la sien.

En apenas unos minutos todo había terminado y la sala de conferencias del hotel estaba repleta de cadáveres diseminados en las formas más grotescas, tirados o atravesados por encima de las sillas o en el suelo. Elektra se limpió las salpicaduras de sangre de la cara y miró a Gaghiel a la espera de instrucciones.

- La sangre no me preocupa -replicó Elektra-. Es por eso que uso ropa de color rojo a pesar de lo llamativo que es. Pregúntale a Deadpool, creo que su elección de color sigue la misma filosofía.

La asesina sabía utilizar armas de fuego cuando era necesario, pero siempre le había gustado más usar armas cuerpo a cuerpo y sentir la sangre de los enemigos corriendo caliente por sus brazos y salpicando su rostro. Era parte de la naturaleza de su adicción; no sólo necesitaba matar, sino que también necesitaba el contacto íntimo y personal con la sangre de sus víctimas. Por eso el color rojo era el más adecuado para su uniforme. De esa manera no tenía que preocuparse de si las manchas salían o no.

Mientras Gaghiel se acercaba a los productos de la presentación, ella se dedicó a registrar los cadáveres para hacerse con cualquier cosa que pudiera servir como arma para cuando llegaran los refuerzos. Cuando hubo terminado se acercó a Gaghiel.

- ¿Qué se supone que tenemos que hacer con ésto? -Gaghiel terminó y se volvió hacia ella, planteando su pregunta-. Oh, bastante. Controlo completamente cada función de mi cuerpo, y eso incluye la respiración, así que no te preocupes.

A Elektra no le gustaba la magia y su primer impulso ante el ofrecimiento de Gaghiel fue decirle que no, como siempre hasta ahora que había habido magia involucrada en su vida, puesto que no confiaba en nada que no pudiera tocar o manipular por sí misma. Sin embargo no había tiempo; podían escuchar el sonido de muchos hombres a la carrera, y los que irrumpieran a partir de ahora no serían pobres compradores pillados por sorpresa, sino mercenarios y paramilitares entrenados y posiblemente armados hasta los dientes, así que sería lo más seguro ejecutar el plan de Gaghiel.

Ayudó un poco que su compañera no actuara de manera brusca, dejándole tiempo para prepararse, tanto físicamente para poder aguantar un tiempo sin respirar, como mentalmente para la sensación de angustia y opresión de estar enterrada viva bajo tierra.

Luego salieron, y la pelirroja se abalanzó sobre el primero que pilló con una voracidad tal que le arrancó la tráquea de un mordisco, sorprendiendo a la griega. Sólo recordaba haber visto algo así cuando había peleado contra Bloody Lips, un asesino psicópata australiano conocido por devorar la carne de sus víctimas. Elektra disfrutaba matando, pero tenía que reconocer que aquella visión la perturbó, manteniéndola en una suerte de fascinación mientras veía como la húngara le quebraba el cráneo a otro con un golpe de su codo. Caramba, llevaban juntas casi medio año y no tenía ni idea de que tuviera semejante fuerza, aunque no debería sorprenderle tras la facilidad con la que había conseguido derrotarla aquél día en la sala de entrenamiento. La fuerza de Elektra era muy superior a la normal para alguien de su complexión física y estructura, y ni siquiera ella podría haber hecho algo así sin la ayuda de un arma contundente.

El caos y el terror se desató entre los hombres, así que Elektra se limitó a empuñar el m14 que le había quitado a uno de los cuerpos y a disparar a los que intentaban huir de Gaghiel.

- ¿Cuánto tiempo más tenemos que permanecer aquí? -le gritó a su compañera por encima de los gritos y el estrépito de las balas.

Se cubrió la cabeza cuando emergió el dragón de tierra abriendo un boquete en la estructura de la pared. Los del hotel iban a tener que invertir una fortuna en reformas después de eso, si es que conseguían continuar abiertos después de la inspección que haría la policía, claro.

- Me han comparado con muchas cosas en mi vida, pero nunca con la diosa del sol -dijo esbozando una media sonrisa cuando Gaghiel la invitó a salir-. Aunque supongo que a ti te pega ser la diosa de la felicidad, la fertilidad y la danza, y eh, siempre que te apetezca volver a hacerme salir de mi cueva, me apunto -bromeó antes de lanzarse por la abertura cubriéndose de las balas y los cascotes.

Una vez estuvieron a salvo, se puso en contacto con Ross a través del intercomunicador del grupo.

- Hemos desmantelado la subasta -le informó-. Póngase en contacto con la policía para que vengan a echar un vistazo, Gaghiel y yo estamos fuera. Corto -miró a su compañera-. ¿Te apetece ir a tomar algo? -inquirió, apoyando el m14 contra su hombro-. Yo invito -y le mostró la cartera que le había extraído a uno de los fiambres.

El rostro de Elektra se ensombreció ligeramente al responder:

- La única poesía que me acompaña es la muerte, Gaghiel. Si acaso tuvieran que compararme con una diosa sería con Ker. Pero sí ha habido hombres que me han tratado bien -dijo mientras se limpiaba la sangre de la frente y la cara con un pañuelo siguiendo el ejemplo de su compañera-. Más de lo que merezco.

No pudo evitar acordarse de Mac, que había cometido el error de enamorarse de ella. Había sido tan tierno y tan estúpidamente romántico... Hasta que La Mano le había matado por su culpa.

Y después estaba Peter Quill... una sonrisa nostálgica afloró a su rostro al recordar la noche que habían pasado entre las estrellas. Aunque no habían empezado con buen pie había sido bastante bonito al final, sí... Aunque jamás habrían funcionado juntos, eran demasiado diferentes, pero se preguntó cómo le iría a aquél entrañable sinverguenza.

Mostró una mueca irónica cuando Gaghiel le ofreció su brazo; casi parecía que estuviese ligando con ella, aunque, ahora que lo pensaba, no tenía ni idea de cuál era la orientación sexual de la húngara, a pesar del tiempo que llevaban trabajando juntas, y es que la griega no solía perder el tiempo en aquella clase de conversaciones insustanciales, así que no se había preocupado por averiguarlo porque tampoco le interesaba la manera en la que sus compañeros escogían pasar el rato.

- Lo siento, pero nunca he necesitado ayuda de hombre o mujer -fue su respuesta-. Ten -dijo dándole la cartera del hombre muerto-. En la esquina hay una tienda de 24 horas. Tú estás vestida de una manera menos llamativa, así que ocúpate de comprar el alcohol. Todo me va bien, así que compra lo que quieras. Creo que, tal y como estamos, va a ser mejor no ir a un local, pero conozco un sitio solitario al otro lado del río, junto a las vías del viejo tren, donde está el metro sobreelevado. Nos vemos allí -dijo antes de desaparecer en las alturas con una pirueta.

Desde lo alto del metro sobreelevado había unas bonitas vistas de la ciudad. A Elektra siempre le habían gustado las vistas nocturnas de las grandes urbes, le inspiraban una extraña sensación de melancolía y tristeza, quizás porque le recordaban a cierto vigilante enmascarado que se paseaba por las noches balanceándose entre rascacielos, y a las contadas ocasiones en las que había tenido la oportunidad de bailar aquella danza aérea a su lado, mientras el viento le golpeaba en la cara y una maravillosa sensación de euforia y vértigo le recorría el estómago.

Cuando vio aproximarse de vuelta a Gaghiel se descolgó por las columnas del puente hacia las viejas vías y la invitó a sentarse a su lado sobre el murete bajo repleto de graffitis. No era el lugar más bonito del mundo, pero aquella zona de la ciudad estaba completamente desierta por la noche. Las vías del tren estaban abandonadas y el metro, si pasaba alguno, lo haría por encima de sus cabezas. Junto a ellas había una pista de baloncesto, pero tampoco parecía probable que nadie viniera a jugar a aquellas horas, y el muro que tenían a su espalda las resguardaba del viento y de miradas no deseadas. Al parecer, también su compañera había terminado imbuida del mismo humor nostálgico, el más propicio para beber.

- ¿Sebastián, eh? -inquirió mientras iba llenando los vasos-. ¿Cuál es su historia?

Nunca habría pensado que detrás de alguien como Gaghiel, con su carácter aparentemente distendido y despreocupado, pudiera haber una historia trágica, pero al parecer, todos tenían algún amor perdido al que lamentar.

- ¿Illuminati? ¿Te refieres al grupo donde está el doctor Extraño o a la sociedad secreta de la Ilustración? -inquirió Elektra bebiendo directamente de una de las botellas.

Tenía una pierna encima del muro, el brazo libre apoyado sobre la rodilla y la espalda recostada contra la columna.

Parecía que tenía las cosas claras, el tal Sebastián. A Elektra siempre le habían gustado los hombres directos y seguros de sí mismos que pudieran dar la talla en la cama, entendía que Gaghiel se hubiera sentido atraída por alguien así. Lo que sí le sorprendió fue que hubiera llegado a considerar la opción del matrimonio, pues se trataba de algo que, en su estilo de vida, solía estar totalmente fuera de la ecuación, y la continuación del triste relato no hizo más que confirmarlo: había salido mal. Por supuesto, siempre salía mal.

Elektra fue perdiendo las ganas de beber a medida que Gaghiel progresaba en su historia y se iban viendo las extraordinarias similitudes con la suya propia. También había perdido a su padre... y a su pupila. Su relación con Nina nunca había sido de naturaleza romántica, más bien la había visto como una especie de hermana menor, pero eso no hacía que su muerte a manos de Kuroyama hubiera sido menos traumática. Lo que le había pasado al tal William le recordaba al destino sufrido por Mac.

Y lo que le contó al final... Dios... Ella no había sido exactamente violada... no en el sentido literal del término. Ella había consentido... pero porque aquél cerdo, Tekagi, la había derrotado en combate y se había ganado el derecho, maldito fuera. Kunoichi era como la llamaba. Puta.

Apartó la mirada, contrariada por todos aquellos recuerdos.

- Yo sólo he amado de verdad a una persona -confesó-. No es un gran secreto. Casi todo el mundo sabe que la hija del embajador Hugo Natchios salía con Matt Murdock cuando estaba en la universidad. Pero le mataron... A mi padre. Murió en el fuego cruzado entre la policía y unos terroristas. De hecho fue un policía el que le abatió. Estaba... destrozada. Llena de ira y de odio -admitió abrazándose las piernas contra el pecho-. No tenía a nadie a quien culpar porque había sido un accidente, así que culpé al mundo entero. ¿Cómo iba a continuar estudiando leyes si mi padre había muerto a manos de un agente de la ley? Abandoné al hombre al que amaba y me marché en busca de algo que no sabía qué era... Quizá una manera de... descargar mi rabia, o de encontrar un sentido. Todo el mundo sabe cómo terminó eso... La Mano me encontró y me instruyó. Pero eran una organización formada casi exclusivamente por hombres, así que me trataban como a una puta. Me vejaron, rompieron y humillaron de tantas formas que no podría empezar a explicarlas. Pero también aprendí mucho de ellos. Todo lo que soy.

>>Al final no pude soportarlo más y me marché -suspiró, volviendo a beber un trago de la botella-. Pero ellos nunca cesan de perseguirme. Quieren que vuelva a su lado. Me consideran posesión suya porque me resucitaron cuando Bullseye me mató -ah, se me olvidaba. Otra coincidencia entre las dos-. Por su culpa murió Mac, uno de los pocos hombres buenos que me ha amado. Y también por su culpa tuve que matar a Locke, otro desgraciado que cometió el error de enamorarse de mí. Lo cogieron como rehén y pretendían utilizarlo para que me entregara, así que no tuve más remedio que matarle. Sé que él lo habría preferido así, porque, si volviera a caer en sus manos, ellos me matarían y me volverían a resucitar como una marioneta sin alma, y el daño que podría causar sería enorme. También mataron a Nina... mi aprendiz. Le arrancaron el corazón ante mis ojos.

Reveló todas aquellas barbaridades con un tono neutro y desapasionado, como si no le importara. Pero después cogió la botella y bebió como si quisiera ahogarse en ella. Y quedó claro que, a pesar de la frialdad que pudiera aparentar ante los demás, sí que le importaba. Y mucho, además.

- Yo ya he dejado de buscar el amor. No tiene sentido, porque todo el que se atreva a acercarse demasiado a mí se convertirá de inmediato en objetivo para La Mano. Desean tenerme de vuelta y para conseguirlo no dudarán en matar a todo el que encuentren a mi alrededor. Lo máximo a lo que puedo aspirar es a tener sexo ocasional con desconocidos a los que luego no volveré a ver jamás. ¿Es triste? No lo sé -se encogió de hombros-. Ya me he acostumbrado.

¿Más similitudes? ¿Ese grupo se parecía a La Mano? ¿Dónde había escuchado antes...? Y, entonces, se acordó, justo en el momento en el que la húngara le hablaba de los tres grupos, y estuvo a punto de escupir el trago que acababa de tomar cuando mencionó a los dragones.

- ¡Un momento! ¿Perteneces al mismo grupo al que pertenecía Razor? ¿Con el rollo ese de las abejas? -inquirió, atónita, mientras se limpiaba los labios con el dorso de la mano-. Sí, lo recuerdo. Me contó toda la historia, y al final parecía que los dragones y esa otra organización a la que aludes eran el equivalente a La Casta y La Mano de vuestro universo. Incluso había un piromante en La Casta asombrosamente parecido a él...

De hecho, Razor había insistido en ir hasta el Muro y entrevistarse con Stick en persona, cosa que había tenido que conseguir sin su ayuda, pues ella no era bienvenida allí.

- Y también tenemos un grupo de Illuminattis, aunque no son exactamente iguales que los de vuestro universo.

Era increíble; el mundo era un pañuelo hasta después de la Colisión; si las cuentas no le fallaban había conocido a Razor casi un mes después de que Gaghiel se uniera a los Thunderbolts, en julio. Habían pasado seis meses y en todo ese tiempo jamás se le había ocurrido sospechar que pertenecían a la misma organización, ni tampoco había surgido el tema. Claro que también era cierto que ella no era mucho de confraternizar con sus compañeros de trabajo... Desde luego que Tique tenía un sentido del humor de lo más particular...

Pero había otra cosa que le llamaba inevitablemente la atención:

- Y eso que dices de que fuiste resucitada... Por un libro, dijiste. ¿Nigromancia?

Observó la etiqueta de la botella que tenía en la mano: whiskey, y de buena calidad. Con un gesto de aprobación se lo llevó a los labios.

Asintió cuando le dijo que podría contar con ella para lo que necesitara, pero no dijo nada, no de inmediato. Ella no era tanto de palabras como de acciones, y jamás abandonaba a quien conseguía ganarse su aprecio.

- Bonita cita... ¿Es tuya?

Elektra sonrió con sarcasmo al oír el mote que le había puesto Gaghiel a Razor, equiparándolo con el pequeño dragoncito amigo de Mulán en la película de Disney. Mu-shu era también el nombre que le daban a la canela en China, y significaba, literalmente, "Flor de Casia", así que resultaba divertido lo miraras por donde lo miraras, aunque Gaghiel parecía profesarle respeto. Parecía que existía una cierta rivalidad sana entre los dos, y Elektra no pudo evitar preguntarse qué diría el peliblanco si se enterara de que ahora eran aliadas. Lamentablemente, aunque ella le había entregado el número de teléfono irrastreable que utilizaba para los encargos, no se había preocupado por buscar una manera de localizarle a él, así que no tenía forma de hacérselo saber. Una lástima, seguro que habría sido divertido ver su reacción.

Escuchó con interés lo que ella le contó acerca del modo en el que había "vuelto a la vida" pero, al parecer, y según se deducía de sus palabras, no había llegado a morir del todo, ya que había podido leer la página del libro que la había devuelto a la vida. Ésto le causó una leve sensación de decepción, pues llevaba años tratando de recordar lo que le había ocurrido a ella después de su muerte. ¿Adónde había ido? ¿Había atravesado el plano material hasta llegar al cielo? Era poco probable, considerando la vida que había tenido. ¿Había sido arrastrada entonces hasta el más profundo de los infiernos para ser castigada y flagelada por toda la eternidad, con la garganta repleta de la sangre que había derramado? ¿O, más probable aún, habría terminado en el infierno de sus antepasados, bebiendo de las aguas del río Lethe para después perderse por los reinos de Hades y Perséfone? ¿O había sido el vacío, la nada más absoluta carente de existencia? No podía recordarlo, y no saberlo la volvía loca. Cada vez que segaba una nueva vida trataba de buscar en sus ojos algún signo de lo que estaban viendo, agún indicio de reconocimiento o comprensión, pero jamás encontraba nada.

No estaba bien. Debería poder recordar la muerte.

- Bueno... ya te fue mejor que a mí -dijo, permitiendo que una de las piernas cayera por el muro y dejando sólo una flexionada sobre él, abrazándola con el brazo que sostenía la botella de whiskey-. La resurrección no me volvió inmortal, y las habilidades que tengo las obtuve antes... cuando me obligaron a beber la leche de la Bestia.

Y sí, sonaba muy mal, pero era así como habían llamado a aquél líquido blanco y apestoso que le habían hecho beber. Aquellos poderes habían resultado ser más una maldición que una bendición, ya que procedían directamente de la Bestia y cada vez que los usaba se instauraba una conexión con ella que le permitía localizarla, estuviera en donde estuviese, así que, por lo general, evitaba hacerlo, pues cada vez que los ninjas de La Mano la encontraban solía terminar con un reguero de muerte y destrucción a su alrededor. Así había perdido a Nina, a Mac, a Drake y a Locke, su antiguo apartamento en Nueva York, su viejo dojo y el de su anterior sensei... No quería terminar provocando una invasión ninja en la base de los Thunderbolts también.

- De hecho, mi resurrección vino con un precio... tuve que perder un trozo de mi alma, y ese trozo lo tiene La Bestia. Creo que es el origen de mi necesidad constante de matar.

>>Ehm... sí... conozco la mitología, mis padres eran muy aficionados, y, en realidad mi nombre y el de mi hermano nos los pusieron por los hijos de Agamenón y Clitemnestra: Orestes y Electra. Mi hermano se llama Orestez Natchios.

¿Una hija enamorada de su padre? ¿De verdad era posible tanta coincidencia respecto a su homóloga mitológica? Pues sí. Casi parecía que lo hubiesen hecho a posta... ¿Quién podía adivinar los designios de las Moiras?

Así que Gaghiel tampoco recordaba lo que había vivido después de su muerte... Bueno, tendrían que seguir eternamente con la duda, pero a causa de los mágicos y milagrosos efectos del alcohol, en aquél momento ya no le importaba. De hecho, rompió a reír cuando la pelirroja le dijo que no tenía de qué preocuparse con respecto a La Mano. No sabía qué le hizo más gracia, si la florida metáfora acerca de sus hábitos alimenticios o el hecho de imaginarse a Ross, Smith y Wade como chicos "dulces".

Aún seguía riendo cuando Gaghiel le hizo la pregunta sobre la dieta, con esa risa tonta que te entra cuando has bebido un poco más de la cuenta y no puedes parar, y tampoco quieres parar, pero curiosamente era la risa más despreocupada y sincera que había tenido en años, aunque se tranquilizó de manera automática cuando la conversación regresó a derroteros más serios y la húngara pasó a hablarle sobre su padre.

- Por nuestros padres -dijo brindando con ella tras su última afirmación.

La escuchó y asintió en silencio cuando dijo que a veces se necesitaba de personas como ellas para hacer lo que había que hacerse... aunque fuera desde la oscuridad, y agachó la mirada. Sí... pero en su caso significaba que nunca podría estar con la persona a la que amaba, pues Matt jamás podría comprender o aceptar lo que ella hacía. Oh, Dios, estaba pasando de la alegría a la tristeza con demasiada rapidez, tenía que dejar de beber.

- Supongo que todos sufrimos -fue lo que dijo al final-. Y el dolor nos hace sabios, pero a veces el dolor se vuelve demasiado grande, y entonces es cuando queremos liberar a las Furias.

Ella lo había hecho cuando habían matado a su padre, y las Furias llevaban persiguiéndola y acechándola desde entonces.

- Pero podrían darnos un respiro de vez en cuando, ¿no te parece? Bueno... -se bajó del murete con la agilidad que aún le quedaba y comprobó la botella que tenía en la mano. Se la había bebido casi entera-. Gaghiel, estoy un poco borracha, así que, aunque no estoy en contra de soltarse un poco de vez en cuando, creo que es hora de regresar a la base junto a nuestros "dulces compañeros" -añadió con una sonrisa y un guiño a la pelirroja-. ¿Vienes o prefieres quedarte un rato más?