Todo había empezado a cambiar, y no me refería al nuevo año, que todos parecían encantados de ver llegar de una vez. Todo lo que había pasado con el asunto de la colisión había cambiado la concepción del mundo, de la realidad. Todo se había vuelto un caos, y aún un año después, se estaba intentando encauzar las cosas para que no acabara en un completo desastre. Pero la escala mundial, a mi, se me escapaba. O puede que no me importara en realidad. Cuando ganarte la vida todos los días es lo bastante duro como para que un periódico te importe lo bastante como para cubrirte, y poco más, empiezas a darte cuenta de lo mucho que se te escapa. Mi conflicto interno no era cosa de un día, o de dos. había durado veinte años. Veinte - malditos - años. Nunca mejor dicho. Pero la afluencia de criaturas nunca había sido tan grande, las continuas órdenes de Mephisto nunca habían sido tan seguidas, tan numerosas, ni tan constantes. Aún peor que esa sensación persecutoria que me producía saber que él siempre estaba ahí, era la certeza de que había empezado a hacer algunas cosas que me estaban llevando a una espiral destructiva sin remedio. Sólo dos semanas antes, me había inmiscuido en una labor titánica para contrarrestar una entidad de gran poder demoníaco. Nada menos que a un jinete del apocalipsis. El problema estaba en que nadie me lo había encargado. Lo asumí yo, por mi cuenta y riesgo. Sabiendo que tendría que hacer uso de Él. no era algo que podía haber pasado. Era algo que iba a pasar, y aún así, accedí a hacerlo. Porque ¿Qué habría podido hacer yo sola contra Guerra? Nada. Absolutamente nada.
Pero con diferencia, lo que me había alterado tanto, lo que ahora me mantenía en vela y hecha un lío, era darme cuenta de lo mucho que, incluso intentando evitarlo, él formaba ya parte de mi vida. La imagen del monstruo de tentáculos canadiense volvió a mi como un fogonazo, y el dolor que sentí esa noche, aquel disparo que me voló la pierna y amenazó con matarme, me hizo sentir un escalofrío que me erizó hasta el último pelo de la piel. Ese día, le rogué que me salvara. Lloré, y me sentí pequeña, frágil y humillada. Me dolió tener que someterme a su voluntad. Pero lo hice. Lo hice porque no quería morir, porque de alguna manera, ya había asumido que, de noche, jamás ocurriría. Y entonces el me demostró lo equivocada que estaba... y lo harto que estaba de ser ignorado. De ser rechazado, y utilizado. Consiguió hacerme sentir como una déspota, cruel y abusiva. Y yo me sentí culpable, y miserable, por hacerle eso.
Navidad, año nuevo, esos días siempre me deprimían, pero este, en concreto, siempre, SIEMPRE me hacía sentir sola, y muy triste.
Y al final caí en la mayor de las tristezas en las que puedes caer. Ir en busca de consuelo a alguien a quien no le has mostrado el mas mínimo interés. Si existe algo mas penoso y despreciable, yo no se que es. Me quedé allí, en la puerta de las instalaciones, mirando el símbolo del suelo, con las manos metidas en mi sudadera. Era tardísimo. No estaba segura de qué hora. Quizá las cuatro, o las cinco de la mañana. Ese era el típico sitio en el que siempre hay alguien despierto, pero aun así, no fui capaz de llamar. Sólo me quedé mirando la puerta. Caminaba por el patio como si eso fuese a conseguir quitarme las tribulaciones de la cabeza. A veces me daba la sensación de que iban a abrirse, me paraba en seco y miraba hacia allí. Pero nada se movía. Cuando creía que estaba preparada para llamar, levantaba el puño, o intentaba llegar a las aldabas, y luego, perdía fuelle, volviendo a la caminata. A veces me acercaba a la salida, pero siempre me detenía a unos pocos metros. Estaba estancada. Exactamente igual que lo estaba en mi vida. En cada día de mi vida.
- ¿No te decides? - preguntó entonces una voz conocida, haciéndome levantar la cabeza. No procedía de la puerta. Mas bien parecía que había venido caminando por alguna otra salida, paseando alrededor del edificio. Yo le remití una mirada, encontrándome su expresión siempre pacífica, y difícil de analizar. Sus ojos negros me miraron profundamente. Yo bajé la cabeza avergonzada, y negué con la cabeza.
- Esperaremos, entonces. - y se quedó allí. Yo levanté la cabeza, miré a la puerta, a nuestro alrededor, y después de un rato largo, comencé a andar. No hizo falta decir nada. En cuanto di un paso, el empezó a andar a mi lado. Un paso tras otro. Incluso aunque no condujeran a ningún sitio. Tras un rato, nos sentamos en un pequeño murete que delimitaba el patio trasero, en silencio.
- Lo siento. - fué lo primero que se me ocurrió. El me miró, como si no supiera a qué venía aquello, y así lo expresó después.
- ¿Porqué?- a lo que yo solo me encogí de hombros.
Volvió el silencio. Yo meneaba las piernas sin ritmo concreto, golpeando el muro con los talones, mordiéndome el labio por dentro.
- Lo...¿Lo estoy haciendo todo mal? - pregunté por fin, haciendo que Azul me devolviese una mirada larga y significativa.
- ¿O es que llevo equivocada todos estos años? - tenía que ser una de las dos.
- Yo creía, de verdad, creía que aguantar era la única manera de conseguirlo. Que si seguía enfrentándome a ello, se cansaría. Pero ha estado a punto de pasar y... lo único que he conseguido es sentirme desgraciada, y miserable y...- aprieta los puños dentro de la sudadera.
- Creía que lo estaba haciendo bien. - dije hundiendo los hombros, dándome por vencida.
El no dijo nada, durante un buen rato. Al final, se dirigió a mi, aunque al hacerlo no me miraba, si no que miraba mas allá, como si quisiera asomarse a través de la institución, a un horizonte que yo, con ese edificio de por medio, no era capaz de ver.
- Es difícil estar seguro de nada. No se está nunca. - Esa frase, por obvia que pudiera sonar, se me quedó grabada a fuego en los oídos, y se repitió en mi mente todo el tiempo que el hizo una pausa.
- Lo único que podemos hacer, es tratar de vivir nuestras vidas haciendo aquello que consideramos mejor. - añadió, desviando esta vez la mirada hacia mí, aunque yo permanecía mirando mis propias rodillas, rehuyéndole.
- ¿y si me levanto un día, y me he convertido en todo lo que odio? - pregunté, devolviéndole por primera vez una mirada cargada a partes iguales de dolor y de miedo. Esa idea me aterraba, más que ninguna otra. Mas que nada en el mundo.
- ¿Cómo iba a seguir viviendo, sabiendo que me equivoqué de camino? ¿Que dejé que todo esto pasara? - sabiendo que él tenía razón. Porque lo había dicho. Mephisto se reía de mi, por eso. Podía escuchar las múltiples carcajadas que había oído de el, a lo largo de los años. "Acabarás por ceder" dijo. "todos lo hacen". Darle la razón es algo que me destrozaba.
- Quizá no tengas que vivir pensando que jamás puedes equivocarte, y que sólo tendrás una oportunidad.- de nuevo, esa frase me golpeó con la fuerza de un bofetón. Puede que esas cosas resultaran claras para la gente. Pero yo jamás había hablado así con nadie desde hacía años. Nunca de lo que yo vivía, o cómo me sentía. No, por la posición en la que eso les ponía. Por lo que les podía llegar a pasar, si empezaba a sentir cercanía por ellos.
- La gente debe cometer errores. Algunos son peores que otros. Algunos nos acompañan toda la vida. Lo importante es aprender de ellos, y encontrar nuestro propio límite. - su voz sonaba tranquilizadora.
- Pero hay algunos errores que no deben cometerse jamás. - murmuré, asomándome a sus ojos negros.
- ¿Lo dices por él? - preguntó, sin poder evitar una suave sorpresa. Quizá pensó que mi odio me impulsaba a no pensar en el jamás. O puede que le sorprendiera que le mentara ahora. Sin más.
- ¿Crees que es un error? Si es así, no has comprendido nada sobre él. - Conoces su naturaleza. Tu sensibilidad te lo permite. Sabes qué es, y para qué esta hecho. Sabes que es su destino. - No. Sé lo que pretendieron imponerle, lo que intentan hacerle creer. Sé qué es lo que quieren que haga. Pero él decidió. De la misma manera que tú fuiste elegida para llevar al Ghost Rider, por alguna razón, pero sólo tu decides qué hacer al respecto. - y entonces me quedé sin habla.
Nunca había valorado una posibilidad que fuese mas allá de aceptarlo, y ser esclava de Mephisto, u oponerme a ello con todas mis fuerzas, hasta que algo cambiara. Una tercera opción ni siquiera existía en mi mente. Pero si no luchaba contra ello, o lo aceptaba, ¿qué otra cosa podría hacer?
- Podría cambiar, Abe. Tu lo sabes. - le dije, con cierto temor en la voz.
- Es cierto. Si algo tiene la naturaleza, es que todo es susceptible de cambiar. - noté la presión sobre mi nuca, volviendo a mirar su rostro después. Creí ver en el una enigmática sonrisa.
- A veces, para mejor. - añadió, antes de levantarse del murete, y andar un par de pasos.
- Creo que tomaré un tentempié nocturno. ¿Me acompañas? - preguntó, con su usual tranquilidad.
Me descubrí a mi misma recorriendo los silenciosos pasillos del B.P.R.D. La institución estaba desierta, muy distinta al hervidero que yo había conocido. Incluso aunque la mitad del tiempo lo pasara cegada, no era difícil adivinar ciertas zonas por las que había pasado en mi visita anterior. El comedor estaba apagado, pero había una suave luz de ambiente, de las luces de emergencia. Azul se metió dentro, y yo le seguí, cuando quise acompañarle a la cocina, él se detuvo en seco.
- Espera. Deja que vaya yo. Tu siéntate. - me dijo, antes de pasar a través de la barra, y encendiendo la luz de la cocina. Yo hice lo que me había dicho, tomé asiento en una de las mesas, mientras mascaba para mi la conversación que acabábamos de tener. Sabía que era verdad. Pero había mucho que me había negado a aceptar, y que ahora, ya era imposible negar. Di un respingo, al encontrar la pequeña luz ante mis ojos. Azul había dado un viaje, trayendo dos vasos de leche, yo ni siquiera me había percatado de eso. Pero en su segundo viaje, volvió con sendos platos, con un trozo de tarta de chocolate. La mía tenía una gran cerilla clavada, y en ella refulgía una pequeña llama.
Yo le miré, incapaz de comprender nada. Abe tomó asiento a mi lado, y después, posó una de sus manos en mi espalda.
- Feliz cumpleaños, Kim. - susurró, como si fuera un secreto, para posar después con la suavidad que le caracterizaba dos dedos en sus labios, como si los hubiera sellado. Aquello debía haberme puesto frenética. Debía haberme convertido en un manojo de nervios. Debía asustarme.
Pero no lo hizo... porque era lo que NECESITABA oír.
Noté como las lágrimas se me agolpaban en los ojos. Soplé con fuerza la vela, después de pedir un deseo que me guardé para mi:
"Por favor. Que esta sea la opción correcta". alargué ambas manos hacia la porción de tarta, y sin quitarle la cerilla todavía, le di un primer bocado, ya sin poder evitar que se me cayeran las lágrimas, y se me escaparan los sollozos. Azul cogió la porción con la otra mano, mientras la que tenía a mi espalda cambiaba de posición, y se posaba en mi hombro. Al hacerlo, me incliné a un lado, hasta apoyarme en Abe, mientras me llenaba la cara de manchas, y notaba el bizcocho esponjoso y el chocolate llenándome la boca.
Feliz cumpleaños, Kim.