El hombre de hierro contra el hombre de titanio (Boris Bullski).

Lunes por la mañana, el peor intervalo semanal de entre cuatro y ocho horas a menos que te llames Tony Stark. Yo no me levanto a golpe de despertador, me bebo un café que cuesta dólar y medio el bote, subo a un coche de segunda mano con ínfulas de tractor y me voy a un trabajo que odio y por el que apenas me pagan. Yo me levanto al ritmo de Shoot To Thrill en Dolby Surround 9.1, me bebo un café importado directamente desde Colombia, descubro en el periódico que hay tres nuevos productos en el mercado que llevan mi nombre, entro en el modelo más reciente de la armadura que me ha hecho famoso en todo el mundo, detengo un atraco de camino a mi destino sencillamente aterrizando y diciendo “soy Iron Man” y prosigo mi rumbo tarareando todavía Shoot To Thrill.

Lo sé, soy increíble.

-¿Cómo va la armadura, Jarvis? –pregunto mientras duplico la velocidad y atravieso un torrente de puro viento en mi contra dando varias vueltas sobre mí mismo, como un remolino –¿Todo en orden?

-El desgaste de energía es ligeramente superior a lo previsto. Tendrá que redistribuir un 0,02% de la carga de los propulsores al núcleo del reactor ARK para compensar la pérdida cuando vuelva al taller.

-¿Qué hay de la aceleración?

-No percibo diferencias sensibles con el Mark XLII a esta velocidad –responde tras apenas medio segundo de procesamiento –Para empezar a notar los primeros cambios debería multiplicarla por diez al menos.

-¿Y las mejoras ofensivas?

-A menos que planee atacar a algunos civiles me temo que no puedo hacer todavía las debidas comprobaciones.

Es hora de que presente mi nueva armadura: el MK 2.0. No, no el MK II, esa antigualla obsoleta. MK 2.0. Si a un invento le pones un dos, un punto y un cero detrás automáticamente se convierte en una revolución, y mi traje más pulido hasta la fecha no merece menor reconocimiento que ese. No supone un gran salto respecto a los últimos modelos, sino más bien una obligada puesta a punto. Como todo prodigio de la era tecnológica, mi coraza necesita revisarse, localizando sus defectos y potenciando sus virtudes hasta alcanzar la excelencia o lo más cercano a la misma que pueda conseguir. Aunque Tony Stark sea perfecto (lo soy), Iron Man tiene que ser más que perfecto. Actualizado, siempre preparado, por delante de los malos. Por eso he desarrollado el MK 2.0 (dos, punto, cero), para mantenerme como el mejor en lo que hago.

Si bien todavía la estoy poniendo a prueba mis previsiones, realistas u optimistas según si me preguntas a mí o a Jarvis, adelantan que su poderío físico está por encima del Mark XLII, la velocidad puede superar el Mach 3 y los sistemas repulsores y las armas del traje son ahora más potentes. Además he introducido algunas funciones nuevas muy chulas, como una cuchilla energética, y la armadura tiene un enlace virtual con mi propio cuerpo, de manera que puedo llamarla a distancia y volará hasta mí, acoplándose pieza a pieza hasta transformar al humilde y vulnerable Tony Stark en el formidable e invencible defensor de la justicia Iron Man. También se me quedó atrapado el pie en una de las botas, pero eso es otra historia.

-Llegaremos a la Feria de Ciencias en veinte segundos, señor.

-Serán diez –acelero.

La Feria de Ciencias, esa clase de evento al que todo el mundo da por sentado que Tony Stark va a acudir y al que acaba acudiendo obligado por Pepper. El plan es ir, fingir que me cae bien esa gente que ni conozco, donar una importante cantidad de dinero para la fundación de un nuevo hospital en el barrio, alentar a mi público a que haga lo mismo y pasar al menos dos o tres horas con ellos para que, de algún modo, eso influya de manera positiva en su futuro profesional. No soy el primero en llegar, por supuesto; conforme aterrizo compruebo que montones de visitantes se agrupan ya en el exterior del edificio conversando entre sí y entrando y saliendo a voluntad, probablemente habiendo visto ya la mayoría de los puestos del interior. Para mi desánimo la generalidad de los asistentes al evento cumplen con la nada idealizada imagen popular del científico medio: gorditos de cara ancha y simpática enmarcada por gafas redondas y/o barba de cinco semanas que parecen más interesados en las máquinas expendedoras que en la feria en sí. Lamentable, pero no exento de ciertas ventajas. Existe la seria posibilidad de que un día me entreguen el Nobel de las ciencias solo por subir la nota media del gremio en uno o dos puntos con mi carisma y elegancia.

Happy me espera al cruzar la entrada. Ya que no le doy empleo a su función como chófer y el pobre quiere sentirse útil he accedido a su demanda de vigilar la armadura mientras paseo por la feria, aun sabiendo que la coraza sería más peligrosa que él incluso estando apagada. ¿Quién soy yo para estropearle su pequeño momento de realización personal? Espero a que me abra una puerta lateral, paso al pequeño almacén que hay al otro lado y salgo de la armadura. Es imposible que no haya llamado la atención con ella puesta y que nadie me haya visto meterme aquí dentro, pero cuento con mis propios sistemas de seguridad antirrobo. Y con Happy.

-Dos cosas: no muestres la armadura, no toques la armadura y no te pongas la armadura. Y sí, sé que han sido tres cosas –comento mientras vuelvo afuera, demasiado distraído con lo que me rodea como para prestar atención a lo que le estoy diciendo.

Tal y como imaginaba, mi presencia no ha pasado prevista entre la multitud, que empieza a congregarse en mi dirección. Muchos traen papel para que se lo firme, otros sencillamente parecen querer tocarme con la mano y algunos de los restantes (los nerds, los inadaptados y los que llevan los sobacos de la camisa sudados) dan la sensación de estar a punto de arrodillarse ante mí y desearme larga vida. Me abro paso a través de ellos procurando que no me arruguen el traje y un par de guardias de seguridad se colocan a mi izquierda y derecha para tratar de mantener a raya a los fans más fanáticos. No creo que a Happy le haga mucha gracia que le eclipsen, pero mi espacio personal me importa bastante más que su orgullo. No tardo en localizar la plataforma de madera desde la que tengo que dar el discurso, de modo que acelero, subo de un salto y agarro el micrófono que me espera junto al correspondiente atril.

-¡Gracias, gracias! Gracias… –respondo a los inmediatos aplausos, extendiendo una mano abierta para indicarles que vayan bajando el volumen de sus ovaciones –Es un placer para mí estar aquí, y sé que es un placer para vosotros que esté aquí, así que todos contentos –risas –¡Aunque no he venido solo para divertirme! Ese es el principal objetivo, pero no el único, y antes de pasar a las aburridas responsabilidades quiero señalar que han instalado una barra libre al fondo a la derecha, concretamente en esa dirección –señalo hacia una estatua bastante fea y extraña que parecía representar algún raro simbolismo del genoma humano, tras la cual debería encontrarse la barra –Pienso estar allí toda la tarde y gran parte de la noche, y hablaré con todo el mundo. Tal vez incluso atienda a algunos de vuestros proyectos y me interese por ellos –sonrío como un coyote y les dejo que vuelvan a aplaudir.

Me apostaría la armadura a que no hay nada, y realzo el “NADA”, que pueda interesarme mínimamente en el cerebro de ninguno de los aquí presentes, pero imagino que seré capaz de fingir cierto nivel de atención primitiva durante las horas que pase con ellos hasta que me invente alguna emergencia con la que retirarme. Además, veo no pocas chicas guapas desde mi posición, y eso siempre resulta un aliciente para la paciencia. Prosigo en cuanto guardan silencio:

-Bien, volviendo al tema de las responsabilidades, creo que todos tenemos una hoy aquí. Y no hablo de proyectos científicos. Tampoco de alcohol –unas pocas risas más –Hablo de responsabilidades serias. Responsabilidades reales. De hecho no es ninguna casualidad que esta feria se celebre justo aquí. Los que seáis observadores os habréis fijado que en la acera de enfrente están de obras, y los que viváis cerca o leáis el periódico sabréis que son de un nuevo hospital. Su construcción inició el mes pasado, año y medio después de que el anterior centro médico de la zona, el Saint Percival´s, se mudase a diecisiete kilómetros –me lo sé todo de memoria, he hecho los deberes antes de venir –Este, amigos míos, es un barrio pequeño, pero de familias numerosas. Hay dos colegios, lo cual supone un montonazo de niños, y en el cruce que sale de la Avenida 14 ha habido tres accidentes en diez meses. No hablemos del centro de…

Continúo hablando un rato más, pero desconecto de mi propia locución y me pongo a pensar en otras cosas. Me he aprendido el discurso de principio a fin y lo he ensayado un par de veces por el camino, podría recitarlo incluso dormido. Sigo con mi blablablá insaciable, diciéndole a mi público lo que quiere oír, hasta que, llegado el momento cumbre de mi monólogo, una atractiva azafata sube a la plataforma por detrás de mí con un enorme cheque de 20 millones bajo el brazo, levantándolo gloriosamente cual cinturón de campeón de la WWE para que todo el mundo pueda verlo. Lo señalo mientras acerco un poco más el micrófono a mi boca.

-¡Sí, amigos! Industrias Stark va a ser la primera en poner su granito de arena en esta construcción, de modo que... Un momento... -me giro de repente, como si me hubiese dado cuenta de algo -Pero este cheque… ¡está mal! –miro a la joven fingiendo incredulidad y algo de enfado, lo cual la toma por sorpresa, descomponiéndose su sonrisa prefabricada en un instante –No, no, ¡no! Esa cifra… es… es… –cualquiera podría pensar que estoy a punto de decir “excesiva” –¡Es demasiado baja!

Saco un rotulador del bolsillo de la chaqueta, me acerco al cheque y añado un cero más, aumentando inmediatamente su valor de 20 millones de dólares a 200 millones. El público rompe de repente a aplaudir y a ovacionarme de un modo ensordecedor, chillidos de emoción incluidos. Yo, mostrando mi acostumbrada impasibilidad, me giro y hago una reverencia teatral mientras la azafata, con cara de póker en fase de sonrisa perpetua, se retira elegantemente con el cheque. Las aclamaciones se prologan durante diez segundos, quince, veinte... Lo he hecho. Me he vuelto a ganar a todo el mundo con un poco de simpatía y dinero.

A todo el mundo salvo a Pepper. Este arrebato de generosidad ha sido un impulso y no lo he hablado con ella. De hecho me costó una discusión de más de media hora convencerla de subir el valor del cheque hasta los ya de por sí elevados 20 millones. Cuando se entere de lo que he hecho va a asesinarme.

Después de decuplicar el valor del cheque el resto de mi intervención transcurre tan suave como la seda. El público no oye mis palabras, se las bebe, ansioso de que siga con el monólogo y, al mismo tiempo, de que lo concluya de una vez para que baje a compartir el resto de mi tarde con todos ellos. Les hablo de responsabilidad, del hospital, de proyectos de futuro y de unas cuantas chorradas más que a mí personalmente no me interesan, pero que venían así en el esquema básico que me entregó Pepper. Cuando pongo el punto y final al discurso una nueva salva de aplausos me recibe entusiasmada, la segunda más grande hasta el momento, solo por detrás del aluvión de vítores que estalló al añadir un cero al cheque. Sonrío, contagiándome un poco de la alegría general.

Y, de repente, el caos. Se oye el estruendo propio de un golpe junto al sonido de cristales rotos y un cuerpo sale despedido desde la entrada, derribando a varios espectadores. La gente empieza a chillar y yo abro mucho los ojos. Una armadura ha entrado en el recinto. Durante un eterno segundo creo que el MK 2.0 se ha vuelto loco o que Happy se lo ha conseguido poner de algún modo y ha resultado ser un agente de Hydra desde el principio. Después caigo en la cuenta de que mi coraza no es ni tan grande ni tan verde. Alguien quiere pelea con Iron Man.

-¡Jarvis, mándamela, YA!

Espero que me haya oído, porque le he dado la orden al mismo tiempo que el gorila de verde ha empezado a gritarme. De sus amenazas deduzco tres cosas: la primera es que me conoce, algo que no es de extrañar; la segunda es que me quiere muerto, lo cual sí es un poco más destacable; y la tercera es que no va a esperar a que esté preparado para defenderme. Bueno, lo siento mucho por él. Jarvis acaba de dar luz verde. Iron Man está en camino.

-¡Damas y caballeros! –necesito distraerle, que no me ataque mientras la armadura llega -¡Tengo el honor de presentarles… –no pienses en el hombre que ha usado para romper la puerta y que parece estar muerto –…al… –ahí viene la primera pieza, el guante derecho –…primer… –se acopla a la perfección. Llegan la bota izquierda y el otro guante –…interno… –la bota restante, las piernas, un brazo –…del nuevo… –las placas del pecho, el brazo restante y por último el casco –…hospital!

Los ojos del yelmo se encienden y todas las funciones del traje pasan a estar operativas. En apenas unos segundos ese bufón de verde ha pasado de dominar la situación a estar figurada y literalmente muerto para mí. Extiendo la mano derecha en su dirección y cargo el rayo repulsor al máximo, esperando a cualquier movimiento o reacción por su parte para dispararle.

-Muy bien, payaso, te doy cinco segundos para rendirte, y ya voy por el cuatro.

La frustración de ese imbécil de verde es palpable en cuanto contempla a su superior tecnológico (yo) en toda su gloria. Si bien me he sentido lo bastante generoso como para ofrecerle una rendición indolora, la verdad es que en el fondo lo que deseo es que trate de atacarme. El MK 2.0 no va a ponerse a prueba solo, y aunque el edificio está lleno de gente inocente no me cabe la menor duda de que podré evitar que se les acerque. Luce un bonito cañón de riel en el hombro (Rhodey marca tendencia), pero si lo apunta en cualquier otra dirección que no sea la mía sólo tengo que destrozarlo de un disparo.

-¿Titanium Man? Por favor… –en realidad es un poco preocupante si de verdad su armadura está hecha de titanio. ¿Qué hay dentro de ella, un mulo? –¿Tu madre te ha ayudado con el disfraz? ¿Eligió ella el col…?

Conforme veo que extiende la mano en mi dirección me pongo en guardia. Nadie hace eso a menos que vaya a disparar algo o a usar la Fuerza, y en efecto medio segundo después un rayo de energía sale despedido de su palma, tan incandescente que lo único que evita que aparte la mirada es el visor de mi casco. Muevo ambos brazos hacia el frente e, instantáneamente, los protocolos de defensa de la armadura abren un campo de fuerza a mi alrededor, el cual repele la energía en círculos concéntricos, diseminándola hasta desaparecer. La carga de la batería se resiente ante el choque, reduciéndose en un nada desdeñable dos y medio por ciento, y la temperatura se eleva el mismo número de grados bajo mis pies.

-Eso… –no tengo palabras. Ha sido real. Completamente real –…no ha estado mal. Mi turno.

Plasma. Si me alcanza con eso incluso yo estaré bien jodido. Mis rayos repulsores pueden lidiar con sus ráfagas, pero en un impacto directo llevo todas las de perder. Es mejor que tome la iniciativa y no la suelte hasta haberlo sacado de la coraza por la fuerza.

-Jarvis, averigua todo lo que puedas sobre su armadura. Trata de hackearla si es posible.

Me elevo un par de metros sobre las botas y despego en dirección a mi objetivo, extendiendo las dos manos hacia delante y disparando alternativamente con ambas lo más rápido que puedo. No se trata tanto de dañarle aun como de poner a prueba el grosor de su blindaje.

Reflejos innatos y adquiridos. Casi todo el mundo conoce la diferencia entre ellos, pero muy pocos han profundizado en su ecuación personal. Yo, como una de las mentes más inteligentes del planeta y uno de los mejores superhéroes del universo, he tenido tiempo de informarme al respecto. Un reflejo innato, por poner un ejemplo sencillo, sería alejar tu mano del fuego para no quemarte. Es una acción de lo más básica por parte de tu organismo, como mamar leche de la teta de tu madre para alimentarte (reflejo de succión). Un reflejo adquirido es, por poner otro supuesto al azar, esquivar un rayo de plasma ardiente en el último segundo.

Puede parecer similar al ejemplo de la mano en el fuego, pero la principal diferencia radica en que aquí no me basta con que mi brazo se mueva de forma automática a un lado, sino que tengo que desactivar la bota propulsora derecha con un estiramiento hacia atrás, duplicar la intensidad de carga de la bota izquierda contrayendo la rodilla, extender ambos brazos para pulir mi maniobrabilidad lateral y expedir un 12,3% de energía repulsora a través de la palma del guante izquierdo con el fin de salir despedido contra el lado contrario dando varias elegantes vueltas sobre mí mismo. Todo eso en menos de 2 segundos. Hablamos del recorrido de la señal de alarma a través del nervio sensitivo, del proceso para transformarla en reacción motriz, de un segundo recorrido de la recién adquirida excitación por el nervio motor y en último lugar del tiempo de actuación del músculo; todo ello en aproximadamente 1 segundo y 30 décimas, tal vez 40. Hay que ser muy Dios para hacer algo así como el que da una palmada con las manos.

El tema importante, y a esto viene semejante rollazo, es que cada ser humano tiene su propia ecuación personal de tiempo de reacción, variable según sus circunstancias personales, entrenamiento físico, capacidad de atención y estado mental. Imagino que la mía antes de convertirme en Iron Man debía ser una auténtica mierda, pero tras meses adaptándome a mis armaduras y mejorando junto a ellas he desarrollado unos reflejos que, si bien tal vez no sean comparables a los del Capitán América, se encuentran muy por encima de los del playboy promedio. Una persona normal se habría comido el rayo de plasma. Un policía se habría comido el rayo de plasma. Tal vez incluso Rhodey se habría comido el rayo de plasma. Yo no. Yo me paso el rayo de plasma por el culo.

Pero, y es un pero importante, mi ecuación personal tiene dos hándicaps importantes: apenas duermo y tiendo a confiarme demasiado. Por eso, y solo por eso, esquivo el rayo de plasma y no lo que viene detrás. Y lo que viene detrás es un enorme gorila verde de titanio que me golpea con su manaza metálica, lanzándome hacia el suelo tan rápido que solo veo un inmenso borrón infinito de colores dispersos. Luego reboto una vez, dos y justo cuando pienso que el tercer impacto me va a alcanzar en la cabeza empiezo a deslizarme bocabajo. Durante los desagradables primeros segundos me cuesta incluso saber dónde está el frente y donde la retaguardia, pero acto seguido clavo la mano derecha en el suelo con tanta fuerza que destrozo la baldosa, frenando mi impulso, hinco la rodilla izquierda para incorporarme y me trago las nauseas.

-Es bueno. El hijo de puta es bueno –musito muy a mi pesar. Me duele el hombro derecho –¿Daños en la armadura?

-Superficiales, pero será mejor que no le deje golpearle de nuevo así.

-Ya, bueno, no estaba en mis planes futuros, gracias. ¿Le has hackeado ya?

-No hay nada que hackear, señor.

-¿Qué quiere decir “no hay nada que hackear, señor”?

-La armadura no tiene IA interna ni está conectada a ningún sistema online a través del cual podamos acceder. Lo único que he conseguido analizar es el origen de las piezas: Europa del Este, concretamente Rusia. En apariencia ha elegido no esconder esa información, como si quisiese…

-…usarla como símbolo –termino la frase en su lugar. No recuerdo nada malo que le haya hecho a los rusos en los últimos días, pero cuando Industrias Stark distribuía armas me metí en muchas guerras extranjeras –Bueno, vamos a enseñarle a ese payaso por qué la gente compra Apple y no YotaPhone.

Termino de incorporarme, notando un desagradable vacío en el estómago y el dolor todavía punzante del hombro extendiéndose hacia abajo por el brazo, y comienzo a andar en dirección a mi oponente, despacio aunque a paso uniforme. Quiero que me note confiado, seguro de mí mismo; pero sobre todo quiero que intuya la paliza que le va a caer.

-Señor, le recomiendo que no inicie un combate físico…

Le ignoro y, en cuanto me he acercado lo suficiente al bufón de verde, activo los propulsores de las botas y, sin despegarme del suelo, derrapo hasta situarme frente a él y lanzo los dos primeros puñetazos al casco, seguidos de un magnífico uppercut a la zona pectoral. Soy más rápido que él, soy más listo que él y tengo una IA ayudándome mientras él depende únicamente de su cerebro de mono. Puedo ganarle dónde y cuándo quiera, y lo voy a demostrar aquí y ahora.